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Publicamos a continuación la conferencia pronunciada por León Trotsky el 27 de noviembre de 1932 en Copenhague con motivo del decimoquinto aniversario de la revolución de octubre. Invitado por la Asociación de Estudiantes Socialdemócratas, Trotsky pudo dirigirse a un auditorio de cerca de 2.500 personas. La conferencia fue todo un desafío en un momento de fuerte ofensiva del estalinismo contra él y la Oposición de Izquierdas Internacional.

Esta conferencia constituye uno de los análisis más brillantes de Trotsky sobre la Revolución Rusa y sus fuerzas motrices.

Queridos oyentes:

Permítanme, en primer término, expresar mi sincero pesar por no poder hablar en lengua danesa ante un auditorio de Copenhague. No sabemos si los oyentes perderán algo por ello. En lo que concierne al conferenciante, la ignorancia del idioma danés le impide seguir la vida y la literatura escandinavas directamente, de primera mano y en forma original. ¡Es una gran pérdida!

El idioma alemán, al cual estoy obligado a recurrir, es potente y rico; pero “mi lengua alemana” es bastante limitada. Además, cuando se trata de cuestiones complicadas sólo es posible explicarse con la necesaria libertad en la lengua propia. Por tanto, pido por adelantado la indulgencia del auditorio.

La primera vez que estuve en Copenhague fue con motivo del Congreso Socialista Internacional, y guardé siempre los mejores recuerdos de vuestra ciudad. Pero esto se remonta a casi un cuarto de siglo. En el Øresund1 y en los fiordos, el agua ha cambiado muchas veces. Pero no sólo el agua. La guerra ha quebrado la columna vertebral del viejo continente europeo. Los ríos y los mares de Europa han transportado mucha sangre humana. La humanidad, en particular su parte europea, ha pasado por duras pruebas; se ha vuelto más sombría, más brutal. Todas las formas de lucha se han hecho más ásperas. El mundo ha entrado en una época de grandes cambios. Sus expresiones más extremas son la guerra y la revolución.

Antes de pasar al tema de mi conferencia —la Revolución Rusa—, creo un deber expresar mi agradecimiento a los organizadores de este acto, la Asociación de Copenhague de Estudiantes Socialdemócratas. Lo hago en calidad de adversario político. Es verdad que mi conferencia trata sobre cuestiones histórico-científicas y no de tareas políticas. Subrayo esto también desde el principio. Pero es imposible hablar de una revolución de la que ha surgido la República de los Sóviets sin plantear una posición política. En mi calidad de conferenciante, mi bandera sigue siendo la misma que aquélla bajo la cual participé en los acontecimientos revolucionarios.

Hasta la guerra, el Partido Bolchevique perteneció a la socialdemocracia internacional. El 4 de agosto de 1914, el voto de la socialdemocracia alemana en favor de los créditos de guerra puso fin, de una vez para siempre, a esta unidad y abrió la era de la lucha incesante e intransigente del bolchevismo contra la socialdemocracia. ¿Significa esto, por tanto, que los organizadores de esta reunión han cometido un error al invitarme como conferenciante? En todo caso, el auditorio estará en condiciones de juzgarlo solamente después de mi conferencia. Para justificar mi aceptación a la amable invitación para hacer una exposición sobre la Revolución Rusa, me permitiré recordar que durante los 35 años de mi vida política, el tema de la Revolución Rusa ha sido el eje práctico y teórico de mis preocupaciones y de mis actos. Quizás esto me de algún derecho a esperar que lograré ayudar no sólo a mis amigos y simpatizantes, sino también a los adversarios —al menos en parte— a comprender mejor diversos rasgos de la revolución que hasta hoy escapaban a su atención. Sin embargo, el objetivo de mi conferencia es ayudar a comprender. No me propongo aquí propagar ni llamar a la revolución, sólo quiero explicarla.

No sé si en el Olimpo escandinavo había también una diosa de la rebelión. Lo dudo. De cualquier modo, no solicitaremos hoy sus favores. Vamos a poner nuestra conferencia bajo el signo de Snotra2, la vieja diosa del conocimiento. A pesar del carácter dramático de la revolución como acontecimiento vital, trataremos de estudiarla con la impasibilidad del anatomista. Si el conferenciante a causa de ello resulta más seco, los oyentes, espero, sabrán justificarlo.

Para empezar, fijemos algunos principios sociológicos elementales que son sin duda familiares a todos ustedes; pero que debemos tener presentes al ponernos en contacto con un fenómeno tan complejo como la revolución.

La sociedad humana es el resultado histórico de la lucha por la existencia y de la seguridad del mantenimiento de las generaciones. El carácter de la sociedad está determinado por el carácter de su economía; el carácter de su economía está determinado por el de sus medios de producción. A cada gran época del desarrollo de las fuerzas productivas corresponde un régimen social definido. Hasta ahora cada régimen social ha asegurado enormes ventajas a la clase dominante.

De lo dicho resulta evidente que los regímenes sociales no son eternos. Nacen históricamente y se convierten en obstáculos al progreso ulterior. “Todo lo que nace es digno de perecer”.

Pero nunca una clase dominante ha depuesto voluntaria y pacíficamente su poder. En las cuestiones de vida y muerte los argumentos fundados en la razón nunca han reemplazado a los argumentos de la fuerza. Es triste decirlo; pero es así. No hemos sido nosotros los que hemos hecho este mundo. Sólo podemos tomarlo tal cual es.

La revolución significa un cambio del régimen social. Ella trasmite el poder de las manos de una clase que ya está agotada a las manos de otra clase en ascenso. La insurrección constituye el momento más crítico y más agudo en la lucha de dos clases por el poder. La sublevación sólo puede conducir a la victoria real de la revolución y al levantamiento de un nuevo régimen en el caso de que se apoye sobre una clase progresiva capaz de agrupar alrededor suyo a la aplastante mayoría del pueblo.

A diferencia de los procesos de la naturaleza, la revolución es realizada por los hombres y a través de ellos. Pero en la revolución los hombres también actúan bajo la influencia de condiciones sociales que no son libremente elegidas por ellos, sino que son heredadas del pasado y que les señalan imperiosamente el camino. Precisamente por esto, y nada más que por esto, es que la revolución tiene sus propias leyes.

Pero la conciencia humana no refleja pasivamente las condiciones objetivas, tiene el hábito de reaccionar activamente sobre éstas. En ciertos momentos esta reacción adquiere un carácter masivo, crispado, apasionado. Las barreras del derecho y del poder se derrumban. Precisamente, la intervención activa de las masas en los acontecimientos constituye el elemento principal de la revolución.

Y, sin embargo, la actividad más fogosa puede quedar simplemente reducida al nivel de una demostración, de una rebelión, sin elevarse a la altura de la revolución. La sublevación de las masas debe conducir al derribo de la dominación de una clase y al establecimiento de la dominación de otra. Solamente así se consumará una revolución. La sublevación de las masas no es una empresa aislada que se puede desencadenar voluntariamente. Representa un elemento objetivamente condicionado por el desarrollo de la sociedad. Pero las condiciones de la sublevación existentes no deben esperarse pasivamente, con la boca abierta: en los acontecimientos humanos también hay, como dijo Shakespeare, flujos y reflujos: There is a tide in the affairs of men which taken at the flood, leads on to fortune3. Para barrer el régimen que se sobrevive a sí mismo, la clase progresiva debe comprender que ha sonado su hora y proponerse la tarea de la conquista del poder. Aquí se abre el campo de la acción revolucionaria consciente, donde la previsión y el cálculo se unen a la voluntad y a la audacia. Dicho de otra manera: aquí se abre el campo de la acción del Partido.

El golpe de Estado

El partido revolucionario reúne en él lo mejor de la clase progresiva. Sin un partido capaz de orientarse en las circunstancias, de apreciar la marcha y el ritmo de los acontecimientos y de conquistar a tiempo la confianza de las masas, la victoria de la revolución proletaria es imposible. Tal es la relación de los factores objetivos y subjetivos de la revolución y de la insurrección. Como ustedes saben, en las discusiones, los adversarios —en particular en la teología— frecuentemente tienen la costumbre de desacreditar la verdad científica llevándola al absurdo. Esta verdad se llama en lógica reductio ad absurdum. Vamos a tratar de seguir el camino opuesto, es decir, que tomaremos como punto de partida un absurdo con el objetivo de aproximarnos con mayor seguridad a la verdad. En todo caso, no se puede protestar por falta de absurdos. Tomemos uno de los más recientes y más crecientes.

El escritor italiano Malaparte4, algo así como un teórico fascista —también eso existe—, ha publicado recientemente un libro sobre la técnica del golpe de Estado. El autor consagra, naturalmente, un número no despreciable de páginas a su “investigación” sobre la insurrección de Octubre.

A diferencia de la “estrategia” de Lenin, que permanece unida a las relaciones sociales y políticas de la Rusia de 1917, “la táctica de Trotsky —según las palabras de Malaparte— no tiene ninguna relación con las condiciones generales del país”. ¡Tal es la idea principal de la obra! Malaparte obliga a Lenin y a Trotsky en las páginas de su libro a entablar numerosos diálogos en los cuales los interlocutores dan prueba de tan poca profundidad de pensamiento como la naturaleza puso a disposición de Malaparte. A las objeciones de Lenin sobre las premisas sociales y políticas de la insurrección, Malaparte atri­buye a Trotsky la respuesta literal siguiente: “Vuestra estrategia exige demasiadas condiciones favorables; la insurrección no necesita nada, ella se basta a sí misma”. ¿Ustedes entienden?; “la insurrección no necesita nada”. Tal es precisamente, queridos oyentes, el absurdo que debe servirnos para aproximarnos a la verdad. El autor repite persistentemente que en Octubre no fue la estrategia de Lenin lo que triunfó, sino la táctica de Trotsky. Esta táctica amenaza, según sus propias palabras, aún en la actualidad, la tranquilidad de los Estados europeos. “La estrategia de Lenin —cito textual­mente— no constituye ningún peligro inmediato para los gobier­nos de Europa. La táctica de Trotsky constituye para éstos un peligro actual y, por tanto, permanente”. Más concretamente: “Pongan a Poincaré5 en lugar de Kerensky, y el golpe de Estado bolche­vique de Octubre de 1917 habría logrado el éxito igualmente”. Resulta difícil creer que semejante libro se tradujera a varios idiomas y tomado en serio. En vano trataríamos de profundizar por qué, en general, la estrategia de Lenin que depende de las condiciones históricas, es necesaria, si la “táctica de Trotsky” permite resolver la misma tarea en todas las situaciones. ¿Y por qué las revoluciones victoriosas son tan raras, si para su triunfo, sólo basta con un par de recetas técnicas?

El diálogo entre Lenin y Trotsky presentado por el escritor fascista es, tanto en el espíritu como en la forma, una invención torpe de principio a fin. Semejantes invenciones circulan muchas por el mundo. Por ejemplo, acaba de editarse en Madrid, bajo mi firma, un libro: Vida de Lenin, del cual soy tan poco responsable como de las recetas tácticas de Malaparte. El semanario de Madrid Estampa publicó este supuesto libro de Trotsky sobre Lenin en extractos de capítulos enteros que contienen ultrajes abominables contra la memoria del hombre que yo estimaba y que estimo incomparablemente más que a cualquiera otro entre mis contemporáneos.

Pero abandonemos a los falsarios a su suerte. El viejo Wilhelm Liebknecht6, el padre del combatiente y héroe inmortal Karl Liebknecht7, acostumbraba repetir: “El político revolucionario debe estar provisto de una gruesa piel”. El doctor Stockmann, más expresivo aún, recomendaba a todo el que se propusiera ir al encuentro de la opinión pública no ponerse pantalones nuevos. Registremos estos dos buenos consejos y pasemos al orden del día.

¿Cuáles son las preguntas que la Revolución de Octubre despierta en un hombre reflexivo?

1.- ¿Por qué y cómo esta revolución ha alcanzado el éxito? Más concretamente, ¿por qué la revolución proletaria ha triunfado en uno de los países más atrasados de Europa?

2.- ¿Qué ha aportado la Revolución de Octubre?

Y, finalmente:

3.- ¿Ha mostrado sus capacidades?

