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Un libro imprescindible para todo militante socialista y comunista, y también, para cualquier jóven o trabajador que quiera saber qué han significado la Revolución de Octubre y la Unión Soviética en la historia de la humanidad.

El colapso del otrora llamado “socialismo real” ha sumido en el desconcierto a miles de jóvenes y trabajadores en el mundo entero. La burguesía, por su parte, ha desatado una campaña sin precedentes contra las ideas del socialismo-marxismo-comunismo,  identificando el colapso de la URSS con la muerte del socialismo. ¡Y nada más lejos de la realidad!

 

Colapso del estalinismo

 

El movimiento hacia la contrarrevolución capitalista en la antigua URSS es un golpe importante para el movimiento obrero a nivel internacional. Pero esto no significará una derrota decisiva a largo plazo, y mucho menos la muerte del socialismo. Este libro responde a la necesidad de profundizar sobre lo que está pasando en Rusia, especialmente con el avance de la contrarrevolución capitalista bajo Yeltsin. Es una cuestión crucial para el movimiento obrero internacional. ¿Hacia dónde va Rusia? El hecho es que, a pesar del avance de la contrarrevolución capitalista esta no ha triunfado de forma concluyente. El libro analiza con extraordinaria claridad los procesos que se han desarrollado hasta ahora, crisis tras crisis, y expone la necesidad de contemplar otras posibilidades al trazar unas perspectivas políticas sobre Rusia.
Un factor determinante será el papel que juegue la clase obrera ante el proceso de contrarrevolución capitalista: la irrupción de los trabajadores en la arena política podría llevar a un nuevo Octubre (perspectiva que aterroriza a la burguesía mundial y que está detrás de los enormes recelos a la inversión occidental en Rusia). Otra posibilidad sería, incluso, la instauración de un régimen neoestalinista. El libro de Ted Grant, utilizando el método del marxismo, pone al descubierto las fuerzas en lucha, cómo se han desarrollado los acontecimientos desde Octubre hasta hoy, describiendo el auge y colapso del estalinismo. Y combate la propaganda que la burguesía transmite: “el capitalismo ha triunfado y felizmente se ha instalada ya para siempre en Rusia”. Nos encontramos ante una transición inacabada, como lo demuestran las sucesivas crisis políticas y el poco vuelo del “pujante” capitalismo mafioso ruso.
Rusia ha sido siempre una cuestión clave para los marxistas y para el movimiento socialista en general. La Revolución de Octubre de 1917 sacudió al mundo entero. Por primera vez, millones de hombres y mujeres corrientes derrocaron a sus explotadores e implantaron un régimen que resultó el más democrático que ha existido jamás en la tierra. Explicar cómo y porqué este Estado obrero derivó hacia un régimen burocrático totalitario, que nada tenía que ver con las ideas del marxismo que habían encarnado los revolucionarios bolcheviques, fue tarea de los propios militantes bolcheviques que lucharon agrupados en la Oposición de Izquierdas liderada por Trotsky hasta el final de sus vidas contra la degeneración burocrática de la URSS y de la Internacional Comunista. Nadie más que ellos lo hicieron. La burguesía y la burocracia estalinista compartían el afán por sepultar las tradiciones de Octubre. Y en ello se emplearon a fondo... ¡hasta hoy mismo!
El mismo Ted Grant explicaba en una reciente entrevista publicada en El Militante: “Mi libro es un intento de continuar donde acaba La Revolución Traicionada. Leí el libro de Trotsky por primera vez en 1936, cuando se publicó. De hecho, recuerdo haber hablado en actos sobre el libro en aquella época. Fue una revelación tremenda de los procesos que se habían desarrollado en la URSS y las perspectivas que se abrían. Creo que, a pesar del retraso, todo lo que ha sucedido en la URSS confirma el análisis de Trotsky”.
Trotsky predijo que la burocracia soviética trataría de restaurar el capitalismo ante el colapso de la URSS. La burocracia abandonó la economía planificada buscando una salida al impasse que ella misma había provocado. Su bancarrota se debía precisamente al papel parasitario que ejercía sobre la sociedad, a la camisa de fuerza que imponía sobre la economía nacionalizada. De un ritmo de crecimiento sin precedentes, superior al de los países capitalistas avanzados (prueba evidente de la superioridad de la economía planificada), la URSS pasó a un crecimiento económico inferior y al estancamiento. Esto fue lo que provocó la crisis del régimen estalinista. Como explicara Marx, la clave de cualquier sociedad es su capacidad para  desarrollar las fuerzas productivas.
Ted Grant, seguidor activo de Trotsky desde los días de la Oposición de Izquierdas internacional, y hoy el mayor exponente vivo de las ideas del trotskismo, ha basado su libro en el enorme material escrito a lo largo de más de 50 años acerca de los regímenes estalinistas en Europa del Este y China. Solamente Ted Grant analizó correctamente, hace 25 años, las razones de la crisis del estalinismo y predijo su colapso. Todas las demás tendencias, desde la burguesía a los propios estalinistas, dieron por supuesto que los regímenes monolíticos en Rusia, China y Europa del Este durarían para siempre.
Cuando todavía está reciente el 80 aniversario de la Revolución de Octubre, este libro es un auténtico cañonazo de respuesta a la ofensiva ideológica de la burguesía contra las ideas del marxismo y Octubre. Lo que ha fracasado en Rusia no ha sido el socialismo, sino un modelo falso, una caricatura horrible del socialismo. Tomada con una perspectiva histórica, la caída del estalinismo no será vista como el final del socialismo, sino sólamente como un episodio de la lucha por la transformación socialista de la sociedad a escala mundial.

Historia oral de la guerra civil española de Ronald Fraser

 

Acaba de ser reeditado por Mondadori, en dos volúmenes, esta obra sobre la guerra civil española. Por sus características, constituye una referencia ineludible para entender, a través de los testimonios de los que la vivieron, el esfuerzo  titánico de los trabajadores por cambiar la sociedad y el triunfo final de la contrarrevolución.

Es una historia oral y viene a sumar a lo ya escrito el ambiente intangible de los acontecimientos; descubre el punto de vista y motivaciones de los participantes, voluntarios o involuntarios, como sintieron la guerra civil, la revolución y la contrarrevolución quienes la vivieron desde ambos campos.
Más de trescientas entrevistas a participantes en el conflicto constituyen un mosaico de opiniones que nos hace revivir con intensidad aquellos acontecimientos ocurridos hace 60 años.
R. Fraser cita a Engels en la introducción  para explicar la metodología utilizada en su obra: “La historia procede de tal modo, que el resultado final nace siempre de los conflictos entre muchas voluntades individuales y estas, a su vez, son lo que son a causa de un gran número de condiciones particulares de la vida. Así, hay innumerables fuerzas que se entrecruzan, una serie infinita de paralelogramos de fuerzas, que dan origen al único resultado: el acontecimiento histórico. También a este cabe considerarlo como el producto de una fuerza que actúa como un todo inconscientemente y sin volición. Por-que lo que cada individuo desea es obstruido por todos los demás y lo que surge es algo que nadie quería”.

 

El ambiente social en épocas de crisis

 

Las causas de la guerra civil hundían sus raíces en la configuración de la sociedad española. En  las épocas  de agudas crisis sociales es cuando el ambiente cobra toda su fuerza como factor determinante de la reacción de la gente ante los acontecimientos. Por muy intangible que sea el ambiente nunca es abstracto o distante. Es lo que siente la gente. Y ese sentir es la base de sus actos.
Esto es especialmente cierto  en una guerra civil. Parafraseando la famosa cita se podría decir que la guerra civil es la continuación de la política (política de clases) por otros medios. Una de sus características es la movilización política de grandes masas de gente. Esta observación es lo que ha marcado la pauta esencial que sigue este libro.
Sólo de esta forma podemos explicar la disposición del individuo para luchar y morir por una causa y comprender alguna de las realidades y contradicciones  de los movimientos históricos, más amplios e impersonales. En este contexto, el ambiente no es algo que flota sobre los acontecimientos, sino que es una emanación social, el resultado de las luchas.
En este clima (ideológico) se encuentran muchas de las claves de la conducta social e individual del conflicto. En él podría hallarse la explicación de porqué, individuos de una misma clase social lucharon en bandos opuestos, porqué un hombre empuñó las armas en un campo que estaba asesinando y encarcelando a sus familiares, por qué el hermano luchó contra el hermano.

 

La guerra en la retaguardia

 

Un aspecto a resaltar es que el libro no se ocupa exclusivamente de la guerra en el frente. Transcurridos los primeros meses, durante los cuales fue importantísima la participación directa de los milicianos, la lucha se sigue preferentemente desde la retaguardia. Puede que, dadas las circunstancias, ello resulte curioso. Lo cierto es que se basa en el convencimiento de que la guerra civil se libró tanto en la retaguardia como en el frente, y que fue en aquella donde con mayor claridad se expresaron las cuestiones sociales y políticas en liza.
Otra de las características del libro es que no centra su atención en la política al nivel de los gobernantes o líderes. Cabe decir, en este sentido, que es un ejemplo de la historia vista desde la base.
La guerra civil y la crisis que la precedió tuvieron sus orígenes en cuestiones profundamente políticas, que polarizaron a amplísimos sectores de la opinión pública. Aunque se incluyen opiniones y citas de los líderes de las principales fuerzas sociopolíticas el autor buscó personas que no hubieran ocupado puestos dirigentes, que no tuvieran una reputación que defender, con el objetivo de que dieran una idea más directa e inmediata de cómo fueron los acontecimientos. Por regla general, si pertenecían a algún partido político o sindicato, eran militantes de nivel intermedio. El objetivo fue hacer un libro sobre como la gente vivió la guerra. Era su verdad, la verdad de la gente, lo que deseaba reflejar. Y lo que la gente pensaba o pensaba que pensaba, también constituye un hecho histórico.
Al leer el producto final de la investigación de Ronald Fraser hay que decir que los objetivos perseguidos al concebir el libro, están conseguidos plenamente.

 

La guerra civil, un caudal de experiencias inagotable

 

La clase obrera y el campesinado en España, fruto de la necesidad histórica y de un duro aprendizaje, puso patas arriba el viejo orden que les había condenado por generaciones a una situación de semiesclavitud.
El libro está lleno de relatos y entrevistas como la que sigue, en la que R. Fraser nos hace llegar la situación del campo andaluz a través de las experiencias de un jornalero:
“Tras la muerte de su padre a causa de la tuberculosis, Juan Moreno, que a la sazón tenía 10 años, empezó a trabajar en una finca. Su primer recuerdo era el del día que perdió uno de los cerdos que le habían encargado que vigilase y regresó a la finca llorando. El capataz le rebajó la ‘ración’, es decir, el pedacito de tocino que echaban en el potaje los jornaleros y que prácticamente era ‘la única cosa nutritiva que en él había’. Juan había comenzado su aprendizaje”.
“Pronto salió a trabajar en los campos. Araba, sembraba y segaba con la hoz en las fincas donde los jornaleros contratados pasaban temporadas fijas, ‘siempre hambrientos a causa de lo poco que nos daban para comer, delgados como esqueletos’, durmiendo sobre paja en el suelo de tierra de los cobertizos, ‘todos juntos como en un cuartel’. La paja era la que las mulas y los bueyes no querían como forraje. Los hombres se quitaban las botas y el chaleco para dormir. ‘En primavera nos mudábamos a los corrales, ya que en el dormitorio las pulgas no te dejaban dormir’. Si el año era bueno, el empleo te duraba ocho meses tal vez, pero si era malo, quizá no durase ni seis. No existía ningún subsidio de paro”.
(...) “Odiábamos a la burguesía, que nos trataba como a animales. Los burgueses eran nuestros peores enemigos. Cuando les mirábamos creíamos estar viendo al mismo diablo. Y lo mismo pensaban ellos de nosotros. Había odio entre nosotros, un odio tan grande que no hubiera podido ser peor. Ellos eran burgueses, ellos no tenían que trabajar para ganarse la vida, vivían cómodamente. Nosotros sabíamos que éramos trabajadores y que teníamos que trabajar, pero queríamos que ellos nos pagasen un jornal decente y que nos tratasen como a seres humanos, con respeto. Sólo había una forma de conseguirlo: luchando como ellos...”.
Esta entrevista a un jornalero de Castro del Río en Andalucía revela de forma gráfica la situación inaguantable del campesinado y el antagonismo entre clases, auténtico substrato de la guerra civil. Todo el libro está plagado de este tipo de entrevistas, que nos ayudan a entender mejor que las cifras anónimas el carácter de la lucha revolucionaria.
Hay aspectos de la guerra, que tienen un extraordinario interés, por su mitificación, como el caso de las colectivizaciones agrarias del bajo Aragón por los anarquistas, una experiencia interesantísima, cuya complejidad y claroscuros aparecen en las magnificas entrevistas del libro. Así mismo las colectivizaciones de fábricas, la experiencia del proletariado organizado que tiene que tomar en sus manos el timón de la producción tiene muchísimo interés
Por último, y entre otros capítulos reseñables, están los dedicados  al nacionalismo en Euskadi y Cataluña. De las entrevistas fluye nítida la actitud de lastre, el peso muerto, el papel contrarrevolucionario que desde el primer momento del estallido revolucionario jugaron los nacionalistas burgueses.
Esto es especialmente útil para desarmar esa historia edulcorada, hecha a la medida, con que los nacionalistas visten sistemáticamente su pasado.
En conclusión un libro extraordinario, que causara honda impresión a quien lo lea. Imprescindible para profundizar en ese patrimonio valioso de los trabajadores españoles: la experiencia acumulada en los acontecimientos revolucionarios de la guerra civil española.

Del tifón en el Sudeste Asiático, Norteamérica y Europa han sentido apenas una brisa. Esta es, en resumidas cuentas, la opinión oficial sobre la crisis financiera que ha deparado pérdidas en la zona considerada hasta ahora la más dinámica de la economía mundial. Es una opinión confortable. Es plausible. Pero no es la única posibilidad.
(Financial Times, 2/1/98)

 

Poco después del crash bursátil de octubre de 1997, Alan Greenspan, jefe de la Reserva Federal de EEUU, pronunció un discurso en una cena de caridad en el que aseguró a los ilustres invitados que todo iba bien y la economía norteamericana estaba “impresionante”. Las optimistas declaraciones de Greenspan, Clinton y otros tras el crash eran previsibles. Imaginan que la causa de la crisis es subjetiva, debido al ambiente entre los inversores (“confianza”). Lo que no sabían los invitados de Greenspan es que, incluso mientras estaba hablando, un ayudante estaba pasándole subrepticiamente datos sobre la situación del mercado, para así poder considerar el efecto de cada una de sus palabras. Este pequeño detalle es suficientemente revelador del extremo nerviosismo de la burguesía estadounidense.

 

Temores crecientes ante la recesión

 

Más tarde la Bolsa se recuperó, principalmente por el gran número de pequeños inversores que fueron persuadidos para comprar acciones en un mercado decadente, después de que los grandes monopolios hubiesen vendido ya sus acciones días antes. Esta recuperación, sin embargo, tiene un carácter inestable y temporal.
La caída de Wall Street, a pesar de todos los intentos de restarle importancia, fue seria. Históricamente, el Dow Jones oscila diariamente el 1-2%. El lunes 27 de octubre sufrió una caída del 7%, la duodécima peor caída de su historia, aunque menor que el espectacular crash de octubre de 1987. La subida del martes fue del 4,7%, un buen paso adelante que, sin embargo, no bastó para recuperar el terreno perdido. A pesar de esto, las acciones en EEUU siguen sobrevaloradas en extremo. Esto de por sí es suficiente para asegurar una nueva caída más severa en el futuro, que probablemente no tarde demasiado.
Impresionados como nunca, los economistas del denominado “nuevo paradigma” rápidamente decidieron que el crash era una “sobre-reacción”. ¡No hay peor ciego que el que no quiere ver! Esgrimen que el perjuicio será insignificante, ya que sólo el 4% de las exportaciones estadounidenses van a Indonesia, Tailandia, Malaisia y Filipinas. La única razón para el crash, según ellos, es la sobrevaloración de la Bolsa. En palabras de Stephen Roach, economista de Morgan Staley Dean Witter: “No cuesta mucho descarrilar un mercado que ha ido a la luna” (Time Magazine, 10/11/97).
Wall Street decidió que el crash era una “cosa del mercado”, exclusivamente causado por el elevado valor de las acciones y que no tenía nada que ver con la economía real. Es verdad que la manía de comprar y vender acciones tiene una dinámica propia, separada y aparte de la economía real. Sin embargo, no es verdad que ambas cosas estén totalmente separadas y que no puedan influirse recíprocamente. Las inquietudes sobre el estado de la economía real, en determinadas condiciones, pueden traducirse en pánico por vender y comprar en Bolsa. En una lógica perversa, cuando el desempleo cae en EEUU, las acciones también caen. Este hecho es en sí una contundente confirmación de que los intereses de trabajadores y capitalistas son completamente antagónicos. La noticia de más empleos, buena para los trabajadores y parados, es mala para los propietarios de acciones, preocupados porque un menor desempleo conduzca a una presión para subir los salarios y (supuestamente) los precios; viceversa también es verdad.

 

Crisis bursátil y recesión

 

Aunque no toda crisis bursátil conduce a una recesión, en determinadas circunstancias sí puede hacerlo (con la demora de algunos meses). Desarrollaremos esto más tarde. Tras el shock inicial, los capitalistas templaron sus nervios. Por todos lados leemos declaraciones de aliento. Clinton nos recuerda que “las bases de la economía norteamericana están sanas” y que “no hay motivos para pensar que la Bolsa estadounidense vaya a encaminarse hacia la baja”. Según el economista Allen Sinai, de Primark Decision Economics, “la economía USA no va a ser golpeada por la crisis asiática”. Y por último Alan Greenspan, el mismo hombre que advertía hace doce meses de la “irracional exuberancia” de la Bolsa, se apresuró a tranquilizar los nervios de Wall Street: “Nuestra economía ha gozado de un largo período de buen crecimiento económico, unido no casualmente a una baja inflación. La Reserva Federal está dedicada a prolongar ese rendimiento”.
Es interesante comparar estas tranquilizadores opiniones con los discursos realizados por los economistas y políticos burgueses antes, durante e incluso después del gran crash de Wall Street de 1929.
“Representantes de las treinta y cinco grandes empresas de información bursátil se reunieron en las oficinas de Hornblower and Weeks y hablaron con la prensa sobre la marcha de la Bolsa, describiéndola como ‘fundamentalmente fuerte’ y ‘técnicamente en las mejores condiciones que ha estado en meses’. Era opinión unánime de todos los allí presentes que lo peor había pasado. La firma anfitriona dirigió una carta al mercado en la cual afirmaba que ‘comenzando con las transacciones de hoy, el mercado debería empezar a sentar las bases para el avance constructivo que creemos caracterizará a los años 30’. Charles E. Mitchell anunció que el problema era ‘puramente técnico’ y los ‘cimientos permanecían intactos”. (J. K. Galbraith, The Great Crash, 1929).
“Eugene M. Stevens, presidente del Continental Illinois Bank, dijo: ‘No hay nada en la situación de los negocios que justifique el nerviosismo’. Walter Teagle afirmó que no se ha producido ningún ‘cambio fundamental’ en los negocios del petróleo para justificar tal preocupación. Charles M. Schwab afirmó que los negocios del acero han realizado ‘avances fundamentales’ para conseguir la estabilidad y agregó que ‘esta situación de fortaleza era responsable de la prosperidad de la industria’. Samuel Vauclain, presidente de Baldwin Locomotive Works, declaró que ‘los cimientos son fuertes’, el presidente Hoover dijo que ‘los negocios fundamentales del país, es decir, la producción y distribución de mercancías, tienen unas bases prósperas y sólidas” (Ibid).
La descripción de Galbraith del ambiente de Wall Street tras el crash inicial parece que ha sido escrita ayer:
“Casi todos creían que el rapapolvos celestial había pasado y que ahora podría reanudarse la especulación seria. Los periódicos estaban llenos de perspectivas bursátiles para la siguiente semana, las acciones volvían a ser baratas y por consiguiente existía una fuerte demanda de compra, numerosos relatos de las agencias de valores, algunos de ellos posiblemente inducidos, tuvieron el fabuloso efecto de incrementar el volumen de órdenes de compra, que se iban amontonando incluso antes de la apertura de la Bolsa. En los periódicos del lunes, una campaña de propaganda orquestada por las empresas de Bolsa animaba a recuperar la cordura en los negocios rápidamente. ‘Creemos’, decía una empresa, ‘que el inversor que persigue seguridad en este tiempo, un instinto que es siempre una condición de la inversión prudente, debería hacerlo aún con más confianza’. El lunes comenzó el auténtico desastre” (Ibid).
Los tiempos pueden haber cambiado, pero el sistema y la mentalidad de sus representantes es exactamente la misma. La efectividad de este tipo de discursos terapéuticos en prevenir una recesión es la misma que la del hechizo del curandero para sanar el cáncer. Greenspan, olvidando sus primeros avisos, ahora dice que la caída en el valor de las acciones es un “acontecimiento saludable”. Pasa por alto que hace un año, cuando advertía públicamente de la “irracional exuberancia”, el índice Dow Jones había alcanzado el nivel récord de los 5.000, mientras que antes del presente crash había alcanzado los 8.000, e incluso ahora permanece por encima de los 7.000. Esta situación sigue siendo un desafío a las leyes económicas de la gravedad. Además, el aumento de órdenes de compra lo empujará más al alza, preparando el camino para nuevas y más catastróficas caídas. Evidentemente Greenspan es consciente de ello, pero en determinadas circunstancias la discreción es la mejor forma de valor.
“Como un encantador de serpientes, Greenspan llevó el mercado a un estado catatónico con sus palabras. ¿O acaso los inversores estaban simplemente exhaustos?” (Time Magazine, 10/11/97). Indudablemente el último factor fue más importante que el primero, pero al igual que los salvajes primitivos cuyas vidas estaban amenazadas por fuerzas invisibles e incomprensibles, la burguesía también está preparada para creer en milagros. Es verdad que la actual situación tiene diferencias importantes con 1929, pero decir esto es decir muy poco. Aunque cada período del capitalismo tiende a ser diferente a cualquier otro, los ciclos económicos y crashes bursátiles presentan rasgos comunes. La diferencia con el período actual es esencialmente que el nivel de desarrollo del capitalismo es mucho mayor, cada vez se ven afectadas más sumas de capital y la escala potencial para el desastre es mayor. The Economist, en su informe El mundo en 1998, señala:
“Para finales de 1998, las sociedades de fondos inmobiliarios controlarán más fondos que los existentes en todo el sistema bancario norteamericano, cerca de 4'6 billones de dólares. El sector de fondos inmobiliarios tiene más de la mitad de sus activos en acciones, unos treinta millones de norteamericanos poseen ahora acciones, comparado con los tres millones de antes de la Segunda Guerra Mundial” (subrayado nuestro).
“La capitalización del mercado de valores norteamericano ha alcanzado los 9 billones de dólares, un nivel equivalente al 115% del PIB, comparado con el anterior máximo del 82% en 1929; en sesenta años sólo ha variado un promedio del 48%”.
La situación de la Bolsa estadounidense tiene muchas similitudes con la de vísperas de 1929. Los valores de las acciones en la Bolsa de Nueva York están sobrevaloradas en extremo y existe un gran nivel de endeudamiento. Aunque en la actualidad los economistas afirman que la crisis bursátil no afecta a la economía real, eso está lejos de la realidad. Una crisis en la economía real puede provocar un crash en la Bolsa, pero en determinadas circunstancias el proceso puede producirse a la inversa, como vimos en 1929. Que la burguesía se las haya arreglado para eludir una recesión a gran escala tras el crash de 1987 ha creado una equívoca sensación de seguridad. Los economistas burgueses defensores del llamado Nuevo Paradigma Económico toman esta situación como una norma, igual que los generales imaginaban la Segunda Guerra Mundial como una guerra de trincheras.
Este optimismo superficial carece de base real. Aunque es imposible predecir con certeza las alzas y bajas de la Bolsa, sí es perfectamente posible predecir la inevitabilidad de una nueva crisis incluso más severa en los próximos meses, que llevará a un serio crash en un determinado momento. Es extremadamente dudoso que los llamamientos a la calma __basados en unas “supuestas bases sólidas”__ tengan el mismo efecto sobre los pequeños inversores en vísperas de una caída seria, cuando sea más evidente que la situación no es sólida en absoluto. En tales condiciones, un crash bursátil en EEUU tendría serias consecuencias en el mercado interno (y por consiguiente en el mercado mundial) y la inversión sufriría una profunda caída, provocando una recesión.

 

La economía estadounidense

 

¿Qué hay de verdad en las tranquilizadoras promesas sobre la “solidez” de la economía USA? El actual boom en EEUU dura ya seis años y medio, bastante tiempo para los niveles de la posguerra, y existen algunos indicadores que sugieren que aún le queda algo de vida. Las ventas de viviendas están creciendo a su tasa más alta en diecinueve años y la inflación fue del 1,4% durante el último trimestre, menos de la mitad que en 1996. A pesar de la victoria de los trabajadores de UPS en el verano y de los avisos de economistas como Stephen Roach sobre una “reacción obrera”, los costes salariales siguen manteniéndose (durante el tercer trimestre de 1997 aumentaron sólo el 0,8%) y el desempleo ha caído al nivel más bajo en décadas. Los beneficios empresariales permanecen altos, superando las estimaciones trimestrales por decimonovena vez, y el gobierno informó que el déficit presupuestario del año fiscal 1997 se redujo a 22.600 millones de dólares, el menor desde 1974 y mejor de lo esperado.
El déficit presupuestario se ha reducido, por un lado, debido al crecimiento económico y a los mayores ingresos por impuestos y, por el otro, al recorte de los subsidios sociales, que ha afectado a los sectores más pobres y depauperados de la sociedad estadounidense. Se calcula que las ganancias de capital del sector de sociedades de inversión y programas de compra de acciones incrementarán los ingresos por impuestos en más de 100.000 millones de dólares y empujarán los gravámenes fiscales del PIB por encima del 20%, por tercera vez en la historia de EEUU si excluimos las épocas de guerra. Esto podría suponer que el déficit presupuestario federal bajase del 0,5% del PIB, la sexta parte del de Alemania, Gran Bretaña o Francia. Pero, tras estas idílicas imágenes, existe el oculto temor de que esta situación no pueda durar. Clinton sueña con liquidar el déficit presupuestario, como el resto de sus amigos europeos, pero una nueva recesión echará abajo todo el esquema.
Los economistas burgueses serios, como Stephen Roach, han admitido lo que los marxistas afirmamos hace un tiempo: que el actual boom se ha logrado a expensas de la clase obrera, del aumento colosal de la explotación para generar enormes beneficios a costa de los nervios y la extenuación física de los trabajadores, con largas y duras jornadas laborales a cambio de bajos salarios. Marx lo definió como plusvalía absoluta (horas extraordinarias, trabajar los fines de semana, no tener vacaciones, pluriempleo, etc.) y plusvalía relativa (intensificación de la explotación a través del aumento de los ritmos de trabajo, incremento de la productividad en la misma o menor jornada, etc.).
Este es el secreto de la “explosión de productividad” que ha tenido lugar, y no sólo en EEUU. Pero tiene sus límites, incluido el físico, dado que el día sólo tiene 24 horas y los nervios y fortaleza muscular del trabajador pueden utilizarse durante un tiempo determinado. La insoportable presión sobre los trabajadores y sus familias está atizando un descontento colosal, frustración y furia que llegado un cierto momento provocarán una reacción. La huelga de UPS fue sólo un anticipo. Si el boom se prolonga durante algún tiempo más, disminuyendo el desempleo, inevitablemente conducirá a nuevas huelgas, donde los trabajadores se esforzarán por recuperar lo perdido en el último período. Esto tendrá un efecto sobre los márgenes de beneficio, dado que la estrechez del mercado no permite aumentar los precios. La presión de las importaciones baratas de Asia agravará la situación e inevitablemente conducirá a la exigencia de medidas proteccionistas por parte de los manufactureros estadounidenses.
En su libro La muerte de la economía, Paul Ormerod señala los efectos de un colapso bursátil en una economía con un alto nivel de deuda:
“El propio Keynes, en un párrafo del capítulo final de la Teoría General, reconocía la importancia de las fluctuaciones en el valor de la Bolsa sobre el gasto del consumidor, particularmente en Estados Unidos. Afirmaba que, en especial si la gente ha pedido prestado dinero para comprar acciones, la caída de las bolsas podría intensificar una recesión. Pero no utilizó este argumento con la fuerza suficiente en el debate sobre el efecto Pigou”.
“El economista norteamericano James Tobin reavivó esa idea hace diez años y Edmond Malinvaud, un distinguido economista francés, recientemente previno a la Comisión Europea sobre los peligros prácticos de tal efecto en las actuales circunstancias. Pero en general, los economistas teóricos han ignorado este punto, a pesar de su relevancia en estas circunstancias, en particular en aquellas economías donde los niveles de deuda son mayores con relación a los ingresos. Japón, América y Gran Bretaña son los principales ejemplos”.
“Cuanto más baja es la tasa de inflación, peor es la situación de los deudores. Si la inflación se convierte en negativa y el nivel de los precios cae, el problema se agudiza. Y potencialmente se agrava más en la actualidad porque los precios de muchos de los fondos que poseen la gente y las empresas, como los depósitos bancarios, no están fijados en términos monetarios. Comparado con los años treinta, por ejemplo, mucha más gente posee casas, cuyos precios pueden caer tanto como suben” (Paul Ormerod, The Death of Economics, pp. 143-4).
Incluso dejando a un lado la cuestión de Asia, tras seis años y medio el boom en EEUU probablemente estaría cerca de su fin. Boom bursátil, optimismo exagerado, especulación desenfrenada y la consecuente sobreproducción son precisamente los elementos que uno esperaría ver en el pico del ciclo económico, justo antes de una recesión, lo que ya fue señalado muchas veces por Marx. Los más perspicaces economistas burgueses también lo comprenden:
“Pero incluso si esa cadena de acontecimientos nunca ocurriese, algunos analistas creen que EEUU está encaminándose hacia una recesión o una caída severa en 1998. Si están en lo cierto, el hundimiento del lunes habría sido el primer disparo, al que seguirán otros. Aquellos que rápidamente despacharon la caída de la Bolsa y están ahora alardeando de comprar, en el fondo podrían encontrarse con que están equivocados” (Time magazine, 10/11/07).
Un factor es el nivel de endeudamiento de los consumidores en EEUU. Según Ron Reuss, economista de Piper Capital Management de Minneapolis, la mitad de las unidades familiares con menos de 50.000 dólares de ingresos anuales tienen una deuda no hipotecaria equivalente al 24% de su salario neto, un nivel nunca visto. Esta situación se está reflejando ya en el aumento de bancarrotas y el crecimiento más lento del crédito al consumo, con tipos de interés del 5% anual (comparado con la cifra del 10-15%, más normal en un boom). En este y otros aspectos, muchos trabajadores viven el actual boom como una recesión. Dado el elevado número de créditos al consumo y de ciudadanos norteamericanos que ahora tienen parte de su riqueza en acciones (diez veces más que antes de la guerra), una bajada en los valores de las acciones tendrá un gran impacto en los gastos del consumidor, precisamente en un momento en que la economía USA está desacelerándose (como todo el mundo reconoce) y se enfrenta a una gran afluencia de importaciones baratas de Asia, que afectarán a los precios y márgenes de beneficios y, por tanto, a la inversión __la fuerza motora fundamental de un boom__. De hecho, el principal estímulo para la inversión productiva en la economía USA ha procedido del sector informático, que ya se ha mostrado extremadamente volátil y vulnerable a las turbulencias bursátiles. Está por ver si la rentabilidad de la industria informática podrá sobrevivir mucho tiempo en las nuevas condiciones, y dado el enorme peso específico de este sector actualmente en EEUU __emplea a más de nueve millones de personas, más que el acero o el automóvil__, una recesión en él rápidamente se transmitiría al resto de la economía estadounidense y mundial.
Todas las habladurías sobre la “solidez” de la economía estadounidense pasan por alto la cuestión fundamental: los efectos en EEUU del desarrollo mundial. Hugh Johnson, responsable de inversiones estratégicas de la agencia de valores First Albanya, advierte: “Siempre es de sabios tomar en serio los mensajes de los mercados. El mensaje es que la actual crisis en el Sudeste Asiático afectará no sólo a las economías asiáticas, sino también a EEUU”. El nerviosismo de un sector de la burguesía norteamericana se expresaba en el Wall Street Journal el 30 de diciembre de 1997. Tras señalar debidamente que la mayoría de los economistas eran optimistas ante las perspectivas de la economía norteamericana, el artículo señala:
“Sin embargo, apuntan los pesimistas, los analistas son fatales al predecir momentos económicos decisivos incluso en tiempos normales __e incluso son probablemente peores cuando las viejas normas están cambiando. Además, los modelos de pronóstico tienden a partir de suposiciones que la gente cree racionales, mientras los acontecimientos actuales están a menudo conducidos por oleadas de irracionalidad; tales oleadas son las que preocupan a los pesimistas”.
“Aún desconocemos partes del cuento: cuánto durará la crisis y hasta dónde llegará en los países desarrollados. Ha pasado de Tailandia a Indonesia y Corea del Sur. Y la especulación nerviosa se ha extendido a Hong Kong, Taiwán, China, Rusia, Ucrania y Brasil en las recientes semanas”.
“Hace un año los inversores de EEUU y otras zonas veían las economías ‘emergentes’ como un sitio atractivo para invertir. Ahora muchos están escapando, causando así la devaluación de las monedas y la subida de los tipos de interés en muchos de esos países. Otro temblor, como una suspensión de pagos surcoreana, podría hundir más las monedas y aumentar los intereses, elevando los costes de capital y ralentizando el crecimiento en la mayoría del mundo desarrollado. La economía USA sería la más afectada porque los países en vías de desarrollo juntos absorben una cuarta parte de las exportaciones estadounidenses”.
“La incipiente recesión en Japón probablemente se profundizará, reduciendo posiblemente las mercancías europeas y norteamericanas vendidas allí. Y los problemas de los bancos japoneses, entre los que están seis de los diez más grandes del mundo, exacerban las preocupaciones. Si los burócratas japoneses no manejan el problema hábilmente __los aprensivos directivos occidentales tienen poca confianza en ellos__, las repercusiones podrían ser enormes”.
“El conjunto del sistema bancario depende de que los principales bancos del mundo se proporcionen mutuamente miles de millones de dólares en préstamos a corto plazo, extendidos con la confianza de una rápida devolución. La caída de un banco importante en Japón, mal manejada, podría trastornar ese flujo de pagos y hacer que el sistema se agarrotara __el equivalente financiero a un golpe__”.
“Nadie está prediciendo ese desastre, por supuesto. Pero el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, está profundamente preocupado. Jeffrey Shafer, un ex funcionario del ministerio de Hacienda con Clinton, dice que si aún estuviera en su antiguo trabajo, 'estaría en vela toda la noche preocupado por una caída mayor de los bancos en Asia, especialmente en Japón”.

