INICIO

El Mitin internacionalista organizado el pasado 19 de julio por Izquierda Revolucionaria y el Comité por una Internacional de los Trabajadores (CIT/CWI) fue todo un éxito. Más de 600 trabajadores, jóvenes, militantes y activistas de nuestras organizaciones y de la izquierda, abarrotamos la sala central de las Cotxeres de Sants para disfrutar de un ambiente eléctrico y escuchar las intervenciones de los oradores en defensa de la Revolución de Octubre y del marxismo revolucionario e internacionalista.

Los compañeros y compañeras que tomaron la palabra fueron, por orden de intervención: Borja Latorre, miembro de Esquerra Revolucionària (Catalunya); Ana García, secretaria general del Sindicato de Estudiantes; Paul Murphy, diputado marxista por el Socialist Party (Ireland) en el Parlamento de Dublín; Juan Ignacio Ramos, secretario general de IR; Peter Taaffe, fundador de Militant, la mayor organización revolucionaria de Gran Bretaña en los años ochenta, y actual secretario general del Socialist Party (England & Wales), y Kshama Sawant, concejala marxista en Seattle (EEUU), dirigente de Socialist Alternative y una de las voces más importante de la izquierda norteamericana en estos momentos. A lo largo de dos horas los ponentes hicieron un amplio recorrido desde la Revolución de Octubre a los principales acontecimientos de la lucha de clases en la actualidad.

En defensa del bolchevismo

En todos los discursos se subrayó la idea de que el triunfo de la Revolución inspiró a los trabajadores y la juventud y llenó de esperanzas a la humanidad. Por primera vez la idea del socialismo abandonó el terreno de la teoría para transformarse en una obra práctica. Y esa revolución fue la más democrática, participativa y generosa que ha conocido la historia. No obstante, la Rusia soviética quedó aislada por la traición de la socialdemocracia a los procesos revolucionarios que estallaron en Alemania y muchos otros países, y sufrió la intervención militar de las potencias occidentales. Estas condiciones adversas, que a su vez alentaron el colapso de la economía, dificultaron de manera objetiva la transición al socialismo y fueron el caldo de cultivo para el desarrollo de la burocracia y la degeneración posterior de la revolución.

Como señalaron los compañeros en sus intervenciones, la burocracia, que destruyó la democracia obrera para imponer su Estado autoritario, que abandonó el internacionalismo proletario por la teoría antimarxista del socialismo en un solo país, y que aplastó, encarceló y asesinó a la vieja guardia leninista para consolidar su poder… esa burocracia, se convirtió en la nueva clase capitalista en el periodo del colapso de la URSS y de los regímenes estalinistas de Este.

¡Necesitamos otra revolución, necesitamos socialismo!

Los marxistas resistimos la furiosa campaña contra las ideas del socialismo que siguió a la restauración del capitalismo en esos países. Sabíamos que una nueva crisis de gran envergadura barrería muchas de las ilusiones en el capitalismo y, como se explicó en el Mitin, hoy la realidad que vivimos es muy diferente. El equilibrio interno del sistema ha sido hecho añicos: el desempleo de masas, la desigualdad, las guerras con sus millones de muertos y refugiados, la catástrofe ecológica…, se extienden como la peste. A su vez la crisis ha acelerado todos los procesos y ha impulsado, en todos los continentes, un auge de la lucha de clases desconocido en cuarenta años.

La conciencia de millones de trabajadores y, especialmente de la juventud, ha avanzado con fuerza, en paralelo a la polarización social. Y precisamente cuando la lucha de clases adquiere mayor virulencia, no sólo es necesario intervenir de manera enérgica en el movimiento real de los trabajadores y la juventud, sino también hacerlo defendiendo una política socialista consecuente.

La bandera de Octubre es para nosotros una guía para la acción. La tarea central de la época actual es la construcción de partidos revolucionarios de masas en todo el mundo, a través de una intervención paciente en la lucha de clases y en todos los nuevos fenómenos políticos que surgen como consecuencia de la crisis del sistema y de la socialdemocracia.

El acto finalizó pasadas las 9 de la noche con el canto entusiasta de La Internacional en numerosos idiomas, y pintó la clausura de un color nítidamente rojo e internacionalista.

