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El sistema capitalista ha experimentado una profunda transformación. La recesión mundial, en realidad una crisis de sobreproducción sin precedentes desde 1929 agudizada por el desplome del sector financiero y la explosión de deuda pública en los países capitalistas más poderosos como consecuencia de la aplicación generalizada de planes de rescate, ha sacudido los cimientos económicos y políticos del capitalismo internacional, Los fundamentos de la ideología burguesa predominante en estas últimas décadas y los pronósticos de los estrategas del capital han sido desmentidos por los hechos. La idea de un futuro de prosperidad y democracia, repetida insistentemente en los medios de comunicación, en las tribunas parlamentarias, universidades y en los aparatos reformistas de las organizaciones de la clase obrera, han dejado paso al desconcierto y las previsiones más sombrías. Todas las certezas del periodo anterior se han hecho añicos, mientras en los foros de la clase dominante se discute sobre la viabilidad de la UE, la nueva escalada de proteccionismo económico, el enconamiento del enfrentamiento interimperialista por el mercado mundial y, lo más importante, los efectos de la crisis en la lucha de clases.
La virulencia de la actual recesión hunde sus raíces en el boom precedente. Éste se basó, entre otros aspectos, en factores derivados de las derrotas del movimiento obrero en Europa, EEUU y América Latina en los años setenta y ochenta, y la posterior restauración capitalista en los antiguos países estalinistas (URSS, China, Este de Europa), que permitieron incrementar globalmente la explotación de la fuerza de trabajo y reducir los salarios reales, propiciando una nueva división del trabajo internacional. Otros factores, como la caída del precio de las materias primas o el desarrollo de la economía china, contrarrestaron las tendencias a la recesión existentes en occidente facilitando la expansión del comercio mundial. En el periodo más intenso del anterior boom económico (2003-2007), la economía china se convirtió en la primera receptora de inversión de capital extranjero de todo el mundo, en la principal fuente de financiación del consumo privado de los EEUU (en mayo de 2009 llegó a acumular 800.000 millones de dólares en bonos del tesoro norteamericano) y también en el mayor proveedor del mercado doméstico norteamericano.
El crecimiento del comercio mundial y una intensa explotación de la clase obrera gracias al aumento de la jornada laboral, la intensificación de los ritmos de trabajo, la precarización y desregulación del mercado laboral y la caída de los salarios, contribuyó al abaratamiento de los costes de producción, contrarrestando la tendencia decreciente de la tasa de ganancias. También jugó un papel relevante en este sentido las privatizaciones en el sector productivo estatal, las telecomunicaciones y los servicios sociales, que aceleraron la acumulación capitalista de los grandes monopolios estadounidenses y europeos. La aplicación de la nueva tecnología de la información también sostuvo esta dinámica.


Capital financiero y crisis de sobreproducción

 

No obstante, si el boom en las economías centrales del capitalismo se prolongó durante tanto tiempo fue debido a otro factor esencial: el recurso generalizado al crédito, que además de impulsar actividades puramente especulativas mantuvo el consumo doméstico de la principal economía del mundo (EEUU) e, indirectamente, la producción de una parte importante de las manufacturas mundiales. Pero lo que en un periodo reforzó el ciclo alcista de la economía y tiró de la producción, ensanchando el mercado mundial, en un momento determinado se convirtió en la fuente de contradicciones poderosas: el crédito barato generó una espectacular burbuja bursátil e inmobiliaria que atrajo miles de millones de euros acumulados en los años anteriores (finales de los noventa). Debido a la desregulación masiva del sector financiero, al incremento espectacular de la actividad bursátil y la especulación inmobiliaria, se obtuvieron plusvalías excepcionales sin la necesidad de pasar por la inversión productiva. El crédito masivo también creó las condiciones para un endeudamiento privado y empresarial sin precedentes que se cubría con más deudas. Estas deudas multimillonarias, gracias a la ingeniería financiera, se transformaron en activos financieros que cotizaban al alza frenéticamente, hasta que todo el sistema estalló el verano de 2007 a raíz de los impagos generalizados de las hipotecas subprime en EEUU.
Los grandes capitalistas, monopolios y bancos hicieron negocios multimillonarios en este período. La tasa media de beneficios empresariales en EEUU y Europa pasó de un 12-14% entre 1975-1982, a valores superiores al 20% desde finales de los años noventa hasta mediados de la década de 2000, tasas similares a las obtenidas en la época dorada del capitalismo occidental durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX. La diferencia fundamental con aquellos años prodigiosos del capitalismo norteamericano y europeo es que mientras el grueso de la acumulación capitalista se efectuaba a través de la reinversión de capital en la producción, en estas últimas dos décadas una parte sustancial de los beneficios del capital se han logrado mediante la especulación financiera. La brecha entre la producción real y el capital ficticio en estos años aumentó en proporciones desconocidas (el 90-95% de los movimientos de capital no responden a operaciones comerciales o de inversión, sino a movimientos puramente especulativos)1.
Cuando el sistema financiero de los EEUU se vio afectado por el retroceso de la economía real y el crecimiento del desempleo, el desplome de los grandes bancos de inversión, comprometidos hasta los tuétanos con la especulación inmobiliaria y bursátil, se precipitó. El sistema financiero mundial se vio amenazado por un colapso generalizado (especialmente tras la caída Lehmann Brothers en septiembre de 2008). Esto tuvo efectos inmediatos provocando que la crisis de sobreproducción latente emergiera a la superficie con virulencia y empeorara aún más la situación insostenible del sistema financiero. Estalló entonces una crisis clásica del sistema capitalista, de sobreproducción de mercancías, bienes y servicios, precisamente en el pico del boom económico. Una crisis que ha vuelto a poner de relieve el carácter reaccionario del Estado nacional y la propiedad privada de los medios de producción, que actúan como una camisa de fuerza sobre las fuerzas productivas.2


Los planes gubernamentales para salvar el sistema financiero: sus consecuencias

 

Los planes de salvamento público orientados al estímulo de la demanda y sobre todo al rescate del sistema financiero — una nacionalización general de las deudas bancarias bajo presupuestos capitalistas— , han supuesto la inyección, en poco más de tres años, de 20 billones de dólares en las economías de EEUU, Japón, China y la UE ¡Prácticamente un tercio del PIB mundial! No obstante, y a pesar de un desembolso de ayudas públicas sin parangón en la historia del capitalismo, incluyendo los periodos de reconstrucción posteriores a las dos guerras mundiales,  la crisis no sólo no ha sido conjurada, sino que nuevos desequilibrios han irrumpido en la escena introduciendo más incertidumbre respecto a las perspectivas para la recuperación. La explosión de deuda pública soberana, la bancarrota de las economías más débiles de Europa, la crisis del euro o el fracaso de la coordinación de la política económica de las grandes potencias mundiales, por citar algunas, han puesto de manifiesto que la utilización del Estado para salvar la economía de mercado ha cosechado resultados limitados, y en muchos casos adversos. Ello prueba la profundidad de la crisis y las enormes dificultades estructurales que encuentra la clase dominante para salir del pantano.
La deuda masiva, pública y privada, que condicionará las perspectivas generales para el próximo periodo se ha intentado contrarrestar por parte de los gobiernos capitalistas, sean abiertamente derechistas o socialdemócratas, con planes salvajes de austeridad que pretenden acabar con cualquier vestigio del llamado Estado del bienestar y anular las conquistas históricas del movimiento obrero. Planes que están actuando como una receta acabada para una explosión de la lucha de clases como no se veía desde la década de los años setenta del siglo pasado, incluso en muchos aspectos semejante a los efectos que se vivieron en los treinta, induciendo paralelamente a la continuidad de la recesión y, por tanto, alejando la posibilidad de una recuperación a corto plazo.
Los informes elaborados por los organismos económicos mundiales (FMI, BM, OCDE) a finales de 2009 afirmaban que lo peor de la crisis había pasado y en 2010 asistiríamos al fin de la recesión global. Durante meses desataron una campaña propagandística tremenda, con los famosos “brotes verdes” como eje. Dicha campaña reveló el pavor a las consecuencias políticas y sociales de la crisis. En aquellos meses pretendían convencer a la población de que se vislumbraba el final del túnel, intentando crear la ilusión de que aceptando más sacrificios, recortes en los gastos sociales, rebajas salariales, mayor precariedad laboral, se crearían las condiciones para un futuro mejor. Pero la propaganda burguesa choco con la realidad de los hechos. Los brotes verdes no se consolidaron, y la burguesía afiló el cuchillo pasando a la ofensiva.
En estos años ha aflorado con toda crudeza una paradoja que ilustra el carácter reaccionario del capitalismo. Si el Estado nacional se ha convertido en un armatoste que obstaculiza el desarrollo de las fuerzas productivas y está completamente superado por la realidad del mercado mundial, no es menos cierto que ese mismo Estado nacional es esencial para garantizar los intereses capitalistas en momentos de crisis. La burguesía nacional necesita a su Estado para defenderse de los competidores extranjeros (proteccionismo); necesita al Estado para mantener la solvencia del capital financiero; necesita al Estado para amortiguar las graves consecuencias de los conflictos políticos y sociales que se derivan de la crisis…En palabras de Federico Engels: “…El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una maquinaria esencialmente capitalista, un Estado de los capitalistas: el capitalista total ideal. Cuantas más fuerzas productivas asume en propio, tanto más se hace capitalista total...”.3 La envergadura de la crisis obligó a los gobiernos de las naciones más desarrolladas a adoptar medidas drásticas. Pero a pesar de lo que digan los defensores del neokeynesianismo, los planes de salvamento público han servido, esencialmente, para rescatar al sistema financiero a través de una masiva nacionalización de las perdidas mientras el ciclo recesivo se mantiene. El déficit presupuestario y la deuda se han disparado en todos los países a niveles históricos, en el momento en que los ingresos de los Estados, debido a la recesión, se reducen drásticamente. Y además, por increíble que parezca, este gigantesco trasvase de dinero público ha alentado un nuevo proceso de acumulación capitalista dónde el máximo beneficiario está siendo, cómo no, el mismo sistema financiero que precipitó la gran recesión. Estos son los magros resultados de las llamadas a “regular el mercado” auspiciadas por Obama, y secundadas, con entusiasmo, por los líderes socialdemócratas europeos.
Cuando se habla de crisis de liquidez para explicar lo que está ocurriendo, hay que responder que este tipo de argumentos no tienen nada que ver con la realidad. No es un problema de liquidez de capitales, que por otra parte han sido concedidos a manos llenas a la banca por el conjunto de los estados capitalistas, sino de la incapacidad del mercado mundial por absorber el exceso de mercancías, bienes y servicios, en un contexto de deudas masivas de la población y desempleo galopante. Bajo el capitalismo, la inversión productiva de capital sólo tiene sentido si proporciona ganancias tangibles al capitalista. Cuando la capacidad productiva instalada está funcionando a mínimos históricos en los EEUU, en la UE, en Japón; cuando la demanda interna se reduce dramáticamente a consecuencia del paro masivo, las deudas multimillonarias y los planes de austeridad, y el comercio mundial se contrae ¿Para qué invertir en ampliar la producción, en construir nuevas fábricas, en contratar más trabajadores?
La liquidez monetaria, que ha fluido masivamente desde los bancos centrales a la banca privada a través de créditos concedidos a tipos de interés fronterizos al 0%, no se ha orientado a impulsar la producción, ni al consumo de las familias, ha sido utilizada para sanear los números rojos de la gran banca y garantizar su solvencia, permitiendo, al mismo tiempo, que el sector financiero coseche beneficios fabulosos en el mercado de deuda pública y desvíen parte de estos fondos a operaciones especulativas en bolsa y en los mercados de materias primas. La aparición de una nueva burbuja bursátil es una realidad en todo el mundo: el mercado mundial de derivados que movía a mediados de 2007 en torno a 500.000 millones de dólares, en 2009 se acercaba a 600.000 millones; así mismo, los 25 gestores más ricos de fondos de alto riesgo, en pleno pico de la crisis (2009), lograron unas ganancias globales de más de 25.000 millones de dólares, más del doble que el año anterior. La existencia de una gran masa de capital especulativo supone un riesgo latente. La explosión de la especulación bursátil e inmobiliaria en China, o los ataques especulativos contra el euro y la deuda soberana de Gracia, Irlanda, Portugal o España son signos evidentes de esta realidad.
El capital financiero, que domina con puño de hierro la economía de mercado, obligó al conjunto de la sociedad a penetrar en el corralito de las deudas hipotecarias. Sobre la base del endeudamiento masivo, público y privado, los grandes bancos y fondos de inversión se apropiaron de la plusvalía de cientos de millones de personas. Como ahora es imposible continuar con el festín de la misma manera, el capital financiero se beneficia de plusvalías multimillonarias a través de los planes de salvamento público y, por alucinante que parezca, de financiar la gigantesca deuda pública que estos mismos planes de salvamento han generado. La deuda soberana de los 30 países más avanzados del mundo en 2010 alcanzará en promedio el 100% de su PIB. En el caso de EEUU el pago de intereses de la deuda pública supone ya la cuarta partida de su presupuesto anual. Sólo en 2009, los títulos de obligaciones emitidos en Alemania alcanzaron la cifra de 1 billón 692.000 millones de euros. En el conjunto de la UE se emitieron en 2008 más de 650.000 millones de euros en deuda pública; en 2009 fueron más de 900.000 millones y en 2010, según estimaciones conservadoras, será de 1,1 billones. El conjunto de los estados de la UE tiene ya más de 8 billones de euros en deuda pública.
La deuda pública se ha convertido en el gran negocio del momento. Pero ¿de dónde saldrán las multimillonarias retribuciones a la banca privada por la deuda pública? ¿Cómo se obtendrán los recursos necesarios para recortar drásticamente el déficit presupuestario de los Estados? La respuesta es obvia: de la sangre, el sudor y las lágrimas de la clase trabajadora a través de los llamados planes de austeridad.


