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El pasado 17 de marzo Naciones Unidas aprobó una resolución para imponer una zona de exclusión aérea sobre Libia, con el fin —según declara la misma— de hacer frente a la “violación de los derechos humanos” por parte del régimen de Gadafi. Desde el pasado fin de semana las fuerzas armadas del imperialismo occidental han desencadenado un vasto operativo militar, a través de constantes bombardeos por aire y mar, contra el ejército de Gadafi y sus defensas aéreas y terrestres en Trípoli y otras ciudades del país. La operación militar está comandada por los EEUU, Francia y Gran Bretaña, pero en ella intervienen otros países “aliados” como Italia y el Estado español.

 

Las cínicas mentiras del imperialismo.
La ONU, instrumento de las grandes potencias

 

Al igual que en anteriores intervenciones y con el fin de justificar la acción militar del imperialismo ante la clase trabajadora y las masas de todo el mundo —y especialmente de sus propios países—, los gobiernos de EEUU y de los países de Europa implicados han recurrido a las mentiras, las manipulaciones y la más burda demagogia. Durante la invasión de Iraq, la excusa repetida hasta la saciedad para justificar la invasión militar y la posterior ocupación fue la de la presencia de armas de destrucción masiva. En el caso de Libia, el pretexto planteado por los imperialistas es la supuesta “protección” de la población de Bengasi para salvarla de un “baño de sangre”. También se ha esgrimido la intención de la mal llamada “comunidad internacional” de intentar evitar una guerra civil. Cualquier joven o trabajador ante esta propaganda imperialista, apoyada vergonzosamente por los dirigentes socialdemócratas y sindicales en Europa, debe hacerse las siguientes preguntas para poder ver los motivos reales que hay tras la intervención en Libia. ¿Dónde y cuándo el imperialismo norteamericano, francés o británico con la anuencia del resto de potencias, ha intervenido militarmente para salvaguardar la vida de civiles o con fines humanitarios? ¿Por qué intervienen en Libia y en cambio respaldan la represión salvaje del régimen de Yemen o de Bahrein contra las masas revolucionarias? ¿Por qué quieren eliminar ahora a Gadafi, cuando éste dictador sanguinario, como en su momento ocurrió con Sadam Husein, ha sido durante años un aliado mimado por las potencias imperialistas y de las grandes multinacionales occidentales del gas y del petróleo? ¿Por qué intervienen militarmente justo en el momento en que la ofensiva militar de los mercenarios y tropas de elite de Gadafi habían llevado a las masas libias insurrectas a una situación desesperada?
El imperialismo occidental ha puesto en marcha su maquinaria propagandista para manipular el sano sentimiento de las masas, tanto fuera como dentro de las fronteras de Libia, con un único fin: ocultar sus responsabilidades en el sostenimiento de todo tipo de regímenes reaccionarios y dictaduras en el mundo árabe, mantener los beneficios de las multinacionales a las que obedecen los gobiernos que comandan la política imperialista y asegurar sus intereses económicos, estratégicos, de prestigio e influencia. Y junto a estas razones realizar una demostración de fuerza para intimidar a las masas árabes que están protagonizando una maravillosa revolución contra regímenes tiránicos sostenidos por esos mismos imperialistas. No se trata de defender los “derechos humanos”, como creen algunos, sino de asegurarse el control sobre un país y una zona estratégica. El balance de las intervenciones norteamericanas y del resto de potencias en Yugoslavia o las invasiones en Afganistán o Iraq, responde únicamente al objetivo de preservar sus intereses económicos y políticos, no a la defensa de la población. El resultado de estas intervenciones ha significado una pesadilla para los pueblos, que han sido víctimas de matanzas, pillajes y robo indiscriminado bajo el paraguas de la llamada “legalidad internacional”.
La primera guerra de Iraq, en 1992, tuvo como fin, según la propaganda imperialista, restablecer la democracia de Kuwait. Con eso justificaron la intervención. Casi 20 años después en el Golfo Pérsico siguen existiendo monarquías despóticas (como la del propio Kuwait, Arabia Saudí, Bahrein...), donde la población carece de cualquier derecho democrático. En Yugoslavia la excusa para la intervención y el bombardeo fue “salvar al pueblo kosovar de la agresión serbia”. 20 años después se descubre como la intervención sobre Yugoslavia no evitó sangrientas “limpiezas” étnicas por parte de las partes en conflicto, pero si permitió al imperialismo occidental destruir la Federación Yugoslava y crear Estados satélites en Croacia o Kosovo, además de imponer un programa de privatizaciones y apertura de toda la zona al control de las multinacionales occidentales. Los más de 100.000 muertos reconocidos como resultado de la ocupación de Iraq por las tropas estadounidenses y británicas tras la segunda intervención imperialista en 2003, son muestra inequívoca de una barbarie que aún no ha terminado en este país. Bush, Blair y Aznar manipularon y mintieron descaradamente para justificar su guerra de rapiña, buscando armas de destrucción masiva que jamás existieron.
Por todo ello es evidente que el imperialismo, es decir, la política de las grandes potencias al servicio de los grandes monopolios y el capital financiero, utiliza la excusa de la “intervención humanitaria” como un paraguas para su política de saqueo y dominación en la zona, tal y como lo han hecho otras veces. En el caso de Libia la intervención aprobada por la ONU tiene el mismo fin. Y el hecho de que haya sido aprobada una resolución en el Consejo de Seguridad no cambia un ápice la naturaleza imperialista de la agresión. Por eso, los trabajadores y la juventud de todo el mundo no debemos tener ninguna confianza en la ONU, un organismo al servicio de los intereses estratégicos de las grandes potencias que nunca ha movido un dedo para frenar la política represiva de aquellos gobiernos que han sido aliados de los imperialistas occidentales, como en el caso de Israel. Las matanzas sistemáticas de las que ha sido víctima el pueblo de Palestina jamás han motivado ninguna intervención militar de las potencias “democráticas” para salvaguardar los derechos humanos de los palestinos, constantemente pisoteados por el gobierno sionista. Lo mismo se puede decir cuando se produjo el golpe militar en Chile en 1973, que llevó al poder al general Pinochet, o en el caso de Argentina en marzo de 1976. Estos regímenes, igual que muchos otros en Latinoamérica, asesinaron a decenas de miles de trabajadores, sindicalistas y jóvenes activistas de izquierda, pero siguieron conservando su asiento en la ONU y no se propuso ninguna intervención militar para salvaguardar los “derechos humanos” de la población. Y la razón es obvia: a pesar de que eran dictaduras sangrientas, eran dictaduras aliadas de las potencias occidentales y habían servido para cortar el avance de la revolución socialista en América Latina.