 

Fin del ‘modelo asiático’

 

Los intentos de la burguesía de restar importancia a la crisis asiática rozan lo grotesco. Antes exageraban la importancia de Asia y ahora tratan de minimizarla. Sin embargo, la importancia de esta región se demuestra en que el 60-65% del crecimiento de la producción mundial entre 1990 y 1995 procedió de ella, lo que evitó que la recesión mundial de 1990-92 se convirtiese en una depresión. Esgrimir ahora que una recesión en Asia no tendría efectos sobre la economía mundial es negar la evidencia.
Hasta ahora esto no ha ocurrido. Incluso no está teóricamente excluido que, aun continuando la crisis bursátil, la economía norteamericana se pudiese recuperar algo y el boom chisporrotease durante otros dieciocho meses o dos años, aunque con tasas más bajas de crecimiento. Sin embargo, según pasan los meses, las voces expresando alarma están sonando con más fuerza. Incluso The Economist, el más optimista de los portavoces del “capitalismo liberal”, no puede ocultar sus más profundos presentimientos sobre las perspectivas para la economía mundial. En su editorial del 20/12/97, con el significativo título ‘Asia y el abismo’, admitía que ya era evidente que la extensión de la crisis a Corea del Sur y Japón tenía muy serias implicaciones para toda la economía mundial:
“La historia tomó un cariz más serio cuando se desplazó hacia el nordeste, a Corea del Sur y Japón, que, contrariamente a la creencia popular, son dos de los países más grandes de la economía mundial y también dos de los mayores importadores del mundo, además de enviar sus inversiones por todo el orbe. Una calamidad financiera allí traería una caída a escala mundial o incluso una recesión. ¿Es eso probable? La respuesta, desgraciadamente, es que tal calamidad aún no puede excluirse” (subrayado nuestro).
Es divertido seguir las vueltas y giros de los economistas burgueses, su lucha para explicar los acontecimientos en Asia, donde no hace mucho veían el “nuevo renacer” capitalista. Al regreso de sus negociaciones en Corea del Sur, Michel Camdessus, el director del FMI, admitía: “El modelo asiático está pasado de moda”. En realidad nunca hubo nada nuevo en la ola de inversiones en el Sudeste Asiático. A este respecto la burguesía manifestó la misma infantil superstición que aquellos que creen que hay una olla de oro al final de cada arcoiris.
En cada período de su desarrollo, desde el siglo XVI en adelante, el capitalismo siempre ha abierto nuevos mercados, comenzando con el “descubrimiento” de América. Su saqueo proporcionó oro y plata, que abastecieron el inicio del desarrollo capitalista en Europa. Más tarde, en los siglos XVII y XVIII, vimos extenderse el proceso de colonización a Asia, Africa y América del Norte, y los comienzos de la división mundial del trabajo, que se intensificó en el siglo XIX con la “apertura” de China (a través de las guerras del Opio). Engels hizo referencia a las exageradas ilusiones de los manufactureros algodoneros de Lancashire (Inglaterra) en las ilimitadas perspectivas del mercado chino (que posteriormente finalizó con sobreproducción y recesión). Más tarde vimos la fiebre del oro en California, el desarrollo de Australia y Rusia, etc.
Marx explicó hace tiempo que la burguesía es capaz de “resolver” sus crisis, pero sólo a costa de preparar otras nuevas y más profundas en el futuro. Una de las formas para conseguirlo es precisamente aumentando su participación en el comercio mundial. La historia de las dos pasadas décadas es un testimonio gráfico de lo correcto de este análisis. En una entrevista con Camdessus en El País (1/12/97), le preguntaban si el modelo asiático “basado en las exportaciones masivas y la absorción de inversiones extranjeras”, que supuestamente era un “paradigma”, había llegado a su fin. Su respuesta fue un ejemplo de humor inconsciente:
“Los modelos económicos no son eternos. Hay momentos en los que son útiles y otros en los cuales, como el mundo evoluciona, pasan de moda y tienen que ser abandonados. Unamuno solía decir que utilizaba sus ideas como sus botas: las utilizaba y después las tiraba. Debemos hacer lo mismo con los modelos económicos”.
Esta asombrosa franqueza, por no decir cinismo, revela con exactitud la verdadera actitud de la burguesía hacia la “teoría económica”, que actualmente es menos útil para ellos que un buen par de botas. Todos los denominados “paradigmas económicos” reflejan un intento desesperado de conseguir algún éxito __real o imaginario__ para revivir el antiguo sueño de la clase capitalista y sus representantes ideológicos: que el ciclo de booms y recesiones haya terminado para siempre. La propensión a la autoilusión está directamente relacionada con los vertiginosos niveles alcanzados por la Bolsa, rentabilidad, crecimiento económico y otros índices que están normalmente relacionados con la cumbre de un ciclo económico __justo antes de una caída__. Como dice el proverbio, “la soberbia llega antes de la caída” y cuando ésta llega, “más dura será”.

 

Las soluciones del FMI y sus consecuencias

 

Hasta cierto punto, Camdessus y otros representantes de las grandes potencias occidentales parecen disfrutar de un perverso placer con el colapso del “modelo asiático”. Parecen creer que pueden escaparse de las consecuencias, dar a esos advenedizos orientales una lección de humildad y demostrarles quién manda. El director del FMI se jacta de forzar el cierre de los chaebols (monopolios industriales surcoreanos) y los bancos indonesios poco rentables. La arrogancia y al mismo tiempo la ciega estupidez de estos caballeros es realmente asombrosa.
La medicina repartida por el FMI es la misma de siempre: se dan préstamos a condición de que toda la carga de la crisis se sitúe de lleno sobre los hombros de las masas (“austeridad”). El crecimiento debe ser más lento, el desempleo debe crecer, las fábricas y bancos deben cerrar, los tipos de interés deben aumentar, los presupuestos deben ser equilibrados y los niveles de vida deben ser reducidos. A cambio, los tiburones internacionales dispensan su generosidad: 4.000 millones de dólares a Filipinas, 10.000 millones a Indonesia y una cantidad mayor a Corea del Sur (la suma final todavía no está clara). Además, otros bancos e instituciones han prestado 17.000 millones de dólares a Tailandia y 13.000 millones a Indonesia, y hay la promesa de más “ayuda” por parte de EEUU, Australia, Hong Kong, China, Singapur y otros.
El problema es que esta “ayuda” no se da libre de cargas, todos tendrán que devolverla con intereses. Los pagos serán arrancados de los trabajadores, campesinos y clases medias, agudizándose así las tensiones sociales y creando una situación explosiva en un país tras otro. Ya ha habido manifestaciones en Tailandia en las que han participado no sólo trabajadores, sino también las clases medias e incluso algunos hombres de negocios. La situación en Corea del Sur, con su poderosa clase obrera, o en Indonesia, donde la crisis de la economía está unida a la dictadura corrupta de la odiada camarilla de Suharto, es explosiva.
La ayuda prometida por Japón y China no es desinteresada; tienen pánico a que la crisis económica en Asia les provoque una estrepitosa caída. Sus temores no son infundados. Más del 40% de las exportaciones de Japón van a países asiáticos. Para empeorar la cosa, tanto la banca japonesa como la china están sobrecargadas de colosales deudas. La fuerza motriz del crecimiento chino en los últimos años fueron las exportaciones, también principalmente a países asiáticos. El riesgo de un colapso en China y Japón es por tanto muy serio. Y un crash serio en Japón y China rápidamente causarían un shock en todo el sistema económico y financiero mundial.
En común con la mayoría de los estrategas del capital, Camdessus considera que la crisis asiática no causará necesariamente una recesión a escala mundial. La economía mundial, insiste, todavía crece a un ritmo del 4% anual. La actual crisis podría reducir la tasa de crecimiento en EEUU al 1,2 ó 1,3%. Esto supone que, en cualquier caso (y según los pronósticos más optimistas), la economía mundial ralentizará su crecimiento el próximo año, con el consiguiente aumento del desempleo y caída de la demanda. Si añadimos a esto los efectos de nuevos recortes del gasto público en Europa por el proceso de introducción de la Unión Económica y Monetaria, el panorama no parece muy esperanzador. Y todo esto, en cualquier caso, se basa en una serie de suposiciones: si los japoneses adoptan las medidas necesarias para reformar su sistema financiero, si la crisis no se extiende a China, si las masas en Asia están preparadas para aceptar profundos recortes en sus niveles de vida con la necesaria resignación confuciana, si no hay un nuevo colapso en la sobrevalorada Bolsa estadounidense, si los trabajadores norteamericanos no sacan provecho del pleno empleo para exigir salarios más altos. Demasiadas incertidumbres para pronósticos tan confiados.
En el editorial de The Economist antes mencionado se expresa un abierto escepticismo en la capacidad de la burguesía japonesa para salvar la crisis de su sector financiero:
“El 17 de diciembre, el primer ministro de Japón, Ryutaro Hashimoto, anunció un recorte de 16.000 millones de dólares en el impuesto de la renta, más otro de 6.800 millones en el de las empresas. Pero esto se aplicará solamente durante un año y sólo anulará la severidad fiscal que su gobierno impuso la pasada primavera. También han surgido noticias de un plan para emitir bonos del Estado por valor de 10 billones de yenes para financiar la salvación de bancos, pero que todavía es impreciso: no hay detalles de cómo se ejecutará ni de si será necesario más dinero. Hashimoto explica que su propósito es acabar con los problemas económicos que está ‘originando en Japón la depresión global’. Es un buen propósito y su plan fue un paso en la buena dirección. Pero el riesgo de un colapso japonés permanece, lo que empeoraría el asiático y después causaría una recesión mundial”.

 

El FMI decide

 

Siguiendo las órdenes del FMI, el órgano por excelencia del capitalismo mundial, el gobierno tailandés anunció el 8 de diciembre de 1997 el cierre de 56 de los 58 bancos del país más endeudados, que juntos tenían un “agujero” de 35.000 millones de dólares. Esto es parte de un acuerdo a cambio del cual Tailandia recibirá del FMI unos 17.200 millones de dólares en concepto de “ayuda”. La crisis del sistema bancario tailandés no es en absoluto excepcional. En períodos de boom, la especulación florece, dado que los inversores tienen la ilusión de que el valor de las acciones, la tierra, etc., aumentará eternamente; es la característica de todo boom desde el siglo XVII. Es una enfermedad que no sólo afecta a los sin escrúpulos y deshonestos tiburones bursátiles, sino también a los más respetables banqueros, que se zambullen en un turbulento mar de especulación, ignorando las voces (pocas) de precaución. Esta es la auténtica base psicológica del “nuevo paradigma económico”, que, mirándolo de cerca, se ve que no es en absoluto nuevo, sino tan viejo como las montañas, como la historia de los bancos y las bolsas.
Durante los años de “burbuja especulativa” en la década de los ochenta y noventa, los bancos y otras empresas de Tailandia, Japón y otras economías asiáticas con mucha liquidez buscaron campos sobresalientes donde invertir, y los encontraron en el mercado inmobiliario. Tampoco esto es nuevo, ya presenciamos la especulación de la tierra en Florida que precedió al crash estadounidense de 1929. En ese momento parecía una buena idea (¡siempre lo parece!), era hacer dinero fácil sin correr molestos riesgos y sin invertir en actividades productivas, como la industria. Los precios de la tierra y la propiedad suben como la espuma de una botella de champaña, y continúan creciendo hasta que caen.
Llegados a cierto punto del ciclo capitalista, de una forma dialéctica clásica, todo se convierte en su contrario. Precisamente aquellos elementos que alimentaron el boom, impulsando la economía, se convierten en la fuente de inquietudes. El boom inmobiliario que alimentó la expansión económica y la estimuló, ahora se ha convertido para las economías de países como Japón y Tailandia en un peligro. Lo mismo ocurre con los créditos que mucha gente solicita en un boom, pero que como explicó Carlos Marx, y Micawber conocía muy bien, al final provocan tales niveles de endeudamiento, que profundizan la crisis y hacen la recuperación más difícil. Ahora eso también es obvio; las deudas pública, privada y empresarial penden como una rueda de molino del cuello de la economía y amenazan con arrastrarla al fondo.
En Tailandia, el primero de los tigres que sucumbió a los ataques concertados de los "especuladores" sedientos de sangre (por ejemplo, los grandes monopolios), la debilidad del endeudado sistema bancario fue sin duda uno de los primeros factores que desencadenó la ristra de acontecimientos desastrosos. De repente, la “confianza” colapsa, alguien o algún grupo decide que toda la estructura es mala y comienza a vender, y vende. Es el proceso clásico que se ve en todo ciclo económico, y en absoluto es resultado de las peculiaridades de Tailandia o Asia. Más adelante veremos el mismo fenómeno en EEUU y Europa.
La crisis bursátil tiene efectos en la “economía real”, pese a que muchos lo nieguen. El lunes 8 de diciembre, el gobierno tailandés envió 400 policías al centro comercial de Bangkok en previsión de incidentes. Sus temores estaban bien fundados, dado que el gobierno había anunciado una serie de medidas que dejarían a 20.000 trabajadores del sector en paro. De hecho, es sólo la punta del iceberg de desastres sociales ya causados por la crisis en Tailandia. No menos de dos millones de trabajadores han perdido sus empleos desde su comienzo en junio de 1997. Muchas de las víctimas son profesionales altamente cualificados, como admitía Sampong Sawasdipahdi, ex vicepresidente de una de las empresas cerradas por el gobierno:
“No es sólo una cuestión de trabajadores fabriles; entre los que han perdido sus empleos están trabajadores de los más cualificados del país” (El País, 9/12/97).
Naturalmente los mercados aplaudieron la “decisión” de llevar adelante los dictados del FMI, y la Bolsa tailandesa creció un 3% al escuchar las noticias, un comportamiento bastante típico de las bolsas en todas partes, como ya destacamos. Cuando los trabajadores son despedidos y se anuncian fuertes recortes de las condiciones de vida del pueblo tailandés, el mercado aplaude. Pero para cualquiera con ojos para ver o cerebro para pensar, esto demuestra de manera concluyente que los intereses del “mercado”, es decir, de los grandes monopolios son intereses opuestos a los de los trabajadores y las capas pobres. Con la profundización de la crisis, esta realidad se hará más evidente en la conciencia de las masas.
El sufrimiento en Tailandia es real, extendiéndose más allá de los límites de la clase obrera, a la pequeña burguesía y otras capas sociales que se imaginaban inmunes a la crisis del capitalismo. ¿Y los resultados? Los llamados “subsidios” son muy pequeños y en gran parte imaginarios. El “estabilizado” bath está a un cambio de 41,60 baths por dólar USA, algo que se consideró una victoria, aunque representa una pérdida del 60% desde el 2 de julio. Y la Bolsa de Bangkok ha registrado una pérdida de más del 78% de sus valores desde esa fecha.
Por supuesto, los banqueros nunca pierden. En un esfuerzo por calmar los trémulos nervios de los inversores, el banco central de Corea del Sur acordó entregar 476.000 millones de wons (355 millones de dólares) en créditos de emergencia a los bancos comerciales y sociedades financieras amenazadas con el colapso. El agujero en el sistema financiero coreano es tan profundo que la “ayuda” inicial del FMI (5.500 millones de dólares) se evaporó como una gota de agua en el desierto. El won se hundió a un nuevo nivel mínimo, pasando de 1,342 a 40 wones por dólar. La Bolsa de Seúl cayó todavía más.
En Indonesia, a principios de diciembre el gobierno anunció la fusión de varias grandes entidades bancarias, tras el cierre el 1 de noviembre de 16 bancos privados considerados insolventes. El asunto no acaba aquí, ya que es de dominio público que otros grandes bancos también son insolventes.

 

Corea del Sur y Japón

 

En un esfuerzo desesperado por reforzar la economía surcoreana, el FMI acordó un préstamo, pero como es habitual impuso condiciones draconianas. Exigió un descenso del crecimiento de la economía al 2,7-2,8% (un desastre para Corea del Sur, que estaba creciendo a un ritmo del 6% este año) y un aumento de los tipos de interés al 18-20%, una medida que llevaría, por usar un eufemismo actual, a una “reestructuración radical”, es decir, cierre generalizado de fábricas y paro masivo en un país donde el desempleo de masas había desaparecido y la cobertura a los parados es inexistente.
En un primer momento, el préstamo del FMI iba a ser de entre quince y veinte mil millones de dólares, pero desde el principio quedó claro que esa cifra no serviría para las necesidades reales de la economía surcoreana. Extraoficialmente la cifra mencionada era de 60.000 millones de dólares, más de lo concedido a México en 1995. Pero incluso ni siquiera esa cifra solucionaría el problema. La envergadura del desastre económico en Corea del Sur sólo está empezando a percibirse; surgirán nuevos datos que revelarán la profundidad del colapso.
A pesar de la tentativa de “rescate” a gran escala, no es seguro en absoluto que las medidas del FMI puedan “restablecer la confianza” y estimular a los bancos extranjeros a reanudar los préstamos a Corea. Los devastadores efectos sociales de las medidas están fuera de toda duda y producirán una inestabilidad política a una escala no vista en décadas, poniendo a la orden del día movimientos revolucionarios de las masas. En definitiva, un crudo escenario para las grandes inversiones foráneas.
Una vez tomada la amarga medicina recetada por el FMI, Corea del Sur esperaba el veredicto del “mercado”, que no tardó en producirse: tras una recuperación inicial, el won cayó de nuevo un 18% el 30 de diciembre, siguiendo al pesado dólar comprado por las endeudadas empresas surcoreanas.
La inestabilidad general en la región necesariamente tuvo su reflejo en la Bolsa de Tokio. A principios de diciembre, el índice Nikkei bajó 292,91 puntos con el anuncio de que las nuevas estimaciones situaban el crecimiento del PIB de Japón en cero no sólo para 1998, sino también para 1999. En términos reales (excluyendo la inflación), la economía japonesa sólo creció un miserable 0,5% en 1997, cifra que es aún más catastrófica si consideramos que Japón es el segundo país del mundo en términos económicos y hasta no hace mucho era la fuerza motriz de la economía mundial, con unas tasas anuales de crecimiento que en algunas ocasiones, en los años cincuenta y principios de los sesenta, incluso sobrepasaron el 10% de la URSS. Ahora, a todos los efectos, Japón lleva en recesión la mayor parte de la década, sin visos de que la situación cambie. Al contrario, la burguesía tiene bien presente la perspectiva de un serio colapso.
La actividad especulativa en la cúspide del boom está inevitablemente acompañada por un gran nivel de fraude, actuaciones sin escrúpulos, malversación y latrocinio manifiesto. En el período de auge, estas prácticas pasan desapercibidas y sus perpetradores son incluso laureados como héroes de la empresa financiera. A la hora de la verdad, cuando los precios comienzan a caer, los fraudes empiezan a salir a la luz. Un aviso temprano fue el colapso de la antigua y respetada empresa Barings Bank. Ahora se ha destapado que una gran tajada del sistema bancario japonés está en manos de la Mafia conocida como sokaiya, no matones barriobajeros, sino hombres de negocios discretos y de elegantes trajes oscuros. La actividad de estos grupos comenzó a despegar en los años de la “burbuja japonesa”, los ochenta e inicio de los noventa. Uno de estos gánsters, Ryuichi Koike, acumuló una fortuna de 95,3 millones de dólares, obtenidos de las principales entidades financieras japonesas, más otros 89,9 millones a cambio de su silencio. Koike fue arrestado, pero salió rápidamente de la cárcel. Como resultado de sus tejemanejes, cuatro de las más importantes sociedades financieras (Nomura, Nikho, Daiwa y Yaimichi Securities) y el banco Dai-Ichi Kangyo quebraron. A diferencia de los ciudadanos normales, gente como Koike no pasará mucho tiempo en la cárcel; tras expresar en público su arrepentimiento, serán obsequiados con una magnanimidad excepcional por los jueces, que los dejarán libres para continuar con sus carreras.

 

Crisis en China

 

Ante la crisis de los “tigres” asiáticos, Occidente busca consolarse con la idea de que China podría alejar el problema. De lejos pudiera parecerlo, pero examinando la cuestión más de cerca vemos la fragilidad de tales esperanzas.
El presidente Jiang Zemin repite cada día que la economía china es sólida e inmune a la crisis que está golpeando el resto de Asia. Hace tiempo Galbraith explicó que en una crisis las autoridades recurren a cualquier tipo de encanto que pueda estabilizar el mercado. El autor del trabajo sobre el crash de 1929 señala también que esos encantos pocas veces tienen el efecto deseado. Es lo mismo que las repetidas afirmaciones de Clinton de que en EEUU “los cimientos son sólidos”. Exactamente las mismas palabras fueron repetidas una y otra vez por políticos, economistas y banqueros antes, durante e incluso después del crash de 1929.
No obstante, las autoridades de Pekín son muy conscientes de que los acontecimientos en el resto de Asia tendrán un efecto sobre China en un futuro no muy lejano. Para empezar, el espectacular crecimiento de China en el último período se vio estimulado por dos factores: la inversión extranjera y las exportaciones, y ambos se verán afectados por la actual crisis. Los inversores extranjeros preferirán establecer sus negocios en aquellos países que han devaluado sus monedas, antes que en China, dado que al menos hasta el momento Pekín se está resistiendo a una nueva devaluación del yuan, que pondría en peligro el vínculo entre el dólar de Hong Kong y el dólar USA.
La devaluación del yuan chino en 1994 proporcionó un enorme estímulo a las exportaciones chinas y probablemente fue el detonante de la actual crisis en Asia, agravando el problema de la sobreproducción en los saturados mercados asiáticos. Ahora la situación se ha invertido: los productos chinos son un 40% más caros que los malayos y un 60% más que los indonesios, lo que hará inevitable que las exportaciones chinas al resto de Asia, uno de los principales motores de su desarrollo en los últimos dieciocho años, disminuyan rápidamente en los próximos meses, a menos que China también devalúe, algo que actualmente se niega a hacer.
La idea de que China puede de alguna manera aislarse de la crisis asiática guía la política adoptada por Jiang Zemin y Ziang Rongji. La vieja idea reaccionaria de la autarquía (“socialismo en un solo país”) fue abandonada tras la muerte de Mao. El destino de China __al igual que Rusia__, está directamente ligado a la economía mundial. La participación en los mercados mundiales ha beneficiado a China (aunque no a Rusia), pero ahora sufre la otra cara de la moneda. La crisis en Asia la golpeará duramente, lo que intensificará las contradicciones sociales en el país y con ellas la lucha entre los diferentes sectores de la burocracia. El ala pro capitalista de Ziang Rongji ha manejado el timón, pero la profundización de la crisis puede hacer cambiar la correlación de fuerzas.
El rápido crecimiento de la producción en China ha originado la aparición de la sobreproducción, como señala The Economist (informe El mundo en 1998):
“Los problemas [de Asia] se verán exacerbados porque China tiene ahora una gran superabundancia de capacidad manufacturera, desde automóviles a petroquímicas y televisores en color. La mayoría [de las fábricas] son ineficientes, y el gobierno chino seguirá adelante con su programa para racionalizar el peor sector __el estatal__. Por lo tanto, China aún se convertirá en más competitiva”.
Otro artículo en El País (9/12/97) señala:
“China, que acumulaba a finales del año pasado 30.000 millones de dólares en stocks, está plagada de artículos invendibles, desde tejidos de poca calidad a aparatos con diseños de hace treinta años, producidos en fábricas del período maoísta que ni los chinos necesitan”.
The Economist (22/11/97) escribía: “Muchas empresas en ciudades y pueblos sufren de un exceso de productos en el mercado”. Esto no se refiere al sector estatal, sino al sector “colectivizado”, que supone no menos de las dos quintas partes de la producción no agrícola. Y el mismo artículo avisa: “La mayor amenaza es una crisis bancaria, que podría dejar a la asiática como una ligera brisa”.
Se estima que los créditos fallidos de los bancos chinos suponen el equivalente al 30% del PIB, dos veces el nivel del Sudeste Asiático. La verdad es que la economía china continúa creciendo, pero a una tasa decreciente que caerá todavía más en los próximos meses.
“Esta crisis ha enseñado a China una gran lección”, explica Gordon Cheung, profesor de economía en la Universidad china de Hong Kong, “ha demostrado a sus dirigentes que no pueden proceder con una rápida apertura de su mercado sin haber adaptado previamente sus empresas locales. Se han dado cuenta de que la apertura debe ser gradual y acompañada de medidas de reestructuración de su economía” (El País, 29/12/97).
En el mismo artículo, el economista residente en Hong Kong Valérie Brunschwig hace una interesante comparación entre China y las otras economías del Sudeste Asiático, demostrando que las similitudes son más que las diferencias:
“En muchos aspectos, China manifiesta las mismas perversiones que las economías asiáticas ahora abiertamente en crisis: la saturación industrial, una administración corrupta, los negocios y políticas mixtas, proyectos de construcción interrumpidos antes de terminarlos, un sistema bancario paralizado, créditos dudosos por valor de entre 30 y 37,5 billones, etc.” (El País, 29/12/97, subrayado del autor).
El mismo artículo cita al profesor Lau Siu-kai, director del Instituto de Estudios del Sudeste Asiático de la Universidad china de Hong Kong:
“El círculo dirigente es perfectamente consciente de que será incapaz de resolver la crisis que está afectando a China, y está alarmado al ver cómo el FMI, y por tanto las potencias occidentales, de nuevo se hace con el control de estas economías, que ellos ven como una pérdida de autonomía y soberanía”.
Estas palabras son de una tremenda importancia para calcular las dimensiones de la crisis actual, no sólo en su aspecto económico, sino también en el político y militar. China es una gran potencia no sólo asiática, sino mundial. Por eso Napoleón dijo de ella: “cuando este gigante despierte, el mundo entero temblará”.
En contraste con Rusia, donde el colapso del estalinismo y el intento de restaurar el capitalismo ha estado acompañado por un colapso sin precedentes de las fuerzas productivas, la burocracia china ha permanecido firmemente asentada en el poder a la par que permite el desarrollo de elementos de capitalismo en determinadas zonas costeras y participa en el mercado mundial, sacando así un valioso provecho del acceso al capital extranjero y la moderna tecnología. Esto ha permitido un alto nivel de crecimiento y un aumento de las expectativas entre un sector de la población, base material para el fortalecimiento del sector pro capitalista. Sin embargo, hay otra cara del cuadro.
El desarrollo de tendencias capitalistas ha conducido a un rápido aumento de las desigualdades entre la élite dirigente y las masas, entre la ciudad y el campo, entre las regiones costeras y el interior. Las tensiones sociales se han expresado en una oleada de huelgas, manifestaciones y protestas campesinas. Hay un gran número de desempleados, quizá 150 millones, que han huido de la pobreza rural para buscar empleo en las ciudades costeras. Se da una explotación brutal de los trabajadores en las fábricas y la corrupción abunda. Además los imperialistas están ejerciendo una implacable presión sobre Pekín para privatizar las industrias estatales, lo que implicaría una explosión del paro y el consiguiente malestar social. Un sector de la burocracia, temeroso de las consecuencias, está siguiendo de mala gana el camino de la “reforma”. El reciente 15º Congreso del Partido supuso la victoria del sector pro capitalista, pero el desarrollo de la crisis puede convertir todo el proceso en su contrario.
Los temores de la élite dirigente se revelaron por la decisión de posponer la convertibilidad del yuan hasta el año 2000. Pero el test real está por venir. El planeado cierre de empresas estatales supondría el despido de 1,2 millones de trabajadores textiles en los próximos tres años (600.000 de ellos ya el que viene) y la industria química va a despedir a 400.000 trabajadores más en 1998. Pero si el clima económico empeora, todos estos planes no servirán para nada. Las explosiones sociales, las huelgas en las ciudades y sublevaciones en los pueblos, además de un agravamiento de las tensiones étnicas (Sinkiang, Tíbet, Mongolia), pueden precipitar la división de la élite dirigente, ya que los éxitos del ala pro capitalista no están en absoluto garantizados. Después de todo, la burocracia china tiene un horrible ejemplo de lo que el capitalismo ha supuesto para Rusia. Una profunda recesión mundial significa que todas las apuestas serán anuladas.
Incluso si la tendencia pro capitalista tuviera éxito, China no sería una semicolonia pro occidental dócil y débil, como hace cien años. Durante un tiempo, China ha estado adquiriendo un formidable arsenal de armas, principalmente a Rusia. China ya estuvo en guerra con Vietnam y tiene pretensiones territoriales en la zona. En un contexto de crisis económica y lucha por los mercados, no están descartadas nuevas guerras. Por otro lado, las tensiones entre China y EEUU están ya empezando a surgir. Así, de ser un mercado potencial y un factor de estabilidad para EEUU y el capitalismo mundial, China se convertirá en un nuevo y poderoso elemento de inestabilidad en Asia y a escala mundial.


