INICIO

La publicación por parte de la Fundación Federico Engels del libro de Elisabeth K. Poretsky, Los Nuestros, responde a un vivo interés político. Si en 2017 con la edición de Diez días que estremecieron el mundo —del comunista norteamericano John Reed— conmemorábamos el centenario de la Revolución Rusa, era de justicia dar a conocer la historia colectiva de aquellos revolucionarios que, defendiendo el ideal internacionalista proclamado por Octubre, fueron masacrados en la larga noche del estalinismo.

Este inmenso libro —descatalogado y muy difícil de adquirir desde hace años1—desgrana el balance vital de una entregada militante comunista desde 1917, y la Memoria del que fue su compañero y camarada hasta su asesinato por agentes de la policía política de Stalin: Ignace Reiss, o Ludwig como es nombrado a lo largo de la obra.

En un fresco doloroso que se inicia en la época heroica de la Revolución Rusa —cuando el joven Estado obrero, combatido a sangre y fuego por las potencias imperialistas, afirmó su derecho a existir—, Elisabeth Poretsky describe con todo detalle a una generación de revolucionarios abnegados y entregados en cuerpo y alma a la causa del socialismo. Forjados al calor de los gigantescos acontecimientos políticos del primer tercio del siglo XX y en los violentos choques que la lucha de clases imponía en aquel momento a los trabajadores, curtidos por la dura experiencia de la Primera Guerra Mundial, de la propia Revolución Rusa y de la guerra civil que sucedió a esta, un nutrido grupo de militantes comunistas europeos terminarían a las órdenes del Cuarto Buró, inicialmente adscrito a la Internacional Comunista y posteriormente reconvertido en el Departamento Central de Inteligencia del Ejército Rojo. Conscientes de los sacrificios y renuncias por las que tendrían que pasar, estos “revolucionarios profesionales” estaban dispuestos a servir, desde el campo del espionaje, a los intereses de la Unión Soviética y de la revolución mundial, como antes lo habían hecho desde las filas de los partidos comunistas de sus respectivos países.

No lo hacían por dinero, ni por el prestigio y la gloria. Entendían este trabajo extremadamente difícil, que exigía el paso a la clandestinidad y la ruptura de vínculos con viejos camaradas, amigos y familiares, como parte de un sólido compromiso con los oprimidos. Al contrario que los mercenarios de los Servicios Secretos occidentales, los militantes revolucionarios que engrosaron las filas de la Inteligencia soviética eran en su mayoría jóvenes trabajadores, devotos de las ideas del bolchevismo y de un pueblo que terminó con un régimen de opresión para empezar a construir una sociedad igualitaria.

Ignace Reiss, también conocido bajo los alias de Ludwig, Ignace Poretsky, Ignatz Reiss Ludwik, Hans Eberhardt, Steff Brandt, Nathan Poreckij y Walter Scott, fue uno de esos hombres. Y fue también el primero de estos agentes en decidirse a una ruptura pública con el Kremlin, asqueado por las purgas y asesinatos de cuadros valiosos del Partido Comunista de la URSS (PCUS), y la nefasta política del estalinismo durante la revolución española (1936-1939).

Su gesto le llevaría a la muerte tan solo unas pocas semanas después de enviar una carta de ruptura al comité central del PCUS, en la que también afirmaba su decisión de continuar el combate por el socialismo bajo la bandera de la Cuarta Internacional de León Trotsky. Tras su asesinato, perpetrado en una ciudad suiza por un comando del NKVD, su esposa y compañera, Elsa Bernard, escribiría bajo el alias de Elisabeth K. Poretsky, Los Nuestros, toda una denuncia de los crímenes de la burocracia estalinista y un homenaje póstumo, no sólo a su marido, sino también a los camaradas de lucha que cayeron abatidos en los sótanos de la Lubianka, en los campos de concentración o fueron condenados mediante el destierro al ostracismo y al olvido. El libro es un veredicto inapelable contra los verdugos y al sistema de Terror que aniquiló la Revolución de Octubre y la Internacional Comunista.

Internacionalistas sin fronteras

Ignace Reiss, cuyo verdadero nombre era Nathan Markovic Poreckij, nació en 1899 en la región de Galitzia, un territorio que se extiende entre el sureste de Polonia y el oeste de Ucrania, y que en aquel periodo histórico se hallaba bajo el control político y administrativo del Imperio Austro-Húngaro. Durante sus años de estudiante Reiss establecería una sólida amistad con un grupo de jóvenes de su misma ciudad, muchos de los cuales abrazaron también la causa revolucionaria y que, convertidos asimismo en agentes del espionaje soviético, terminarían compartiendo, en una u otra forma, su trágico destino.

La región de Galitzia conformaba una auténtica encrucijada de etnias y nacionalidades más o menos oprimidas en función del gobierno del momento. Ucranianos, rutenos, polacos y una importante minoría judía convivían en este territorio que, en noviembre de 1918, tras la firma del armisticio de Compiégne, quedaría bajo el gobierno de la nueva Polonia que, por primera vez desde 1795, recuperaba su independencia.

Aunque los primeros contactos de Reiss con el marxismo se realizaron a través de los círculos socialistas de Viena, será en el Partido Comunista de los Obreros Polacos (KPRP), fuertemente influido por las ideas de Rosa Luxemburgo, donde Ignace iniciará su militancia activa en 1919. Tras la muerte de Lenin, la influencia de Rosa sería utilizada como “argumento” en las sucesivas purgas que sufriría el partido polaco, cuyos miembros eran acusados invariablemente de “luxemburguismo” frente a una pretendida línea “leninista” cuyos supuestos principios nunca se formularon en vida de Lenin.

En el verano de 1920 el Ejército Rojo desencadenó una fuerte ofensiva contra las tropas polacas de Józef Piłsudski, que meses antes habían ocupado la mayor parte de Ucrania y su capital, Kiev. El avance de las tropas soviéticas fue fulminante, y entre los dirigentes bolcheviques, especialmente Lenin, se vislumbró la posibilidad de una insurrección comunista que derribara el gobierno reaccionario de Varsovia. En ese momento, la actividad de numerosos militantes del partido polaco se desplazaría desde el plano político al terreno militar: la tarea de contribuir no sólo al triunfo del ejército soviético, sino de alentar el levantamiento contra Piłsudski, les empujo a participar en todo tipo de sabotajes y obtener información militar para favorecer la victoria revolucionaria. Aquella sería la última ocasión en que Ignace trabajaría para el partido polaco. Al finalizar la guerra, y tras una visita a Viena en 1921 como delegado del KPRP, se convertiría en agente soviético del Cuarto Buró.

Su decisión estaba sólidamente fundamentada: como comunista internacionalista comprendía que la lucha por el socialismo no conocía fronteras, pero además el creciente aislamiento de la Unión Soviética en el plano internacional, tras el repliegue forzado de las tropas soviéticas a las puertas de Varsovia, y los fracasos revolucionarios en Alemania, Hungría y Baviera, hacían más necesario redoblar los esfuerzos para defender el joven Estado obrero. Destinado a Polonia, en 1922 sería detenido bajo la acusación de espionaje y condenado a 5 años de prisión, la pena máxima en aquel tiempo para ese tipo de delitos. A los 18 meses consiguió escapar y refugiarse en Alemania, abandonando Polonia definitivamente.

Reiss jamás había imaginado que su ruptura forzosa con el partido y con sus camaradas de militancia, impuesta por las más elementales medidas de seguridad, se convertiría en algo definitivo. Siempre había considerado su actividad para el Cuarto Buró como algo provisional determinado por la coyuntura política, y ansiaba reincorporarse a su acción militante entre los trabajadores. Sin embargo, no fue así. Jamás volvió a colaborar directamente con los comunistas polacos ni a implicarse en sus actividades. Esto le hizo aún más penoso asistir como espectador a la terrible represión que se cernió sobre sus camaradas, tanto por parte del gobierno polaco como la desencadenada posteriormente por Stalin, que supondría la liquidación física de la mayoría de sus dirigentes.

La lucha contra el régimen estalinista

Ignace Reiss trabajó durante más de 15 años para la Unión Soviética en diversos países europeos, y alcanzó la mayor distinción que un agente podía obtener por su labor: la Orden de la Bandera Roja. En ese largo periodo, su actividad estuvo recorrida por la contradicción que le provocaba su sincero compromiso revolucionario y la desconfianza cada vez mayor hacia el régimen que se desarrollaba a la sombra de la burocracia estalinista.

Los recelos de Ignace no eran, ni mucho menos, únicos. La Oposición de Izquierda liderada por León Trotsky, y a cuyos militantes Elisabeth Poretsky ofrece un merecido tributo en su libro, fue la primera en luchar contra la deriva autoritaria estalinista y, sobre todo, la que de manera consciente elaboró un programa político marxista para recuperar la democracia obrera y garantizar la continuidad de la revolución. En las filas de la Oposición militaban muchos de los miembros de la vieja guardia leninista que habían asumido las tareas de conducción del Estado soviético en los momentos más críticos. A estas fuerzas se sumaron, en 1926, las de los partidarios de Zinóviev y Kámenev, que habían roto con Stalin después de que éste formulase su teoría contrarrevolucionaria del “socialismo en un solo país”. Ambos destacamentos formaron durante un breve periodo de tiempo la llamada Oposición Conjunta, hasta que Zinóviev y Kámenev capitularon definitivamente ante Stalin.

Los trotskistas constituyeron la oposición más decidida, consecuente y valerosa de todos los agrupamientos que surgieron en el interior del PCUS y de la Internacional Comunista. Pero el descontento y la crítica ante la política errática y aventurera de Stalin y sus principales colaboradores ya desde mediados de los años veinte, se extendía por el seno del partido ruso y las secciones nacionales de la Internacional.

El ascenso de la burocracia estalinista y su poder se asentaban en factores políticos de enorme trascendencia, como el fracaso de las sucesivas revoluciones en Europa y Asia que condenaron a la Unión Soviética a un largo periodo de aislamiento. Conscientes de su posición dirigente en la administración del Estado y en el partido, una legión de arribistas y funcionarios desmoralizados utilizaban a discreción las posibilidades de sus cargos para disfrutar de privilegios materiales y un control social indiscutible. La solidaridad común y los lazos que los vinculaban entre sí se hicieron cada vez más fuertes, y Stalin era la mejor garantía para que nadie importunase esta relación ventajosa. Los millones de obreros y campesinos extenuados por las duras condiciones de su existencia, diezmados tras años de guerra, desmoralizados por los fracasos internacionales, e impotentes para continuar sosteniendo la tensión revolucionaria contra su propia dirección degenerada, fueron incapaces de evitar que esta casta privilegiada se elevase por encima ellos y les expropiara políticamente del poder que habían logrado con la Revolución de Octubre.

Con todo, el régimen estalinista era muy inestable a mediados de la década de los veinte. Para apuntalarse necesitaba anular la conciencia del viejo Partido Bolchevique, encarnada en miles de cuadros y dirigentes que todavía poseían fuertes vínculos con su tradición heroica. La represión sistemática, brutal y sangrienta, constituyó un arma política de primer orden, absolutamente imprescindible para afianzar a los nuevos “mandarines”.

La Oposición de Izquierda sufrió una persecución que no tiene precedentes en la historia. Ninguna corriente política ha sido tan calumniada, hostigada y exterminada como la organización encabezada por León Trotsky en la URSS e internacionalmente. El destino de sus militantes de aquella época es bien conocido: expulsados del PCUS, despedidos de sus trabajos, fueron a parar por docenas de miles a las cárceles estalinistas y a los campos de concentración acusados de “enemigos del pueblo”. La inmensa mayoría de ellos murieron ejecutados. Pero no fueron los únicos en sufrir este destino: cientos de miles de militantes del partido, incluidos los dirigentes de la llamada Oposición de Derecha (liderada por Bujarin), así como numerosos cuadros que se mantuvieron fieles a Stalin y aceptaron sus políticas, perecieron en las grandes purgas de los años treinta.

Una masa ingente de confidentes, acusaciones falsas, juicios fraudulentos, encarcelamientos, deportaciones y asesinatos indiscriminados, que afectaban indistintamente a los militantes y a sus familiares directos o lejanos, instauraron un clima de terror paralizante que permitió a la burocracia consolidar su dominio absoluto.

Trotsky analizó la naturaleza social y política del régimen estalinista en numerosos trabajos —de manera sistemática en su obra La revolución traicionada2—revelando el mecanismo que hizo posible que decenas de miles de revolucionarios colaborasen con la contrarrevolución estalinista, lo que no les salvaría de acompañar en su suerte a los mismos militantes a los que delataban. En el libro, Elisabeth Poretsky incide y mucho en esta cuestión, situándola en su dimensión histórica: “(…) Sabemos, o creemos saber cómo comportarnos frente a un enemigo a quien se ha combatido. Pero ¿cómo debe uno conducirse ante los suyos, ante aquellos por quienes se estaba dispuesto a perder la vida y la libertad? Lo ignoro. (…) Pero ¿tendría yo la fuerza necesaria para negarme a seguir su juego? ¿Tendría yo más fortaleza de espíritu que los acusados de los procesos, que eran mejores que yo y habían rendido a la Revolución servicios infinitamente más importantes que los míos?”. Estas palabras dirigidas por Reiss a su esposa resumen la orfandad política y la desesperanza de miles de revolucionarios ante el fenómeno estalinista.

La atmósfera cada vez más opresiva y desesperanzadora para miles de comunistas, se hacía aún más lacerante si consideramos el avance del fascismo en Italia y Alemania, y su amenaza de conquistar Europa. Por eso mismo, el estallido de la revolución y la guerra civil en España alumbró la esperanza entre muchos revolucionarios y, por supuesto, en cientos de agentes soviéticos en el extranjero. El triunfo de los trabajadores españoles se vislumbraba como la última posibilidad para corregir el curso de los acontecimientos en la propia Unión Soviética e impulsar nuevamente la revolución mundial.

Pero el éxito de la revolución española amenazaba directamente a la burocracia estalinista que, instalada en la teoría reaccionaria del “socialismo en un solo país”, no aspiraba más que a la coexistencia pacífica con las grandes potencias capitalistas. El acercamiento de Stalin a las burguesías “democráticas” de Gran Bretaña y Francia, a través de la política de Frente Popular, supuso la ruina de la revolución española. El desarrollo lógico de este programa de colaboración de clases desencadenó a su vez una brutal represión en la retaguardia republicana: los estalinistas se lanzaron contra los elementos más izquierdistas, en especial anarquistas y poumistas3, lo que asfaltó el camino para el triunfo de Franco y la Segunda Guerra Mundial.

No es ninguna casualidad que los Procesos de Moscú, la farsa judicial emprendida por Stalin contra los compañeros de armas de Lenin y que acabó con su exterminio, coincidiese con el desarrollo de la revolución obrera y la lucha armada contra el fascismo en el Estado español. Y fueron estos hechos los que convencieron definitivamente a Ignace Reiss de que debía romper su relación con el sistema estalinista y su política.

De nada sirvió que tomará toda una serie de precauciones para preservar su seguridad y la de su familia. Su carta pública de ruptura, y sus movimientos para lograr la protección de los militantes de la Cuarta Internacional, fueron conocidos con prontitud por los agentes estalinistas que comenzaron la caza del hombre. Sirviéndose de una antigua colaboradora de Reiss para atraerle a una emboscada, los verdugos de la GPU4 lo cosieron a balazos en la localidad suiza de Lausana.

El motivo fundamental por el que Reiss debía morir estaba claro: la trascendencia de su decisión política y, por encima de todo, el temor a que su ejemplo contagiara a otros agentes y cuadros de la Internacional y del propio PCUS.

Pese a sus actividades de espionaje, ni él en el momento de su ruptura, ni su compañera Elsa posteriormente, revelaron nunca informaciones sensibles a ningún servicio de inteligencia extranjero ni buscaron su cobijo. Renunciaron de antemano a una vida confortable bajo la protección de las potencias imperialistas, que les habrían acogido con los brazos abiertos, prefiriendo continuar la batalla por la revolución mundial conscientes de que enfrentarían aún más peligros y adversidades. La ruptura de Reiss con Stalin no suponía una claudicación ni una traición a la causa del socialismo sino, como el mismo expresó rotundamente, la única manera de continuar esa lucha a la que había dedicado toda su vida y a la que entregó también su muerte. Su carta al comité central del Partido Comunista de la Unión Soviética es su mejor testimonio:

“No puedo más. Recobro mi libertad. Vuelvo a Lenin, a su enseñanza y a su acción. Pretendo consagrar mis humildes fuerzas a la causa de Lenin: ¡Quiero combatir, pues solamente nuestra victoria —la victoria de la revolución proletaria— liberará a la humanidad del capitalismo y a la Unión Soviética del estalinismo! ¡Adelante hacia nuevos combates por el socialismo y la revolución proletaria! ¡Por la construcción de la Cuarta Internacional!”.

Notas

  1. 1. La única edición disponible en el estado español fue publicada por editorial Zero con el título Nuestra propia gente, Bilbao 1972.
  2. 2. León Trotsky, La revolución traicionada, Fundación Federico Engels, Madrid 2015.
  3. 3. Para conocer más a fondo los hechos de la revolución española se puede consultar la obra de Felix Morrow Revolución y contrarrevolución en España y la colección de cinco volúmenes Revolución socialista y guerra civil (1931-1939), ambas editadas por la FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS.
  4. 4. La policía política de Stalin.

Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida. La lucha era su elemento (…) Por eso, Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo.

Discurso pronunciado por Engels en el cementerio de Highgate en Londres, el 17 de marzo de 1883, tres días después de la muerte de Marx

Este año se cumple el bicentenario del nacimiento de Karl Marx (5 de mayo de 1818). La obra de Marx, y la de su camarada de ideas y militancia revolucionaria, Friedrich Engels, está íntimamente ligada al desarrollo del movimiento obrero moderno con conciencia de clase, y sin ella no se hubiera operado la transformación del pensamiento socialista dotándolo de una base materialista y dialéctica.

A pesar de las falsificaciones que la burguesía ha realizado a lo largo del tiempo, pintando a Marx como un “sabio” de gabinete desconectado de la vida real, su figura es la de un revolucionario resuelto que participó activamente en las batallas políticas de su época, y que dedicó sus energías no sólo a elaborar una concepción alternativa al mundo capitalista, sino también a construir los instrumentos que hicieran posible su derro­camiento. Desde su ligazón a la Liga de los Comunistas, la redacción junto con Engels del imperecedero Manifiesto Comunista y de su monumental obra, El Capital, o su intervención directa en la revolución de 1848 en Alemania y en la organización la Primera Internacional, Marx jamás se desligó de la clase que tiene la capacidad revolucionaria de transformar el mundo: el proletariado.

La construcción de una nueva sociedad socialista liberada de opresión y basada en la igualdad es el motor que nos inspira en Izquierda Revolucionaria. Por eso invitamos encarecidamente a la nueva generación de militantes revolucionarios a que lean a Marx y estudien a los grandes marxistas, no como un dogma sino como una guía para la acción. Y que mejor para ello que ceder la palabra a Lenin en uno de sus trabajos de divulgación —sencillo pero sólidamente construido— sobre el personaje y su obra.

Karl Marx

(Breve esbozo biográfico, con una exposición del marxismo)1

  1. V. I. Lenin

Karl Marx nació el 5 de mayo de 1818 en Tréveris (ciudad de la Prusia renana). Su padre era un abogado judío convertido al protestantismo en 1824. Su familia era acomodada y culta, aunque no revolucionaria. Tras cursar en Tréveris sus estudios de bachillerato, Marx se matriculó en la universidad, primero en la de Bonn y luego en la de Berlín, haciendo la carrera de Derecho, pero estudiando sobre todo historia y filosofía. Terminó sus estudios universitarios en 1841 con una tesis sobre la filosofía de Epicuro2. Sus ideas eran todavía las de un idealista hegeliano3. En Berlín se acercó al círculo de los hegelianos de izquierda4 (Bruno Bauer y otros), que intentaban extraer de la filosofía de Hegel conclusiones ateas y revolucionarias.