 

El papel del Consejo Nacional libio de Bengasi y sus relaciones con el imperialismo

 

Como hemos señalado en anteriores declaraciones, el régimen de Gadafi ha sido un fiel aliado del imperialismo occidental y de las grandes multinacionales del petróleo. Su política de privatizaciones ha recibido los parabienes del FMI, y el dictador era agasajado con todos los honores en las capitales europeas. Los EEUU y muchos gobiernos de la UE no dudaron en hacer lucrativos negocios con el régimen. Considerar a la dictadura de Gadafi como un gobierno revolucionario o antiimperialista entra en contradicción total con los hechos.
Tras el estallido de la revolución en Túnez y en Egipto, la decisión de las masas de llevar la lucha hasta el final provocó la caída de las odiadas dictaduras de Ben Alí y de Hosni Mubarak. Ambas dictaduras fueron sostenidas, financiadas y armadas por el imperialismo occidental. Para aquellos que todavía sostienen que Gadafi es un revolucionario o un antiimperialista, hay que recordarles que el sátrapa libio apoyó hasta el último momento a los dictadores de Túnez y Egipto, y fue una de la voces más vehementes en este respaldo… junto al gobierno sionista de Israel. La revolución árabe no se limitó a las fronteras de Túnez o Egipto, se extendió como un incendio a toda la región: Yemen, Bahrein, y Libia. Ahora también sacude a Marruecos, Siria y las corruptas monarquías del golfo. Pero en Libia, el movimiento revolucionario de las masas llegó más lejos que en otras partes. La insurrección popular en Bengasi, Tobruk y otras ciudades, provocó la ruptura del aparato del Estado en su parte más sensible: el ejército. Cientos de soldados y mandos militares se sumaron a la insurrección, que rápidamente se dotó de comités populares para organizar la vida cotidiana de las ciudades liberadas, y crear milicias armadas para combatir a las fuerzas de la dictadura. Como atestiguan numerosos observadores internacionales antiimperialistas, la revolución tenía un carácter popular, no tenía nada que ver con Al Qaeda como intentaba plantear Gadafi, y respondía a un profundo sentimiento de liberación entre la masas contra una dictadura reaccionaria y sangrienta que había eliminado los derechos democráticos más básicos de la población.
Las masas insurrectas de Libia dieron un ejemplo de audacia y valentía, combatiendo con pocos recursos a unas fuerzas militares integradas por regimientos profesionales y mercenarios. Pero como muchas veces ocurre en las revoluciones, una cosa es la honestidad, el arrojo y la capacidad de sacrificio, y otra es la necesidad de dotar a la revolución y sus organismos de un programa y una estrategia para la victoria. Ese programa sólo puede provenir de una firme orientación socialista y revolucionaria, que plantee con claridad la vinculación de las aspiraciones democráticas de la población —libertad de expresión, de reunión, de organización de partidos y sindicatos, depuración del aparato estatal de la dictadura…— a la satisfacción de sus necesidades materiales: empleo, viviendas, educación y sanidad pública dignas, buenos salarios, lo que implica la lucha por expropiar las riquezas de la camarilla gobernante y de las potencias imperialistas implicadas en la explotación del petróleo y del gas. Es decir, un programa por la revolución socialista que además debe tener como eje un llamamiento a la solidaridad revolucionaria de las masas árabes para defender la insurrección y completar con éxito el derrocamiento de la dictadura.
Lamentablemente, a pesar de la voluntad revolucionaria de las masas libias, la dirección del movimiento no ha tenido esta perspectiva. Al igual que en otras revoluciones populares de la historia, la dirección de los rebeldes, en particular el Consejo Provisional instalado en Bengasi, capital de la insurrección, se ha llenado de arribistas, desertores de la dictadura que tienen sus propios objetivos e intereses y que han oscilado hacia las potencias imperialistas. En lugar de plantear el combate militar como una guerra revolucionaria de liberación social, insistiendo en la solidaridad internacionalista de las masas de otros países en revolución, han puesto toda su confianza en una intervención imperialista, un juego muy peligroso que puede convertirse en el estrangulamiento de la propia revolución.