Un gran paso adelante para las fuerzas del marxismo revolucionario

El pasado 22 de julio se celebró en Barcelona el congreso de unificación de Izquierda Revolucionaria (IR) y el Comité por una Internacional de los Trabajadores (CIT/CWI), un congreso que ha sido la culminación de un intenso proceso de discusión, intercambio y trabajo militante práctico conjunto entre ambas organizaciones durante más de diez meses.

Las estructuras democráticas de las secciones nacionales del CIT e IR eligieron delegados que aprobaron por unanimidad esta unificación y la incorporación de dirigentes de IR en el Estado español, México y Venezuela al Comité Ejecutivo Internacional del CIT. El congreso, que actuó como colofón de la magnífica Escuela Internacional del CIT, fue inaugurado y clausurado por Peter Taaffe y Juan Ignacio Ramos. Compañeros jóvenes y veteranos del Estado español, México, Venezuela, Gran Bretaña, Alemania, Grecia, Bélgica y EEUU intervinieron en la discusión, manifestando su entusiasmo pero también el rigor y la seriedad que hemos empleado al dar este paso.

Después de 25 años de separación este congreso no tuvo un carácter nostálgico sino de fuerza y confianza en el futuro. El “regreso a casa”, como se describió repetidamente el regreso de IR al CIT, es mucho más que la corrección de un error histórico, mucho más que sumar los militantes de IR al CIT. Representa el fortalecimiento cualitativo del CIT y de su capacidad para intervenir e influir en los acontecimientos del próximo período.

Es una unificación provocada por la crisis capitalista —que ha puesto a prueba a todas las tendencias revolucionarias— y del auge de la lucha de clases que afecta a todo el planeta. En medio de rupturas, escisiones y un ambiente pesimista que domina a otras formaciones de la izquierda en este período, esta unificación de principios de nuestras fuerzas será observada por los trabajadores, los jóvenes y los revolucionarios que buscan una alternativa socialista. ¡Os invitamos a todos a discutir y luchar con nosotros por la construcción del partido de masas mundial de la revolución socialista!

El congreso aprobó, también por unanimidad, un documento en el que se exponen las bases políticas y organizativas de esta unificación, y al que se puede acceder en nuestra web (http://bit.ly/2wvAqsr).

Escuela Internacional del CIT. Proyectando las ideas del marxismo  al futuro

Más de 400 militantes revolucionarios, sindicalistas, activistas juveniles y de los movimientos sociales, jóvenes y veteranos provenientes de 31 países participaron en la Escuela Internacional del CIT, durante una semana en Barcelona. Tanto los intensos debates como los informes, subrayaron los avances que hemos registrado en el período reciente, como reflejó también la gran delegación de Socialist Alternative, nuestra organización en EEUU, que en los últimos años ha experimentado un crecimiento formidable basado en la lucha exitosa por los 15 dólares la hora en varias ciudades clave, y la histórica reelección de Kshama Sawant al ayuntamiento de Seattle.

La escuela comenzó con una discusión plenaria sobre la situación en Europa, introducida por Peter Taaffe y respondida por Tony Saunois. El debate se centró en el carácter orgánico de la crisis actual del capitalismo que sigue sin resolverse, el ascenso de nuevas formaciones de izquierdas en varios países clave, y la importancia de una dirección marxista en la lucha contra la austeridad defendiendo una alternativa socialista revolucionaria a las direcciones reformistas de los movimientos de masas. Pudimos escuchar ejemplos de cómo en Gran Bretaña, en el Estado español, en Alemania, Brasil, Francia y en otras partes del mundo los compañeros del CIT y de IR se aproximan a estos movimientos que rodean a los nuevos partidos y dirigentes de izquierdas, desde Corbyn al PSOL (Partido del Socialismo y la Libertad, Brasil). Nuestro enfoque positivo en la construcción de estos movimientos para transformarlos en poderosos partidos de la clase obrera, combinado con una crítica honesta de los límites del reformismo y la defensa de un programa socialista e internacionalista nos ha permitido convertirnos, cada vez más, en factores significativos dentro y alrededor de estos procesos.

Hubo también sesiones plenarias sobre Perspectivas Mundiales, Feminismo Socialista y la Construcción del CIT. Se organizaron más de veinte comisiones a lo largo de la semana en las que se trataron con mayor profundidad cuestiones políticas y teóricas, además de las perspectivas y el trabajo del CIT en varios países y continentes.