La economía norteamericana en el pantano

 

Muchos “analistas” pronosticaron una rápida salida de la crisis en EEUU. Pensaban que era difícil descender mucho más. No obstante, como demostró la depresión de 1929 la caída puede ser muy grande, y la recuperación lenta y débil, arrastrándose penosamente durante años.
En las dos últimas décadas el consumo fue el pilar fundamental en el que se sustentó el boom económico norteamericano, llegando a aportar más de 2/3 partes del crecimiento del PIB (un 77,3% en 2007). Este fenómeno se apoyó en el crédito indiscriminado. Ahora todo el edificio se ha venido abajo y el consumo interno está completamente deprimido, aplastado por una montaña de deudas imposibles de pagar para millones de familias. La lacra del desempleo desalienta aún más el gasto doméstico. Los datos son elocuentes: entre junio de 2007 y finales de 2008 la pérdida de riqueza de las familias, combinando activos tangibles y activos financieros, rozó el total del PIB estadounidense (14 billones de dólares). Partiendo de estas circunstancias, las fórmulas que el gobierno Obama ha llevado a cabo para reactivar el consumo interno se han estrellado contra un muro. El paquete de 800.000 millones de dólares de ayudas públicas aprobado a principios de 2009 por la administración demócrata, tuvo una eficacia extremadamente modesta (se calcula que pudo inducir la creación de poco más de medio millón de empleos). Y este es un aspecto importante, pues a pesar de las teorías de los neokeynesianos del tipo Krugman, la inversión estatal sólo puede tener —en el caso de las economías más fuertes— un efecto limitado a la hora de paliar algunas consecuencias negativas de la recesión, o ayudar a estimular el auge cuando las condiciones objetivas para ello existen. Pero la inversión estatal no determina el ciclo económico. Para sortear la recesión y transitar la senda de la recuperación es necesario que la inversión de capital privado se reactive ante la perspectiva clara de un aumento de la demanda.
A la luz de los datos y previsiones, la crisis no ha terminado en EEUU. Todos los sectores están afectados por la sobreproducción: automóvil, construcción, acero, cemento, máquina herramienta, química, comercio…La capacidad productiva de la industria manufacturera está siendo utilizada por debajo del 72%, la tasa más baja desde el establecimiento de la serie estadística en 1948 (un 26% inferior a la media entre 1972-2008), y la inversión empresarial sigue cayendo. La destrucción de empleo no cesará a corto plazo: la recesión ha eliminado 8,2 millones de puestos de trabajo desde diciembre del 2007, alcanzando un 10, 2% de desempleo y la histórica cifra de 15,7 millones de desempleados, la mayor en 26 años. Según estudios del banco Goldman Sachs, la economía de EEUU necesitaría crecer durante los próximos cinco años a una tasa anualizada del 5% para lograr que el empleo volviese a la situación previa a la crisis. Paralelamente, la ofensiva contra los salarios se recrudece, aumentando la desvalorización de la fuerza de trabajo en un contexto favorable para los empresarios donde el ejército de reserva crece con fuerza. Pero las cosas pueden empeorar. La exposición del sector financiero estadounidense a la crisis inmobiliaria —que continua tras la caída persistente de venta de viviendas de segunda mano en un 20% de promedio a lo largo de 2010—, ha sido subrayado por el Fondo de Garantías de Depósito de los EEUU, que calcula en 552 las entidades financieras que pueden quebrar en los próximos dos años (lo que significaría una pérdida de 250.000 millones de dólares).
La perspectiva de un nuevo descenso a los infiernos para la economía norteamericana no es ningún invento. El corresponsal de El País en EEUU, Sandro Pozzi, lo fundamentaba así en un artículo del pasado 28 de agosto: “El que iba a ser el verano de la esperanza se está convirtiendo en el del miedo a que EEUU tropiece, vuelva a caer en la recesión y se lleve por delante la recuperación en todo el mundo. Ante tanta incertidumbre, el cónclave en Jackson Hole (Wyoming, EEUU) de economistas y banqueros centrales internacionales ha cobrado especial relevancia, con un mensaje de nubes y claros. ‘Esta crisis durará casi 10 años en los países más endeudados -tanto EEUU como España están entre ellos-, y apenas llevamos tres desde que estalló’, explicó en una entrevista con este diario Carmen Reinhart, de la Universidad de Maryland (...) En la calle, con 14,6 millones de parados y otros 2,4 millones que ni siquiera buscan empleo en la situación actual, la respuesta parece ser afirmativa. En EEUU hay también 8,5 millones de personas que no tienen más remedio que trabajar a tiempo parcial, lo que se traduce en menos ingresos. Y 40 millones de personas con bajos recursos que acuden a las ayudas públicas para poder comer, a los conocidos food stamps: para todos ellos, la vida es una especie de depresión contenida. Tampoco hay buenas noticias para las empresas, que ven cómo la demanda vuelve a bajar. Ni en el sector de la vivienda, donde las ventas avanzan al menor ritmo en cinco décadas...”.
La situación a mediados de 2010 era tan grave que Obama aprobó un nuevo plan de “estímulo” de 50.000 millones de dólares destinados a la inversión en infraestructuras públicas y ayudas fiscales a las empresas. Pero esto era 16 veces menos que su plan de hace año y medio, un plan que fracasó a la hora de sacar a la economía del agujero. Economistas como Krugman exigen más ambición y un plan de estímulo mayor, pero ¿para invertir en qué y de dónde saldrá el dinero? Si se aumenta la inversión pública de algún sitio tienen que salir los recursos. ¿De los impuestos a los ricos? Sería una alternativa... pero Obama, presionado por los malos resultados en las elecciones de noviembre, ha decidido prorrogar las exenciones fiscales a las grandes fortunas que aprobó el gobierno Bush y que vencían en diciembre de 2010. Su argumento es el mismo que el que utiliza su colega Zapatero, que después de amagar con aumentar la fiscalidad a las grandes fortunas ha reculado vergonzosamente aduciendo que eso podría provocar fugas de capitales y empeorar la situación. Así es la lógica implacable del capitalismo, incluso para sus feligreses más piadosos y bienintencionados.
La persistencia de la recesión en los EEUU, el fiasco de los planes de salvamento y estìmulo de la administración Obama, el desencanto general entre la población con sus medidas, han dado fuerza al sector dominante del capital estadounidense que exige cambios drásticos en la estrategia para salir de la crisis. Cambios que agudizarán el enfrentamiento del imperialismo norteamericano con sus competidores en la lucha por cada palmo de mercado mundial.