El imperialismo se ha hecho eco de estos elementos en el seno del movimiento revolucionario en Libia, los antiguos ministros de exteriores y de interior del régimen de Gadafi, entre otros funcionarios del Estado, para justificar su intervención. Estos sujetos que hicieron su carrera y beneficios a la sombra de Gadafi durante años y participaron activamente en la represión y saqueo del pueblo libio junto a la familia Gadafi, decidieron abandonarla a su suerte cuando la insurrección parecía que, al igual que en Túnez y Egipto, había sentenciado el futuro del dictador. Y se pusieron al frente del Comité Nacional libio en Bengasi, autoproclamándose los líderes de la oposición a Gadafi.
El que elementos del antiguo régimen se pongan al frente de las masas al inicio de una revolución es un fenómeno que se ha repetido a la largo de la historia. Las masas revolucionarias, eufóricas tras las primeras victorias, liberadas del yugo que las oprimía durante décadas, permitieron, en no pocas ocasiones, que elementos burgueses, proimperialistas, que en definitiva quieren volver la revolución hacia atrás y darle un cauce procapitalista se pusieron al frente del movimiento. La revolución rusa de 1917 condujo a la toma del poder por parte del proletariado con el partido bolchevique pero al comienzo de la misma se estableció un gobierno de coalición burgués y reformista, con un terrateniente monárquico al frente, el príncipe Lyov, que había saltado al lado revolucionario poco tiempo antes de la caída del zar. El mismo gobierno tenía como ministro de Asuntos Exteriores al jefe de la patronal rusa, Milyukov, que al mismo tiempo era vocero de la burguesía francesa y británica. El proletariado y los campesinos rusos tuvieron que pasar por una durísima experiencia para deshacerse de esta lacra y de los dirigentes reformistas que sostenían ese gobierno. No fue sino con la ayuda y dirección del partido bolchevique como los soviets se hicieron con el poder a través de una política revolucionaria, y derrotaron a los elementos pro capitalistas e imperialistas que, de haberse perpetuado, hubiera llevado la misma a la derrota y a un baño de sangre de los obreros y campesinos. El ejemplo de la revolución rusa es trasladable a la gran mayoría de las revoluciones.
Como explicábamos los marxistas en anteriores materiales, mientras el sentimiento mayoritario de las masas que protagonizaban la revolución en Bengasi y el resto de ciudades de Libia era de oposición a cualquier intervención imperialista (como muestran los vídeos publicados en webs antiimperialistas como The Real News y numerosos testimonios recogidos en la prensa), este sector burgués que, ante la ausencia de una organización revolucionaria al frente del movimiento de las masas, se ha hecho con la dirección efectiva de los comités que por doquier surgieron en la revolución libia, desde un comienzo se caracterizó por todo lo contrario. Como no podía ser de otra manera dado su carácter burgués, esta dirección puso toda la fe en el apoyo del imperialismo europeo y norteamericano. Estos dirigentes desconfían de la capacidad revolucionaria de las masas para vencer a Gadafi y en el fondo temían a éstas profundamente, no sin razón ya que las masas tendían a superarles y tomar el poder en sus propias manos. Para frenar el ímpetu revolucionario y mantener el movimiento dentro de los límites que consideraban aceptables, estos dirigentes maniobraron en connivencia con el imperialismo para tratar de desviar el movimiento de las masas revolucionarias. Con horror los voceros del imperialismo señalaban que Libia caía en la anarquía por carecer de Estado, policía, jueces, etc. Sin embargo, en las ciudades que gobernaron los comités revolucionarios no se vio ningún caos, al contrario, lo que predominaba era el espíritu de solidaridad fraternal entre la población y la toma de decisiones para organizar la vida cotidiana de una forma directa a través de la participación popular. Lo que temía el imperialismo, los ex socios de Gadafi, es precisamente al nuevo orden revolucionario que no podían controlar. Tenían que ver el modo de minar la confianza de las masas en sus propias fuerzas y poder introducir en su seno la idea —hasta entonces rechazada por éstas— de la necesidad de que el imperialismo interviniera. Como hemos dicho, el sano instinto de las masas populares y de los trabajadores era de oposición a cualquier tipo de intervención extranjera, como se reveló en numerosos medios de comunicación independientes. Sin embargo, ya desde las primeras horas en las que el régimen estaba colgando de un hilo, los dirigentes proimperialistas del consejo nacional libio introdujeron varias ideas perniciosas para la revolución: 1) no somos suficientemente fuertes para vencer por nosotros mismos a Gadafi debido a que controla la fuerza aérea. 2) No queremos la intervención extranjera, pero podemos ganar si la OTAN o la ONU intervienen con una zona de exclusión aérea.

