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En la historia del movimiento obrero no ha existido un dirigente revolucionario tan perseguido como León Trotsky. Encarcelado y deportado por el Estado zarista en su juventud, dirigente de la gran revolución de 1905, Trotsky fue, junto a Lenin, uno de los grandes protagonistas de la revolución de octubre, fundador de la Internacional Comunista y jefe militar del Ejército Rojo.
La saña con que Trotsky fue calumniado, injuriado y finalmente asesinado por el estalinismo no tiene precedentes en la historia. Para varias generaciones de comunistas afectados por las mentiras oficiales del estalinismo, Trotsky era el diablo; pero, por más infamias que vertieron sobre él, su pensamiento político, sus previsiones y sus aportaciones al arsenal teórico del marxismo han resistido la prueba de los acontecimientos. Por eso no es extraño que la obra de Trotsky encuentre cada vez más audiencia en las filas del movimiento comunista y revolucionario de todo el mundo.

 

El programa de transición

 

En la amplia producción teórica de León Trotsky El programa de transición, escrito en 1938, ocupa un lugar esencial. Escrito en el fragor de la batalla por edificar una nueva dirección revolucionaria, pretende construir un puente natural entre las reivindicaciones inmediatas de la clase trabajadora, en un periodo de aguda crisis del capitalismo, y las tareas estratégicas de la revolución socialista. Como señala el propio Trotsky, la necesidad de este programa surge de la principal contradicción que se produce en la época de decadencia del capitalismo monopolista: la que se da entre la madurez de las condiciones objetivas para la transformación socialista de la sociedad -derivada de la crisis general del sistema y de la movilización general de las masas oprimidas que pone en el orden del día la cuestión del poder-, y de la inmadurez de las condiciones subjetivas para asegurar la victoria revolucionaria, esto es, la ausencia de una dirección marxista del proletariado.
El programa de transición no hace más que retomar el método leninista a la hora de formular las posiciones programáticas y estratégicas del partido revolucionario: parte siempre, necesariamente, del análisis concreto de cada situación. Esto significa que no desprecia la lucha por cada demanda económica y política que haga avanzar la conciencia de la clase trabajadora, aumente su grado de organización y la confianza en sus propias fuerzas. Los marxistas defendemos la más enérgica lucha por las reformas, por mínimas que éstas sean, pero a diferencia de los socialdemócratas no consideramos las reformas un fin en sí mismo sino un medio para explicar la necesidad de ampliar la perspectiva de la lucha y dotarla de un auténtico contenido de clase y socialista.
Tras la debacle de la Cuarta Internacional y su descomposición en una miríada de grupos sectarios, el pensamiento de León Trotsky fue profundamente distorsionado. Los diferentes grupúsculos que se siguen autoproclamando Cuarta Internacional han hecho gala de una incomprensión profunda de las ideas de Trotsky, que siempre libró una lucha intransigente contra el sectarismo y el ultraizquierdismo y, por tanto, contra el oportunismo.
Hoy, como hace setenta años, El programa de transición pretende arrancar a la clase trabajadora de la influencia perniciosa del reformismo y ganar su apoyo consciente para la revolución socialista.
Nada mejor que la actual crisis del capitalismo mundial, que es también la crisis ideológica de la socialdemocracia, para reeditar este documento fundamental del marxismo y darlo a conocer a una amplia audiencia de jóvenes y trabajadores en todo el mundo.

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