 

El desplome europeo

 

Si la situación de EEUU es adversa, el desarrollo de la recesión en el viejo continente ha hecho saltar por los aires todas las creencias en la solidez de la Unión Europea abriendo un agrio debate sobre su futuro. En este mismo número de Marxismo Hoy dedicamos un artículo específico a la crisis de la UE, del euro y de los efectos de los planes de austeridad en la lucha de clases. Pero en cualquier caso es necesario señalar algunos aspectos de los acontecimientos en Europa para entender la dinámica general de la recesión mundial y su poderosa influencia en las perspectivas generales.  
Después del terremoto de mayo de 2010 en el que el hundimiento de la economía griega desató la mayor crisis de credibilidad del euro y puso en tela de juicio los acuerdos políticos de años anteriores, las medidas adoptadas para garantizar la solvencia de los bancos alemanes, franceses y británicos comprometidos por sus inversiones en deuda soberana de los países periféricos, han sido incapaces de frenar la crisis. Al crack de la economía griega ha seguido sin apenas interrupción la bancarrota de las finanzas irlandesas, la amenaza de una nueva bancarrota en Portugal y, lo más importante, la posibilidad de un plan de rescate para la economía española, que convertiría en un juego de niños lo ocurrido anteriormente. El Estado español representa el 10% del PIB comunitario, y un plan de intervención sobrepasaría los fondos de rescate aprobados en mayo —la prensa financiera alemana señala que serían necesarios 500.000 millones de euros para el caso español— requiriendo de acuerdos bilaterales con Alemania, Francia y Gran Bretaña. El semanario Der Spiegel anunciaba en su edición del pasado 28 de noviembre que “si cae España, cae el euro”. El mismo pronóstico lo contemplaba el Financial Times Deutchland: “Si una economía tan grande como la española tuviera que recurrir a los bomberos financieros, el futuro del euro estaría en serio peligro”. Esta perspectiva, totalmente factible, ha suministrado muchos argumentos a importantes sectores de la burguesía alemana que ven en la bancarrota de las economías más débiles un lastre imposible de soportar y una amenaza a la estabilidad de la economía germana. Y la posibilidad de nuevas bancarrotas está en el orden del día, incluyendo países como Italia y Bélgica, mientras la presión sobre la deuda soberana de Portugal y el Estado español continua intensificándose.
La profundidad de la crisis europea ha puesto de relieve las enormes dificultades para la unificación económica y política del viejo continente, abriendo la caja de Pandora para la vuelta del viejo discurso del nacionalismo económico, esgrimido con fuerza por las autoridades alemanas, y que reflejan, en última instancia, que la idea de una Europa unida en bases capitalistas es una quimera reaccionaria. El hecho es evidente: las economías nacionales de Europa alcanzaron un grado de integración muy importante en los años de crecimiento económico, donde el desarrollo desigual de las mismas podía ser paliado parcialmente gracias a los fondos europeos desembolsados por las potencias más fuertes. En el momento en que la recesión se ha hecho una realidad permanente, estas contradicciones latentes han aflorado con fuerza, alimentando las tendencias centrífugas tendentes a disolver los acuerdos de integración. Nadie quiere salvar a su vecino a costa de empeorar las cosas en casa.
La jerga oficial habla ya de una Europa a dos velocidades, en todo, y lo peor es que a pesar de poner en marcha planes de ajuste y austeridad de caballo en la mayoría de las naciones, las posibilidades de que arranque la recuperación son cada vez más inciertas. Como ocurre en EEUU, las tasas de desempleo en la UE están en cotas históricas: según las cifras de Eurostat, la zona euro acabará el 2010 en el 10%, un máximo de los últimos 12 años, con más de 16 millones de personas en paro en la eurozona. La economía francesa está en encefalograma plano como la italiana, la inglesa sigue descendiendo, y la alemana, que es una clara excepción y que puede acabar el año con una tasa de crecimiento que doble la medida europea, es pasto de desequilibrios y zonas oscuras que puede arrastrar al conjunto de Europa, empezando por la situación nada fiable que atraviesa su sistema bancario.
El crecimiento alemán se ha basado en su músculo exportador, que se ha beneficiado durante meses de la debilidad del euro, de la caída de los salarios, de la precariedad creciente del mundo laboral alemán y, una razón de mucho peso, de la pujanza de la economía china y los planes de inversión estatal de su gobierno, que ha aumentado significativamente las importaciones de maquinaria y tecnología alemana. Una dinámica que está condicionada por factores adversos, tal como señalaba el corresponsal del diario catalán La Vanguardia: “El nivel de dependencia exterior de Alemania es la clave de su éxito y también su talón de Aquiles. Su cuota de exportación supera el 40% en sectores como el del automóvil y la máquina herramienta, y el 50% o 60% en la industria electrónica o farmacéutica. Alemania depende como pocos de la coyuntura internacional, algo que se parece a unas arenas movedizas, porque el panorama general está dominado por la incertidumbre...”.4 El crecimiento de las exportaciones alemanas, que ya representan el 50% de su PIB, tiene consecuencias muy importantes: alienta las tensiones con sus supuestos socios europeos y, sobre todo, agudiza el enfrentamiento con los EEUU. En las cumbres del G-20 en Ontario y Seúl los norteamericanos han clamado con vehemencia no sólo contra la política exportadora y monetaria de China, también Alemania, y por ende Europa, han sido el centro de sus críticas. De todas maneras, la escalada de descalificaciones y ataques no va en una sola dirección: el gobierno alemán, tanto su Ministro de finanzas como la Presidenta Angela Merckel, han arremetido con dureza contra las medidas de la administración Obama, especialmente contra su decisión de devaluar el dólar a través de la emisión de más de 600.000 millones de dólares por parte de la Reserva Federal (FED) para comprar bonos del tesoro, asunto del que nos ocuparemos más adelante.
El otro punto débil de la economía europea sigue localizado en el sector financiero. Hace unos meses que se hicieron los test de estrés para evaluar la solvencia de los principales bancos europeos y calmar a los “mercados”. Los bancos españoles salieron aparentemente airosos, a pesar de que llevan años incorporando a sus balances, como si fueran activos, todo el pasivo de la crisis inmobiliaria, con préstamos concedidos al sector por valor de 600.000 millones, y una morosidad que supera los 100.000 millones de euros. Pero lo más irónico es que el mismo resultado positivo obtuvieron los bancos irlandeses que meses después entraron en quiebra y precipitaron la declaración de rescate por parte del gobierno y la puesta en marcha de un plan salvaje de recortes del gasto público, despido de miles de empleados públicos y reducción de las pensiones, entre otras medidas.5  La situación es tan grave que incluso China ha tenido que llegar en auxilio de la maltrecha economía europea buscando también su propio respiro: desde 2006 la Unión Europea es el principal destinatario de las exportaciones chinas y viceversa. Por este motivo, el gobierno chino ha intentado tranquilizar a los especuladores internacionales declarando que apoyan los planes de austeridad europeos y que no reducirán su participación en bonos soberanos europeos. Pero a pesar de todo la economía europea se encuentra en un callejón.
Los planes de austeridad aprobados en Gran Bretaña, Irlanda, Francia, Italia, Portugal, Grecia, Alemania, en el Estado español, que buscan garantizar la cuenta de resultados de los grandes bancos, los grandes fondos de inversión y las grandes empresas, los denominados eufemísticamente “mercados” en la jerga oficial, no van a sacar la economía de la UE del hoyo en el que se encuentra, pero sí van a desencadenar una rebelión social en todo el continente, rebelión que ya ha escrito sus primeros capítulos con las grandes movilizaciones de masas, huelgas generales, movilizaciones estudiantiles que se han sucedido país tras país. La posibilidad de que este panorama remita y se vuelva al anterior equilibrio capitalista es muy improbable. El capitalismo europeo ha entrado en una nueva coyuntura histórica preparando las condiciones para una guerra de clases prolongada.


El capitalismo chino frente a la recesión mundial

 