Construyendo una dirección revolucionaria para vencer

La escuela tuvo lugar inmediatamente después de la absolución de los acusados de Jobstown en Irlanda, incluido Paul Murphy —nuestro diputado marxista en el parlamento irlandés— y otros dos miembros del Socialist Party (CIT en Irlanda). Esta campaña, en la que el CIT logró realizar una gran movilización internacional de solidaridad, representa una gran victoria. El papel dirigente de los miembros del Socialist Party en la lucha de masas contra las tasas del agua impuestas por la troika, a través de un boicot masivo que forzó la retirada de dichas tasas, subraya la importancia de una dirección socialista firme y de principios para ganar luchas decisivas de los trabajadores.

Lo mismo se puede decir de los avances logrados en EEUU bajo la dirección de Socialist Alternative (SA), donde la elección de Kshama Sawant en 2013 como concejala del Ayuntamiento de Seattle, la primera representante pública abiertamente socialista en esa ciudad en cien años, destacó firmemente a nuestra organización en el mapa político de la izquierda estadounidense, y en la vanguardia de las luchas contra Trump. El papel dirigente de Socialist Alternative ha hecho posible que Seattle se convirtiera en el primer ayuntamiento importante que aprobó el salario mínimo de 15 dólares la hora, impulsando un movimiento de masas que se ha extendido por todo el país. Justo antes de celebrar nuestra escuela, el ayuntamiento de Minneapolis también aprobaba los 15 dólares y de nuevo Socialist Alternative fue la punta de lanza del movimiento de masas que lo ha logrado, y en el que Ginger Jentzen, candidata de SA en las elecciones municipales del próximo mes de noviembre, ha jugado un papel destacado.

Como el ejemplo de nuestros compañeros irlandeses, Socialist Alternative en EEUU demuestra cómo se pueden utilizar los cargos políticos en las instituciones capitalistas desde un punto de vista marxista: no para subordinar o liquidar la lucha en las calles y en los centros de trabajo, sino para amplificar y fortalecer las luchas de nuestra clase. También el ejemplo del Sindicato de Estudiantes —cuyos dirigentes y cuadros más activos son miembros destacados de IR— es muy significativo: a través de numerosas movilizaciones de masas y huelgas generales estudiantiles se logró asestar un golpe a las políticas reaccionarias del PP, y forzar al gobierno de Mariano Rajoy a retirar las reválidas franquistas.

Todos los asistentes salimos entusiasmados de esta gran escuela, con más determinación y confianza en nuestro compromiso revolucionario, y con la vista puesta en la edición del próximo año que, sin duda, será igual de emocionante e inspiradora.

Este año se cumple el centenario de la Revolución de Octubre, cuando los trabajadores, los soldados y los campesinos pobres de Rusia se sacudieron siglos de opresión bajo el zarismo y acabaron con el poder de la burguesía y los terratenientes. Los gigantescos acontecimientos que tuvieron lugar en Rusia entre febrero y octubre de 1917 conmocionaron el mundo entero porque fueron la demostración de que los esclavos podían liberarse del yugo de sus amos, de que las masas oprimidas podían organizar la sociedad sin el concurso de sus explotadores. La onda expansiva de la Revolución de Octubre se dejó sentir inmediatamente en numerosos países, en Alemania, Austria, Hungría, Finlandia, Italia, Bulgaria, el Estado español, los países coloniales...

La FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS no podía dejar de conmemorar este centenario, y por ello hemos editado uno de los libros que mejor permite comprender el significado profundo de esa revolución: Diez días que estremecieron el mundo, del comunista estadounidense John Reed, escrito poco después de la misma, entre 1918 y 1919.

Para glosar la figura de John Reed publicamos a continuación la hermosa biografía que de él escribió Albert Rhys Williams (1883-1962), un sindicalista y periodista estadounidense de origen galés, amigo de John Reed, con quien estuvo en Rusia en 1917; de hecho, Reed lo nombra en los primeros párrafos del capítulo VIII.