Las causas de Octubre

A la primera pregunta —sobre las causas— se puede ya contestar de una forma más o menos completa. He tratado de hacerlo lo más explícitamente posible, en mi Historia de la Revolución. Aquí sólo puedo formular las conclusiones más importantes. El hecho de que el proletariado haya llegado al poder por primera vez en un país tan atrasado como la antigua Rusia zarista, parece misterioso sólo a primera vista; en realidad es completamente lógico. Se podía prever y se previó. Es más: bajo la perspectiva de este hecho, los revolucionarios marxistas edificaron su estrategia mucho antes de desarrollarse los acontecimientos decisivos. La explicación primera es la más general: Rusia es un país atrasado pero es sólo una parte de la economía mundial, un elemento del sistema capitalista mundial. En este sentido, Lenin resolvió el enigma de la revolución rusa con la siguiente fórmula lapidaria: la cadena se ha roto por su eslabón más débil.

Una ilustración clara: la Gran Guerra, salida de las contradicciones del imperialismo mundial, arrastró en su torbellino a países que se hallaban en diferentes etapas de desarrollo, pero planteó las mismas exigencias a todos por igual. Claro está que las cargas de la guerra debían ser particularmente insoportables para los países más atrasados. Rusia fue la que primero se vio obligada a ceder terreno. Pero para liberarse de la guerra, el pueblo ruso debía abatir a las clases dirigentes. Así fue cómo la cadena de la guerra se rompió por su eslabón más débil. La guerra no es una catástrofe que viene del exterior, como un terremoto. Es, por hablar como el viejo Clausewitz8, la continuación de la política por otros medios.

Durante la guerra, las principales tendencias del sistema imperialista de tiempos de “paz” se expresaron más crudamente. Cuanto más elevadas sean las fuerzas productivas generales; cuanto más tensa es la competencia mundial, cuanto más agudos se manifiesten los antagonismos; cuando más desenfrenado se desarrolle el curso de los armamentos, tanto más penosa resulta la situación para los participantes más débiles. Precisamente ésta es la causa por la cual los países más atrasados ocupan los primeros lugares en la serie de derrumbamientos. La cadena del capitalismo mundial tiende siempre a romperse por los eslabones más débiles.

Si debido a ciertas circunstancias extraordinarias, o extraordinariamente desfavorables (por ejemplo, una intervención militar victoriosa del exterior o faltas irreparables del propio gobierno soviético), se restableciera el capitalismo ruso sobre el inmenso territorio soviético, al mismo tiempo también sería restablecida su insuficiencia histórica y muy pronto sería nuevamente víctima de las mismas contradicciones que lo condujeron en 1917 a la explosión. Ninguna receta táctica hubiera podido dar vida a la Revolución de Octubre de no llevarla Rusia en sus propias entrañas. Finalmente, el partido revolucionario no puede pretender otro rol que el del obstetra que se ve obligado a recurrir a una cesárea.

Se me podría objetar: vuestras consideraciones generales pueden ser suficientes para explicar por qué razón la vieja Rusia (este país donde el capitalismo atrasado, junto a un campesinado miserable, estaba coronado por una nobleza parasitaria y por una monarquía putrefacta), tenía que naufragar. Pero en la imagen de la cadena y del eslabón más débil falta todavía la llave del enigma: ¿cómo en un país atrasado podía triunfar la revolución socialista? Porque la historia conoce muchos ejemplos de decadencia de países y de culturas que, tras el hundimiento simultáneo de las viejas clases, no han encontrado ningún relevo progresivo. El hundimiento de la vieja Rusia hubiera debido, a primera vista, transformar el país en una colonia capitalista más que en un Estado socialista. Esta objeción es muy interesante y nos lleva directamente al corazón del problema. Y sin embargo esta objeción está viciada; yo diría desprovista de proporción interna. Por un lado, proviene de una concepción exagerada en lo que concierne al retraso de Rusia; por otro, de una falsa concepción teórica en lo que respecta al fenómeno del retraso histórico en general.

Los seres vivos, entre otros, el hombre, atraviesan, según su edad, estadios de desarrollo semejantes. En un niño normal de 5 años, se encuentra cierta correspondencia entre el peso, la talla y los órganos internos. Pero con la conciencia humana esto ocurre de otra manera. En oposición con la anatomía y la fisiología, la psicología, tanto la del individuo como la de la colectividad, se distingue por una extraordinaria capacidad de asimilación, flexibilidad y elasticidad: en esto mismo reside también la ventaja aristocrática del hombre sobre su pariente zoológico más próximo de la especie de los monos. La conciencia, que es flexible y capaz de asimilar, confiere a los “organismos” llamados sociales como condición necesaria del progreso histórico, a diferencia de los organismos reales, es decir, biológicos, una extraordinaria variabilidad de la estructura interna. En el desarrollo de las naciones y de los Estados, de los capitalistas en particular, no hay similitud ni uniformidad. Diferentes grados de cultura, incluso sus polos opuestos, se aproximan y se combinan con mucha frecuencia en la vida de un país.

No olvidemos, queridos oyentes, que el retraso histórico es una noción relativa. Si hay países atrasados y avanzados, hay también una acción recíproca entre ellos; existe la presión de los países avanzados sobre los retardados; existe la necesidad para los países atrasados de alcanzar a los países progresistas, de obtener la técnica, la ciencia, etcétera. Así surgió un tipo combinado de desarrollo: los rasgos más atrasados se acoplan a la última palabra de la técnica y del pensamiento mundial. Finalmente, los países históricamente atrasados, para superar su retraso, se ven a veces obligados a sobrepasar a los demás.

La elasticidad de la conciencia colectiva da la posibilidad de alcanzar en ciertas condiciones en el terreno social, el resultado que en psicología individual se llama “la compensación”. En este sentido, se puede afirmar que la Revolución de Octubre fue para los pueblos de Rusia un medio heroico de superar su propia inferioridad económica y cultural.

Pero pasemos sobre estas generalizaciones histórico-políticas, que quizá sean un poco abstractas, para plantear la misma cuestión bajo una forma más concreta, es decir, a través de los hechos económicos vivos. El retraso de la Rusia del siglo XX se expresa más claramente así: la industria ocupa en el país un lugar mínimo en comparación con la aldea, el proletariado en comparación con el campesinado. En conjunto, esto significa una baja productividad del trabajo nacional. Bastaría decir que en vísperas de la guerra, cuando la Rusia zarista había alcanzado la cumbre de su prosperidad, la renta nacional era de 8 a 10 veces inferior que la de Estados Unidos. Esto expresa numéricamente “la amplitud” del retraso, si es que podemos servirnos de la palabra amplitud en lo que concierne al retraso.

Al mismo tiempo la ley del desarrollo combinado se expresa, a cada paso, en el terreno económico, tanto en los fenómenos simples como en los complejos. Casi sin rutas nacionales, Rusia se vio obligada a construir ferrocarriles. Sin haber pasado por el artesanado europeo y la manufactura, Rusia pasó directamente a la producción mecanizada. Saltar las etapas intermedias, tal es el destino de los países atrasados.

Mientras que la economía campesina permanecía frecuentemente al nivel del siglo XVII, la industria de Rusia, si no es por su capacidad por lo menos por su tipo, se encontraba al nivel de los países avanzados y sobrepasaba a éstos bajo variadas relaciones. Basta decir que las empresas gigantes con más de mil obreros ocupaban en los Estados Uni­dos menos del 18% del total de los obreros industriales, y por el contrario, en Rusia la proporción era del 41%. Este hecho no concuerda con la concepción trivial del retraso económico de Rusia. Sin embargo, esto no contradice el re­traso, sino que lo completa dialécticamente.

La estruc­tura de clase del país entrañaba también el mismo carácter contradictorio. El capital financiero de Europa industrializó la economía rusa a un ritmo acelerado. La burguesía industrial pronto adquiere un carácter de gran capitalismo, enemigo del pueblo. Además, los accionistas extranjeros viven fuera del país. Por el contrario, los obreros, naturalmente, eran rusos. Una bur­guesía rusa numéricamente débil, que no tenía ninguna raíz nacional, se encontraba de esta forma opuesta a un proletariado relativamente fuerte, con potentes y profundas raíces en el pueblo. Al carácter revolucionario del proletariado contribuyó el hecho de que Rusia, precisamente como país atrasado, obligada a alcanzar a los adversarios, no había llegado a elaborar un conservadurismo social o político propio. Como la nación más conservadora de Europa, incluso del mundo entero, el más viejo país capitalista, Inglaterra, me da la razón. Muy bien podría ser considerada Rusia como el país más desprovisto de conservadurismo. El proletariado ruso, joven, lozano, resuelto, sólo constituía sin embargo una ínfima minoría de la nación. Las reservas de su potencia revolucionaria se encontra­ban fuera del proletariado incluso en el campesinado, que vivía en una semi-servidumbre, y en las nacionalidades oprimidas.

El campesinado

La cuestión agraria constituía la base de la revolución. La antigua servidumbre estatal-monárquica era do­blemente insoportable en las condiciones de la nueva explota­ción capitalista. La comunidad agraria ocupaba alrededor de 140 millones de deciatinas9. A 30.000 grandes terratenientes, poseedores cada uno, por término medio, de más de 2.000 deciatinas, les correspondían en total 70 millones de deciatinas, es decir, tanto como a 10 millones de familias campesinas, o 50 millones de seres que forman la población agraria. Esta estadística de la tierra constituía un programa acabado de insurrección campesina.

Un noble, Boborkin, escribió en 1917 al chambelán Rodzianko, presidente de la última Duma del Es­tado: “Soy un terrateniente y no se me ocurre pensar, ni por un momento, que tenga que perder mi tierra, y menos por un fin increíble: para hacer una experiencia socia­lista”. Pero las revoluciones tienen precisamente como tarea llevar adelante lo que no entra en la cabeza de las clases dominantes.

En el otoño de 1917, casi todo el país era un vasto campo de levantamientos campesinos. De 621 distritos de la vieja Rusia, 482, es decir, el 77%, estaban contagiados por el movimiento. El resplandor del incendio de la aldea iluminaba la arena de la sublevación en las ciudades. ¡Pero —me podrán objetar— la guerra campesina contra los terratenientes es uno de los elementos clásicos de la revolución burguesa y no de la revolución proletaria! Yo respondo: ¡completamente correcto, así sucedió en el pasado! Pero es que, precisamente, la impotencia de la sociedad capitalista para vivir en un país históricamente atrasado se expresa en el hecho de que la sublevación campesina no impulsa hacia adelante a las clases burguesas en Rusia, sino que por el contrario, las arroja definitivamente al campo de la reacción. Si el campesino no quería desaparecer, no le quedaba otra alternativa que la alianza con el proletariado industrial. Esta ligazón revolucionaria de las dos clases opri­midas fue prevista genialmente por Lenin, quién la preparó a través de un largo trabajo.

Si la cuestión agraria hubiese sido resuelta­ por la burguesía, entonces, seguramente el proletariado no hubiera conquistado el poder de ninguna manera en 1917. Pero habiendo llegado demasiado tarde, precozmente decrépita, la burguesía rusa, rapaz y traidora, no tuvo la osadía de levantar la mano contra la propiedad feudal. Así, le entregó el poder al proletariado y al mismo tiempo el derecho a disponer del destino de la sociedad burguesa.

Para que el Estado soviético fuera una realidad, era necesaria la acción combinada de dos factores de naturaleza histórica diferente: la guerra campesina, es decir, un movimiento que es característico de la aurora del desarrollo burgués, y la sublevación proletaria, que anuncia el declinar del movimiento burgués. En esto reside el carácter combinado de la Revolución Rusa.

Basta que el oso campesino se levante, afianzado sobre sus patas traseras, para dar a conocer lo terrible de su acometida. Sin embargo, no está en condiciones de dar a su indignación una expresión consciente. Necesita un dirigente. Por primera vez en la historia del mundo, el campesinado insurgente encontró en el proletariado un dirigente leal. Cuatro millones de obreros de la industria y de los transportes dirigiendo a 100 millones de campesinos. Tal fue la relación natural e inevitable entre el proletariado y el campesinado en la revolución.

La cuestión nacional

La segunda reserva revolucionaria del proletariado estaba constituida por las nacionalidades oprimidas, integradas, asimismo, por campesinos en su mayor parte. El carácter extensivo del desarrollo del Estado, que se extiende como una mancha de aceite desde el centro moscovita hasta la periferia está estrechamente ligado al retraso histórico del país. Al este subordina a las poblaciones aún más atrasadas para sofocar mejor, apoyándose en ellas, a las nacionalidades más desarrolladas del oeste. A los 90 millones de gran rusos que constituían la masa principal de la población, se añadían sucesivamente, 90 millones de “alógenos”10.