 

El programa militar para la victoria de la revolución

 

Es evidente que éste modo de plantear la cuestión de la lucha contra Gadafi introdujo un elemento de parálisis y, una cuestión vital en la revolución, restó confianza en sus propias fuerzas a las masas, de cara a acometer el asalto final contra la dictadura. Esto dio un tiempo vital al régimen de Gadafi, y a los propios imperialistas hasta entonces paralizados y sorprendidos por el ascenso del movimiento revolucionario, para recuperar la iniciativa. Si bien el ejército y la policía se habían descompuesto, fruto de la acción revolucionaria de las masas, Gadafi y su familia tenían aún una guardia pretoriana de regimientos de elite y de mercenarios con los que pudo controlar Trípoli temporalmente y retomar la ofensiva contra las ciudades revolucionarias. De hecho, Al Jazeera informó que “la empresa israelí Global CST, ha enviado hasta ahora 20.000 mercenarios a Libia, a fin de reprimir las revueltas populares. De acuerdo a dicho informe los representantes de esta empresa mantuvieron un encuentro con el titular de Inteligencia Interior de Libia, Abdullah Sanusi, y los detalles del tratado han sido confirmados. Se dice que Gadafi paga diariamente por cada uno de los mercenarios 2.000 dólares, de lo cual cada uno recibe sólo 100 dólares y el resto se reparte la empresa israelí y los jefes de las tribus abastecedores de estas fuerzas (www.-elciudadano.cl/2011/03/02). Conforme la ofensiva de Gadafi fue ganando terreno, jefes militares que habían permanecido al margen esperando ver como se dilucidaba la lucha, se volvieron a posicionar con Gadafi.
Danton, jefe militar de la revolución francesa, acuñó como consiga el lema: “audacia, audacia y mas audacia”. Esto no era una frase hecha, vacía, sino una cuestión vital para la supervivencia y victoria de cualquier insurrección. La revolución, y particularmente la insurrección de masas, sólo puede vencer si avanza sin tregua conquistando cada posición y derribando todos los obstáculos: si no lo hace todo el edificio creado por ella amenaza con derrumbarse. Y eso es lo que ha sucedido en la revolución libia. Esto ha sido consecuencia de la ausencia de un partido revolucionario que diera una orientación clasista e internacionalista a la guerra librada contra las fuerzas armadas de la dictadura, empezando por la urgencia de la ofensiva militar. Que llamará a la población a la más absoluta desconfianza hacia los nuevos dirigentes del consejo nacional libio, combatiendo desde el principio la idea de la exclusión aérea, una trampa que dejaba a los imperialistas el terreno despejado para sus maniobras, e infundiera entre las masas el espíritu de que la única victoria posible pasaba por la toma inmediata de Trípoli. Y junto a todo esto, llamar a la solidaridad internacionalista de la población árabe de todos los países de la zona, a la organización de huelgas de solidaridad, boicots económicos al régimen de Gadafi, y a la ayuda militar de los trabajadores y jóvenes con voluntarios para combatir. El programa militar de la revolución es fundamental, por eso la actividad del ejército insurrecto debía dirigirse con acciones concretas decididas a demostrar a la población, de dentro y de fuera de Libia, que el objetivo era la liberación social para barrer el dominio de la familia Gadafi, del resto la burguesía libia y a las multinacionmales imperialistas que llevan años saqueando juntos el país, es decir: terminar con el capitalismo luchando por la transformación socialista de la sociedad. Al no hacer esto le dio la oportunidad a Gadafi de lanzar una contraofensiva y a los imperialistas de poner en marcha una nueva estrategia para intentar mantener el control del país.
La ausencia de una organización revolucionaria que unificara las diferentes milicias con este programa, hizo que el lado fuerte de las mismas, que es el entusiasmo, la espontaneidad y el espíritu de sacrificio, ante el ataque de fuerzas menores en número pero mejor preparadas y dispuestas a cualquier atrocidad, como eran los mercenarios de Gadafi, pusieran de manifiesto su lado débil, su deficiente entrenamiento militar, su dispersión. Como señalamos en la declaración de la CMR, Revolución y contrarrevolución en Libia: “Las masas, inquietas, intentan salvar su revolución con las pocas armas a su alcance y un inmenso coraje y voluntad de resistir hasta el final pero carecen de un partido revolucionario que les dé dirección, que organice la lucha militar y al mismo tiempo proponga un programa y una estrategia para completar y consolidar la revolución. Ese es el factor decisivo que puede acabar condicionando el futuro de la revolución.