Terminados sus estudios universitarios, Marx se trasladó a Bonn, con la intención de hacerse profesor. Pero la política reaccionaria del gobierno —que en 1832 había despojado de su cátedra a Ludwig Feuerbach y que en 1836 le había negado el reingreso en las aulas, y que en 1841 privó al joven profesor Bruno Bauer del derecho a enseñar desde la cátedra de Bonn— obligó a Marx a renunciar a la carrera docente. En aquella época, las ideas de los hegelianos de izquierda avanzaban rápidamente en Alemania. Fue Ludwig Feuerbach quien, sobre todo a partir de 1836, comenzó a someter a crítica la teología y a orientarse hacia el materialismo, que en 1841 (La esencia del cristianismo) se impone ya definitivamente en sus doctrinas; en 1843 ven la luz sus Principios de la filosofía del porvenir. “Hay que haber vivido la influencia liberadora” de estos libros, escribió Engels años más tarde refiriéndose a esas obras de Feuerbach. “Nosotros [es decir, los hegelianos de izquierda, entre ellos Marx] nos hicimos en el acto feuerbachianos”. Por aquel tiempo, los burgueses radicales renanos, que tenían ciertas coincidencias con los hegelianos de izquierda, fundaron en Colonia un periódico de oposición, la Gaceta Renana (cuyo primer número salió el 1 de enero de 1842). Sus principales colaboradores eran Marx y Bruno Bauer; en octubre de 1842, Marx fue nombrado redactor jefe del periódico y se trasladó de Bonn a Colonia. Con Marx al frente, la tendencia democrático-revolucionaria del periódico fue acentuándose, y el gobierno lo sometió primero a una doble censura y luego a una triple, para acabar ordenando su total supresión a partir del 1 de enero de 1843. Marx se vio obligado a abandonar su puesto de redactor jefe antes de esa fecha, pero su salida tampoco logró salvar al periódico, que dejó de publicarse en marzo de 1843. Entre los artículos más importantes publicados por Marx en la Gaceta Renana, Engels menciona, además de los que citamos más adelante (véase la Bibliografía5), el referido a la situación de los campesinos viticultores del valle del Mosela6. Como su labor periodística le había demostrado que no conocía suficientemente la economía política, Marx se dedicó afanosamente al estudio de esta ciencia.

En 1843, Marx se casó en Kreuznach con Jenny von Westphalen, amiga suya de la infancia y con la que se había prometido cuando todavía era estudiante. Su esposa pertenecía a una reaccionaria familia aristocrática prusiana. Su hermano mayor fue ministro del Interior prusiano durante una de las épocas más reaccionarias (1850-58). En el otoño de 1843, Marx se trasladó a París, con objeto de editar en el extranjero una revista de tendencia radical en colaboración con Arnold Ruge (1802-1880; hegeliano de izquierda, encarcelado de 1825 a 1830, emigrado después de 1848, y partidario de Bismarck después de 1866-70). De esta revista, titulada Anales franco-alemanes, sólo llegó a ver la luz el primer cuaderno. Las dificultades con que tropezó su difusión clandestina en Alemania y las discrepancias de criterio surgidas entre Marx y Ruge hicieron que se suspendiese su publicación. Los artículos de Marx en los Anales nos muestran ya al revolucionario que proclama la “crítica despiadada de todo lo existente” y, en especial, la “crítica por las armas7”, apelando a las masas y al proletariado.

En septiembre de 1844 llegó a París, por unos días, Federico Engels, quien desde ese momento se convirtió en el amigo más íntimo de Marx. Ambos participaron de forma conjunta y muy activa en la vida, febril por aquel entonces, de los grupos revolucionarios de París (especial importancia revestía la doctrina de Proudhon8, a la que Marx sometió a una crítica demoledora en su obra Miseria de la filosofía, publicada en 1847) y, en lucha enérgica contra las diversas doctrinas del socialismo pequeñoburgués, forjaron la teoría y la táctica del socialismo proletario revolucionario, o comunismo (marxismo). Véanse las obras de Marx de esa época (1844-48) en la Bibliografía. En 1845, a instancias del gobierno prusiano, Marx fue expulsado de París por revolucionario peligroso, instalándose en Bruselas. En la primavera de 1847, Marx y Engels se afiliaron a una sociedad secreta de propaganda, la Liga de los Comunistas, y tuvieron una participación destacada en el II Congreso de esta organización (celebrado en Londres en noviembre de 1847), que les encomendó la redacción del famoso Manifiesto Comunista, que vio la luz en febrero de 1848. Esta obra expone, con claridad y brillantez geniales, la nueva concepción del mundo, el materialismo consecuente aplicado también al campo de la vida social, la dialéctica como la más completa y profunda doctrina del desarrollo, la teoría de la lucha de clases y del papel histórico revolucionario universal del proletariado como creador de una sociedad nueva, de la sociedad comunista.

Al estallar la revolución de febrero de 18489, Marx fue expulsado de Bélgica y se trasladó nuevamente a París, desde donde se fue a Alemania tras la revolución de marzo, concretamente a Colonia. En esta ciudad se publicó, entre el 1 de junio de 1848 y el 19 de mayo de 1849, la Nueva Gaceta Renana, de la que Marx fue el redactor jefe.10 El curso de los acontecimientos revolucionarios de 1848 a 1849 vino a confirmar de manera brillante la nueva teoría, como la confirmarían en lo sucesivo todos los movimientos proletarios y democráticos de todos los países del mundo. La contrarrevolución triunfante hizo comparecer a Marx ante los tribunales, y si bien fue absuelto (9 de febrero de 1849), después fue expulsado de Alemania (16 de mayo de 1849). Marx se dirigió a París, de donde fue también expulsado tras la manifestación del 13 de junio de 1849,11 marchándose entonces a Londres, donde pasó el resto de su vida.

Las condiciones de vida en la emigración eran durísimas, como revela con toda claridad la correspondencia entre Marx y Engels (editada en 1913). La miseria asfixia­ba realmente a Marx y a su familia; de no haber sido por la constante y altruista ayuda económica de Engels, Marx no sólo no habría podido acabar El Capital, sino que habría sucumbido inevitablemente bajo el peso de la miseria. Además, las doctrinas y corrientes del socialismo pequeñoburgués y del socialismo no proletario en general, predominantes en aquella época, obligaban a Marx a librar constantemente una lucha implacable, y a veces a repeler (como hace en su obra Señor Vogt) los ataques personales más rabiosos y absurdos. Manteniéndose al margen de los círculos de emigrados y concentrando sus fuerzas en el estudio de la economía política, Marx desarrolló su teoría materialista en una serie de trabajos históricos (véase la Bibliografía). Sus obras Contribución a la crítica de la economía política (1859) y El Capital (t. I, 1867) significaron una revolución en la ciencia económica (véase más adelante el apartado “La doctrina de Marx”).

La reanimación de los movimientos democráticos (a finales de la década de los 50 y en la década de los 60) llamó de nuevo a Marx a la actividad práctica. El 28 de septiembre de 1864 se fundó en Londres la famosa Primera Internacional, la Asociación Internacional de los Trabajadores. Marx fue el alma de esta organización, el autor de su primer manifiesto y de gran número de sus resoluciones, declaraciones y llamamientos. Con sus esfuerzos para unificar el movimiento obrero de los diferentes países y para lograr una actuación conjunta de las diversas formas del socialismo no proletario, premarxista (Mazzini, ­Proudhon, Bakunin, el tradeunionismo liberal inglés, las oscilaciones derechistas de Lassalle en Alemania, etc.), a la par que combatía las teorías de todas estas sectas y escuelas, Marx fue forjando la táctica común de la lucha proletaria de la clase obrera en los distintos países. Tras la derrota de la Comuna de París en 1871 —que Marx analizó de modo tan profundo, certero y brillante, y con tan gran espíritu práctico y revolucionario12—, y al producirse la escisión provocada por los bakuninistas13, la Internacional no podía subsistir en Europa. Después del congreso de La Haya (1872), Marx consiguió que el Consejo General de la Internacional se trasladase a Nueva York. La Primera Internacional había cumplido su misión histórica y dejaba paso a una época de desarrollo incomparablemente más amplio del movimiento obrero en todos los países del mundo, época en que este movimiento iba a desplegarse en extensión, creando partidos obreros socialistas de masas en cada estado nacional.

Su intensa labor en la Internacional y sus estudios teóricos, todavía más intensos, minaron definitivamente la salud de Marx. Prosiguió su obra de transformación de la economía política y se consagró a terminar El Capital, recopilando con este fin multitud de nuevos documentos y poniéndose a estudiar varios idiomas (el ruso entre ellos), pero la enfermedad le impidió concluir El Capital.

El 2 de diciembre de 1881 murió su esposa. El 14 de marzo de 1883, Marx se quedó dormido apaciblemente para siempre en su sillón. Está enterrado, junto a su mujer, en el cementerio londinense de Highgate. Varios hijos de Marx murieron en Londres siendo niños, cuando la familia atravesaba severas dificultades económicas. Tres de sus hijas se casaron con socialistas de Inglaterra y Francia: Eleanor Aveling, Laura Lafargue y Jenny Longuet. Un hijo de esta última es miembro del Partido Socialista Francés.14

La doctrina de Marx

El marxismo es el sistema de las ideas y la doctrina de Marx. Marx continúa y corona genialmente las tres principales corrientes ideológicas del siglo XIX, nacidas en los tres países más avanzados de la humanidad: la filosofía clásica alemana, la economía política clásica inglesa y el socialismo francés, unido a las doctrinas revolucionarias francesas en general. La admirable coherencia y la unidad sistemática —reconocidas incluso por sus adversarios— que en conjunto representan el materialismo y el socialismo científicos modernos como teoría y programa del movimiento obrero de todos los países civilizados del mundo nos obligan a esbozar brevemente su concepción general del mundo, antes de exponer la esencia del marxismo, o sea, la doctrina económica de Marx.

El materialismo filosófico

Desde 1844-45, época en que se forman sus ideas, Marx es materialista y, concretamente, sigue a Ludwig Feuerbach, cuyo punto débil fue para él, entonces y más tarde, la falta de consecuencia y de universalidad de su materialismo. Para Marx, la significación histórica universal de Feuerbach, lo que “hizo época”, era precisamente el haber roto resueltamente con el idealismo hegeliano y la proclamación del materialismo, que ya “en el siglo XVIII, sobre todo en Francia, representaba la lucha no sólo contra las instituciones políticas existentes y, al mismo tiempo, contra la religión y la teología, sino también (...) contra toda metafísica” (en el sentido de “especulación ebria”, a diferencia de la “filosofía sobria”) (La sagrada familia, en Herencia Literaria15). “Para Hegel —escribió Marx—, el proceso del pensamiento, al que convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida propia, es el demiurgo16 de lo real (...) Para mí, por el contrario, lo ideal no es más que lo material transpuesto y traducido en la cabeza del hombre” (C. Marx, El Capital, t. I, palabras finales a la 2ª ed.). Mostrándose plenamente de acuerdo con esta filosofía materialista de Marx, Federico Engels la expone así en su Anti-Dühring (véase), cuyo manuscrito conoció Marx:

“La unidad del mundo no consiste en su ser (...) La unidad real del mundo consiste en su materialidad, que tiene su prueba (...) en el largo y penoso desarrollo de la filosofía y de las ciencias naturales (...) El movimiento es la forma de existencia de la materia. Jamás ni en ninguna parte ha existido ni puede existir materia sin movimiento, ni movimiento sin materia (...) Si nos preguntamos (...) qué son en realidad y de dónde proceden el pensamiento y la conciencia, nos encontramos con que son productos del cerebro humano y con que el mismo hombre no es más que un producto de la naturaleza, que se ha formado y desarrollado en su ambiente y con ella; por donde llegamos a la conclusión, lógica por sí misma, de que los productos del cerebro humano, que en última instancia también son productos de la naturaleza, no se contradicen, sino que se armonizan con la concatenación general de la naturaleza. (...) Hegel era idealista, es decir, no consideraba las ideas de su cerebro como reflejos [Abbilder, pero a veces Engels habla de ‘reproducciones’] más o menos abstractos de los objetos y los fenómenos reales, sino, al contrario, eran los objetos y su desarrollo los que para él eran los reflejos de la idea, existente no se sabe dónde antes de aparecer el mundo”.

En Ludwig Feuerbach [y el fin de la filosofía clásica alemana], obra en la que Engels expone sus ideas y las de Marx sobre la filosofía de Feuerbach, y cuyo original envió a la imprenta tras revisar un antiguo manuscrito suyo y de Marx, datado en los años 1844-45, acerca de Hegel, Feuerbach y la concepción materialista de la historia, Engels escribe:

“El gran problema cardinal de toda filosofía, especialmente de la moderna, es el problema de la relación entre el pensar y el ser, entre el espíritu y la naturaleza (...) ¿Qué es lo primero, el espíritu o la naturaleza? (...) Los filósofos se dividían en dos grandes campos, según la contestación que diesen a esta pregunta. Los que afirmaban que el espíritu estaba antes que la naturaleza y que, por tanto, admitían en última instancia una creación del mundo, de una u otra forma (...) se agrupaban en el campo del idealismo. Los demás, aquellos para quienes la naturaleza era lo primero, se adherían a las distintas escuelas del materialismo”.

Todo otro uso de los conceptos de idealismo y materialismo (en sentido filosófico) sólo siembra la confusión. Marx rechaza enérgicamente no sólo el idealismo —vinculado siempre, de un modo u otro, a la religión—, sino también las doctrinas de Hume y de Kant17, tan ­extendidas en nuestros días, es decir, las distintas formas de agnosticismo, criticismo y positivismo; para Marx, esta clase de filosofía era una concesión “reaccionaria” al idealismo y, en el mejor de los casos, una “manera vergonzante de aceptar el materialismo bajo cuerda y renegar de él públicamente”.18 Sobre esto puede consultarse, aparte de las obras ya citadas de Engels y Marx, la carta de este último a Engels, de 12 de diciembre de 1868, en la que habla de unas declaraciones del célebre naturalista T. Huxley, en que se muestra “más materialista” que de ordinario y reconoce: “nosotros observamos y pensamos realmente; nunca podemos salirnos del materialismo”. Pero, al mismo tiempo, Marx le reprocha que deje abierto un “portillo” al agnosticismo, a la filosofía de Hume. En particular, conviene destacar la concepción de Marx acerca de las relaciones entre libertad y necesidad: “La necesidad sólo es ciega mientras no se la comprende. La libertad no es otra cosa que el conocimiento de la necesidad” (Engels, Anti-Dühring). Esto equivale a reconocer el dominio de las leyes objetivas de la naturaleza y la transformación dialéctica de la necesidad en libertad (a la par que la transformación de la “cosa en sí”, todavía desconocida pero susceptible de ser conocida, en “cosa para nosotros”, y de la “esencia de las cosas” en “fenómenos”).

Para Marx y Engels, los mayores defectos del “viejo” materialismo, incluido el de Feuerbach (y con mayor razón todavía el materialismo “vulgar” de Büchner, Vogt y Moleschott19), eran los siguientes: 1) era “predominantemente mecanicista” y no tenía en cuenta los últimos progresos de la química y la biología (en nuestros días habría que añadir la teoría eléctrica de la materia); 2) no tenía un carácter histórico ni dialéctico (sino metafísico, en el sentido de antidialéctico) y no mantenía consecuentemente ni en todos sus aspectos el criterio del desarrollo; y 3) concebía “la esencia del hombre” abstractamente, y no como el “conjunto de las relaciones sociales” (históricamente concretas y determinadas), motivo por el cual se limitaba a “explicar” el mundo, cuando en realidad se trata de “transformarlo”; es decir, no comprendía la importancia de la “actividad revolucionaria práctica”.

La dialéctica

Para Marx y Engels, la dialéctica hegeliana, o sea, la doctrina más multilateral, más rica en contenido y más profunda del desarrollo, era la mayor conquista de la filosofía clásica alemana. Toda otra formulación del principio del desarrollo, de la evolución, les parecía estrecha y pobre, deformadora y mutiladora de la verdadera marcha del desarrollo en la naturaleza y en la sociedad (marcha que a menudo se efectúa a través de saltos, cataclismos y revoluciones). “Marx y yo fuimos seguramente casi los únicos que tratamos de salvar [del descalabro del idealismo, incluido el hegelianismo] la dialéctica consciente para traerla a la concepción materialista de la naturaleza (...) La naturaleza es la piedra de toque de la dialéctica, y hay que decir que las modernas ciencias naturales, que nos han brindado una extraordinaria cantidad de datos [¡y esto fue escrito antes de que se descubriesen el radio, los electrones, la transformación de los elementos...!] que aumentan cada día que pasa, demuestran que la naturaleza se mueve, en última instancia, dialécticamente, y no metafísicamente”.

“La gran idea cardinal —escribe Engels— de que el mundo no puede concebirse como un conjunto de objetos terminados, sino como un conjunto de procesos, en el que las cosas que parecen estables, al igual que sus reflejos mentales en nuestras cabezas, los conceptos, pasan por una serie ininterrumpida de cambios, por un proceso de surgimiento y desaparición (...) esta gran idea cardinal se halla ya tan arraigada en la conciencia habitual, sobre todo desde Hegel, que expuesta así, en términos generales, apenas encuentra oposición. Pero una cosa es reconocerla de palabra y otra cosa es aplicarla a la realidad concreta, en todos los campos sometidos a investigación. (...) Para la filosofía dialéctica no existe nada definitivo, absoluto, consagrado; en todo pone de relieve lo que tiene de perecedero, y sólo deja en pie el proceso ininterrumpido del devenir y del perecer, un ascenso sin fin de lo inferior a lo superior, cuyo mero reflejo en el cerebro pensante es esta misma filosofía”.20 Así pues, la dialéctica es, según Marx, “la ciencia de las leyes generales del movimiento, tanto del mundo exterior como del pensamiento humano”.

Este aspecto revolucionario de la filosofía hegeliana es el que Marx recoge y desarrolla. El materialismo dialéctico “no necesita de ninguna filosofía situada por encima de las demás ciencias”. Lo único que queda en pie de la filosofía anterior es “la teoría del pensamiento y sus leyes, la lógica formal y la dialéctica”. Y la dialéctica, tal como la concibe Marx, y también Hegel, engloba lo que hoy se llama la teoría del conocimiento o gnoseología, ciencia que debe enfocar también su objeto desde un punto de vista histórico, investigando y generalizando los orígenes y el desarrollo del conocimiento, y el paso del no conocimiento al conocimiento.

Actualmente, la idea del desarrollo, de la evolución, ha penetrado casi en su integridad en la conciencia social, pero no a través de la filosofía de Hegel, sino por otros caminos. Sin embargo, esta idea, tal como la formularon Marx y Engels, apoyándose en Hegel, es mucho más completa, mucho más rica en contenido, que la teoría de la evolución al uso. Es un desarrollo que parece repetir las etapas ya recorridas, pero de otro modo, sobre una base más alta (la “negación de la negación”), un desarrollo que no discurre en línea recta, sino en espiral, por así decirlo; un desarrollo a saltos, a través de cataclismos y revoluciones, que son “interrupciones de la gradualidad”, transformaciones de la cantidad en calidad; impulsos internos del desarrollo originados por la contradicción, por el choque de las diversas fuerzas y tendencias que actúan sobre un determinado cuerpo o en los límites de un fenómeno dado, o en el seno de una sociedad dada; interdependencia e íntima e indisoluble concatenación de todos los aspectos de cada fenómeno (con la particularidad de que la historia pone constantemente al descubierto aspectos nuevos), concatenación que ofrece un proceso de movimiento uniforme, universal y sujeto a leyes: tales son algunos rasgos de la dialéctica, teoría mucho más compleja y rica que la teoría corriente. (Véase la carta de Marx a Engels del 8 de enero de 1868, en la que se mofa de las “rígidas tricotomías” de Stein21, que sería ridículo confundir con la dialéctica materialista).

La concepción materialista de la historia

La conciencia de que el viejo materialismo era una teoría inconsecuente, incompleta y unilateral llevó a Marx a la convicción de que era necesario “poner en armonía con la base materialista, reconstruyéndola sobre ella, la ciencia de la sociedad”.22 Si el materialismo en general explica la conciencia por el ser, y no al contrario, aplicado a la vida social de la humanidad exige que la conciencia social se explique por el ser social. “La tecnología —dice Marx— pone al descubierto la relación activa del hombre con la naturaleza, el proceso inmediato de producción de su vida y, al mismo tiempo, de sus condiciones sociales de vida y de las representaciones espirituales que de ellas se derivan”.23 Y en el prólogo a su Contribución a la crítica de la economía política, Marx ofrece una formulación integral de los principios fundamentales del materialismo aplicados a la sociedad humana y a su historia. Dice así: “En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales.

“El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura política y jurídica, y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas revoluciones, hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción, que pueden verificarse con la precisión propia de las ciencias naturales, y las revoluciones jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo.

“Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que piensa de sí mismo, no podemos juzgar tampoco estas épocas de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción (…) A grandes rasgos, podemos señalar como otras tantas épocas de progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués”.24 (Véase la breve formulación que Marx da en su carta a Engels del 7 de julio de 1866: “Nuestra teoría de que la organización del trabajo está determinada por los medios de producción”.)

El descubrimiento de la concepción materialista de la historia, o mejor dicho, la consecuente aplicación y extensión del materialismo al campo de los fenómenos sociales, acabó con los dos defectos fundamentales de las viejas teorías de la historia. En primer lugar, esas teorías solamente consideraban, en el mejor de los casos, los móviles ideológicos de la actividad histórica de los hombres, sin investigar el origen de esos móviles, sin captar las leyes objetivas que rigen el desarrollo del sistema de las relaciones sociales, sin ver las raíces de estas relaciones en el grado de desarrollo de la producción material; en segundo lugar, las viejas teorías no abarcaban precisamente las acciones de las masas de la población, mientras que el materialismo histórico permitió estudiar, por primera vez y con la exactitud de las ciencias naturales, las condiciones sociales de la vida de las masas y los cambios operados en estas condiciones.