Una crisis global

 

En un curioso giro de sus posturas anteriores, los economistas burgueses ahora tratan de minimizar el papel de Asia en la economía mundial, señalando que el PIB de Asia representa sólo el 13% de las economías capitalistas más industrializadas (el G-7). Sin embargo este argumento subestima a propósito los efectos de una recesión seria en una de las partes componentes de una economía mundial interpenetrada. La velocidad con la que el pánico bursátil se extendió de Asia a Lati-noamérica, Europa del Este, Rusia, EEUU y Europa es un aviso. El que las bolsas estadounidenses y europeas posteriormente se recuperaran (por cuánto tiempo es otra cuestión) no varía el hecho de que el advenimiento de la “globalización”, que era presentado por algunos como la solución final a la crisis capitalista, presente ahora otra cara muy diferente.
Como ya hemos explicado, no es verdad que la crisis bursátil no afecte a la economía real. Los precios (en dólares) de las exportaciones asiáticas han caído automáticamente con relación a los precios en Europa y EEUU. De esta forma automáticamente adquieren ventaja en los mercados mundiales. Además, la devaluación (con su consabido aumento del precio de las importaciones), más el aumento de los tipos de interés al que se ven obligados estos países para intentar defender su divisa, significa una profunda reducción en los niveles de vida y la correspondiente caída de la demanda interna. Ante todo, esas economías tienen la urgente necesidad de obtener moneda extranjera para pagar sus deudas, y la única manera de conseguirlo es exportando. No hay que ser un genio para ver que el único mercado que puede (en teoría) absorber todas esas exportaciones a bajo precio provenientes de Asia es EEUU, y en menor medida Europa Occidental.
Los productos de la industria asiática ya eran antes muy competitivos. Hay enormes cantidades de coches, televisores, ordenadores, zapatos y tejidos que no pueden ser absorbidas por el mercado asiático y que están buscando salida. Lo que preocupa a los estrategas del capital no es tanto la crisis de la Bolsa, ni incluso la existencia de sobreproducción o la amenaza de una recesión. Lo que más les preocupa es la amenaza del proteccionismo, que ya ha aparecido en Asia en forma de devaluaciones competitivas. Hay que recordar que ése fue uno de los principales mecanismos proteccionistas en los años treinta y lo que transformó la recesión de 1929-33 en una depresión mundial que persistió hasta la Segunda Guerra Mundial.
Marx definió el comercio mundial como “el elemento básico y vital de la producción capitalista” (El Capital, vol. 3). Uno de los principales motores del auge capitalista de 1948-74 fue el crecimiento sin precedentes del comercio mundial. Sin embargo, las cifras demuestran que el comercio mundial en el último período no ha tenido el mismo efecto que tuvo anteriormente a la hora de promover el crecimiento y la inversión productiva. No se ha producido una vuelta al tipo de proteccionismo feroz que vimos entre las dos guerras mundiales, lo que habría hecho añicos la delicada fábrica del comercio mundial creada a lo largo de décadas desde 1945 y tendría los efectos más catastróficos en la economía mundial, pero ya hay signos claros de que las tendencias proteccionistas están emergiendo no sólo en Asia, sino también en EEUU.
No hace mucho Clinton fue al Congreso a pedir permiso para proceder con el denominado “acuerdo de la vía rápida” para desarrollar el libre comercio. En una humillante derrota, su propuesta fue desechada por una mayoría tanto de republicanos como de demócratas. ¿Qué significa esto? Clara-mente que un sector de la burguesía de EEUU ya estaba preocupado incluso antes de la crisis bursátil por los efectos de una masiva afluencia de importaciones extranjeras baratas. Están preparándose para una lucha feroz por los mercados en el período que viene.
En otros documentos y artículos anteriores ya hemos señalado la tendencia a la creación de bloques comerciales regionales. EEUU domina Canadá y México mediante el TLC (Tratado de Libre Comercio). Clinton quería extenderlo al resto de Latinoamérica, comenzando con Chile, y recientemente visitó Brasil y Argentina con la intención de preparar el camino. Brasil y Argentina son los principales países del bloque comercial llamado Mercosur. Pero desde la crisis de la Bolsa, la propia existencia de Mercosur está en peligro. La crisis en Asia causó inmediatamente una similar en Brasil, obligando al gobierno a aumentar los tipos de interés e introducir medidas de austeridad. Incluso es probable que el real brasileño tenga que ser devaluado, lo que tendría efectos calamitosos en Argentina, que envía gran parte de sus exportaciones a Brasil. Puesto que el peso argentino está sujeto a un tipo de cambio fijo al dólar USA, la devaluación está excluida. La única opción clara sería la introducción de medidas proteccionistas que supondrían la ruptura de Mercosur.
La característica de la globalización (el alto grado de interpenetración) hace que un factor rápidamente afecte a otro. La causa se convierte en efecto y el efecto en causa. Las pérdidas sufridas por los bancos extranjeros en Asia ahora significan que el coste del crédito en esa zona aumentará. Los banqueros ya están exigiendo un recargo mayor para prestar dinero a Asia, pero también a Europa del Este, Rusia y las “economías emergentes” en general. Sorprendentemente los bancos más afectados no son los japoneses. Un estudio del economista francés W. I. Carr demuestra que en los últimos tres años el volumen de fondos extranjeros en Tailandia, Indonesia y Corea del Sur (los países de la región que han tenido los mayores recursos de capital extranjero) provienen en un 27% (30% en el caso de Tailandia) de bancos europeos, frente al 25% de los estadounidenses y el 22% de los japoneses.
El problema central, la sobreproducción (“sobrecapacidad”), permanece. Valerie Brunschwig escribe desde Hong Kong: “Además de las devaluaciones de moneda, el alcance del contagio dependerá, sobre todo, del grado de exceso de capacidad de las economías asiáticas y su habilidad para deshacerse de su excedente de productos a precios bajos en Europa y EEUU. ¿Cuántos vehículos coreanos e indonesios, cuántas toneladas de acero de Tailandia y Corea y de cemento y plásticos de Tailandia, cuántos televisores y aparatos electrodomésticos de la República Popular China, cuántos microchips de Corea o Taiwán están esperando encontrar compradores?” (El País, 29/12/97).
Brunschwig relata la situación de otros países asiáticos, comenzando con “el excedente gigantesco de cemento en Tailandia y, en general, de todos los materiales de construcción, desde acero a cerámicas, en un país donde está paralizada la construcción”. El excedente tailandés de productos textiles se redujo, pero sólo porque la competencia de Vietnam, Filipinas y Laos obligó a cerrar un gran número de fábricas tailandesas. Tales lecciones no serán obviadas en el Congreso de EEUU ni en Europa cuando los tigres asiáticos busquen deshacerse de sus productos baratos. Comprenden también muy bien que la devaluación competitiva es un medio de exportar desempleo. Creer que los manufactureros de EEUU y sus portavoces en el Congreso se quedarán de brazos cruzados es de ingenuos.
“Lo más preocupante”, continúa Brunschwig, “son las montañas de productos excedentarios en Corea del Sur, que continúa produciendo con profusión mercancías sin salida para poder mantener trabajadores ocupados en sus empleos de por vida. ‘En Corea del Sur, en casi cada sector de la actividad productiva, no tienen ni idea de qué hacer con sus productos sin vender’, dice Russel Napier, responsable de estrategia del Crédit Lyonnais Securities Asia en Hong Kong. Importa poco si hablamos de químicas, acero, plásticos, automóviles, barcos o incluso ordenadores, semiconductores o electricidad para el público general. Y concluye el economista: 'ya que tienen una necesidad vital de vender, harán añicos el sistema de precios para inundar Europa y EEUU con sus productos” (Ibid).
El enorme exceso de productos petroquímicos en Corea, Tailandia y Singapur puede conducir a una rápida caída del 15-20% de los precios del plástico en el mundo, según Janet Yound, analista química de Salomon Brothers en Hong Kong. Aquí tenemos la “otra cara” de la globalización, algo ya previsto por Marx hace más de cien años. En su insaciable gula por el beneficio, la clase capitalista está constantemente buscando nuevos mercados, salidas para la inversión y fuentes de materias primas. La creación del mercado mundial es el resultado inevitable de que el desarrollo de las fuerzas productivas haya superado hace tiempo los estrechos límites de la propiedad privada y el Estado nacional. Quien no entienda este hecho fundamental, será incapaz de comprender el fenómeno más decisivo que está teniendo lugar a escala mundial. La participación en el mercado mundial es ahora una condición necesaria para la producción capitalista, incluso un gigante como EEUU está obligado a participar en la economía mundial a un nivel sin precedentes en los últimos cien años, cuando por primera vez irrumpió en la escena de la historia mundial con la guerra hispano-norteamericana de 1898. Hace diez años, EEUU exportaba el equivalente al 6% de su PIB. Ahora es el 13% __un asombroso aumento en sólo un decenio__, y a la burguesía norteamericana le gustaría elevarlo al 20% para finales de esta década.
Este hecho en sí mismo es una ilustración gráfica del proceso previsto por Carlos Marx, quien señaló que, mediante la participación en el comercio mundial, el sistema capitalista podría durante un tiempo aliviar sus problemas, desarrollando nuevos mercados y (en parte) combatiendo la tendencia a la caída de la tasa de beneficios. De esta manera se pueden obtener durante un tiempo grandes beneficios y retrasar las crisis o aliviarlas (el mercado asiático, como ya hemos explicado, tuvo el efecto de suavizar los efectos de la recesión de 1990-92 y prevenir su conversión en depresión al estilo de los años treinta). Pero eso se consigue sólo a costa de preparar crisis incluso más profundas y a una escala más devastadora en el futuro.
Es verdad que el grado de interpenetración de las diferentes economías capitalistas en el mercado mundial ha alcanzado hasta ahora niveles inimaginables, pero eso no significa en absoluto que las contradicciones entre ellas hayan desaparecido. Al contrario, significa que se han exacerbado a la enésima potencia y se les ha dado un campo mayor que en el pasado para que se manifiesten. El impulso natural del capitalismo es eliminar todas las barreras que le dificulten el extraer plusvalía, algo que se ha venido manifestando en cada período del capitalismo, desde el capítulo sangriento de la acumulación primitiva a la época moderna del imperialismo y el capitalismo monopolista, pasando por la esclavitud de las colonias y la escuela del “libre comercio”. La naturaleza extrema de los antagonismos generados por la época de decadencia capitalista se reveló en las dos horribles guerras mundiales. Hoy en día, con el advenimiento de las armas nucleares (e incluso métodos más horrorosos de guerra química y bacteriológica que no han llamado mucho la atención), la guerra entre las principales potencias como medio de resolver esos antagonismos está excluida (aunque no “pequeñas” guerras como la del Golfo).
El escenario es, por tanto, de crisis violentas y cataclismos de la economía mundial, lo que destruirá completamente el relativo equilibrio que desde el final de la Segunda Guerra Mundial ha caracterizado al comercio y la política mundiales y a las relaciones entre las clases. Hemos entrado en las aguas inexploradas del período más convulsivo en la historia del capitalismo.
Las sombrías advertencias del especulador George Soros no son el producto de la imaginación o el capricho. Como un profeta del Antiguo Testamento, Soros avisa a la burguesía de calamitosas consecuencias si no ven la luz y cesan de adorar al becerro de oro. El problema es que Soros no puede ofrecer una alternativa real. Esta es la característica común de todos los economistas de “izquierda” burgueses, como Galbraith. Advierten a la burguesía para que regule su sistema, pero no comprenden que planificación y capitalismo son dos conceptos mutuamente excluyentes. Aunque es verdad que durante períodos transitorios, en un auge económico cuando los mercados son abundantes, los grandes monopolios y los Estados capitalistas pueden alcanzar “pactos de caballeros” para repartirse el botín, eso se rompe inmediatamente cuando (como en la actualidad) hay una competencia feroz por unos mercados escasos. Así, tales propósitos permanecen como deseos piadosos. La “teoría” económica predominante (si se le puede dar ese nombre) afirma justo lo contrario: que el “mercado”, abandonado a sí mismo, solucionará todo más pronto o más tarde. Esto es simplemente una expresión ideológica de la obsesión con la edad de oro donde la burguesía puede hacer beneficios rápidos y no sufrir las consecuencias. Todo lo que estropee esto, debe ser destruido sin piedad.
La dominación ilimitada del capital financiero y monopolista nunca estuvo tan clara como ahora. Haciendo una hoguera con todos los controles y regulaciones, especialmente en la última década, con las privatizaciones masivas y el saqueo del Estado, se han liberado enormes e incontrolables fuerzas que en cualquier momento pueden hacer añicos el inestable edificio. Todos los avisos caen en oídos sordos, lo que no es nada nuevo. Como señaló una vez el viejo Hegel, la única lección que se puede extraer de la Historia es que nunca nadie ha aprendido nada de ella, lo que es absolutamente cierto en el caso de la burguesía, como demuestran las crisis de su sistema.
Dejaremos la última palabra para el más augusto portavoz del capitalismo británico, el Financial Times, que finalizó su editorial del 2 de enero con un sombrío aviso:
“Todavía se puede esperar un final feliz para Norteamérica y la Unión Europea. Quizás sea el más probable. Pero las incertidumbres son enormes. La crisis se puede extender no sólo a otras economías emergentes, sino también profundizarse en Japón y desencadenarse en otros países avanzados. Los tifones de este tipo nunca se pueden predecir, pero ningún observador de la situación financiera actual puede estar seguro de que no va a desencadenarse uno, especialmente en 1998”.

Esta obra fue escrita por Engels en 1876 como crítica a las pretenciosas teorías del profesor universitario alemán Eugenio Dühring (según él “ideas absolutamente originales…la verdad establecida de una vez por todas”), quien gozaba de bastante audiencia entre los dirigentes socialdemócratas europeos de la época.

El Anti-Dühring no sólo cumplió este objetivo inicial sino que se convirtió en la primera, y una de las más brillantes y completas, exposiciones del método de análisis aplicado por Marx y Engels (el materialismo dialéctico), así como de las ideas de estos dos grandes revolucionarios en diferentes terrenos: filosofía, ciencia, economía, historia… “Esta crítica me brindaba ocasión de desarrollar de modo positivo y en los más diversos campos mis ideas acerca de problemas que encierran hoy interés general, científico o práctico”.
Hoy,  __tras la ofensiva ideológica contra las ideas del socialismo y el comunismo de los últimos años__ cuando no faltan dirigentes del movimiento obrero dispuestos a rechazar el marxismo como anticuado, dogmático y superado,  aceptando acríticamente cualquier idea burguesa “de moda” en lo económico o filosófico, resulta extremadamente útil volver a leer esta auténtica obra maestra del pensamiento. Si sometemos todas las ideas centrales defendidas en el Anti-Dühring a la prueba de los avances científicos más recientes veremos que mantienen toda su vigencia y actualidad.

 

Materialismo y dialéctica

 

En la primera de las tres partes del libro, Engels, partiendo de la crítica a los errores  de Dühring en toda una serie de aspectos (el supuesto origen del universo, el surgimiento de la vida, la teoría de la evolución , el origen de las matemáticas, el infinito…), ofrece una explicación materialista de estos. La clave de los errores de Dühring era que enfrentaba estos problemas  desde una filosofía idealista, concibiendo las ideas y los principios científicos como lo primario e intentando explicar la realidad a partir de ellos. Para Marx y Engels, en cambio “los principios no son el punto de partida de la investigación sino más bien su resultado final; no son aplicados a la naturaleza y a la historia de la humanidad, sino que derivan de estas; no es la humanidad y la naturaleza quienes se rigen y modelan por estos principios, sino que los principios no son verdaderos sino en la medida en que concuerdan con la naturaleza y la historia” (Anti-Dühring, pág.43, Ed.Avant).
 En esta cita no vemos ningún restro del dogmatismo que algunos atribuyen al marxismo. Es precisamente todo lo contrario. El marxismo rechaza la aplicación de esquemas  apriorísticos  a la realidad. Su teoria no es una buena idea que un sabio produce en su cabeza  sino el resultado de una investigación científica  en la economía, en la historia, en las ciencias de la naturaleza… Por eso Marx y Engels definen sus ideas como “socialismo científico”.
 Las ideas, las opiniones, las ideologías y las conclusiones científicas no son innatos ni existen independientes de la realidad en nuestra cabeza, sino que son resultado de esa realidad material (naturaleza, economía, condiciones sociales…) que existe independientemente de nosotros y que actúa sobre nuestros nervios, sentidos e instintos. “Las condiciones materiales de existencia determinan la conciencia”. La ciencia ha confirmado una y otra vez este punto de vista: el frío o el calor no existen en nuestra cabeza como “concepto de frío” o “concepto de calor”, son resultado de una realidad material que actúa sobre nuestro cuerpo. Un capitalista y un obrero viven en la misma época y en la misma ciudad o país pero sus diferentes condiciones materiales de vida harán que vean los mismos acontecimientos económicos, históricos y políticos de forma muy distinta.
Por otra parte, ese mundo material en el que vivimos  no permanece  estático ni inmutable, como muchos quieren hacernos creer. “El movimiento es el modo de existencia, la manera de ser de la materia. Nunca, ni en parte alguna, ha habido ni puede haber materia sin movimiento. Movimiento en el espacio celeste, movimiento mecánico de masas más pequeñas sobre cada uno de los cuerpos celestes, vibraciones moleculares en forma de calor, de corriente eléctrica o magnética, análisis y síntesis químicas, vida orgánica”. (op.cit. pág.69). Nuestro cuerpo y mente, sin ir más lejos, están cambiando constantemente, células y tejidos que se renuevan, crecen y mueren. Una de las tareas fundamentales de la ciencia es encontrar en el estudio de los diversos fenómenos naturales y procesos sociales la forma en que se produce ese cambio, las leyes que rigen el movimiento de la materia.
 
El “origen” del tiempo y el espacio

 

En los distintos capítulos de esta primera parte, Engels combate las ideas sobre un supuesto origen del tiempo y el espacio, que __se quiera o no__ abren la puerta inevitablemente a las ideas religiosas y místicas sobre un ser o principio creador. “Es preciso pues (si aceptamos un origen del universo) que de fuera del mundo haya venido un primer impulso que lo pusiera en movimiento. Y, como se sabe, el ‘primer impulso’ no es sino otro nombre de Dios” (Anti-Dühring).
 Basándose en numerosos descubrimientos científicos, explica Engels como el movimiento de la materia es eterno, infinito, y expone las leyes que tras un estudio atento  descubrimos en ese movimiento. El movimiento no procede de fuera de la materia sino que es la condición misma de la existencia de ésta, inseparable de ella. Ese movimiento no se desarrolla en línea recta, gradualmente, sino que es contradictorio. Lo que hoy y aquí es causa mañana es efecto, cómo pequeños cambios cuantitativos se acumulan y llegado un momento dan lugar a un cambio cualitativo…Todas estas características se resumen en las leyes del materialismo dialéctico: la transformación de la cantidad en calidad, la unidad y lucha de contrarios y la negación de la negación, es decir, el desarrollo a través de contradicciones, que el compañero de lucha de Marx expone de forma amena y didáctica.

 

La lucha de clases y el socialismo

 

Pero, las ideas del materialismo dialéctico no sólo sirven para entender y explicar toda una serie de procesos en el ámbito de la astronomía, biología, física, psicología…, tienen, así mismo, un profundo contenido revolucionario para el sistema eco-nómico, la so-ciedad y el régimen político en el que vivimos. Esa es la ra-zón de que sean atacadas una y otra vez por parte de intelectuales  al servicio de la clase dominante
Al igual que ocurre con las abstracciones y principios científicos en relación a la naturaleza, las ideologías,  normas morales y  sistemas políticos dominantes en una época no son algo absoluto, eterno, sino algo que surge de y refleja las condiciones materiales de vida,  las relaciones económicas que se establecen entre los seres humanos en cada momento y pueden cambiar, y de hecho cambian antes o después, cuando cambian esas condiciones.
 La segunda y  tercera partes del Anti- Dühring son ejemplos magníficos de cómo, analizando la economía y  la historia, encontramos esas mismas leyes del materialismo dialéctico y sólo a partir de ellas podemos explicar todo el desarrollo de la humanidad hasta hoy (la causa de las guerras, las raíces de la explotación de unos hombres sobre otros, cómo funciona esa explotación en la sociedad capitalista). Y no sólo eso. Podemos descubrir __no en nuestras cabezas o en nuestros deseos, sino en la propia realidad, en las necesidades de la propia economía, de la propia sociedad y de los individuos que la componen__ que la explotación del hombre por el hombre, la existencia de clases, ni ha existido siempre ni tiene por que seguir existiendo, así como el camino y los medios para hacer posible una sociedad sin opresión.
 Dühring, aplicando sus concepciones idealistas a la historia, explica la existencia de clases, la explotación económica de unos hombres sobre otros, por la dominación política. Para él la existencia de clases es resultado de “la violencia” en general, de la opresión de unos hombres por otros. Pero eso es no decir nada. ¿Qué es lo que hace posible que unos hombres opriman a otros? ¿O acaso ello va implícito en la naturaleza humana? Engels explica como la opresión de clase no ha existido siempre. Durante miles de años no existieron clases, Estados, policías ni ejércitos. Sólo cuando el desarrollo de las fuerzas productivas hace posible la división del trabajo, se produce un gran salto cualitativo en la historia de la humanidad: una minoría se eleva sobre el resto y se dedica a dirigir la sociedad, a producir ideas, arte, ciencia… mientras el resto se ve obligado a trabajar para ella. El estado y los órganos de represión, las instituciones  políticas, etc, surgen en este contexto. Pero aquí también todo está en constante cambio. A medida que se desarrollan las fuerzas productivas, unas clases entran en decadencia, pasan de ser motores a ser obstáculos para el desarrollo, y otras se fortalecen y toman conciencia de sus intereses. Las instituciones, leyes y organizaciones estatales que surgieron de un sistema económico determinado, de unas relaciones de producción, y tenían como única función preservar esas mismas relaciones, entran en conflicto con las nuevas realidades económicas. El desarrollo de la riqueza de la sociedad, de las fuerzas productivas, exige ya una organización diferente. Una nueva clase se ha desarrollado en el seno de la vieja sociedad a medida que esta evolucionaba y sus aspiraciones chocan con la organización de la economía y de la sociedad que impone la clase dominante en decadencia (una vez más: movimiento constante y a través de contradicciones).
Engels explica cómo este proceso de cambio, __originado en la economía y que, antes o después y de un modo más o menos directo, tiene su reflejo en la organización social y en las formas políticas__ ha sido el motor de la historia: la lucha de clases. A continuación expone de un modo sencillo pero exacto las leyes de funcionamiento del modo de producción actual, el capitalismo, descubiertas por Marx, y cómo estas relaciones capitalistas sufren un proceso de decadencia. Porqué y cómo se producen las crisis bajo el capitalismo, cómo los intereses de la inmensa mayoría de la sociedad, los trabajadores, chocan cada vez más con la acumulación de capital, con la búsqueda del máximo beneficio por parte de una minoría de capitalistas. Hoy, con dos tercios de la humanidad pasando hambre, con el fantasma del paro asolando los barrios obreros como no lo hacía desde hace décadas, mientras los capitalistas obtienen beneficios récord, las ideas expresadas por Engels en el Anti-Dühring dificilmente podrían parecer más actuales.
Pero no bastaría con la injusticia del sistema actual para __desde un punto de vista marxista, científico__ demostrar que la construcción de otra  sociedad sin opresión ni injusticia  es posible. Engels explica como el desarrollo de las fuerzas productivas ya hace posible acabar con las clases, con la división entre unos que trabajan y otros que dirigen y se benefician de ese trabajo. Y no sólo los medios económicos,  existe también la clase llamada a realizar esa tarea. “Todos los antagonismos históricos entre clase explotadora y explotada, dominante y oprimida, se explican por la productividad relativamente escasa del trabajo humano. (…) Sólo la gran industria, con el desarrollo colosal que ha dado a las fuerzas productivas, y que permite repartir el trabajo entre todos los miembros de la sociedad sin excepción__ y de aquí restringir el tiempo de trabajo de cada uno, de tal modo que todos cuenten con tiempo suficiente para tomar parte en los asuntos generales, teóricos y prácticos, de la sociedad__, sólo hoy ha llegado a ser superflua toda clase dominante y explotadora y aun ha llegado a ser un obstáculo para la evolución social; solo al presente será inexorablemente eliminada, aun cuando posea ‘la fuerza inmediata” (Anti-Dühring, pág.195, ed. Avant). Pocas palabras suenan tan modernas como éstas escritas hace 120 años, pocos programas son tan actuales, justos, posibles y necesarios.

Cuesta creer que falten tan sólo diez años para que se cumpla el centenario del Manifiesto del Partido Comunista! Este folleto, más genial que cualquier otro en la literatura mundial, nos sorprende aún hoy por su frescura. Sus partes más importantes parecen haber sido escritas ayer. Con certeza, los jóvenes autores (Marx tenía 29 años, Engels 27) tuvieron una mayor visión del futuro no sólo que sus predecesores sino que no fueron, quizás, jamás igualados.
Ya en el prefacio que escribieron juntos para la edición de 1872, Marx y Engels declararon que, pese al hecho de que ciertos pasajes secundarios en el Manifiesto resultaban anticuados, consideraban que no tenían ningún derecho a alterar el texto original, en tanto que el Manifiesto ya se había convertido, en el período de 25 años que había transcurrido, en un documento histórico. Sesenta y cinco años más han pasado desde aquel momento. Pasajes aislados del Manifiesto resultan aún más anticuados. En este prefacio trataremos de señalar sucintamente tanto aquellas ideas del Manifiesto que conservan todo su vigor como aquellas que requieren una alteración o ampliación importante.

1.La concepción materialista de la historia, descubierta por Marx poco antes y aplicada con consumada habilidad en el Manifiesto, ha resistido perfectamente la prueba de los hechos y los golpes de la crítica hostil. Constituye hoy uno de los instrumentos más valiosos del pensamiento humano.
Las demás interpretaciones del proceso histórico han perdido toda significación científica. Podemos decir con certeza que en nuestro tiempo es imposible no sólo ser un militante revolucionario sino tan sólo un observador versado en política, sin asimilar la interpretación materialista de la historia.
2. El primer capítulo del Manifiesto comienza con las siguientes palabras: “La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”. Este postulado, la conclusión más importante que se extrae de la interpretación materialista de la historia, se convirtió inmediatamente en un elemento de discusión en la lucha de clases. Ataques especialmente venenosos contra la teoría que reemplazaba “el bien común”, “la unidad nacional” y “las verdades morales eternas” por los intereses materiales como fuerza motriz, fueron lanzados por hipócritas reaccionarios, doctrinarios liberales y demócratas idealistas. Más tarde se le sumaron individuos reclutados en las filas del mismo movimiento obrero, los llamados revisionistas, es decir, los que proponían reconsiderar (“revisar”) el marxismo en el espíritu de la colaboración y la conciliación de clases. Finalmente, en nuestro tiempo, los despreciables epígonos de la Internacional Comunista (los “estalinistas”) han seguido, en la práctica, el mismo camino: la política del así llamado “Frente Popular” surge totalmente de la negación de las leyes de la lucha de clases. Mientras tanto, es precisamente la época del imperialismo la que, llevando todas las contradicciones sociales a su punto de máxima tensión, da al Manifiesto Comunista su mayor triunfo teórico.

3. La anatomía del capitalismo, como una etapa específica en el desarrollo de la sociedad, fue expuesta por Marx en su forma acabada en El Capital (1867). Pero ya en el Manifiesto Comunista las líneas más importantes del futuro análisis fueron firmemente esbozadas: el pago de la fuerza de trabajo como equivalente al costo de su reproducción; la apropiación de la plusvalía por los capitalistas; la competencia como la ley fundamental de las relaciones sociales; la ruina de las clases intermedias, es decir, la pequeña burguesía urbana y el campesinado; la concentración de la riqueza en un número siempre decreciente de propietarios en un polo y el crecimiento numérico del proletariado en el otro; la preparación de las precondiciones materiales y políticas para el régimen socialista.

4. Atacaron violentamente la proposición del Manifiesto referente a la tendencia del capitalismo a bajar el nivel de vida de los trabajadores y aún a reducirlos a la pobreza. Clérigos, profesores, ministros, periodistas, teóricos socialdemócratas y dirigentes sindicales salieron al paso para enfrentar la llamada “teoría de la pauperización”. Invaria-blemente encontraban signos de creciente prosperidad entre los trabajadores, haciendo pasar la situación de la aristocracia obrera por la de todo el proletariado, o tomando como perdurable alguna tendencia momentánea. Mien-tras tanto, hasta el desarrollo del más poderoso capitalismo del mundo, el capitalismo de los EEUU, ha convertido a millones de trabajadores en mendigos mantenidos a expensas de la caridad federal, municipal o privada.

5. En contra del Manifiesto, que describía a las crisis industrial y comercial como una serie de catástrofes cada vez mayores, los revisionistas aseguraban que el desarrollo de trusts a nivel nacional e internacional asegurarían el control sobre el mercado, llevando gradualmente a terminar con las crisis. Lo que caracterizó el fin del siglo pasado y el comienzo del presente fue un desarrollo tan tempestuoso del capitalismo que las crisis aparecían como interrupciones “accidentales”. Pero esa época se ha ido para no volver. En definitiva, Marx tuvo razón también en este tema.

6. “El gobierno del Estado moderno no es más que una Junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”. Esta fórmula sucinta, que los dirigentes de la socialdemocracia consideraron como una paradoja periodística, de hecho contiene la única teoría científica del Estado. La democracia creada por la burguesía no es, como lo creyeron Bernstein y Kautsky, una bolsa vacía que puede ser llenada sin problemas con cualquier tipo de contenido de clase. La democracia burguesa sólo puede servir a la burguesía. Un gobierno del “Frente Popular”, esté dirigido por Blum o Chautemps, Caballero o Negrín, no es sino “una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”. Cuando este “comité” maneja mal las cosas, la burguesía lo echa a patadas.

7.“Toda lucha de clases es una lucha política”. “La organización del proletariado como clase, [es] en consecuencia su organización en un partido político”. Sindicalistas por un lado y anarcosindicalistas por el otro, durante largo tiempo se alejaron, y aún hoy tratan de escaparse, de la comprensión de estas leyes históricas. El sindicalismo “puro” ahora ha sufrido un golpe demoledor en su principal refugio: Estados Unidos. El anarcosindicalismo ha sufrido una derrota irreparable en su última plaza fuerte: España. Aquí también el Manifiesto demostró estar en lo cierto.