Como ha explicado muchas veces el marxismo, la contrarrevolución para lanzarse al ataque no necesita tener más apoyo social que la revolución. De hecho, siempre que han conseguido derrotar a la revolución lo han hecho no por ser más sino por la ausencia de dirección al frente de las filas revolucionarias o por los errores cometidos por esa dirección al no aprovechar la oportunidad de noquear definitivamente a la reacción y permitir a ésta conservar aunque sólo sea una parte de su poder. En Libia volvemos a ver cómo el poderoso río desbordado de la iniciativa espontánea de las masas necesita inevitablemente el cauce de una organización revolucionaria formada por miles de cuadros y activistas unidos por un mismo programa y estrategia para vencer. Debido a esa falta de una dirección revolucionaria, el momento inicial de avance incontenible del movimiento revolucionario y desbandada en las filas del régimen, que llevó a la revolución hasta las propia puertas del palacio de Gadafi en Trípoli, no fue aprovechado para unificar de manera inmediata a los comités y milicias populares que de manera espontánea las propias masas estaban creando en cada población para velar por su seguridad y garantizar la defensa. No se constituyó un ejército revolucionario unificado formado por el pueblo en armas ni se organizó un avance masivo sobre Trípoli que acompañase la insurrección de las masas en los barrios más pobres de la capital.
Esta insurrección en Trípoli se produjo, pero ahí era donde Gadafi que, aunque criminal y enloquecido, sí tenía un plan y concentraba sus fuerzas más fiables: las unidades de elite dirigidas por sus propios hijos Khamis y Muntasim (y otros altos oficiales estrechamente vinculados a la corrupta camarilla que controlaba el poder) y su ejército de mercenarios procedentes del extranjero. Esta guardia pretoriana equipada con moderno armamento vendido por los propios imperialistas estadounidenses y de la Unión Europea y financiadas con el dinero del petróleo y los negocios que la familia Gadafi mantiene con los imperialistas es la que hoy están masacrando al pueblo. El resultado es que mediante el uso del terror Gadafi pudo mantener el control de Trípoli y lanzar el ataque que ahora está causando miles de víctimas y podría acabar con la revolución.
Como explicaba Engels, el Estado, en última instancia, son cuerpos de hombres armados en defensa de la propiedad. Algunos de esos cuerpos de hombres armados en Libia se vieron disueltos por el ascenso revolucionario, sobre todo en el este del país. Muchos soldados y oficiales se pasaron a la revolución pero de un modo en su mayor parte descoordinado e individual, sumándose a milicias y grupos armados que en cada localidad intentaban asegurar la defensa. El grueso del armamento, en particular el armamento pesado, y las unidades mejor equipadas y con mayor poder de destrucción, siguen, sin embargo, en manos de Gadafi. El ejército y, especialmente, los cuerpos profesionalizados y de elite (no digamos ya los mercenarios), tiende a constituir la última línea de defensa de cualquier régimen reaccionario contra las masas. Los mandos militares y los mercenarios, además, están acostumbrados a actuar de manera disciplinada, implacable, reprimir y matar.
Las masas se ven ahora obligadas a luchar en condiciones de inferioridad militar, con las únicas armas de su mayor número, entusiasmo y disposición a ir hasta el final pero sin coordinación, y un plan unificado frente a unas tropas bien adiestradas y equipadas y que carecen de escrúpulos a la hora de disparar contra civiles desarmados, bombardear a la población, etc. Para derrotar la acometida de Gadafi y vencer, la revolución necesita en primer lugar organizar el armamento general del pueblo en Bengasi y las demás zonas liberadas, creando un ejército revolucionario del pueblo mediante la unificación de todas las milicias. Al mismo tiempo, los comités populares deben ser la base de un Estado revolucionario, socialista, que nacionalice todos los recursos del país y tome de manera inmediata medidas para resolver todos los problemas sociales que sufre la población”.
Como señalamos en la misma declaración, al imperialismo le hubiera gustado intervenir antes pero fue la existencia de las masas revolucionarias que no controlaba y el sentimiento antiimperialista de las mismas, las que impedían que estos intervinieran. Se tenían que crear las condiciones políticas para que la intervención pudiera darse: “Por eso, con el cinismo que les caracteriza, parece que el juego imperialista es esperar a que Gadafi machaque a las masas un poco más y a última hora realizar algún tipo de intervención. Con la moral y energía de la población insurrecta debilitada y un sector de sus propios dirigentes pidiendo la intervención, la táctica de los imperialistas es aparecer como salvadores y al mismo tiempo establecer una cuña sobre el terreno que garantice sus intereses económicos y políticos en la región. Como se afirma en la última declaración de la CMR de Venezuela, “intentan atraerse a diferentes representantes del llamado Consejo Nacional Libio de Transición (CNLT) y colocar a las masas revolucionarias ante una situación insostenible que les permita llegar a acuerdos con determinados representantes políticos de cara a que asuman sus puntos de vista y aseguren los negocios imperialistas en el país”.