Desde muy joven, Rhys Williams participó en actividades políticas y religiosas: con 20 años ayudó a organizar un sindicato de empleados de venta al por menor y en 1908 trabajó para la campaña presidencial del socialista Eugene Debs. Entre ese año y 1914 fue el reverendo de una iglesia de Maverick, en el este de Boston. Desde el púlpito instó a los feligreses a luchar para mejorar el mundo y recaudó fondos para apoyar la huelga textil de 1912 en Lawrence, también en el estado de Massachusetts. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, viajó a Europa como corresponsal de la revista Outlook. En 1917, empleado por el New York Post, se trasladó a Petrogrado para informar sobre la revolución en curso. Pasó ese verano viajando por Rusia. En otoño retornó a Petrogrado, donde se unió a sus compatriotas, y también periodistas, John Reed y Louise Bryant, su esposa. Juntos fueron testigos de la Revolución de Octubre. En Petrogrado conoció y trabó amistad con Lenin, a quien consideró “el hombre más civilizado y humano que jamás he conocido”. Rhys Williams relata esos días en su libro Through the Russian Revolution (A través de la Revolución Rusa).

Biografía de John Reed Albert Rhys Williams

Portland, en la costa del Pacífico, fue la primera ciudad estadounidense donde los trabajadores se negaron a cargar armas y municiones para el ejército de Kolchak1. John Reed nació en esta ciudad el 22 de octubre de 1887. Su padre fue una de esas naturalezas fuertes que Jack London retrata en sus cuentos del Oeste americano. Hombre de aguda inteligencia que odiaba la hipocresía y la injusticia, en vez de ponerse, como tantos otros, del lado de los ricos e influyentes, se enfrentó a ellos cuando, como pulpos gigantescos, se apoderaron de los bosques y otros recursos naturales del país, emprendiendo una lucha encarnizada. Fue perseguido, agredido, despedido de su empleo... Pero nunca capituló ante sus enemigos.

John Reed recibió de su padre un buen legado: una inteligencia despierta y un temperamento luchador, intrépido y valiente. Sus brillantes dotes fueron evidentes desde muy temprana edad y, al terminar sus estudios secundarios, llegó a Harvard, la universidad más famosa de EEUU. Allí enviaban a sus hijos los reyes del petróleo, los barones del carbón y los magnates del acero. Sabían muy bien que los cuatro años de deportes, lujo y aburrido estudio de aburridas ciencias depurarían sus espíritus del más leve indicio de radicalismo; en las universidades, decenas de miles de jóvenes estadounidenses se convertían en aguerridos defensores del orden establecido, en guardias blancos de la reacción.

John Reed pasó cuatro años entre los muros de Harvard, donde fue muy apreciado por sus virtudes personales y su capacidad. Se codeó a diario con los cachorros de las clases ricas y privilegiadas. Asistió a las terribles clases de los ortodoxos profesores de Sociología y escuchó los sermones de los sumos sacerdotes del capitalismo, los profesores de Economía Política. Y acabó por fundar un club socialista en el corazón de esa fortaleza de la plutocracia. Fue un verdadero bofetón en la cara de esos ignorantes instruidos. Se consolaban pensando que era una chiquillada y diciéndose: el radicalismo se le pasará tan pronto salga de la universidad y entre en la realidad de la vida.

John Reed obtuvo su título universitario, se lanzó al ancho mundo y lo conquistó en un período de tiempo increíblemente corto gracias a su amor a la vida, su entusiasmo y su pluma. En Harvard había sido miembro del consejo de redacción de la revista satírica Lampoon, demostrando un estilo ingenioso y brillante. De su pluma fluyó un torrente de poemas, relatos, dramas. Los editores lo abrumaban con ofertas, las revistas le pagaban sumas casi fabulosas, grandes diarios le encargaban crónicas de los acontecimientos más relevantes de la vida en el extranjero.

Se convirtió así en vagabundo por los grandes caminos del mundo. Quien quisiera estar al tanto de la actualidad, sólo tenía que seguir a John Reed; como el albatros, el ave de las tormentas, se presentaba allí donde estuviera ocurriendo algo importante.

En Paterson, la revuelta de los obreros textiles fue creciendo hasta convertirse en una tempestad revolucionaria; allí estuvo John Reed, entre la multitud.

En Colorado, los esclavos de Rockefeller salieron de los pozos y se negaron a volver a ellos a pesar de las porras y los fusiles de los guardias; John Reed fue uno de los rebeldes.

En México, los campesinos subyugados alzaron el estandarte de la rebelión y, encabezados por Villa, marcharon sobre el Palacio Nacional; John Reed cabalgó entre ellos.