8. El proletariado no puede conquistar el poder dentro del marco legal establecido por la burguesía. “Los comunistas declaran abiertamente que sus fines sólo pueden ser alcanzados destruyendo por la fuerza las condiciones sociales existentes”. El reformismo intentó explicar este postulado del Manifiesto sobre la base de la inmadurez del movimiento en aquel momento y el desarrollo inadecuado de la democracia. El destino que sufrieron las “democracias” italiana, alemana y muchas otras demuestra que la “inmadurez” es el rasgo distintivo de las ideas de los reformistas mismos.

9. Para la transformación socialista de la sociedad, la clase trabajadora debe concentrar en sus manos un poder tal que le permita aplastar todos y cada uno de los obstáculos políticos que cierren el camino hacia el nuevo sistema. “El proletariado organizado como clase dominante” __eso es la dictadura__. Al mismo tiempo es la única verdadera democracia proletaria. Su alcance y profundidad dependen de las condiciones históricas concretas. Cuanto más Estados tomen el camino de la revolución socialista, tanto más libres y flexibles serán las formas que adoptará la dictadura, tanto más ancha y más profunda será la democracia obrera.

10. El desarrollo internacional del capitalismo ha predeterminado el carácter internacional de la revolución proletaria. “La acción común del proletariado, al menos de los países civilizados, es una de las primeras condiciones para su emancipación”. El desarrollo ulterior del capitalismo unió tan estrechamente todos los sectores de nuestro planeta, tanto “civilizados” como “no civilizados”, que el problema de la revolución socialista ha asumido total y decisivamente un carácter mundial. La burocracia soviética intentó liquidar el Manifiesto en lo que respecta a esta cuestión fundamental. La degeneración bonapartista del Estado Soviético es una abrumadora demostración de la falsedad de la teoría del socialismo en un solo país.

11. “Cuando, en el curso del desarrollo, hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el poder público perderá su carácter político”. En otras palabras: el Estado se desvanece. La sociedad permanece, liberada de su chaleco de fuerza. Esto no es otra cosa que el socialismo. El teorema inverso: el monstruoso crecimiento de la coerción estatal en la URSS es el testimonio elocuente de que la sociedad se está alejando del socialismo.
12. “Los obreros no tienen patria”. Estas palabras del Manifiesto más de una vez han sido  valoradas por los filisteos como una burla provocadora. De hecho ellas dotaron al proletariado de la única orientación concebible en lo que respecta a la cuestión de la “patria” capitalista. La violación de esta orientación por la Segunda Internacional trajo como consecuencia no sólo cuatro años de devastación en Europa, sino además el actual estancamiento de la civilización mundial. En vista que la nueva guerra es ya inminente, posibilitada por la traición de la Tercera Internacional, el Mani-fiesto aún hoy sigue siendo el consejero más digno de confianza con respecto a la cuestión de la “patria” capitalista.

Así, vemos que la producción conjunta y relativamente breve de dos jóvenes autores, aún continúa ofreciendo directrices irremplazables acerca de las cuestiones más importantes y candentes de la lucha por la emancipación. ¿Qué otro libro podría compararse siquiera de lejos con el Manifiesto Comunista? Pero esto no implica que, luego de noventa años de desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas y vastas luchas sociales, el Manifiesto no necesite correcciones ni agregados. El pensamiento revolucionario no tiene nada en común con la adoración de ídolos. Los programas y los pronósticos se ponen a prueba y se corrigen a la luz de la experiencia, que es el criterio supremo de la razón humana. El Manifiesto también requiere correcciones y agregados. Sin embargo, como lo evidencia la experiencia histórica, estas correcciones y agregados sólo pueden hacerse con éxito si se procede de acuerdo con el método que anida en las bases del Manifiesto mismo. Trataremos de indicar esto en varias instancias por demás importantes.

1. Marx enseñó que ningún sistema social desaparece de la arena de la historia antes de agotar sus potencialidades creativas. El Manifiesto censura violentamente al capitalismo por retardar el desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo, durante aquel período, como así también en las décadas siguientes este retraso era de naturaleza sólo relativa. Si hubiera sido posible en la segunda mitad del siglo diecinueve organizar la economía sobre bases socialistas sus ritmos de crecimiento hubieran sido inconmensurablemente mayores. Pero este postulado, teóricamente irrefutable, no invalida el hecho de que las fuerzas productivas siguieron expandiéndose a escala mundial hasta las vísperas de la Guerra Mundial. Sólo en los últimos veinte años, pese a las más modernas conquistas de la ciencia y la tecnología, ha comenzado la época de decidido estancamiento y aún decadencia de la economía mundial. La humanidad está empezando a gastar su capital acumulado, mientras la guerra amenaza con destruir las mismas bases de la civilización en los años venideros. Los autores del Manifiesto pensaban que el capitalismo sería derrocado mucho antes de llegar el momento en que se transformaría de un régimen relativamente reaccionario en un régimen reaccionario en términos absolutos. Esta transformación tomó su forma definitiva sólo ante los ojos de la generación actual, y convirtió a nuestra época en la época de las guerras, las revoluciones y el fascismo.

2. El error de Marx y Engels en relación con las fechas históricas surgía por un lado de la subestimación de las posibilidades futuras latentes en el capitalismo, y por el otro, de la sobrevaloración de la madurez revolucionaria del proletariado. La revolución de 1848 no se convirtió en una revolución socialista como había pronosticado el Manifiesto, sino que abrió para Alemania la posibilidad de un vasto ascenso capitalista en el futuro. La Comuna de París demostró que el proletariado no puede quitarle el poder a la burguesía si no tiene para conducirlo un partido revolucionario experimentado. Mientras tanto el período prolongado de prosperidad capitalista que siguió produjo, no la educación de la vanguardia revolucionaria, sino más bien la degeneración burguesa de la aristocracia obrera, lo que a su vez se convirtió en el principal freno a la revolución proletaria. La naturaleza de las cosas hizo imposible que los autores del Manifiesto pudieran prever esta “dialéctica”.
3. Para el Manifiesto el capitalismo era... el reino de la libre competencia. Mientras que hacía referencia a la creciente concentración del capital, el Manifiesto no sacó la necesaria conclusión en relación al monopolio que se ha convertido en la forma capitalista dominante en nuestra época y en el más importante prerrequisito para la economía socialista. Sólo más tarde, en El Capital estableció Marx la tendencia hacia la transformación de la libre competencia en monopolio. Fue Lenin, quien dio una caracterización científica del capitalismo monopolista en su Imperia-lismo, fase superior del capitalismo.

4. Basándose fundamentalmente en el ejemplo de la “revolución industrial” en Inglaterra, los autores del Manifiesto se representaron de una manera demasiado unilateral el proceso de liquidación de las clases intermedias, como una completa proletarización de los artesanos, pequeños comerciantes y los campesinos. De hecho, las fuerzas elementales de la competencia están muy lejos de haber completado esta tarea simultáneamente progresiva y bárbara. El capitalismo ha arruinado a la pequeña burguesía más rápidamente de lo que la ha proletarizado. Más aún, el estado burgués, desde hace mucho, instrumenta una política consciente dirigida al mantenimiento artificial de estratos pequeño-burgueses. En el polo opuesto el desarrollo de la tecnología y la racionalización de la industria a gran escala, engendra desempleo crónico y obstaculiza la proletarización de la pequeña burguesía. Concurrentemente, el desarrollo del capitalismo ha acelerado en extremo el surgimiento de legiones de técnicos, administradores, empleados de comercio, en resumen, la llamada “nueva clase media”. En consecuencia, las clases intermedias, a las que se refiere el Manifiesto en forma tan categórica son, aún en un país tan altamente industrializado como Alemania, alrededor de la mitad de la población. Sin embargo, la preservación artificial de la antigua capa pequeño-burguesa de ninguna manera mitiga las contradicciones sociales, sino que, por el contrario, las inviste de una especial malignidad, y junto con un ejército permanente de desocupados, constituye la expresión más malévola de la decadencia del capitalismo.

5. Concebido para una época revolucionaria el Manifiesto contiene (fin del Cap. II) diez consignas, que corresponden al período de transición directo del capitalismo al socialismo. En su prefacio de 1872, Marx y Engels declararon que estas consignas se habían vuelto en parte anticuadas, y en todo caso sólo de importancia secundaria. Los reformistas interpretaron esta evaluación en el sentido de que las consignas transicionales revolucionarias habían cedido su lugar para siempre al “programa mínimo” socialdemócrata que, como es bien sabido, no trasciende los límites de la democracia burguesa. De hecho, los autores del Manifiesto indicaron con bastante precisión la corrección fundamental de su programa de transición, a saber: "La clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines". En otras palabras, la corrección iba dirigida contra el fetichismo de la democracia burguesa. Posteriormente, Marx, contrapuso el Estado del tipo de la Comuna al Estado capitalista. Este “tipo” más tarde asumió la forma mucho más gráfica de soviets. Hoy no puede haber un programa revolucionario, sin soviets y sin control obrero. Y por lo demás, las diez consignas del Manifiesto que resultaron “arcaicas” en una época de actividad parlamentaria pacífica, hoy han recobrado completamente su verdadero significado. Por otro lado, el “programa mínimo” de la Socialdemocracia, se ha vuelto irremediablemente anticuado.

6. Basando sus expectativas en que “la revolución burguesa alemana... no será más que el preludio de una revolución proletaria inmediatamente posterior”, el Manifiesto hace referencia a las condiciones mucho más avanzadas de la civilización europea en comparación con la Inglaterra del siglo XVII y la Francia del siglo XVIII, y el desarrollo mucho mayor del proletariado. Lo equivocado de este pronóstico no sólo era la fecha. La revolución de 1848 mostró en unos pocos meses que precisamente bajo condiciones más avanzadas, ninguna de las clases burguesas es capaz de llevar la revolución a su término: la gran y mediana burguesías tienen vínculos demasiado estrechos con los terratenientes y el temor a las masas las inmoviliza; la pequeña burguesía se presenta demasiado dividida, y en sus capas dirigentes se muestra demasiado dependiente de la gran burguesía. Como lo evidencia todo el curso subsiguiente del desarrollo en Europa y Asia, la revolución burguesa por sí sola, en términos generales ya no puede consumarse. Sólo a condición de que el proletariado, libre de la influencia de los partidos burgueses tome su puesto a la cabeza del campesinado estableciendo su dictadura revolucionaria, puede concebirse la purga de la sociedad de todo residuo feudal. Por este hecho, la revolución burguesa se entrelaza con la primera etapa de la revolución socialista, para disolverse luego en esta última. La revolución nacional se vuelve de este modo un eslabón de la revolución mundial. La transformación de las bases económicas y de todas las relaciones sociales asume un carácter permanente.
Para los partidos revolucionarios en países atrasados de Asia, América latina y África, se vuelve una cuestión de vida o muerte la clara comprensión de la conexión orgánica entre la revolución democrática y la dictadura del proletariado, y por lo tanto, con la revolución socialista internacional.

7. Mientras describe cómo el capitalismo arrastra en su vorágine países bárbaros y atrasados, el Manifiesto no contiene ninguna referencia a la lucha de los países coloniales y semicoloniales por su independencia. Dado que Marx y Engels consideraban a la revolución social “por lo menos en los países civilizados más importantes”, como una cuestión que debía resolverse en unos pocos años, para ellos, el problema colonial estaba resuelto automáticamente, no como consecuencia de un movimiento independiente de las nacionalidades oprimidas, sino como consecuencia de la victoria del proletariado en los centros metropolitanos del capitalismo. Por lo tanto en el Manifiesto ni siquiera se hace referencia de pasada, a las cuestiones de la estrategia revolucionaria en países coloniales y semi-coloniales. Sin embargo, estas cuestiones exigen una solución independiente. Por ejemplo, es bastante autoevidente que mientras la cuestión del "nacionalismo" se ha convertido en el más dañino de los frenos históricos en países capitalistas adelantados, aún permanece como un factor relativamente progresivo en países atrasados que se ven obligados a luchar por una existencia independiente.
“En resumen, los comunistas”, declara el Manifiesto “apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el régimen social y político existente”. El movimiento de las razas de color en contra de sus opresores imperialistas, es uno de los movimientos más importantes y poderosos en contra del orden existente y por lo tanto exige el apoyo incondicional e ilimitado, por parte del proletariado de raza blanca. El mérito por el desarrollo de una estrategia revolucionaria para las nacionalidades oprimidas le corresponde primordialmente a Lenin.
8. La parte mas anticuada del Manifiesto __no en lo que respecta al método sino a material__ es la crítica de la literatura “socialista” de la primera parte del siglo XIX (capítulo III) y la definición de la posición de los comunistas en relación a varios partidos de oposición (capítulo IV). Los movimientos y partidos enumerados en el Manifiesto fueron barridos tan drásticamente por la revolución de 1848 o la contrarrevolución posterior que uno debe buscar hasta sus nombres en un diccionario histórico. Sin embargo, también en esta sección, el Manifiesto quizás está más cerca nuestro ahora, que lo que estuvo de la generación anterior. En la época del florecimiento de la Segunda Internacional, cuando el marxismo parecía ejercer una influencia sin fisuras, podría haberse considerado que las ideas del socialismo premarxista habían quedado definitivamente en el pasado. Hoy las cosas son distintas. La descomposición de la socialdemocracia y la Internacional Comunista engendra a cada paso monstruosas reincidencias ideológicas. A la búsqueda de fórmulas salvadoras, los profetas en la época de decadencia descubren nuevamente doctrinas enterradas hace muchos años por el socialismo científico.

Es en lo que respecta a la cuestión de los partidos de oposición, que las décadas pasadas han introducido los cambios más profundos, no sólo en el sentido de que los viejos partidos han sido reemplazados por otros nuevos, sino también en el sentido de que el mismo carácter de los partidos y sus relaciones mutuas, han cambiado radicalmente en las condiciones de la época imperialista. Por lo tanto, el Manifiesto debe ser ampliado con los documentos más importantes de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comu-nista, la literatura bolchevique esencial y las decisiones de las Conferencias de la Cuarta Internacional.

Ya hemos señalado más arriba que según Marx ningún orden social desaparece de escena antes de agotar sus potencialidades latentes. Pero ni siquiera un orden social anticuado cede sin resistencia su sitio a un orden nuevo.  Un cambio de régimen social presupone la lucha de clases en su forma más cruda, es decir, una revolución. Si el proletariado, por una razón u otra, se muestra incapaz de derrocar con un golpe audaz al caduco orden burgués, entonces el capital financiero en su lucha por mantener su dominio inestable no podrá hacer otra cosa que convertir a la pequeña burguesía, a la que ha empobrecido y desmoralizado, en el ejército fascista de los pogromos. La degeneración burguesa de la Social-democracia y la degeneración fascista de la pequeña burguesía, están interrelacionadas, como causa y efecto.

En la actualidad, la Tercera Internacional lleva a cabo en todos los países la tarea de engañar y desmoralizar a los trabajadores, mucho más desenfrenadamente que la Segunda. Al masacrar a la vanguardia del proletariado español, los desatados mercenarios de Moscú no sólo abren el camino al fascismo sino que ejecutan, además, una buena parte de sus tareas. La crisis prolongada de la revolución internacional que se está convirtiendo cada vez más en una crisis de la cultura humana, se reduce esencialmente a la crisis de su dirección revolucionaria.

Como heredera de la gran tradición, de la que el Manifiesto del Partido Comunista constituye su eslabón más preciado, la Cuarta Internacional está educando nuevos cuadros  para la solución de viejas tareas. La teoría es la realidad generalizada. La urgencia apasionada por reconstruir la realidad social se expresa en una actitud honesta hacia la teoría revolucionaria. El que en la parte sur del continente negro, compañeros de nuestras mismas ideas hayan sido los primeros en traducir el Manifiesto a la lengua afrikaan, constituye otra ilustración gráfica del hecho de que el pensamiento marxista hoy sólo vive bajo la bandera de la Cuarta Internacional. A ella pertenece el futuro. Cuando se celebre el centenario del Manifiesto Comu-nista, la Cuarta Internacional se habrá convertido en la fuerza revolucionaria decisiva de nuestro planeta.

 

Coyoacán, 30 de octubre de 1937

El 3 de marzo de 1996 se cerraba un ciclo político iniciado casi catorce años atrás con el triunfo histórico del PSOE. Después de dos años de crisis política prolongada, con el gobierno socialista sometido a un desgaste fortísimo, y acosado en múltiples frentes, parecía que por fin la burocracia del PP iba a cosechar un triunfo sonado.
Sin embargo, los resultados electorales supusieron una tremenda sorpresa para la burguesía, sus medios de comunicación y para la dirección del PP, volviendo a subrayar, las enormes reservas de apoyo del Partido Socialista y el odio de las masas a la derecha.

Durante dos años, Aznar y su gente hicieron todo lo posible por provocar elecciones anticipadas. Esta táctica les llevó a una campaña desenfrenada contra la dirección del PSOE, campaña en la que todo era lícito, acusaciones y  maniobras __especialmente en lo referido al terrorismo de Estado__, que contradecían incluso los intereses de clase de la burguesía.
Durante esos dos años, los sectores más perspicaces de la clase dominante comprendían que la victoria del PP por mayoría absoluta era una condición necesaria. Habían sufrido la inestabilidad de la última legislatura y necesitaban un gobierno burgués fuerte que pudiera acometer sin compromisos, ni condiciones, los ataques al movimiento obrero que requeriría la nueva situación.
A pesar de todo, las elecciones del 3 de marzo supusieron un golpe para la burguesía y el PP. Aunque obtuvieron los mejores resultados de su historia, 9.658.519 votos, el 38,85%, el PSOE quedó a poco más de 300.000 votos y obtuvo un 37,48%, 9.318.510 votos. Este hecho, después de catorce años de gobierno socialista y el fuerte desgaste de la última legislatura, muestra a las claras la debilidad del PP.
Izquierda Unida alcanzó 2.629.846 votos, un 10,58%, algo más de 300.000 votos que en las anteriores legislativas, pero bastante por debajo de las expectativas creadas en los meses anteriores.
El cuadro decepcionante para la burguesía, se completó con los resultados electorales de las autonómicas andaluzas que se celebraron simultáneamente. El PSOE volvía  a recuperar la mayoría parlamentaria relativa que perdió en 1994; 1.884.823 votos, el 43%, frente a 1.395.131, el 38%, de 1994. El Partido Popular pasó de 1.238.252, el 34,4% en 1994, a 1.462.918 el 34,1%, y finalmente Izquierda Unida, que había precipitado la convocatoria de elecciones anticipadas por su negativa a votar los presupuestos, recibió un severo correctivo: pasó de 689.815 votos, el 19,7% en 1994 a 601.027 votos, el 14,7%, perdiendo siete diputados de los veinte que tenía.
Los trabajadores agruparon su voto mayoritariamente en torno al PSOE, no por sus ilusiones en el programa de Felipe González, que ha demostrado sobradamente ser un capital seguro para la clase dominante, sino por su rechazo a todo lo que representa el Partido Popular.
En el caso de IU las posibilidades de cosechar un buen resultado electoral que reflejase por la izquierda el desgaste del PSOE se vieron bastante frustradas. En los últimos años de legislatura socialista la oscilación de los dirigentes del PSOE y del propio gobierno hacia la derecha fue aún más acentuada. Eran condiciones muy favorables para el avance de Izquierda Unida tanto en el terreno electoral como en su capacidad para organizar a miles de trabajadores y jóvenes que deseaban una alternativa de izquierdas frente a la política del Gobierno. Pero la dirección de IU no fue capaz de encauzar este descontento como hubiera sido posible. Su insistencia en identificar permanentemente al PSOE con el PP, y en muchos casos situar al Partido Socialista como el enemigo principal a batir  dejando en un plano secundario al PP cuando la derecha aparecía como una alternativa clara de gobierno, chocó con el ambiente que existía entre amplias capas de trabajadores y sus deseos de frenar a Aznar. Por otro lado la actitud de la cúpula socialista y de la dirección federal de IU de negarse a llegar a acuerdos mínimos para retener ayuntamientos y gobiernos autónomos, además de proporcionar al PP un mayor poder, aumentó considerablemente la confusión política entre la población. En el caso de IU la factura más dura la tuvieron que pagar en Andalucía, donde sufrieron un acusado golpe en las elecciones autonómicas.
No obstante el PP, sin mayoría absoluta, no tenía otro remedio que intentar llegar a  acuerdos con CiU y el PNV para formar gobierno y conseguir una mínima estabilidad en la legislatura.
Las primeras contradicciones surgieron mientras se urdía el pacto con los nacionalistas. La clase dominante propinó un tirón de orejas a Aznar y a su camarilla del clan de Valladolid. Los mismos que se habían pasado toda la campaña electoral insultando a Pujol, rescatando del baúl de los recuerdos las enseñas de la unidad de la patria, y rechazando cualquier hipotético acuerdo con la burguesía nacionalista tuvieron que rectificar a velocidad supersónica.
Hubo sus víctimas: el presidente del PP catalán Vidal Quadras fiel a su compromiso y a sus reaccionarias ideas y consciente del precio electoral de un acuerdo de ese tipo, se dedicó al sabotaje hasta que finalmente fue obligado cortésmente a presentar la dimisión. Aznar ya en pleno derrapaje para lograr a cualquier precio el acuerdo, multiplicó sus gestos de humillación hacia Pujol. En cualquier caso la burguesía necesitaba el acuerdo, la banca presionó, la CEOE presionó, el Rey presionó y el acuerdo finalmente se materializó.
La debilidad del PP quedó de manifiesto una vez más. Es sorprendente que desde la caída de la dictadura la burguesía haya sido incapaz de construir una alternativa política unificada en todo el Estado. Al contrario de Gran Bretaña, Francia o Alemania, la derecha sigue fragmentada con numerosos grupos regionalistas y nacionalistas que si bien temporalmente arropan al PP, porque, por encima de todo, les une sus intereses de clase, son una fuente de contradicciones e inestabilidad política permanente.

 

Una política de derechas

 

En todos los frentes, desde la economía a la sanidad, la educación, el desempleo, las libertades democráticas, la cuestión nacional, la cultura, los medios de comunicación, en todos, las agresiones del PP han sido significativas y los retrocesos para el movimiento obrero, en algunos casos muy graves. El gobierno del PP ha realizado una política de agresión continua a los trabajadores, profundizando la senda que el anterior gobierno del PSOE había trazado.
Pero ¿cómo han podido llevar a cabo estas agresiones teniendo una mayoría parlamentaria tan frágil y una contestación tan elevada en las urnas?
Sería imposible entender lo que ha sucedido en estos dos años y lo que puede ocurrir en el próximo período sin analizar la política de las direcciones sindicales y de los partidos obreros.
Nunca un gobierno de derechas, ni de izquierdas, había logrado en apenas veinticuatro meses firmar cuatro acuerdos con los sindicatos. Aunque no es un pacto social global, los efectos son muy parecidos. Esta política de colaboración y pacto se ha realizado con la intención de garantizar la paz social, aunque los conflictos han sido numerosos, especialmente el movimiento de los empleados públicos, y el de los mineros asturianos de Hunosa, que podrían haber acabado en una victoria con una dirección que hubiera optado por extender el conflicto y unificar la lucha hasta obligar el Gobierno a retroceder.
El gobierno del PP comenzó su andadura con medidas orientadas en dos direcciones. Primero, recorte extraordinario del gasto público, para reducir el déficit: en mayo de 1997, más de 200.000 millones. Segundo, para  “animar” la actividad económica, o mejor dicho para aumentar las plusvalías de los capitalistas, rebaja fiscal a la tributación de los grandes capitales: Hacienda ingresó en 1997 600.000 millones de pesetas menos que en 1996 por este concepto. Los presupuestos de 1997 fueron los más restrictivos de los últimos trece años. Congelación salarial para dos millones de empleados públicos, aumento de impuestos al consumo y de las tasas, reducción de los gastos sociales, de la cobertura para desempleo, en sanidad, educación y caída en picado de la inversión pública, además de una política agresiva de privatizaciones. Los presupuestos preveían un crecimiento de la inversión privada del 7%, incremento del 3% del PIB y la reducción del déficit público a los niveles definidos en el acuerdo de Maastricht. Eran unos presupuestos que en líneas generales contemplaban la reducción del gasto público en un billón de pesetas.
En ese contexto, si las direcciones sindicales hubieran tenido como prioridad defender las conquistas del movimiento, sus derechos y recuperar el poder adquisitivo perdido habrían pasado a una ofensiva global. La realidad fue la contraria.
El papel de las direcciones sindicales es un factor objetivo en la situación. En realidad siempre hay margen para que las direcciones sindicales y obreras giren más a la derecha: depende de los obstáculos que encuentren en situaciones concretas, depende del ambiente entre la clase, del período precedente.
Desde 1994, aunque el proceso había comenzado tiempo atrás, la política de acuerdos, pactos y negociación se había convertido en el eje de la acción sindical de los dirigentes de UGT y CCOO. El saldo de esa política, unido a los efectos de la recesión económica, el miedo a perder el puesto de trabajo, las altas tasas de paro, la eventualidad (superior al 30% de la población activa), con sus efectos de atomización entre la clase obrera, permitió a los capitalistas imponer unas condiciones infernales en las fábricas. El aumento de los ritmos de trabajo, la prolongación de la jornada, la reducción de los salarios ha sido el menú cotidiano para millones de trabajadores. En esas condiciones la recuperación de la tasa de beneficios ha sido espectacular. Este ambiente era él más propicio para que los sindicatos, sin un cambio en su orientación, continuaran su pérdida progresiva de afiliación. No hay motivos para que los sectores más desprotegidos de trabajadores se afilien, sobre todo si se considera la política de los dirigentes y el chantaje de los empresarios.
A pesar de todo, en un contexto que no era favorable para el movimiento, vimos el surgimiento con el sector crítico, de la oposición de izquierdas en CCOO más importante de los últimos veinte años. Este proceso de diferenciación no tuvo lugar al calor de grandes luchas __como en Francia o Bélgica__, sino que se inició por la presión de cientos de activistas que veían las consecuencias dramáticas del retroceso en las fábricas y reflejaban el descontento de amplias capas de los trabajadores.

 

Pacto de Toledo y movilizaciones del sector público

 