 

Los imperialistas contra la revolución libia.
La posición de la izquierda en Europa y América Latina

 

Los acontecimientos han sucedido como señalábamos en esa resolución. El imperialismo francés, que tiene poderosos intereses en la región y quiere ampliar su zona de influencia, tras la resolución de la ONU puso al resto de potencias ante el hecho consumado de su decisión de atacar Libia. En esas condiciones, Estados Unidos y Gran Bretaña no se podían quedar atrás, a pesar de todas las vacilaciones mostradas en las semanas anteriores y se decidieron por la intervención y por tener un papel protagonista de primer orden.
Gadafi declaró recientemente que iba a entrar en Bengasi como las tropas de Franco entraron en Madrid en la guerra civil española. Para todos aquéllos que desde la izquierda tuvieron alguna duda del carácter reaccionario de este elemento, sus propias palabras le delatan. Gadafi representa la contrarrevolución armada contra las masas insurgentes. Al igual que Franco en los primeros días de la guerra civil española, sin bases de apoyo firmes en el país tras la insurrección obrera en Barcelona y Madrid y otras ciudades, tuvo que basarse en las tropas mercenarias legionarias y coloniales marroquíes para utilizarlas como ariete contra las masas revolucionarias. El papel de los dirigentes reformistas y burgueses de la republica española, que en un primer momento intentaron llegar a un acuerdo con los fascistas y se negaron a organizar seriamente la resistencia de los trabajadores contra el golpe, permitió el avance de Franco de tal modo que en apenas dos meses después del golpe, Franco estaba en condiciones de sitiar la capital (Madrid) y generar una situación desesperada. El sacrificio de las masas paró el asedió a la capital pero la negativa a organizar y coordinar las milicias revolucionarias por parte del gobierno permitió a las tropas mercenarias, mejor entrenadas y dispuestas a cualquier masacre, avanzar rápidamente. Una situación muy similar se está viendo en Libia. Tras los primeros rápidos contragolpes de las tropas fascistas, los dirigentes republicanos, reformistas y estalinistas de la republica española, entraron en pánico y en vez de poner el énfasis en la capacidad de las masas para vencer al fascismo por sus propias fuerzas con la ayuda de la clase trabajadora de otros países y sobre la base de un programa revolucionario, colocaron la confianza de la victoria en la intervención extranjera, de Francia y Gran Bretaña, “las potencias democráticas”. Para garantizar tal intervención, impusieron un programa burgués en el campo republicano y frenaron toda iniciativa revolucionaria por parte de las masas. Todo ello sentó las bases para la victoria del fascismo en España en abril de 1939.
Por ahora, en Libia, la intervención de las fuerzas imperialistas se ha acotado a crear una zona de exclusión aérea acabando con capacidad aérea del mermado ejército libio. Sin embargo, esto es sólo el inicio de la intervención. La guerra tiene su propia dinámica y es la ecuación más compleja de todas. El imperialismo no se va a detener y no se puede detener. Su objetivo es controlar al país e intentar derrotar a Gadafi, pero sobre todo, acabar con la revolución popular. La posibilidad de enviar tropas terrestres, como en Afganistán o Iraq, es una alternativa que pone los pelos de punta a los imperialistas por las consecuencias impredecibles que puede tener. Y esta perspectiva ya ha provocado fisuras abiertas en la coalición occidental: Alemania se opone, Turquía se opone, EEUU tiembla ante esta solución y, por otro lado, otras potencias como Rusia y China también se oponen. La cuestión es que derrotar a Gadafi con bombardeos aéreos es poco probable. Por eso los imperialistas pueden barajar, como salida inmediata, ayudar con armas, logística y hombres a los insurrectos. Pero sólo lo harán si hay garantías de que la revolución está liquidada. En todo caso, una opción de este tipo también tiene sus riesgos.
Si las tropas rebeldes, debido a la política nefasta de su dirección, aceptan jugar este papel, significaría en la práctica que, temporalmente, los imperialistas pueden terminar de descarrilar la revolución y utilizarlos como carne de cañón para sus planes imperialistas en la región. Esta hipótesis significaría una guerra cruenta y larga, que tendría también otros efectos. No se podría descartar que en un conflicto de este tipo, las fuerzas de Gadafi pudiesen resistir por un periodo y el régimen se viera reforzado en el interior de Libia apelando al sentimiento antimperialista de las masas con su demagogia. Aunque su apoyo social es nulo, la intervención le da un margen de maniobra mayor.
El mayor problema de la revolución libia es que tras los primeros días en los que la iniciativa espontánea de las masas descompuso al Estado burgués y rompió los planes imperialistas (que inicialmente eran buscar una negociación entre Gadafi y la oposición burguesa en el exterior), la iniciativa política, tanto dentro como fuera de Libia, pasó totalmente a manos del imperialismo y de los sectores afines a él. Las masas han estado huérfanas de dirección y sin un punto de referencia a donde mirar y guiarse, salvo su instinto revolucionario sobre que es lo que no quieren. En ese sentido, los dirigentes de las organizaciones políticas y sindicales de masas que se identifican con la izquierda tienen una enorme responsabilidad.
Los dirigentes de la izquierda reformista en Europa en lugar de utilizar la enorme simpatía que la revolución en el mundo árabe, en Túnez, Egipto, Libia, Bahrein, ha despertado entre los jóvenes y trabajadores para movilizar a las masas en sus países en apoyo a las masas libias, denunciar la política de colaboración con Gadafi y el saqueo de los recursos del pueblo libio y los demás pueblos árabes que llevan a cabo los gobiernos burgueses de la Unión Europea, han apoyado desde el primer momento la intervención del imperialismo, y muchos de ellos en este momento saludan, incluso, la resolución de la ONU y los bombardeos. Ante esta política reformista y procapitalista, los ojos de millares de revolucionarios de los pueblos árabes y de todo el mundo estaban puestos en la izquierda revolucionaria de América Latina. En Bengasi eran muchos los que se preguntaban por qué Chávez no les daba un apoyo decidió contra Gadafi. Tras su heroica resistencia y sus victorias frente al imperialismo, las revoluciones en Venezuela y Cuba, y las figuras de Fidel Castro y Hugo Chávez, se han ganado el derecho a ser vistas por millares de jóvenes y trabajadores en todo el mundo como un punto de referencia a la hora de luchar contra el imperialismo, el capitalismo y la opresión. Precisamente por ello, los imperialistas y sus lacayos a sueldo en los medios de comunicación se esfuerzan por intentar identificar a estos dirigentes y gobiernos revolucionarios con contrarrevolucionarios y represores como Mubarak, Gadafi o Ben Alí.
La revolución en el mundo árabe era una oportunidad, además, para apoyar a las masas de estos países, para combatir estas calumnias imperialistas y unir en la lucha a las masas revolucionarias árabes y latinoamericanas. Si desde la izquierda latinoamericana y, particularmente desde Venezuela y Cuba, se hubiera dado una apoyo a las masas insurrectas árabes, primero en Túnez y Egipto donde se vio el movimiento desde un primer momento con dudas y desconfianza, y luego en Libia, donde simplemente se negó que existiese ninguna revolución, esto habría estimulado la revolución en todo el mundo árabe, enlazado con el instinto de las masas de Bengasi y obstaculizado de forma importante los planes, tanto de los dirigentes de la oposición burguesa a Gadafi como del imperialismo, para desviar de sus objetivos revolucionarios a estas masas y abrir las puertas a la actual intervención.
En lugar de ello, se dio por buena la teoría de que en Libia no había ninguna revolución, se aceptó en la práctica la demagogia de Gadafi y se planteó la idea de que si los imperialistas estadounidenses y europeos denunciaban a éste era porque se trataba de un líder antiimperialista (en contra de toda evidencia ya que Gadafi ha firmado durante los últimos años todo tipo de acuerdos y alianzas con estos mismos imperialistas, privatizado las empresas y atacado los derechos de los trabajadores por todo lo cual, como hemos insistido, ha sido elogiado por el mismísimo FMI). Esta posición del gobierno bolivariano y de otros gobiernos de izquierda de la región —independientemente de que su intención no sea ésa— no ha servido para levantar un muro contra los planes del imperialismo que pretenden separar la revolución en el mundo árabe de la revolución en Latinoamérica, intervenir hoy contra la primera e intentar aislar y desprestigiar a la segunda.