El relato de esta batalla se publicó en el Metropolitan Journal y, más tarde, en su libro México insurgente. Con cierto sentimiento poético, John Reed pintó en sus páginas las montañas purpúreas y los inmensos desiertos protegidos por grandes cactus y arbustos espinosos. Le gustaban las llanuras infinitas, pero sobre todo amaba a sus habitantes, explotados sin piedad por los terratenientes y por la Iglesia católica. Reed los describe bajando con sus rebaños desde las montañas para unirse a los ejércitos libertadores, cantando por la noche alrededor del fuego y, a pesar del frío y el hambre, combatiendo aguerridamente por la tierra y la libertad descalzos y cubiertos de harapos.

Estalló la guerra imperialista. John Reed estaba allí donde tronaba el cañón: Francia, Alemania, Italia, Turquía, los Balcanes, Rusia. Cuando denunció la traición de los funcionarios zaristas y recopiló documentos que demostraban su participación en la organización de los pogromos, fue detenido por la policía junto al célebre artista Boardman Robinson. Pero, como siempre, valiéndose de un truco ingenioso, una feliz circunstancia o un golpe de suerte, escapó de sus garras y se lanzó a una nueva aventura. El peligro nunca lo detuvo. Era su elemento natural. Siempre se dirigía a las zonas prohibidas, a la primera línea de fuego.

En mi recuerdo tengo el viaje que hice con John Reed y Boris Reinstein por el frente de Riga en septiembre de 1917. Nuestro automóvil se dirigía al sur, hacia Cesis, cuando la artillería alemana comenzó a bombardear un pueblo situado al este. ¡Al instante, para John Reed ese pueblo se convirtió en el lugar más interesante del mundo! Insistió en ir allí. Fuimos acercándonos con cautela. De pronto, detrás de nosotros estalló un proyectil; en el lugar por donde acabábamos de pasar brotó una columna negra de humo y polvo.

Asustados, nos agarramos los unos a los otros convulsivamente, pero un minuto después John Reed estaba radiante, como si hubiera satisfecho una necesidad interior.

Así recorrió el mundo, de un país a otro, de un frente a otro, de una aventura extraordinaria a otra. Pero no era solamente un aventurero, un viajero que miraba con indiferencia el sufrimiento de la gente. Todo lo contrario: ese sufrimiento era también el suyo. Todo el caos, suciedad, agonía y sangre vertida ofendían su sentido de la justicia y la decencia. Trataba obstinadamente de llegar a la raíz del mal, para extirparla.

Cuando regresaba a Nueva York no era para descansar, sino para seguir trabajando y agitando.

Cuando volvió de México, declaró: “Sí, en México hay tumulto y caos, pero la responsabilidad de ello no es de los campesinos sin tierra, sino de quienes siembran la inquietud enviando oro y armas, es decir, de las compañías petroleras británicas y estadounidenses que pugnan entre ellas”.

A la vuelta de Paterson, organizó en la sala con más capacidad de Nueva York (el Madison Square Garden) una grandiosa representación dramática en torno a la lucha del proletariado de Paterson contra el capital, cuyos beneficios se destinaron a los huelguistas.

De Colorado trajo el relato de los crímenes en Ludlow, cuyo horror casi superaba al de los fusilamientos del Lena, en Siberia. Contó cómo los mineros fueron echados de sus casas y tuvieron que instalarse en tiendas de campaña, cómo esas tiendas fueron rociadas con queroseno e incendiadas, cómo los soldados dispararon contra los obreros que huían del incendio y cómo mujeres y niños perecieron entre las llamas. Dirigiéndose a Rockefeller, rey de los millonarios, bramó: “Son sus minas, son sus bandidos y soldados contratados. ¡Ustedes son los asesinos!”.

Regresaba de los campos de batalla no con charlas vacuas sobre las atrocidades de uno u otro bando, sino con una condena general de la guerra como epítome de la bestialidad, un baño de sangre organizado por imperialismos rivales. En la revista radical-revolucionaria The Liberator, a la que entregó gratuitamente sus mejores escritos, publicó un demoledor artículo antimilitarista titulado Prepara una mortaja para tu hijo. Junto a otros periodistas, fue llevado ante un tribunal de Nueva York acusado de traición a la patria. El fiscal hizo lo indecible por arrancar de los patrióticos miembros del jurado un veredicto de culpabilidad; llegó incluso a situar cerca del edificio del tribunal una banda que estuvo tocando el himno nacional todo el tiempo que duraron las deliberaciones. Pero Reed y sus compañeros defendieron sus convicciones con firmeza. Después de que Reed declarase orgullosamente que consideraba su deber luchar por la transformación social bajo la bandera revolucionaria, el fiscal le preguntó:

—Pero, en la actual guerra, ¿combatiría usted bajo la bandera estadounidense?