Así se constituía la composición en el Imperio, en el que la nación dominante sólo estaba integrada por un 43% de la población, en tanto que el otro 57% era una mezcla de nacionalidades, de culturas y de regímenes diferentes. La presión nacional era en Rusia incomparablemente más brutal que en los Estados vecinos, y a decir verdad, no sólo de los que estaban del otro lado de la frontera occidental, sino también de la oriental. Esto confería al problema nacional una enorme fuerza explosiva.

La burguesía liberal rusa no quería, ni en la cuestión nacional ni en la cuestión agraria, ir más allá de ciertos atenuantes del régimen de opresión y de violencia. Los gobiernos “demócratas” de Miliukov11 y de Kerensky12, que reflejaban los intereses de la burguesía y de la burocracia gran rusa, se apresuraron durante los ocho meses de su existencia a hacerles comprender a las nacionalida­des descontentas precisamente que sólo obtendrán lo que arrancasen por la fuerza.

Hacía mucho que Lenin había tomado en consideración la inevitabilidad del desarrollo del movimiento nacional centrífugo. El Partido Bol­chevique luchó obstinadamente durante años por el derecho de autodeterminación de las nacionalidades, es decir, por el dere­cho a la completa separación estatal. Sólo gracias a esta valiente posición en la cuestión nacional el proletariado ruso pudo ganar poco a poco la confianza de las poblaciones oprimidas. El movimiento de liberación nacional, así como el movimiento campesino, se tornaron forzosamente contra la democracia oficial, fortificaron al proletariado, y se lanzaron sobre el lecho de la insurrección de Octubre.

La revolución permanente

Así se desvela poco a poco frente a nosotros el enigma de la insurrección proletaria en un país históricamente atrasado. Mucho tiempo antes de los acontecimien­tos, los revolucionarios marxistas habían previsto la marcha de la revolución y el rol histórico del joven proletariado ruso. Quizá se me permita dar aquí un extracto de mi propia obra sobre el año 1905, Resultados y perspectivas:

“En un país económicamente atrasado el proletariado puede llegar al poder antes que en un país capitalista adelantado (…). La revolución rusa creada (…) en tales condiciones en las que el poder puede pasar (con la victoria de la revolución, debe pasar) al proletariado incluso antes que la política del liberalismo burgués tenga la posibilidad de desplegar su genio estadista.

El destino de los intereses revolucionarios más elementales de los campesinos (…) se liga al destino de la revolución, es decir, al destino del proletariado. Una vez llegado al poder, el proletariado aparecerá frente a los campesinos como el emancipador de clase.

"El proletariado entra en el gobierno co­mo representante revolucionario de la nación, como dirigente reconocido del pueblo en lucha contra el absolutismo y la bar­barie de la servidumbre (…).

"El régimen proletario deberá desde el principio pronunciarse por la solución de la cuestión agraria, a la que está ligada la cuestión de la suerte de las potentes masas populares de Rusia”.

Me he permitido traer esta cita para testimoniar que la teoría de la Revolución de Octubre presentada hoy por mí no es una improvisación rápida, construida más tarde, bajo la presión de los acontecimientos. No, fue emitida bajo forma de pronóstico político mucho tiempo antes de la Revolución de Octubre. Ustedes estarán de acuerdo que la teoría, en general, sólo tiene valor en la medida en que ayuda a prever el curso del desarrollo y a influenciarlo hacia sus objetivos. En esto mismo consiste, hablando en términos generales, la importancia inestimable del marxismo como arma de orientación social e histórica. Lamento que los estrechos límites de esta exposición no me permitan extender la cita precedente de una manera más amplia; tendré que conformarme con un corto resumen de todo lo que he escrito del año 1905.

Según sus tareas inmediatas, la revolución rusa es una revolución burguesa. Pero, la burguesía rusa es contrarrevolucionaria. Por consiguiente, la victoria de la revolución sólo es posible como victoria del proletariado. Sin embargo, el proletariado victorioso no se detendrá en el programa de la democracia burguesa, sino que pasará al programa del socialismo. La revolución rusa será la primera etapa de la revolución socialista mundial.

Tal era la teoría de la revolución permanente, formulada por mí en 1905 y más tarde expuesta a la crítica más virulenta bajo el nombre de “trotskismo”. Pero, en realidad, esto no es más que una parte de esta teoría.

La otra, particularmente de actualidad ahora, expresa: Las fuerzas productivas actuales hace ya tiempo que han rebasado las barreras nacionales. La sociedad socialista es irrealizable en los límites nacionales. Por importantes que puedan ser los éxitos económicos de un Estado obrero aislado, el programa del “socialismo en un solo país” es una utopía pequeñoburguesa. Sólo una Federación europea, y luego mundial, de Repúblicas socialistas, puede abrir el camino a una sociedad socialista armónica.

Hoy, después de la prueba de los acontecimientos, tengo menos razones que nunca para contradecir esta teoría.

El bolchevismo

Después de todo lo dicho, ¿merece la pena seguir tomando en cuenta al escritor fascista Malaparte, que me atribuye una táctica independiente de la estrategia, resultante de ciertas recetas técnicas, aplicables siempre y bajo cualquier circunstancia? Es en todo caso bueno que el miserable teórico del golpe de Estado, permite que los distingamos fácilmente del práctico victorioso del mismo: nadie correrá el riesgo de confundir a Malaparte con Bonaparte.

Sin la insurrección armada del 25 de octubre de 1917 el Estado soviético no existiría. Pero la insurrección no cayó del cielo. Para el triunfo de la Revolución de Octubre eran necesarias una serie de premisas históricas:

1.- La podredumbre de las viejas clases dominantes; de la nobleza, de la monarquía, de la burocracia;

2.- La debilidad política de la burguesía, que no tenía ninguna raíz en las masas populares;

3.- El carácter revolucionario de la cuestión agraria;

4.- El carácter revolucionario del problema de las nacionalidades oprimidas;

5.- El peso social del proletariado;

A estas premisas orgánicas hay que agregar condiciones coyunturales excepcionalmente importantes:

6.- La Revolución de 1905 fue la gran escuela, o según la expresión de Lenin, el “ensayo general” de la Revolución de 1917. Los sóviets, como forma de organización irreemplazable de frente único proletario en la revolución, fueron organizados por primera vez en 1905;

7.- La guerra imperialista agudizó todas las contradicciones, arrancó a las masas atrasadas de su estado de inmovilidad, preparando así el carácter grandioso de la catástrofe.

Pero todas estas condiciones, que eran suficientes para que la revolución estallara, eran insuficientes para asegurar la victoria del proletariado en la revolución. Para esta victoria otra condición era aún necesaria:

8.- El Partido Bolchevique.

Si yo enumero esta condición en último lugar de la serie sólo es porque esto se corresponde a la consecuencia lógica, y no porque atribuya al partido el lugar menos importante.

No; estoy muy lejos de tal pensamiento. La burguesía liberal puede tomar el poder, y lo ha hecho muchas veces, como resultado de luchas en las cuales no había participado: para ello posee órganos de control magníficamente desarrollados. Sin embargo, las masas laboriosas se encuentran en otra situación; se las ha acostumbrado a dar y no a tomar. Trabajan, son pacientes el mayor tiempo posible, esperan, pierden la paciencia, se sublevan, combaten, mueren, dan la victoria a otros, son traicionadas, caen en el desaliento, se someten, vuelven a trabajar. Así es la historia de las masas populares bajo todos los regímenes. Para tomar con seguridad y firmeza el poder en sus manos, el proletariado necesita un partido que sobrepase ampliamente a los demás en claridad de pensamiento y en decisión revolucionaria.

El partido de los bolcheviques, que más de una vez ha sido designado, y con razón, como el partido más revolucionario de la historia de la humanidad, era la condensación viva de la nueva historia de Rusia, de todo lo que había en ella de dinámico. Hacía ya mucho tiempo que la caída de la monarquía se había convertido en la condición indispensable para el desarrollo de la economía y de la cultura. Pero faltaban las fuerzas para responder a esta tarea. La burguesía se horrorizaba frente a la revolución. Los intelectuales intentaron dirigir al campesino bajo sus faldones. Incapaz de generalizar sus propias penas y objetivos, el mujik13 dejó sin respuesta esta exhortación. La intelligentsia se armó de dinamita; toda una generación se consumió en esta lucha. El 1 de marzo de 1887, Alexander Ulianov llevó a cabo el último de los grandes atentados terroristas. La tentativa contra Alejandro III fracasó. Ulianov y los demás participantes fueron ahorcados. El intento de sustituir a la clase revolucionaria por una preparación química, había naufragado. Aun la intelligentsia más heroica, no es nada sin las masas.

Bajo la impresión inmediata de estos hechos y de sus conclusiones creció y se formó el más joven de los hermanos Ulianov, Vladímir, el futuro Lenin; la figura más grande de la historia rusa. Tempranamente en su juventud, se ubicó en el terreno del marxismo y enfocó su mirada hacia el proletariado. Sin perder un instante de vista a la aldea, buscó el camino hacia el campesinado a través de los obreros. Habiendo heredado de sus precursores revolucionarios la resolución, la capacidad de sacrificio, la disposición de llegar hasta el fin, Lenin se convirtió en sus años de juventud en el educador de la nueva generación intelectual y de los obreros avanzados. En las huelgas y luchas callejeras, en las prisiones y en la deportación, los obreros adquirieron el temple necesario. El faro del marxismo les era necesario para iluminar en la oscuridad de la autocracia su camino histórico.

En 1883 nació en la emigración el primer grupo marxista. En 1898, en una asamblea clandestina, fue proclamada la creación del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (en esta época nos llamábamos todos socialdemócratas). En 1903 tuvo lugar la escisión entre bolcheviques y mencheviques. En 1912, la fracción bolchevique se convirtió definitivamente en un partido independiente.

Este partido aprendió a reconocer la mecánica de clase de la sociedad en las luchas, en los acontecimientos grandiosos, durante doce años (1905-1917). Educó cuadros militantes aptos tanto para la iniciativa como para la disciplina. La disciplina de la acción revolucionaria se apoyaba en la unidad de la doctrina, las tradiciones de las luchas comunes y la confianza en una dirección probada.

Así era el partido en 1917. Mientras que la “opinión pública” oficial y toneladas de páginas de la prensa intelectual lo subestimaban, el Partido Bolchevique se orientaba según el curso del movimiento de masas. Tenía firmemente en sus manos la palanca de las fábricas y los regimientos. Las masas campesinas se dirigían hacia él cada vez más. Si se entiende por nación no las cumbres privilegiadas, sino la mayoría del pueblo, es decir, los obreros y los campesinos, entonces el bolchevismo se transformó, en el curso del año 1917, en el único partido ruso verdaderamente nacional.

En 1917, Lenin, obligado a vivir en la clandestinidad, dio la señal: “La crisis está madura, la hora de la insurrección se aproxima”. Tenía razón. Las clases dominantes habían caído en un impasse frente a los problemas de la guerra y de la liberación nacional. La burguesía perdió definitivamente la cabeza. Los partidos democráticos, los mencheviques y los socialrevolucionarios, disiparon el último resto de confianza de las masas, sosteniendo la guerra imperialista con su política de compromisos impotentes y con­cesiones a los propietarios burgueses y feudales. Despertó la conciencia del ejército, que se negaba a luchar por los objetivos del imperialismo que le eran extraños. Sin prestar atención a los consejos democráticos, el campesinado expulsó a los terratenientes de sus terrenos. La periferia nacional oprimida del imperio se dirigió contra la burocracia peterburguesa. En los más importantes consejos de obreros y soldados, los bolchevi­ques dominaban. Los obreros y soldados exigían hechos. El absceso estaba maduro. Hacía falta un corte de bisturí.

La insurrección sólo fue posible en estas condiciones sociales y políticas. Y también fue implacable. Pero no se puede jugar con la insurrección. Desgraciado del ciru­jano que manipula con negligencia el bisturí. La insurrección es un arte. Tiene sus leyes y sus reglas.

El partido realizó la insu­rrección de Octubre con un cálculo frío y una resolución ardiente. Gracias a esto precisamente triunfó casi sin víctimas. Por medio de los sóviets victoriosos, los bolcheviques se colocaron a la cabeza del país que abarca una sexta parte de la superficie terrestre.

Supongo que la mayoría de mis oyentes de hoy no se ocupaban todavía de política en 1917. Tanto mejor. La joven generación tiene ante sí muchas cosas interesantes, pero no siempre fáciles. Sin embargo, los representantes de las viejas generaciones en esta sala, recordarán muy bien cómo fue recibida la toma del poder por los bolcheviques: como una curiosidad, un equívoco, un escándalo, o más, como una pesa­dilla que debía disiparse con el primer rayo del sol. Los bolcheviques se mantendrían 24 horas, una semana, un mes, un año. Había que ampliar, cada vez más, el plazo... Los amos del mundo entero se armaban contra el primer Estado obrero: desencadenaron la guerra civil, nuevas y nuevas intervenciones, bloqueo. Así pasó un año después del otro. La historia tiene que contar ya 15 años de existencia del poder soviético.