El desarrollo explosivo de las fuerzas productivas en China ha convertido a este país en protagonista indiscutible de la escena mundial. Todos los factores que juegan un papel decisivo para dificultar o ayudar a la estabilidad del capitalismo —crisis de sobreproducción, relaciones entre las potencias, guerra de divisas— están influenciados por el gigante asiático. El estallido de la recesión en el verano de 2007 ha supuesto un importante jalón en la historia del peculiar capitalismo chino, que arroja luz sobre la solidez de sus cimientos y sus perspectivas.
A diferencia de sus homólogos americanos y europeos, los dirigentes chinos consiguieron sortear lo peor de la recesión mundial: el PIB chino creció en 2009 un 8,7% y superó el 10% en 2010. Las enormes reservas acumuladas gracias a décadas de un robusto crecimiento —entre 1980 y 2005 el PIB chino creció alrededor de un 9% de media, alcanzando en 2007 un espectacular 13%— permitieron al régimen responder al cambio de ciclo en la economía mundial con un generoso plan de estímulo, aprobado en 2008, de 580.000 millones de dólares, equivalente a más del 12% del PIB del país. La abundancia de capitales no ha sido la única ventaja con la que ha contado el gobierno chino. También han podido disponer de un poderoso instrumento para aplicar sus plan anticrisis: una economía férreamente centralizada —nos referimos tanto a la gran industria como a los recursos naturales y la banca— controlada con mano firme por el Estado, y el hecho de que los planes de estímulo se dirigieran en buena medida a la inversión productiva. Pero a pesar de las apariencias positivas, las contradicciones del capitalismo de Estado chino son muchas, y la mayor de ellas sigue siendo que su economía depende esencialmente del mercado mundial y de su capacidad exportadora.
Mientras en occidente el grueso de los planes estatales ha sido destinado al rescate de la banca privada, en China se han orientado fundamentalmente a inversiones en infraestructuras —la inversión en este sector se incrementó un 73% en los dos primeros años de la crisis—, consiguiendo una recuperación de la producción industrial, determinada en buena parte por esta inyección de dinero público.6  Por otro lado, con el objetivo de estimular el consumo, el gobierno aumentó el dinero en circulación a través del crédito, hasta el punto que en el primer semestre de 2009 se superó en un 50% el volumen total de créditos de 2008. Buena prueba de la importancia adquirida del recurso al crédito, fue que el mero anuncio de una restricción crediticia el 20 de enero de 2010 provocó una caída generalizada de las bolsas.
Sin embargo, esta recuperación no debería ocultar que la recesión mundial ha hecho aflorar las debilidades estructurales de la economía china, muy dependiente del mercado mundial. Según datos gubernamentales, la crisis destruyó más de 20 millones de puestos de trabajo aunque para la Academia de Ciencias Sociales del país fueron 40 millones, es decir, una cifra equivalente al 40% del desempleo mundial provocado durante el primer año y medio de crisis. El retroceso de la actividad económica en 2008 y 2009 fue consecuencia de una caída en el crecimiento ininterrumpido de sus exportaciones. El potencial exportador de China, clave de su meteórico avance, se vio gravemente afectado por la contracción de la demanda mundial, especialmente del mercado doméstico estadounidense y europeo. Tras alcanzar, entre 2000 y 2007, un superávit comercial de más del 20%, en 2009 hubo una caída del comercio exterior del 13,9% respecto al año anterior. Por el momento, la demanda estadounidense y europea no dan síntomas de recuperación lo que sumado a las medidas proteccionistas de las potencias occidentales, supone una espada de Damocles que amenaza a la llamada fábrica del mundo.
No podemos perder de vista que establecer comparaciones mecánicas entre el gigante asiático y otras grandes economías puede inducir a error. La economía china necesita crecer anualmente entre un 8% y 9% del PIB para absorber alrededor de 10 millones de nuevos trabajadores que se incorporan todos los años al mercado laboral. Un crecimiento que para otras potencias, como EEUU o Alemania, representaría un enorme avance, en China simplemente impide el aumento del desempleo. De ahí, la comparación del crecimiento chino con la estabilidad de una bicicleta. Un vehículo de tres o cuatro ruedas puede ir a baja velocidad e incluso permanecer detenido sin venirse abajo, una bicicleta precisa alcanzar una determinada velocidad para mantenerse estable y evitar su caída.
La recesión mundial ha dejado al descubierto el talón de Aquiles de la economía china: la debilidad de su consumo interno y su extraordinaria dependencia de las exportaciones. Desde un punto de vista teórico, no es un problema irresoluble. Podría superarse consiguiendo que las mercancías que no absorbe el mercado mundial sean consumidas dentro del mercado doméstico chino. Pero semejante transformación se enfrenta con enormes dificultades, puesto que entra en abierta contradicción con las bases sobre las que se ha desarrollado el capitalismo chino las últimas décadas. En primer lugar, el carácter exportador de la economía china no ha hecho sino aumentar exponencialmente en el último período. Entre 2001 y 2007, China elevó del 20 al 36% el peso de los intercambios comerciales en su PIB. El consumo doméstico, que representaba un 49% del PIB en 1990 disminuyó al 35% en 2008. En dólares constantes, el PIB chino en 2007 es muy superior al de 1990 y, por tanto, el mercado interno se ha ensanchado. Pero, aún así, el consumo interno sigue muy por detrás de las exportaciones en lo que a riqueza generada se refiere, contrastando con el 70% del PIB que representa en países como EEUU.
Las masas chinas sólo podrán consumir más si disponen de mayor poder adquisitivo. No obstante, el factor más importante a la hora de explicar porqué las manufacturas chinas han sido tan competitivas en el mercado mundial son los bajos costes laborales. Salarios bajos a cambio de jornadas de trabajo inhumanas, combinados con la ausencia de derechos sindicales. Es más, aunque entre 2000 y 2006 el PIB per cápita chino se duplicó, pasando aproximadamente de 1.000 dólares a 2.000, sigue muy lejos de los registros que se dan en las principales potencias: en EEUU el PIB per capita multiplica por 22 el de China (en 2006 era de 44.000 dólares).  Incluso existe la posibilidad de que China vea reducida su competitividad como consecuencia del encarecimiento relativo de su mano de obra, como está ocurriendo por la explosión de huelgas y conflictos laborales que recorren el país, y por el aumento del desempleo a escala mundial que provoca un abundante excedente de fuerza de trabajo en las naciones con las que compite y que, como cualquier otra mercancía, se ve sometida a un proceso de depreciación.

 

¿Podrá China convertirse en la locomotora de la economía mundial?

 

Aunque las grasas acumuladas por el capitalismo chino son abundantes y permiten al régimen un mayor margen de maniobra, no debemos olvidar que en una parte decisiva provienen del superávit comercial. Los intercambios comerciales del dragón rojo con el resto del mundo han estado sometidos a constantes vaivenes desde el inicio de la recesión y siguen sin estabilizarse. Tras un crecimiento anual de más del 20% entre 2000 y 2007, en agosto de 2009 se registró una caída del superávit comercial del 45% respecto al mismo mes de 2008.  Posteriormente hubo una fase de recuperación que volvió a sufrir un nuevo bache en marzo de 2010— en el primer trimestre de ese año se alcanzaron 10.700 millones de euros de superávit pero supusieron un 70% menos que en el mismo período de 2009—. La balanza comercial del capitalismo chino no ha sido capaz de recuperar, al menos hasta el momento, la forma de una clara curva ascendente como en el período de boom. No es de extrañar, pues el grueso del crecimiento económico chino se produjo en un período de auge de los intercambios comerciales, que entre 1970 y 2002 se multiplicaron por veinte. El panorama actual del comercio mundial es totalmente distinto, a lo que hay que sumar las tendencias proteccionistas. Si éstas se intensificasen podrían dar al traste con las expectativas de recuperación estable de la economía china.
Sobre estas bases podemos empezar a responder a la  pregunta de si China puede sustituir el papel del capitalismo estadounidense en la economía mundial. Desde nuestro punto de vista, es un error pensar que la hegemonía de EEUU está amenazada a corto plazo. Su poderío todavía es muy superior al chino y su participación en el PIB mundial prácticamente multiplica por seis al de China. La economía estadounidense absorbía, justo antes del estallido de la crisis, mercancías por valor de 9,7 billones de dólares, mientras China, con una población que multiplica por cuatro la estadounidense, lo hacía por valor de 1,7 billones. En estas condiciones, China no puede sustituir a los EEUU ni a la UE como motor decisivo de la economía mundial.
La fortaleza de las finanzas chinas ha sido un argumento manejado por algunos economistas para subrayar su liderazgo en la futura recuperación. China posee las mayores reservas mundiales de divisas: 2,7 billones de dólares, tres cuartas partes de ellos invertidos en activos denominados en dólares y casi un billón  directamente en deuda pública norteamericana. Sin embargo, la actual situación del dólar expone a China a serias dificultades. A pesar de las amenazadoras declaraciones por parte de las autoridades chinas exigiendo limitar la hegemonía de la divisa estadounidense, lo cierto es que el debilitamiento del dólar supone una desvalorización de su propia riqueza en divisas. Sin olvidar que una depresión mayor en EEUU afectaría decisivamente el potencial exportador chino. Esta es la razón de que Hillary Clinton, número dos de la Administración Obama, se preguntara a finales de marzo de 2009: “¿Cómo negocias con mano dura con tu banquero?”, en clara referencia a la dependencia de la financiación china de la deuda estadounidense. Este “equilibrio del terror” financiero entre China y EEUU se mantendrá: aunque ambos son competidores en el mercado mundial, se necesitan, por lo menos en el corto plazo. La dependencia mutua entre ambas economías es una confirmación práctica de la ley dialéctica sobre la unidad y lucha de contrarios.
Por otra parte, al calor de los planes de estímulo estatales, se ha abierto un nuevo debate en el que algunas voces comienzan a hablar de una vuelta atrás en la restauración capitalista en China. No compartimos dicha afirmación. La intervención estatal china, con todas sus particularidades, no difiere, en su naturaleza de clase, de la desarrollada por los estados capitalistas europeos o norteamericanos. La cuestión clave es que la clase dominante está utilizando los recursos estatales para salvaguardar las bases capitalistas del sistema, intentando evitar un colapso de consecuencias sociales y políticas incalculables. La historia del capitalismo conoce enérgicas intervenciones estatales. Las experiencias del capitalismo europeo y japonés tras la Segunda Guerra Mundial, en Corea del Sur o Brasil en los sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado, son aleccionadoras. En China, las empresas estatales y la banca pública, son instrumentos utilizados en beneficio de la nueva clase de capitalistas —muchos de ellos con carné del PCCh— que se lucran explotando a millones de trabajadores, privatizando empresas públicas, estableciendo acuerdos con las multinacionales imperialistas y participando en el mercado mundial, una vez liquidado el monopolio estatal del comercio exterior. Gracias a las filtraciones de wikileaks hemos conocido como el antiguo primer ministro Li Peng y su familia controlan el sector eléctrico; el miembro del Comité Permanente del Politburó, Zhou Yongkang, y sus socios dominan el petrolero; la familia de Chen Yun, antiguo líder comunista de la época de Mao, el sector bancario; Jia Quinglin, presidente de la Conferencia Consultiva Política del Parlamento, controla el sector inmobiliario en Pekín; el yerno de Hu Jintao dirige la página web sina.com, una de las más importantes, y la esposa del primer ministro, Wen Jiabao, el de las piedras preciosas.
Los aprietos económicos de 2008 obligaron al capitalismo chino a recurrir a un tipo de recetas que, junto a los positivos resultados iniciales que hemos expuesto, ya demostraron sus efectos perniciosos a largo plazo cuando fueron aplicadas por potencias más veteranas. El recurso excesivo al crédito, como respuesta a la crisis de sobreproducción, ha alimentado las tendencias especulativas en China. Un 20% de los 1,39 billones de dólares que los bancos chinos concedieron en nuevos créditos en 2009 —el doble que el año anterior— fueron a parar al sector inmobiliario. De hecho, la burbuja inmobiliaria china no ha dejado de crecer. Según datos oficiales la inversión en bienes inmuebles aumentó un 75% ese mismo año, en el que la  especulación bursátil tampoco fue a la zaga: la bolsa de Shanghai se disparó hasta un 90%. Otro dato enormemente preocupante es el crecimiento de un 5,1% de la inflación en 2010, una media, que como tantos otros valores estadísticos, pretende enmascarar que los alimentos básicos incrementaron sus precios en casi un 11%, ejerciendo una enorme presión sobre las familias trabajadoras.  
Esta situación ha llevado al régimen a imprimir un giro en su política económica a finales del año 2010. Se ha limitado el volumen de dinero en circulación incrementando las reservas de la banca y elevando los tipos de interés. A su vez, para aliviar la presión que puede provocar un estallido de la burbuja inmobiliaria, se ha limitado la compra de viviendas y oficinas tanto a nativos como a extranjeros, así como la concesión de suelo para nuevas construcciones. Pero si la política expansiva ha demostrado ya sus riesgos, un recorte excesivo puede provocar resultados igual de negativos. El sector inmobiliario ha sido uno de los motores del crecimiento en los últimos años, alimentando una parte considerable del crecimiento del PIB, sin olvidar que el arrendamiento de terreno a largo plazo se ha convertido en una fuente de ingresos vital para las administraciones locales —en 2009 obtuvieron ingresos por valor de 150.000 millones de euros por este concepto—, sobre las que pesa una deuda de 900.000 millones de dólares. Por otra parte, los recursos estatales destinados a infraestructuras que permitieron recuperar el aliento del sector productivo tras el primer golpe de la recesión, se han agotado. Es importante destacar, que este plan de estímulo no ha servido para resolver los problemas de sobrecapacidad productiva instalada. La intervención del Estado, que ha garantizado durante un período de tiempo la demanda de la producción de los sectores nacionales más afectados por la crisis, ha aplazado la expresión de este problema en forma de paro y cierres de fábricas. En la actualidad es palpable la incertidumbre creada por las nuevas medidas destinadas a enfriar la economía, que ha impedido hasta el momento la adopción de un nuevo plan de estímulo.
En paralelo a todos estos procesos económicos el proletariado chino ha empezado a estirar sus músculos. Durante 2009, tuvimos un anticipo del carácter que adoptará la lucha de clases en China. En julio, los 30.000 obreros de la fábrica Tonghua Iron & Steel se movilizaron contra la privatización de su empresa. Secuestraron al representante de la empresa, le lincharon e hicieron frente a miles de antidisturbios que intentaron disolver los piquetes de forma violenta. El régimen tuvo que dar marcha atrás. Una lucha similar, que también acabó en victoria, se produjo en agosto en la fábrica Linzhou Steel Corporation. En 2010, trabajadores del sector privado de numerosas empresas se sumaron a la movilización y conquistaron importantes mejoras salariales. Lo más importante es que despertando a la lucha por mejoras económicas, ya hay sectores, como los trabajadores de Honda, que se adentran en un terreno más político, oponiendo al modelo sindical del régimen sindicatos democráticos con elección directa y control sobre sus representantes. El proletariado chino está forjando su conciencia en base a una dura experiencia de explotación y derrotas. La burocracia capitalista que dirige el PCCh, aunque sigue hablando de socialismo y envolviéndose con la bandera roja, ha destruido las conquistas de la revolución. Pese a todos los obstáculos, capitalismo es sinónimo de lucha de clases, y el proceso de toma de conciencia empieza a abrirse camino a través de la bruma de la contrarrevolución capitalista. Probablemente, un proceso generalizado de ascenso de la lucha de clases en China tarde todavía un tiempo y, seguramente, adoptará formas peculiares debido a las características políticas y económicas tan particulares en que se ha gestado el capitalismo chino. En cualquier caso, al calor del crecimiento explosivo del capitalismo en China, la clase llamada a derrocarlo se ha visto enormemente fortalecida.