—No —contestó rotundamente.

—¿Y por qué no?

Como respuesta, Reed pronunció un discurso apasionado en el que describió los horrores que había presenciado en los campos de batalla. Su descripción fue tan vívida, tan impresionante, que conmovió hasta el llanto a algunos pequeñoburgueses prejuiciosos que formaban parte del jurado. Todos los acusados fueron absueltos.

Cuando EEUU entró en la guerra, John Reed tuvo que someterse a una operación quirúrgica y perdió un riñón. Los médicos lo declararon no apto para el servicio militar. “La pérdida de un riñón —dijo— puede librarme de hacer la guerra entre dos pueblos, pero no me libra de hacer la guerra entre las clases”.

En el verano de 1917, John Reed salió apresuradamente hacia Rusia porque en los primeros combates revolucionarios reconoció la proximidad de una gran guerra de clases.

Un rápido análisis de la situación le llevó a la conclusión de que la conquista del poder por el proletariado era lógica e inevitable. Pero las vacilaciones lo inquietaban. Cada mañana se irritaba al comprobar que la revolución aún no había triunfado. Por fin, el Smolny dio la señal y las masas se lanzaron a la lucha revolucionaria. Con toda la naturalidad del mundo, John Reed se lanzó con ellas. Estuvo en todas partes: en la disolución del preparlamento, en el levantamiento de las barricadas, en el entusiástico recibimiento tributado a Lenin y a Zinóviev cuando salieron de la clandestinidad, en la toma del palacio de Invierno...

Por todas partes iba recogiendo material: colecciones completas del Pravda y del Izvestia, proclamas, bandos, panfletos y carteles. Sentía especial pasión por los carteles. Cada vez que aparecía uno nuevo, si no podía conseguirlo de otro modo, lo arrancaba de una pared sin vacilación.

Por aquellos días, los carteles se imprimían en tal cantidad y con tal rapidez, que era difícil encontrar un lugar donde pegarlos. Carteles de todos los partidos —los kadetes, los eseristas, los mencheviques, los eseristas de izquierda, los bolcheviques— estaban pegados unos encima de otros, en capas tan gruesas que un día Reed desprendió dieciséis sobrepuestos. Me parece verlo entrar en mi habitación agitando el tocho de papel y exclamando: “¡Mira! ¡He cogido toda la revolución y la contrarrevolución!”.

Así, por distintas vías, fue reuniendo una colección de materiales tan formidable que, cuando desembarcó en el puerto de Nueva York después de 1918, los agentes del Departamento de Justicia de EEUU se la confiscaron. Pero logró recuperarla y ocultarla en el cuarto neoyorquino donde, entre el estruendo de los trenes que pasaban por encima y por debajo, escribió su libro Diez días que estremecieron el mundo.

Huelga decir que los reaccionarios estadounidenses no querían que este libro llegase a manos del público. Seis veces entraron en las oficinas de la editorial para intentar robar el manuscrito. Una fotografía de John Reed lleva esta dedicatoria: “A mi editor, Horatio Liveright, que estuvo a punto de arruinarse por publicar este libro”.

Este libro no fue el único fruto de su actividad literaria para difundir la verdad sobre Rusia. Obviamente, la burguesía, que odiaba y temía la Revolución de Octubre, trató de ahogarla en un torrente de calumnias. Las tribunas políticas, las pantallas de los cines, las columnas de los periódicos y las páginas de las revistas desparramaban oleadas interminables de sucias mentiras. Las publicaciones que antes se desvivían por obtener artículos de Reed, ahora se negaban a publicar ni una sola línea escrita por él. Pero no pudieron silenciarlo. John Reed hablaba en actos multitudinarios.

Fundó su propia revista, colaboró en el periódico de izquierda The Revolutionary Age, predecesor de The Communist, escribió artículo tras artículo para The Liberator, viajó por EEUU, dio conferencias, atiborrando de datos a quienes acudían a escucharlo, contagiándoles su entusiasmo combativo y su ardor revolucionario. Por último, en el corazón mismo del capitalismo estadounidense, en unión de otras personas, fundó en 1919 el Partido Comunista Obrero, tal como diez años antes había fundado un club socialista en el corazón de la Universidad de Harvard.