Sí, dirá algún adversario: la aventura de Octubre se ha mostrado mucho más sólida de lo que pen­sábamos. Quizá no fue completamente una “aventura”. Pero, la cuestión conserva toda su fuerza: ¿qué se ha obtenido a este precio tan elevado? ¿Se puede decir que se hayan realizado estas tareas tan brillantes anunciadas por los bolcheviques en vísperas de la insurrección? Antes de responder al supuesto adversario, observemos que esta pregunta no es nueva. Al contrario, se remonta a los primeros pasos de la Revolución de Octubre, desde el día de su nacimiento.

El periodista francés, Claude Anet, que estaba en Petrogrado durante la revolución, escribía ya el 27 de octubre de 1917: “Los maximalistas —así llamaban los franceses entonces a los bolcheviques— han tomado el poder y la gran luz ha llegado. Finalmente, me digo, voy a ver cómo se realiza el Edén socialista que nos vienen prometiendo desde hace tantos años... ¡Admirable aventura! ¡Posición privilegiada!”, etc., etc., y así sucesivamente. ¡Qué odio sincero se oculta tras estos saludos irónicos! Al día siguiente de la toma del Palacio de Invierno, el periodista reaccionario se apuraba a anunciar sus pretensiones en una carta de entrada al Edén. Quince años han transcurrido desde la insurrección. Sin mayores formalidades, los adversarios manifiestan su maligna alegría al comprobar que, todavía hoy, el país de los sóviets se asemeja muy poco al reino del bienestar general. ¿Por qué entonces la revolución y por qué las víctimas?

Balance de Octubre

Queridos oyentes, me permito pensar que no desconozco las contradicciones, las dificultades, las faltas y las insuficiencias del régimen soviético tan bien como cualquiera. Personalmente jamás traté de disimularlas, ni en palabras ni por escrito. Pensé y sigo pensando, que la política revolucionaria —a diferencia de la conservadora— no puede ser edificada sobre el engaño. “Expresar lo que es” debe ser el principio más elevado del Estado obrero.

Pero es necesario tener perspectiva, tanto en la crítica como en la actividad creadora. El subjetivismo es un mal indicador, sobre todo en las grandes cuestiones. Los plazos deben ser adaptados a las tareas y no a los caprichos individuales. ¡Quince años! ¿Qué es esto para una sola vida? Durante este tiempo fueron enterrados muchos de nuestra generación, otros han visto encanecer sus cabellos. Pero estos mismos quince años: ¡qué período más insignificante en la vida de un pueblo! Nada más que un minuto en el reloj de la Historia.

El capitalismo necesitó siglos para afirmarse en la lucha contra la Edad Media, para elevar la ciencia y la técnica, para construir ferrocarriles, para tender hilos eléctricos. ¿Y entonces? Entonces, la humanidad fue lanzada por el capitalismo al infierno de las guerras y las crisis. Pero al socialismo, sus adversarios, es decir, los partidarios del capitalismo, sólo le dan una década y media para instaurar sobre la tierra el paraíso con todo el confort. No, nosotros no hemos asumido sobre nuestras espaldas semejantes obligaciones. No hemos estable­cido tales plazos. Se debe medir a los procesos de grandes cambios con una escala adecuada. No sé si la sociedad socia­lista se asemejará al paraíso bíblico; lo dudo mucho. Pero en la Unión Soviética todavía no existe el socialismo. Un Estado de transición, lleno de contradicciones, cargado con la pe­sada herencia del pasado, y además, bajo la presión enemiga de los Estados capitalistas: esto es lo que allí predomina. La Revolución de Octubre ha proclamado el principio de la nueva sociedad. La República soviética sólo ha mostrado el primer estadio de su realización. La primera lámpara de Edison fue muy imperfecta. Bajo las faltas y los errores de la pri­mera edificación socialista se debe saber discernir el porvenir.

¿Y las calamidades que se abaten sobre los seres vivos? ¿Los resultados de la revolución justifican las víctimas causadas por ella? Pregunta estéril y profundamente retórica: ¡como si el proceso de la historia fuera el resultado de un balance de contabilidad! Con mayor razón, ante las dificultades y penas de la existencia humana, se podría preguntar: ¿para esto vale la pena vivir? Heine escribió a este propósito: “y el tonto espera la contestación”... Las meditaciones melancólicas no impidieron al hombre engendrar y nacer. Aún en esta época, de una crisis mundial sin precedentes, los suicidios constituyen, felizmente, un porcentaje muy bajo. Pero los pueblos no tienen la costumbre de buscar un refugio en el suicidio, sino que buscan la salida a las cargas insoportables en la revolución.

Por otra parte, ¿quién se indigna con respecto a las víctimas de la revolución socialista? Muy frecuentemente, son los que han preparado y glorificado las víctimas de la guerra imperialista o, por lo menos, los que se han acomodado muy fácilmente a ella. Podemos preguntar nosotros: ¿Está justificada la guerra? ¿Qué nos ha dado? ¿Qué nos ha enseñado?

En sus once volúmenes de difamación contra la gran Revolución Francesa, el historiador reaccionario Hipólito Taine describe, no sin alegría maligna, los sufrimientos del pueblo francés en los años de la dictadura jacobina y los que la siguieron. Fueron, sobre todo, penosos para las capas inferiores de las ciudades, los plebeyos, que, como sans culottes, dieron a la revolución lo mejor de su vida. Ellos o sus mujeres pasaban noches frías en las colas para volver al día siguiente con las manos vacías al hogar helado. En el décimo año de la revolución, París era más pobre que antes de su estallido. Datos cuidadosamente escogidos, artificiosamente completados, sirven a Taine para fundamentar su veredicto destructor contra la revolución. “Mirad a los plebeyos, querían ser dictadores y han caído en la miseria”.

Es difícil imaginar un moralista más mediocre: en primer lugar, si la revolución hubiera arrojado al país en la miseria, la culpa recaería, ante todo, sobre las clases dirigentes, que habían empujado al pueblo a la revolución. En segundo lugar, la gran Revolución Francesa no se agotó en las colas del hambre, ante las panaderías. ¡Toda la Francia moderna, bajo ciertas relaciones toda la civilización moderna, han salido del baño de la Revolución Francesa!

En el curso de la guerra civil de los Estados Unidos, durante los años ‘60 del siglo pasado, murieron 500.000 hombres. ¿Se han justificado estas víctimas?

¡Desde el punto de vista de los esclavistas norteamericanos y de las clases dominantes de la Gran Bretaña que marchaban con ellos no! ¡Desde el punto de vista del negro y del obrero británico, completamente! Y, desde el punto de vista del desarrollo de la humanidad en su conjunto, no se puede tener la menor duda. De la guerra civil del año 60 han salido los Estados Unidos actuales, con su iniciativa práctica desmesurada, la técnica racionalista, el auge económico. Sobre estas conquistas del americanismo, la humanidad edificará la nueva sociedad.

La Revolución de Octubre ha penetrado más profundamente que todas las precedentes en el santuario de la sociedad, en las relaciones de propiedad. Son necesarios plazos más largos para que se manifiesten las fuerzas creadoras en todos los terrenos de la vida. Pero la orientación general del cambio es ya, desde ahora, clara: la República de los Sóviets no tiene por qué agachar la cabeza ni emplear el lenguaje de la excusa.

Para apreciar el nuevo régimen desde el punto de vista del desarrollo humano, primero se debe responder a la pregunta: ¿de qué manera se exterio­riza el progreso social y cómo se puede medir?

El criterio más objetivo, el más profundo y el más indiscutible es: el progreso puede medirse por el crecimiento de la productividad del tra­bajo social. La estimación de la Revolución de Octubre, desde este ángulo, ya ha sido dada por la experiencia. Por primera vez en la historia el principio de organización socialista ha de­mostrado su capacidad, suministrando resultados de producción jamás obtenidos en tan corto período. En cifras de índole global, la curva del desarrollo industrial de Rusia se expresa como sigue: pongamos para el año 1913, el último año de anteguerra, el número 100. El año 1920, fin de la guerra civil, es también el punto más bajo de la industria: 25 solamente, es decir, un cuarto de la producción de anteguerra; en 1925, un crecimiento hasta 75; en 1929, aproximadamente 200; en 1932, 300, es decir, tres veces más que en vísperas de la guerra.

El cuadro aparecerá todavía más claro a la luz de los índices internacionales. De 1925 a 1932 la producción industrial de Alemania disminuyó alrededor de una vez y media; en Norteamérica, alrededor del doble; en la Unión Soviética ha ascendido a más del cuádruple: las cifras hablan por sí mismas.

De ninguna manera pienso negar o disimular los lados som­bríos de la economía soviética. Los resultados de los índices industriales están extraordinariamente influenciados por el de­sarrollo desfavorable de la economía agraria, es decir, del dominio que aún no ha entrado en los métodos socialistas, pero que fue llevado, al mismo tiempo, hacia el camino de la colectivización, sin preparación suficiente, más bien burocrática que técnica y económicamente. Esta es una gran cuestión que, sin embargo, rebasa los marcos de mi conferencia.

Las cifras presentadas requieren todavía una reserva esencial: los éxitos indiscutibles y brillantes a su manera de la industrialización soviética exigen una verificación económica ulterior, desde el punto de vista de la armonía recíproca de los diferentes elementos de la economía, de su equilibrio dinámico y, por consiguiente, de su capacidad de rendimiento. Grandes dificultades y aun retrocesos son todavía inevitables. El socialismo no surge, en su forma acabada, del plan quinquenal como Minerva de la cabeza de Júpiter o Venus de la espuma del mar. Nos hallamos todavía ante décadas de trabajo obstinado, de carencias, de mejoras y de reconstrucción. Por otra parte, no olvidemos que la edificación socialista, según su esencia, sólo puede alcanzar su coronamiento en la arena internacional. Pero aun el balance económico más desfavorable de los resultados obtenidos hasta el presente sólo podría revelar la inexactitud de los datos, las fallas del plan y los errores de la dirección; pero en ningún caso contradecir el hecho establecido empíricamente: la posibilidad de elevar la productividad del trabajo colectivo a un nivel jamás conocido, con ayuda de métodos socialistas. Esta conquista, de una importancia histórica mundial, nadie ni nada nos lo podrá arrebatar.

Después de lo que queda dicho, casi no vale la pena detenerse en los lamentos, según los cuales la Revolución de Octubre ha conducido a Rusia a la declinación cultural. Esta es la voz de las clases dominantes y de los salones inquietos. La “cultura” aristocrático-burguesa derrocada por la revolución proletaria sólo era una imitación decorativa de la barbarie. Mientras que fue inaccesible al pueblo ruso, poco aportó al tesoro de la humanidad.

Pero también en lo que concierne a esta cultura, tan llorada por la emigración blanca, se debe precisar la cuestión: ¿en qué sentido ha sido destruida? En un solo sentido: el monopolio de una pequeña minoría sobre los bienes de la cultura ha quedado deshecho. Pero todo lo que era realmente cultural en la antigua cultura rusa permanece intacto. Los “hunos” bolcheviques no han pisoteado ni las conquistas del pensamiento ni las obras del arte. Por el contrario, han restaurado cuidadosamente los monumentos de la creación humana y los han puesto en orden ejemplar. La cultura de la monarquía, de la nobleza y de la burguesía se ha convertido, en el presente, en la cultura de los museos históricos.

El pueblo visita con entusiasmo estos museos, pero no vive en los museos. Aprende, construye. El solo hecho de que la Revolución de Octubre haya enseñado al pueblo ruso, a las decenas de pueblos de la Rusia zarista, a leer y a escribir, tiene mucha más importancia que toda la cultura en conserva de la Rusia de antaño.

La Revolución de Octubre ha creado la base de una nueva cultura destinada no a los elegidos, sino a todos. Las masas del mundo entero lo sienten: de aquí su simpatía por la Unión Soviética, tan ardiente como era antes su odio contra la Rusia zarista.