Desde un primer momento los dirigentes oficialistas de UGT y CCOO se lanzaron a implorar a Aznar un nuevo pacto social. Durante el último año y medio habían tratado de llegar a acuerdos con el gobierno del PSOE pero un pacto general nunca fraguó. En cierto modo todo parecía más complicado en el nuevo escenario político para una estrategia sindical de acuerdos con el PP, considerando la política de éste último. La realidad ha demostrado que aunque no hay imposibles en política, las cúpulas sindicales  se vieron obligadas a hacer auténticas fintas  para lograr sus propósitos.
En los últimos años la vinculación del aparato sindical al Estado se ha hecho muy estrecha. Después del escándalo de PSV, la UGT que zozobró durante dos años, superó más mal que bien su maltrecha situación a costa de la dimisión de Nicolás Redondo y todo su equipo. La nueva dirección con Méndez al frente es el reflejo del estado en que se encuentra el sindicato, políticamente girando más a la derecha y económicamente hipotecada hasta el cuello. Sólo en intereses anuales UGT debe pagar 3.500 millones de pesetas por el crédito del ICO, una forma poco honorable de terminar con el famoso modelo de sindicato de servicios.
La incitativa política durante todo este período ha correspondido a Antonio Gutiérrez y su equipo de nuevos conversos a la religión del mercado. El giro a la derecha de CCOO ha asombrado a todo el mundo; especialmente al PP, que ha descubierto al mejor interlocutor que podría imaginarse en este nuevo hombre de estado que es Antonio Gutiérrez.
La estrategia sindical de los líderes de UGT y CCOO estuvo dirigida, desde el momento en que el PP formó gobierno, a lograr un nuevo pacto social. Instalados en la filosofía de la negociación como fin último del sindicalismo y sobre todo sin ninguna confianza en la capacidad  de movilización y en la fuerza de la clase obrera los dirigentes sindicales han desarrollado la estrategia de firmar cuanto antes la rendición, para evitar, como suelen explicar en las asambleas públicas, “males mayores”. En el mes de mayo de 1996 se abrieron quince mesas sectoriales de negociación, optando por una estrategia que no tuviese los riesgos de un pacto social global, pero sí todas sus “ventajas”.
El Pacto de Toledo firmado en la legislatura anterior por todos los grupos parlamentarios, incluyendo IU que luego rectificó su posición, suponía una devaluación real de las pensiones, que perdían entre un 8% y un 15% de capacidad adquisitiva debido al incremento de los años para establecer la base del cómputo para la jubilación. Este fue el primer marco elegido para llegar al acuerdo. Para allanar el camino se firmó el ASEC, el llamado pacto de arbitraje y conciliación de conflictos colectivos, que introducía recortes y restricciones al derecho de huelga.
La firma de un nuevo acuerdo, en lo referente al sistema público de pensiones pretendía trasladar una imagen de paz y colaboración entre los “agentes sociales” y el gobierno. Sin embargo, el acuerdo recibió una contestación interna muy amplia, especialmente en CCOO donde el sector crítico hizo campaña contra él. Para complicar más la situación, el conflicto de los empleados públicos arrastrado desde verano estalló con toda su crudeza. Los efectos desmovilizadores del Pacto de Toledo duraron muy poco.
Desde el 10 de julio de 1996 los trabajadores del sector público habían demostrado su firme voluntad de luchar contra la congelación salarial, desbordando la Asamblea Estatal de delegados que se celebró en Madrid. En respuesta, los dirigentes sindicales  diseñaron una estrategia que conducía directamente a la derrota. Sus planes tuvieron como fin convencer al movimiento de la idea que habían repetido machaconamente en los últimos dos años: la lucha no sirve de nada. Para lograr tal fin la mesa sindical que dirigió la lucha contra la congelación salarial, en la que estaban presentes los sindicatos amarillos de la administración (CSIF y ANPE) junto a UGT y CCOO, aprobó un calendario de “movilizaciones sostenidas” en el tiempo, consistentes en paros rotatorios de una hora por sector __enseñanza, administración local, sanidad, administración central, etc.__  y por comunidades. Jamás intentaron unificar la lucha de los empleados de la administración con los trabajadores de otras empresas públicas amenazadas también de congelación salarial o sufriendo procesos de privatización como era el caso de Renfe, Telefónica, siderurgia, minería. Su objetivo era dividir al máximo la respuesta, descafeinarla, vaciarla de contenido, aislarla y agotar al movimiento. Sin embargo sus cálculos fallaron de cabo a rabo.
Igual que en otras luchas en Europa, pero sin alcanzar el mismo nivel, los trabajadores de base desbordaron a sus dirigentes y presionaron para que estos fueran más allá. Obligados por las circunstancias, CCOO y UGT fijaron para el 15 de octubre manifestaciones de funcionarios en todas las capitales y ciudades importantes, esperando que la escasa respuesta les permitiese replegar velas. A pesar de la falta de propaganda, asambleas previas para debatir los objetivos  de la lucha y la plataforma reivindicativa, y otros aspectos, las manifestaciones fueron un éxito rotundo con más de 600.000 trabajadores en la calle a lo largo y ancho de todo el país.
El 15 de octubre probó cual era la disposición y el ambiente real de los trabajadores para combatir al PP. Todas las condiciones estaban maduras para una lucha prolongada que acabase en una victoria.
Para animar el ambiente, los mineros de León se pusieron en huelga durante el mes de noviembre contra la firma del protocolo eléctrico que en su punto número quinto garantizaba la liberalización de compra de carbón a las eléctricas y amenazaba miles de empleos. La huelga sobrepasó a los líderes mineros que quedaron suspendidos en el aire. Cortes de carretera en Bembibre y Ponferrada, duros enfrentamientos con la guardia civil, la manifestación más grande de los últimos veinte años en León, todo ello junto a la incapacidad de los secretarios de la Federación Minera de UGT y CCOO de calmar los ánimos __fueron abucheados profusamente en la asamblea de 5.000 mineros celebrada en el polideportivo de Bembibre__ obligó al gobierno y al ministro Piqué a retroceder y eliminar el punto quinto del protocolo. La victoria de los mineros animó sin duda a los trabajadores públicos.
Los dirigentes sindicales que ya en aquel momento estaban negociando secretamente la reforma laboral se vieron obligados a continuar con su plan de “movilizaciones sostenidas”, mucho más después del rechazo del gobierno a modificar los presupuestos generales del Estado. Los trabajadores pasaron de participar en las cuchufletas que organizaron las federaciones sindicales, como las donaciones de sangre, los paros de una hora en el momento del almuerzo y cosas por el estilo. La presión en las asambleas era fortísima.
En el sector de la enseñanza, el 14 de noviembre de 1997, dos millones de estudiantes secundaron la convocatoria de huelga general lanzada por el Sindicato de Estudiantes y se celebraron las manifestaciones más numerosas desde 1991.
Fue la presión desde abajo la que obligó a los dirigentes sindicales a convocar la marcha estatal del 23 de noviembre. ¡Más de un mes después de las manifestaciones del 15 de octubre!. Aunque se había perdido un mes precioso para endurecer la movilización y haber convocado por lo menos una huelga general de todo el sector público, mientras la ley de presupuestos estaba siendo discutida en el parlamento, la respuesta fue imponente.
La marcha estatal del 23 desbordó todas las previsiones: ¡Más de 200.000 trabajadores desfilaron por el centro de Madrid! En Barcelona días después la manifestación convocada por los sindicatos fue seguida por más de 100.000 trabajadores. La fuerza, la disposición a la lucha y la voluntad de vencer al PP eran evidentes. En esas condiciones era imposible para las direcciones oficialistas de los sindicatos retroceder sin dejarse la piel ante los trabajadores.
Las cúpulas de CCOO y UGT no querían el enfrentamiento abierto con el PP. Su adaptación a la lógica del sistema y a los acuerdos de Maastricht les ata de pies y manos.
La convocatoria de huelga general de la administración pública para el 11 de noviembre fue el producto de la presión del movimiento, pero las direcciones la entendían como una maniobra táctica para “aliviar la presión de la olla”. Utilizaron la huelga como una válvula de seguridad, pero no creían en ella. CCOO y UGT aceptaron los servicios mínimos abusivos impuestos por el gobierno, que provocaron en algunos sectores como sanidad, que el día 11 trabajase más gente que un día normal. Pero sobre todo su negativa a unificar la lucha de todo el sector público, con los trabajadores del transporte público (Renfe, Iberia), del metal (CSI), de la minería (Hunosa), restó fuerza a la huelga en un momento clave.
El gobierno se mantuvo firme durante toda la jornada e incluso adoptó una actitud provocadora, despreciando las cifras masivas de huelguistas y manifestantes. En realidad el PP estaba al tanto de la estrategia sindical y, aunque aguantar el chaparrón de un día de huelga podría resultar incómodo, lo superarían, sobre todo si los dirigentes sindicales no tenían ninguna intención de continuar la lucha.
A pesar del boicot de los medios de comunicación, de la manipulación del gobierno, de los servicios mínimos abusivos, la huelga fue un gran éxito. Obviamente la única manera de continuar la lucha y derrotar al PP pasaba por un calendario de movilizaciones que endureciera la presión y se extendiese a otros sectores. Nada de esto sucedió porque el aparato sindical diluyó todo el movimiento.
Después del 11 de diciembre, la mesa sindical convocó una nueva “cumbre” para discutir el calendario de nuevas acciones para finales de ¡enero de 1997! ¡Casi dos meses después de la huelga general y con los presupuestos ya aprobados en el parlamento!. Aprovechando el paréntesis de vacaciones de Navidad, se esperó a un mes más tarde para finalmente concluir la farsa con un nuevo calendario de acciones “sostenidas en el tiempo”, es decir, volviendo al esquema del mes de octubre de huelgas rotativas de una hora por sectores, comunidades autónomas…
La lucha del sector público se perdió, no por falta de respuesta del movimiento obrero, sino por la actuación de las direcciones de los sindicatos. Los dirigentes perdieron mucha de la autoridad que les quedaba, si además consideramos que en 1992 hubo una huelga fracasada por los mismos motivos. En general, y no siempre se puede generalizar, los trabajadores sacaron la conclusión de que el factor fundamental de la derrota fue el papel de los dirigentes sindicales. En un sector donde el sindicalismo corporativo y amarillo tiene fuerte presencia, se perdió una oportunidad de oro para asestarle un buen golpe. De hecho la CSIF se desmarcó de la lucha después del 11 y, en lugar de aprovechar la ocasión para denunciar el papel rompehuelgas de este sindicato, CCOO y UGT utilizaron su salida de la mesa sindical para justificar su renuncia a continuar la lucha.
La derrota de la movilización del sector público tiene sus consecuencias, especialmente en profundizar el desprestigio de las direcciones sindicales, comprometidas por las maniobras que han sido públicas y descaradas. Esto crea un poso de crítica hacia la derecha del sindicato. No obstante es inevitable que entre capas de trabajadores haya cundido el escepticismo y el desánimo, pero esta posición crítica, esta pérdida de confianza en los dirigentes, preludia la actitud que en el futuro mantendrán miles de trabajadores.
Entre tanto las direcciones de UGT y CCOO aprovecharon este escenario para dar un nuevo paso en su colaboración  con el gobierno del PP. La negociación de una nueva reforma laboral, que había sido negada meses antes por el propio Cándido Méndez, entró en su recta final y finalmente se alcanzó el acuerdo.

 

La nueva reforma laboral

 

“Los sindicatos entraron por el aro y empiezan a hablar el mismo lenguaje que la patronal. Tras veinte años negándose a ello, ayer admitieron la necesidad de abaratar el coste del despido improcedente para incrementar la contratación estable…” (Cinco Días, 12/3/1997).
Profundizando en su propia estrategia, las direcciones oficiales de CCOO y UGT culminaban un año de negociaciones secretas a espaldas de los trabajadores y la propia base de los sindicatos. Un acuerdo que a cambio del establecimiento de un nuevo contrato indefinido, mantiene casi toda la gama de contratos temporales, rebaja la indemnización por despido improcedente de 45 días por año trabajado a 33 días, con un tope máximo de 24 mensualidades y ampliar las causas objetivas de despido modificando el artículo 52-C del Estatuto de los Trabajadores, de tal forma que los despidos puedan ser considerados procedentes si “ayudan a superar” la situación económica negativa de la empresa.
Ésta hace la cuarta reforma laboral desde la transición política y no debemos olvidar que la causa de todos estos ataques continuados son las conquistas que la clase obrera arrancó durante las luchas de los años setenta.
Con la reforma actual, la CEOE buscaba conseguir algo que no había logrado con la de 1994: facilitar el despido procedente. Si en 1993 las sentencias favorables al trabajador habían supuesto el 39,5% del total de los casos resueltos, en 1996 habían aumentado hasta el 40,5% de los casos. En ese mismo período las sentencias favorables a la patronal habían pasado tan solo del 14,8% al 15,6%.
Para la patronal no sólo se trata de rebajar el coste de la indemnización del despido improcedente sino de canalizar el máximo número de despidos por la vía del despido objetivo, con una indemnización mucho menor. Por otro lado la enorme precariedad de la fuerza laboral puede significar un obstáculo para la productividad en ciertas ramas de la economía; el nuevo contrato indefinido, que en la práctica es precario, puede resolver estas deficiencias.
Para la CEOE el objetivo central es seguir reduciendo los costes laborales unitarios, rejuvenecer plantillas aumentando la precariedad y la capacidad para extorsionar la fuerza de trabajo, imponer reducciones y topes salariales debido a la atomización de la clase obrera y obtener suculentos beneficios gracias a las bonificaciones en las cuotas a la seguridad social, que el gobierno ha aprobado para fomentar la conversión de contratos temporales al nuevo contrato “indefinido”.
Al calor de todas estas reformas la burguesía ha logrado imponer unas nuevas relaciones laborales. Ha ganado en capacidad para aumentar los ritmos de trabajo, prolongar la jornada y reducir el salario, es decir, más plusvalía absoluta y relativa. Con la introducción complementaria de las ETTs, el tráfico y prestamismo de fuerza de trabajo también se ha convertido en fuente de lucro. Todas estas medidas han debilitado la capacidad de respuesta colectiva inmediata de los trabajadores. Sin embargo han aumentado el odio, el resentimiento y mañana la fuerza con la que los trabajadores, especialmente los jóvenes, responderán al capital.
La desregulación laboral, la sobrexplotación, la precariedad, se reproduce cotidianamente en todo el mundo, pero no ha evitado las huelgas en Corea del Sur, en Alemania, en Francia, o en EEUU donde el victorioso movimiento de los trabajadores de UPS, es una auténtica fuente de inspiración. ¿Qué razones hay para que en el Estado español las cosas sean diferentes? No podemos determinar el ritmo de los acontecimientos, pero todos estos ataques preparan una respuesta proporcional por parte de la clase obrera.

 

La recuperación de la economía española

 

En poco más de dos años, la burguesía española ha logrado imponer medidas regresivas apoyándose en la inestimable ayuda de los dirigentes obreros. Este hecho no puede pasar desapercibido ya que marca la situación a corto plazo. Con estas coordenadas no podemos extrañarnos de la espectacular recuperación de la tasa de beneficios, pero la cuestión sigue siendo la misma: en plena recuperación económica las ventajas para la clase obrera siguen siendo mediocres y los retrocesos importantes. El ciclo económico de crecimiento ha entrado en su quinto año, pero los desequilibrios y debilidades del capitalismo español se mantienen. El gobierno ha logrado éxitos parciales __contención de la inflación, reducción del déficit público, reducción del déficit comercial__ y está emborrachado de propaganda. Ni el crecimiento económico, ni el crecimiento del consumo privado, ni el de la inversión son para tirar cohetes si los comparamos con los de la recuperación de los años 80. Por el contrario, los datos de crecimiento del paro y de la precariedad sí son para estar preocupados.
La recuperación es producto de la explotación más brutal de la clase obrera. En estas condiciones incluso un cambio en la coyuntura económica, y eso es inevitable, puede provocar cambios bruscos en la situación política. Es necesario correr el telón de la propaganda e interpretar las cifras de la economía sin perder de vista la situación del movimiento obrero en el Estado español e internacionalmente y los procesos del capitalismo mundial. Si nos limitamos a una visión coyuntural, a corto plazo, rindiéndonos ante los hechos consumados seremos víctimas de desagradables sorpresas.
Mirando de cerca la evolución de las cifras, no todo marcha bien en el capitalismo español (ver cuadro).
Las cifras son bastante claras. La tasa media de crecimiento del PIB tomando el período de 1994-1997, es poco más de la mitad que la de 1986-1990; si lo comparamos con otros períodos, entre 1961 y 1973 la tasa de variación anual del crecimiento del PIB en el Estado español fue del 7,2% para caer entre 1975-85 a un raquítico 1,4%.
En cuanto a la formación bruta de capital, es decir en la inversión productiva, las cifras son igual de significativas. Entre 1992 y 1993, la formación bruta de capital cayó un -15%, para recuperase en los cuatro años posteriores y alcanzar el 13,4%, todavía por debajo de la caída precedente.
La economía española ha atravesado una profunda depresión de la demanda interna. A diferencia de los años ochenta, donde el tirón del consumo público creció entre 1986 y 1990 a un ritmo medio anual del 6,6%, entre 1994 y 1997, el incremento ha sido de un raquítico 0,7% medio anual.
Por otra parte la congelación salarial, la pérdida de poder adquisitivo, la precarización en el empleo, y el crecimiento del paro han retraído la demanda espectacularmente. En lo referente al consumo privado la comparación es peor. Si el crecimiento medio entre 1986-1990 es del 4,7% de 1994 hasta 1997 no supera el 1,6%. En el período comprendido entre 1961 y 1973 la tasa de variación anual era de 7,2% para caer al 1,6% entre 1973-1985.
El crecimiento económico de los cuatro años precedentes ha sido muy peculiar. Respecto al triunfo sobre la inflación cabe preguntar, ¿cómo pueden subir los precios cuando la demanda pública y privada ha estado durante tres años deprimida?
El crecimiento se ha basado por encima de otras causas en el tirón exportador. Según datos oficiales la competitividad de las exportaciones españolas mejoró en los mercados internacionales. Las causas fueron varias. En primer lugar la devaluación de la peseta que abarató los productos españoles en el extranjero. En el último año la depreciación de la peseta en términos nominales ha sido del 2,3%; en el mercado de divisas, con una caída del 10% respecto al dólar, un 8,1% respecto a la libra, 7,9% respecto al dólar canadiense y un 5,6% respecto al yen. Sin embargo, en el marco limitado de la Unión Monetaria estas devaluaciones tan beneficiosas para prolongar la recuperación están descartadas.
El otro factor que ha incidido en el crecimiento de la productividad y la competitividad de los productos españoles es la moderación salarial, que ha repercutido en la caída de los costes unitarios de trabajo. De esta forma los capitalistas han reducido los costes de producción. En un informe reciente sobre escalas salariales en la Unión Europea, se señalaba que el coste medio de la hora trabajada en España es casi la mitad que en Alemania. Este factor también incide en la baja inflación.
En 1997 la subida media salarial registrada en la negociación colectiva fue del 2,7%. Para 1998, los sindicatos guiándose por las previsiones de inflación del gobierno Aznasr han demandado una subida salarial del 2,4%. Ni siquiera los dirigentes de CCOO y UGT se aplican el viejo principio del sindicalismo de recuperar el poder adquisitivo perdido en los períodos de recuperación económica.
Por ahora, Aznar, Rato y sus alegres amigos disfrutan con la propaganda: “Todo está muy bien, pero todavía va a mejorar más”, se dicen contentos. En este coro no hay voces discrepantes.  Si acaso el PSOE lamenta que en las privatizaciones no se les invite a dar su opinión, que se desgrave tanto a las rentas del capital __en ambos casos el gobierno del PSOE abrió el camino__ o algunas otras menudencias por el estilo.
El consumo privado se ha beneficiado de la caída de los precios, pero el incremento todavía es modesto: la demanda interna no es lo suficientemente fuerte como para asegurar un robustecimiento del crecimiento. Sigue estando casi dos puntos por debajo de la media de los años ochenta. Además es lógico que los empresarios intenten reactivar la economía disminuyendo los precios, ¿qué otra cosa podrían hacer después de tres años de estancamiento continuado? El ahorro familiar que había crecido lentamente se puede permitir ciertas alegrías gracias también a la caída de los tipos de interés, pero es muy pronto para asegurar si este proceso va a continuar in crescendo ininterrumpidamente.  
¿Cómo se puede conciliar más consumo privado con topes salariales, precariedad en el empleo y una tasa del 22% de desempleo?
En las cifras del gobierno han confluido también otros elementos favorables. El crecimiento de los ingresos por turismo que en 1997 fueron récord, junto con el incremento de las exportaciones, han logrado que la balanza de pagos arroje superávit.
La caída de los tipos de interés, los ingresos por privatizaciones y el recorte de un billón en el gasto público de los presupuestos de 1997 han permitido una reducción del déficit público hasta el 2,9% del PIB.
¿Van a poder mantener esta tasa de disminución del déficit ininterrumpidamente? De entrada están apoyándose en la caída de los tipos de interés, para reducir la carga de intereses de la deuda, pero éste es un elemento muy fluctuante. Los tipos pueden subir si hay un repunte de la inflación. En segundo lugar, se apoyan en las privatizaciones, pero esto es pan para hoy y hambre para mañana. En tercer lugar, en la reducción del gasto público y los gastos sociales, y en este terreno todavía falta por aplicar el bisturí a lo grande como exigen muchos círculos empresariales.

 

Las privatizaciones

 

Las privatizaciones están contribuyendo a enjuagar el déficit público y facilitando a los inversores privados, a los capitalistas saturados de beneficios, fuentes de inversión rentables, especialmente en sectores (eléctricas, telecomunicaciones…) donde las plusvalías pueden ser espectaculares. El ejemplo del Banco de Santander, que habiéndose hecho con el 2% de las acciones de Telefónica, las vende un año más tarde obteniendo 40.000 millones de beneficios, es significativo.
En los últimos seis años se han realizado trece ofertas públicas de venta (OPV), privatizaciones parciales de seis empresas públicas: Repsol, Telefónica, Argentaria, Gas natural, RENFE, Endesa, que han reportado al estado 2,1 billones de pesetas, 1,3 durante la etapa del PSOE y 0,8 en estos dos años de gobierno del PP.
Se ha realizado la venta de otras empresas públicas industriales, como CSI (un 35%), que en 1996 obtuvo 15.600 millones de pesetas de beneficios, e Inespal; la primera ha sido adquirida por el grupo luxemburgués, Arbed y la segunda por la multinacional norteamericana Alcoa. En ambos casos se trata de empresas con miles de puestos de trabajo amenazados.
Los sindicatos convocaron movilizaciones en el caso de la CSI durante los meses de junio y julio de 1997 pero no contra la privatización, sino para exigir que el comprador tuviese un “plan de futuro” para la siderurgia y que el Estado mantuviera el 50% más una de las acciones. En la práctica fue una renuncia a defender y garantizar los puestos de trabajo de comarcas enteras que dependen de la producción del acero
La compra de la CSI por Arbed, significa la extensión del monopolio luxemburgués al mercado del sur de Europa y América Latina. Con la sobrecapacidad del  sector del acero europeo, esta compra elimina un competidor y facilita la competitividad a Arbed pero no evitará futuras reconversiones. De hecho en el acuerdo no hay ninguna cláusula en donde se diga explícitamente que se mantendrán las plantillas. Inespal sigue la misma dinámica pero a peor: Alcoa ya ha anunciado despidos y desmantelamiento de segmentos de la empresa.
La empresa pública industrial está sometida a un ataque prolongado. Si el PSOE tuvo que retroceder parcialmente en algunos sectores, sobre todo en la última fase de la anterior legislatura ante la rebelión de los trabajadores de la naval, hay asignaturas que siguen pendientes. Las reconversiones desde 1982 han sido brutales; las plantillas de la Agencia Industrial Española una de las corporaciones en que se dividió el INI, pasaron de 98.276 trabajadores en 1982 a 42.087 en 1997, afectando  sobre todo a la minería, sector naval, siderurgia y defensa. En un primer momento privatizaron las empresas más rentables para los capitalistas, que no tardaron mucho en proceder a nuevos recortes de plantillas. Esta es la norma en todo el mundo. Las empresas públicas deficitarias o con problemas serán sometidas a nuevas reconversiones y, o bien cerrarán, o serán vendidas una vez saneadas. En el diario La Vanguardia del 25/5/97, se publicaban las cifras de las posibles reestructuraciones de personal en empresas sujetas a privatización:
Endesa          4.000
Telefónica        20.500
Repsol          2.000
Banco Exterior      2.100
Iberia          3.100
La mayoría de estos despidos se intentarán pactar en acuerdos globales con los sindicatos, utilizando las fórmulas clásicas de bajas incentivadas, prejubilaciones, pero en ningún caso van a ser aceptadas con alegría. Habrá inevitablemente una respuesta por parte de los trabajadores

 

La lucha minera

 

De acuerdo con el plan firmado por el Ministro de Industria y los Sindicatos en mayo de 1997, para el período 1998-2005 habría una reducción de 11.000 puestos de trabajo en la minería, aunque se contemplaba que otros 3.500 trabajadores ingresen con el fin “de asegurar el equilibrio funcional de las plantillas y evitar la descapitalización de profesionales cualificados”. La reducción neta de empleo sería de 7.000 puestos de trabajo, de los que 3.500 corresponderán a la minería asturiana.
El método utilizado para hacer tragar el sapo es conocido: se ha reducido la edad de prejubilación de 55 a 52 años, y aplicando los coeficientes reductores vigentes en minería (antigüedad y peligrosidad), los mineros podrán acogerse a la prejubilación con algo más de 40 años de edad cuando reúnan la antigüedad requerida. Al PP no le quedaba más remedio que comprar la paz social en las cuencas, por lo menos durante un tiempo.
Los dirigentes de los sindicatos mineros tanto de CCOO, como de UGT, se apresuraron a echar la firma al acuerdo. Después de años insistiendo en que el carbón no tiene futuro y aceptando la filosofía de la burguesía sobre el precio del carbón asturiano o leonés frente al polaco o sudafricano, la firma de este acuerdo es una consecuencia de su propia lógica.
Después de la extraordinaria movilización de 1992, cuando los mineros de las cuencas del Nalón y del Caudal se levantaron en huelga espontánea contra los cierres y despidos, lucha que fue finalmente aislada por los dirigentes, el ambiente mayoritario entre los mineros fue aceptar sin alegría ni ilusión la jubilación con el 100% del salario. Al fin y al cabo hay formas y formas en una reconversión.
El PP ha continuado con la estrategia del PSOE de palo y zanahoria. Las pérdidas de empleo se compensarían garantizando a los mineros prejubilados el 100% del salario, lo que explica que no haya una explosión social por el momento. El coste del plan ascendería a más de un billón de pesetas, y las subvenciones a la explotación se reducirán entre el 20% y el 25%,  a razón de un 3% ó 4% anual acumulativo, por el recorte de la producción. Sólo las prejubilaciones supondrán un coste superior al medio billón de pesetas.
La burguesía no se sentía capaz de aplicar el bisturí por las bravas en Asturias, necesitaba amortiguar el golpe con el colchón de las prejubilaciones, y la colaboración de los sindicatos.  
Todo el plan saltó por los aires en diciembre, cuando la Unión Europea rechazó los acuerdos gobierno sindicatos sobre el futuro de la minería, exigiendo topes a las subvenciones por despido, e incrementar el número de despedidos y el cierre de nuevos pozos.
La respuesta de los mineros no tardó en producirse: desde el 11 de diciembre de 1997 y hasta febrero de este año las cuencas mineras del Caudal y del Nalón se pusieron en pie de guerra. La huelga se extendió a todos los pozos de forma similar a lo que ocurrió en 1992. Los dirigentes del SOMA-UGT y la federación minera de CCOO orientaron toda su estrategia a que el PP se comprometiera a defender el acuerdo frente a las presiones de Bruselas. Pero en las cuencas la radicalización de los jóvenes y los mineros reflejaba la profundidad de la frustración acumulada durante años. El conflicto contagió a toda la población que apoyaba unánimente a los mineros.
Durante mes y medio la decisión de los mineros de luchar por los puestos de trabajo fue más que evidente. La represión policial feroz se desató en todas las poblaciones de las cuencas, así como la resistencia en las barricadas. La juventud jugó un papel decisivo en la lucha, especialmente los estudiantes que, convocados por el Sindicato de Estudiantes, protagonizaron dos jornadas de huelga general en las cuencas.
Durante todo el conflicto la estrategia de las direcciones del SOMA-UGT y la federación minera de CCOO fue evitar la celebración de asambleas para discutir los objetivos de la lucha, obviando la realización de acciones de solidaridad de la población con el colectivo minero. A pesar de las presiones, no se convocó ninguna huelga general de las cuencas, ni siquiera una manifestación para que la población pudiera respaldar la lucha. El conflicto tuvo un saldo trágico con la muerte el 12 de enero del minero Lorenzo Gallardo, atropellado por un coche cuando participaba en un piquete.
Finalmente el gobierno y los sindicatos alcanzaron un acuerdo que empeora el firmado en mayo de 1997, aumentando en 500 el número de puestos de trabajo destruidos.
Ahora corresponde a los trabajadores sacar conclusiones. “Los implicados en el carbón han negociado y ultimado en estos días la penúltima reestructuración” (Cinco Días, 26/1/98). El penúltimo combate así lo ve la burguesía anunciando que el próximo será el decisivo. En éste ya han exhibido algunas de sus armas: el balance de un muerto y varios heridos por la acción de la brutal represión policial.
La burguesía quiere acabar con la minería y espera hacerlo con un gobierno fuerte de la derecha al que no le tiemble el pulso. ¿Lo conseguirá? Esta última lucha ha supuesto un retroceso real para los mineros: menos empleo y un futuro más indeterminado. Sin embargo, no supone una derrota: se frenó un recorte más amplio y, sobre todo, se constató que hay fuerza suficiente para plantar cara al enemigo en el futuro combate.

 

Las condiciones de vida de las masas

 

La creación de 1.500.0000 empleos netos entre 1986-1990, tuvo efectos importantes en la lucha de clases y en la confianza que las masas otorgaron al gobierno del PSOE.
Durante la recuperación de los años 90 la situación para la clase obrera es muy diferente. Las cifras de desempleo son impresionantes. Según la última EPA el ritmo del crecimiento sigue siendo raquítico. En 1997 se han creado 371.000 puestos de trabajo, pero el paro sigue siendo de 3.292.700.
La burguesía, a pesar de estas tasas espectaculares de paro, está contenta. No hacen más que destacar que el millón de empleos perdidos en la recesión de 1992-93, se ha recuperado, incluso que estamos ante un récord de ocupación: 12.765.600. Medido en términos absolutos la población ocupada ha crecido, pero el empleo creado es de peor calidad, precario y peor remunerado. Los servicios han ganado un 10% de ocupados en siete años, y la industria ha perdido el 13%.
Si en 1991 la cifra de parados según la EPA era de 2.463.700 parados, ahora hay casi un millón más de parados, un incremento del 35% (ver cuadro 1 en la página siguiente).
En lo referente a la ocupación, la variación también es significativa (ver cuadro 2).
Más del 50% de los parados son jóvenes menores de 30 años, y de los jóvenes comprendidos entre 20 y 29 años, el 50% llevaba en 1996 más de un año buscando empleo. Estas tasas dramáticas de desempleo juvenil son una bomba de relojería para el futuro: “El paro y el subempleo de los jóvenes no sólo representan un despilfarro de recursos humanos, sino que pueden constituir una amenaza para la cohesión económica y social” (Reunión del Consejo Económico y Social correspondiente a 1996).
Si la tasa de desempleo no se reduce sustancialmente puede ser crítica en un contexto recesivo. El paro ha actuado durante estos años como una espada de Damocles sobre la cabeza de los trabajadores y la juventud. El miedo a perder el empleo ha sido un eficaz aliado de la patronal. Por ahora, se aceptan muchas concesiones y sacrificios pero no pueden durar eternamente. Son estos cambios los que están trabajando la conciencia de la clase obrera, cambios que todavía no tienen un reflejo en la superficie.
El desempleo masivo ha favorecido la sobreexplotación de los ocupados. En términos absolutos el PIB ha pasado en pesetas de constantes de 23 billones en 1974, a los 75,46 billones de 1996, es decir la producción de riqueza se ha triplicado con la misma fuerza de trabajo ocupada.
Al igual que en el conjunto de los países capitalistas desarrollados en los últimos años se ha producido una auténtica contrarrevolución en las condiciones de trabajo de los obreros, una contrarrevolución que pretende eliminar en el Estado español todas las conquistas obtenidas en las luchas de la transición, cuando la clase dominante, ante el temor de perderlo todo, prefirió hacer concesiones, algunas muy importantes. Que las reformas son el producto secundario de una situación prerrevolucionaria no es una idea nueva para los marxistas. Así fue el caso de España tras la caída de la dictadura y así ocurrió durante los años 40-50 en Europa occidental. Pero las reformas que ayer fueron ganadas hoy son eliminadas por la burguesía, paradójicamente en una fase de recuperación económica. Peculiar forma de hacer avanzar el capitalismo.

 

Beneficios empresariales

 

Es de entender que los grandes capitalistas estén henchidos de optimismo cuando ven su cuenta de resultados.
El beneficio de las empresas no financieras creció en 1997 un 35%. Según el último informe de la Asociación Española de Banca el conjunto de bancos que operan en el Estado español contabilizaron al cierre de 1997 un benefico neto de 486.550 millones de pesetas, un 22% más que en 1996, y las Cajas de Ahorro ganaron 401.225 millones netos, un 20,6% más que en 1996.
El crecimiento de los beneficios es enorme; tan grande, que existe un exceso de liquidez que no encuentra mercado en la economía real. Esta contradicción entre el capital fluctuante y la incapacidad de la economía productiva para absorberlo ha disparado la burbuja financiera.
El fenómeno más asombroso es el crecimiento de los Fondos de Inversión. Si en 1986 no superaban los 800.000 millones, en junio de 1996 suponía 15,608 billones de pesetas, para en poco más de un año, septiembre de 1997, superar los ¡23 billones de pesetas!. ¡Esta es la auténtica bancarrota de la economía de mercado!. Mientras se dilapida el potencial de horas de trabajo al año de tres millones de personas, con toda la cantidad de riqueza que se podría crear si esa fuerza de trabajo se utilizase, el capital ocioso dedicado a operaciones puramente especulativas asciende casi a un tercio del PIB español.
Este capital alimenta la burbuja bursátil, creando expectativas y haciendo crecer el valor de las acciones hasta niveles surrealistas.
1997 fue un año record para la bolsa, pero en lo que va de año la rentabilidad de las acciones se ha incrementado un 34,39%.
Este crecimiento de la rentabilidad y el volumen de contratación no va parejo ni al incremento de la producción de las empresas, ni corresponde a su valor real. La fuerte demanda de acciones está relacionada con la presión colosal de estos capitales. Cuando una empresa tiene expectativas, los capitales fluyen y las acciones presionan al alza multiplicando su valor bursátil pero no su valor real. Una caída en la producción, un estancamiento de la economía real, puede provocar una venta masiva de acciones,  la descapitalización y el cierre de muchas empresas.
Por el momento todo es alegría, pero esta burbuja financiera crece sin control ni relación con la marcha real de la producción.
Los beneficios empresariales están creciendo en 1997 y se esperan mayores incrementos, según las previsiones del gobierno para 1998. Una situación similar se reproduce en Europa y Estados Unidos. Sin embargo, hay economistas burgueses que advierten de los peligros de una nueva recesión, y el papel que la burbuja financiera puede jugar, desatándola y agudizándola. Los recientes acontecimientos en el Sudeste Asiático, un crash económico que ha devastado toda la zona acabando con el modelo de desarrollo que más brilló durante los años noventa, es un serio aviso para el capitalismo mundial.
Muchos recuerdan que el pico de la recuperación económica en EEUU y Europa tras la I Guerra Mundial se dio precisamente en 1928, cuando los beneficios crecieron espectacularmente y la burbuja financiera había llegado a sus máximos históricos. Poco después se produjo el doloroso despertar en forma de un crash catastrófico.
Los acontecimientos no tienen por qué producirse de forma similar. El desarrollo del capitalismo no es una repetición compleja de los ciclos, sino un desarrollo dinámico, como explicó Trotsky. Intervienen muchas variables en el proceso. Pero una recesión y será inevitable una nueva recesión, puede tener un efecto demoledor en el Estado español.