Como es habitual, los “sabios” se habían equivocado. El radicalismo de John Reed había sido cualquier cosa menos una “chiquillada”. Contra todos sus pronósticos, el contacto con el mundo exterior no había “curado” en absoluto a John Reed. Al contrario, había reafirmado y fortalecido su radicalismo. La burguesía estadounidense pudo comprobar la firmeza y profundidad de las convicciones de John Reed leyendo The Voice of Labor (La Voz del Trabajo), el nuevo órgano comunista dirigido por John Reed. La burguesía se daba cuenta ahora de que su patria también contaba con un auténtico revolucionario. ¡Pero la palabra revolucionario la hizo temblar! Sin duda, EEUU había conocido revolucionarios en su pasado lejano. Los nombres de sociedades como los Hijos de la Revolución Estadounidense o las Hijas de la Revolución Estadounidense nos lo recuerdan. Así es cómo la burguesía reaccionaria rinde homenaje a la revolución de 1776. Pero aquellos revolucionarios dejaron este mundo hace ya mucho tiempo. Sin embargo, John Reed era un revolucionario vivo, increíblemente vivo, ¡un azote y un desafío para la burguesía! Había que encerrarlo a toda costa. Así que fue arrestado, pero no una vez ni dos, sino veinte veces. En Filadelfia, la policía clausuró el local donde John Reed iba a hablar; él se subió a un cajón y desde esa “tribuna” habló a la multitud que ocupaba la calle. El acto tuvo tanto éxito, que, tras detenerlo por “alteración del orden público”, no pudieron convencer al jurado de que pronunciase un veredicto de culpabilidad. Parecía como si las autoridades de las ciudades estadounidenses no estuvieran contentas si no detenían a John Reed al menos una vez. Pero él siempre logró salir libre, bien bajo fianza o por un aplazamiento del juicio. Inmediatamente, se apresuraba a saltar a una nueva arena.

La burguesía occidental ha convertido en un hábito achacar todas sus desgracias y todos sus reveses a la Revolución Rusa, uno de cuyos crímenes más nefastos es haber vuelto loco a ese joven estadounidense tan brillante y convertirlo en un fanático de la revolución. Así piensa la burguesía. La realidad es un poco diferente.

Rusia no hizo de John Reed un revolucionario. La sangre revolucionaria estadounidense fluyó por sus venas desde el mismo día que nació. Aunque los estadounidenses siempre son considerados una nación acomodada, satisfecha de sí misma y reaccionaria, la indignación y la rebeldía aún laten en ellos. Piénsese en los grandes rebeldes del pasado: Thomas Paine, Walt Whitman, J. Brown, Parsons. Y también en los compañeros de lucha de John Reed: Bill Haywood, Robert Minor, Ruthenberg y Foster. Recuérdense los sangrientos conflictos en los distritos industriales de Homestead, Pullman y Lawrence, las luchas de los IWW (Trabajadores Industriales del Mundo)... Todos ellos —los dirigentes y las masas— son estadounidenses. Aunque no sea muy obvio en la actualidad, la sangre estadounidense tiene una fuerte adicción a la rebelión.

Por eso no puede decirse que fue Rusia la que hizo de John Reed un revolucionario. ¡Sí lo convirtió en un revolucionario coherente y con pensamiento científico! Este es el gran mérito de Rusia: lo llevó a interesarse por las obras de Marx, Engels y Lenin; le dio una comprensión de la historia y del curso de los acontecimientos; le ayudó a remplazar sus puntos de vista humanistas, un tanto vagos, por los hechos puros y duros de la economía; lo llevó a convertirse en un educador del movimiento obrero estadounidense y a esforzarse por aportarle los fundamentos científicos que sustentaban sus propias convicciones.

“La política no es tu fuerte, John —le decían a menudo sus amigos—. Tú eres un artista, no un propagandista. ¡Deberías dedicar tu talento a la actividad literaria creativa!”. A menudo sentía la verdad de estas palabras, pues en su mente brotaban sin cesar nuevos poemas, novelas y dramas que trataban de expresarse, que aspiraban a revestir una forma literaria. Pero cuando sus amigos le insistían en que dejase a un lado la propaganda revolucionaria y se sentara en el escritorio, él, sonriente, les respondía: “Vale, lo haré enseguida”.