Queridos oyentes: Ustedes saben que el lenguaje humano representa un instrumento irreemplazable, no sólo para designar los acontecimientos, sino también para su estimación. Descartando lo accidental, lo episódico, lo artificial, absorbe lo real, lo caracteriza y condensa. Noten con qué sensibilidad las lenguas de las naciones civilizadas han distinguido dos épocas en el desarrollo de Rusia. La cultura aristocrática aportó al mundo barbarismos tales como zar, cosaco, pogromo, nagaika [látigo]. Ustedes conocen estas palabras y saben su significado. Octubre aportó a las lenguas del mundo palabras tales como bolchevique, sóviet, koljós, posplan [Comisión del plan], piatiletka [Plan quinquenal]. ¡Aquí la lingüística práctica rinde su juicio histórico supremo!

El significado más profundo —y sin embargo difícilmente sometido a una prueba inmediata— de cada revolución, consiste en cómo forma y templa el carácter popular. La repre­sentación del pueblo ruso como un pueblo lento, pasivo, melan­cólico, místico, es ampliamente extendida y no por casualidad. Tiene sus raíces en el pasado. Pero, hasta el presente, estas modificaciones profundas que la Revolución de Octubre ha introducido en el carácter del pueblo ruso no son suficientemente tomadas en consideración en Occidente. ¿Podía esperarse otra cosa?

Cada hombre que tenga una experiencia de la vida puede despertar en su memoria la imagen de un adolescente cualquiera, conocido por él, que —impresionable, lírico, finalmente senti­mental— se transforma más tarde, de un solo golpe, bajo la acción de un fuerte choque moral, en un muchacho fuerte, mejor templado, al que ya no se puede reconocer. En el desarrollo de toda una nación, la revolución realiza transformaciones morales del mismo tipo.

La insurrección de Febrero contra la autocracia, la lucha contra la nobleza, contra la guerra imperialista, por la paz, por la tierra, por la igualdad nacional, la insurrección de Octubre, el derrocamiento de la burguesía y de los partidos que tendían a los acuerdos con ella, tres años de guerra civil sobre un frente de 8.000 kilómetros, los años del bloqueo, de miseria, hambre y epidemias, los años de tensa edificación económica, las nuevas dificultades y privaciones; todo esto integra una ruda, pero buena escuela. Un pesado martillo destruye el vidrio, pero forja el acero. El martillo de la revolución forja el acero del carácter del pueblo.

“¡Quién lo creerá!” Ya debería creerlo. Poco después de la insurrección, uno de los generales zaristas, Zaleski, se escandalizaba de que “un portero o un guarda se convirtiera de pronto en un presidente de tribunal; un enfermero, en di­rector de hospital; un barbero, en dignatario; un alférez, en comandante supremo; un jornalero, en alcalde; un obrero cualificado, en director de empresa”.

“¡Quién lo creerá!” Ya debería creerlo. No se podía por otra parte dejar de creer, mientras que los sargentos batían a los generales; el maestro, antiguo jornalero, derribaba la resistencia de la vieja burocracia; el conductor ponía orden en los transportes; el obrero cualificado, como director, restablecía la industria.

“¡Quién lo creerá!” Que trate ahora de no creerlo.

Para explicar la paciencia desacostumbrada que las masas populares de la Unión Soviética demostraron en los años de la revolución, muchos observadores extranjeros recurren, ya por hábito, a la pasividad del carácter ruso. ¡Grosero anacronismo! Las masas revolucionarias soportaron las privaciones paciente­mente, pero no pasivamente. Ellas construyen con sus propias manos un porvenir mejor, y quieren crearlo a cualquier precio. ¡Que el enemigo de clase trate solamente de imponer a estas masas pacientes, desde fuera, su voluntad! ¡No, más vale que no lo intente!

Para terminar, tratemos de fijar el lugar de la Revolución de Octubre no solamente en la historia de Rusia, sino también en la historia del mundo. Durante el año 1917, en el intervalo de ocho meses, dos curvas históricas convergen. La Revolución de Febrero —este eco tardío de las grandes luchas que se desarrollaron en los siglos pasados sobre el territorio de los Países Bajos, Inglaterra, Francia, casi toda la Europa continental— se une a la serie de las revoluciones burguesas. La Revolución de Octubre proclama y abre la dominación del proletariado. Es el capitalismo mundial quien sufre, sobre el territorio de Rusia, su primera gran derrota. La cadena se rompió por el eslabón más débil. Pero es la cadena, y no solamente el eslabón, lo que se rompió.

Hacia el socialismo

El capitalismo como sistema mundial se sobrevive históricamente. Ha terminado de cumplir su misión esencial: la elevación de la potencia y la riqueza humana. La humanidad no puede estancarse en el peldaño ya alcanzado. Sólo un poderoso empuje de las fuerzas productivas y una organización justa, planificada, es decir,

socialista, de producción y distribución, puede asegurar a los hombres —a todos los hombres— un nivel de vida digno y conferirles al mismo tiempo el sentimiento precioso de la libertad frente a su propia economía. La libertad bajo dos tipos de relaciones: en primer lugar, el hombre no se verá ya obligado a consagrar su vida entera al trabajo físico. En segundo lugar, ya no dependerá de las leyes del mercado, es decir, de las fuerzas ciegas y oscuras que se edifican sobre sus espaldas. Edificará libremente su economía, es decir, según un plan, compás en mano. Esta vez, se trata de radiografiar la anatomía de la sociedad, de descubrir todos sus secretos y de someter todas sus funciones a la razón y a la voluntad del hombre colectivo. En este sentido, el socialismo debe convertirse en una nueva etapa en el crecimiento histórico de la humanidad. A nuestro ancestro que se armó por primera vez de un hacha de piedra, toda la naturaleza se le presentó como la conjuración de una potencia misteriosa y hostil. Más tarde, las ciencias naturales, en estrecha colaboración con la tecnología práctica, iluminaron la naturaleza hasta en sus oscuridades más profundas. Por medio de la energía eléctrica, el físico pronuncia ahora su juicio sobre el núcleo atómico. No está lejos la hora en que —como en un juego— la ciencia resolverá la quimera de la alquimia, transformando el estiércol en oro y el oro en estiércol. Allá donde los demonios y las furias de la naturaleza se desataban, reina ahora, cada vez con más energía, la voluntad habilidosa del hombre.

Mientras que el hombre luchó victoriosamente con la naturaleza, edificó a ciegas sus relaciones con los demás, casi al igual que las abejas y las hormigas. Con retraso y muy indeciso, abordó los problemas de la sociedad humana. Empezó por la religión, para pasar después a la política. La Reforma representa el primer éxito del individualismo y del racionalismo burgués en un terreno donde había reinado una tradición muerta. El pensamiento crítico pasó de la Iglesia al Estado. Nacida en la lucha contra el absolutismo y las condiciones medievales, la doctrina de la soberanía popular y de los derechos del hombre y del ciudadano creció. Así se formó el sistema del parlamentarismo. El pensamiento crítico penetró en el dominio de la administración del Estado. El racionalismo político de la democracia significaba la más alta conquista de la burguesía revolucionaria.

Pero entre la naturaleza y el Estado se encuentra la economía. La técnica liberó al hombre de la tiranía de los viejos elementos: la tierra, el agua, el fuego y el aire para someterlo inmediatamente a su propia tiranía. El hombre deja de ser esclavo de la naturaleza para convertirse en esclavo de la máquina y, peor aún, en esclavo de la oferta y la demanda. La actual crisis mundial testimonia, de una manera particularmente trágica, cómo este dominador altivo y audaz de la naturaleza permanece siendo el esclavo de los poderes ciegos de su propia economía. La tarea histórica de nuestra época consiste en reemplazar el juego incontrolable del mercado por un plan razonable, en disciplinar las fuerzas productivas, en obligarlas a obrar en armonía, sirviendo así dócilmente a las necesidades del hombre. Solamente sobre esta nueva base social el hombre podrá enderezar su espalda fatigada, y no ya sólo los elegidos, sino todos y todas, llegar a ser ciudadanos con plenos poderes en el dominio del pensamiento.

Sin embargo, esto no es todavía el fin del camino. No, sólo es el comienzo. El hombre se considera la coronación de la creación. Tiene para ello, ciertos derechos. ¿Pero quién se atreve a afirmar que el hombre actual sea el último representante, el más elevado de la especie homo sapiens? No; físicamente, como espiritualmente, está muy lejos de la perfección, este aborto biológico, cuyo pensamiento está enfermo y que no ha creado ningún nuevo equilibrio orgánico.

Verdad es que la humanidad ha producido más de una vez gigantes del pensamiento y de la acción que sobrepasaban a sus contemporáneos como cumbres en una cadena de montañas. El género humano tiene derecho a estar orgulloso de sus Aristóteles, Shakespeare, Darwin, Beethoven, Goethe, Marx, Edison, Lenin. ¿Pero por qué estos hombres son tan escasos? Ante todo, porque han salido, casi sin excepción, de las clases elevadas y medias. Salvo raras excepciones, los destellos del genio quedan ahogados en las entrañas oprimidas del pueblo, antes que puedan incluso brotar. Pero también porque el proceso de generación, de desarrollo y de educación del hombre permaneció y permanece siendo en su esencia obra del azar; no esclarecido por la teoría y la práctica; no sometido a la conciencia y a la voluntad.

La antropología, la biología, la fisiología, la psicología, han reunido montañas de materiales para erigir ante el hombre, en toda su amplitud, las tareas de su propio perfeccionamiento corporal y espiritual y de su desarrollo ulterior. Por la mano genial de Sigmund Freud, el psicoanálisis levantó la envoltura del pozo nombrada poéticamente como “alma” del hombre. ¿Y qué nos ha revelado? Nuestro pensamiento consciente no constituye más que una pequeña parte en el trabajo de las oscuras fuerzas psíquicas. Buzos sabios descienden al fondo del océano y fotografían la fauna misteriosa. Para que el pensamiento humano descienda al fondo de su propio océano psíquico debe iluminar las fuerzas motrices misteriosas del alma y someterlas a la razón y a la voluntad.

Cuando haya terminado con las fuerzas anárquicas de su propia sociedad, el hombre trabajará sobre sí mismo en los morteros, con las herramientas del químico. Por primera vez, la humanidad se considerará a sí misma como una materia prima y, en el mejor de los casos, como un producto semiacabado físico y psíquico. El socialismo significará un salto del reino de la necesidad al reino de la libertad. También es en este sentido que el hombre de hoy, lleno de contradicciones y sin armonía, franqueará la vía hacia una nueva especie más feliz.

Notas

1  Se refiere al estrecho de Øresund, que separa la isla danesa de Selandia de la provincia sueca de Escania.

2  Diosa perteneciente a la mitología nórdica.

3  “Porque hay una marea en las cosas humanas que, tomadas en la creciente, lleva a la fortuna” (Shakespeare, Julio César, Acto IV).

4  Curzio Malaparte (1898-1957): Periodista, novelista y diplomático italiano que combatió en la Primera Guerra Mundial y participó de forma destacada en la Marcha sobre Roma de Mussolini.

5  Raymond Poincaré (1860-1934): Político francés presidente del Consejo de Ministros en varias ocasiones y presidente de la República durante la Gran Guerra. Impulsó la política que exigía a Alemania el pago completo de las reparaciones de guerra establecidas en el tratado de Versalles.

6  Wilhelm Liebknecht (1826-1900): Fundador, junto con August Bebel, del SPD alemán. Padre de Karl Liebknecht.

7  Karl Liebknecht (1871-1919): Dirigente marxista alemán y fundador, con Rosa Luxem­burgo, de la Liga Espartaco y el KPD. El 3 de agosto de 1914, en la reunión del grupo parlamentario socialdemócrata, se opuso a votar a favor de los créditos de guerra, pero, bajo la presión de la disciplina partidaria, al día siguiente los apoyó en la sesión del Reichstag. Junto con Rosa Luxemburgo, Franz Mehring y Clara Zetkin, publicó en la prensa socialdemócrata suiza una declaración contra la posición oficial del partido. En la siguiente votación (2 de diciembre) fue el único diputado que votó en contra. En marzo de 1915, en una nueva votación sobre créditos de guerra, 30 diputados socialdemócratas abandonaron la cámara, mientras él y Otto Rühle votaban en contra. No pudo acudir a la conferencia de Zimmerwald porque fue llamado a filas, pero envió una carta que finalizaba así: “No paz civil, sino guerra civil: ésta es nuestra consigna”. Expulsado del grupo parlamentario socialdemócrata en enero de 1916. Ese 1° de Mayo distribuyó propaganda antibélica en Berlín, siendo arrestado y condenado a trabajos forzados. Puesto en libertad durante la revolución alemana de noviembre de 1918, participó en la fundación del KPD. En enero de 1919 encabezó el levantamiento de los obreros de Berlín. Arrestado con Rosa Luxemburgo el día 15, ambos fueron asesinados inmediatamente por orden del gobierno socialdemócrata de Scheidemann y Noske.