 

El imperialismo chino se vuelve más audaz

 

Todo lo dicho anteriormente no contradice que China pueda seguir fortaleciendo sus posiciones en el ranking mundial, no tanto por su capacidad para solucionar sus propios desequilibrios como por la debilidad creciente de sus competidores. Claro exponente de ello fue la forma en que desplazó a Alemania como primera potencia exportadora del planeta. Realmente, ambas economías sufrieron un retroceso en el volumen total de sus exportaciones, la diferencia fue que la economía germana lo hizo mucho más que la asiática.
China se ha convertido en un serio desafío para las potencias imperialistas occidentales, disputando abiertamente el control de sus fuentes de materias primas y cuotas de mercado tradicionales. Es ya el primer socio comercial de la UE, el segundo de América Latina y el tercero de África. Como ilustra el cuadro, la correlación de fuerzas en el mercado mundial se está transformando por la irrupción del gigante asiático, alimentando las tensiones y conflictos entre las potencias como ha puesto de manifiesto la guerra de devaluaciones competitivas entre las divisas.

Porcentaje de participación en el total de exportaciones mundiales de mercancías
Fuente OMC

En tiempos de boom la audacia de la expansión imperialista china provocó mucha tensión, en un momento en el que el planeta ya estaba repartido —aunque este reparto fuera inestable y cambiante— entre las grandes potencias. La contracción del mercado mundial provocada por la recesión no ha hecho más que alimentar la voracidad del capitalismo chino y prácticamente ninguna de las grandes economías ha dejado de sentirse amenazada por este proceso. Junto a la reactivación de viejos conflictos con Japón —la pugna por la soberanía de las islas Senkaku—, y el desafío que desde hace años representan sus avances en América Latina y África para EEUU y Europa, se están gestando nuevos conflictos: con Rusia en Asia Central — debido a los contratos que empresas chinas han arrebatado a Gazprom en Kazajistán y Uzbekistán—; con Alemania en Europa Oriental —provocado por las inversiones chinas en Polonia, Rumania y Hungría—. Pero es en Asia donde se localiza actualmente el punto más caliente. El conflicto militar entre las dos Coreas iniciado en noviembre del pasado año, es un nuevo síntoma del grado de tensión al que han llegado las relaciones económicas y militares entre EEUU y China. El capitalismo estadounidense no se conforma con la pequeña Corea del Sur, consciente de que el avance chino necesita un oponente de mayor envergadura, y espera encontrar ese poderoso aliado en India. La clase dominante de este gigantesco país, con 1.000 millones de habitantes y unas tasas de crecimiento comparables a las chinas, parece encantada de aceptar esta invitación a fortalecer la alianza anti-china. No es ninguna casualidad que las hostilidades militares entre las Coreas coincidieran con un viaje de Obama a este país, durante el cual el presidente de EEUU se mostró favorable a la entrada de India en el Consejo de Seguridad de la ONU. Semejante reconocimiento fue agradecido por los anfitriones del presidente de EEUU con el desplazamiento de 36.000 soldados indios a su zona fronteriza con China.
El capitalismo chino se enfrenta a una nueva etapa plagada de contradicciones. Como siempre hemos explicado los marxistas, las perspectivas no son una ciencia matemática. Los factores que determinan una previsión son múltiples y no sólo de carácter económico. Tal es el caso de la lucha de clases, que puede empujar al régimen chino a desarrollar medidas económicas en diferentes sentidos, dependiendo de la presión social a que esté sometido. De lo que no cabe duda es que la actual recesión ha puesto en marcha una lucha de alcance histórico por el mercado mundial en la que China jugará un papel decisivo.

 

Proteccionismo y devaluaciones competitivas: la lucha por el mercado mundial se recrudece

 