Pero ni por un minuto redujo su actividad revolucionaria. ¡Simplemente no podía! La Revolución de Octubre lo había cautivado por completo, estaba dominado por ella y lo obligó a someter su fluctuante temperamento anárquico a la rigurosa disciplina del comunismo. Ella lo envió, cual profeta con una antorcha encendida, a las ciudades de EEUU y ella lo llamó un día a Moscú para trabajar, desde la Internacional Comunista, por la unificación de los dos partidos comunistas estadounidenses.

Equipado con nuevos conocimientos de la teoría revolucionaria, emprendió un viaje clandestino a Nueva York. Pero un marinero lo traicionó y lo desembarcaron en Finlandia, donde fue encarcelado. Desde allí volvió a Rusia, escribió en la prensa de la Internacional Comunista, recopiló materiales para un nuevo libro y asistió como delegado al Congreso de los Pueblos de Oriente, en Bakú. Enfermó de tifus (probablemente contraído en el Cáucaso); agotado por el exceso de trabajo, no pudo reponerse y murió el domingo 17 de octubre de 1920.

Otros luchadores del temple de John Reed combaten contra el frente contrarrevolucionario en EEUU y Europa con la misma determinación con que el Ejército Rojo ha combatido contra la contrarrevolución en la Unión Soviética. Unos fueron asesinados, otros enmudecieron para siempre en prisión; uno perdió la vida en una tempestad desatada en el mar Blanco, cuando regresaba a Francia; otro se estrelló en San Francisco con el avión desde el que lanzaba proclamas contra la intervención. El asalto del imperialismo contra la revolución ha sido furioso, pero podría haberlo sido todavía más de no haber sido por estos luchadores. Hicieron mucho para contener la contrarrevolución. A la Revolución Rusa no sólo la han ayudado los rusos, los ucranianos, los tártaros y los caucasianos, sino también, aunque sea en menor medida, los franceses, los alemanes, los británicos, los estadounidenses... Entre los no rusos sobresale la figura de John Reed, hombre de un talento extraordinario, alcanzado por la muerte en la flor de la vida...

Cuando de Helsingfors y de Revel llegó la noticia de su muerte, estábamos convencidos de que era una más de las muchas mentiras que fabrica y difunde a diario la reacción. Pero cuando Louise Bryant nos la confirmó, tuvimos que abandonar, pese a nuestro dolor, la esperanza de verla desmentida.

A pesar de que la muerte sorprendió a John Reed en el exilio y condenado en su patria a cinco años de prisión, la prensa burguesa le había dado crédito como artista y como ser humano. Los burgueses se sintieron aliviados: John Reed, el gran desenmascarador de sus mentiras y de su hipocresía, el hombre cuya pluma los ponía constantemente en la picota, había dejado de existir.

Los revolucionarios estadounidenses han sufrido una gran pérdida. Para los camaradas que viven fuera de EEUU es muy difícil apreciar la honda tristeza causada por su muerte. Los rusos consideran algo natural que un hombre muera por sus convicciones. En la Rusia soviética, miles y decenas de miles de personas han dado su vida por el socialismo. Pero en EEUU estos sacrificios no abundan. Si se quiere, John Reed fue el primer mártir de la revolución comunista, el que marcó el camino que luego siguieron miles. El repentino fin de su vida, verdaderamente meteórica, en una lejana Rusia cercada por el bloqueo fue un golpe terrible para los comunistas estadounidenses. Sólo un consuelo les ha quedado a sus viejos amigos y camaradas: John Reed ha encontrado su último reposo allí donde él quería, en las murallas del Kremlin.

Sobre su tumba se ha colocado una lápida acorde con su carácter, una piedra de granito sin pulir en la que están grabadas estas palabras:

John Reed, delegado de la III Internacional, 1920

COLABORA CON NOSOTROS Y HAZTE SOCIO

Distribuidor comercial  a librerías Rodrigo Pasero. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. 629 724 830 

Hazte socio de la Fundación Federico Engels y contribuye a su mantenimiento económico y favorece el desarrollo de sus actividades y publicaciones.

¡Ayudanos a defender y difundir las ideas del marxismo revolucionario!

Ver más información...

@ Fundación Federico Engels. Todos los derechos reservados

Condiciones legales de uso y política de privacidad