 

Aprender de los acontecimientos

 

Los revolucionarios latinoamericanos y del resto el mundo tenemos que aprender de nuestro enemigo de clase, de los capitalistas y de los imperialistas. El imperialismo norteamericano comprendió que era complicado mantener a sus títeres en estos países, y rápidamente se posicionó para que tras la caída de los mismos sus intereses estuvieran lo mejor representados, tratando de ponerse o aparecer al frente del movimiento por la democracia. Esta hábil jugada política descolocó a la izquierda en general y a la latinoamericana en particular, salvo honrosas excepciones. Teníamos que haber aprendido del imperialismo: si desde el primer momento se hubiera apoyado la revolución árabe y, sobre todo, Chávez hubiera aparecido ante las masas árabes como su campeón planteando que no tenían tan sólo que luchar por la democracia burguesa representativa sino, como se intenta hacer en Venezuela, por el socialismo, eso hubiera sido una piedra de toque contra los planes del imperialismo en la zona y hubiera consolidado la unidad entre las masas y los pueblos revolucionarios de América Latina y Oriente Medio. Desafortunadamente, esto no ha sucedido permitiendo al imperialismo avanzar sus peones.
Sin embargo, los cálculos de los imperialistas se hacen sobre bases completamente falsas. Obama y la socialdemocracia cree que en el mundo árabe estamos ante una revolución democrática, haciendo una analogía falsa con la caída del estalinismo. Como hemos resaltado en otros artículos y declaraciones, el carácter de la revolución árabe no es democrático, si por democracia burguesa se entiende este concepto, sino socialista, porque las masas para resolver sus problemas más inmediatos, desde el pleno ejercicio de las libertades de expresión, de manifestación y organización hasta las demandas básicas de empleo, vivienda, sanidad… van a chocar (están chocando ya) con el capitalismo, con el aparato del Estado burgués que, aunque debilitado, sigue en pie. Es por ello que, lejos de llevar a un control y estabilización de los nuevos regímenes que surjan, el imperialismo y el capitalismo se va a encontrar con enormes dificultades para controlar a las masas que van a aumentar el calado y la audacia de sus demandas, poniendo en cuestión que bajo el sistema capitalista es imposible darles satisfacción.
El caso es que la intervención en Libia no resuelve el problema sino que lo empeora, con la posibilidad de una escalada militar y el estancamiento del conflicto. El imperialismo, como en Iraq y Afganistán, puede quedar entrampado. El ministro de Exteriores británico señaló la posibilidad, incluso, de dividir el país. Esto sería un tremendo crimen contra la revolución libia y árabe en general, que la población pagaría con su sangre. Sin embargo, las masas aún no han dicho su última palabra. Pese a la ofensiva de Gadafi, lejos de estar derrotadas están en ebullición: de darse la invasión las tropas imperialistas, incluso en las zonas revolucionarias, no serian bien recibidas y a medida que se haga evidente para las masas el engaño que suponen las palabras imperialistas esto significará una nueva fase del conflicto. Como hemos explicado, la experiencia de las masas desafiando el poder del Estado burgués, el ejército, etc., e incluso asumiendo durante semanas la gestión de la vida social en numerosas ciudades, dejará una profunda huella en su conciencia y volverá a empujarlas a la lucha y a sacar lecciones de la amarga experiencia que hoy están viviendo a manos de Gadafi y de los imperialistas: la primera de ellas será comprender que no pueden confiar en nadie más que en sí mismas y que es necesario dotarse de una dirección surgida de su propio seno, bajo su control permanente y que defienda una política de independencia de clase.
Por otra parte, a medida que la intervención se complique y del plan para imponer una zona de exclusión aérea se tenga que pasar a una intervención más directa, el precario acuerdo que han alcanzado los distintos bandidos imperialistas tenderá a hacerse más difícil y crecerán las tensiones entre ellos. Ya lo estamos viendo. Los imperialistas de China, Rusia e India, con un cinismo a prueba de bomba, critican la intervención pero no utilizaron su derecho a veto para impedirla sino que, en la práctica, la avalaron con su abstención. Están esperando a ver cómo se desarrollan los acontecimientos para ver si en caso de una victoria imperialista rápida se suman al reparto del botín, o si la guerra se complica marcar distancias y desarrollar un juego diferente en el país. Como hemos dicho muchas veces, pese a los choques de intereses entre todas estas potencias imperialistas, hay una cosa que les une: su desprecio absoluto por las masas y su deseo de seguir explotando a los trabajadores en el mundo árabe, en sus propios países y en todo el planeta.
Otro factor esencial para comprender las perspectivas es que, como hemos explicado, no estamos ante una revolución aislada en un país sino en toda la región. Tanto los imperialistas como diversos regímenes reaccionarios de la región que han apoyado con dinero y mercenarios a Gadafi intentan utilizar ahora Libia o Bahrein (donde el imperialismo también está interviniendo contra la revolución pero a través de su principal aliado en la zona, la monarquía reaccionaria de Arabia Saudí) para dar una lección a las masas, poner límites al movimiento de éstas y frenar la extensión y avance de la revolución. Pero la lucha entre revolución y contrarrevolución, con alzas y bajas, victorias y derrotas coyunturales, continuará por todo un período histórico. Lo que ocurra en cada país se verá condicionado y, a su vez, dialécticamente influirá sobre todos los demás. Y la revolución árabe lejos de terminar sigue extendiéndose. La última semana ha visto nuevos levantamientos en Yemen, con decenas de muertos, la amenaza de extensión a Arabia Saudí, plaza fuerte del imperialismo, el inicio de las movilizaciones en Siria, las marchas en Gaza, duramente reprimidas por Hamas, etc. Las ondas de la revolución árabe, tras el temblor con la que la acción de las masas sacudió al capitalismo e imperialismo internacionalmente, sigue y va a continuar desestabilizando todos los regímenes burgueses, no tan sólo del norte de África, si no más allá. Este es un factor también decisivo para el futuro de la revolución libia pese a las maniobras criminales de los imperialistas y sus títeres.
Esta lucha entre revolución y contrarrevolución en el mundo árabe se inscribe en la agudización general de la lucha de clases en todo el mundo y la imposibilidad de los imperialistas de recomponer el equilibrio de su sistema, La decadencia prolongada del capitalismo obligará a los jóvenes y trabajadores en todo el mundo desde Libia, Túnez y Egipto hasta Venezuela, Bolivia o Ecuador pasando por Europa, China, Japón o los propios Estados Unidos a luchar por sus derechos y buscar una y otra vez un camino para transformar la sociedad.

 

¿Quiénes son los amigos de la revolución?

 