La “sociología” y la historiografía anteriores a Marx proporcionaron, en el mejor de los casos, datos no analizados y fragmentarios, y la descripción de aspectos aislados del proceso histórico. El marxismo señaló el camino para un estudio universal y multilateral del proceso de aparición, desarrollo y decadencia de las formaciones económico-sociales, examinando el conjunto de todas las tendencias contradictorias y reduciéndolas a las condiciones, perfectamente determinables, de vida y de producción de las distintas clases sociales, eliminando el subjetivismo y la arbitrariedad en la elección de las diversas ideas “dominantes” o en su interpretación, y poniendo al descubierto las raíces de todas las ideas y de las diversas tendencias que se manifiestan en el estado de las fuerzas productivas materiales, sin excepción. Los hombres hacen su propia historia, pero ¿qué determina los motivos de los hombres, de las masas?, ¿qué provoca los choques de ideas y las aspiraciones contradictorias?, ¿qué representa el conjunto de todos esos choques que se producen en las masas de las sociedades humanas?, ¿cuáles son las condiciones objetivas de producción de la vida material que forman la base de toda la actuación histórica de los hombres?, ¿cuál es la ley que rige el desarrollo de estas condiciones? Marx concentró su atención en todo esto y trazó el camino para estudiar científicamente la historia como un proceso único y regido por leyes, pese a toda su inmensa complejidad y a todo su carácter contradictorio.

La lucha de clases

Todo el mundo sabe que en cualquier sociedad las aspiraciones de algunos de sus miembros chocan abiertamente con las aspiraciones de otros, que la vida social está llena de contradicciones, que la historia nos muestra la lucha entre pueblos y sociedades, así como en su propio seno; todo el mundo sabe también que se produce una sucesión de períodos de revolución y de reacción, de paz y de guerra, de estancamiento y de rápido progreso, o de decadencia. El marxismo nos proporciona el hilo conductor que permite descubrir una lógica en ese aparente laberinto y caos, a saber: la teoría de la lucha de clases. Sólo el estudio del conjunto de las aspiraciones de todos los miembros de una sociedad dada, o de un grupo de sociedades, permite fijar con precisión científica el resultado de dichas aspiraciones. Ahora bien, el origen de esas aspiraciones contradictorias son siempre las diferencias de situación y de condiciones de vida de las clases en que se divide toda sociedad.

“La historia de todas las sociedades hasta nuestros días —dice Marx en el Manifiesto Comunista (exceptuando la historia del régimen de la comunidad primitiva, añade más tarde Engels)— es la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces, y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna. (...) La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas. Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado”.

A partir de la Gran Revolución Francesa, la historia de Europa pone de relieve en distintos países, con particular evidencia, la verdadera causa de los acontecimientos: la lucha de clases. Ya en la época de la Restauración25 destacan en Francia algunos historiadores (Thierry, Guizot, ­Mignet, Thiers) que, al generalizar los acontecimientos, no pudieron dejar de ver que la lucha de clases era la clave para la comprensión de toda la historia francesa. Y la época contemporánea, la época del triunfo completo de la burguesía y de las instituciones representativas, del sufragio amplio (cuando no universal), de la prensa diaria barata que llega a las masas, etc., la época de las poderosas asociaciones obreras y patronales cada vez más vastas, etc., pone de manifiesto de un modo todavía más patente (aunque a veces de forma unilateral, “pacífica”, “constitucional”) que la lucha de clases es el motor de los acontecimientos. El siguiente pasaje del Manifiesto Comunista nos muestra lo que Marx exigía de la sociología para el análisis objetivo de la situación de cada clase en la sociedad moderna y en relación con el análisis de las condiciones de desarrollo de cada clase:

“De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.

“Las capas medias (el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino), todas ellas luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarias, ya que pretenden volver atrás la rueda de la historia. Son revolucionarias únicamente por cuanto tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado”.

En una serie de obras históricas (véase la Bibliografía), Marx nos ofrece brillantes y profundos ejemplos de historiografía materialista, de análisis de la situación de cada clase en particular y, a veces, de los diferentes grupos o capas que se manifiestan dentro de ella, mostrando palmariamente por qué y cómo “toda lucha de clases es una lucha política”.

El pasaje que acabamos de citar ilustra lo intrincada que es la red de relaciones sociales y grados transitorios de una clase a otra, del pasado al futuro, que Marx analiza para determinar la resultante del desarrollo histórico.

La confirmación y aplicación más profunda, completa y detallada de la teoría de Marx es su doctrina económica.

La doctrina económica de Marx

 “El fin último de esta obra —dice Marx en su prólogo a El Capital— es descubrir la ley económica del movimiento de la sociedad moderna”, es decir, de la sociedad capitalista, de la sociedad burguesa. El estudio de las relaciones de producción de una sociedad dada, históricamente determinada en su surgimiento, desarrollo y decadencia: tal es el contenido de la doctrina económica de Marx. En la sociedad capitalista impera la producción de mercancías; por eso, el análisis de Marx empieza con el análisis de la mercancía.

El valor

Una mercancía es, en primer lugar, un objeto que satisface una necesidad humana cualquiera. En segundo lugar, es un objeto que se puede cambiar por otro. La utilidad de un objeto lo convierte en un valor de uso. El valor de cambio (o valor a secas) es, ante todo, la relación o proporción en que cierto número de valores de uso de una clase se cambian por un determinado número de valores de uso de otra clase. La experiencia diaria nos muestra que, a través de millones y miles de millones de esos actos de cambio, se equiparan constantemente todo género de valores de uso, incluso los más diversos y menos equiparables entre sí.

¿Qué tienen en común esos diversos objetos que constantemente son equiparados entre sí en un determinado sistema de relaciones sociales? Tienen en común que todos son productos del trabajo. Al cambiar sus productos, los hombres establecen relaciones de equivalencia entre las más diversas clases de trabajo. La producción de mercancías es un sistema de relaciones sociales en que los diversos productores crean distintos productos (división social del trabajo) y en que todos esos productos se equiparan entre sí por medio del cambio. Por tanto, lo que todas las mercancías tienen en común no es el trabajo concreto de una determinada rama de la producción, no es un trabajo de determinado tipo, sino trabajo humano abstracto, el trabajo humano en general.

Toda la fuerza de trabajo de una sociedad dada, representada por la suma de valores de todas las mercancías, constituye una y la misma fuerza de trabajo humana; así lo evidencian miles de millones de actos de cambio. Por consiguiente, cada mercancía por separado no representa más que una cierta parte del tiempo de trabajo socialmente necesario. La magnitud del valor se determina por la cantidad de trabajo socialmente necesario o por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir determinada mercancía, determinado valor de uso.

“Al equiparar, mediante el cambio, sus diversos productos, los hombres equiparan sus diversos trabajos como modalidades del trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen”. El valor es, como dijo un viejo economista, una relación entre dos personas; debió simplemente añadir: una relación encubierta por una envoltura material. Sólo partiendo del sistema de las relaciones sociales de producción en una formación social históricamente determinada, relaciones que se manifiestan en el cambio, fenómeno generalizado que se repite miles de millones de veces, podemos comprender qué es el valor. “Como valores, las mercancías no son más que cantidades determinadas de tiempo de trabajo coagulado”.

Tras analizar en detalle el doble carácter del trabajo encarnado en las mercancías, Marx pasa al análisis de la forma del valor y del dinero. Con ello, Marx se propone fundamentalmente buscar el origen de la forma monetaria del valor, estudiar el proceso histórico de desarrollo del cambio, comenzando por las operaciones sueltas y fortuitas de trueque (“forma simple, suelta o casual del valor”: determinada cantidad de una mercancía es cambiada por determinada cantidad de otra mercancía) y pasando por la forma general del valor, en que mercancías diferentes se cambian por otra mercancía determinada y concreta, siempre la misma, hasta llegar a la forma monetaria del valor, en que la función de esta mercancía, o sea, la función de equivalente universal, la desempeña ya el oro. El dinero, producto supremo del desarrollo del cambio y de la producción de mercancías, disfraza y oculta el carácter social de los trabajos individuales, la concatenación social existente entre los diversos productores unidos por el mercado. Marx somete a un análisis extraordinariamente minucioso las diversas funciones del dinero, debiendo resaltarse aquí (como en los primeros capítulos de El Capital) que lo que parece una exposición abstracta y a veces puramente deductiva es en realidad un gigantesco arsenal de datos sobre la historia del desarrollo del cambio y de la producción de mercancías.

“El dinero presupone cierto nivel en el cambio de mercancías. Las diversas formas del dinero (simple equivalente de mercancías, medio de circulación, medio de pago, tesoro y dinero mundial) señalan, según el distinto alcance y el predominio relativo de una de estas funciones, grados muy distintos del proceso social de producción” (El Capital, t. I).

La plusvalía

Al alcanzar la producción de mercancías un determinado grado de desarrollo, el dinero se convierte en capital. La fórmula de la circulación de mercancías era: M (mercancía) – D (dinero) – M (mercancía), es decir, venta de una mercancía para comprar otra. Por el contrario, la fórmula general del capital es D–M–D, es decir, la compra para la venta (con ganancia). Marx llama plusvalía al crecimiento del valor primitivo del dinero que se lanza a la circulación. Que el dinero lanzado a la circulación capitalista “crece” es un hecho que todo el mundo conoce. Y precisamente ese “crecimiento” es lo que convierte el dinero en capital, o sea, en una relación social de producción históricamente determinada. La plusvalía no puede provenir de la circulación de mercancías, pues esta sólo conoce el cambio de equivalentes; tampoco puede provenir de un alza en los precios, pues las pérdidas y las ganancias recíprocas de vendedores y compradores se equilibrarían; se trata de un fenómeno social medio, generalizado, y no de un fenómeno individual. Para obtener plusvalía, “el poseedor del dinero necesita encontrar en el mercado una mercancía cuyo valor de uso posea la peculiar cualidad de ser fuente de valor”, una mercancía cuyo proceso de consumo sea, al mismo tiempo, un proceso de creación de valor.

Y esta mercancía existe: es la fuerza de trabajo humana. Su consumo es el trabajo, y el trabajo crea valor. El poseedor del dinero compra la fuerza de trabajo por su valor, valor que es determinado, como el de cualquier otra mercancía, por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla (es decir, por el coste del mantenimiento del obrero y su familia). Una vez que ha comprado la fuerza de trabajo, el poseedor del dinero tiene derecho a consumirla, es decir, a obligarla a trabajar durante un día entero, por ejemplo, durante doce horas. Pero el obrero crea en seis horas (tiempo de trabajo “necesario”) un producto con el que cubre los gastos de su mantenimiento; durante las seis horas restantes (tiempo de trabajo “suplementario”) crea un “plusproducto” no ­retribuido por el capitalista, que es la plusvalía. Por consiguiente, desde el punto de vista del proceso de la producción, en el capital hay que distinguir dos partes: el capital constante —invertido en medios de producción (máquinas, instrumentos de trabajo, materias primas, etc.) y cuyo valor se transfiere sin cambios (de una sola vez o en parte) al producto elaborado— y el capital variable, que es el que se invierte en pagar la fuerza de trabajo. El valor de este capital no permanece invariable, sino que aumenta en el proceso del trabajo, al crear la plusvalía. Por tanto, para expresar el grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital no tenemos que comparar la plusvalía obtenida con el capital global, sino exclusivamente con el capital variable. La cuota de plusvalía, como llama Marx a esta relación, sería, pues, en nuestro ejemplo, de 6:6, es decir, del 100%.

Las premisas históricas para la aparición del capital son: 1) la acumulación de determinada suma de dinero en manos de ciertas personas, con un nivel de desarrollo relativamente alto de la producción de mercancías en general; y 2) la existencia de obreros “libres” en un doble sentido: libres de todas las trabas o restricciones impuestas a la venta de la fuerza de trabajo y libres por carecer de tierra y, en general, de medios de producción, la existencia de obreros desposeídos, de obreros “proletarios”, que sólo pueden subsistir vendiendo su fuerza de trabajo.

Hay dos modos fundamentales para incrementar la plusvalía: la prolongación de la jornada de trabajo (“plusvalía absoluta”) y la reducción del tiempo de trabajo necesario (“plusvalía relativa”). Al analizar el primer modo, Marx hace desfilar ante nosotros el grandioso panorama de la lucha de la clase obrera para reducir la jornada laboral y de la intervención del poder estatal, primero para prolongarla (siglos XIV-XVII) y después para reducirla (legislación fabril del siglo XIX). Desde la aparición de El Capital, la historia del movimiento obrero de todos los países civilizados ha aportado miles y miles de nuevos datos que ilustran este panorama.

En su análisis de la producción de la plusvalía relativa, Marx investiga las tres etapas históricas fundamentales en el proceso de elevación de la productividad del trabajo por el capitalismo: 1) la cooperación simple; 2) la división del trabajo y la manufactura; 3) la maquinaria y la gran industria. La profundidad con que Marx pone de relieve los rasgos fundamentales y típicos del desarrollo del capitalismo es mostrada, entre otras cosas, por el hecho de que el estudio de la llamada industria de los kustares26 en Rusia aporta abundante material para ilustrar las dos primeras de las tres etapas mencionadas. En cuanto al efecto revolucionario de la gran industria mecanizada, descrito por Marx en 1867, a lo largo del medio siglo transcurrido desde entonces se ha venido revelando en toda una serie de países “nuevos” (Rusia, Japón, etc.).

Prosigamos. Importantísimo y nuevo es el análisis de Marx sobre la acumulación del capital, es decir, sobre la transformación de una parte de la plusvalía en capital y sobre su empleo no para satisfacer las necesidades personales o los caprichos del capitalista, sino para volver a producir. Marx hace ver el error de toda la economía política clásica anterior (desde Adam Smith27) al suponer que toda la plusvalía que se convertía en capital pasaba a formar parte del capital variable, cuando en realidad se descompone en medios de producción y en capital variable. El incremento más rápido de la parte del capital constante (en la suma total del capital) respecto a la parte del capital variable tiene excepcional importancia en el proceso de desarrollo del capitalismo y de su transformación en socialismo.

Al acelerar el desplazamiento de los obreros por la maquinaria, produciendo riqueza en un polo y miseria en el polo opuesto, la acumulación del capital crea también el llamado “ejército industrial de reserva”, el “excedente relativo” de obreros o “superpoblación capitalista”, que reviste formas muy diversas y permite al capital ampliar con singular rapidez la producción. Esta posibilidad, combinada con el crédito y la acumulación de capital en medios de producción, nos da, entre otras cosas, la clave para comprender las crisis de sobreproducción que estallan periódicamente en los países capitalistas, primero cada diez años, término medio, y luego con intervalos mayores y menos precisos. Hay que distinguir entre la acumulación de capital realizada ya bajo el capitalismo y la conocida como acumulación primitiva: la separación forzosa del trabajador de sus medios de producción, la expulsión del campesino de sus tierras, el robo de las tierras comunales, el sistema de las colonias y el sistema de las deudas nacionales, las tarifas aduaneras proteccionistas, etc. La “acumulación primitiva” crea, en un polo, al proletario “libre”, y en el contrario, al poseedor del dinero, el capitalista.

Marx describe la “tendencia histórica de la acumulación capitalista” con las famosas siguientes palabras: “La expropiación de los productores directos se lleva a cabo con el más despiadado vandalismo y con el acicate de las pasiones más infames, más ruines, más mezquinas y más odiosas. La propiedad privada, fruto del trabajo personal [del campesino y del artesano] “y que el individuo libre ha creado identificándose en cierto modo con los instrumentos y las condiciones de su trabajo, cede el sitio a la propiedad privada capitalista, basada en la explotación de la fuerza de trabajo ajena y que no tiene más que una apariencia de libertad (...) Ahora no se trata ya de expropiar al trabajador que explota él mismo su hacienda, sino al capitalista, que explota a muchos obreros. Esta expropiación se realiza a través de la acción de las leyes inherentes a la propia producción capitalista, a través de la centralización de los capitales. Un capitalista derrota a muchos otros. Y paralelamente a esta centralización del capital o expropiación de muchos capitalistas por unos pocos, se desarrolla en una escala cada vez mayor la forma cooperativa del proceso de trabajo, se desarrolla la aplicación consciente de la ciencia a la técnica, la explotación sistemática de la tierra, la transformación de los medios de trabajo en medios de trabajo utilizables sólo colectivamente, la economía de todos los medios de producción al ser usados como medios de producción de un trabajo combinado, social, la incorporación de todos los pueblos a la red del mercado mundial y, junto a ello, el carácter internacional del régimen capitalista. A medida que disminuye constantemente el número de magnates capitalistas, que usurpan y monopolizan todas las ventajas de este proceso de transformación, aumenta la miseria, la opresión, la esclavitud, la degeneración, la explotación; pero aumenta también la rebeldía de la clase obrera, que es aleccionada, unida y organizada por el mecanismo del propio proceso de producción capitalista. El monopolio del capital se convierte en grillete del modo de producción que se había desarrollado con él y gracias a él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista, que acaba por estallar. A la propiedad privada capitalista le llega su hora. Los expropiadores son expropiados” (El Capital, t. I).

Otro punto sumamente importante y nuevo es el análisis que Marx hace de la reproducción del capital social, tomado en su conjunto, en el tomo II de El Capital. También en este caso toma Marx un fenómeno general, y no individual; toma toda la economía social en su conjunto, y no una parte de ella. Rectificando el error antes mencionado de los economistas clásicos, Marx ­divide toda la producción social en dos grandes secciones: 1) producción de medios de producción; y 2) producción de artículos de consumo. Y, apoyándose en cifras, analiza minuciosamente la circulación del capital social en su conjunto, tanto en la reproducción simple como en la acumulación. En el tomo III de El Capital se resuelve, sobre la base de la ley del valor, el problema de la formación de la tasa media de ganancia. Es un gran progreso en la ciencia económica el hecho de que Marx parta siempre, en sus investigaciones, de los fenómenos económicos generales, del conjunto de la economía social, y no de casos aislados o de las manifestaciones superficiales de la competencia, que es a lo que suele limitarse la economía política vulgar o la moderna “teoría de la utilidad marginal28”. Marx analiza primero el origen de la plusvalía y luego pasa a ver su descomposición en ganancia, interés y renta del suelo. La ganancia es la relación entre la plusvalía y todo el capital invertido en una empresa. El capital de “alta composición orgánica” (es decir, aquel en el cual el capital constante predomina sobre el capital variable en proporciones superiores a la media social) arroja una tasa de ganancia inferior a la media. El capital de “baja composición orgánica” rinde, por el contrario, una tasa de ganancia superior a la media. La competencia entre los capitales y su paso libre de unas ramas productivas a otras reducen a la media la tasa de ganancia. La suma de los valores de todas las mercancías de una sociedad dada coincide con la suma de precios de esas mercancías; pero en las distintas empresas y en las diversas ramas de la producción, las mercancías, bajo la presión de la competencia, no se venden por su valor, sino por el precio de producción, que equivale al capital invertido más la ganancia media.

Así pues, un hecho conocido de todos e indiscutible (que los precios difieren de los valores y que las ganancias se compensan unas con otras), Marx lo explica perfectamente partiendo de la ley del valor, pues la suma de los valores de todas las mercancías coincide con la suma de sus precios. Sin embargo, la reducción del valor (social) a los precios (individuales) no es una operación simple y directa, sino que sigue una vía muy complicada: es perfectamente lógico que en una sociedad de productores de mercancías dispersos, vinculados solamente por el mercado, las leyes que rigen esa sociedad se manifiesten necesariamente a través de resultados medios, sociales, generales, con una compensación recíproca de las desviaciones individuales en uno u otro sentido.

La elevación de la productividad del trabajo significa un incremento más rápido del capital constante respecto al variable. Pero como la creación de plusvalía es una función privativa del capital variable, se comprende que la tasa de ganancia (o sea, la relación entre la plusvalía y todo el capital, no sólo con su parte variable) acuse una tendencia a la baja. Marx analiza detalladamente esta tendencia, así como las diversas circunstancias que la ocultan o la contrarrestan. Sin detenernos a exponer los capítulos, extraordinariamente interesantes, del tomo III, que tratan del capital usurario, comercial y monetario, pasaremos a lo esencial, a la teoría de la renta del suelo.