8  Carl von Clausewitz (1780-1831): Militar alemán que tomó parte en las campañas contra Napoleón y llegó a jefe del Estado Mayor prusiano. Está considerado como el principal estratega militar de su época. Lenin utilizó profusamente sus citas; la más conocida es “La guerra es la continuación de la política por otros medios”.

9  Deciatina: medida rusa que equivale a 1,08 hectáreas.

10  La población rusa en 1917 era de 184.600.000, de la que los propiamente rusos eran 91 millones.

11  Pável Miliukov (1859-1943): Fundador y principal dirigente del partido kadete. Durante la Primera Guerra Mundial, su insistencia en tomar Estambul le valió el mote de “Miliukov de los Dardanelos”. Ministro de Asuntos Exteriores en el primer Gobierno Provisional, su apoyo incondicional a la continuación de la Primera Guerra Mundial le costó el puesto. Asesoró a los blancos durante la guerra civil y acabó exiliado en Francia.

12  Alexander Kerensky (1881-1970): Dirigente eserista. Tras la revolución rusa de febrero de 1917, se convirtió en el principal representante de los conciliadores pequeñoburgueses desde sus cargos en el Gobierno Provisional (ministro de Justicia, después ministro de la Guerra y de Marina, y, desde julio, primer ministro). Comandante en jefe de las Fuerzas Armadas tras el golpe fallido de Kornílov. Huyó de Rusia tras la revolución y acabó exiliado en EEUU.

13  Campesino pobre ruso.

En octubre de 1917 llegaba a Petrogrado Jacques Sadoul. Su cometido, como parte de la misión militar francesa en Rusia, era poder informar a su gobierno sobre la deriva de los acontecimientos tras la toma del poder por los bolcheviques. Desde el inicio de su estancia mantendrá una asidua correspondencia con su amigo Albert Thomas, el diputado socialpatriota favorable a la guerra y ministro de Armamento en el Gobierno francés hasta septiembre de 1917. Sadoul había trabajado bajo sus órdenes en dicho ministerio, y ahora era incluido en la misión militar por recomendación de Thomas.

En esta correspondencia, compilada posteriormente como libro bajo el título Cartas desde la revolución bolchevique, Sadoul describe el día a día de Rusia. Junto a Diez días que estremecieron al mundo de John Reed, el material de Sadoul supone un testimonio único sobre qué fue la revolución rusa y por qué triunfaron los bolcheviques. Sadoul, que no era comunista ni simpatizante, acabará convenciéndose a través de su experiencia de la corrección de la política de Lenin y Trotsky, convirtiéndose en uno de los fundadores del Partido Comunista Francés, y siendo perseguido y juzgado por ello acusado de traición en Francia.

El objetivo de Sadoul y la misión militar francesa en Rusia era conseguir que los bolcheviques no firmaran una paz separada con Alemania y los Imperios centrales en los estertores de la Primera Guerra Mundial. Sadoul reconoce rápidamente cómo la cuestión de la paz fue uno de los factores esenciales para la victoria bolchevique, pues “la revolución se hizo contra el zar pero también contra la guerra”. Frente a la opinión de su gobierno y de los aliados, sostiene que los bolcheviques resistirán, que no caerán fácilmente ya que tienen el firme apoyo de las masas campesinas y trabajadoras rusas. Acusa a los partidos liberales y aristocráticos, los cadetes principalmente, de ayudar y conspirar para que Alemania invada Rusia y derroque a los bolcheviques. Sadoul, a lo largo de los meses, va volviéndose cada vez más crítico con su propio gobierno y las potencias aliadas, al constatar que solo les preocupa acabar con los bolcheviques en vez de ayudarles militarmente para poder mantener la guerra con Alemania. Finalmente entiende que el objetivo siempre han sido los bolcheviques y acabar con la revolución que amenaza sus privilegios: “Todos los gobiernos del mundo, los de la entente, los imperios centrales, los países neutrales, calumnian, injurian, atacan ferozmente a la revolución rusa… solo persiguen un objetivo: abatir esta revolución”.

Los sóviets

En las páginas del libro se describe el carácter profundamente democrático de la revolución. El papel de los sóviets como órganos democráticos del poder de las masas proletarias y campesinas es el motor de la transformación revolucionaria: “El poder de los sóviets, contrariamente a los poderes autocráticos y burgueses, no es centrífugo, sino centrípeto. Va de la periferia al centro, del elector al elegido. Es realmente el poder de abajo… Estos organismos, si bien en líneas generales observan la política del gobierno central de los sóviets, cada vez se organizan más por sí solos…”. Sadoul explica cómo, frente a los sóviets, la reacción trata de oponer sin éxito una Asamblea Constituyente obsoleta y antidemocrática, y describe cómo la misma es finalmente disuelta sin pena ni gloria, ante la completa indiferencia de la población.

A lo largo de sus cartas, Sadoul describe la obra creativa de la revolución que lo transforma todo: la sorpresa de las misiones diplomáticas extranjeras ante el nombramiento de la primera mujer ministra, Alexandra Kollontai, comisaria del Pueblo de Asistencia Pública, que impulsa además la aprobación del decreto de separación de las Iglesias y el Estado y de supresión del presupuesto a los cultos; la publicación en la prensa del decreto de anulación de la deuda del Estado y de los créditos extranjeros, y la reacción histérica de las potencias capitalistas; la lucha por el control obrero y las nacionalizaciones; la celebración del Congreso de los Sóviets que ratifica la paz de Brest-Litovsk, con divisiones incluso entre los propios bolcheviques; la constitución del Ejército Rojo, ante la inevitabilidad de la guerra tanto con Alemania como con el resto de potencias aliadas; la celebración del Congreso de prisioneros de guerra internacionalista, y la formación de batallones revolucionarios de prisioneros alemanes, austriacos, etc., para defender la revolución bolchevique; la defensa de las nacionalidades oprimidas y la lucha en Ucrania contra la tiranía e invasión alemana apoyada por la burguesía y la aristocracia ucraniana; o la celebración del V Congreso Panruso de los Sóviets, con una fuerte polémica entre bolcheviques y socialrevolucionarios de izquierda, y las consecuencias del asesinato del embajador alemán durante la celebración del mismo.

“Si el poder de los sóviets no estuviera tan implacablemente cercado por las fuerzas del imperialismo germano-franco-anglo-japonés… si no estuviera arruinado, hambriento, ensangrentado por culpa del extranjero, si solo tuviera que luchar contra la burguesía rusa… ¿quién sabe si no hubiera franqueado ya victoriosamente las primeras etapas de una organización comunista?”. Así finaliza Sadoul una de sus últimas cartas, reconociendo la viabilidad de una nueva organización social, del comunismo, solo impedida por la acción brutal de los poderes capitalistas que ven en el bolchevismo su sentencia de muerte. Sus cartas homenajean la segunda revolución rusa a través de sus hechos.

Cartas desde la revolución bolchevique - Jacques Sadoul

EDITORIAL TURNER - 500 páginas - 22 x 14 cm - 28 euros

Oriente Medio, Siria, Iraq, Afganistán…, se han convertido en nombres cotidianos de una tragedia que no cesa. Las intervenciones militares del imperialismo, los enfrentamientos sectarios y el terrorismo yihadista, el caos y la destrucción con sus devastadores efectos de desplazamientos forzosos, hambruna, represión y destrucción de los elementos de civilización más básicos, constituyen el día a día para cientos de millones de personas. Un panorama que es consecuencia directa de la crisis económica, política y social del sistema capitalista mundial, y del recrudecimiento de la lucha interimperialista por el control de los mercados, las materias primas, las vías de comunicación y las zonas de importancia geoestratégica.

La Primavera Árabe

Para la burguesía internacional, para sus periodistas a sueldo, y para muchos dirigentes reformistas de la izquierda, este es el saldo de la Primavera Árabe, del intento de las masas oprimidas de sacudirse el yugo de los regímenes dictatoriales que las potencias occidentales respaldaron durante décadas. En esta campaña para denigrar el movimiento revolucionario que colocó contra las cuerdas al imperialismo occidental y sacudió todo el Magreb, Egipto y Oriente Medio en 2010-2011, se usan todo tipo de argumentos y cifras. Por ejemplo, un informe de la ONU de noviembre pasado, calculaba en 600.000 millones de euros (un 6% del PIB regional) el “coste de la revolución”. El caos en Libia, la dictadura militar egipcia, la guerra siria, el yihadismo…, nada de eso sucedería si las masas no se hubieran atrevido a levantarse país tras país… ¡Qué cinismo! En realidad, lo que hemos vivido en estos años indica justamente lo contrario.

Las atrocidades que han sumido en una espiral sangrienta la región son el resultado de la contrarrevolución levantada con esmero por las diferentes potencias imperialistas y por las clases dominantes de esos países, y de sus propios enfrentamientos por sacar ventaja. En todo caso este resultado también indica que, ante la ausencia de una organización revolucionaria de masas con un programa socialista e internacionalista, la oleada revolucionaria se quedó a medias, no se completó, cediendo el paso a la ofensiva de la reacción. La extraordinaria revolución de los oprimidos en los países árabes ha sido derrotada temporalmente por las potencias imperialistas, utilizando todo tipo de métodos: prometiendo reformas democráticas que nunca llegaron pero que permitieron a muchos dirigentes del movimiento justificar sus políticas de colaboración de clase y frentepopulistas; recurriendo a golpes militares directos como en Egipto, y desplegando una brutal represión contra los activistas de la izquierda y del movimiento obrero; o a través de la intervención militar directa, aplastando la revolución mediante la vía armada y la creación de ejércitos de mercenarios yihadistas.

Todos de acuerdo en descarrilar la revolución

Los trabajadores y la juventud de Siria se echaron a la calle masivamente en marzo de 2011, emulando a sus hermanos de clase de Túnez, Egipto y tantos otros países. El accidente inmediato por el que se expresó la furia de la población fue la solidaridad con los adolescentes de la ciudad siria de Daraa, torturados salvajemente por hacer una pintada contra el régimen de Bashar al-Assad. El descontento acumulado ante una represión omnipresente y el empeoramiento acelerado de las condiciones de vida estalló y desató una ola de confianza y participación en la lucha. Cientos de comités revolucionarios florecieron por todo el país y tomaron todo tipo de iniciativas políticas y culturales. A pesar del acoso de la policía política, el fenómeno se extendió por las principales ciudades e incluso en determinados barrios y poblaciones hubo elementos incipientes de doble poder. Hay que decir que pocos preveían que la Primavera Árabe contagiara a la supuestamente estable Siria. Una vez más, las alarmas sonaron allí donde se reúnen los poderosos del mundo; el movimiento de masas ya había hecho caer a Ben Alí en Túnez y a Mubarak en Egipto y se las veían y deseaban para recuperar el control de la situación…

En ese momento, tanto el gobierno de Bashar al-Assad como las potencias imperialistas estaban de acuerdo en una idea fundamental: había que descarrilar la revolución, todavía en una fase inicial. Hay que recordar que el régimen de al-Assad, al que sectores de la izquierda estalinista siguen presentando cínicamente como un “baluarte progresista”, no tenía ya nada en común con aquel que tejía relaciones con la URSS, y que bajo el impulso del llamado “socialismo baasista” llevó a cabo reformas sociales y nacionalizaciones en sectores y empresas clave de la economía. Bashar al-Assad, como Gadafi, como Putin en Rusia, había socavado los elementos “socialistas” del pasado, liberalizado la economía, privatizado a mansalva empresas estatales, abriendo sus relaciones exteriores y comerciales al imperialismo estadounidense. Por supuesto, cuando quería recurría a la retórica socialista y antimperialista, pero eso no anulaba el carácter procapitalista de su régimen.

Aprendiendo de las experiencias tunecina y egipcia, al-Assad intentó machacar los brotes de rebelión ametrallando las manifestaciones y aterrorizando localidades enteras; esto inevitablemente obligó a muchos de los comités revolucionarios a armarse para garantizar la seguridad de esas movilizaciones. Por otro lado, el gobierno sirio intentó asustar a las minorías religiosas, especialmente a la alauí (base principal de apoyo al régimen), con el bulo de que detrás de los manifestantes operaban los integristas suníes. Para favorecer el enfrentamiento sectario liberó a los dirigentes de grupos islamistas, que aun así sólo jugaron un papel gracias al auxilio económico y militar de Estados Unidos y sus aliados del Golfo Pérsico que, de igual forma que en Libia, se presentaron como los “amigos del pueblo” para poder estrangularlo mejor.