 

La actitud del movimiento obrero

 

Que éste es un gobierno débil no se puede dudar. Pero quedarnos solamente en repetir este hecho incuestionable es insuficiente. Hemos visto a gobiernos fuertes en el pasado recibir una contestación social tremenda que ha provocado su caída. También hemos visto gobiernos débiles que, en circunstancias concretas, han llevado a cabo  políticas antiobreras con cierto éxito. Por ejemplo, durante los cinco años de gobierno UCD, Suárez pudo mantenerse en el gobierno entre otras causas gracias al apoyo de la dirección del PCE (con Carrillo a la cabeza), del PSOE y los dirigentes sindicales. La debilidad de ese gobierno no desapareció, al contrario, todas las contradicciones a las que estaba sometido estallaron en 1982 cuando la UCD desapareció de la escena.
El PSOE cosechó la mayoría parlamentaria más abultada de la historia democrática española, pero fue el gobierno que sufrió la contestación más amplia de los trabajadores: cuatro huelgas generales y los movimientos de masas de la juventud más importantes desde la caída de la dictadura.
La victoria pírrica del PP en las elecciones del 3 de marzo, su inestable mayoría en el parlamento sometida constantemente a las presiones de CiU y PNV, sus contradicciones internas (en Galicia, en Catalunya y muchas otras zonas) son un fiel reflejo de la debilidad histórica de la derecha española. En las peores condiciones, el PSOE siguió manteniendo un respaldo electoral muy importante, incluso con un giro de sectores de las capas medias y de la juventud hacia el PP, giro que puede convertirse en su contrario debido a la enorme volatilidad de ese apoyo. No cabe duda de que este gobierno podría haber entrado en crisis durante estos dos años. Sin embargo, tal cosa no ha sucedido. En la práctica el gobierno del PP ha superado a trancas y barrancas este período con un cierto grado de éxito.
Igual que durante los años de UCD la razón fundamental ha sido el apoyo, las muletas que han ofrecido las direcciones de CCOO y UGT y la oposición política, sobre todo el PSOE.
No se ha firmado un pacto social estilo ANE, AMI o AES pero en los hechos, la firma de cuatro acuerdos entre CCOO y UGT con el gobierno ha tenido efectos muy parecidos a los de un pacto social. Como todo pacto, las concesiones de los trabajadores han sido muy claras, muy precisas, mientras que los compromisos del gobierno y la patronal son declaraciones que no comprometen a nada.
A pesar de todo, los acuerdos se han firmado sin que se produjese una contestación que lo impidiese o por lo menos que provocase una amplia fractura en el movimiento obrero. La razón fundamental de esto se explica a partir de la situación de la que venimos. Sectores amplios de los trabajadores no han llegado todavía a percibir el calado de estos ataques. El Pacto de Toledo afectará a las futuras pensiones; la contrarreforma laboral se ha presentado como un acuerdo para el fomento del empleo estable. En el contexto de paro y eventualidad existente, machacados por la propaganda combinada del gobierno y los líderes sindicales, la respuesta era muy difícil. Aún así el ambiente en el seno de los sindicatos era muy diferente al de otros momentos.
Cuando se firmaron el AMI o el ANE, miles de activistas sindicales se dejaban la piel en las asambleas para defenderlos, lo justificaban abiertamente utilizando sin problemas los argumentos del aparato sindical. Estos acuerdos fueron contestados por un sector  de los sindicatos pero los dirigentes pusieron toda su autoridad encima de la mesa para garantizar el cumplimiento de los acuerdos, fábrica a fábrica, convenio a convenio.
Los últimos acuerdos han suscitado alguna expectativa, pero muy poca ilusión y bastante indiferencia. En el seno de los sindicatos y el aparato se ha cuidado mucho de consultar a las bases y  en las pocas asambleas que se han celebrado, han sido los liberados y miembros de los órganos de dirección los encargados de defender sus bondades, pero no han generado entusiasmo.

 

El sector crítico de CCOO

 

En el caso de CCOO la situación ha sido más difícil para el aparato. Desde el VI Congreso Confederal celebrado en enero de 1996, el sector oficialista ha procedido a una depuración sistemática de los sectores críticos del sindicato. Más de 700 afiliados han sido expulsados, sancionados o despedidos.
La fracción de Antonio Gutiérrez del sindicato ha actuado sin vacilar, dirigiendo su fuego contra secciones sindicales, comisiones ejecutivas o sindicatos de rama y provinciales. ¿Por qué esta ofensiva tan furiosa en un período en el que no hay un movimiento masivo de los trabajadores? En realidad la dirección oficialista se hace eco de las presiones de la burguesía que comprende muy bien cuáles pueden ser los procesos en el futuro. Han observado lo que está ocurriendo en Bélgica, lo que ha pasado en Francia con el surgimiento de corrientes de izquierdas al calor de las movilizaciones, y quieren evitar esa posibilidad. Pretenden destruir cualquier punto de referencia de oposición de izquierdas en este momento para dificultar su desarrollo en el futuro, algo que de todas formas no podrán evitar. Hay una estrategia de fondo para absorber y controlar  a la izquierda política y sindical, estrategia altamente rentable para la burguesía. Esto es lo que explica el odio y la saña del aparato contra el sector crítico. Es un reflejo de la lucha de clases en el seno de las organizaciones de masas.
En este período los críticos han tenido que definir más su programa, se han opuesto activamente al pacto de Toledo obligando a los dirigentes del PCE y de IU a rectificar su postura inicial, se han enfrentado a la reforma laboral.
El desarrollo del sector crítico no será lineal. Es un sector muy heterogéneo donde participan fundamentalmente sindicalistas ligados al PCE, cuadros muy veteranos del sindicato, y militantes radicalizados y a pesar de todo han cosechado un importante apoyo en la base del sindicato.
No obstante, para enfrentarse con éxito a los ataques de la dirección, ataques que en este contexto pueden provocar la desmoralización entre los mejores activistas de CCOO, el sector crítico necesita una estrategia clara, un programa marxista revolucionario.
Los golpes recibidos por la burocracia son importantes. Combinados con la política de pactos y concesiones han acelerado las presiones a favor de la escisión entre un sector de los críticos. Esto es algo natural, inevitable si consideramos el contexto; es en definitiva el precio a pagar por la política reformista de los dirigentes. Hasta ahora las salidas han sido pocas, aunque en algunas fábricas son importantes. La dirección de los críticos en su mayoría han apostado correctamente por continuar en el sindicato. Una aventura escisionista prematura sólo puede conducir al más grande de los desastres. Con todo, la cuestión de fondo para el futuro sigue siendo político. Reivindicar frente al “neoliberalismo” la vuelta a políticas económicas “expansivas”, neokeynesianas, de inversión pública y altos déficits presupuestarios no es una respuesta consecuente con la actual crisis del capitalismo. Estas ideas pueden alimentar la confusión política al sugerir que bajo el capitalismo es posible otro “modelo de desarrollo”, y son falsas de principio a fin. Si la burguesía pudiera recurrir a las políticas de intervención del Estado, gastos sociales, déficits presupuestarios, pleno empleo, de los años 50 ó 60, ¿por qué no iban a hacerlo?  Los capitalistas prefieren paz social y “prosperidad”, es decir migajas para la clase obrera, si eso no pone en peligro su tasa de beneficios. Pero la realidad es que el keynesianismo fracasó, y la burguesía tuvo que girar hacia el monetarismo puro y duro.
Los marxistas defendemos las conquistas del movimiento obrero, las reformas sociales, la sanidad y la enseñanza públicas, las jubilaciones, defendemos las empresas públicas y los puestos de trabajo frente a las privatizaciones y los despidos, y la jornada de 35 horas sin reducción salarial, por ley, para luchar contra el pero. Pero lo hacemos desde un punto de vista de clase, de la manera más consecuente. Defender esas reformas, esas conquistas amenazadas y atacadas por la burguesía en todo el mundo sólo se puede hacer eficazmente a través de la movilización más amplia y firme de la clase obrera. Esta lucha tiene que ligarse precisamente a la explicación de una alternativa socialista, a la elevación del nivel de conciencia, de comprensión del movimiento obrero. Defender las reformas del pasado está ligado a la lucha por la transformación socialista de la sociedad, precisamente porque en este momento estas reformas chocan con intereses vitales para la burguesía.
En esta situación de ataque e impás del movimiento, el papel de la dirección es vital para orientar a los activistas, darles confianza y trazar una estrategia de cara al futuro. Utilizando un simil militar, un ejército no puede avanzar siempre y en todo momento y condición. La tarea del estado mayor es entrenar a las tropas, aumentar su cualificación y defender las posiciones conquistadas, sin dejar pasar ninguna oportunidad de ofensiva cuando las condiciones son favorables. El papel de la dirección en el sector crítico es decisivo para el futuro.
En UGT la situación es diferente; la reciente crisis del sindicato ha dejado un poso importante. No hay afiliación ni más participación en la vida interna del sindicato. El giro a la derecha de la nueva dirección ha acabado con las diferencias mantenidas con el sector de Lito. Su pérdida de iniciativa política frente a CCOO es evidente  y aunque existen sectores descontentos con la política del aparato, el proceso  de diferenciación tardará más en manifestarse, lo que no quiere decir que cuando se dé no tenga un carácter más violento, incluso un giro radical de UGT más a la izquierda de CCOO podría ser probable.
En este contexto de retroceso en las condiciones de vida y de trabajo, de ataques del gobierno del PP, de giro a la derecha de las cúpulas sindicales, los obstáculos para el crecimiento de los sindicatos son evidentes.
De todas formas en este punto debemos ser muy cuidadosos. Es cierto que los sindicatos en líneas generales están estancados, aunque en el caso de CCOO con el surgimiento del sector crítico se ha producido un cambio en la situación interna respecto al período anterior. Es cierto que el nivel de huelgas siguen siendo bajo. Es cierto que la regresión en las condiciones de trabajo y pérdida de derechos es grande.
Sin embargo siempre que ha habido una llamada a  la lucha, la clase obrera ha respondido como un solo hombre, de forma masiva. No estamos ante un reflujo profundo del movimiento, donde la propia parálisis de los trabajadores impide la lucha. Lo hemos visto en estos dos años: huelgas y movilizaciones del sector público, luchas en la CSI, Astander, los trabajadores municipales de Marbella, los mineros de León, Teruel, Alquife y Asturias; Magneti Marelli, Metro y Miniwat de Barcelona; Metro de Madrid… y muchas más. Si las direcciones estuvieran a la altura de las circunstancias este gobierno tendría sus días contados.
Es precisamente la ausencia de una alternativa el principal punto de apoyo del PP.
Aznar puede respirar un poco más tranquilo. Han logrado ir colando poco a poco medidas que en otro momento hubieran provocado una reacción social amplia. Han recortado el gasto público en un billón de pesetas con los presupuestos de 1997. Han firmado cuatro acuerdos con los sindicatos. Han continuado con su política de privatizaciones. Han flexibilizado más el mercado laboral, abaratando el despido. Han resuelto parcialmente y a golpe de talonario el conflicto minero. Y la economía ha entrado a partir de 1997 en una fase de crecimiento más nítida, con todas las sombras que hemos señalado.
A corto plazo si el crecimiento continúa durante el próximo año, el gobierno podría encontrar un respiro. En la práctica tienen mucho miedo a una respuesta del movimiento obrero. Los presupuestos generales de 1998 siguen la senda del recorte del gasto público aunque menos radicales en algunos capítulos. Aprovechándose de la caída de los tipos de interés rebajan en más de 300.000 millones lo que pagarán en intereses por la deuda pública que sigue siendo la partida más importante de los presupuestos: 3,459 billones de pesetas.
De todas formas sería un error pensar que no hay ataques en estos presupuestos. Se incrementan notablemente los impuestos indirectos que gravan al consumo. La previsión es recaudar un 9,5% más de IVA, gasolina, tabacos, alcoholes y primas de seguro. Por contraposición el fomento de la inversión de las empresas tanto en impuestos de sociedades como en rebajas del IRPF e IVA supondrá que Hacienda dejará de ingresar  643.000 millones de pesetas.
De 473.293 millones de pesetas que se dedicarán a “políticas de empleo”, 102.439 millones irán a financiar las bonificaciones de cuotas a la seguridad social para fomentar los “contratos indefinidos”.
La partida para prestaciones por desempleo se reduce un 2,7%, 40.858 millones de pesetas.
Después de tres años de caída de las inversiones públicas, en estos presupuestos se contempla un incremento del 5,9% respecto al de 1997 cuando cayó un 0,8%. El Ministerio de Fomento contará con una partida de 380.554 millones para inversiones lo que tampoco es una cifra elevada. Las pensiones subirán un 2,1%, la inflación prevista, cifra que puede provocar conflicto si hay un repunte inflacionista. En general el gobierno prevé un crecimiento de la economía para 1998 del 3,4% del PIB, creación de 318.000 empleos y reducción de la tasa de paro al 19,5%, un crecimiento de la inversión del 6,9%, y una inflación del 2,1%.
Los presupuestos se apoyan en la actual coyuntura para evitar meter un tijeretazo mayor. En su editorial del 30 de septiembre de 1997, El País comentaba: “En síntesis, brillan por su ausencia las prometidas reformas estructurales en el gasto público y las rebajas de impuestos… Los segundos presupuestos elaborados por el equipo de José María Aznar ignoran olímpicamente las reformas estructurales. No son problemas nominales sino reales. Las costuras de este presupuesto continuista y correcto a corto plazo, pero insuficiente para garantizar la estabilidad macroeconómica a medio plazo, se romperán en cuanto aparezcan nuevas tensiones políticas __un nuevo pacto para financiar la sanidad por ejemplo__, o sea necesaria atender exigencias más elevadas de financiación autonómica”.
El Gobierno se ha especializado en jugadas muy a corto plazo y el capitalismo español, desde el punto de vista de la burguesía tiene problemas de fondo gravísimos en comparación con el resto de las economías europeas. Un crecimiento de 2,5% ó 3% del PIB en los próximos dos años no resolverá las elevadas tasas de desempleo. ¿Y después qué?. Un cambio en el ciclo económico tendrá consecuencias inmediatas. Incluso antes de que eso se produzca, si Aznar quiere seguir aprobando Maastricht necesita seguir recortando el déficit y los gastos sociales. Y no va a poder recurrir siempre a la caída de los tipos o las privatizaciones, tendrá que meter la tijera más a fondo. Por otro lado, si la economía va tan bien, los beneficios crecen y la cartera de pedidos está llena, no sería descartable un incremento de las luchas económicas. Todas las incertidumbres, toda la carga de inestabilidad política se mantiene, si bien es cierto que el crecimiento económico y el impasse del movimiento obrero debido a la política de los dirigentes sindicales pueden beneficiar a corto plazo al PP, pero con el corto plazo no se trazan perspectivas políticas; debemos ver más lejos.
No somos los únicos que trazamos este cuadro. Roberto Centeno, catedrático de Economía de la Universidad Politécnica de Madrid en un artículo publicado en El País (18/5/1997) acerca de la unión monetaria y la economía española, comenta: “Este aprobado general, si se confirma, dará poca consistencia al euro, que será más débil que el marco, por lo que antes o después, si no se quiere que todo el proyecto fracase, habría que apretar seriamente las tuercas en el cumplimiento estricto de las cifras de convergencia sostenible; es decir, no sólo las de este año sino las de ejercicios futuros, y ello en contra de la ola de entusiasmo y desinformación existente en nuestro país, va a producir problemas al empleo, al crecimiento y a los gastos sociales. El diario Financial Times se asombraba en su editorial de la autocomplacencia del gobierno español, el único entre los europeos que aspira a entrar en el euro que no parece tener en cuenta los enormes sacrificios que debe realizar. Para el gobierno español, ‘los buenos tiempos han llegado ya, los criterios de convergencia están en el bote, el país ya puede sentarse y disfrutar de una nueva edad dorada de rápido crecimiento, empleo creciente y precios estables’, mensaje que ningún otro país está transmitiendo en su opinión a pesar de que sus economías marchan muy bien, y algunas, mucho mejor que la nuestra. El Plan de Estabilidad va en esa línea: más empleo, menos inflación, reducción drástica del déficit público, y todo ello sin recortes sociales ni autonómicos, con más inversión pública y menos impuestos: la cuadratura del círculo”.
En una visión global y dinámica de los acontecimientos la burguesía española se enfrenta a corto y medio plazo con graves problemas. Los ataques continuarán y se harán más duros. Si esta recuperación económica acaba sin ofrecer nada a los trabajadores salvo sacrificios, precariedad y mucho paro, si la economía no crece lo suficiente, como ocurrió en los años 80, para poder reducir las tasas de desempleo, los conflictos, muy a pesar de los dirigentes reformistas, no tardarán en multiplicarse.
Este proceso no será automático ni seguramente inmediato a corto plazo, pero sí se hará inevitable. Todo tiene su límite, y la paciencia de los trabajadores está cerca de agotarse. La CEOE ya está insistiendo en una nueva reforma laboral, esta vez centrada en el recorte de las prestaciones por desempleo y en la doble escala salarial. Sus pretensiones van dirigidas también contra la línea de flotación de los sindicatos para arrancarles capacidad de negociación colectiva y debilitarlos aún más en las empresas. Incluso el giro derechista más grande no puede evitar que el movimiento de la clase estalle. Lo vimos en Francia en diciembre de 1995, cuando los obreros del sector público dijeron basta a una política de concesiones constantes y desbordaron a los sindicatos. El próximo período verá profundizar la crisis del capitalismo en una escala comparable con la de los años 70.

 

Perspectivas políticas

 

Los procesos de diferenciación en los partidos obreros están ligados directamente a la lucha de clases. Los acontecimientos en los sindicatos, las huelgas y  manifestaciones, tienen su traducción en el seno de los partidos, están íntimamente relacionadas.
La dulce derrota del PSOE fue, hasta cierto punto, sorprendente incluso para los marxistas. La clase obrera se movilizó una vez más para cerrar el paso a la derecha, no por sus simpatías hacia Felipe González sino por odio a la burguesía.
Sin embargo la dulce derrota fortaleció al aparato renovador del partido, es decir, al ala de derechas. Felipe González apareció como el paladín de unos resultados que nadie esperaba después de catorce años de gobierno socialista. El fortalecimiento del ala de derechas se vio reforzado con el triunfo electoral por mayoría relativa en las autonómicas de Andalucía. Con este reforzamiento la derecha del partido decidió finalmente hacerse con el control  de todas las palancas y eliminar a la oposición interna.

En el último período los guerristas habían sufrido derrotas importantes. Habían contemporizado y pactado con el aparato en numerosas ocasiones, pero sobre todo habían renunciado a defender una línea política alternativa.
Por otra parte la presión del movimiento es decisiva, pero esta presión no se ha producido para condicionar la línea del aparato. Por estas razones Felipe González y su camarilla, decidieron que era un momento idóneo para eliminar a Guerra y sus seguidores. Se trataba de recuperar el control absoluto del partido. En el XXXIV Congreso los acontecimientos se precipitaron. Los guerristas habían sido incapaces de definirse políticamente y solamente levantaron la bandera cuando se conocieron los planes de eliminar a Guerra de la Comisión Ejecutiva. Con todo, es significativo que semanas antes del Congreso todo el debate se polarizara en torno a la continuidad de Guerra en la dirección como vicepresidente. Se produjeron pronunciamientos de decenas de asambleas y agrupaciones a favor del tándem Felipe-Guerra y de un “acuerdo negociado” para integrar la nueva dirección. Sin embargo, era una política falsa por parte de los guerristas, que se limitaron a gestos ambiguos y declaraciones sin ninguna intención de ir más allá. El aparato se decidió a no repetir la situación del anterior congreso y decidió una maniobra: la dimisión de Felipe González para forzar la salida de Guerra y la limpieza en la dirección. La decisión de González puesta en escena durante la apertura del congreso, terminó por desconcertar aún más a los guerristas, que se batieron en retirada. En conclusión los guerristas han sido eliminados temporalmente de la dirección del partido y el control de los renovadores es casi omnipresente.
El nombramiento de Almunia no ha mejorado en nada la situación. Con un discurso errático y gris, desde que fue aupado a la Secretaría General no ha hecho sino continuar con la oposición de terciopelo iniciada por Felipe González. El problema es el mismo que con su antecesor: su aceptación de la lógica del captialismo que le ha llavado incluso a declarar auténticas barbaridades, como ocurrió durante su visita a México cuando respaldó abiertamente al gobierno genocida de Zedillo y criticó al EZLN.
Con todo, la situación en el seno del partido no es ninguna balsa de aceite. La decisión de Borrell de competir por candidatura a Presidente del gobierno en las llamadas “elecciones primarias” del PSOE va a reabrir las viejas heridas y polarizará a la militancia.
¿Quiere decir que los procesos de diferenciación no se van a dar en el seno del PSOE? Por supuesto que no. Será inevitable que el PSOE refleje y exprese los cambios y la radicalización de los trabajadores, pero a corto plazo, una ruptura o el surgimiento de un ala de izquierdas fuerte, está prácticamente descartada. Serán necesarios acontecimientos en la lucha de clases, importantes acontecimientos que afecten a la UGT y se trasladen al PSOE, provocando el enfrentamiento interno.
Para algunos activistas quemados o muy radicalizados esta idea podría aparecer como utópica. Pero nuestra obligación es comprender el proceso de toma de conciencia de los trabajadores. Los partidos obreros tradicionales no van a desaparecer porque no hay otra alternativa. La clase obrera cuando entre en la escena de los acontecimientos se orientará hacia sus sindicatos y sus partidos. Lo hemos visto en Italia, en Portugal, en Grecia, en Gran Bretaña, y lo  hemos visto en Francia donde muchos ponían  el RIP sobre el PSF.

 

Izquierda Unida

 

El desarrollo de los acontecimientos en IU y en el PCE tiene una enorme importancia. La división de IU con la salida del PDNI y otros pequeños satélites es la culminación de una crisis que arranca desde la propia formación de IU en 1986.
Después del desastre electoral de 1982, impresionados por el triunfo arrollador del PSOE, la dirección del PCE entró en una profunda crisis. En el fondo fue el resultado de una situación obvia: cuando existen dos partidos obreros que defienden una política reformista rivalizando electoralmente, gana el partido con más aparato y que ante las masas aparece como el que puede ejercer una influencia más efectiva.
La crisis del PCE se prolongó hasta 1986 con la salida del grupo de Carrillo. En ese momento un sector de la dirección del partido sacó la conclusión de desprenderse de todas los símbolos que olieran a comunismo, marxismo o socialismo, abandonando cualquier referencia al programa socialista, y diluirse en una coalición electoral para competir con el PSOE y recuperar votos. En la práctica esta conclusión era la culminación de años de política reformista por parte de la dirección salvo que ahora el papel del partido ya no tenía sentido. Si el objetivo no era la revolución, ni transformar la sociedad, ¿qué sentido tiene un partido comunista? En un principio IU no nacía con vocación de una coalición electoral sin más, sino con el objetivo de transformarse en una nueva formación de izquierdas política “plural” y original.
Para esta tarea, se contó con la participación de algunos grupos (PASOC e IR), y con las “personalidades progresistas” de la época: Almeida, López Garrido y gente por el estilo. El proceso fue desarrollándose de forma lógica. Si IU era un proyecto político serio, que superaba el concepto de partido obrero y renunciaba al programa marxista, ¿qué sentido tenía la existencia del Partido Comunista? Si esta idea podía provocar algún vértigo, la caída del muro de Berlín y el colapso del estalinismo acentuó la crisis del PCE y la desbandada de muchos líderes. Dirigentes del PCE, como Juan Berga, Palero, Sartorius, y numerosos cuadros intermedios abandonaron el partido o defendieron su desaparición abiertamente. Si el PCE no fue liquidado se debió a que la mayoría de la militancia de base estaba radicalmente en contra.
Sin embargo, Izquierda Unida y su componente principal, el PCE, sigue siendo una organización con raíces en la clase obrera y está sometida a las presiones del movimiento. En la práctica todos los giros a la izquierda de IU y del PCE se producían al calor de las luchas de los trabajadores contra el gobierno socialista. Estas presiones del movimiento dejaban su sello en IU, polarizando la situación interna y azuzando el enfrentamiento entre los diferentes sectores.
El ala renovadora se convirtió pronto en una formación política de personalidades con gran apoyo en los medios de comunicación burgueses y en… el aparato de CCOO. En el sindicato el giro a la derecha se materializó antes del 94 y se profundizó con posterioridad a la huelga general. Este giro alimentó el conflicto  interno y precipitó el surgimiento del sector crítico. El proceso se reprodujo en paralelo en IU. Si la Asamblea Federal de IU de 1994 se saldó con un pacto entre Nueva Izquierda y Anguita, que les aseguró actas de diputados, concejalías, puestos en el consejo político, a pesar de que estos individuos sólo se representaban a sí mismos, el desarrollo de los acontecimientos con la presión del movimiento obrero y especialmente de la base sindical del PCE avivó el enfrentamiento  hasta acelerar la ruptura.
La salida de PDNI, y la crisis de IU es el reflejo de estas presiones de abajo. Detrás del PDNI está la burguesía; detrás del PCE, aunque de forma distorsionada, se encuentran las aspiraciones de miles de sindicalistas y jóvenes que quieren una política más a la izquierda.
En los últimos años IU, o más bien el PCE, presionado por su base sindical se ha tenido que oponer al Pacto de Toledo y a la contrarreforma laboral. Para un sector de trabajadores avanzados y  de jóvenes radicalizados son la única oposición existente.
Para la burguesía esto representa un peligro potencial y esa es la razón por la que se ha desatado una campaña feroz contra Anguita y contra las ideas del  marxismo. Se trata de desprestigiar la idea de que hay alternativa al sistema, de que el socialismo es posible, a través de machacar al PCE.
Qué duda cabe de que Anguita se lo podría poner más difícil a la burguesía. Su actitud respecto al PSOE, sin distinguir entre la política derechista de la dirección y su base social impide aumentar el apoyo entre la militancia y votantes socialistas. Cuando se vota en el parlamento a favor de la TV digital del gobierno del PP, sin desenmascarar los intereses de clase que hay detrás de esta pugna de piratas, están dando oxígeno al PP y al aparato del PSOE que se permite el lujo, de acusarles de ir en auxilio del PP cuando éste se encuentra en un callejón.
IU puede jugar un papel decisivo en la lucha por transformar la sociedad. Para lograrlo necesita avanzar en la definición de un programa de clase, socialista y anticapitalista. La propia experiencia ha demostrado que no es posible conciliar la idea de “gestionar el capitalismo de forma eficaz y progresista” con la defensa de los intereses de los trabajadores.
El PSOE en 1982 obtuvo más de diez millones de votos y formó grupo parlamentario con mayoría en la cámara de diputados. Pero esto por sí solo no sirvió de nada. Al carecer de una estrategia socialista, renunciando a apoyarse en los millones de trabajadores que le llevaron al poder, la dirección del PSOE aceptó las consecuencias de gestionar el capitalismo y capitularon ante la burguesía en todas las cuestiones fundamentales.
La tarea de IU y por tanto del PCE, de sus dirigentes más coherentes y de la militancia más avanzada sería sacar las conclusiones de estos hechos. La transformación de la sociedad se decidirá por la lucha de clases. El Parlamento y las instituciones no pueden ser un fin en sí mismo, sino un medio de denuncia, de propaganda, para llegar a capas más amplias de trabajadores, con las ideas de un proyecto socialista coherente. Lo decisivo siempre será la capacidad de organización de la clase obrera y la juventud que IU y el PCE logren alcanzar y el programa revolucionario con el que movilizarlos.
Cabe recordar que las conquistas sociales y políticas de la transición fueron arrancadas por la lucha de masas y no por ningún grupo parlamentario. Lo que cuenta al final es la correlación de fuerzas y un programa alternativo capaz de responder consecuentemente a la crisis del capitalismo. IU puede ser un referente electoral, pero el papel de un partido comunista es imprescindible a condición de que defienda un programa marxista revolucionario que ligue las luchas por las reformas, como las 35 horas por ley sin reducción salarial, a una alternativa global por el socialismo basada en la nacionalización de la banca, los monopolios y los grandes latifundios bajo control de los trabajadores, para de esta forma establecer una auténtica planificación de la economía en beneficio de la mayoría de la sociedad.