Dado que la superficie del suelo está limitada, puesto que en los países capitalistas lo ocupan enteramente propiedades particulares, el coste de producción de los productos agrícolas no lo determinan los gastos de producción en los terrenos de calidad media, sino en los de calidad inferior; no lo determinan las condiciones medias en que el producto se lleva al mercado, sino las condiciones peores. La diferencia existente entre este coste y el coste de producción en las tierras mejores (o en condiciones más favorables de producción) constituye la renta diferencial. Marx analiza en detalle la renta diferencial y demuestra que proviene de la diferente fertilidad del suelo, de la diferencia de los capitales invertidos en el cultivo de las tierras, poniendo totalmente al descubierto (véase también Teorías sobre la plusvalía, donde merece especial atención la ­crítica a Rodbertus29) el error de Ricardo, según el cual la renta diferencial sólo se obtiene por el paso sucesivo de tierras mejores a otras peores. Por el contrario, se dan también casos inversos: tierras de una clase determinada se transforman en tierras de otra clase (gracias a los progresos de la técnica agrícola, a la expansión de las ciudades, etc.), por lo que la célebre “ley del rendimiento decreciente del suelo” es un profundo error que intenta cargar sobre la naturaleza los defectos, limitaciones y contradicciones del capitalismo.

Además, la igualdad de ganancias en todas las ramas de la industria y de la economía nacional presupone la plena libertad de competencia, la libertad de transferir los capitales de una rama de la producción a otra. Pero la propiedad privada del suelo crea un monopolio, que es un obstáculo para esa libre transferencia. En virtud de ese monopolio, los productos de una economía agrícola que se distingue por una baja composición del capital, y que por consiguiente da una tasa de ganancia individual más alta, no entran en el proceso totalmente libre de nivelación de las tasas de ganancia.

El propietario agrícola puede, en calidad de monopolista, mantener sus precios por encima del nivel medio, y este precio de monopolio origina la renta absoluta. La renta diferencial no puede ser abolida dentro del capitalismo; en cambio, la renta absoluta sí puede serlo; por ejemplo, con la nacionalización de la tierra, que la convierte en propiedad del Estado. Esta medida significaría romper el monopolio de los propietarios privados, así como una aplicación más consecuente y más completa de la libre competencia en la agricultura. Por eso, advierte Marx, los burgueses radicales han formulado repetidas veces a lo largo de la historia esta reivindicación burguesa progresista de nacionalizar la tierra, que sin embargo asusta a la mayoría de los burgueses porque “toca” demasiado de cerca a otro monopolio mucho más importante y “sensible” en nuestros días: el monopolio de los medios de producción en general. (En su carta a Engels del 2 de agosto de 1862, Marx expone en un lenguaje muy popular, conciso y claro su teoría de la ganancia media sobre el capital y de la renta absoluta del suelo. Véase Correspondencia, t. III, págs. 77-81, y también la carta del 9 de agosto de 1862, en las pp. 86-87).

En la historia de la renta del suelo es también importante señalar el análisis de Marx que demuestra la transformación de la renta de trabajo (cuando el campesino crea el plusproducto trabajando la tierra del amo) en renta natural o renta en especie (cuando el campesino crea el plusproducto trabajando su propia tierra, entregándoselo luego al amo por el imperio de la “coerción extraeconómica”), después en renta en dinero (que es la misma renta en especie, sólo que convertida en dinero, el obrok30 de la antigua Rusia, en virtud del desarrollo de la producción de mercancías) y, por último, en renta capitalista, cuando, en vez del campesino, es el patrono quien cultiva la tierra con ayuda del trabajo asalariado.

En relación con este análisis de la génesis de la renta capitalista del suelo, hay que señalar una serie de profundas ideas de Marx (de especial importancia para los países atrasados, como Rusia) sobre la evolución del capitalismo en la agricultura:

“La transformación de la renta natural en renta en dinero no sólo va acompañada invariablemente por la formación de una clase de jornaleros desposeídos, que se contratan por dinero, sino que incluso la precede. En el curso del período de su formación, cuando esta nueva clase sólo aparece esporádicamente, entre los campesinos más acomodados, sujetos al obrok, va extendiéndose, como es lógico, la costumbre de explotar por su cuenta a obreros asalariados agrícolas, del mismo modo que ya en la época feudal los siervos de la gleba acomodados31 tenían a su vez vasallos a su servicio. Esto les da la posibilidad de ir acumulando poco a poco cierta fortuna y de transformarse en futuros capitalistas. Entre los antiguos cultivadores de tierra propia surge así un foco de arrendatarios capitalistas, cuyo desarrollo depende del desarrollo general de la producción capitalista fuera de la agricultura” (El Capital, t. III, p. 332).

“La expropiación y la expulsión de la aldea de una parte de la población rural no sólo ‘libera’ para el capital industrial a los obreros, sus medios de vida y sus instrumentos de trabajo, sino que le crea el mercado interior” (El Capital, t. I, p. 778).

La depauperación y la ruina de la población campesina influyen, a su vez, en la formación del ejército industrial de reserva del capital. En todo país capitalista, “una parte de la población rural se encuentra constantemente en trance de transformarse en población urbana o manufacturera [es decir, no agrícola]. Esta fuente de superpoblación relativa mana sin cesar (...) El obrero agrícola se ve, por consiguiente, reducido al salario mínimo y tiene siempre un pie en el pantano del pauperismo” (El Capital, t. I, p. 668). La propiedad privada del campesino sobre la tierra que cultiva es la base de la pequeña producción y la condición para que esta florezca y se ­desarrolle en la forma clásica. Pero esa pequeña producción sólo es compatible con un marco estrecho, primitivo, de la producción y de la sociedad. Bajo el capitalismo, “la explotación de los campesinos se distingue de la explotación del proletariado industrial sólo por la forma. El explotador es el mismo: el capital. El capitalista individual explota al campesino individual por medio de la hipoteca y la usura; la clase capitalista explota a la clase campesina por medio de los impuestos del Estado” (Marx, Las luchas de clases en Francia). “La parcela del campesino es ya solamente el pretexto que permite al capitalista extraer de la tierra ganancia, intereses y renta, dejando al agricultor que se las arregle para sacar como pueda su salario.” (El 18 Brumario de Luis Bonaparte).

Habitualmente, el campesino entrega incluso a la sociedad capitalista, es decir, a la clase capitalista, una parte de su salario, descendiendo “al nivel del colono irlandés, y todo bajo la apariencia de un propietario privado” (Las luchas de clases en Francia). ¿Cuál es “una de las causas de que, en países donde predomina la propiedad parcelaria, el precio del trigo esté más bajo que en los países donde impera el régimen capitalista de producción”? (El Capital, t. III, p. 340). La causa es que el campesino entrega gratuitamente a la sociedad (es decir, a la clase capitalista) una parte del plusproducto. “Estos bajos precios [del trigo y los demás productos agrícolas] son, por tanto, consecuencia de la pobreza de los productores, y en ningún caso resultado de la productividad de su trabajo” (El Capital, t. III, 2ª, 340).

Bajo el capitalismo, la pequeña propiedad agraria, forma normal de la pequeña producción, se va degradando, es destruida y desaparece.

“La pequeña propiedad agraria, por su propia naturaleza, es incompatible con el desarrollo de las fuerzas productivas sociales del trabajo, con las formas sociales del trabajo, con la concentración social de los capitales, con la ganadería a gran escala y con la utilización progresiva de la ciencia. La usura y el sistema fiscal la conducen inevitablemente a la ruina en todas partes. El capital invertido en la compra de tierras es sustraído al cultivo de estas. Fragmentación infinita de los medios de producción y diseminación de los productores mismos. [Las cooperativas, es decir, las asociaciones de pequeños campesinos, cumplen un extraordinario papel progresista desde el punto de vista burgués, pero sólo pueden atenuar esta tendencia, sin llegar a suprimirla; además, no debe olvidarse que estas cooperativas dan mucho a los campesinos acomodados y muy poco, casi nada, a la masa de campesinos pobres, ni que esas asociaciones terminan por explotar ellas mismas el trabajo asalariado].

“Inmenso derroche de energía humana. El empeoramiento progresivo de las condiciones de producción y el encarecimiento de los medios de producción son leyes de la propiedad parcelaria”.

En la agricultura, como en la industria, el capitalismo transforma el proceso de producción a costa del “martirio de los productores”. “La dispersión de los obreros del campo en grandes extensiones quebranta su fuerza de resistencia, mientras que la concentración robustece la fuerza de resistencia de los obreros urbanos. Al igual que en la industria moderna, en la moderna agricultura, capitalista, el aumento de la fuerza productiva del trabajo y su mayor movilidad se consiguen a costa de devastar y agotar la propia fuerza de trabajo. Fuera de ello, todo progreso de la agricultura capitalista no es solamente un progreso del arte de esquilmar al obrero, sino también del arte de esquilmar la tierra (...) Por lo tanto, la producción capitalista no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción más que socavando al mismo tiempo las fuentes de toda riqueza: la tierra y el obrero” (El Capital, t. I, final del capítulo 13).

El socialismo

Por lo expuesto, se ve cómo Marx, basándose única y exclusivamente en la ley económica del movimiento de la sociedad moderna, llega a la conclusión de que la transformación de la sociedad capitalista en sociedad socialista es inevitable. La socialización del trabajo, que avanza cada vez con mayor rapidez bajo miles de formas y que en el medio siglo transcurrido desde la muerte de Marx se manifiesta de un modo muy palpable en el incremento de la gran producción, los cárteles, los sindicatos y los trusts capitalistas [monopolios y corporaciones], y en el gigantesco crecimiento del volumen y el poder del capital financiero, es la base material más importante del advenimiento inevitable del socialismo. El motor intelectual y moral de esta transformación, su agente físico, es el proletariado, educado por el propio capitalismo. Su lucha contra la burguesía, que se manifiesta de múltiples formas cada vez más ricas en contenido, acaba por convertirse inevitablemente en lucha política por la conquista del poder político por el proletariado (la “dictadura del proletariado”). La socialización de la producción no puede dejar de conducir a la conversión de los medios de producción en propiedad social, a la “expropiación de los expropiadores”. La gigantesca elevación de la productividad del trabajo, la reducción de la jornada laboral y la sustitución de los vestigios, de las ruinas de la pequeña producción, primitiva y desperdigada, por el trabajo colectivo perfeccionado son las consecuencias directas de esa conversión.

El capitalismo rompe definitivamente los vínculos de la agricultura con la industria, pero, al mismo tiempo, con la culminación de su desarrollo, prepara nuevos elementos de esos vínculos (la unión de la industria con la agricultura) sobre la base de la aplicación consciente de la ciencia, de la combinación del trabajo colectivo y de un nuevo reparto territorial de la población (acabando con el abandono del campo, con su aislamiento del mundo y con el atraso de la población rural, así como con la aglomeración antinatural de gigantescas masas humanas en las grandes ciudades). Las formas superiores del capitalismo moderno preparan nuevas relaciones familiares, nuevas condiciones para la mujer y para la educación de las nuevas generaciones: en la sociedad moderna, el trabajo de las mujeres y los niños y la disolución de la familia patriarcal por el capitalismo revisten inevitablemente las formas más horribles, miserables y repulsivas.

No obstante,  “la gran industria, al asignar a la mujer, a los jóvenes y a los niños de ambos sexos un papel decisivo en el proceso socialmente organizado de la producción, al margen de la esfera doméstica, crea la base económica para una forma superior de familia y de relaciones entre ambos sexos. Sería igual de absurdo, naturalmente, considerar absoluta la forma cristiano-germánica de la familia, o las antiguas formas romana y griega o la forma oriental, que, por lo demás, constituyen en su conjunto una sola línea de desarrollo histórico. Evidentemente, un personal obrero combinado, formado por personas de ambos sexos y de las más diversas edades, en condiciones adecuadas debe convertirse inevitablemente en fuente de progreso humano, aunque en su forma primaria, brutal, capitalista, en que el obrero existe para el proceso de producción y no el proceso de producción para el obrero, sea fuente pestilente de ruina y esclavitud” (El Capital, t. I, final del cap. 13).

El sistema fabril nos muestra “el germen de la educación futura, en la que se combinará para todos los niños, a partir de cierta edad, el trabajo productivo con la enseñanza y la gimnasia, no sólo como método para aumentar la producción social, sino como el único método capaz de producir hombres plenamente desarrollados en todos los aspectos” (loc. cit.).

Sobre esa misma base histórica plantea el socialismo de Marx los problemas de la nacionalidad y del Estado, no limitándose a explicar el pasado, sino previendo audazmente el futuro y en el sentido de una intrépida acción práctica para su realización. Las naciones son un producto y una forma inevitables de la etapa burguesa de desarrollo de la sociedad. Y la clase obrera no podía fortalecerse, alcanzar su madurez y formarse, sin “organizarse en los límites de la nación”, sin ser “nacional” (“aunque de ningún modo en el sentido burgués”).32

Pero el desarrollo del capitalismo va destruyendo cada vez más las barreras nacionales, acaba con el aislamiento nacional y sustituye los antagonismos nacionales por los antagonismos de clase. Por eso es una verdad innegable que, en los países capitalistas avanzados, “los obreros no tienen patria” y que la “acción común” de los obreros, al menos en los países civilizados, “es una de las primeras condiciones de su emancipación” (El Manifiesto Comunista).

El Estado, que es la violencia organizada, surgió inevitablemente en determinada fase del desarrollo de la sociedad, cuando esta, dividida en clases antagónicas, no habría podido seguir existiendo sin un “poder” situado aparentemente por encima de ella y, hasta cierto punto, separado de ella. El Estado, fruto de los antagonismos de clase, se convierte en “el Estado de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que, con ayuda del mismo, se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo con ello nuevos medios para la represión y explotación de la clase oprimida. Así, el Estado antiguo era, ante todo, el Estado de los esclavistas para tener sometidos a los esclavos; el Estado feudal era el órgano de la nobleza para tener sujetos a los campesinos siervos; y el moderno Estado representativo es el instrumento del capital para explotar el trabajo asalariado” (Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, obra en la que el autor expone sus ideas y las de Marx33). Incluso la forma más libre y progresista del Estado burgués, la república democrática, no elimina de ningún modo este hecho; lo único que hace es variar su forma (vínculos del gobierno con la Bolsa, corrupción —directa o indirecta— de los funcionarios y de la prensa, etc.).

El socialismo, que conduce a la abolición de las clases, conduce por ello a la supresión del Estado. “El primer acto —escribe Engels en su Anti-Dühring— en que el Estado actúa efectivamente como representante de toda la sociedad (la expropiación de los medios de producción en nombre de la sociedad) es a la par su último acto independiente como Estado. La intervención del poder del Estado en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social y se apagará por sí misma. El gobierno sobre las personas será sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos productivos. El Estado no será ‘abolido’; se extinguirá (…) La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre de productores iguales, enviará toda la maquinaria del Estado al lugar que entonces le corresponderá: el museo de antigüedades, junto a la rueca y el hacha de bronce” (F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado).

Por último, respecto al problema de la actitud del socialismo de Marx hacia los pequeños campesinos, que seguirán existiendo en la época de la expropiación de los expropiadores, debemos señalar un pasaje en que Engels recoge las ideas de Marx: “Cuando estemos en posesión del poder del Estado, no podremos pensar en expropiar violentamente a los pequeños campesinos (sea con indemnización o sin ella) como nos veremos obligados a hacerlo con los grandes terratenientes. Nuestra misión respecto a los pequeños campesinos consistirá, ante todo, en encauzar su producción individual y su propiedad privada hacia un régimen cooperativo, no por la fuerza, sino por el ejemplo, y brindando la ayuda social para este fin. Y aquí tendremos, ciertamente, medios sobrados para presentar al pequeño campesino la perspectiva de ventajas que ya hoy tienen que serle explicadas” (Engels, El problema campesino en Francia y Alemania, ed. Alexéieva, p. 17; la traducción rusa contiene errores. Véase el original en Die Neue Zeit34).

La táctica de la lucha de clase del proletariado

Tras poner al descubierto, ya en 1844-45, uno de los defectos fundamentales del antiguo materialismo, consistente en no comprender las condiciones ni apreciar la importancia de la actividad revolucionaria práctica, Marx prestó una gran atención durante toda su vida, además de a los aspectos teóricos, a las cuestiones de táctica de la lucha de clase del proletariado. Todas las obras de Marx, y en particular los cuatro volúmenes de su correspondencia con Engels, publicados en 1913, nos ofrecen a este respecto una documentación valiosísima. Esta correspondencia dista mucho de estar debidamente recopilada, sistematizada, estudiada y analizada. Por eso tendremos que limitarnos aquí a las observaciones más generales y más breves, subrayando que, para Marx, el materialismo despojado de este aspecto era justamente un materialismo a medias, unilateral, sin vida. Marx determinó la tarea esencial de la táctica del proletariado en rigurosa consonancia con todas las premisas de su concepción materialista dialéctica del mundo. Sólo considerando objetivamente el conjunto de las relaciones mutuas entre todas las clases, sin excepción, que forman una sociedad dada, y considerando, por tanto, el grado objetivo de desarrollo de dicha sociedad y sus relaciones con otras sociedades, podremos tener una base que nos permita trazar la táctica correcta de la clase de vanguardia. A este respecto, todas las clases y todos los países no son examinados de un modo estático, sino dinámico, es decir, no como algo inmóvil, sino en movimiento (movimiento cuyas leyes emanan de las condiciones económicas de vida de cada clase). A su vez, el movimiento debe ser estudiado no sólo desde la óptica del pasado, sino también del futuro, y además no con el criterio vulgar de los “evolucionistas”, que sólo perciben cambios lentos, sino dialécticamente: “En los grandes procesos históricos, veinte años son igual a un día —escribía Marx a Engels—, si bien luego pueden venir días en que se condensen veinte años” (Correspondencia, t. III, p. 127).35

En cada grado de desarrollo, en cada momento, la táctica del proletariado debe tener presente esta dialéctica objetivamente inevitable de la historia humana; por un lado, aprovechando las épocas de estancamiento político o de desarrollo a paso de tortuga (la llamada evolución “pacífica”), para elevar la conciencia, la fuerza y la capacidad combativa de la clase avanzada, y por otro, encauzando toda esa labor de aprovechamiento hacia el “objetivo final” del movimiento de dicha clase, capacitándola para resolver en la práctica las grandes tareas, cuando lleguen los grandes días “en que se condensan veinte años”. Sobre esta cuestión hay dos consideraciones de Marx que tienen particular importancia: una, en Miseria de la filosofía, se refiere a la lucha económica y a las organizaciones económicas del proletariado; la otra es del Manifiesto Comunista y se refiere a sus tareas políticas.

La primera dice así: “La gran industria concentra en un solo lugar una multitud de personas que se desconocen entre sí. La competencia divide sus intereses. Pero la defensa de los salarios, ese interés común frente a su patrono, los une en una idea común de resistencia, de coalición (...) Las coaliciones, al principio aisladas, forman grupos, y la defensa de sus asociaciones frente al capital, siempre unido, acaba siendo para los obreros más importante que la defensa de los salarios (...) En esta lucha —una verdadera guerra civil— se van uniendo y desarrollando todos los elementos necesarios para la batalla futura. Al llegar a este punto, la coalición adquiere un carácter político”.

Ante nosotros tenemos el programa y la táctica de la lucha económica y del movimiento sindical para varios decenios, para toda la larga época durante la cual el proletariado preparará sus fuerzas “para la batalla futura”. Compárese esto con los numerosos ejemplos que Marx y Engels sacan del movimiento obrero inglés, de cómo la “prosperidad” industrial suscita intentos de “comprar a los obreros” (Correspondencia con Engels, t. I, p. 136)36 y de apartarlos de la lucha; de cómo esa prosperidad en general “desmoraliza a los obreros” (II, 218); de cómo “se aburguesa” el proletariado inglés; de cómo “la más burguesa de las naciones [Inglaterra] parece que quisiera llegar a tener, además de una burguesía, una aristocracia burguesa y un proletariado burgués” (II, 290)37; de cómo desaparece la “energía revolucionaria” del proletariado inglés (III, 124); de cómo habrá que esperar más o menos tiempo hasta que “los obreros ingleses se libren de su aparente contaminación burguesa” (III, 127); de cómo al movimiento obrero inglés le falta “el ardor de los cartistas” (1866, III, 305)38; de cómo los líderes de los obreros ingleses se transforman en un tipo intermedio entre el burgués radical y el obrero” (caracterización que se refiere a Holyoake39, IV, 209); de cómo, en virtud de la posición monopolista de Inglaterra y mientras subsista este monopolio, “no habrá nada que hacer con el obrero inglés” (IV, 433)40. La táctica de la lucha económica en relación con la marcha general (y con el resultado) del movimiento obrero se examina aquí desde un punto de vista admirablemente amplio, universal, dialéctico, verdaderamente revolucionario.

El Manifiesto Comunista establece el siguiente principio del marxismo sobre la táctica de la lucha política: “Los comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase obrera; pero, al mismo tiempo, defienden también, dentro del movimiento actual, el porvenir de este movimiento”. Por eso Marx apoyó en 1848, en Polonia, al partido de la “revolución agraria”, es decir, al “partido que en 1846 provocó la insurrección de Cracovia”.