La intervención imperialista sobre Libia también ha sido la primera prueba de fuego de la teoría de la multipolaridad. Según esta teoría reformista, socialdemócrata, vamos hacia un mundo multipolar donde emergen diferentes países que, antagónicos a Estados Unidos, pondrán coto al poder del imperialismo. Esta teoría de la multipolaridad es un refrito de la vieja teoría estalinista del bloque antiimperialista, por la cual se tenía que conformar un bloque con todos esos Estados, gobiernos o partidos que por alguna razón estuvieran enfrentados al imperialismo, aunque su política fuera derechista o reaccionaria con el fin de impedir que el cerco imperialista contra la Unión Soviética, China o Cuba, se cerrara. Eso llevó a los Partidos Comunistas a apoyar a todo tipo de elementos capitalistas que llevaron al movimiento revolucionario a la derrota en muchos países o confundieron a la vanguardia revolucionaria. En Irán, por ejemplo, el PC (Tudeh) apoyó a Jomeni; en Iraq ocurrió lo mismo con Sadam. En el caso de Indonesia, el PCI apoyó a Suharto y fue diezmado en el golpe de Estado. Hay muchos y abundantes ejemplos.
En la votación del consejo de seguridad de la ONU, China, Rusia, India y Brasil se abstuvieron cínicamente cuando se votaba la resolución a favor de la intervención militar, lavándose las manos y dejando libre al imperialismo francés, norteamericano y británico para atacar Libia. Esto muestra a las claras que el día de mañana ante una intervención contra Venezuela por parte del imperialismo norteamericano, Rusia, China o el propio Brasil, lejos de ser amigos, a pesar de los acuerdos comerciales que pueda haber y las buenas relaciones, se convertirán en cómplices y verdugos de la intervención imperialista contra la revolución venezolana. Estos hechos deben hacer reflexionar al gobierno bolivariano y al comandante Chávez de que la única manera efectiva de frenar al imperialismo es extendiendo el socialismo a otros países, y que la política de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” puede ser una trampa mortal. Otorgando una supuesta credibilidad revolucionaria a regímenes reaccionarios como el de Irán o Libia o considerando a Rusia, China o Brasil, todas ellas potencias imperialistas y capitalistas, como amigos de la revolución bolivariana por estar coyunturalmente enfrentados a los gringos, no quiere decir, ni mucho menos, que a la hora de hacer frente a una intervención imperialista en Venezuela o a un golpe de Estado de la contrarrevolución, estos países fueran a mover un solo dedo.
El caso del consenso en el consejo de seguridad de la ONU en atacar Libia proviene del carácter de clase de los gobiernos de estos países. Todos ellos son capitalistas, y si en algunos aspectos pueden estar enfrentados al imperialismo norteamericano es por áreas de influencia y explotación. China se está convirtiendo en un poderoso competidor económico y militar para Estados Unidos, como recientemente señaló Obama, pero China compite no por un mundo mas justo, sino para que los capitalistas chinos, muchos de ellos dirigentes del PCCH, se enriquezcan más a costa de la explotación de las masas africanas y de América Latina, por no decir de las de su propio país. Lo mismo sucede con Rusia, Irán, y Libia, donde una elite capitalista y explotadora gobierna. Considerar a estos países aliados de Venezuela, supone poner una soga en el cuello de la revolución bolivariana.
En la resolución de la ONU que permite atacar Libia se muestra como, a la hora de la verdad, para las burguesías de todos estos países prima más el saqueo que las antiguas alianzas o acuerdos con Gadafi. El mundo está repartido entre bandidos imperialistas, que luchan entre sí de un modo creciente por el control de los mercados mundiales, pero llegado el caso, cuando el bandido mayor (EEUU) organiza junto a sus socios menores Gran Bretaña y Francia el saqueo de un país e invita al resto de bandidos al festín, éstos no tuercen el gesto, sino que cínicamente se lavan las manos y esperan su parte de la tajada. Y lo que es válido hoy para Libia mañana será para Venezuela.
Sin embargo hay una diferencia fundamental entre Venezuela y Libia. El régimen de Gadafi es un régimen reaccionario capitalista al que sus amos han dado la espalda. El imperialismo quiere el petróleo libio, por supuesto, pero también quiere, y eso es fundamental para ellos, derrotar el movimiento revolucionario, posicionarse mejor en el norte de África, y repartirse el enorme pedazo de tarta que consumía la familia Gadafi directamente entre ellos. Entre bandidos no hay honor ni lealtad. Sólo prima el interés. En Venezuela hay una revolución que es la punta de lanza en todo el mundo de la lucha de los trabajadores y oprimidos por el socialismo. Ese es el principal mérito del comandante Chávez que se ha convertido en un ícono de la lucha por el socialismo. Las masas de América Latina sólo van a poder conjurar la intervención imperialista, destruyendo las bases de la misma, el sistema capitalista y confiando en la extensión de la revolución socialista. Luchando internacionalmente por el auténtico socialismo, sobre la base de la nacionalización de los medios de producción bajo control obrero y popular para planificar la economía nacional y mundialmente para terminar con la anarquía del mercado y el imperio de las multinacionales y el capital financiero que en verdad controla el mundo. Ese es el socialismo que se debe impulsar y no el intento de la burocracia reformista bolivariana que trata de crear una vía intermedia, que lucha contra el control obrero en Venezuela, que pospone la construcción del socialismo por décadas, que mantiene la mayor parte de la economía venezolana en manos capitalistas y sostiene el aparato burocrático que es una de las principales amenazas contra la revolución. Esa misma burocracia que tiene mil negocios con la burguesía nacional y con los capitalistas chinos, iraníes y rusos, y trata de hacer pasar a estos países como amigos de la revolución. Sobre la base de una auténtica política internacionalista que luche por extender la revolución socialista en todo el mundo, apoyándonos en la capacidad de combate de las masas, conseguiremos conjurar la amenaza imperialista y terminar con el capitalismo. En el caso de Venezuela, sembrar vanas ilusiones en potencias capitalistas emergentes conducirá a confundir al pueblo, aislar la revolución y preparar la derrota.
Y sí es posible que las masas derroten al imperialismo, no necesitan de falsos amigos, de salvadores, incluido en Libia. La masacre de los revolucionarios libios que luchan contra Gadafi y que no quieren la intervención imperialista, se puede evitar si se moviliza a todas las masas árabes, a la clase trabajadora, que tiene que dotarse de un auténtico programa revolucionario socialista. Los trabajadores y pobres latinoamericanos no necesitamos la ayuda de los capitalistas chinos, rusos o iraníes. Necesitamos la ayuda de sus pueblos a los que tenemos que ayudar a que derriben a esos gobiernos. Del mismo modo que las masas revolucionarias libias no necesitan de la intervención imperialista para dar cuenta de Gadafi y de su camarilla podrida y corrupta. Tienen que dotarse de un programa, unos métodos y unas ideas que sean capaces de agrupar a los trabajadores tunecinos, egipcios, libios y del resto del mundo árabe y conducirlos a la victoria. Y este programa es el del marxismo revolucionario con el que se puede lograr el triunfo de la revolución árabe y la derrota del imperialismo. Toda la situación objetiva empuja hacia estas ideas, conectan con la experiencia de las masas en acción. Con objetivos claros, dotados de un partido revolucionario que sea capaz de golpear a los capitalistas y los imperialistas, no habrá fuerza que pueda con las masas levantadas. Ya tumbaron a Ben Alí y Mubarak y lo harán solos contra los imperialistas y contra Gadafi, o con cualquier otro gobierno burgués que las potencias occidentales pudiesen imponer. A diferencia de todos los poderes imperialistas y los dictadores, sus secuaces socialdemócratas que justifican sus políticas frente a los trabajadores y los pobres, o los intelectuales pequeñoburgueses desmoralizados que desconfían de la capacidad de las masas para cambiar su situación y se limitan a poner nota a cada movimiento revolucionario de las masas y suspenderlo o rebajarlo de categoría si no es lo suficientemente puro y exento de contradicciones, la Corriente Marxista Revolucionaria tiene confianza en la capacidad de los trabajadores unidos para poder sortear cualquier obstáculo. Los turbulentos acontecimientos de los próximos años, en esta fase de decadencia capitalista, pondrán a prueba a todas las tendencias políticas del movimiento obrero y darán la oportunidad para que las ideas del marxismo se conviertan en una fuerza de masas en el mundo árabe, en América Latina, Europa y también en EEUU.

¡No a la intervención imperialista en Libia!
¡Viva la revolución árabe!
¡Viva el socialismo internacional!

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