 

La cuestión nacional y el Estado

 

Los apoyos parlamentarios del gobierno popular son tremendamente inestables. Tanto CiU como el PNV han vendido cara su colaboración y han arrancado concesiones del gobierno que parecían poco probables hace tan sólo un año. Obviamente a los nacionalistas burgueses les unen muchas cosas con la burguesía centralista. Sus intereses de clase frente al movimiento obrero han prevalecido frente a otras consideraciones, pero les separa la pugna por aumentar su cuota  de robo y saqueo. Tanto CiU como PNV han logrado imponer una reforma del sistema de financiación autonómica bastante ventajosa para sus intereses. El PNV ha mantenido el cupo, ha aumentado las transferencias y logrado apoyos para lanzar un operador telefónico autonómico. CiU ha condicionado su apoyo a la legislatura a planes muy ambiciosos de financiación del déficit histórico de la sanidad y completar las transferencias. De todos modos la exigencia de ruptura de la caja única de la Seguridad Social, la transferencia del INEM y aspectos de la financiación autonómica son fuentes de futuras tensiones. Por el momento,  sin el acoso del movimiento obrero, y con beneficios económicos para los empresarios de estas zonas producto de transferencias y subvenciones, PNV y CiU pueden mantener su táctica de garantizar la estabilidad, una condición necesaria para alimentar el crecimiento. Pero este pacto estará sometido a muchas pruebas en el futuro.
La cuestión nacional sigue siendo un talón de Aquiles para la burguesía española, incapaz durante décadas de resolver este problema, que se hunde en las contradicciones y debilidades del desarrollo capitalista en el Estado español. Las tendencias centrífugas se han fortalecido en los últimos veinte años. En Euskadi el problema nacional, lejos de haberse resuelto, se ha convertido en una gangrena para el sistema.
Debemos volver a recordar la responsabilidad de la burguesía durante cuarenta años en la represión sistemática de los derechos democráticos nacionales del pueblo vasco. Esta represión, creó las condiciones para que el movimiento contra la dictadura en los años 70 alcanzara en el País Vasco niveles impresionantes. Enton-ces la cuestión de clase predominaba sobre el aspecto nacional. ETA sufrió importantes escisiones que demostraban que no era inmune al movimiento de la clase obrera.
En aquel período quedó de manifiesto que el problema nacional sólo podría ser resuelto en el marco de la lucha por el socialismo Sólo la revolución, la toma del poder por parte del proletariado barriendo definitivamente a los burgueses y con ellos a todo el aparato militar y jurídico del régimen, junto con la expropiación de los sectores fundamentales de la economía, establecería nuevas condiciones para las relaciones entre los pueblos de la península ibérica.
Una vez más el abandono de un punto de vista de clase en la cuestión nacional fue la consecuencia inevitable de la renuncia por parte de la dirección del  PSOE y del PCE a transformar la sociedad.
La frustración de miles de jóvenes, de trabajadores y especialmente de un amplio sector de la pequeña burguesía encontró un vehículo de expresión en el nacionalismo radical. Los abertzales que habían sobrevivido después de agudas crisis al período de la transición se convirtieron en una fuerza de masas.
Con la llegada del PP al gobierno la cuestión nacional en Euskadi ha sufrido una nueva agudización.
En la última etapa de la anterior legislatura del PSOE se destapó con toda su crudeza las prácticas de terrorismo de Estado. Los dirigentes renovadores que habían capitulado ante las presiones de la burguesía en todos los terrenos aceptaron participar y encubrir las tramas del terrorismo negro sin protestar. El terrorismo de Estado no fue una invención de Felipe González ni del aparato de Ferraz. Siempre existió desde la caída de la dictadura bajo los diferentes gobiernos de la UCD, y siempre existirá bajo el régimen capitalista. Pensar en un funcionamiento democrático del aparato del Estado es abandonar precisamente un punto de vista de clase. El Estado es un instrumento de dominación y violencia de la clase dominante sobre el resto de la sociedad.
Tanto el ejército como la policía, la judicatura y las cárceles sirven intereses de clases. En el Estado español la transición dejó intacto el aparato de la dictadura, especialmente en lo referente a los estados mayores del ejército, la guardia civil y la policía, los servicios secretos y la magistratura. Este aparato conectado por miles de intereses con la burguesía sigue gozando de absoluta impunidad. Ellos organizaron las tramas del terrorismo de Estado con el respaldo de la clase dominante y los diferentes gobiernos democráticos; terrorismo de Estado, utilizado ayer contra los activistas etarras y que mañana emplearán contra el conjunto del movimiento obrero, sus líderes más reconocidos y sus organizaciones.
Lo cierto es que tras años de investigaciones, implicaciones, pruebas evidentes y escándalos políticos, la trama de los GAL sigue sin ser juzgada. Tan solo el general Galindo, y dos de sus mercenarios permanecen en la cárcel. Es muy poco probable que los tribunales vayan más lejos. Están en juego los intereses estratégicos de la clase dominante. La burocracia del PP que explotó demagógicamente el caso GAL para desprestigiar al PSOE, tuvo que rectificar apresuradamente en el gobierno y aprobar una ley de secretos oficiales vergonzosa y antidemocrática que ampara legalmente la actuación de los servicios secretos y declara secreta la utilización de los fondos reservados, liberados de cualquier control por parte del parlamento.
El PP ha acentuado las medidas policiales y represivas en el País Vasco. La respuesta ha sido una radicalización mayor del mundo abertzale y un endurecimiento de la táctica terrorista de ETA.
Los métodos del terrorismo individual siguen manteniendo un importante apoyo especialmente entre la juventud vasca. Sin embargo, los atentados han cosechado justo lo contrario de lo que pretendían. Han reforzado a la derecha, han fortalecido al aparato represivo, han aislado a HB en Euskadi y fuera de Euskadi y han facilitado la labor de propaganda de la clase dominante a favor de la “unidad de España” y en contra del derecho de autodeterminación. Los métodos de ETA han demostrado ser un obstáculo en el proceso de toma de conciencia de la clase obrera y la juventud tanto en Euskadi como fuera de Euskadi.
Desde el punto de vista de su estrategia, ETA ha abandonado cualquier punto de vista socialista, abrazando el más estrecho de los nacionalismos. Su Alternativa Democrática no es más que un programa donde se justifica la “unidad nacional de todos los patriotas vascos” incapaz de dar solución a los problemas de los trabajadores y la juventud de Euskadi. Su dinámica militarista les ha llevado a cometer atentados y secuestros que han beneficiado en última instancia  a la derecha y a los sectores más reaccionarios del aparato del Estado.
Un punto de inflexión se ha producido con el asesinato del concejal del PP, Miguel Angel Blanco. La reacción popular contra este crimen ha significado un punto de inflexión. Cinco millones de personas se movilizaron, espontáneamente en muchos casos, durante casi una semana. No fue solamente fuera de Euskadi, en muchos pueblos y ciudades del País vasco el aislamiento de HB fue tremendo.
La fuerza de los trabajadores y la juventud se puso de manifiesto una vez más. Lo que no han conseguido décadas de represión, terrorismo de Estado, medidas policiales, lo logró la movilización de la población que se echó a la calle con un sano instinto de luchar contra los métodos de ETA.
“ETA escucha así se lucha”, fue un eslogan que expresaba muy bien el sentimiento de millones de personas. Los fascistas fueron expulsados de las manifestaciones cuando intentaban gritar a favor de la pena de muerte. El gobierno vasco hacía llamamientos desesperados para que sólo se siguiesen las movilizaciones convocadas por la mesa de Ajuria Enea; la burguesía estaba sorprendida por la respuesta y trató de canalizarla hacia su terreno. Los partidos obreros, en lugar de desmarcarse públicamente y defender un punto de vista de clase respaldaron acríticamente al gobierno del PP, incluso cuando éste intentó rentabilizar de la forma más bochornosa los acontecimientos, durante el festival de la plaza de las Ventas. Debido a la actitud de la izquierda esta movilización iba a servir al PP para justificar un incremento de las medidas represivas.
El gobierno ha logrado encarcelar a la Mesa Nacional de HB acusándoles de colaboración con banda armada por ceder sus espacios electorales para que ETA explicase su Alternativa Democrática.
Pero esto no va a resolver nada. En un flagrante ataque a la libertad de expresión, el PP pretende aprovechar el ambiente social que se ha generado para encarcelar a los dirigentes abertzales. Pero conseguirán únicamente provocar más radicalización en el ámbito de HB y un cierre de filas en torno a ETA. Es lo que siempre ocurre cuando la maquinaria represiva del Estado se pone en marcha.
Si HB ha sufrido divisiones internas y un sector de su militancia critica los métodos de ETA, la represión es el pegamento que suelda sus fisuras.
El crecimiento del paro, la desesperación y frustración de sectores de la juventud y el aumento de la represión reforzará esta espiral. Esta situación se prolongará mientras la clase obrera no ponga el sello en los acontecimientos. En el futuro un auge de la lucha de clases influirá en el seno de HB, propiciando sus divergencias internas y el proceso de diferenciación en líneas de clase.
Por otro lado la cuestión nacional y la represión del terrorismo etarra revelan las tendencias bonapartistas y reaccionarias de este gobierno. La escalada de ataques a las libertades y derechos democráticos en este último año ha sido una seña de identidad de la derecha.
Desde el proyecto de ley de secretos oficiales, que supone legalizar las prácticas terroristas de los servicios secretos, hasta el nombramiento de conocidos ultraderechistas para altos cargos de la judicatura, muestran el talante del nuevo gobierno.
Al calor de la lucha “antiterrorista” han decidido aprobar la famosa ley de videovigilancia y sobre todo modificar el Código Penal para recortar el derecho de expresión. Con el cambio del artículo 346 se establecen penas entre 10 y 20 años de cárcel para los autores de “estragos”, aquellos que “sin pertenecer a banda armada, causen destrozos en la vía pública, en edificios o en medios de transporte”. Este artículo podrá aplicarse, a cualquier trabajador, comité de empresa o sección sindical en lucha. También se puede penar con multas y cárcel a los que organicen contramanifestaciones y los que convoquen manifestaciones ilegales.
Toda esta batería de medidas que recortan las libertades democráticas subraya que la democracia no es un fin en sí mismo para la burguesía, que se prepara por otra parte para un período de endurecimiento de la lucha de clases, sacando brillo a sus métodos más salvajes y reaccionarios. El patético intento de imponer en todos los actos oficiales el himno nacional y el consecuente saludo, y la celebración militar de la Fiesta Nacional en el Paseo de la Castellana con toda la parafernalia militar del franquismo, son los últimos ejemplos de esta actitud.
La democracia parlamentaria es el medio preferible para la burguesía, siempre que garantice su propiedad  y su poder; es una forma de dominación más económica y útil. Cuando las formas democráticas entren en contradicción con sus intereses, la democracia será sacrificada.
La burguesía sabe perfectamente que para frenar al movimiento obrero no basta con la colaboración de los dirigentes sindicales. Más tarde o temprano el enfrentamiento adquirirá un carácter más abierto y transcendente y se prepara para ello. Este es el papel fundamental del aparato del Estado. Aunque se produzcan enfrentamientos entre diferentes sectores de la judicatura, es una obligación recordar que, si en ocasiones el aparato jurídico puede alcanzar una cierta autonomía, incluso para entrar temporalmente en contradicción con los intereses de la burguesía, el aparato del Estado en su conjunto y en los momentos decisivos está al servicio de la clase dominante.

 

La juventud

 

Tanto los políticos burgueses como los dirigentes socialistas no dejan de insistir en que estamos ante la generación más preparada de la historia de España. Qué duda cabe que las conquistas arrancadas en el terreno educativo han permitido unos niveles de escolarización desconocidos hasta hace diez años. Tampoco dudamos que el nivel de cualificación de esta juventud es mucho más elevado que la de la generación anterior. Pero detrás de estos hechos se esconde una contradicción dramática: la mitad de los tres millones y medio de desempleados son jóvenes menores de 30 años, y seis de cada diez trabajadores jóvenes siguen viviendo en la casa de sus padres. En otras palabras el sistema de la libre empresa es incapaz de aprovechar la preparación de la joven generación para desarrollar la sociedad. Un poso de amargura, rabia y resentimiento contra los responsables de esa situación sigue creciendo en el corazón de millones de jóvenes, que son obligados a soportar el paro forzoso y condiciones de explotación deplorables.
La burguesía está utilizando a la juventud como una ariete contra los sectores más veteranos en las fábricas a la hora de endurecer los ritmos de producción, ampliar la jornada y reducir costes salariales. Durante un cierto tiempo y debido al miedo al paro y el deseo de lograr independencia económica de la familia, muchos jóvenes han transigido y han aceptado condiciones de trabajo muy duras. Pero todo tiene su límite.
Esta situación de insatisfacción, de pérdida de confianza en el futuro, prepara grandes movimientos de lucha de la juventud.
Existe una polarización creciente en el seno de la juventud. Un sector amplio de los jóvenes, especialmente entre los universitarios, se había orientado al PP en el terreno electoral. Sin embargo otro sector giraba hacia la izquierda respaldando con su voto a IU como forma  de castigar la política del gobierno PSOE. La confusión todavía sigue siendo importante, en la medida que para miles de jóvenes la frontera entre derecha e izquierda está muy desdibujada. Por supuesto la actitud de las organizaciones obreras tradicionales, repele a muchos jóvenes que buscan honestamente una vía para luchar por su futuro.
Los jóvenes son un sector hipersensible a las injusticias y tras una aparente tranquilidad se está acumulando mucho material explosivo. La recuperación económica no esta ofreciendo ninguna ventaja a la juventud, incluso el fenómeno que se apreció durante el boom de los años ochenta __la incorporación de miles de jóvenes al aparato productivo__ en esta ocasión no se está produciendo. Esto creará una base objetiva para movimientos explosivos de la juventud incluso a un nivel superior al de años anteriores.

Hacia una profundización de la crisis del capitalismo

Aznar y el aparato político de la calle Génova han vendido en todo el mundo una imagen paradisíaca de la economía española que está muy lejos de ser real. El crecimiento económico puede mantenerse durante los próximos 18-20 meses pero a costa de profundizar los desequilibrios sociales.
La recuperación de la tasa de beneficios y de la actividad es importante, con una utilización de la capacidad productiva instalada que se ha elevado al 80%, pero no basta. Todas los días los voceros del PP culpan al crecimiento de los salarios de los riesgos inflacionistas, idea falsa hasta la médula. De todas maneras si las empresas marchan bien en su cuenta de resultados, y las expectativas es que pueden marchar mejor, después de años de sacrificios y topes salariales no sería improbable a corto plazo un incremento de las luchas económicas, especialmente si la patronal intenta en la negociación colectiva imponer subidas salariales por debajo del 2,1%.
Hace una década se dio una situación característica. El crecimiento económico se combinaba con una política restrictiva por parte del gobierno y topes salariales en los convenios. Durante 1986 y 1987 se produjo un movimiento de rechazo a nuevos convenios firmados por CCOO y UGT y se abrió una fase de indisciplina sindical con huelgas económicas muy duras. Aquel fenómeno fue simultaneo a luchas muy radicalizadas contra los procesos de reconversión en la industria, y el conflicto estudiantil que se prolongó por más de cuatro meses. Fue un período de dos años que culminó con la huelga general del 14 de diciembre. Todos los períodos tienen similitudes y diferencias. No queremos decir que viviremos la repetición de aquellos acontecimientos, pero se puede producir una reactivación de la lucha huelguística que rompa las pretensiones del gobierno. En todo caso, si la situación actual se mantuviese con las direcciones sindicales taponando las luchas por las mejoras salariales, sólo se estaría aplazando la reacción del movimiento.
Aznar y la burguesía pretenden aprovechar la coyuntura, el respaldo de sus socios parlamentarios y el oxígeno suministrado por las cúpulas CCOO y UGT para revalidar su mayoría. El debate sobre elecciones anticipadas se ha abierto y las razones para ello son obvias. La mayoría del PP es muy precaria para afrontar a medio plazo las intervenciones quirúrgicas que la economía necesita. Dicho en lengua romance, hay que recortar el gasto social y acometer las  “reformas estructurales” después de veinte años de “reformas estructurales” hechas con gobiernos de UCD y del PSOE.
El PP pretende garantizar la estabilidad política durante 1998 para beneficiarse del crecimiento económico y de todo el montaje propagandístico que se puede derivar de la firma de la UEM a principios de 1999, y adelantar las elecciones para conquistar una mayoría parlamentaria que hoy no tiene. Para la burguesía esto no es secundario. Su opción política sigue siendo muy débil para resistir las presiones del movimiento obrero cuando  la situación cambie.
 No obstante, hay que huir de una visión estática de los procesos. Los resultados de las últimas elecciones en Galicia que han proporcionado la mayoría absoluta al PP son muy significativos. Ya no estamos hablando de una derrota dulce del PSOE sino de una severa derrota. La ausencia de cualquier oposición seria por parte del PSOE a la política de Fraga durante los últimos cuatro años, unida a una campaña electoral donde el argumento más utilizado por el candidato socialista fue: “voy a gobernar en Galicia como gobernó Felipe González”, no logró movilizar a los trabajadores y la juventud. El BNG experimentó un crecimiento espectacular de su apoyo, sobre todo entre los nuevos votantes y trabajadores de izquierdas. Los resultados son también un indicador de la enorme polarización que hay en la sociedad. Pero sobre todo las elecciones gallegas han favorecido la posición de Aznar en el resto del Estado, y son un serio aviso a la dirección de derechas del PSOE.
Es sumamente difícil pronosticar el resultado de unas próximas elecciones generales; depende de muchos factores pero el PP no lo tendría ni mucho menos fácil. En las actuales circunstancias, sin oposición real, las intenciones de voto en la última encuesta realizada en el mes de febrero de 1998, el PP superaba en cuatro puntos al PSOE. Esta es una diferencia importante, que pone de manifiesto el fortalecimiento temporal de la posición del PP.
De todas formas las elecciones no resolverían los problemas de fondo. El capitalismo español es extremadamente débil frente a sus competidores y en un mundo donde la interpenetración económica ha  alcanzado un nivel extremo, una recesión económica va a tener enormes consecuencias en el plano social y político favoreciendo el cuestionamiento del capitalismo entre la clase obrera.
Los próximos años no serán de estabilidad para el capitalismo. Hablamos de un período de convulsiones que pueden afectar decisivamente a países claves como Rusia, China y Japón. Una recesión en la economía probablemente la más profunda desde la Segunda Guerra Mundial tendrá efectos en el movimiento obrero internacional, en su conciencia y en sus organizaciones. El Estado español no escapará a estos acontecimientos.
El marxismo rechaza una visión gradualista de la lucha de clases. Toda la experiencia del movimiento obrero es un ejemplo de cambios bruscos que marcan el avance de la historia, y estamos en la antesala de estos cambios. Es imposible precisar los ritmos, pero en última instancia son las condiciones materiales las que decidirán la respuesta de los trabajadores.
La tarea más importante para los que luchamos por el socialismo es el rearme político y la intervención activa en la lucha de clases ofreciendo una alternativa revolucionaria que dé una expresión consciente al movimiento de la clase obrera.

El Mayo francés representó una demostración de la poderosa fuerza revolucionaria que tiene la clase obrera, que puesta en marcha es capaz de cuestionar el control de la burguesía en un país capitalista desarrollado. Esta idea fundamental quedó de manifiesto el 31 de diciembre de 1968 cuando el general De Gaulle concluía su mensaje de fin de año con un deseo: “Enterremos finalmente a los diablos que nos han atormentado durante el año que se acaba”.

Mayo de 1968 constituye una página amarga de la historia que la burguesía quiere borrar y no han faltado estómagos agradecidos dispuestos a hacer el trabajo sucio. Amando de Miguel, afamado sociólogo y muy querido en los medios de comunicación burgueses,  explicó en uno de sus análisis sociológicos: “Si esta fecha simbólica no hubiera sido más que la incruenta rebelión de los estudiantes parisinos de Mayo de 1968, no merecería demasiada atención en la rememoranza de la reciente historia de las ideas y de los movimientos sociales ... los sucesos todos de 1968 tienen mucho de espectáculo, de representación de teatro en la calle”.
No se trata solamente de un espíritu de revancha que dura ya 30 años, sino de la actitud consciente de evitar que hoy, ningún joven o trabajador se pueda inspirar en esta experiencia revolucionaria para sacar conclusiones para el futuro. Porque ahora, aún más que en 1968, el capitalismo demuestra su bancarrota, su incapacidad para ofrecer una vida digna a la mayoría de la humanidad. No pretendemos desde estas páginas limitarnos a un estudio académico o a una descripción cronológica de los acontecimientos. Queremos aprender de la historia, porque no nos conformamos con ser meros espectadores, aspiramos a ser parte activa en la lucha de clases.
El boom de la posguerra, fundamentalmente en los países capitalistas desarrollados, afectó profundamente el panorama político, sobre todo a las direcciones de las organizaciones obreras, que quedaron deslumbradas por los “logros” de la economía de mercado. Con una media de crecimiento entre el 5 y 6% desde 1948 hasta finales de los 60, el capitalismo parecía haber superado sus contradicciones. El poderoso SPD alemán, por ejemplo, eliminó de su programa el socialismo. Parecía que en los países capitalistas del llamado primer mundo la lucha de clases había sido superada y la estabilidad política garantizada. Pero no era así. La clase obrera francesa se encargará de demostrar a aquellos que renunciaban ya a su capacidad revolucionaria cuan equivocados estaban.  
Un elemento central que marcará esta época influyendo decisivamente en la clase obrera europea y norteamericana, será la lucha de las masas de los países ex-coloniales por liberarse de la opresión imperialista. Cada manifestación, cada levantamiento popular, cada revolución en África, Asia y Latinoamérica, era una denuncia de la sobreexplotación salvaje a la que el imperialismo tenía sometida a la gran mayoría de la población de estos países. El triunfo de la revolución cubana en 1959 y en 1962 en Argelia, la resistencia heroica del pueblo vietnamita, despertará una ola de simpatía entre millones de jóvenes y trabajadores a escala internacional.

 

La lucha contra la opresión imperialista

 

En México, a pesar de una media de crecimiento de un 7% desde 1962 a 1968, las desigualdades sociales se profundizaron: el 3% de la población controlaba el 83% de las riquezas, 10 millones de mexicanos pasaban hambre. El malestar social estalló expresándose en primer lugar a través de los estudiantes, que rápidamente ganarán la simpatía de los trabajadores. El 13 y el 27 de agosto hubo dos manifestaciones de 150.000 y 500.000 personas respectivamente. El movimiento alcanzó un alto grado de organización como demuestra la constitución del Consejo Nacional de Huelga que coordinó la lucha estudiantil en todo el país. La respuesta del Estado fue salvaje. La burguesía mexicana y el imperialismo temían que la situación se les escapara de control, que la lucha avanzara más y más. El 2 de octubre las fuerzas especiales, bajo las órdenes del presidente Gustavo Díaz Ordaz, intervienen en el mitin de la Plaza de las Tres Culturas, asesinando a cientos de personas. Nunca se ha podido confirmar la cifra de víctimas de la Masacre de Tlatelolco, pero sí se sabe que el gobierno enterró secretamente centenares de cuerpos e hizo desaparecer decenas de cadáveres. Estima-ciones independientes han llegado a hablar de hasta 2.000 víctimas.
La impunidad y la hipocresía de la burguesía mexicana no parecía conocer límites. Pocos días después de la masacre se inauguraron en México los Juegos Olímpicos bajo el lema ‘Todo es posible en la paz’. Efectivamente, el imperialismo sólo tiene una forma de mantener su control, imponer la paz de los cementerios.
Dos años antes, entre finales de 1965 y principios de 1966, un millón de personas son asesinadas en Indonesia, país en el que el 5 de octubre de 1965 fue proclamado en el poder un Consejo Revolucionario y donde existía un poderoso Partido Comunista con 3 millones de afiliados.
Cuando en 1962 el imperialismo francés se retiró de Argelia tras ocho años de guerra, dejará a sus espaldas un auténtico baño de sangre: 8.000 aldeas destruidas y un millón de muertos.

La resistencia del pueblo vietnamita: una inspiración para la juventud y la clase obrera en occidente

La juventud, en primer lugar, y la clase obrera de los países desarrollados no asistieron a esta situación como meros espectadores. La impresionante resistencia del pueblo vietnamita a la intervención militar del imperialismo estadounidense captó su atención en todo el mundo. No era para menos. Un ejército de campesinos desharrapados hizo frente y derrotó al ejercito más poderoso del mundo. R. Francis Kennedy, dirigente destacado del Partido Demócrata, reconocería que “medio millón de soldados norteamericanos y 700.000 aliados sudvietnamitas, con el dominio total del aire, respaldados por enormes cantidades de material y por los más modernos recursos, son incapaces  de afianzar la seguridad, de al menos, una ciudad ante los asaltos del enemigo, cuyo potencial total es aproximadamente de 250.000 hombres”.
La fuerza del Vietcong no residió en su potencial militar, ni en la formación de su ejército, sino en la decisión de lucha de los campesinos pobres a los que el capitalismo no tenía nada que ofrecer salvo miseria y humillación. Lo que iba a ser una desmostración de fuerza y dominio del mundo por parte del poderoso imperialismo estadounidense, se convirtió en uno de los ejemplos históricos más impresionantes de la capacidad de resistencia de un pueblo pobre y oprimido. Si bien en 1975 el imperialismo tuvo que reconocer su derrota y retirarse definitivamente, hizo pagar muy cara al pueblo vietnamita su “osadía”, dejando atrás más de dos millones de muertos, siete millones de mutilados, el 70% de las poblaciones destruidas e inutilizadas 10 millones de hectáreas de tierra. Aún hoy, como producto de la utilización de las armas químicas por parte del ejército USA, se producen todo tipo de malformaciones en recién nacidos y enormes áreas de tierra siguen siendo incultivables. Es verdaderamente repugnante e hipócrita, que hoy, en 1998, el imperialismo USA con el apoyo de varios gobiernos europeos, quiera utilizar el pretexto de la existencia de armas químicas en Irak para volver a masacrar al pueblo iraquí.
Estados Unidos, corazón y guardafronteras del capitalismo, se vio sacudido por un movimiento gigantesco de la juventud que rechazó la masacre de Vietnam. El movimiento iniciado en 1965 alcanzó una de sus mayores demostraciones de fuerza en 1968, año en el que los jóvenes reclutas se vieron arropados por el suficiente apoyo social como para desertar en masa. Ese año se contabilizaron 2.572 soldados  prófugos acusados, casi 5.000 en fase de instrucción de acusación y 200.000 ausentes sin permiso oficial. Aunque a muchos les pese, en los países capitalistas desarrollados, donde la clase obrera y la juventud fueron acusadas por sociólogos y analistas de todo tipo de ser tolerante con el sistema, de haber perdido sus señas de identidad como clase beligerante contra la burguesía debido a un supuesto aburguesamiento, la lucha de clases seguía existiendo.
En Italia se produjeron ocupaciones universitarias en 1968. Pero no fue sólo la juventud estudiantil la que se movilizó; el movimiento obrero protagonizó una extensa oleada de huelgas que se reflejó en las elecciones de mayo de 1968 cuando el Partido Comunista Italiano junto con el Partido Socialista de Unidad Proletaria, ambos con discursos muy radicalizados, experimentaron un enorme aumento en sus votos. En 1969, cuando las aspiraciones de cambio de millones de jóvenes y trabajadores se vieron frustradas por sus dirigentes, éstos protagonizaron el bautizado Otoño Caliente, debido a la intensidad de las huelgas obreras y las numerosas ocupaciones de fábrica.
La lucha obrera parecía no conocer fronteras. Los países del llamado ‘socialismo real’, en realidad Estados obreros burocratizados, también se vieron afectados. Una lucha impresionante fue la denominada Primavera de Praga, cuando la clase obrera checoslovaca intentando establecer un auténtico régimen de democracia obrera, demostrando que la alternativa al asfixiante régimen burocrático no tenía por qué ser el capitalismo, sino el socialismo basado en la participación activa de los trabajadores en la gestión de la sociedad. La revolución política de los obreros y la juventud checa fue aplastada por la intervención militar soviética. La burocracia de Moscú no sólo temía el triunfo de la revolución política en Checoslovaquia, sino los efectos que podía tener en el resto de los llamados países del Este.  
Hubo también movilizaciones estudiantiles masivas en Río de Janeiro, Buenos Aires, Montevideo, etc... En el Estado español, a pesar de la represión, el 1º de Mayo de 1968 también estuvo marcado por la movilización, con paros, huelgas, concentraciones y manifestaciones; en Madrid y otras ciudades las universidades fueron cerradas. Aún así, la dictadura franquista no pudo impedir que circularan de forma clandestina documentos, panfletos y carteles del Mayo del 68 francés.

 

Revolución en Francia

 

De alguna forma se ha devaluado la palabra revolución, bien por aquellos que ya la dan por imposible y se consideran realistas, bien por otros que ven auges revolucionarios allí donde miran. En Francia al iniciarse el año 1968 se cumplieron diez años de régimen gaullista y las organizaciones de la izquierda y los sindicatos no tenían entre sus perspectivas inmediatas movilizaciones generalizadas, ni mucho menos la posibilidad de una revolución. La burguesía, también deslumbrada por el auge económico de la postguerra, se hallaba enormemente confiada. Norman Macrae, el mismo mes de mayo de 1968, declaró lo siguiente en The Economist: “...la gran ventaja de Francia sobre su vecino al otro lado del Canal: sus sindicatos son patéticamente débiles”.
Los momentos revolucionarios son excepcionales. En la mayor parte de su existencia la clase, si bien lucha por mejorar sus condiciones de vida, no se cuestiona el sistema en su conjunto. Sin embargo a pesar de la apariencia de tranquilidad o conformismo con el orden de las cosas, los trabajadores y la juventud acumulan experiencia y elaboran sus propias conclusiones. Tanto entre los analistas de la burguesía, como entre sectores de activistas del movimiento obrero, hay cierta tendencia, aunque por razones diferentes, a identificar mecánicamente la actitud de los dirigentes obreros con el estado de ánimo y el ambiente entre la clase obrera. El que los trabajadores no respondan de inmediato a un ataque, o que permitan que sus representantes pacten con la burguesía acuerdos desfavorables a sus intereses sin una reacción inmediata, no significa satisfacción ni aprobación. El que no se afilien masivamente a sus organizaciones debido al desencanto que produce esta política por parte de sus dirigentes, tampoco significa que halla abandonado la idea de la lucha. Llegada la hora se pondrá en marcha, sin poder esperar a que sus organizaciones estén en condiciones de afrontar la toma del poder o pararse a considerar si sus dirigentes defienden el programa adecuado.

 

La  juventud es la primera en salir a la calle

 

Como en otras experiencias revolucionarias fue la juventud la que reflejó de forma más rápida las contradicciones  de la sociedad francesa. El 22 de marzo se inician en la universidad de Nanterre las primeras protestas a raíz de la detención de varios estudiantes miembros de un comité de solidaridad con Vietnam, acusados de atentados con explosivos. En respuesta, los estudiantes ocupan la universidad. Pero el gobierno francés respondió con más represión: el 2 de mayo la policía interviene para impedir una manifestación de apoyo al movimiento contra la intervención imperialista en Vietnam, el 3 de mayo la policía vuelve a intervenir, esta vez para impedir una asamblea de apoyo a Nanterre en La Sorbona y el 4 de mayo las universidades de Nanterre y La Sorbona son cerradas.
La represión despierta la solidaridad, el movimiento se extiende a toda velocidad, los estudiantes de bachillerato se suman a la movilización. El Barrio Latino se llena de barricadas, los enfrentamientos con la policía en la noche del 3 al 4 de mayo se saldan con un gran número de heridos y detenidos. La clase obrera ve con enorme simpatía el movimiento estudiantil, conectando con el sentimiento de  rebelión de la juventud y no permanece impasible ante la brutalidad policial. Esa misma noche los vecinos del Barrio Latino ofrecieron refugio en sus casas a los estudiantes y gritan indignados a la policía, arrojándoles toda clase de objetos por las ventanas. Todo el malestar acumulado bajo la superficie se empieza a expresar.
A la cabeza del movimiento no se encontraba la tradicional UNEF (Unión Nacional de Estudiantes de Francia), que desde hace ya tiempo mantiene una actitud conservadora y un funcionamiento burocrático. Con el desarrollo de la lucha surgen nuevas organizaciones como el Movimiento Veintidós de Marzo. Uno de sus máximos dirigentes fue Daniel Cohn-Bendit, estudiante de sociología, que se define “visceralmente anticapitalista, antiautoritario y anticomunista”, anarquista. Su discurso estaba cargado de una severa crítica a las organizaciones obreras, por su conformismo con el sistema. Cohn-Bendit como otros líderes del movimiento mantuvieron su rechazo a la política del PCF y a los sindicatos mayoritarios. Sin embargo se trataba de una crítica que olvidaba el papel decisivo de la clase obrera en la lucha por el derrocamiento del capitalismo y que no diferenciaba entre las aspiraciones revolucionarias de la base de las organizaciones de masas de la izquierda francesa y sus direcciones reformistas. La confusión ideológica de algunos dirigentes estudiantiles se puede resumir en las palabras pronunciadas por Daniel Cohn-Bendit: “no hay ninguna diferencia esencial entre el Este y el Oeste ... la revolución de octubre fue una revolución burguesa sin burguesía”. Lenin explicó hace mucho tiempo cómo el ultraizquierdismo, el sectarismo, es el precio que hay que pagar por las capitulaciones del reformismo.

 

El PCF se enfrenta al movimiento estudiantil

 

Aunque parezca sorprendente, la dirección del Partido Comunista Francés (PCF), denunció a los estudiantes. El día 3 de mayo el ejecutivo del PCF publicó una declaración de condena contra la actuación de izquierdistas que utilizaban como pretexto las carencias gubernamentales y especulando con el descontento de los estudiantes intentan bloquear el funcionamiento de las facultades e impedir a la mayoría de los alumnos trabajar y pasar sus exámenes. En L’Humanite, periódico diario del PCF, se podía leer que se trataba de “falsos revolucionarios que es necesario desenmascarar”.
Es cierto que la dirección del movimiento estudiantil reflejaba prejuicios pequeño burgueses, y que su máximo líder atacaba al PCF. Pero no era tan difícil ver  que detrás de las críticas de Daniel Cohn-Bendit y otros dirigentes estudiantiles, se estaba expresando el sentimiento de rechazo de un sector importante de la juventud a la política reformista y al carácter autoritario de los regímenes estalinistas y no desde un punto de vista procapitalista. Hablamos de jóvenes que participan en manifestaciones contra las agresiones imperialistas en Vietnam, en Argelia; que se identifican con el Che, a quién ven como un revolucionario íntegro y honesto, como un ejemplo a seguir. Rechazaban el capitalismo, pero la nueva sociedad a la que aspiraban no tenía nada que ver con los regímenes burocráticos del Este. ¿Cómo debía acercarse el partido a esta situación?
En primer lugar, frente a la represión del Estado burgués, el PCF debía colocarse junto a los estudiantes. En segundo lugar se trataba de comprender qué estaba poniendo de manifiesto un movimiento que puso en pie de guerra a la juventud. Esta forma de aproximarse era el único método para elaborar las consignas y el programa necesario para llevar la lucha hacia adelante, para elevar su nivel de conciencia y superar sus prejuicios ofreciendo una perspectiva socialista. Se trataba a fin de cuentas de ganar una autoridad ante el movimiento demostrando el carácter revolucionario del partido. Pero el PCF, como se demostró a lo largo de todo el proceso, no tenía ese carácter. Esto, sumado a la incapacidad de la dirección de dar una respuesta satisfactoria a quienes criticaban de una forma honrada el régimen burocrático de la URSS,  dió como resultado una actitud sectaria y de desprecio hacia el movimiento de la juventud.
No olvidemos que, paralelamente, de enero a agosto de ese mismo año se desarrolló la Primavera de Praga y Waldeck Rochet, secretario general del PCF, justificó la brutal intervención militar soviética para aplastar el movimiento de los trabajadores y jóvenes checoslovacos.