De esta manera, el brote revolucionario se pudo desviar hacia las aguas de la reacción yihadista, gracias a las armas, el dinero y los mercenarios que el imperialismo occidental logró agrupar. Por supuesto, para EEUU y sus aliados se trataba de conseguir un doble objetivo: derrotar a la revolución siria y acabar con Bashar al-Assad debilitando la influencia de Irán, de Rusia y de sus aliados en la región. El gran juego había comenzado.

El imperialismo norteamericano tiene una larga experiencia en descarrilar revoluciones. Pero, en este caso, los cambios en la correlación de fuerzas mundial y su debilidad para intervenir directamente con tropas —porque eso hubiera provocado movilizaciones masivas dentro del territorio estadounidense— explican las maniobras y giros que se han visto obligados a dar y, en última instancia, su fracaso. La Casa Blanca, con Obama al frente, empezó a conectar a sectores más atrasados estimulando el yihadismo islamista, para enfrentarlos a los elementos más revolucionarios. Muchos de los dirigentes naturales del movimiento, incluyendo los del Ejército Libre Sirio (ESL), en principio, soldados y militares que se negaron a participar en la represión estatal y se ofrecieron a defender las manifestaciones, fueron eliminados o comprados y asimilados con promesas. De esta manera, tanto los EEUU como sus aliados, Qatar, Arabia Saudí o Turquía, han construido grupos armados afines en este tablero sangriento.

Mientras descarrilaban la revolución en marcha cada potencia tenía sus propios intereses en Siria. De carácter político y geoestratégico, como acabar con la única base rusa en el mediterráneo, debilitar a Hezbolá y dar un golpe fundamental a Irán, aplastar la resistencia kurda… pero también económico en una zona vital para el transporte de materias primas. La construcción de un gasoducto que surtiera de gas a Europa desde Siria, eliminando a Rusia como principal proveedor, era uno de los objetivos.

La guerra en Siria dura ya seis años. La base para un enfrentamiento tan largo se explica precisamente por el fracaso de la rebelión social inicial, pero sobre todo por las aspiraciones del imperialismo occidental por derrocar al régimen y hacerse con el control de Siria. Ni el gobierno de al-Assad ni los diferentes grupos islamistas suníes (el grueso de las bandas armadas, y que de hecho se han ido fortaleciendo en pertrechos, financiación y poder según se desarrollaba la guerra) tienen la suficiente base social como para poder eliminar de forma rápida al contrincante con sus propias fuerzas. Pero una cosa ha quedado clara. Aquellos que pensaban que el régimen de al-Assad caería rápidamente se han equivocado por completo. La alternativa al gobierno de Damasco, especialmente el Estado Islámico, Daesh, con su culto a la muerte y sus métodos fascistas, no representa ningún atractivo para las masas sirias.

Rusia, Irán y la caída de Alepo

Para muchos el derrumbe de Alepo fue una sorpresa. El 12 de diciembre, The National, principal diario de Emiratos Árabes Unidos, claramente favorable a los yihadistas, escribía: “Es un misterio incomprensible para muchos organismos regionales e internacionales, porque se esperaba una dura y digna lucha dada la importancia estratégica de la ciudad (...) Las disensiones entre los diferentes grupos, las acusaciones entre ellos sobre quién es el responsable del desastre” y que “una buena parte de la propia población [de los barrios controlados por ellos] ha estado proporcionando información al ejército sirio”, parecen claves para la derrota. De los 150.000 habitantes, unos 110.000 decidieron trasladarse a zonas controladas por el Gobierno, y 40.000, a Idlib, la zona más importante controlada por las milicias yihadistas.* Es evidente que un sector mayoritario de la población, cansado de más de un lustro de guerra, de los 310.000 muertos y 11 millones de desplazados, de la destrucción, y de los métodos sanguinarios no sólo del gobierno, también del Estado Islámico y sus aliados, anhela la paz y el fin del conflicto.

Sin duda, estos elementos explican la derrota, pero hay muchos más. El efecto de la intervención de Rusia en la guerra, el giro de Erdogan en sus alianzas, y la debilidad del imperialismo estadounidense incapaz de liderar una solución, son aspectos fundamentales.

Ante la ausencia de ningún carácter progresista del bando yihadista, el régimen sale fortalecido, aunque está por ver todavía el futuro de al-Assad. En realidad es Putin quién determinará en gran medida lo que ocurra con él. Sin la intervención decisiva de la aviación rusa, así como la implicación en hombres y en formación militar de Hezbolá, de los Pasdarán iraníes (cuerpo militar de élite) y de diferentes bandas de paramilitares iraquíes y afganas, hubiera sido difícil para el régimen de Damasco alcanzar las victorias militares actuales y controlar el grueso del territorio. El triunfo de al-Assad en Alepo le ayuda a atornillarse en el Gobierno por qué así lo considera, de momento, la diplomacia de Moscú. De hecho, la exigencia de su salida ha desaparecido de las negociaciones para la “paz” celebradas en Astaná (Kazajistán).

Rusia está consiguiendo desarrollar su zona de influencia bastante más allá de sus fronteras, en un pulso tremendo con el imperialismo estadounidense, francés y británico. Se ha convertido en una pieza clave en la zona, en un nuevo árbitro, en detrimento de Estados Unidos. Incluso está atrayendo a un histórico aliado de éstos, Egipto, cuyo gobierno ha permitido maniobras navales conjuntas en el Sinaí, y está concretando su apoyo militar en Siria.

Por su parte, Irán es una potencia regional en alza. Primero consiguió una influencia política y militar decisiva en Iraq, a través de su influencia en el ejército y de bandas paramilitares chiíes como las Fuerzas de Movilización Popular; su presencia ha crecido como nunca en Siria, dónde ha protagonizando la mayor incursión militar desde la guerra contra Iraq de los 80, y ha logrado aparecer como el defensor mundial de los chiíes. El régimen de los mulás ha conseguido en pocos años relanzar sus aspiraciones imperialistas en la región y debilitar considerablemente a su enemigo tradicional: Arabia Saudí.

La lucha global entre Irán y Arabia Saudí, y la derrota de los brotes revolucionarios surgidos al calor de la Primavera Árabe transformándolos en un enfrentamiento sectario, es lo que explica también la guerra en Yemen, sobre la que hay un pesado manto de silencio. En Yemen hay un mínimo de 10.000 muertos y tres millones de desplazados, mientras el 90% de la población vive de la ayuda internacional. Arabia lidera una coalición con Marruecos, Jordania, Sudán, Somalia, Senegal, y el apoyo de Estados Unidos y Gran Bretaña para la intervención aérea y terrestre; una intervención imperialista que está destrozando este país, el más pobre del mundo árabe. Bombas de racimo, prohibidas por las leyes internacionales y construidas en Brasil y EEUU, y mucho armamento español, se utilizan contra zonas densamente pobladas, y los hospitales, escuelas, mezquitas y mercados son sistemáticamente atacados.

Otro elemento clave para entender la evolución del conflicto en Siria es el factor kurdo. Mayoría en una gran parte del norte sirio, lo que se llama Rojava, su organización más importante, el PYD —Partido de la Unidad Democrática, vinculado al PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán)— aprovechó el vacío de poder en las administraciones municipales abandonadas por el Estado durante la revuelta social para establecer su control. A partir de ahí ha desarrollado sus propias milicias, YPG e YPJ, y ha llevado a cabo con éxito una lucha para expulsar de Rojava, en casi su totalidad, al Estado Islámico. El éxito militar de las milicias kurdas, y hasta cierto punto toda una serie de reformas políticas a favor de una mayor participación de la población, ha alimentado las esperanzas en algún tipo de ente autónomo kurdo, o incluso independiente, del poder central en Damasco. Esa perspectiva es una pesadilla para el imperialismo turco, y es clave para entender el reciente cambio de alianzas de Erdogan hacia un entendimiento con Putin.

La nueva “amistad” ruso-turca

Efectivamente, la actual entente cordiale entre Rusia y Turquía ha sorprendido al mundo, y demuestra la inestabilidad extrema de las relaciones internacionales, marcadas por la crisis capitalista de la que no se vislumbra ninguna salida, y por la decadencia del poderío de Estados Unidos.

Turquía ha sido, y es, junto a Arabia Saudí y Qatar, el gran patrocinador de las milicias yihadistas, de Al Qaeda y del Estado Islámico. Pero su agenda ha cambiado. Ya no es tan urgente un gobierno títere en Damasco, dada la consolidación de al-Assad, sino evitar, manu militari, un semi-Estado kurdo que pueda ser un referente para los kurdos turcos. Y en esto coincide con los intereses de Irán, aliado de al-Assad y ocupante también de una parte del Kurdistán. En la mente de Erdogan y sus colaboradores, y mucho más después de sus últimas medidas bonapartistas, está la creación de un protectorado sobre el norte de Siria para controlar nuevos intentos de liberación kurdos, y para influir en la política que se pueda diseñar para el resto de Siria. Este objetivo ha llevado al ejército turco a la implicación directa en la lucha contra las milicias kurdas y contra el Estado Islámico (en una carrera contrarreloj para ocupar sus ciudades antes que los kurdos). La intervención terrestre turca en Mosul, ciudad iraquí bajo control yihadista, obedece a la misma intención, e inevitablemente provocará un conflicto militar, no sólo con los kurdos, que participan de forma decisiva en la batalla de Mosul, sino con el ejército y los paramilitares chiíes, que también ambicionan la ciudad.

El acuerdo con Rusia es claro: Erdogan acepta la continuidad, al menos de momento, de al-Assad, debilitando la posibilidad de resistencia de las milicias yihadistas, y el régimen de Damasco concede manga ancha al ejército turco en Rojava. Este giro estratégico fue claro en Alepo. Anteriormente, Erdogan había avisado de que la caída de la ciudad sería una línea roja que no permitiría traspasar. Sin embargo cuando se produjo, no movió un dedo para impedirlo ni protestó. Previamente había retirado a sus militares de la sala de operaciones que compartían en Jordania con otros países financiadores de las bandas yihadistas. También aumentó el control sobre sus fronteras, llegando a cerrar algún paso fronterizo, como le pedía Rusia. Es más, en la actual ofensiva contra la localidad de al-Bab, próxima a Alepo y controlada por el Estado Islámico, los militares turcos atacan posiciones de las cercanas milicias kurdas, con la colaboración de la aviación rusa y del gobierno sirio.

La coincidencia temporal de estos intereses imperialistas entre enemigos del pasado, es lo que ha posibilitado la tregua iniciada el 29 de diciembre y el inicio de negociaciones en Astaná. A ambas partes les interesa, al menos de momento, un alto el fuego y centrar fuerzas en eliminar a Al Qaeda y el Estado Islámico y, también, en acabar con el Estado de facto en Rojava. Sin embargo, aunque Turquía intenta disciplinar a sus peones en Siria, lo va a tener complicado, pues los intereses personales de cada camarilla lo obstaculizan y los vasos comunicantes con las dos facciones yihadistas mencionadas crearán nuevos conflictos.

Las perspectivas para la guerra en Siria siguen siendo muy inciertas y es imposible trazar un pronóstico cerrado. Como nación unificada Siria ha sido duramente golpeada, y los intereses imperialistas en la zona pueden acabar propiciando una división territorial en protectorados de facto.

La debilidad del imperialismo estadounidense

Por el momento, en este gran juego el imperialismo estadounidense aparece como el perdedor neto. No hay ningún cuerpo armado con presencia real en Siria que defienda sus intereses, a pesar del dinero gastado (miles de millones de dólares) y los esfuerzos de sus servicios de inteligencia.

La razón de esta impotencia es eminentemente política y tiene que ver con la debilidad estructural del imperialismo estadounidense en esta fase de la crisis capitalista mundial. Sus intervenciones en Afganistán e Iraq han pasado una cara factura a la Casa Blanca. Los pasados “triunfos” de Bush se han transformado en su contrario, y la lucha de clases dentro de las fronteras norteamericanas también ha limitado, y mucho, la capacidad de maniobra de la burguesía. Desde el inicio de la Primavera Árabe, los imperialistas estadounidenses han ejercido toda la presión diplomática y económica posible, pero han sido incapaces de movilizar tropas sobre el terreno. En el caso de Siria esto ha sido muy evidente. Y la razón no es su compromiso con la democracia, ni con la ONU, ni con los derechos humanos, sino el hecho de que enviar a los marines a Siria, además de haber encendido la guerra en toda la región haciéndola todavía más sangrienta, habría provocado un movimiento de masas dentro de los EEUU.