En Alemania, Marx apoyó en 1848-49 a la democracia revolucionaria extrema, sin que jamás se retractase de lo que entonces dijo sobre táctica. Para él, la burguesía alemana era un elemento “inclinado desde el primer instante a traicionar al pueblo [sólo la alianza con los campesinos hubiese permitido a la burguesía alcanzar enteramente sus objetivos] y a pactar un compromiso con los representantes coronados de la vieja sociedad”. He aquí el análisis final de Marx sobre la posición de clase de la burguesía alemana en la época de la revolución democrática burguesa. Y, por cierto, un análisis que es un modelo del materialismo que examina la sociedad en su movimiento, y además no solamente en su movimiento hacia atrás: “sin confianza en sí misma y sin confianza en el pueblo; gruñendo contra los de arriba y temblando ante los de abajo; (...) asustada ante la tormenta mundial; (...) sin energía en nada, con plagio en todo; (...) sin iniciativa; (...) un maldito viejo condenado a dirigir y a desviar, en su propio interés senil, los primeros impulsos juveniles de un pueblo robusto” (Nueva Gaceta Renana, 1848; véase Herencia literaria, t. III, p. 212).41

Unos veinte años más tarde, en una carta a Engels (III, 224), Marx decía que la causa del fracaso de la revolución de 1848 fue que la burguesía prefirió la paz en la esclavitud a la simple perspectiva de luchar por la libertad. Al terminar la época revolucionaria de 1848-49, Marx se alzó contra los que se empeñaban en seguir jugando a la revolución (lucha contra Schapper y Willich42), sosteniendo que era necesario saber trabajar en la nueva fase, que bajo una “paz” aparente estaba incubando nuevas revoluciones. El espíritu con que Marx pedía que se realizase el trabajo se ve en su apreciación de la situación alemana en 1856, el período más negro de la reacción: “En Alemania, todo dependerá de la posibilidad de respaldar la revolución proletaria con alguna segunda edición de la guerra campesina” (Correspondencia con Engels, t. II, pág. 108).43

Mientras en Alemania no se completó la revolución democrática (burguesa), Marx concentró toda su atención, en cuanto a la táctica del proletariado socialista, en impulsar la energía democrática de los campesinos. Opinaba que la actitud de Lassalle44 era, “objetivamente, una traición al movimiento obrero en beneficio de Prusia” (III, 210), entre otras cosas porque se mostraba demasiado complaciente con los terratenientes y el nacionalismo prusiano. “En un país agrario —escribió Engels en 1865, en un cambio de impresiones con Marx a propósito de una proyectada declaración conjunta a la prensa— es una bajeza alzarse únicamente contra la burguesía en nombre del proletariado industrial, olvidando por completo la patriarcal ‘explotación del palo’ a que los obreros agrícolas se ven sometidos por la nobleza feudal” (t. III, 217).45

En el período 1864-70, cuando la revolución democrática burguesa alemana tocaba a su fin, cuando las clases explotadoras de Prusia y Austria pugnaban sobre los medios para completar esa revolución desde arriba, Marx no sólo condenó a Lassalle por sus coqueteos con Bismarck, sino que llamó al orden a Liebknecht46, que había caído en la “austrofilia” y defendía el particularismo. Marx exigió una táctica revolucionaria que combatiese implacablemente tanto a Bismarck como a los austrófilos, una táctica que no se acomodase al “vencedor”, el junker47 prusiano, sino que reanudase inmediatamente la lucha revolucionaria contra él, a pesar de la situación creada por las victorias militares de Prusia (Correspondencia con Engels, III, 134, 136, 147, 179, 204, 210, 215, 418, 437, 440-441).48

En el famoso manifiesto de la Internacional del 9 de septiembre de 1870, Marx prevenía al proletariado francés contra un alzamiento prematuro; pero cuando, a pesar de todo, este tuvo lugar (1871), aclamó con entusiasmo la iniciativa revolucionaria de las masas, “que están tomando el cielo por asalto” (carta de Marx a Kugelmann).49 En esta situación, como en muchas otras, la derrota de la acción revolucionaria era, desde el punto de vista materialista dialéctico que sustentaba Marx, un mal menor en la marcha general y en el resultado de la lucha proletaria, en comparación con lo que hubiese representado el abandono de las posiciones ya conquistadas, la capitulación sin lucha. Esta capitulación habría desmoralizado al proletariado y mermado su combatividad. Marx, que apreciaba en todo su valor el uso de los medios legales de lucha en los períodos de estancamiento político y de dominio de la legalidad burguesa, condenó severamente, en 1877 y 1878, tras la promulgación de la ley de excepción contra los socialistas50, las “frases revolucionarias” de un Most51; pero combatió con el mismo vigor, o acaso con más, el oportunismo que por entonces se había adueñado temporalmente del Partido Socialdemócrata oficial, que no había sabido dar pruebas inmediatas de firmeza, decisión, espíritu revolucionario y disposición a pasar a la lucha ilegal en respuesta a la ley de excepción (Cartas de Marx a Engels, IV, 397, 404, 418, 422 y 42452; véanse también las cartas a Sorge53).

Notas

  1. 1. Lenin escribió un prólogo para este texto de cara a su publicación como folleto: “El artículo sobre Karl Marx, que ahora aparece en folleto, lo escribí (si mal no recuerdo) en 1913, para el Diccionario Granat. Al final del artículo se incluía una bibliografía bastante detallada sobre Marx, sobre todo de publicaciones extranjeras. Esa bibliografía no figura en la presente edición. Además, la redacción del Diccionario, por su parte, teniendo en cuenta la censura, suprimió la porción final del artículo, donde se exponía la táctica revolucionaria de Marx. Por desgracia, me es imposible reproducir aquí dicha porción, pues el manuscrito lo dejé con mis papeles no sé dónde, en Cracovia o en Suiza. Sólo recuerdo que allí citaba, entre otras cosas, el pasaje de la carta de Marx a Engels del 16 de abril de 1856, en la que el primero decía: ‘En Alemania, todo dependerá de la posibilidad de respaldar la revolución proletaria con alguna segunda edición de la guerra campesina. Entonces todo saldrá a pedir de boca’. Esto es lo que no entendieron en 1905 nuestros mencheviques, que han llegado ahora incluso a traicionar completamente al socialismo, a pasarse al campo de la burguesía. V.I. Lenin, Moscú, 14 de mayo de 1918.”
  2. 2. El título de la tesis es Diferencias en la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro. Demócrito y Epicuro fueron filósofos griegos, materialista el primero e idealista el segundo, del siglo IV a.e.c.
  3. 3. Marx tomó la dialéctica del filósofo metafísico alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, pero, como él mismo diría en El Capital, la puso del revés, “para descubrir así el núcleo racional que se oculta bajo la envoltura mística”.
  4. 4. Marx y Engels estuvieron ligados a ellos en su juventud, para posteriormente realizar una crítica fundamentada contra las posiciones idealistas de muchos de sus integrantes en obras como La sagrada familia y La ideología alemana.
  5. 5. Omitida en la presente edición.
  6. 6. Se trata del artículo de Marx La justificación del corresponsal del Mosela.
  7. 7. Estas palabras son de la introducción a la obra de Marx Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel. El pasaje dice lo siguiente: “El arma de la crítica no puede sustituir la crítica por las armas; la fuerza material sólo puede ser derrocada con fuerza material. Pero también la teoría se convierte en una fuerza material cuando prende en las masas”.
  8. 8. Proudhon, Pierre J. (1809-1865): publicista, economista y sociólogo francés, ideólogo de la pequeña burguesía y uno de los fundadores del anarquismo. Proudhon soñaba con perpetuar la pequeña propiedad privada y criticaba, desde posiciones pequeñoburguesas, la gran propiedad capitalista. Proponía organizar el Banco del Pueblo, que, por medio del crédito gratuito, ayudaría a los obreros a adquirir medios de producción propios y hacerse artesanos. Otra idea reaccionaria suya fue la de fundar bancos de cambio que asegurarían a los trabajadores la venta “equitativa” de sus productos y, al mismo tiempo, no afectarían a la propiedad capitalista de los medios de producción. Proudhon no comprendió el papel histórico del proletariado, mantuvo una actitud negativa hacia la lucha política y negó la necesidad del Estado. Marx y Engels lucharon consecuentemente contra las tentativas de los proudhonistas de imponer sus criterios en la Primera Internacional.
  9. 9. Se trata de la revolución francesa que hizo caer la llamada monarquía de Julio (por el mes de 1830 en que subió al trono Luis Felipe I) y proclamó la Segunda República.
  10. 10. La Nueva Gaceta Renana (Neue Rheinische Zeitung) fue un diario de gran influencia en toda Alemania. Sus firmes llamamientos a combatir la contrarrevolución, sus denuncias de las autoridades y su defensa del internacionalismo le hicieron ganarse la ira de los junkers y de la burguesía. En mayo de 1849, el gobierno expulsó a Marx con la excusa de que no tenía la nacionalidad prusiana y el resto de los redactores sufrieron represalias, todo lo cual condujo a su desaparición. En su último número (impreso en rojo el día 19), la redacción declaraba que “su última palabra será siempre y en todas partes: ¡la emancipación de la clase obrera!”. Véase el artículo de Engels Marx y la ‘Nueva Gaceta Renana’ (1848-1849).
  11. 11. Los políticos de la pequeña burguesía radical francesa, organizaron el 13 de junio de 1849 una manifestación pacífica en París para protestar contra el envío del ejército francés a Italia a aplastar una revolución, lo que constituía una violación de la constitución francesa, que prohibía utilizar el ejército para oponerse a la libertad de otros pueblos. La manifestación fue disuelta por las tropas. Después del 13 de junio, las autoridades iniciaron la represión contra los demócratas.
  12. 12. Referencia al libro de Marx La guerra civil en Francia. Existe edición de la FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS.
  13. 13. Los seguidores del ideólogo anarquista Mijaíl Bakunin abandonaron la Primera Internacional en 1872.
  14. 14. Sus maridos fueron, respectivamente, el británico Edward Aveling y los franceses Paul Lafargue y Charles Longuet. El nieto de Marx fue Jean Longuet, diputado socialista y dirigente de la corriente centrista de la SFIO (Partido Socialista).
  15. 15. Véase Marx y Engels: La sagrada familia, capítulo 8.
  16. 16. Dios creador, según la escuela filosófica platónica, o principio activo del mundo, según los agnósticos.
  17. 17. David Hume (1711-1776): Filósofo empirista escocés. || Emmanuel Kant (1724-1804): Filósofo idealista alemán.
  18. 18. Engels: Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS, Madrid, 2006, p. 21.
  19. 19. Ludwig Büchner (1824-1899): Filósofo y físico alemán. || Karl Vogt (1817-1895): Científico y político germano-suizo; Marx escribió un libro para refutar las calumnias que Vogt lanzó contra él, titulado precisamente Sr. Vogt. || Jacob Moleschott (1822-1893): Psicólogo holandés.
  20. 20. Engels, op. cit., pp. 39 y 12.
  21. 21. Lorenz von Stein (1815-1890): Influyente economista y sociólogo alemán; acuñó el término “movimiento social”. La tricotomía es un método de clasificación en que las divisiones y subdivisiones tienen tres partes.
  22. 22. Engels, op. cit., p. 26.
  23. 23. Véase Marx: El Capital, volumen I. (Nota del Autor)
  24. 24. Marx: Contribución a la crítica de la economía política (1859). (N. del A.)
  25. 25. Período de la historia francesa entre la caída de Napoleón Bonaparte y la restauración de la monarquía borbónica (1814), y el ascenso al trono de la casa de Orleáns (julio de 1830) en la persona de Luis Felipe I.
  26. 26. Artesanos que trabajaban en establecimientos muy pequeños y para un mercado muy reducido.
  27. 27. Destacado economista burgués británico del siglo XVIII, que defendió la propiedad privada, el libre mercado y la competencia. Fue el iniciador de la llamada escuela clásica.
  28. 28. Teoría económica burguesa surgida en los años 70 del siglo XIX en oposición a la teoría marxista del valor. Según la misma, la apreciación subjetiva del consumidor es la fuente del valor, contribuyendo así a ocultar la explotación del trabajador por el capitalista. También es llamada teoría de la utilidad límite.
  29. 29. Karl Johann Rodbertus (1805-1875): Economista y político alemán partidario de cierto socialismo de Estado. Planteó que las crisis podían ser consecuencia de la tendencia a la disminución de los salarios respecto al conjunto de los ingresos de la sociedad y propuso redistribuir las rentas a través de los impuestos.
  30. 30. El obrok era un censo de la Rusia feudal, el tributo, en especie o en dinero, que el campesino tenía que pagar al propietario de la tierra.
  31. 31. Es decir, campesinos que, aunque acomodados, estaban sometidos igualmente a vasallaje por el señor feudal.
  32. 32. Estas palabras proceden del Manifiesto Comunista: “Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Pero, en la medida que el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués”. Existe edición de la FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS.
  33. 33. Existe edición de la FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS.
  34. 34. Revista teórica del SPD alemán.
  35. 35. Véase la carta de Marx a Engels, 9/4/1863.
  36. 36. Véase la carta de Engels a Marx, 5/2/1851.
  37. 37. Véanse las cartas de Engels a Marx, 17/12/1857 y 7/10/1858.
  38. 38. Véanse las cartas de Engels a Marx, 8/4/1863 y de Marx a Engels, 9/4/1863 y 2/4/1866. Los cartistas fueron el primer movimiento obrero independiente de la historia, surgido en Inglaterra en los años 30 y 40 del siglo XIX. Plantearon peticiones al Parlamento en diversas ocasiones; la más conocida recibió el nombre de “Carta del Pueblo” (de ahí la denominación).
  39. 39. Georges Holyoake (1817-1906): Secularista británico (fue la última persona condenada por blasfemia en Gran Bretaña) y destacado impulsor del cooperativismo en la última etapa de su vida.
  40. 40. Véanse las cartas de Engels a Marx, 19/11/1869 y 11/8/1881.
  41. 41. Véase Marx: La burguesía y la contrarrevolución, artículo segundo.
  42. 42. Karl Schapper (1812-1870) y August Willich (1810-1878) fueron los dirigentes de una fracción de la Liga de los Comunistas contraria a las tesis de Marx.
  43. 43. Véase la carta de Marx a Engels, 16/4/1856.
  44. 44. Ferdinand Lassalle (1825-1864): Abogado y político alemán, amigo de Marx y defensor de un socialismo pequeñoburgués que posteriormente tendría gran influencia en la socialdemocracia alemana. En 1863 fundó la Unión General Obrera de Alemania, que en el congreso de Gotha (1875) se unificó con el Partido Socialdemócrata. Mantuvo posiciones oportunistas respecto a cuestiones teóricas y políticas fundamentales.
  45. 45. Véanse las cartas de Engels a Marx, 27/1/1865 y 5/2/1865.
  46. 46. Wilhelm Liebknecht (1826-1900): Fundador, junto con August Bebel, del SPD alemán. Fue el padre de Karl Liebknecht.
  47. 47. Aristocracia terrateniente prusiana, que constituía la espina dorsal de los funcionarios del Estado y del ejército alemán.
  48. 48. Véanse las siguientes cartas: de Engels a Marx, 11/6/1863; de Marx a Engels, 12/6/1863; de Engels a Marx, 24/11/1863 y 4/9/1864; de Marx a Engels, 10/12/1864; de Engels a Marx, 27/1/1865; de Marx a Engels, 3/2/1865; de Engels a Marx, 6/12/1867; y de Marx a Engels, 17/12/1867.
  49. 49. Referencia al Segundo manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra franco-prusiana, escrito por Marx entre el 6 y el 9 de septiembre de 1870. En su prefacio a la traducción rusa de las cartas de C. Marx a L. Kugelmann, Lenin abunda en el tema.
  50. 50. La ley de excepción contra los socialistas alemana se promulgó en octubre de 1878. El SPD y las organizaciones obreras de masas fueron prohibidas, se suspendió la prensa obrera y se reprimió a los socialdemócratas. La presión del movimiento obrero logró su derogación en octubre de 1890.
  51. 51. Alusión a Johann Most, un diputado socialdemócrata alemán que evolucionó hacia el anarquismo. Se le atribuye la expresión “propaganda de los hechos”.
  52. 52. Véanse las siguientes cartas: de Marx a Engels, 23/7/1877 y 1/8/1877; de Engels a Marx, 20/8/1879 y 9/9/1879; y de Marx a Engels, 10/9/1879.
  53. 53. Sorge, Friedrich Adolph (1828- 1906): comunista alemán. A los 18 años se sumó al grupo de los revolucionarios de Sajonia durante el levantamiento armado de 1848. En marzo de 1852 fue expulsado de Bélgica y se trasladó a Londres. Después de recuperarse se embarcó para Nueva York, llegando en junio de 1852. En 1857 formó el Club Comunista de Nueva York, convirtiéndose en el principal defensor de Marx. En diciembre de 1869 fundó la Sección I de Primera la Internacional en Nueva York. Desde 1872 hasta 1874, Sorge fue secretario general de la Primera Internacional en todo el mundo. Su nombramiento siguió a la ruptura entre Marx y los anarquistas encabezados por Mijaíl Bakunin, y de la decisión, en septiembre de 1872, por el Congreso de La Haya, de transferir el Consejo General a Nueva York.

¡Nos queremos vivas, libres y combativas!

En los últimos años hemos vivido un auténtico despertar de millones de mujeres movilizándonos masivamente contra un sistema profundamente machista, que ejerce la violencia y la explotación de una forma especialmente cruel contra nosotras.

En esta lucha, las jóvenes, las trabajadoras, hemos combatido las políticas que nos imponen los gobiernos capitalistas, entre los cuales el del PP destaca por derecho propio. Ellos son los que han aprobado una reforma educativa franquista que privilegia a la Iglesia con miles de millones de euros, para que sigan diseminando sus mensajes abiertamente sexistas, homófobos y contra el derecho al aborto. Es la derecha la que recorta los servicios sociales que cargan sobre nuestras espaldas, condenándonos a la esclavitud doméstica, la que nos desahucia de nuestras casas y hacen de oro a los empresarios imponiéndonos salarios miserables y condiciones discriminatorias en el trabajo.

Pero además el gobierno de Rajoy ha otorgado una gran impunidad a los maltratadotes: en 2016 se realizaron 142.893 denuncias por violencia machista, es decir, más de 11.900 mensuales, pero sólo 2 de cada 10 acabaron en condena. En 2017, 91 mujeres han sido asesinadas en el Estado español. Y ante cada nueva víctima tenemos que escuchar la misma monserga de siempre. Los representantes del PP ponen gesto serio, guardan minutos de silencio y se lamentan… ¿Por qué no había denunciado? Luego se reivindican defensores de la igualdad, incluso ¡feministas! como algunas de sus dirigentes. No se puede ser más hipócrita. ¡Ellos y ellas son los primeros responsables de esta situación! Y si se mira bien esto no es casualidad. El Partido Popular siempre se ha caracterizado por defender los valores más retrógrados y reaccionarios, por su machismo visceral, por su homofobia desaforada, por una concepción del mundo elitista y clasista.

La violencia contra las mujeres es institucional y está amparada por los tribunales de justicia. Por esta vía también se ejerce una enorme violencia contra nosotras. Los casos de Juana Rivas o de la joven víctima de la Manada lo muestran con claridad. No se trata de decisiones individuales de jueces y juezas sexistas. Hablamos de todo un sistema y un entramado que nos golpea con fuerza y nos lanza un mensaje a todas: ¡Cuidado! Si denunciáis la realidad que vivís, el maltrato, una violación, acoso o cualquier otra forma de violencia, tendréis que pasar un calvario y seréis cuestionadas en todos los aspectos de vuestra vida. ¡El juicio será contra vosotras y quizás no sólo en un tribunal sino en los platós de televisión!

El 8 de marzo: ¡huelga general contra la violencia machista!

Desde Izquierda Revolucionaria entendemos que es necesario mostrar toda nuestra indignación de manera organizada y contundente. Por eso participaremos activamente en la huelga feminista que se ha convocado para el próximo 8 de marzo a escala internacional. Además consideramos que es necesario que el movimiento obrero se implique en esta lucha de manera activa y directa. No basta con que los dirigentes sindicales hagan ruedas de prensa, comunicados o salgan con la bandera morada ese día. El 8 de marzo CCOO y UGT deben convocar al conjunto de la clase trabajadora a la huelga general, paralizando la producción, el transporte, la enseñanza y la administración pública, para defender a la mujer trabajadora de la violencia machista, el acoso en el lugar de trabajo, la discriminación salarial y los recortes sociales que se ceban sobre nosotras de manera dramática.

Por nuestra parte, respaldaremos activamente el llamamiento de Libres y Combativas y el Sindicato de Estudiantes a la huelga general estudiantil, a vaciar las aulas de todos los institutos y universidades y llenar las calles, acudiendo a las concentraciones y manifestaciones unitarias que se celebrarán ese día en cientos de ciudades y localidades del Estado español y de todo el mundo.