El pesimismo económico ha encontrado otro punto de anclaje en la situación que atraviesa la economía japonesa. Sumergida en una deflación que no termina, con la mayor tasa de paro desde el final de la Segunda Guerra Mundial (en torno al 5%), con un yen más fuerte que nunca y que afecta muy negativamente a sus exportaciones, el gobierno japonés ha intentado insuflar vida en el organismo económico a través de constantes inyecciones de ayudas públicas. Aunque sigue siendo la segunda economía del mundo y cuenta con uno de los mayores patrimonios financieros y la industria más automatizada (con un altísimo valor añadido), Japón sigue sin levantar cabeza. Oficialmente salió de una acusada recesión en el segundo trimestre de 2009, pero su crecimiento sigue siendo muy modesto. Estos resultados, decepcionantes como en el resto de países avanzados, se han alcanzado gracias a planes de estímulo público que rozaron en dos años el 4% del PIB. Lejos de retirar este estímulo estatal, la burguesía japonesa se vio obligada a aprobar un nuevo plan de cerca de 55.000 millones de euros en el año 2010. Pero hasta ahora las medidas gubernamentales no han servido para reactivar la actividad, la deuda pública se acerca al 200% del PIB mientras la polarización social y las desigualdades se incrementan: miles de jóvenes que pernoctan en los cibercafés porque no pueden permitirse pagar un alquiler o los ancianos obligados a sobrevivir con pensiones míseras, inflan cada vez más las filas de los pobres de Japón.
La profundidad y virulencia de la recesión no sólo está destruyendo las anteriores certezas, también ha arruinado los discursos con que intentaron tranquilizar a la opinión pública en los primeros momentos. No hace mucho tiempo los gobiernos de todo el mundo se llenaban la boca de solemnes declaraciones afirmando haber tomado nota de las causas de la crisis para no repetir errores anteriores. Ese fue el mensaje de la administración Obama en cuantas cumbres económicas se han celebrado en estos tres años. Y sin embargo, para desgracia de Obama y de sus mentores, los viejos fantasmas del crack de 1929 han hecho su aparición para recordar que los intereses contradictorios de las diferentes burguesías nacionales pueden empujar a la economía mundial a una depresión aún mayor. Primero fue el fracaso de la cumbre del G-20 a finales del mes de junio de 2010 en Ontario, y aquel retroceso, que abrió las puertas a las salidas nacionales frente a una recesión desbocada, se ha ratificado en la cumbre de Seúl del pasado mes de noviembre.
La prensa burguesa ha intentado presentar el enfrentamiento del imperialismo estadounidense contra China y la UE como un debate doctrinal entre los partidarios de mantener los estímulos fiscales y aquellos que defienden las medidas de ajuste y austeridad para frenar el crecimiento de la deuda pública y atajar el déficit presupuestario. Pero esta explicación oculta, como no podía ser de otra forma, las auténticas causas que alimentan la disputa. Decir que Obama es un defensor de la inversión pública, en sentido coloquial para entendernos, es lisa y llanamente mentira, tal como los hechos se están encargando de demostrar. La administración demócrata ha aprobado planes de ayuda estatales por valor de varios billones de dólares que han sido destinados, en su mayor parte, a salvar al sistema financiero estadounidense, sostener a los grandes monopolios de la automoción (gracias a las subvenciones a fondo perdido otorgadas generosamente por Obama, por ejemplo a General Motors), subsidiar la venta de casas, y continuar con los gastos multimillonarios en materia de seguridad interior y en las intervenciones militares en curso (las guerras de Iraq y Afganistán). Pero las inversiones productivas, en infraestructuras, en obra pública, en sanidad, en educación, para crear empleo y estimular el consumo, han brillado por su ausencia. Más bien habría que señalar que los ataques a los gastos sociales, a las pensiones, a los empleados públicos (en las administraciones de los estados y en los ayuntamientos se han destruido 69.000 y 247.000 puestos de trabajo respectivamente desde agosto de 2008), a la sanidad y la educación, también se suceden a buen ritmo en los EEUU. Las ventajas fiscales para los ricos y los beneficios estratosféricos que los grandes bancos están obteniendo, son parte del panorama económico estadounidense igual que en Europa o Japón.7
En realidad, la causa del enfrentamiento entre los EEUU y la UE, también del enfrentamiento con China, no es otro que la lucha brutal por el mercado mundial. EEUU, que atraviesa una fase depresiva en su consumo, no puede convertirse en el destinatario de las mercancías baratas de todo el mundo y hundir aún más sus industrias manufactureras. Esto va directamente en contra de los beneficios del capital norteamericano. Al contrario, la burguesía estadounidense necesita resituarse en el mercado mundial, incrementar el volumen de sus exportaciones para salir de una crisis que se prolonga y vender mucho más en el exterior. En la capital de Corea del Sur, el imperialismo norteamericano ha dejado claro que está dispuesto a pelear con fuerza contra sus competidores y no dejarse arrebatar el liderazgo mundial, independientemente de las consecuencias que sus decisiones, y las de sus adversarios, provoquen.
Es importante señalar que la reunión de Seúl estuvo precedida por dos acontecimientos de enorme significado. Primero, la derrota de Obama en las elecciones legislativas parciales de noviembre. El triunfo de los republicanos, gracias a un aumento tremendo de la abstención en las ciudades, ha dado aún más confianza al sector decisivo del capital estadounidense que quiere respuestas contundentes. Los grandes monopolios y transnacionales estadounidenses, han dicho que es hora de pasar a la ofensiva en el terreno de la economía mundial. Y este es el segundo acontecimiento significativo: el gran capital estadounidense que mostró abiertamente sus intenciones durante la crisis del euro en mayo de 2010 y en la cumbre del G-20 en Ontario un mes después, han dado un puñetazo en la mesa buscando fortalecer su posición en el mercado mundial a costa de sus competidores. Es el capital estadounidense el que ha impuesto, con el beneplácito de Obama, la mayor devaluación competitiva del dólar de los últimos cuarenta años, horas antes de la cumbre del G-20 en Seúl, mediante una gigantesca operación de impresión de dólares, denominada en la propaganda oficial con el término eufemístico de “expansión cuantitativa”. Con esta decisión, el gobierno de EEUU pondrá en circulación 650.000 millones de dólares para comprar bonos del tesoro e impulsar, este es uno de los fines de la operación, la exportación de las manufacturas norteamericanas a los mercados mundiales, intentando recuperar su predominio en el mercado doméstico.
Los imperialistas norteamericanos han puesto punto final a la época de las palabras y las buenas intenciones. Hay una guerra económica para salir de la crisis y quieren ganarla. Obviamente en la base de esta estrategia se encuentra la profundidad de la crisis económica en los EEUU y la certeza de que las medidas adoptadas hasta el momento no permiten salir del atolladero. Además de los datos que hemos señalado anteriormente, con un déficit presupuestario y una deuda soberana en niveles históricos (11,1% del PIB y 65,8% del PIB respectivamente), la situación es realmente alarmante si consideramos que las necesidades de financiación de EEUU requieren de 350.000 millones de dólares al año y que la compra de bonos del tesoro por parte de los inversores extranjeros está disminuyendo acusadamente. China, que en 2007 adquirió el 47% de las nuevas emisiones de bonos norteamericanos a diez años, las redujo en 2008 a la mitad, en torno al 20%, cifra que en 2009 tan sólo representó un 5% del total de bonos emitidos. Las debilidades del capitalismo norteamericano, que se refuerzan por la precaria situación de un sistema financiero que puede sufrir nuevas recaídas, están detrás de esta orientación hostil contra sus competidores.
El escenario dibujado en la cumbre del G-20 en Seúl no deja lugar a dudas. Las lecciones del pasado no han sido asimiladas, y no pueden serlo por una razón evidente: el capitalismo es un sistema anárquico, no puede ser planificado ni regulado. El motor que lo hace funcionar no es la satisfacción de las necesidades sociales de la mayoría, sino el beneficio de las grandes empresas y bancos que determinan la política de los gobiernos y deciden sobre la vida de miles de millones. Esta clase de plutócratas, los famosos “mercados”, no tienen más solidaridad entre ellos que la de sus cuentas de resultados y, frente a esta crisis de sobreproducción, estos monopolios, que en una economía mundializada siguen manteniendo su base nacional, luchan con uñas y dientes por mantener sus beneficios a costa del vecino, desalojándolos de sus mercados y posiciones estratégicas. Es la misma contradicción que Marx señaló hace 150 años: las fuerzas productivas que han dejado de tener una base nacional para adquirir un carácter mundial, chocan contra la camisa de fuerza de la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional.


¿Recaída en la recesión?

 

Las perspectivas para la recuperación son inciertas y están muy condicionadas por las enormes contradicciones que enfrentan a unas potencias contra otras. Las reuniones del G-20 no han servido más que para evidenciar el fiasco en el empeño de coordinar las políticas económicas. Todos los problemas estructurales derivados del anterior periodo de boom económico, y acentuados calamitosamente en esta fase de recesión, han abierto las puertas a una nueva configuración del capitalismo mundial, en el que la lucha por la supervivencia y la primacía tendrá efectos en todos los planos: en la lucha de clases por supuesto, pero también en las relaciones internacionales donde la pugna entre las diferentes potencias imperialistas se expresará también en el frente militar de una forma más acusada.
En la gran depresión de 1929, uno de los factores que recrudeció la espiral destructiva fue que las grandes potencias económicas acometieron medidas proteccionistas y devaluaciones competitivas de sus monedas. Un escenario que se está repitiendo milimétricamente a pesar de todos los deseos en contra, confirmando la incapacidad de resolver esta crisis de sobreproducción con recetas capitalistas. Según informes de la Organización Mundial del Comercio (OMC) las medidas proteccionistas no sólo se circunscriben a la devaluación competitiva de las divisas, se extienden con la aplicación de leyes para proteger distintos sectores económicos en diferentes países: subidas de aranceles, endurecimiento de normas de importación, subsidios públicos a sectores productivos como el automóvil, acero o calzado, iniciativas legislativas para obstaculizar el comercio internacional.
A las medidas proteccionistas y la guerra de devaluaciones competitivas hay que sumar que la caída de los ingresos fiscales del Estado y la depresión de la demanda interna, que será el resultado inevitable de la aplicación de los planes de austeridad, no hacen más próxima la recuperación de la economía. Por otra parte, el saneamiento de los bancos mundiales todavía no ha terminado. El FMI estima en 3,5 billones de dólares las pérdidas seguras de la banca mundial hasta finales de 2010; pero la cantidad puede ser muy superior y seguir lastrando la recuperación. Tomados en conjunto todos los factores mencionados, se pone de relieve el carácter extraordinario de la recesión económica. Según algunos estudiosos de la historia económica, la producción industrial, los mercados bursátiles y el comercio mundial cayeron en este último año y medio con más fuerza que en los inicios de la Gran Depresión. Hay que retroceder a la Segunda Guerra Mundial para encontrar una caída del PIB de los países industrializados tan importante. Exactamente igual se puede decir del desempleo, aunque en este caso las referencias hay que tomarlas directamente de la depresión de los años treinta: las economías de la OCDE (las 30 naciones más industrializadas), superarán los 60 millones de desempleados, casi el doble que al inicio de la crisis. Los datos son impresionantes, pero igual de significativo es la sincronización y simultaneidad de la recesión en todas las economías del planeta (algo que tardó en 1929). Este hecho ratifica lo que los marxistas hemos explicado en los últimos años: el peso aplastante del mercado mundial y la estrecha interrelación de todas las economías, un fenómeno que se reforzó en el periodo de boom y que, como explicamos, tendría consecuencias tremendas cuando la crisis de sobreproducción hiciese su aparición.
Los organismos internacionales hablan de que la producción industrial podría remontar en 2011, pero esto es poco probable, mucho menos cuando en numerosos países aprueban recortes salvajes de la inversión estatal. La clave sigue siendo la inversión de capital privado, que está por los suelos, y el crecimiento de la demanda interna, el consumo privado, que supone la parte decisiva del PIB en los países avanzados. Hay motivos serios para pensar que la recuperación tan cacareada podría sufrir un traspié importante y que la fase recesiva se prolongará, incluso podría empeorar. En cualquier caso una cosa es clara, las tasas de crecimiento de años precedentes están completamente descartadas.


Un nuevo periodo histórico. Ruptura del equilibrio capitalista

 

