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Siria es uno de los países donde se han dejado sentir con fuerza los efectos de la revolución árabe y desde hace tres meses, todas las semanas, decenas de miles de sirios salen a las calles para exigir el final del régimen. Las movilizaciones han ido ganando fuerza, el 3 de junio en Hama se manifestaron más de 100.000 personas, lo mismo sucedió en las provincias de Idleb y Der Al-Zors, donde también hubo movilizaciones en las que participaron decenas de miles.
Hasta ahora el movimiento había tenido menos fuerza en las dos ciudades más grandes, Damasco y Aleppo, aquí vive la mitad de la población siria y es donde el régimen todavía cuenta con una base de apoyo importante, pero esta situación también comienza a cambiar. El 24 de junio hubo manifestaciones en 19 ciudades y fueron bastante más numerosas que las anteriores, fue una respuesta al discurso que cuatro días antes había pronunciado Al Assad, en el que acusaba a “factores desestabilizadores externos” de la situación y justificaba la brutal represión por la presencia de “elementos infiltrados”. En Damasco decenas de miles de personas llamaban mentiroso al presidente sirio. La situación cambia rápidamente, estos últimos días se ha producido un salto cualitativo importante y se está convirtiendo en una olla a presión que puede estallar en cualquier momento.
Para intentar detener las movilizaciones el régimen ha recurrido a una brutal represión, cercando ciudades y pueblos enteros, detenciones masivas de activistas y situando francotiradores en las manifestaciones que disparan indiscriminadamente, según algunas organizaciones de derechos humanos han muerto más de 1.600 personas y 10.000 han sido detenidas. La violencia del régimen ha provocado la huida de 11.800 personas a Turquía y otros 5.000 a Líbano, precisamente el régimen acaba de cerrar la frontera con este último país para evitar un éxodo masivo de sirios. La represión no sólo no ha paralizado las protestas sino que como hemos visto en otros países árabes ha añadido más determinación y combatividad al movimiento de masas.
A lo largo de estos tres meses el gobierno también ha llevado a cabo algunas reformas con la intención de reducir el descontento y furia de las masas sirias contra el régimen. Derogó la ley de emergencia vigente desde 1963, que prohibía entre otras cosas las manifestaciones, decretó una amplia amnistía, y acaba de anunciar la reforma de la ley de partidos, pero hasta ahora con poco éxito.

 

Un régimen en crisis

 

Como en el resto del mundo árabe el origen del malestar social se encuentra en las condiciones económicas en las que viven las masas sirias. El desempleo es un mal endémico, sobre todo entre los jóvenes de 15 a 24 años que sufren una tasa de paro superior al 20%. El 80% de los licenciados universitarios tienen que esperar una media de cuatro años para conseguir un empleo. Los que tienen empleo sufren la temporalidad, los bajos salarios y jornadas laborales que superan incluso las 12 horas diarias.
Durante los últimos años la política económica del régimen sirio se ha caracterizado por la liberalización de la economía, la privatización de empresas públicas, la eliminación de subsidios a los alimentos y el combustible, es decir, todas las recetas impuestas por el FMI con efectos devastadores para las masas. Aunque uno de los objetivos del último plan quinquenal era disminuir la pobreza, todavía más del 30% de la población no tiene ingresos suficientes para cubrir sus necesidades de vida básicas. Tras el estallido social, el régimen aprobó la mayor subida salarial en cuatro décadas a los empleados públicos, este sector agrupa al 20% de la fuerza laboral y restauró algunos de los subsidios a productos básicos eliminados estos últimos años. Pero tampoco estas medidas han salvado al régimen de la furia de las masas.
Como en el resto de países de la región el régimen de Al Assad ha aplicado en los últimos años las recetas privatizadoras y de recortes de gastos sociales del FMI con el consiguiente aumento de la pobreza, pérdida de derechos y conquistas de los trabajadores, despidos masivos en el sector público, etc. Además, durante todos estos años la represión ha sido uno de los principales instrumentos del régimen sirio para acallar cualquier signo de oposición.
El país hoy está gobernado por una pequeña élite millonaria, uno de esos ejemplos es el primo de Al Assad, Rami Makhlouf, que se ha convertido en el principal objetivo de la ira de las masas y una personificación de la corrupción rampante que reina en el país. Makhlouf controla el 60% de la economía, posee docenas de empresas en varios países de la región y Europa del Este, controla la importación de vehículos, y es conocido popularmente como míster Cincoporciento, en alusión a las comisiones que cobra por la concesión de proyectos del gobierno.
La situación económica se está deteriorando muy rápidamente. El turismo, que representa un 12% del PIB y en el que trabaja un 12% de la fuerza laboral, está hundido. Qatar ha anunciado la paralización de un proyecto de construcción de dos centrales eléctricas con las que se esperaba atraer una inversión extranjera de 50.000 millones de dólares durante los próximos cinco años. La libra siria ha perdido desde el inicio de las movilizaciones un 17% de su valor, con el efecto negativo sobre las importaciones que ahora son más caras. Con una situación económica sombría el margen de maniobra del régimen para mejorar sustancialmente las condiciones de vida es muy pequeño. Las masas sirias han dejado claro en las calles que quieren un cambio y el régimen, según pasan los días, pierde apoyos. La situación es explosiva, la decisión de las masas es cada vez mayor y las próximas semanas serán decisivas para el futuro del régimen y de las masas sirias.

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