Sabemos que la única forma de acabar con nuestra opresión es con la organización colectiva y la movilización en las calles. Hemos demostrado la fuerza que tenemos cuando nos ponemos en marcha: en las manifestaciones masivas de Estados Unidos contra Donald Trump, con el movimiento #NiUnaMenos en América Latina, en Polonia por el derecho al aborto, al frente del movimiento contra los desahucios o como la Kellys y las Espartanas de CocaColaEnLucha en defensa de unas condiciones de trabajo dignas. El 8 de marzo de 2016 fuimos millones en las calles de todo el mundo levantando un grito ensordecedor contra la violencia machista y la opresión capitalista, y este año va a ser aún mayor.

Por eso os invitamos a organizaros con nosotras en Libres y Combativas, para construir un feminismo anticapitalista y revolucionario, y unir las fuerzas de todas las que sufrimos la opresión y la violencia del sistema en una misma lucha por transformar la sociedad.

¡Únete a Libres y Combativas!

Construye con nosotras el feminismo anticapitalista y revolucionario, en tu centro de trabajo y estudio, en tu barrio y localidad

  • • ¡Basta de justicia machista! Castigo ejemplar a los responsables de todas las violaciones y agresiones físicas o psicológicas a mujeres. Despido y sanción a todos los policías y jueces que con su actitud favorecen la impunidad de los agresores.
  • • Incremento drástico de las ayudas económicas y de casas refugio para las mujeres víctimas de la violencia machista.
  • • Fuera la religión de las aulas. ¡Basta de mensajes machistas y homófobos en los centros de estudio! Derogación inmediata de la LOMCE.
  • • Derecho al aborto libre, gratuito y seguro. Acceso a la educación sexual y servicios de planificación familiar públicos y de calidad en todos los institutos y facultades. Medios anticonceptivos dispensados gratuitamente en centros de salud y farmacias para toda la juventud.
  • • Escuelas infantiles públicas y gratuitas en cada barrio y/o centro de trabajo, que permitan compaginar empleo y maternidad.
  • • Servicio público de lavanderías, comedores, limpieza del hogar… digno y gratuito para acabar con la esclavitud de las tareas domésticas. Incremento drástico de las ayudas públicas a la dependencia.
  • • Derogación de la reforma laboral. Salarios dignos para la mujer trabajadora. Sanciones ejemplares contra las empresas que se nieguen a contratarnos o nos despidan por estar embarazadas, cumplir con estándares estéticos etc. Derecho a seis meses de permiso por maternidad para ambos padres, con el salario al 100%.
  • • ¡Fin de los negocios multimillonarios que trafican con nuestro cuerpo! Contra la prostitución, el tráfico de mujeres y los vientres de alquiler. ¡Nuestro cuerpo no está en venta! Retirada inmediata de toda la publicidad que utilice el cuerpo femenino como reclamo. Abajo el canon de belleza que nos imponen las grandes multinacionales, que alimenta prejuicios y traumas y alienta la violencia contra las mujeres.

Los acontecimientos desarrollados en Catalunya durante los últimos meses han sacudido la escena política en el Estado español, en Europa y en el mundo, captando la atención de los activistas de la izquierda. No puede ser de otro modo, pues las imágenes del 1 de octubre pasado en las que cientos de miles de ciudadanos, trabajadores y jóvenes catalanes ejercieron su derecho a decidir, y resistieron ejemplarmente la brutal represión de la policía y la Guardia Civil, provocaron un impacto tremendo en la conciencia de millones.

Estamos ante un antes y un después en la historia reciente de Catalunya. Mediante su acción directa las masas derrotaron la represión salvaje del Estado y mostraron su firme decisión de romper con el régimen del 78, votando masivamente por la república catalana. La reacción virulenta de la burguesía española y catalana, del gobierno del PP, de sus aliados políticos y del aparato del Estado para cerrar la crisis revolucionaria abierta, todavía no ha conquistado sus objetivos.

Para todos los que aspiramos a la transformación de la sociedad, la cuestión nacional catalana ha vuelto a erigirse en un ariete decisivo para acabar con el capitalismo en el Estado español.

La campaña de la derecha españolista viene de lejos

Las provocaciones y ataques contra los derechos democráticos del pueblo catalán han sido particularmente intensos durante los últimos años, convirtiéndose en santo y seña de la derecha, del aparato del Estado (militares, policías, judicatura), y los medios de comunicación españolistas.

El Estatut aprobado en 2005 por el Parlament de Catalunya no despertó demasiado entusiasmo, pues no representaba un avance sustancial ni en libertades democráticas ni en derechos sociales. Sin embargo, todo cambió con la eliminación en 2010 por el Tribunal Constitucional de buena parte de su contenido respondiendo favorablemente al recurso presentado por el PP —especialmente el título que reconocía a Catalunya como nación—. De nada valió que un 74% de los votantes ratificaran ese Estatut en referéndum. El mensaje de los jueces y el PP no podía ser más claro: un desprecio autoritario del Estado centralista ante lo que consideraba un desafío a la españolidad de Catalunya y la “unidad de la patria”. La respuesta de indignación de la población catalana fue una manifestación masiva el 10 de julio de 2010 en las calles de Barcelona bajo el lema “Som una nació, nosaltres decidim”.

La campaña furiosa de catalanofobia desatada desde el PP y el aparato del Estado entraba en una nueva etapa. La ofensiva se concentró con especial intensidad en la cuestión lingüística, un aspecto particularmente sensible para la población. El Tribunal Supremo dictó varias sentencias contra el sistema de inmersión lingüística, que representa una gran conquista social y cultural alcanzada mediante la lucha conjunta de los trabajadores de origen catalán y otros llegados de diferentes puntos del Estado en los años setenta, y que ha servido para garantizar durante décadas la integración y la convivencia.

PP y Ciudadanos (Cs) mienten descaradamente cuando presentan al castellano como idioma perseguido en Catalunya. Ambos idiomas conviven, siendo habituales las conversaciones bilingües. De hecho, el nivel de conocimiento del castellano en el sistema educativo de Catalunya es superior a la media estatal y su presencia es marcadamente superior a la del catalán en ámbitos claves para la normalización lingüística como cine, internet, televisión, publicaciones impresas y literatura de todo tipo… El nacionalismo españolista tergiversa esta cuestión para fomentar prejuicios anticatalanistas que amplíen su base de apoyo dentro y fuera de Catalunya.

La actitud de la derecha española hacia el catalán siempre ha sido de ensañamiento. Cuando el PP gobernaba Baleares suprimió horas de clase en catalán y aprobó leyes que permitían multar a quienes colgaran banderas catalanas en colegios, institutos o edificios públicos. El ultrareaccionario ministro de Educación, José Ignacio Wert, planteó que un objetivo esencial de su reforma educativa (LOMCE) era “españolizar a los alumnos catalanes”.

Durante los últimos años esta ofensiva ha llegado al paroxismo. Declaraciones como la del coronel Francisco Alamán en torno a la Diada de 2011, afirmando que la independencia de Catalunya sólo se produciría “por encima de mi cadáver y el de muchos”, y refiriéndose al ejército como un “león dormido” pero advirtiendo: “no provoquen demasiado al león, porque ya ha dado pruebas sobradas de su ferocidad a lo largo de los siglos”, no son algo excepcional. Ese mismo año la Asociación de Militares Españoles (AME), formada por 3.500 mandos, exigió al gobierno y al poder judicial “suprimir cualquier atisbo de secesión” y que quienes lo hayan “permitido, participado o colaborado” respondiesen por “alta traición (…) ante la jurisdicción castrense”. Tras el 1 de octubre, un miembro del Estado Mayor de la Defensa (EMAD) insistió en que el ejército actuaría si no se ponía coto al “separatismo”

La clase dominante española ha dado sobradas muestras de cómo entiende la “unidad de la patria”. Lo hizo respaldando un golpe militar fascista en julio de 1936, del que surgió una dictadura brutal que gobernó por cuarenta años. Los herederos de esa burguesía no han cambiado un ápice sus posiciones. En 2014, un informe del Instituto de Estudios Económicos, dependiente de la CEOE, señalaba el guión a aplicar en caso de referéndum de autodeterminación en Catalunya: “suspensión del Estatuto de Autonomía”, “destitución del Gobierno catalán”, “cierre del Parlament”, “restringiendo algunos derechos constitucionales como es normal en estas situaciones extraordinarias”. ¿A alguien le suena? Pero el documento iba más lejos: “abortada la secesión, encarcelados sus líderes e ilegalizados los partidos políticos que la apoyaron, se abriría un período transitorio durante el cual el Estatut quedaría en suspenso y las competencias transferidas volverían a manos del Gobierno”.

El combustible que alimenta la cuestión nacional catalana

Dos factores han sido fundamentales para que crezca tanto, y tan rápido, el movimiento de masas por la independencia en Catalunya durante los últimos años: una crisis económica y social virulenta, y el recrudecimiento de la opresión nacional del Estado centralista. Ambos elementos se han desarrollado y agudizado de forma paralela hasta confluir y desembocar, espoleados por el látigo de la reacción el 1 de octubre, en una crisis revolucionaria.

Desde 2008 se calcula que la crisis capitalista ha destruido un 25% del tejido industrial catalán. Si en ese año el porcentaje de trabajadores en paro que llevaba más de un año sin encontrar empleo representaba apenas un 16%, en 2016 alcanzaba ¡el 53%! El 71% de ellos no percibe ninguna prestación o subsidio. Durante el mismo período las rentas del trabajo cayeron 4 puntos (del 50% al 46%) y las del capital subieron 3, del 42% al 45%.

Al enorme malestar social que provoca este deterioro en las condiciones de vida se une la represión de los derechos democrático-nacionales. La opresión nacional sobre los pueblos de Catalunya, Euskal Herria y Galiza por parte de la burguesía centralista y su Estado es real, consustancial a la propia configuración de la “nación española”. Cualquiera que estudie la historia del Estado español puede observar el estallido periódico de la cuestión nacional, especialmente en los momentos de crisis económica y social, cuando la lucha contra la dictadura del capital y un deseo profundo de cambio se entrelazan con las aspiraciones democrático-nacionales no resueltas y sistemáticamente reprimidas del pueblo catalán, vasco y gallego.

Aunque estos pueblos tienen una historia, lengua y cultura propias nunca se les ha permitido decidir si quieren formar parte del Estado español o no. Bajo el franquismo sus aspiraciones democrático-nacionales fueron salvajemente aplastadas, y desde la Transición cualquier avance ha sido conquistado mediante la lucha contra la burguesía española. Como evidencia la aplicación del 155, esas conquistas democráticas, incluso las más limitadas, están hoy bajo amenaza.

El nacionalismo burgués

Los dirigentes del PDeCAT (antes Convergència) nunca han apostado por la independencia, menos aún por una república catalana. Esta derecha nacionalista, representante tradicional de la burguesía catalana, siempre ha sido un pilar de la estabilidad del capitalismo español.

Convergència i Uniò, y su líder histórico Jordi Pujol, sostuvieron los gobiernos de Felipe González y Aznar y toda su agenda de ataques contra los trabajadores y las libertades democráticas: reconversiones industriales salvajes, contrarreformas laborales que abrieron las puertas a la precariedad y bajos salarios actuales, recortes de las pensiones, privatizaciones masivas de empresas y servicios públicos, guerra sucia y legislación represiva, etc. En pago por los servicios prestados, el Estado y los gobiernos centrales consintieron que Convergència se financiara fraudulentamente, igual que lo hacían PSOE y PP. Muchos dirigentes convergentes, Pujol el primero, hicieron fortunas robando a manos llenas el patrimonio público.

En el Govern de la Generalitat, el ­PDeCAT, Puigdemont incluido, ha aplicado las mismas políticas de austeridad y recortes que Rajoy y, en algunos casos, yendo incluso más lejos. La privatización en educación y sanidad está más avanzada en Catalunya, la situación laboral de los interinos es peor y las tasas universitarias son un 30% más elevadas. El presupuesto público de la Generalitat en gasto social global fue recortado un 17% de 2010 a 2015: el educativo en un 17%, el sanitario un 14%, el de vivienda ¡¡el 60%!! Cuando los trabajadores y jóvenes catalanes protestaron contra estos recortes, el Govern no dudó en utilizar a los Mossos d’Esquadra para reprimir con dureza sus movilizaciones o para ejecutar desahucios.

Estas políticas provocaron un malestar creciente contra la derecha catalanista. En 2012 el gobierno de Artur Mas era cada vez más cuestionado y la indignación llenaba las calles contra los recortes. Fue en ese contexto cuando el aparato de Convergència decidió subirse al carro del independentismo e intentar explotar en su propio beneficio el movimiento de masas que reclamaba el derecho de Catalunya a decidir su futuro, desviando así el foco de la protesta social contra sus políticas. Lamentablemente, organizaciones de la izquierda independentista como la CUP aceptaron este giro como un “paso adelante” y sostuvieron parlamentariamente a los diferentes gobiernos del PDeCAT, sus recortes y sus políticas de austeridad en aras de la independencia nacional.

Cuestión nacional y marxismo

¿Qué posición tenemos los marxistas ante estos acontecimientos? En primer lugar dejamos meridianamente claro nuestro completo rechazo a la brutal ofensiva reaccionaria del PP y de sus aliados políticos, Ciudadanos y el PSOE, del aparato del Estado, la judicatura y el ejército, y de los medios de comunicación del sistema, contra el derecho a la autodeterminación del pueblo de Catalunya. En segundo lugar, sostenemos que hay que arrebatar a los políticos burgueses y pequeños burgueses la dirección de este movimiento de masas democrático-nacional, y ligar el combate por la república a la transformación socialista de Catalunya, del Estado español y de Europa.

Como ya sucedió históricamente, la cuestión nacional se ha revelado un problema irresoluble para la izquierda reformista y parlamentaria en todas sus variantes: o bien ha sostenido el punto de vista de la clase dominante, amplificando todos los prejuicios del nacionalismo españolista y respaldando las medidas represivas del Estado, como ha sido el caso del PSOE; o, abandonando una posición de clase, revolucionaria e internacionalista, han planteado una equidistancia imposible entre la nación opresora y su Estado y el movimiento de masas de la nación oprimida, concediendo a la burguesía española y catalana un gran margen de maniobra para sus fines reaccionarios, como ha sido el caso de Podemos e IU.

La lucha de millones de personas por el derecho a la autodeterminación y la república catalana, contra el PP y el régimen del 78, ha sido denunciada por numerosos intelectuales “progresistas”, e incluso por políticos de izquierdas que se llegan a declarar “republicanos” y “comunistas” como Alberto Garzón, como un movimiento reaccionario dirigido por las élites catalanas.

Este argumento es inaceptable para un revolucionario. La verdad es siempre concreta, y en este caso, es más que evidente que la burguesía catalana no sólo no ha impulsado la lucha por la independencia y la república, sino que se ha posicionado rotundamente en contra, aliándose con la burguesía española y jugando un papel fundamental al alentar la campaña del miedo. Por tanto, lo que algunos consideran una postura “de clase”, sólo esconde una completa renuncia a intervenir en un movimiento de masas que desafía la represión y lucha contra una unidad nacional impuesta con métodos autoritarios, y que podría jugar además un gran papel para movilizar a los oprimidos del resto del Estado contra el gobierno del PP, su corrupción y sus recortes.

Garzón se declara marxista, y pretende justificar sus posiciones falsificando de forma grosera el pensamiento de los grandes marxistas. Hace más de cien años, Lenin escribió un magnífico texto, El derecho de las naciones a la autodeterminación, fijando la posición de los marxistas revolucionarios sobre este tema. Lenin no era nacionalista, tampoco Marx ni Engels. Eran internacionalistas, pero entendían que la defensa del derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas, como hoy es el caso de Catalunya, era algo prioritario en la batalla por el socialismo. Luchar contra la opresión nacional es igual de importante que luchar contra la opresión de clase. Por supuesto, en el movimiento de liberación nacional los marxistas nunca nos subordinamos a la burguesía de la nación oprimida, en este caso a la burguesía catalana, ni a su representación política, el PDeCAT. Al tiempo que abogamos por el derecho de autodeterminación de la nación oprimida —que significa obviamente su derecho a la independencia—, esta demanda democrática la vinculamos a la lucha por un programa revolucionario y la transformación socialista, lo que implica mantener una completa independencia política respecto a la burguesía.

A la hora de situarse ante los movimientos de liberación nacional, como siempre hacían Marx, Engels, Lenin o Trotsky, es necesario distinguir entre sus tendencias reaccionarias y progresistas, y apoyarse en estas últimas para hacerlo avanzar en una dirección anticapitalista y revolucionaria. En el movimiento de masas por la república catalana hay que diferenciar, por un lado, el papel que juegan en él los dirigentes del PDeCAT o de ERC, que no quieren romper con la lógica del capitalismo y que en el Govern han asumido medidas de ajuste y austeridad; y por otro, la inmensa mayoría de quienes lo integran: cientos de miles de jóvenes, amplios sectores de las capas medias empobrecida y de la clase trabajadora más radicalizada, que luchan contra la opresión nacional del Estado, contra las políticas del PP y aspiran a una república catalana con justicia social. Esta ha sido, mayoritariamente, la base social que ha nutrido las grandes manifestaciones de la Diada que han abarrotado las calles de Barcelona y de Catalunya en los últimos años.

Los hechos son tozudos: el movimiento de masas del 1 y del 3 de octubre, que en esta última jornada protagonizó una huelga general histórica, desbordó por la izquierda a los dirigentes del PDeCAT y de ERC, muchos de los cuales vacilaron hasta el último momento en organizar el referéndum, y provocó el mayor desafío al régimen del 78, a sus partidos y sus instituciones.

El régimen del 78 y el derecho a la autodeterminación

Durante cuatro décadas se nos ha presentado este régimen como producto del consenso democrático. La realidad fue que, entre 1976 y 1978, distintos políticos franquistas (Martín Villa, Adolfo Suárez y muchos otros) se reconvierten en “demócratas” siguiendo las directrices la burguesía española e internacional y, para abortar una situación revolucionaria que no sólo amenazaba con barrer la dictadura sino también al capitalismo español, buscan un acuerdo con las direcciones de las organizaciones de la izquierda (PCE y PSOE)

Este gran pacto, o gran traición si lo consideramos desde el punto de vista de la clase obrera, supuso un cambio de fachada. La clase dominante española reconoció legalmente parte de las libertades y derechos democráticos que ya habían sido impuestos por la movilización popular, a cambio de que los dirigentes del PSOE y el PCE (Felipe González y Santiago Carrillo) aceptaran el régimen monárquico impuesto por Franco, asumieran la economía de “libre mercado” y una ley de punto y final que garantizó la impunidad de los crímenes del franquismo y mantuvo intacto un aparato estatal (judicatura, fuerzas policiales y militares) heredado de la dictadura.

La Constitución de 1978 enmarcó todas estas concesiones y les dio la forma de “democracia parlamentaria”. Los dirigentes del PSOE y del PCE apoyaron entusiastamente este nuevo régimen, del que decían era una etapa previa para el socialismo. En realidad, con su actuación permitieron que los grandes capitalistas retomaran el control completo de la situación poniendo fin a la gran crisis revolucionaria que sacudió el Estado español en aquellos años.

Un elemento central de todo este “consenso” fue negar el derecho de autodeterminación de Catalunya, Euskal Herria y Galiza. El texto constitucional reconoció las Comunidades Autónomas, pero garantizando la unidad de la “Patria” mediante medidas de excepción (como el artículo 155) y el recurso a la violencia legal del Estado. La España, una, grande y libre quedaba a salvo.

Los argumentos de las direcciones reformistas de la izquierda para aceptar aquel “acuerdo” fueron los que siempre se utilizan en una situación revolucionaria para justificar el derrotismo: “ruido de sables”, “amenaza golpista”, “correlación de fuerzas” desfavorable. Este último argumento, por cierto, se intenta utilizar hoy en Catalunya también para justificar el abandono de la lucha por la república.

Oportunismo y colaboración de clases

Las razones anteriores señalan la absoluta incongruencia de aquellos dirigentes que se llenan la boca de denuncias contra el “régimen del 78” y declaran la necesidad de abrir “un nuevo proceso constituyente”, pero a la hora de la verdad, cuando las masas se ponen en marcha las abandonan y las denuncian por “despertar al fascismo”.

Es realmente increíble que cuando el pueblo de Catalunya se levanta contra la opresión, la dirección estatal de Podemos, de Izquierda Unida y los dirigentes de Catalunya en Comú se conviertan en campeones del respeto a la legalidad capitalista, insistiendo en un referéndum pactado y defendiendo ideas tan reaccionarias como que el 155 es el resultado de la falta de “diálogo” y “responsabilidad” política de Rajoy y Puigdemont en igual medida.