Lo fundamental es entender que hemos entrado en una época diferente de la historia del capitalismo. Un periodo que no comienza con la recesión sino, precisamente, durante la fase de crecimiento económico. En la última década hemos vivido grandes acontecimientos que, tomados en conjunto, marcan un punto de ruptura en la historia mundial. En primer lugar, el desarrollo de la revolución en América Latina, que tiene una significación histórica. Pese a las cifras macroeconómicas de crecimiento, desde finales de los años noventa asistimos a movimientos revolucionarios en América Latina que supusieron un cambio profundo respecto a los ochenta y primeros años noventa, marcados por derrotas: La revolución bolivariana, el movimiento revolucionario de las masas en Bolivia, Ecuador, el Argentinazo, el movimiento contra el fraude en México en 2006, la respuesta al golpe en Honduras…
La influencia de estos procesos en la política mundial es obvia, pero lo más significativo es su duración en el tiempo, lo que demuestra la correlación de fuerzas extraordinariamente favorable para la clase obrera, los límites del imperialismo para abortar estos procesos, y la precariedad política de la burguesía nativa. Por otro lado, esta prolongación también es consecuencia de la ausencia de una dirección marxista con autoridad entre las masas capaz de completar estas revoluciones. Otro elemento de primer orden en este cambio de época es la crisis de poder e influencia del imperialismo norteamericano. Las relaciones mundiales están experimentando cambios muy agudos, determinados por la sacudida de la crisis y la competencia feroz de las potencias imperialistas por los mercados. La escalada del enfrentamiento entre China y EEUU, en el plano económico, político y militar, y entre EEUU y la UE marcarán el próximo periodo. Hay una lucha por el dominio de Asia, África, y de las fuentes esenciales de materias primas estratégicas.
En definitiva, dos décadas después del colapso del estalinismo, el nuevo escenario tiene unas características muy diferentes al periodo anterior. Trotsky señaló una idea que puede ser bastante útil para abordar las características de esta nueva fase de la lucha de clases y de la historia mundial: “Las épocas de enérgico desarrollo capitalista deben poseer formas —en política, en leyes, en filosofía, en poesía— agudamente diferentes de aquellas que corresponden a la época de estancamiento o de declinación económica. Aún más, una transición de una época de esta clase a otra diferente debe producir necesariamente las más grandes convulsiones en las relaciones entre clases y entre Estados (...) No es difícil demostrar que en muchos casos las revoluciones y guerras se esparcen entre la línea de demarcación de dos épocas diferentes de desarrollo económico”. 8
En la compleja ecuación política que atraviesa el capitalismo mundial, el papel de las masas, su irrupción en escena y su proceso de toma de conciencia (contradictorio, y no lineal), sigue siendo el factor decisivo. Como marxistas rechazamos cualquier esquema basado en una lucha constante y permanente de la clase obrera. Cuando las oportunidades no se aprovechan son inevitables derrotas, repliegues y retiradas. En función del carácter y profundidad de éstas, el retroceso será de un tipo u otro (diversos factores influyen: la política de las direcciones de las organizaciones obreras, la situación económica, etc.). Pero lo primero que debemos señalar es el papel que la clase obrera ha jugado en los últimos años, incluso en el periodo de boom. Zanjar esta cuestión diciendo que la conciencia de las masas en los países capitalistas desarrollados ha retrocedido, como se repite como un lugar común entre los intelectuales izquierdistas, sectarios o ex marxistas, representa una visión unilateral y sesgada. En primer lugar, no es posible obviar las derrotas políticas de los años setenta. Entonces, ligados directamente a la recesión, asistimos a movimientos revolucionarios en Europa occidental (España, Portugal, Grecia), y a un auge tremendo de la lucha de clases en Francia, Gran Bretaña, EEUU.... Los efectos políticos de estas derrotas fueron muy severos. Sus consecuencias se vieron reforzadas posteriormente por el colapso del estalinismo y la restauración capitalista en la URSS, Europa Oriental y China. El boom de los años noventa estuvo directamente relacionado con estas precondiciones políticas.
Generalmente un boom económico restablece las esperanzas en el futuro y, teóricamente, aumenta la confianza en el sistema. Indudablemente, este fenómeno se repitió en buena medida en el anterior periodo de crecimiento. Pero el boom de las dos últimas décadas, en EEUU, Japón, la UE (no digamos otros países) ha quemado parte importante de las grasas acumuladas, atacando la cohesión social y el estado de bienestar. Ciertamente, sectores de la pequeña burguesía se beneficiaron mucho de la especulación inmobiliaria y bursátil; incluso sectores del proletariado trabajando duro y agachando la cabeza, empujados a esa situación por la política de colaboración de clases de las direcciones reformistas, pudieron aumentar sus ingresos y someterse de por vida a los créditos hipotecarios. Pero no fue un boom como otros anteriores de la historia del capitalismo, que desarrollaron grandes ilusiones incluso entre sectores amplios de trabajadores.
Es importante hacer un balance cuidadoso del periodo anterior y no caer en simplificaciones que expresan el punto de vista, no del marxismo, sino de capas desmoralizadas de activistas. La experiencia acumulada por la clase obrera (especialmente la juventud obrera) durante los años de boom es fundamental para entender las perspectivas para el próximo periodo. Las masas han accedido a mercancías a bajo coste, disfrutado de la compra a crédito de coches, televisores de plasma y otros bienes, pero el fermento de crítica al sistema empezó a incubarse durante el boom, con el incremento de la jornada laboral, la precariedad, el enorme endeudamiento de las familias, etc. Estos factores estaban detrás de los movimientos de masas contra la guerra, las sacudidas huelguísticas en Europa, etc. ¿Cuál fue la historia de la última década en los países capitalistas avanzados? ¿Hemos vivido sólo un periodo de reacción y reflujo? Evidentemente el desarrollo no ha sido uniforme (Gran Bretaña lo prueba), pero la mayoría de países vivieron importantes movilizaciones de la clase obrera y la juventud. Esto ha marcado la conciencia de cientos de miles de trabajadores, aunque no se haya traducido inmediatamente en el surgimiento de tendencias reformistas de izquierdas de masas o centristas algo que no debería sorprendernos. Desarrollos de ese tipo son característicos de situaciones revolucionarias o prerrevolucionarias.
Obviamente hay un retraso de la conciencia respecto a la situación objetiva. Pero el factor decisivo para explicarlo no es la “fortaleza del boom” pasado, sino la política de los dirigentes reformistas, que se ha transformado en un factor objetivamente reaccionario, el más importante de todos. Un factor que no encuentra contrapeso por el momento en las fuerzas del marxismo, que siguen siendo muy débiles, lo que hará que esta situación contradictoria se prolongue —con todo tipo de distorsiones, pasos adelante y atrás— por un periodo bastante amplio.
La teoría marxista excluye la existencia de una crisis final del capitalismo. La dinámica interna del sistema, recorrida por fases periódicas de boom y recesión, fue analizada por Marx en obras como El Capital y Teorías sobre la Plusvalía. También Lenin y Trotsky abordaron este asunto. Cuando tratamos con la dinámica del ciclo económico y la caracterización de una época histórica determinada, el marxismo no sólo considera los factores derivados propiamente del proceso de producción y circulación, toma muy en cuenta todos aquellos aspectos políticos e ideológicos que forman parte de la superestructura de la sociedad y adquieren relevancia en el desarrollo económico e histórico (derrotas huelguísticas y fracaso de movimientos revolucionarios; guerras entre naciones e intervenciones imperialistas, etc.). La relación entre lucha de clases y ciclo económico es estrecha, compleja y dialéctica. Las ecuaciones “boom igual a reacción” o “recesión igual a revolución”, simplifican groseramente esta relación. La experiencia de los últimos años es rica al respecto. Hablando de las perspectivas generales, evidentemente hemos entrado de lleno en un periodo extremadamente turbulento de la historia. La actual recesión no es cualquier recesión, sino una profunda crisis de sobreproducción. La curva de desarrollo capitalista ha entrado en una dinámica declinante. Aunque haya fases de recuperación de los índices macroeconómicos (algo que no será homogéneo) la posibilidad de tasas de crecimiento global como en la última década y media es poco probable. Lo fundamental es entender que el capitalismo, tal como se configuró en las décadas posteriores al colapso del estalinismo, ha dejado paso a otra realidad diferente. Ésta se caracterizará por años de estancamiento y débil crecimiento, altas tasas de desempleo y austeridad brutal; y tendrá efectos políticos trascendentales. La lucha de clases entra en una fase de mayor dureza, polarización entre las clases y choques sociales sin precedentes desde los años setenta. La conciencia de la clase trabajadora, a diferentes ritmos, avanzará martilleada por estos acontecimientos.


¡Construir las fuerzas del marxismo!

 