 

La movilización se extiende a toda la sociedad

 

El 4 de mayo el sindicato estudiantil UNEF se vió obligado a reaccionar, y junto con el sindicato de profesores SNEP-Sup convocan una huelga indefinida hasta la liberación de todos los detenidos. La represión fue en aumento: el 6 de mayo se cierran todas las facultades de París y, en las manifestaciones atacadas por los CRS (cuerpos especiales), 739 manifestantes son hospitalizados. El movimiento continuaba en alza, y la represión lejos de hacerlo retroceder provoca mayor indignación y decisión en la lucha. Continúan las manifestaciones y barricadas, cada vez más masivas.
El 11 de mayo el primer ministro, George Pompidou, de vuelta de su viaje por Asia, reabre la Sorbona intentando dar una imagen de diálogo y vuelta a la normalidad. Pero el movimiento, correctamente, interpreta esta concesión como un síntoma de debilidad por parte del gobierno y la lucha sigue en ascenso. A pesar de ello, ninguno de los grandes sindicatos, Force Ouvrière (fundada en 1947 como una escisión de la CGT para contrarrestar la influencia del PCF entre la clase obrera), CFDT (socialcristiano), CGT (vinculado al PCF) y el cristiano CFTC, están por la labor de vincular el movimiento estudiantil con la clase obrera. Nuevamente en las páginas de L’Humanité se insiste que la actuación de un sindicato es fundamentalmente reivindicativa, nunca aventurera. En sus memorias, Daniel Cohn-Bendit recuerda: “La CGT tenía miedo __había previsto una manifestación para el 14__ porque el 13 de mayo era el décimo aniversario de la subida al poder de De Gaulle: ¡era el desafío! No podías hacer una manifestación por la seguridad social, nadie se lo creería”.
Con todo, la presión del movimiento era demasiado fuerte y consiguió imponer una convocatoria conjunta para el 13 de mayo de la CGT, la CFDT y los estudiantes. Nuevamente el movimiento tiene razón, la convocatoria es un rotundo éxito con una asistencia de medio millón de personas. El gobierno vuelve a retroceder y libera a los detenidos. De Gaulle, intentando aparentar calma, mantiene su agenda y sale de viaje a Rumania. Pero los gestos ya no cuentan, el movimiento tiene su propia dinámica, y entra en una etapa de ascenso. En estos momentos, cuando la clase se siente fuerte, la capacidad de extraer conclusiones, de aprender, es enorme; los procesos se desarrollan mucho más rápido que en períodos de calma. Una de las lecciones más importantes de la experiencia del Mayo del 68 fue que la clase obrera supo hacer una revolución, a pesar de no ser convocada por sus organizaciones, a pesar de no encontrar una dirección firme y decidida. Su instinto de clase fue guía suficiente para poner en tela de juicio el control de la burguesía. La decisión que demostraron los estudiantes tampoco respondía a que tuvieran una situación mejor en sus direcciones. Daniel Cohn-Bendit comenta: “No teníamos un objetivo político inmediato ... no existía organización: ni siquiera el Veintidós de Marzo era capaz de asumir la situación como organización”.
La revuelta estudiantil era la antesala de la revolución

El movimiento de los estudiantes no tardó en contagiar a los trabajadores. En la huelga de la fábrica Sud-Aviation de Nantes, huelga que se inició con reivindicaciones que se pueden considerar meramente económicas, como el mantenimiento del salario, reducción de jornada;  los trabajadores, sin ninguna directriz de los partidos o los sindicatos, ocuparon la fábrica y retuvieron al director y sus colaboradores. En la fábrica Renault-Billancourt de París confluye una manifestación estudiantil con los obreros, que unidos y puño en alto cantan la Internacional. No se trata de ejemplos aislados; con el paso de los días, de las horas, las huelgas se extenderán a todo el país. El 19 de mayo se contabilizaban dos millones de huelguistas, el 20 de mayo cinco millones, el 21 de mayo ocho, y por fin el 28 de mayo son ya 10 millones de trabajadores en huelga. Las grandes empresas están a la cabeza, Renault, Michelín, Peugeot, Citroën, las minas, los puertos, el sector del automóvil, los astilleros, el metro, el gas, la electricidad, ningún sector de la producción se salva del avance de la lucha. Millones de trabajadores ocupan las fábricas, instintivamente, hacen temblar uno de los pilares básicos del sistema capitalista: la sacrosanta propiedad privada, o lo que es lo mismo, el control por parte de la burguesía de los medios de producción. Los trabajadores se sienten dueños de las fábricas.
En varias ciudades surgen comités de barrio para organizar la lucha. En Nantes la organización de los huelguistas llegó más lejos que en ninguna otra parte. Los comités de barrio se constituyen en Comité Central de Huelga de toda la ciudad apoyado por los sindicatos obreros, de campesinos y estudiantiles. Rápidamente este comité toma en sus manos la dirección de la ciudad. Consciente del papel que asume, se instala el 27 de mayo como nueva autoridad municipal en el Ayuntamiento. Sus tareas serán el control de la actividad económica, emitiendo bonos equivalentes a una cantidad de alimentos para utilizar en las tiendas, en las gasolineras sólo se distribuirá combustible a quienes presenten una autorización del Comité Central de Huelga, organiza el transporte y la actividad docente, creando guarderías donde los trabajadores en huelga pueden dejar a sus hijos mientras participan en la lucha. La experiencia de Nantes es especialmente importante, ya que demostró hasta donde podía llegar el movimiento, hasta donde podía llegar la clase obrera; capaz de asumir el control, poniendo al servicio de la mayoría el transporte, los alimentos, la enseñanza, etc.. Junto con la toma de fábricas, este es uno de los aspectos centrales del proceso revolucionario, cuando los trabajadores de-muestran que la burguesía, sus instituciones y su Estado ya no son necesarios para hacer funcionar la sociedad. Podemos ver en este Comité Central de Huelga un embrión de los soviets de la Rusia revolucionaria de 1917.
De su propia experiencia la clase obrera rusa sacó la conclusión de la necesidad de crear sus propios órganos de poder independientes. Cuando los bolcheviques pudieron llevar a la práctica en octubre del 1917, la consigna de todo el poder a los soviets, el derrocamiento del capitalismo en Rusia fue una realidad. A través de los soviets de obreros, soldados y campesinos existentes en toda Rusia, la clase obrera se organizó para asumir la tarea de dirigir la sociedad. Esta fue la base sobre la que los bolcheviques, con Lenin y Trotski a la cabeza, iniciaron por primera vez en la historia la construcción de una sociedad socialista. ¿Hasta dónde hubiera llegado el proceso de haber existido una dirección revolucionaria que hubiera propuesto extender la experiencia de Nantes a todo el país? Con un proletariado mucho más fuerte que el de Rusia de 1917, mucho más instruido, la derrota de la burguesía francesa hubiera sido una tarea más sencilla que entonces.

 

Las capas medias son atraídas a la lucha

 

La fortaleza y la decisión del movimiento irradia tal fuerza que otros sectores sociales como las capas medias y la pequeña burguesía, que en otras etapas han sido base de la reacción, se sienten atraídos y dispuestos a luchar junto con la clase obrera. Los campesinos organizan manifestaciones de protesta contra la política agrícola gubernamental. Los intelectuales y artistas participan activamente en el movimiento: a mediados de mayo los actores habían ocupado el teatro del Odeón, el festival de cine de Cannes se interrumpió y cinco premios Nobel franceses, expresaron su apoyo a los estudiantes.
Buena prueba del ambiente social explosivo que vive Francia será el fracaso estrepitoso del intento de reagrupamiento de fuerzas por parte de la reacción. Con la llegada de De Gualle  el 18 de mayo a Francia, los llamados comités por la defensa de la República convocan una manifestación. Sólo acudieron 2.000 personas. Es inútil, las capas medias, la pequeña burguesía,  participan en la movilización, pero al otro lado de las barricadas.
 Los medios de comunicación también fallan. Los trabajadores de artes gráficas, también en huelga, hacen una aportación enormemente valiosa: a través de sus comités censuran las mentiras de las editoriales de la prensa burguesa. Uno de los dirigentes estudiantiles recuerda su paso por un debate televisivo: “Llegamos a la televisión ... percibimos enseguida la simpatía de los técnicos, de todo el mundo”. En Mundo Obrero, órgano del PCE, se podía leer en junio de 1968: “Es significativa la novedad de la hermosa huelga que estos últimos sostienen, no sólo por mejoras económicas, sino, sobretodo, por un estatuto que permita lograr que esos medios masivos de información dejen de ser un omnímodo monopolio del Gobierno, una mayor independencia y objetividad de la información y también que, al menos una parte de las emisiones y espectáculos de Radio y Televisión, hoy concebidos para adormecer a las masas, reflejen problemas del pueblo y respondan a sus necesidades culturales”.
La policía tampoco vive en una burbuja al margen de la sociedad. Sectores importantes son permeables a la lucha; ellos también son asalariados y con las calles llenas de manifestantes empiezan a surgir las simpatías por el movimiento entre sus filas. The Times, en su editorial del 31 de mayo de ese año, advierte que la policía francesa está “hirviendo de descontento”. No era para menos, el sindicato de la policía advierte al Gobierno que “los oficiales de policía apreciamos las razones que inspiran a los huelguistas en demanda de aumentos salariales, y deploramos el hecho que nosotros no podamos participar, debido a la ley, de una manera similar en semejante movimiento obrero … Las autoridades públicas no deberían utilizar sistemáticamente a la policía contra las actuales luchas obreras”. Es una verdadera pesadilla para la burguesía, la clase obrera está por todas partes. Todos los instrumentos en los que se apoya la clase dominante, indispensables para su dominio  ideológico y físico, como las fuerzas represivas, se le escapan de las manos. La enorme maquinaria del Estado burgués, que en tiempos “normales” aparece como omnipotente e invulnerable, sufre grandes fisuras enfrentada al movimiento de los trabajadores.

Los dirigentes obreros renuncian a la toma del poder

En pocas semanas se produjo un cambio decisivo de la situación; no se trataba de una mera revuelta estudiantil, ni de jóvenes “buscando la playa bajo los adoquines”.  Es la clase obrera en pie de guerra, el sector productivo de la sociedad, sin cuyo consentimiento ni una fábrica funciona, ni los trenes, ni el metro, ni los autobuses, ni la gasolina se distribuye, ni hay pan, ni se publican periódicos; sin el consentimiento de la clase obrera el sistema no funciona, y ahora, la clase obrera francesa comprobaba su propia fuerza en la práctica.
La burguesía sentía que la situación se le había escapado de las manos. La represión no conseguía  atemorizar a los huelguistas y las concesiones los animaban aún más; las bases tradicionales de la reacción no respondían, los medios de comunicación, un arma tan útil en tiempos “normales”, estaban fuera de control. La clase dirigente se encontraba sumida en una profunda desmoralización. Años después el embajador estadounidense en París recordará cómo De Gaulle le confesó pocos días después de volver de Rumania: “Se acabó el juego. En pocos días, los comunistas estarán en el poder”. ¿En aquellas circunstancias, qué podía hacer la clase dominante? Sólo tenían una posibilidad: recurrir a los dirigentes reformistas y estalinistas, para intentar salvar al capitalismo.
El 25 de mayo se iniciaron las negociaciones entre gobierno, patronal y sindicatos; y el 27 se llegó a un pacto que recibirá el nombre de Acuerdos de Grenelle. ¿Cómo es posible que mientras la clase obrera hace la revolución, los dirigentes se reúnan con la burguesía para ver cómo pueden salvar el capitalismo? El propio PCF reconoció que “el movimiento se orientaba hacia transformaciones del mundo en que vivimos más profundas y más decisivas”. Pero como Lenin explica en su gran obra El Estado y la Revolución: “Quien reconoce solamente la lucha de clases no es aún marxista, puede mantenerse todavía dentro del marco del pensamiento burgués y la política burguesa ... marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado”. La lucha de clases es una realidad que nadie podía negar en 1968 en Francia, pero reconocer la realidad no es suficiente, un auténtico partido revolucionario tiene que estar preparado para intervenir en la lucha y hacer posible la victoria de la clase obrera. Los dirigentes del PCF carecían de un programa revolucionario porque hacía tiempo que habían renunciado a basarse en la capacidad de la clase obrera para acabar con el capitalismo y construir una nueva sociedad. En medio de esta situación François Mitterrand, dirigente de la Federación de Izquierdas dentro de la que también participaba el PCF, reprochará al primer ministro Pompidou: “¿Qué ha hecho usted con el Estado?”. La sola idea de que se pusiera en tela de juicio el Estado burgués causa indignación a Miterrand, en cuya forma de entender el mundo, cuestionar el control de la burguesía es casi una blasfemia. Lo cierto es que si Pompidou le hubiera podido responder sinceramente seguramente le hubiera explicado que hacía todo lo que podía, pero la clase obrera no quería ser “razonable”.

 

¿Era posible la toma del poder?

 

Con respecto a la dirección del PCF, sus dirigentes declaran una y otra vez su voluntad de favorecer “...el desarrollo del movimiento de las masas, en la lucha por el advenimiento de un gobierno antimonopolista, susceptible de abrir la vía al socialismo”. Pero llegado el momento de la verdad, la hora de la toma del poder, donde la victoria o la derrota de la revolución depende enteramente de la política del partido, surgieron todo tipo de justificaciones para renunciar a una política revolucionaria. Finalmente la dirección del PCF volvió a hacer recaer la responsabilidad sobre los hombros del movimiento al que acusa de no estar lo suficientemente maduro para afrontar esta tarea. Waldeck Rochet, a quien más arriba hacíamos referencia declaró: “...la correlación de fuerzas no permitía a la clase obrera y a sus aliados tomar el poder político en mayo, como pretenden ciertos grupos izquierdistas irresponsables”. Y también: “Sin embargo, y esta es otra lección esencial, lo que ha faltado... la existencia  de una verdadera alianza entre la clase obrera, las capas sociales progresistas y antimonopolistas de las ciudades y las aldeas”. Todas las declaraciones de Rochet contradicen el curso auténtico de los acontecimientos. ¿Acaso la clase obrera francesa no tenía la suficiente fuerza para transformar la sociedad? Francamente, si Lenin, si el partido bolchevique, hubiera aplicado la misma política que la dirección del PCF, Octubre de 1917 nunca hubiera existido, se habría detenido en febrero de 1917.
En la Rusia zarista, escenario de la revolución soviética, la clase obrera era una pequeña minoría dentro de la sociedad, apenas diez millones de obreros en un país con 150 millones de habitantes. Una economía enormemente atrasada, con 80 millones de campesinos sin tierra, con elementos de feudalismo en el campo y un enorme atraso cultural. No hace falta mucho esfuerzo para ver las enormes diferencias entre las dos situaciones revolucionarias, en mayo del 68 la clase obrera era mil veces más fuerte que el joven proletariado ruso de 1917 y la economía estaba mucho más desarrollada. El único elemento comparativamente desfavorable para la clase obrera francesa era la falta de una dirección revolucionaria. De la valoración de W. Rochet se desprende que parte de la supuesta debilidad de la clase obrera venía determinada por no haber ganado el apoyo de otros sectores sociales como el campesinado, los pequeños propietarios o los trabajadores de “cuello blanco”. Pero los propios acontecimientos niegan este análisis. Los campesinos convocaron movilizaciones al calor de lucha obrera, incluso se dieron experiencias de confraternización donde los campesinos distribuían comida gratis entre los piquetes de huelguistas mientras cortaban las carreteras. Los trabajadores de la banca, de la administración, profesores, catedráticos, científicos, futbolistas y artistas se sumaron al movimiento. Estos sectores de la sociedad también sufrían las contradicciones del sistema, eran sensibles a sus injusticias; y en un momento de auge revolucionario la clase obrera podía ganar su apoyo. Anteriormente hacíamos referencia al fracaso de la manifestación reaccionaria de los ‘comités por la defensa de la república’ el 18 de mayo.  Ahora bien, este apoyo de las capas medias a la clase obrera, no es estable ni incondicional; si no ve una decisión clara de llegar hasta el final, la reacción puede volver a ganarlos.
También es posible que W. Rochet quisiera basarse en la actitud de otras fuerzas políticas de la izquierda, que no estaban dispuestas en absoluto a la transformación social. Nuevamente podemos recurrir a la experiencia de la Revolución Rusa, donde los bolcheviques no sólo no eran la única fuerza política, sino que en el inicio del proceso era la más débil númericamente. Los mencheviques y socialrevolucionarios eran mayoritarios en los soviets y tenían fuerza e influencia real entre la clase obrera y el campesinado pobre; participaban en el gobierno provisional con los representantes de la burguesía e intentaban apuntalar el orden burgués. Pero la firmeza en las ideas, en el programa, unida a la explicación paciente basada en la confianza de que la clase obrera a través de su experiencia comprobaría los límites de la política de colaboración de clases; permitió a los bolcheviques convertirse en el partido mayoritario.
Los bolcheviques comprendieron que la única forma de hacer realidad las aspiraciones de los trabajadores y los campesinos pobres era la toma del poder, asumir el control de la banca, la industria y la tierra. La burguesía nunca renunciaría voluntariamente a la fuente de sus beneficios para atender las demandas de la clase obrera. Sin embargo el PCF no tenía el lenguaje claro y decidido de los bolcheviques; por el contrario su discurso no cuestionaba la propiedad privada de los medios de producción ni la economía de mercado y el socialismo formaba parte de  un futuro indefinido en el tiempo.
La falta de una dirección revolucionaria permitió a la burguesía recuperar el control

Con los acuerdos de Grenelle la burguesía concedió reivindicaciones que habían sido rechazadas durante años, con la esperanza de enfriar los ánimos: subidas salariales (en el sector ferroviario del 13,5 al 16%  de aumento, transporte urbano 12%, gas y electricidad del 12 al 20%, mineros del 12,2 al 14,5%, metalurgia del 10 al 12%, funcionarios del 13 al 20%, etc..), rebaja de la jornada laboral semanal en una hora, aumento de los días de vacaciones pagadas de 25 a 26, etc..  A pesar de la aceptación de estas concesiones por parte de sus dirigentes, la clase obrera no abandonaría fácilmente las posiciones que había conquistado, porque el movimiento se sentía con fuerzas para conseguir algo mejor.
El acuerdo fue ampliamente rechazado por la base de los sindicatos. Las expresiones “poder obrero” y “gobierno popular”, empezaron a pronunciarse en las asambleas y las manifestaciones, la situación estaba madura para extender la experiencia de Nantes por todo el país. Un partido con un programa auténticamente revolucionario hubiera conectado con el sentimiento de transformación al que aspiraban las masas, proponiendo la creación y extensión de comités de huelga locales y regionales, centralizados en uno estatal e integrados por representantes democráticamente elegidos en cada centro de trabajo, en cada barrio, universidad, instituto y pueblo.  Estos comités se encargarían de orientar políticamente la lucha, de organizarla, de extenderla, de editar propaganda, de las reivindicaciones, de discutir cada uno de los pasos a dar en cada momento, y de definir una estrategia decidida hacia la transformación socialista de la sociedad, garantizando que las decisiones se tomaran de forma democrática después de un debate donde todos pueden participar.
Una de sus primeras medidas debería ser la introducción de la reducción de la jornada laboral, para garantizar a los trabajadores el tiempo necesario para su participación activa en el movimiento. Inmediatamente los nuevos órganos de poder obrero deberían establecer un plan de producción para cubrir todas las necesidades sociales: viviendas, escuelas, universidades, hospitales, centros culturales, polideportivos, etc.; exigirían mejoras salariales, poniendo en práctica la participación activa de la clase obrera en la gestión de la economía, en la política, en todas las decisiones: la sociedad  gestionada por y en beneficio de la mayoría. Si la minoría de privilegiados que controla los monopolios, los bancos, los medios de producción se hubieran negado a asumir este plan, serían expropiados; la clase obrera demostraba tener la fuerza suficiente para llevar a cabo esta tarea. Los pequeños comerciantes y propietarios serían respetados; voluntariamente y a través de su experiencia podrían comprobar el avance del nuevo régimen. ¿Cómo hubieran recibido la experiencia de sus compañeros franceses los obreros y jóvenes portugueses y españoles bajo horribles dictaduras? Con entusiasmo. Las llamadas a la solidaridad hubieran tenido un eco extraordinario, no olvidemos que pocos años después asistiremos a la Revolución de los Claveles en Portugal y a movilizaciones masivas en el Estado español. La revolución no se habría detenido en las fronteras de Francia.
La capacidad revolucionaria de la clase obrera no es suficiente para transformar la sociedad. El factor subjetivo, la existencia de un partido revolucionario de masas es indispensable para la victoria. Cuando la revolución empieza, la contrarrevolución levanta la cabeza. La burguesía no renunciará voluntariamente a la sociedad que le garantiza sus privilegios. La actitud “razonable” de los dirigentes obreros supuso un respiro para la clase dominante, pero el rechazo masivo al acuerdo siguió manteniendo la situación en la cuerda floja.
De Gaulle, mucho más consecuente con la defensa de los intereses de su clase, viajó a Alemania el 29 de mayo, para entrevistarse con el comandante en jefe de las fuerzas francesas estacionadas en Alemania general Charle Massu, responsable de la represión sangrienta del imperialismo francés en Argelia, para sondear la posibilidad de una intervención armada. La burguesía no estaba segura de que una intervención militar no se resolvería en su contra, puesto que no olvidaban los efectos que la lucha había tenido en la policía. No en vano Mitterrand afirmó que “desde el 3 de marzo no hay Estado”. Pero a pesar de que todas las condiciones eran enormemente favorables, la clase obrera se encontraba huérfana. Después de semanas de luchas y ocupaciones de fábricas la única orientación que recibía de sus direcciones eran llamamientos a la calma, al pacto, a conformarse con mejoras salariales. Y los días siguieron pasando y el cansancio empezó a pesar porque no había nuevos pasos adelante.
El día 28 el gobierno gaullista dimitió y se convocó un referéndum que De Gaulle convirtió en un auténtico plebiscito. El 29 se celebró una manifestación en París organizada por la CGT a la que acuden 500.000 personas, a pesar de sus dirigentes, el movimiento todavía demuestra tener una enorme fuerza. El 30 de mayo las tropas del general Massu iniciaron maniobras militares en la frontera. La contrarrevolución siente como va recuperando el terreno perdido y actúa de forma decidida. De Gaulle y la burguesía, afronta el referéndum en los siguientes términos: “El caos o yo”, hablando de la “amenaza de una dictadura totalitaria”. Frente a esta propaganda la respuesta del PCF sólo contribuyó a echar un nuevo jarro de agua fría sobre el movimiento. Lejos de rebatir políticamente los argumentos de la burguesía, intentó competir con ella en “responsabilidad” y “seriedad”; en su cartel electoral se podía leer: “Contra la anarquía: por la ley y el orden, votad comunista”.
Los trabajadores estaban definitivamente solos, mientras sus dirigentes apelaban a la ley y el orden, que bajo el capitalismo significa el respeto a la propiedad burguesa, a sus instituciones y la renuncia a cualquier cambio en profundidad. Para las capas medias, si la conclusión era que todas las movilizaciones de las últimas semanas sólo habían supuesto y sólo podían traer desorden y anarquía, si la elección es entre De Gaulle y el PCF para gestionar el capitalismo, no hay dudas de quién ofrecía más garantías. La contrarrevolución se sentía fuerte.
La situación había sufrido un cambio fundamental y las capas medias fueron atraídas por la política más decidida de la reacción. El 30 de mayo la derecha organizó una manifestación en la que participaron casi un millón de personas. Ahora sí, producto de la política derrotista de los dirigentes obreros, la situación era desfavorable para la clase obrera, los análisis acerca de la debilidad del movimiento que hacía pocos días no coincidían con la realidad empiezan a cuadrar. El 31 de mayo el PCF y la CGT firman un acuerdo, acompañado de la invitación de volver al trabajo, eso sí, con la garantía de que no habrá ninguna represalia. El 30 de junio las elecciones legislativas darán una mayoría aplastante al partido gaullista y sus aliados. Los dirigentes del PCF también encontrarán una explicación ajena a su responsabilidad: “No cabe duda que, explotando el miedo y recurriendo al chantaje de la guerra civil, el poder gaullista obtuvo un éxito electoral el 23 y 30 de junio pasados”.

 

Para la clase obrera la lucha no ha acabado

 

La burguesía tiene un especial interés, como parte de su campaña permanente de desprestigio de las ideas socialistas, en subrayar que Mayo del 68 fue un gran error, y como prueba de ello señalan como han acabado algunos de los dirigentes del movimiento. La verdad es que en algunas ocasiones se lo han puesto francamente fácil. En una de sus varias memorias publicadas analizando el período posterior a mayo del 68, Daniel Cohn-Bendit reconoce: “Todo este período fue a la vez un exilio y una vida parasitaria. Vivía a costa de las ideas que había representado y por las que había luchado”.
Pero la clase obrera no puede parasitar, tiene que ir a trabajar para conseguir el salario que necesita para vivir. Y a pesar de las derrotas no tendrá más remedio que volver a levantar la cabeza y salir a la lucha. No se trata de una idealización, de una mistificación de la clase obrera. Se trata de las condiciones en las que le toca vivir bajo este sistema. En 1969 De Gaulle dimitió producto del fracaso en un referéndum. En 1973 la coalición de izquierdas, aunque no ganó, conseguiría el 47% de los votos en las elecciones legislativas. En 1977 habrá dos huelgas generales contra la política antiinflacionista del Gobierno de la derecha. Desde 1981, elecciones en las que el PSF consiguió 15 millones de votos en la segunda vuelta, hasta 1993 tendremos un Gobierno de izquierdas con mayoría del PSF, a cuya cabeza estará Mitterrand, que respetando los márgenes establecidos por el capitalismo desarrollará una política de ataques a la clase obrera, similar a la del PSOE en el Estado español, desengañando a sus electores. De 1980 a 1996 la parte de los salarios en la riqueza producida de Francia pasó del 68,3% al 60%. La flexibilización del mercado laboral, iniciada por el gobierno del PSF y profundizada por la derecha, supone que actualmente en Francia de un una población activa de 25 millones de trabajadores, siete millones carezcan de empleo estable y, más de tres se encuentren en paro.
Tenemos derecho a preguntar a los Mitterrand, a Rochet, a Carrillo, a Felipe González, incluso a Antonio Gutiérrez y a Cándido Méndez; a los dirigentes obreros que no se cuestionan el capitalismo: ¿qué habéis conseguido?, ¿se acabaron las guerras, el paro, el hambre y la pobreza, la corrupción? Los sacrificios que nos habéis pedido a la clase obrera y la juventud, que están permitiendo obtener beneficios record a los empresarios, ¿se traducen en más empleo? Muy por el contrario asistimos a una política de desmantelamiento del Estado del bienestar en aquellos países en que existe. Todas y cada una de las burguesías nacionales intentan arrebatar al movimiento obrero conquistas históricas producto de décadas de lucha. Liberalización del mercado laboral, privatizaciones, etc.; hoy por hoy es incompatible con el capitalismo el pleno empleo, el mantenimiento de las pensiones o una sanidad y educación pública de calidad.

 

El gobierno de coalición PSF y PCF

 

Producto de su política antiobrera el PSF perdió el poder en 1993 y la derecha obtuvo mayoría absoluta con 487 escaños frente a 63 para el PSF y 26 para el PCF. Desde luego no faltaron quienes basándose en estos resultados pusieron nuevamente el RIP sobre la clase obrera francesa. Y nuevamente se volvieron a equivocar.
En diciembre de 1995 asistimos a las movilizaciones más importantes desde Mayo del 68. Millones de trabajadores se enfrentaron a los ataques del gobierno Juppé. La experiencia de esta lucha se tradujo en el terreno electoral, y en las legislativas de 1997, la derecha perdió 234 escaños, el PSF y PCF formaron gobierno con 306 escaños.
El líder del PSF, Jospin, si bien durante la campaña electoral utilizó un lenguaje de izquierdas, y debido a la presión del movimiento obrero formuló un programa electoral más a la izquierda que el de años anteriores ya está empezando a plegarse a las presiones de la burguesía. Sus promesas electorales chocan con las necesidades de los banqueros y la patronal, con las propias bases del sistema capitalista. Incluso los pasos adelante que se han dado, como la aprobación por vía legislativa de la reducción de la jornada laboral a 35 horas semanales para el año 2000, choca con la resistencia feroz de la clase dominante. Por eso el borrador del proyecto de ley de reducción de jornada presentado por la ministra de trabajo del PSF, Martine Aubry, es ambiguo y no refleja la correlación de fuerza favorable a la clase obrera. A cambio de la reducción de jornada se propone flexibilidad de horario y calendario laboral, salvo incentivos económicos en forma de exenciones  en el pago a la seguridad social para los empresarios, no hay medida claras y firmes destinadas a garantizar que la reducción de jornada obligue a los patronos a contratar a nuevos trabajadores.
Por su parte la clase obrera francesa parece haber interpretado la victoria del gobierno de izquierdas como el momento de recuperar el terreno perdido. Al día siguiente de las elecciones hubo una manifestación frente a la sede del PSF exigiendo la retirada de las leyes contra los inmigrantes. Los camioneros volvieron a la carga con una lucha impresionante. Casi 40.000 personas se manifestaron hace pocos meses exigiendo una solución que acabe con la pesadilla que está sufriendo el pueblo argelino. Los parados exigen soluciones ya, contando con el apoyo del 70% de la sociedad. La vitalidad que ha demostrado y demuestra la clase obrera francesa es impresionante. El gobierno de coalición tendrá que decidir, o con la clase obrera, o respetar los intereses de los poderosos.
El movimiento de los trabajadores sigue aprendiendo de su experiencia y mantiene una actitud alerta. Producto de las impresionantes huelgas de 1995 una nueva conciencia ha cristalizado en el movimiento obrero. Las luchas de los camioneros, las manifestaciones y acciones de los parados, son el reflejo de una nueva situación que también está teniendo profundas repercusiones en las organizaciones obreras, afectando a amplios sectores de su base y traduciéndose en la creación de una potente corriente de izquierdas en el movimiento sindical. No cabe duda que las organizaciones tradicionales de la izquierda se transformarán de abajo a arriba por la acción de los trabajadores, y surgirán oportunidades extraordinarias para desarrollar una auténtica dirección marxista de masas. Más tarde o más temprano las contradicciones del capitalismo volverán a empujar a la mayoría de la población a protagonizar más Mayos del 68, no sólo en Francia, en muchos otros países asistiremos a nuevos procesos revolucionarios que ofrecerán la oportunidad de construir una nueva sociedad auténticamente socialista.

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