Pablo Iglesias, Alberto Garzón y otros dirigentes de Unidos Podemos no quieren ver el fondo del asunto. ¿Su alternativa es un referéndum acordado con el mismo Estado que contesta a la movilización democrática del pueblo de Catalunya con la cárcel, las porras y las pelotas de goma? ¿Acaso estos dirigentes no han oído hablar de la lucha de clases? Si se ha llegado a un enfrentamiento tan duro es porque el Estado centralista y el régimen del 78 jamás aceptarán un referéndum pactado y legal sobre la autodeterminación de Catalunya. Y no lo harán por los motivos políticos señalados y otros económicos de mucho peso: la burguesía española no está dispuesta a renunciar a un mercado como el catalán, que representa casi un tercio del PIB español.

Un argumento que suelen unir al anterior los dirigentes de IU y Podemos es que el referéndum del 1 de octubre, además de ser ilegal, no es legítimo. Ver para creer. Es embarazoso tener que recordar a Pablo Iglesias y Alberto Garzón que todas las movilizaciones que han servido para obtener derechos y mejoras sociales, empezaron en muchos casos siendo ilegales, precisamente porque las leyes suelen estar hechas por y para los opresores. ¿Cómo se consiguió el voto de las mujeres? ¿Cómo se acabó con la dictadura de Franco? ¿Cómo se consiguieron frenar las leyes racistas y segregacionistas en EEUU o Sudáfrica? La lista se haría interminable. Pero para ir más cerca en el tiempo. ¿Cómo se han impedido cientos de desahucios? ¿Respetando una legalidad fraudulenta que sólo sirve a los intereses de los banqueros? ¿Acaso se han olvidado ya del 15-M? ¿Cómo se puede anteponer la legalidad, y menos la legalidad de un Estado tan represivo y autoritario, a las justas aspiraciones democráticas de un pueblo en lucha?

La cosa se pone aún peor con el “argumento” de la ilegitimidad del referéndum del 1 de octubre. Más de 2.200.000 personas defendieron e impusieron su derecho a votar enfrentándose a las porras y pelotas de goma de decenas de miles de policías y guardias civiles. El porcentaje de participación de este referéndum fue superior al de las elecciones europeas de 2014. El número de votos favorables a la república catalana superó claramente los votos afirmativos al Estatut de 1977, la norma que regula la relación de Catalunya con el Estado español. ¡Qué elección podría tener más legitimidad que ésta, conquistada mediante la lucha, la movilización y la resistencia frente al Estado y su maquinaria represiva!

Las posiciones de los dirigentes de Unidos Podemos son insostenibles no sólo desde el punto de vista de la defensa de los derechos democráticos de Catalunya. También si tenemos en cuenta el llamado “proceso constituyente” que defienden como estrategia para alcanzar una “República Federal”. Ni Garzón ni Pablo Iglesias aclaran qué orientación de clase, capitalista o socialista, tendría ese proceso constituyente ni esa república federal. Pero, independientemente de eso, ¿cómo pretenden lograrlo? ¿Mediante el acuerdo con el Estado franquista y el PP? ¿Alcanzando un consenso con la burguesía española?

La proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931 fue resultado de la acción revolucionaria de las masas que echaron abajo la dictadura de Primo de Rivera, y con sus huelgas y movilizaciones masivas durante 1930 y 1931 mandaron a Alfonso XIII al exilio. La proclamación de la república, aceptada a regañadientes por los capitalistas como un mal menor, no pudo contener el movimiento de los trabajadores, los campesinos sin tierra y la juventud hacia la revolución socialista.

La analogía histórica tiene su importancia. Una república catalana ganada mediante la acción revolucionaria de la población lleva inevitablemente a un combate frontal contra el PDeCAT y la burguesía catalana. Y no sólo abriría las puertas a la revolución en Catalunya, más pronto que tarde contagiaría al resto del Estado. El régimen del 78, que está en crisis y cada vez más desprestigiado, colapsaría. Eso lo han comprendido desde el primer momento la burguesía española y la catalana, de ahí su reacción furibunda para aplastar este movimiento utilizando todos los medios a su alcance.

El bloque monárquico-reaccionario  y su estrategia

Que los acontecimientos del 1 y 3 de octubre abrieron una crisis revolucionaria en Catalunya lo prueban los hechos. En la noche del 3 de octubre el rey Felipe VI se dirigió a la nación en un discurso incendiario abogando por medidas represivas drásticas. A partir de ese momento, el mecanismo para la aplicación del artículo 155 se activó para impedir la proclamación de la república catalana. La judicatura recibió órdenes de poner en marcha una “causa general” contra el independentismo, que acabaría metiendo en la cárcel a dirigentes reconocidos del movimiento. La burguesía catalana declaró su apoyo al Estado centralista con medidas contundentes, y los medios de comunicación del sistema se lanzaron a una campaña de mentiras y manipulaciones sin precedentes.

Pongamos algunos ejemplos. El diario El Mundo condensaba el odio y el pánico de la clase dominante de esta manera: “Ante esta flagrante insurrección al orden legítimo, y en un contexto revolucionario que incluye la convocatoria de una huelga general, el Gobierno no puede dilatar la asunción de medidas que permitan frenar en seco los planes del independentismo, lo que incluye la aplicación inmediata del artículo 155 o la Ley de Seguridad Ciudadana, en aras de preservar la legalidad y situar a los ­Mossos bajo el control del Estado” (Ni un minuto que perder frente al independentismo, 2 de octubre de 2017). Editoriales, artículos de opinión, columnas, reportajes se desparramaron por los medios escritos, las radios y las televisiones. Algunos de ellos, como los del diario El País, destacaban por una histeria rayana en la locura.

La burguesía catalana dio el pistoletazo de salida para una campaña del miedo nauseabunda: en pocos días 2.000 empresas anunciaban su salida de Catalunya, y el argumento del caos económico se esgrimió con fuerza para evitar la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) y la proclamación de la república. Todos los actores políticos del bloque monárquico se pusieron en marcha para insuflar al españolismo una base de masas en Catalunya. Hasta ese momento, ni PP ni Ciudadanos ni PSOE habían podido organizar ni una sola manifestación significativa en defensa de la “unidad de España”, ni dentro ni fuera de Catalunya.

Como en otros momentos revolucionarios o prerrevolucionarios, la burguesía empleó todo su poder económico y mediático para movilizar a los sectores más atrasados y reaccionarios de la población catalana y española. Acarreando en centenares de trenes y autobuses a miles de militantes del PP y de Ciudadanos desde otros territorios y desde toda Catalunya, la manifestación españolista del 8 de octubre organizada por Sociedad Civil Catalana, y publicitada hasta la saciedad por los medios de comunicación españoles, reunió a dirigentes del PP, Ciudadanos, PSOE y PSC, con los fascistas de Falange o la Fundación José Antonio. La imagen de Josep Borrell arengando a decenas de miles con banderas de España, mientras el reaccionario, machista y xenófobo Albiol, o Albert Rivera e Inés Arrimadas aplaudían a rabiar, fue la imagen del día.

Pocas semanas después, el aquelarre contaría con un invitado aún más inesperado: Paco Frutos, ex secretario general del PCE, que fue utilizado de mamporrero por la reacción en un discurso delirante en el que atacó virulentamente la huelga estudiantil del 26 de octubre convocada por el Sindicat d’Estudiants junto a otras organizaciones, y que fue clave para presionar a Puigdemont en un momento en que parecía dispuesto a renunciar al mandato del 1 de octubre y convocar elecciones anticipadas. Que la derecha resucitase a este viejo estalinista reconvertido en adalid de la España una, grande y libre, no era accidental. Al igual que con la presencia de los dirigentes del PSOE y PSC, el bloque monárquico intentaba disimular la esencia profundamente reaccionaria de las manifestaciones españolistas ante capas de la clase obrera desmoralizadas y temerosas de la independencia pero con tradición de izquierdas.

El camino para resistir la ofensiva reaccionaria

Para derrotar a la reacción monárquica, su ofensiva represiva y la feroz campaña del miedo que la clase dominante había desatado, era imprescindible en aquel momento (y sigue siéndolo) ganar a la causa de la república a la poderosa clase obrera catalana. El hecho de que existiera un importante recelo sobre las auténticas intenciones del “procés” entre amplios sectores de los obreros catalanes no es ninguna casualidad. Los políticos burgueses que dirigen el PDeCAT siempre han despreciado a las familias inmigrantes llegadas a Catalunya en los años 50, 60 o 70, con todo tipo de calificativos racistas y clasistas, y han gobernado contra ellos y a favor del gran capital.

Cuando el 1 y 3 de octubre cientos de miles de jóvenes, activistas, trabajadores y ciudadanos en general se enfrentaron a la represión y paralizaron Catalunya, se estableció un primer puente para ganar a la mayoría de la clase trabajadora catalana para la causa de una república con justicia social. En aquellas jornadas, sectores muy amplios de los obreros de las grandes ciudades y de sus cinturones rojos recordaron que la derecha del PP es un enemigo irreconciliable de sus intereses.

Pero, para mantener y ampliar ese puente, había que unir la lucha por la república a un programa socialista audaz contra los recortes y la austeridad, a un plan de acción de movilizaciones contundentes, incluida la huelga indefinida, y a la solidaridad activa de la población, de los trabajadores y la juventud del resto del Estado. Esta era la tarea de las organizaciones de masas de la izquierda y los sindicatos, rompiendo cualquier tipo de subordinación tanto al bloque monárquico como a los políticos burgueses del PDeCAT. Pero nada de esto ocurrió.

El aparato burocrático de CCOO y UGT se alineó rápidamente con los que impulsaban el 155, renunciando no sólo a la movilización sino asegurando su lealtad al gobierno del PP, a la Corona y a las instituciones del Estado que lideran la represión. Por su parte, los dirigentes de Unidos Podemos se limitaron a mantener la equidistancia deplorable que ya hemos comentado, asustados de que la campaña del miedo les hiciera perder votos, y renunciando a movilizar a la población del resto del Estado en defensa de los derechos democráticos de Catalunya y por la república.

La política de la dirección de la CUP

La irrupción de la CUP en noviembre de 2012, con tres diputados en el Parlament, reflejaba la voluntad de cambio de un sector de la sociedad, sobre todo jóvenes, que ligaban la idea de la independencia a una ruptura con el capitalismo. En 2015 la CUP consiguió 10 diputados, recogiendo el malestar de cientos de miles que apoyaban la independencia pero además rechazaban la política de recortes y privatizaciones de Junts pel Sí (coalición de ERC y Convergència)

Lo que esperaban esos electores, y una mayoría de la militancia, era que la CUP liderase la movilización a favor de un referéndum de autodeterminación pero también contra la agenda antisocial del Govern. Pero la dirección se ha equivocado sosteniendo con sus votos en el Parlament al PDeCAT. Esto sólo ha servido para mantener a los políticos burgueses al frente del “procés”, pese al descrédito y pérdida de apoyo que los ex convergentes venían sufriendo. A la hora de la verdad, cuando el movimiento de masas exigía decisiones y acciones más contundentes, como proclamar la república y defenderla, Puigdemont y sus colaboradores más estrechos tenían la última palabra.

Para derrotar la represión estatal y continuar la lucha por la república del 1 de octubre, los dirigentes de la CUP deberían haberse orientado firmemente hacia un programa de independencia de clase. En lugar de eso, y aunque manifestaban una retórica muy radical, siguieron atados a la estrategia del PDeCAT y de Puigdemont, que lo último que pretendían era llevar a cabo una proclamación de la república que supusiera romper el orden capitalista en Catalunya.

No hay duda de que los militantes de la CUP han estado a la vanguardia de la movilización impulsando los Comités de Defensa de la República (CDR), lo que les ha valido ser blanco de las amenazas y los ataques de los fascistas, de la reacción españolista y recibir directamente los golpes de la represión. Pero sus dirigentes, al anteponer la “independencia” a la transformación social, no han sido capaces de aprovechar la oportunidad que les otorgaba la crisis revolucionaria y la gigantesca movilización de masas para conquistar la dirección del movimiento, y se han convertido en elementos auxiliares de las maniobras de Puigdemont en los momentos decisivos. En las elecciones del 21-D han pagado un alto precio por estos errores.

La aplicación del 155, el encarcelamiento de los Jordis y Junqueras y el exilio de Puigdemont

Tras los acontecimientos del 1 y 3 de octubre, los dirigentes del “procés” no plantearon un plan de lucha serio para resistir la ofensiva reaccionaria. Cediendo a la presión de la burguesía catalana, el aparato del PDeCAT y las burguesías europeas, Puigdemont dio un paso atrás, suspendió la proclamación de la república y propuso abrir negociaciones con el gobierno de Rajoy y el Estado español.

En este lapso de tiempo se confirmaron los límites de la política de los dirigentes del PDeCAT y ERC: de ninguna manera querían continuar alentando una movilización de masas que se les escapaba de las manos y que les enfrentaba a la clase dominante española y catalana. Toda su estrategia en ese momento fue dejar claro que no iban en serio, que estaban dispuestos a retroceder si el Estado les daba alguna salida. Estas muestras de debilidad fueron entendidas claramente por el PP y el bloque del 155. Era el momento de dar una lección no sólo a estos políticos, sino al conjunto del movimiento que había desafiado de esta manera al régimen del 78.

La maquinaria del Estado se puso en marcha y perpetró el mayor atentado en cuarenta años contra los derechos democráticos de todo un pueblo. Encarcelaron sin fianza a los dirigentes de ANC (Asamblea Nacional Catalana) y Òmnium Cultural, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, encarcelaron igualmente a ocho consellers del Govern (entre ellos el vicepresidente Junqueras) y aplicaron el artículo 155 de la Constitución anulando la autonomía catalana y sus instituciones. El presidente Puigdemont, amenazado también con la prisión, huyó y se exilió en Bélgica.

Todas estas medidas significan un golpe de Estado contra los derechos democráticos de todos los trabajadores y de la juventud, en Catalunya y fuera de ella, pues las excusas legales utilizadas para encarcelar a los consellers y los Jordis pueden ser aplicadas mañana contra cualquiera que se rebele contra este sistema.

La querella del entonces fiscal general del Estado, José Manuel Maza, acusando a los miembros del Govern del delito de “rebelión” y “sedición” expresa los objetivos de todo el bloque reaccionario y tiene una trascendencia histórica al considerar el movimiento de millones de ciudadanos pacíficos, ejerciendo su legítimo derecho a votar el 1 de octubre y a participar en la huelga general del 3, como “un levantamiento violento”.

Junqueras, los Jordis y Forn son presos políticos. Han sido encarcelados de manera totalmente injusta por sus ideas, violando derechos considerados fundamentales para calificar a cualquier régimen de democrático. No sólo eso. El gobierno y el Estado español les están utilizando como rehenes. Desde Esquerra Revolucionària/Izquierda Revolucionaria defendemos su liberación inmediata y la de todos aquellos que, como Alfon, Andrés Bódalo y muchos otros, están en prisión a causa de sus posiciones políticas.

La querella de Maza es sólo la punta del iceberg: la utilización del llamado “delito de odio” y los nuevos procesos abiertos contra otros dirigentes independentistas, avisan de que la ofensiva no se detendrá. El objetivo de estos reaccionarios, entre los que hay que incluir de manera muy señalada a los dirigentes del PSOE, es poner de rodillas a los millones que salieron a las calles desafiando a la monarquía, el Estado y un gobierno corrupto que desprecia sus justas aspiraciones y que eso sirva, además, de escarmiento para todos los oprimidos.

Por supuesto, y dadas las dificultades para mantener suspendida la autonomía mucho tiempo, el bloque del 155 organizó las elecciones del 21-D esperando que esta escalada represiva, y la falta de un plan de lucha decidido y continuado por parte de los dirigentes independentistas, fuesen suficiente para desmoralizar y derrotar el movimiento de masas, cerrando así la crisis abierta con un triunfo rotundo de las fuerzas reaccionarias.

Mayoría independentista en el Parlament

Las elecciones del 21 de diciembre, más allá de la propaganda oficial, supusieron una derrota sin paliativos para todo el bloque del 155 y especialmente para el PP, reducido a la última posición. La reacción buscaba acabar con la mayoría independentista en el Parlament, conformar un Govern bajo control españolista y cerrar la crisis política en Catalunya. No ha logrado ninguno de esos objetivos.

Los medios de comunicación, la monarquía, los partidos del régimen del 78 y la burguesía española y catalana han intentado disimular su fracaso proclamando vencedores a Arrimadas y Ciudadanos, pero la realidad es incuestionable. Junts per Catalunya (JxCat) y ERC obtienen 66 escaños, 30 más que Ciudadanos, superándoles en casi 800.000 votos. Sumando las papeletas de la CUP, el independentismo sube 105.000 votos respecto a 2015 y revalida su mayoría absoluta en el Parlament. Teniendo en cuenta, además, que Catalunya en Comú (confluencia catalana de Podemos) se ha opuesto al 155, los votos a partidos que declaran su apoyo al derecho a decidir superan el 55%.

Es importante señalar que identificar la victoria de la lista de Carles Puigdemont (JxCat) dentro del campo independentista como un apoyo a las políticas antiobreras del PDeCAT o un voto de derechas no sólo es un grave error, significa falsear la realidad. Centenares de miles de jóvenes, sectores de las capas medias empobrecidas e incluso trabajadores que rechazan al ­PDeCAT y Convergència, se decidieron por JxCat como el voto más útil, porque ven en Puigdemont a alguien que se ha enfrentado decididamente al Estado español desafiando al bloque monárquico desde el exilio. Su denuncia de la represión fue más enérgica que la de dirigentes de ERC como Forcadell, Rovira o el propio Junqueras, que se comprometieron a acatar el 155 y renunciar a la unilateralidad ante el juez o, dicho de otro modo, a posponer la lucha por la república catalana a un pacto con el Estado.

La derrota del bloque del 155 es más impresionante teniendo en cuenta todas las maniobras antidemocráticas del aparato del Estado y del gran capital español y catalán para impedir que los partidarios de la república pudieran expresarse libremente. La campaña del miedo no sólo se recrudeció con más fugas de empresas, amenazas de colapso económico y enfrentamiento civil, sino que la causa general por delitos de sedición y rebelión se amplió y, sobre todo, impidieron que las elecciones se realizaran en condiciones de igualdad, obligando a JxCat y ERC a hacer campaña sin sus candidatos principales al mantener como rehenes a Oriol Junqueras, Forn y los Jordis y amenazar con detener a Puigdemont si pisaba Catalunya.

Lejos de significar un giro a la derecha, como afirman Pablo Iglesias y otros dirigentes de Unidos Podemos, las elecciones catalanas del 21-D representan una victoria de esas mismas masas que resistieron a las porras y pelotas de goma el 1 de octubre. Más de dos millones de personas han vuelto a gritar alto y claro a todo el que quiera escuchar, y no tenga sus oídos taponados por el miedo o el cretinismo parlamentario, que están dispuestas a romper con el régimen represivo y corrupto del 78 y lucharán contra cualquier intento de robarles su derecho a hacer realidad una república catalana que sirva para mejorar sus condiciones de vida y conquistar un verdadero cambio social.

No obstante, los resultados arrojan una fuerte polarización del voto en líneas nacionales, y que Arrimadas consiga altos porcentajes en barrios y ciudades industriales de Barcelona o Tarragona representa una derrota en toda regla para esa izquierda reformista que, con su discurso y su práctica, permite que el nacionalismo españolista avance entre sectores de los trabajadores.

El voto a Ciudadanos

El partido de Albert Rivera e Inés Arrimadas obtuvo 300.000 votos más que en las anteriores elecciones al Parlament del 26 de septiembre de 2015. Se trata fundamentalmente de papeletas que cambian de partido dentro del bloque españolista: mayoritariamente provienen del PP, aunque también de votantes tradicionales del PSC que éste esperaba recuperar, pero que finalmente prefirieron el voto útil a Arrimadas en lugar de la mala copia que representaban Iceta y un PSC cada vez más desprestigiado.

El voto a Ciudadanos incluye obviamente a reaccionarios de derechas de toda la vida, sectores de capas medias privilegiados, pero también a familias trabajadoras de barrios y ciudades industriales del cinturón rojo de Barcelona o de Tarragona. Estos trabajadores no ven a Arrimadas y Rivera igual que a Rajoy o Albiol. No han pasado todavía por una experiencia de gobiernos de Ciudadanos chapoteando en la corrupción y aplicando los mismos recortes que el PP, y se muestran temerosos de las consecuencias económicas y políticas de la independencia. Desesperados por la crisis, y desmovilizados y decepcionados por la falta de alternativas de los dirigentes de la izquierda reformista, estos sectores han caído presos de la demagogia de Ciudadanos.