Los planes de austeridad que han puesto en marcha los gobiernos capitalistas representan una ofensiva sin cuartel contra las conquistas históricas del movimiento obrero. Por ahora, la ofensiva patronal auspiciada por los gobiernos, ya sean de derechas o socialdemócratas, ha tenido éxito. Pero esto ha sido posible, en gran medida, gracias a la política errática de los dirigentes reformistas de los sindicatos obreros, que siguen optando por la línea de la concertación y la colaboración de clases, aunque cada día con más dificultades y presiones para llevarla a la práctica. Pero la recesión también ha tenido otros efectos, y el más importante es que refuerza la pérdida de confianza por parte de millones de trabajadores y jóvenes en este reformismo sin reformas, que ya venía desgastándose en los últimos años.
En una crisis económica de proporciones históricas como la actual, la lucha sindical limitada empresa a empresa es impotente. La batalla por defender las conquistas del movimiento y frenar la sangría del desempleo, se tiene que transformar en una amplia, extensa y contundente lucha política por transformar de raíz la sociedad. Defender condiciones dignas para la vida de millones de familias obreras, entra en contradicción con los fundamentos del sistema capitalista. Por eso cualquier lucha defensiva tiene que adoptar una estrategia anticapitalista y socialista, un enfoque que aumentaría el grado de conciencia y organización de la clase trabajadora y la juventud. Sin esa estrategia no puede extrañar que el miedo a perder el empleo, el chantaje empresarial para imponer recortes salariales o aumentar la jornada laboral, se haya abierto camino temporalmente. Sin embargo, es necesario situar todas las caras de la realidad para hacer un análisis equilibrado y no unilateral.
A pesar de todas estas dificultades existe un fermento de descontento creciente entre capas muy amplias de la clase trabajadora y la juventud, y en algunos países de abierta furia. El proceso de deslegitimación del sistema no está disminuyendo, sino aumentando, y lo hace al calor de una crisis que está poniendo en claro que los sacrificios sólo los soporta una parte de la sociedad mientras los auténticos responsables del actual caos se enriquecen a manos llenas.9 Como siempre hemos explicado, la conciencia tiende a reflejar el pasado y va con retraso respecto a los acontecimientos. No se puede tener una visión simplista o mecánica al respecto, la conciencia sufre cambios bruscos y traumáticos. Dado el carácter profundo y probablemente prolongado de la actual crisis, el camino de la lucha de clases, la organización y la movilización es la única alternativa para defender el nivel de vida de millones de hombres y mujeres de todo el mundo. Teniendo en cuenta las particularidades específicas de cada país, que los ritmos no serán homogéneos y habrá retrocesos y repliegues, este es el horizonte para los próximos años.
Lo más destacable es que se ha producido un cambio en el sentido general de la corriente. Este nuevo periodo histórico estará caracterizado por fluctuaciones muy bruscas, cambios abruptos en la economía, la política, las relaciones internacionales. Y aunque la debilidad de las fuerzas del marxismo es un factor decisivo en la ecuación que hará que los procesos se prolonguen, con todo tipo de distorsiones, alzas y repliegues, el cambio de tendencia, la creciente polarización social y política, impulsará la polítización de sectores  cada día más amplios de la juventud y el movimiento obrero abriendo grandes posibilidades a las fuerzas del marxismo.
La gran recesión de la economía ha sido el ariete para que el equilibrio capitalista se rompa. En el plano político muchos de los fundamentos que daban credibilidad a la democracia burguesa están en cuestión porque la experiencia de estos años ha desvelado la brutal dictadura del capital financiero que domina el mundo. Por otra parte, la inestabilidad será la constante en el próximo periodo, donde las dificultades de la burguesía y de sus aparatos políticos por mantener cohesionada a su base social van a aumentar. La crisis del gobierno de Sarkozy y del entramado político liderado por Berlusconi son síntomas de lo que está por venir. Pero sobre todo, estamos en los inicios de una era de lucha de clases, muy dura y radicalizada. Es el comienzo, pero vaya comienzo: huelgas generales masivas en Grecia, que no tienen precedentes en la historia del país heleno; el movimiento de los trabajadores y la juventud en Francia, que ha paralizado el país como no se conocía desde mayo de 1968; la mayor huelga general de los últimos treinta años en Portugal; huelga general en el Estado español, y una perspectiva de recrudecimiento de la lucha a pesar de todas las vacilaciones de las direcciones sindicales; movilizaciones de masas en Irlanda, en Italia, en Gran Bretaña en las que la juventud juega un papel de vanguardia anticipando la entrada en escena de los grandes batallones del movimiento obrero. Movimientos revolucionarios del proletariado en Centroamérica, América Latina, en el subcontinente indio; una explosión de la lucha de clases en Túnez, Argelia, El Sahara y Marruecos...
Este auge de la lucha de masas, con sus flujos y reflujos, tendrá efectos demoledores sobre el modelo sindical reformista y de paz social que ha dominado el panorama de los últimos años. El mayor pilar con el que ha contado la burguesía para garantizar sus grandes negocios y la estabilidad de su sistema en los últimos treinta años, esto es, la colaboración de los dirigentes de los sindicatos y los partidos de la izquierda, se agrietará por la presión de la clase obrera. Este panorama de abierta guerra social, tendrá un impacto tremendo en la conciencia de millones de trabajadores, mucho más después de transcurridos tres años de crisis y de certificar que las esperanzas de volver a la situación del pasado aceptando sacrificios, recortes salariales, pérdida de derechos, no ha servido de nada salvo para envalentonar a la burguesía. Un cambio radical en la psicología y la actitud de millones de trabajadores, jóvenes y desempleados se está preparando, en el que el cuestionamiento del capitalismo, de las instituciones de la democracia burguesa, de la política oficial crece día a día con fuerza.
La expresión de este proceso de polarización, radicalización y politización adquirirá formas muy diversas, y en muchos casos distorsionadas, debido a la ausencia de una alternativa marxista de masas. Pero una cosa está clara: el divorcio mayúsculo de la política de los partidos tradicionales de la izquierda y de los sindicatos respecto a las aspiraciones fundamentales de la población, cristalizará en una crisis histórica de la política reformista y los sacudirá de arriba abajo, creando las condiciones para un trabajo exitoso de los marxistas en el seno de las organizaciones de los trabajadores. La tarea de los marxistas revolucionarios y los trabajadores avanzados es comprender la dinámica contradictoria de este proceso y prepararnos para los futuros acontecimientos, ganando posiciones en las organizaciones sindicales y en las empresas, entre la juventud, en las organizaciones políticas tradicionales del proletariado. Pero sobre todo construyendo paso a paso las fuerzas del marxismo. Ligarnos a estas organizaciones, ser reconocidos como parte del movimiento, implica en primer lugar intervenir enérgicamente en la lucha de clases y una labor de educación política de los cuadros, que no depende de las condiciones objetivas, sino de una firme política principista y métodos proletarios basados en las tradiciones del bolchevismo.
En estas grandes luchas defensivas frente a los planes de austeridad, la clase obrera y la juventud sacarán las conclusiones necesarias para avanzar hacia una alternativa acabada frente a la crisis. Una alternativa que no es otra que el programa por la transformación socialista de la sociedad, por la expropiación de la banca y los monopolios bajo el control democrático de los trabajadores, poniendo fin a la dictadura del capital y estableciendo las bases para la auténtica democracia, la democracia obrera. Las ideas del socialismo revolucionario, del marxismo, volverán a convertirse en el programa de millones de oprimidos en todo el mundo.

 

1.    En 2007 el patrimonio mundial en fondos superaba los 17 billones de euros. Su crecimiento exponencial, sobre todo en la primera mitad de la década de los 2000, era ya un síntoma relevante del predominio del capital especulativo sobre el productivo.
2.    Hace más de 150 años Marx y Engels explicaron los fundamentos de las crisis del capitalismo en El Manifiesto Comunista: “Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, en forma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraida a un estado de repentina barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el régimen de la propiedad burguesa; por el contrario, resultan demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa.
       “Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.” (Carlos Marx, Federico Engels, El Manifiesto Comunista, FFE, Madrid, 1996, pp 33-34)

3.  Federico Engels, Anti Dühring, Editorial Grijalbo, Barcelona 1977, p 289

4.   Rafael Poch, La Vanguardia, 06/09/2010
5.   Estos hechos dan una idea del grado de falsedad y manipulación que las autoridades comunitarias, y los gobiernos de la UE, han sido capaces de esgrimir y de las falaces previsiones de los gurús del neoliberalismo económico, como el responsable actual de las finanzas británicas, George Osborne, que en 2006 afirmaba que Irlanda “constituye un magnífico ejemplo del arte de lo posible en la elaboración de políticas económicas a largo plazo”. Es evidente que si un gobierno como el griego puede falsificar sus cuentas públicas para pasar el examen de la UE, la banca europea, y sobre todo la alemana, puede presionar para que la realidad quede oportunamente enmascarada y ocultar convenientemente sus riesgos. De hecho, la metodología de las pruebas de resistencia de la banca europea apenas penalizaba la posesión de deuda griega. Para justificar una decisión así, las autoridades comunitarias argumentaron, en el mes de junio de 2010, que tras la creación del fondo de rescate del euro ya “no se contempla la hipótesis de un impago por parte de ningún país europeo”. Como señaló The Wall Street Journal poniendo el dedo en la llaga: las maniobras técnicas han servido para ocultar la enorme exposición de los bancos europeos, su gran pasivo acumulado y las dificultades para recuperar miles de millones concedidos en créditos dudosos (en el mes de septiembre de 2010 la prensa económica europea hizo público que los grandes bancos alemanes necesitarán más de 100.000 millones de euros para cumplir con las nuevas regulaciones).

6.  En lo concerniente a la producción industrial, las cifras son extraordinarias comparadas con Norteamérica o Europa: un crecimiento del 6,4% en 2008, del 12,5% en 2009 y alrededor del 14% en 2010, si bien la previsión para 2011 es del 11% debido a la desaceleración sufrida a finales del pasado  año. Cifras positivas, pero todavía alejadas del crecimiento medio superior al 17%  en los años previos a la crisis.

7. Basta recordar que en mayo de 2010, justo cuando estalló la crisis europea y el euro estuvo bajo un intenso fuego de los “especuladores” (es decir, de los grandes bancos y las grandes multinacionales, en una parte considerable de matriz estadounidense), el presidente norteamericano telefoneó a Zapatero, al primer ministro griego Papandreu, al primer ministro portugués Sócrates, por no decir a Merkel y Brown (todavía había un gobierno laborista en Gran Bretaña), para presionarles y exigirles que pusieran en marcha cuanto antes los planes de ajuste y austeridad, el recorte del déficit y la ofensiva contra la clase obrera. Obama, como portavoz político de los grandes negocios estadounidenses, de los grandes bancos y las grandes corporaciones, igual que lo fueron otros presidentes estadounidenses en los que se inspira, como Wilson o Roossevelt, no hacía más que asegurar que estos grandes consorcios capitalistas recibieran puntualmente el pago de sus intereses y la devolución de sus préstamos, que pudieran continuar con sus sabrosos negocios especulativos a costa de la sangre, el sudor y las lágrimas de la clase obrera europea. Presentar a Obama como el defensor de otro modelo económico es demagogia barata.

8. León Trostky, La curva de desarrollo capitalista, en Marxismo Hoy nº 8, diciembre de 2000

9. Esta es la otra cara de la historia, el crecimiento exponencial de la desigualdad y el aumento de la concentración de la riqueza. Algunos ejemplos pueden ilustrar las dimensiones de este fenómeno. Según la edición de Wall Street Journal del pasado11 de octubre de 2010, las remuneraciones totales de los directivos de Wall Street superarán un nuevo record, alcanzando los 144.000 millones de dólares en 2010. Desde el estallido de la crisis en 2007 hasta 2009, los banqueros y brokers de Wall Street percibieron más de 70.000 millones de dólares en primas. Por otra parte, la agencia de calificación Merryll-Lynch ha hecho público en el 2010 un informe sobre el crecimiento de las grandes fortunas. Según dicho estudio, en el año 2005 se podían contabilizar en todo el mundo 8,8 millones de HNWI (High Net Worth Individuals, es decir, individuos de valor neto elevado, con activos superiores al millón de dólares); esta cifra aumentó a 9,5 millones en el año siguiente y llegaron hasta 10,1 millones en el año 2007. En el 2008, con el estallido de la crisis económica, el número de HNWI se redujo a los niveles de 2005, con 8,6 millones en todo el mundo. Pero en 2009, en pleno pico de la gran recesión, la cifra fue de 10 millones. La riqueza conjunta de todos estos HNWI fue de 33,4 billones de dólares en el 2005, de 37,2 en el 2006, de 40,7 en el 2007, bajó hasta los 32,8 en el 2008 para volver a subir en el año 2009 a 39 billones. Para considerar el volumen de riqueza del que hablamos los activos acumulados por estos individuos en el año 2009 equivalen aproximadamente a 3 veces el PIB de Estados Unidos, y entre 30 y 40 veces, según el año, al PIB del Estado español. Pero hay más. Existe otro grupo mencionado en el informe, el de los  Ultra-HNWI (individuos con activos superiores a los treinta millones de dólares), que en 2009 estaba formado por 93.100 personas en todo el planeta, con unos activos en conjunto superiores a los  13.845.000.000.000 de dólares. Menos de cien mil multimillonarios, los famosos “mercados” que no son anónimos sino que tienen nombre y apellidos y constituyen la plutocracia de cada una de las naciones capitalistas más avanzadas, poseen ingresos equivalentes al  PIB de toda la Unión Europea. Entre Estados Unidos (con casi 2’9 millones), Japón (con casi 1’7 millones) y Alemania (con 861.000), concentran el 53,5% de todos los HNWI del mundo en 2009. En el Estado español la cifra de HNWI es de 143.000 para este mismo año.
   (Datos extraídos del artículo de Daniel Raventós, Las cifras de la concentración mundial de riqueza, http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3643)

 

 

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