Para captar su voto, Arrimadas oculta su programa (dictado por el Ibex 35) hablando de que hay que preocuparse por los “problemas sociales” y denunciando el “dinero gastado en el procés”. La utilización constante de la fuga de empresas para presentar un escenario de pesadilla si se declara la independencia, ha permitido reforzar su imagen de campeona de la “unidad de España” jugando con los sentimientos de familias humildes originarias de otras zonas del Estado. Pero de lo que no hay duda es que Ciudadanos ha recibido una inyección de millones de euros de la burguesía española y catalana para llegar a todos los rincones de Catalunya.

A diferencia del voto por la república catalana, mucho más movilizado y consciente, el voto a Ciudadanos es muy heterogéneo, más inestable y volátil. En barrios y ciudades con elevados porcentajes de población obrera en los que Ciudadanos es la fuerza más votada en las elecciones catalanas de 2015 y 2017, en las elecciones generales ganó Podemos. Sin embargo su avance es una amenaza muy seria para la clase trabajadora, la juventud y los derechos democráticos. Ciudadanos es una fuerza reaccionaria, populista, españolista y se ha convertido en la formación con la que la burguesía española y catalana pretenden insuflar aliento a la derecha.

Los resultados de Catalunya en Comú

Los dirigentes de Unidos Podemos y Catalunya en Comú enfocaron esta campaña electoral de una manera semejante a como se habían posicionado en estos cuatro meses de lucha: manteniendo la equidistancia, y equiparando al movimiento de masas que lucha contra el PP, la opresión centralista y la represión, con los partidos que han activado el 155 y son el sostén del régimen del 78. Las declaraciones a favor de “retejer” la sociedad catalana, o recuperar la “concordia” y el “consenso”, acusando al movimiento independentista de “provocar al fascismo” son realmente escandalosas en boca de dirigentes que se dicen de izquierdas.

La orientación desastrosa de la campaña ya se anticipó con el ataque al coordinador de Podemos en Catalunya, Albano Dante Fachin, por mantener una posición mucho más fiel a los principios fundacionales de Podemos que la dirección estatal. Eso le valió un duro enfrentamiento con la misma y con los dirigentes de ­Catalunya en Comú que se saldó con su salida de Podem y la creación de Som Alternativa.

Identificándose claramente como internacionalista, Albano Dante propugnó correctamente que los militantes de Podem debían participar en primera línea en la organización y defensa del referéndum y en la lucha por que se aplicase el resultado, defendiendo la república catalana contra la represión del Estado. Si la dirección estatal de Podemos hubiese apoyado estas posiciones, habría sido posible fortalecer ese puente del que antes hablábamos entre el movimiento de masas que lucha por la república y los sectores de la clase obrera catalana que rechazan al PP pero desconfían del independentismo. También habría servido para construir un Podem más fuerte, pues es innegable que entre los militantes, y más aún entre sus votantes, existe insatisfacción con la posición mantenida por sus dirigentes, algo que se expresó con claridad en la decisión de las bases de Barcelona en Comú de romper el pacto municipal con el PSC en protesta por el apoyo de éste al 155.

El acoso contra Dante Fachin contrasta con la indulgencia mostrada con dirigentes que reproducen abiertamente los prejuicios españolistas, como Carolina Bescansa o Joan Coscubiela. Coscubiela, portavoz parlamentario de la confluencia de Podem en Catalunya (Catalunya Sí que es Pot) en aquel momento y ex secretario general de CCOO, fue ovacionado de manera bochornosa por los diputados del PP y Ciudadanos tras varias intervenciones delirantes contra la república catalana.

Durante la campaña, dirigentes como Monedero llegaron a justificar la aplicación del 155, y muchos de los argumentos esgrimidos por los portavoces de ­Catalunya en Comú-Podem apenas era una mala copia del discurso de Iceta y el PSC. Peor aún, en algunos mítines repitieron literalmente ideas que Arrimadas utilizaba, como tachar la república catalana de “locura irrealizable”. Desdibujando las diferencias entre derecha e izquierda, facilitaron a Ciudadanos llegar a una capa de trabajadores desorientados, sin ganar absolutamente nada entre las bases independentistas. Era inevitable que, en estas condiciones, redujeran su apoyo electoral; un fenómeno que puede extenderse al resto del Estado en las próximas elecciones municipales, autonómicas y generales, si persisten en esta política desastrosa.

¿Realismo o claudicación?

La respuesta del régimen del 78 a la derrota del 21-D no deja lugar a dudas: incrementar la represión abriendo nuevos procesos judiciales, y la certeza de que suspenderán la sesión de investidura del Parlament si este decide aceptar la candidatura de Puigdemont desde el exilio. Frente a estas amenazas, que implican de facto la existencia de una autonomía intervenida, el mantenimiento de presos políticos y la prolongación del 155 todo lo que sea necesario, la respuesta de los dirigentes de ERC y Junts per Catalunya (JxCat) es buscar, como sea, una tabla de salvación que les permita mantener sus posiciones al frente del movimiento independentista, aunque eso signifique capitular y renunciar clamorosamente a defender la república catalana que votaron más de dos millones de personas.

En su declaración del 12 de enero ante el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena, el ex conseller de Interior, Joaquim Forn, manifestó que “aunque no renuncia a los objetivos de Junts per Catalunya, en estos momentos, la actuación política debe pasar por los cauces constitucionales”. “Ha habido actuaciones contra la Constitución” y “hay que variar esa actuación”, dijo Forn. Jordi Sánchez, dirigente de ANC y número dos de la lista de Junts per Catalunya ­(JxCat), declaró no creer “en la unilateralidad para alcanzar la independencia”, comprometiéndose a que “si en el futuro el nuevo Govern decide optar por una salida no pactada, dejará el escaño”. Una posición similar mantuvo el líder de Òmnium, Jordi Cuixart: “el único referéndum por la independencia será el que convoque el Gobierno de España”.

Todas estas declaraciones continúan el camino abierto por las renuncias de Carles Mundó (ERC) y de Carme Forcadell, ex presidenta del Parlament, y la salida de la dirección del PDeCAT de Artur Mas debido, aparentemente, a los procesos judiciales en marcha. Mas pidió no romper la unidad del PdeCAT con JxCat, reconociendo que hay fuertes divisiones entre el aparato convergente y Puigdemont, e instó a éste último a renunciar a la “unilateralidad” y “ser realista”.

En el mismo sentido se pronunciaron los principales dirigentes de ERC. Marta Rovira llamaba a actuar con “realismo absoluto” para “recuperar el control de las instituciones”. El 13 de enero, en un artículo en el diario Ara titulado 'Recuperem les institucions', el vicepresidente Oriol Junqueras insistía: “mantener los pies en el suelo”, “buscar un gobierno fuerte y estable, de amplio espectro”, hacer todo lo posible para “evitar que el Estado pueda bloquear el Parlament”.

Debemos ser claros: estas declaraciones significan claudicar ante el Estado y renunciar a aplicar el mandato democrático del 1 de octubre y del 21 de diciembre, metiendo en el baúl de los recuerdos la república catalana.

En respuesta, la caverna mediática españolista y los dirigentes del PP, Ciudadanos y PSOE han salido exultantes, utilizando estas declaraciones para intentar sembrar más desmoralización entre las masas que se han mantenido. “Desbandada” titulaba en portada y con grandes caracteres ABC. “Esperpento catalán” decía El País.

La claudicación de los dirigentes de ERC y JxCat sólo contribuye a que la represión del Estado continúe y se intensifique: la burguesía española ha dejado claras sus intenciones manteniendo en la cárcel a Junqueras y los Jordis, exigiéndoles una rendición humillante. El editorial de El País del 12 de enero es bastante claro al respecto. “Cataluña necesita desembarazarse cuanto antes de Puigdemont y sus estrambóticas propuestas. Los votos no pueden garantizarle ni a él ni a ningún político la impunidad ante la ley”.

Esta es la respuesta al “realismo para recuperar el control de las instituciones” de Junqueras y Rovira ¿Qué control y de qué instituciones? ¿El “derecho” a debatir bajo la tutela del Estado español en un Parlament que no tome ninguna decisión que contraríe sus leyes reaccionarias, porque, de lo contrario, Govern, Parlament y autonomía serán suspendidas de nuevo fulminantemente?

El problema no es la correlación de fuerzas

Si algo demuestra la experiencia de los últimos meses es que lo único capaz de frenar la represión del Estado es la movilización masiva en la calle. Por el contrario, cada vez que ésta se abandona, la reacción españolista se envalentona y lanza nuevos ataques. ¿Cuándo encarcelaron a los Jordis? No fue el 20 de septiembre, durante la manifestación espontánea masiva que posteriormente utilizaron como excusa para imputarles. Tampoco el 1 de octubre, ni durante la huelga general del 3. Si lo hubiesen intentado en esas circunstancias habrían provocado una insurrección de masas. Sólo se atrevieron cuando, tras la gigantesca demostración de fuerza de esas jornadas, muchos de esos mismos dirigentes que hoy piden realismo llamaron a abandonar las calles.

Durante casi quince días los dirigentes del “procés” dejaron la iniciativa en manos de la reacción. La ausencia de movilizaciones de masas fue determinante para que la decisión de proclamar la república quedase en manos de un individuo: Puigdemont y éste, cediendo a la presión de la burguesía catalana y europea, del aparato del PdeCAT y de algunos de los mismos que hoy se vuelven a declarar “realistas”, la suspendió y llamó a Rajoy al diálogo. ¿Cuál fue el resultado? Que el Estado rechazó cualquier negociación, ganó tiempo y margen de maniobra y organizó la brutal ofensiva que ya conocemos.

Tras verse obligados los dirigentes de ERC y PDeCAT a proclamar la república el 27 de octubre por la presión de las bases desde abajo, ni el Govern ni la mayoría independentista del Parlament organizaron su defensa en la calle. Resultado: más presos políticos, nuevos ataques a los derechos democráticos, fomento por parte de la derecha del veneno españolista, 155... En cambio ¿qué ocurrió el 1 de octubre? Entonces, más de dos millones de personas que votaron, y muchos más a quienes se impidió hacerlo, se negaron a retroceder y mediante su organización y movilización desde abajo, confiando en sus fuerzas, derrotaron la represión salvaje del Estado.

Hoy sabemos, por declaraciones de Marta Rovira, que el Govern, presionado por las amenazas del Estado español, discutió suspender el referéndum el mismo 1 de octubre. Pero no pudieron hacerlo porque esa batalla ya la había ganado el pueblo mediante su acción directa en la calle y los colegios electorales. Lo mismo pasó el 8 y el 11 de noviembre. Rajoy sopesaba aplicar durante más de seis meses el 155 en su versión más dura, intervenir totalmente la educación pública catalana, acabar con cualquier atisbo de autonomía de TV3... Incluso valoraron seriamente encarcelar a Puigdemont e ilegalizar a la CUP, los CDR y otras colectivos con “programas que cuestionen la constitución”, tal como exigieron el vicesecretario general de Comunicación del PP, Pablo Casado o su líder en Catalunya, García Albiol. Si no lo hicieron fue por el temor a las consecuencias políticas y sociales que tendrían esas medidas, tras comprobar la fuerza que se mostró en la huelga general del 8 de noviembre (a pesar del boicot de CCOO y UGT), y la masividad y el ambiente electrizante de la manifestación del 11 de noviembre, convocada para exigir la libertad de los presos políticos, y en la que participaron más de un millón y medio de personas.

Ahora, una vez más, los dirigentes de ERC y PDeCAT retroceden abiertamente. Después de que el pueblo catalán, de que sus sectores más avanzados, politizados y conscientes hayan mostrado nuevamente su disposición de llegar hasta el final venciendo al bloque del 155 en las urnas, nos encontramos con que en lugar de un plan para continuar la lucha se propone la retirada. Y el argumento para justificarla es que no hay fuerza suficiente para imponer la república. Después de lo visto estos meses no se puede esgrimir una justificación más falsa y cobarde

Lamentablemente esta es también la conclusión de muchos dirigentes de la CUP, como los compañeros de Endavant, que en su documento Valoración de los resultados electorales del 21-D concluyen: “hay una correlación de fuerzas que no permite materializar la república”. Los líderes de la CUP consideran que la conquista de la república catalana depende exclusivamente de la aritmética electoral, sin comprender que la lucha de masas, y la defensa de un programa socialista, es la clave.

Como explicábamos anteriormente, el escenario salido del 21-D es una pesadilla para la burguesía española y catalana. Necesitan cerrar la crisis revolucionaria pero tienen un grave problema. La convicción de que el régimen del 78 y este Estado español heredero del franquismo no pueden ofrecer otra cosa que corrupción y represión, ha arraigado de manera profunda en centenares de miles de personas.

El movimiento de masas ha mostrado tanta disposición, vitalidad y fuerza que para acabar con él no basta con que algunos dirigentes llamen al realismo y abandonen la lucha por la república. La burguesía española y catalana, y su Estado, necesita infligir una derrota en toda regla, desmoralizar a las masas, borrar de su conciencia cualquier esperanza. De ahí su ensañamiento y su negativa a liberar a los presos políticos incluso cuando estos declaran lo que les han exigido. Quieren dar un escarmiento y, antes de llegar a cualquier acuerdo, exigirán a quienes negocien con ellos beber la copa de la claudicación hasta las heces.

¡Por la república catalana de los trabajadores y el pueblo!

Las masas catalanas han demostrado su voluntad de romper con el régimen del 78 y hacer realidad la república, pero falta una dirección revolucionaria al frente de este movimiento; y ese es el factor decisivo, el que permite al gobierno del PP, a pesar de su desprestigio y debilidad, encontrar margen de maniobra para lanzar nuevos ataques.

En este momento las perspectivas siguen estando abiertas. Si consiguen que los dirigentes de ERC y JxCat desmovilicen a las masas, y la izquierda independentista (CUP, CDR) permanece subordinada a la estrategia de estas formaciones, esto tendría un efecto negativo sin duda. Pero el retroceso al que estamos asistiendo por parte de muchos dirigentes no es ninguna garantía para derrotar definitivamente este movimiento de masas, ni para calmar a la burguesía.

Como ya ha ocurrido en diferentes momentos de este proceso, la reacción pueda ir demasiado lejos y hacer que estalle el malestar acumulado. En cualquier caso, incluso si esto no ocurriese a corto plazo y consiguiesen estabilizar la situación por un tiempo, lo más probable es que la crisis continúe y vuelva a expresarse con más dureza. Con las políticas que defienden PP, Ciudadanos y PSOE, los factores que han alimentado el movimiento por la independencia lejos de mitigarse se verán agravados.

Los acontecimientos de estos meses han puesto a prueba a todas las organizaciones. La izquierda reformista ha fracasado a la hora de presentar una alternativa, y con sus políticas han asfaltado el camino al crecimiento de Ciudadanos. Más que nunca, la obligación de la izquierda que lucha es mostrar al conjunto de la clase trabajadora catalana, especialmente a los que emigraron en los duros años de la posguerra y cuyas familias sufrieron el desprecio clasista, racista y humillante de la burguesía catalana, que la república que queremos no es la de la oligarquía, sino la del pueblo, la clase obrera y la juventud.

Desde Esquerra Revolucionària hemos intervenido en estos acontecimientos históricos defendiendo una república socialista catalana que inscriba en su bandera la nacionalización de la banca y los grandes monopolios, la lucha contra los desahucios y por un techo digno para todos y todas, la defensa de la sanidad y la educación públicas, la derogación de todas las contrarreformas laborales, el fin de la precariedad, los bajos salarios y la violencia machista, y de toda la legislación represiva. Hemos movilizado todas nuestras fuerzas en este combate, y en colaboración con nuestros compañeros y compañeras del Sindicat d’Estudiants impulsamos las huelgas y las manifestaciones de cientos de miles de estudiantes.

Sabemos que los únicos aliados en quien pueden confiar las masas catalanas son los jóvenes y trabajadores de Madrid, Andalucía, Euskal Herria, Galiza…, de Europa y del mundo, que sufren los recortes y la represión del capitalismo. Eso también lo sabe la clase dominante, y es la razón de su campaña furiosa para dividir a los oprimidos diseminando el veneno del nacionalismo españolista.

Como escribió Marx a los trabajadores ingleses respecto a la lucha de sus hermanos irlandeses: “Un pueblo que oprime a otro jamás podrá ser libre”.

Por la república socialista de Catalunya y la república socialista federal, basada en la unión libre y voluntaria de los pueblos y naciones que componen actualmente el Estado español y que así lo decidan.

Únete a Esquerra Revolucionària / Izquierda Revolucionaria para luchar por la república catalana de los trabajadores, la juventud y el pueblo

  • • ¡Abajo el 155! Libertad para todos los presos políticos. Retirada de las fuerzas de la Policía Nacional y la Guardia Civil de Catalunya.
  • • Derogación de las contrarreformas laborales y de las pensiones. Jubilación a los 60 años con el 100% del salario y contratos de relevo para la juventud.
  • • Salario mínimo de 1.100 euros y 35 horas semanales sin reducción salarial.
  • • Prohibición por ley de los desahucios. Parque de vivienda pública con alquileres sociales, expropiando los pisos vacíos en manos de los bancos.
  • • Remunicipalización de los servicios públicos privatizados, manteniendo y ampliando las plantillas y respetando los derechos laborales.
  • • Derogación de la LOMCE, LEC y el 3+2. Enseñanza pública de calidad, democrática, laica y gratuita desde infantil hasta la universidad.
  • • Derecho a la sanidad pública digna, gratuita y universal.
  • • Solidaridad real y concreta con los refugiados: ni cupos ni campos de internamiento. Derogación de la Ley de Extranjería y de los CIEs.
  • • Plenos derechos democráticos de expresión, reunión y organización. Derogación de la Ley Mordaza.
  • • Nacionalización de la banca y los sectores estratégicos de la economía para rescatar a las personas y garantizar el bienestar de la mayoría.
  • • Por el derecho de autodeterminación para Catalunya, Euskal Herria y Galiza.

La situación política está marcada por la crisis política de Catalunya. El movimiento de masas a favor de la autodeterminación y la república catalana, que el pasado 1 de octubre resistió ejemplarmente una represión virulenta del Estado, y que dos días más tarde protagonizó una huelga general histórica, no sólo puso en la picota al régimen del 78, también ha desnudado las incongruencias, cesiones y capitulaciones de la izquierda reformista en todas sus variantes.

Frente a este desafío, el nacionalismo españolista ha respondido con contundencia poniendo en marcha una operación represiva que ataca derechos y libertades fundamentales no sólo del pueblo catalán, sino de los trabajadores y la juventud de todos los territorios. Los hechos de estos meses han causado conmoción y mucha confusión entre numerosos activistas de la izquierda. Esclarecer lo ocurrido, y posicionarse ante el movimiento de liberación nacional catalán con una postura de clase, revolucionaria e internacionalista, es absolutamente necesario para todos los que aspiramos a transformar la sociedad. A este fin dedicamos la parte central de esta nueva edición de MARXISMO HOY, publicando un amplio artículo escrito por Miguel Campos y Juan Ignacio Ramos, Catalunya. Balance de una crisis revolucionaria.

La revista también incluye otros materiales importantes. Para conmemorar el bicentenario del nacimiento de Karl Marx, publicamos un trabajo de V. I. Lenin en el que glosa su figura y su obra revolucionaria: Karl Marx (Breve esbozo biográfico, con una exposición del marxismo). Un texto que resume de manera brillante los fundamentos del materialismo histórico, la economía política marxista y la dialéctica materialista.

La huelga feminista del próximo 8 de marzo, convocada por numerosas organizaciones y colectivos a escala internacional, también tiene su lugar en las páginas de MARXISMO HOY. Concretamente el llamamiento realizado a la huelga general estudiantil por Libres y Combativas, la plataforma feminista anticapitalista impulsada por el Sindicato de Estudiantes e Izquierda Revolucionaria. Estamos convencidos de que este 8 de marzo va a ser una jornada a recordar en la historia de la lucha de clases mundial.

Para finalizar, incluimos una amplia reseña de la próxima publicación de la Fundación Federico Engels, el libro de la revolucionaria Elisabeth K. Poretsky, Los nuestros. Vida y muerte de un agente soviético. Esta inmensa obra —descatalogada y muy difícil de adquirir desde hace muchos años—desgrana la Memoria de un militante revolucionario polaco, Ignace Reiss, convertido en agente secreto a las órdenes de la URSS, y su evolución política hasta romper con Stalin. Un texto que también es un homenaje a todos los comunistas que resistieron la degeneración burocrática de la Revolución de Octubre, y que fueron eliminados por mantenerse fieles a la causa del socialismo.

COLABORA CON NOSOTROS Y HAZTE SOCIO

Distribuidor comercial  a librerías Rodrigo Pasero. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. 629 724 830 

Hazte socio de la Fundación Federico Engels y contribuye a su mantenimiento económico y favorece el desarrollo de sus actividades y publicaciones.

¡Ayudanos a defender y difundir las ideas del marxismo revolucionario!

Ver más información...

@ Fundación Federico Engels. Todos los derechos reservados

Condiciones legales de uso y política de privacidad