Las perspectivas para la guerra en Siria son todavía muy inciertas. Muchos factores están juego, y todos altamente explosivos. La tregua va a estar sometida a enormes presiones. Incluso aunque lleguen a acuerdos, no está claro que todas las milicias yihadistas puedan aceptarlos.

Con o sin tregua, con o sin acuerdos, que en todo caso serán frágiles y temporales, la lucha interimperialista, los odios sectarios azuzados por las distintas potencias, la crisis mundial del capitalismo, no van a permitir volver a la situación previa a la guerra. Al contrario; mientras hablan de paz, todas las potencias se preparan para más guerras. Arabia Saudí, los estados del Golfo, Egipto, Iraq, Israel y Turquía se están rearmando.

El capitalismo es guerra, hambre y horror sin fin. Sólo una Federación Socialista de toda la región, salvaguardando el derecho de autodeterminación de todas las naciones y los derechos de todas las minorías étnicas y religiosas, puede ofrecer una salida a este caos y barbarie. Sólo se podrá garantizar una vida digna a la mayoría de la población oprimida, golpeada y desplazada por años de guerra cruel, a través de la expropiación revolucionaria de las multinacionales imperialistas, la propiedad latifundista y el derrocamiento de los regímenes títeres de las diferentes potencias.

La gran lección de la Primavera Árabe es la necesidad de completar el proceso rompiendo con el imperialismo y el capitalismo, estableciendo las bases del socialismo en toda la región. Los procesos en Siria, en todo Oriente Próximo y Medio, en todo el mundo árabe, no suceden al margen de los del resto del mundo. Al contrario, hay una compenetración evidente. La Primavera Árabe tuvo efectos incluso en países no árabes: el 15-M se inspiró en la toma de la plaza egipcia de Tahrir, y lo mismo ocurrió en Tel Aviv, que tuvo su movimiento de indignados, en Wisconsin o con el movimiento Occupy Wall Street, en numerosas ciudades del África negra, e incluso en Irán…

Hoy el Magreb y Oriente Próximo y Medio están sumergidos en una terrible noche de polvo y niebla levantada por el imperialismo. Quieren castigar a las masas por su atrevimiento. Pero esto no durará siempre. Animadas por acontecimientos en Europa, en los propios Estados Unidos, en otros países, las masas árabes volverán a la acción. Asumiendo las lecciones de estos años terribles, la revolución socialista se pondrá a la orden del día nuevamente.

*  Idlib es una bomba de relojería, de hecho ya hay combates entre diferentes facciones “rebeldes”. Quien tiene la hegemonía es Al Qaeda, pero hay infinidad de grupos, cada uno con sus leyes, sus jueces y sus policías… Un informe del Consejo Atlántico, la dirección de la OTAN, señala que es “la ley de la selva”, añadiendo: “los organismos de seguridad [de las milicias] aterrorizan a los residentes locales porque son totalmente libres de detener, secuestrar o incluso asesinar”. La llegada de los hombres armados expulsados de Alepo va a contribuir a la lucha por el control de la zona entre los diversos sectores.

Tras la investidura de Mariano Rajoy —gra­cias a la abstención de 68 diputados del PSOE y al apoyo de Ciudadanos—, la “gran coalición” se ha conformado de manera precaria y con muchas debilidades. Este hecho ha pasado desapercibido en los análisis pesimistas y taciturnos que tanto abundan en los círculos de la intelectualidad de izquierdas, pero la verdad es siempre concreta.

Las condiciones para una nueva ofensiva de la movilización de masas y la ruptura de una paz social artificial están maduras. Por supuesto, las fuerzas que pretenden contrarrestar una vuelta a la lucha en las calles también existen y actúan. La burocracia sindical de UGT y CCOO sigue enquistada en su política de pacto social, haciendo gala de una gran debilidad cuando pretenden movilizar a toque de silbato. Su ya menguada autoridad no hace más que erosionarse. La dirección golpista del PSOE, aferrada a los faldones del PP, continúa maniobrando en un intento desesperado por controlar la crisis interna pero el horizonte está lleno de malos presagios para ella. En Podemos hemos asistido al intento más serio de la clase dominante por descabezar a Pablo Iglesias, y han cosechado justamente lo contrario. En Euskal Herria y Catalunya, la dirección de la izquierda abertzale y la CUP se subordinan a la burguesía nacionalista y garantizan la aplicación de su política en los parlamentos, chocando cada día más con las aspiraciones de la población oprimida de estas naciones.

Como ya ha ocurrido en numerosas ocasiones, el impulso no vendrá desde arriba sino desde la presión que las masas impongan frente a la ofensiva de la derecha y la continuidad de los recortes y la austeridad. Las grandes huelgas estudiantiles de octubre y noviembre impulsadas por el Sindicato de Estudiantes, y en las que los jóvenes militantes de Izquierda Revolucionaria han jugado un papel muy destacado, han supuesto una gran victoria. La retirada de las reválidas franquistas prueba que es posible derrotar los planes del PP a condición de levantar una estrategia de lucha consecuente, masiva y sostenida en el tiempo. Pero este ejemplo no es el único.

Las movilizaciones que abarrotan las calles de Andalucía desde el pasado mes de noviembre en defensa de la sanidad pública y contra las políticas privatizadoras de Susana Díaz, o la gran manifestación del 19 de febrero en Barcelona, con más de 500.000 personas en apoyo a los refugiados y denunciando las políticas racistas de la UE, refuerzan de lo que decimos. Cuando la población considera que hay una causa justa y encuentra un cauce de expresión, los ataques no se traducen en indiferencia y desánimo sino en determinación, en acción directa que desborda a las burocracias sindicales. La radicalización hacia la izquierda de sectores importantes de los trabajadores, de las capas medias empobrecidas y de la juventud no se ha detenido.

Crisis en el PSOE

Las consecuencias del golpe perpetrado para lograr la abstención del PSOE son de largo alcance. La burguesía sopesó mucho este paso, pero finalmente se decantó por acelerar la pasokización del PSOE antes de sacrificar al PP y hacer estallar en su seno una crisis catastrófica (para la que estaban dadas todas las condiciones). Ahí reside la importancia de estos acontecimientos, su dimensión histórica, pues la dirección socialdemócrata ha jugado un papel crucial en la estabilidad del capitalismo español a lo largo de las últimas décadas.

La burguesía ha arrastrado al PSOE hacia la mayor crisis de sus últimos setenta años para asegurarse el control del nuevo gobierno e impedir que Podemos llegara a la Moncloa. Los efectos se dejan sentir ya en las últimas encuestas electorales, en las que el Partido Socialista se desploma y aparece invariablemente por detrás de Unidos Podemos.

Décadas de degeneración reformista y de fusión con la clase dominante, han hecho del PSOE un partido muy alejado de los trabajadores por más que siga contando con una base electoral entre ellos. Sus vínculos con la burguesía son tan estrechos que no serán fáciles de romper, y en todo caso entrañarán una batalla a sangre y fuego.

En cualquier caso una cosa está muy clara: los capitalistas no están dispuestos a dejarse arrebatar el control del PSOE. Lo demostró en la crisis abierta durante el Comité Federal del 1 de octubre, con la expulsión, de hecho, de Pedro Sánchez de la Secretaria General, y con todas las maniobras políticas y mediáticas que se están sucediendo desde entonces. Las fuerzas que agrupaba Pedro Sánchez dentro del aparato del Partido, en vísperas de la abstención, se han disgregado. Muchos diputados y dirigentes que se posicionaron con él han sido comprados por la Gestora y utilizados como mamporreros para disuadirle de presentar su candidatura a las primarias. Pero por abajo, entre la base, Pedro Sánchez cuanta con un apoyo mayoritario indiscutible.

La postulación de Patxi López a la Secretaría General, el mismo que con la boca pequeña apoyó tímidamente a Pedro Sánchez, es un buen ejemplo de la desbandada que se ha producido y del tipo de casta corrupta a la que nos referimos. Este individuo apenas se diferencia de cualquier político burgués al uso. Patxi López fue Lehendakari gracias a los votos y el apoyo del PP, ahora acuerda un gobierno de coalición con el PNV, y pretende presentarse como la alternativa para “regenerar” y “relanzar” el “proyecto socialista” ¡Es una broma de mal gusto!

La situación para la Gestora golpista es complicada. A estas alturas todavía no han decidido si presentarán o no a Susana Díaz, vacilaciones que tienen mucho que ver con las encuestas que barajan y que dan un triunfo sonado a Pedro Sánchez. Es cierto que las ambiciosas declaraciones del ex secretario general del pasado mes de octubre no se tradujeron en acciones decisivas, permitiendo al aparato tomar la iniciativa, atrasar las primarias y el congreso del Partido. Pero todo apunta a que la Gestora está profundamente desacreditada y sólo concita entusiasmo entre los editorialistas de El País y sus mentores capitalistas. A pesar del retraso y los silencios incomprensibles, la presentación de la candidatura de Pedro Sánchez en un acto multitudinario en Dos Hermanas (Sevilla) representó un desafío completo al aparato y ha vuelto a tensar la crisis del PSOE al máximo.

El desafío de Pedro Sánchez

El 20 de febrero Pedro Sánchez abarrotó el Círculo de Bellas Artes de Madrid. No sólo explicó su voluntad de dar la batalla por la Secretaria General, sino que defendió la unidad de acción con Unidos Podemos y con los sindicatos. Frente a la “gran coalición y su fracaso en la UE”, Sánchez afirmó que la socialdemocracia “viene cometiendo un error las últimas décadas: no presentar una enmienda a la totalidad al sistema imperante, que es el neoliberal. Nuestro adversario político es el neoliberalismo y conservadurismo que encarna el PP…”. “Para cambiar el modelo económico y social neoliberal es necesario potenciar las alianzas con las organizaciones de los trabajadores”, enfatizando su apoyo a los sindicatos, y “ante la involución social y en derechos sufrida en España, hay que desarrollar la unidad de acción de todas las fuerzas que coincidan en la necesidad de desarrollar una democracia avanzada en lo político y en lo económico que haga progresar la justicia social…”.

Haciéndose eco de las grandes movilizaciones por el derecho a decidir, dio medio paso adelante al plantear “una reforma constitucional federal, manteniendo que la soberanía reside en el conjunto del pueblo español, pero que debe perfeccionar el reconocimiento del carácter plurinacional del Estado apuntado en el artículo 2 de la Constitución…”. Obviamente estas declaraciones están todavía muy lejos de la defensa clara y sin ambigüedades del derecho de autodeterminación.

Pedro Sánchez dice que quiere recuperar las señas de izquierda del PSOE y abandonar su subordinación a la derecha. Son buenas palabras, pero los brindis al sol ya no causan efectos prácticos. De hecho, Sánchez se ha rodeado de viejos dinosaurios del Partido que nunca han hecho nada por torcer el rumbo de la organización. José Félix Tezanos, catedrático de Sociología y presidente de la Fundación Sistema y de la revista Temas para el Debate; el “consultor internacional” Manuel Escudero y la ex ministra de Medio Ambiente Cristina Narbona, son parte destacada de su equipo. Pero estos antiguos guerristas y seguidores de Borrell, que han vivido muy cómodamente en el aparato, no pueden impulsar la transformación del PSOE.

Para ganar las primarias, Pedro Sánchez ha marcado las diferencias ideológicas con la Gestora lo que es completamente correcto. Pero su intento de revivir el modelo socialdemócrata clásico, en una fase de capitalismo salvaje y crisis global del sistema, no es ninguna solución. El problema de fondo es precisamente que la socialdemocracia y sus recetas reformistas son impotentes para enfrentar el neoliberalismo. Lo que hace falta es una vuelta a las ideas del socialismo, de la lucha de clases, del marxismo.

Todo parece apuntar a que es inevitable una lucha frontal de Sánchez contra los barones territoriales y todo ese conglomerado de burócratas y vividores experimentados que pueblan el PSOE en sus alturas. Las condiciones para su victoria son evidentes —cuenta con el apoyo masivo de la militancia—, y por eso mismo la reacción de sus adversarios será brutal. No está claro incluso que Susana Díaz se postule finalmente para disputar la Secretaría General a Sánchez. Ella es una “ganadora”, y sus mítines amañados, con militantes y concejales “animados” a asistir mediante autobuses y dietas pagadas, muestran sus grandes debilidades. No se podría descartar que finalmente se decidiera a dar el paso, pero no es la única posibilidad. También podría ocurrir que el voto de los contrincantes a Sánchez se agrupará en torno a Patxi López. Como señalábamos al principio, la situación es harto compleja para la dirección golpista.

Un enfrentamiento de este calado podría acabar en una escisión del Partido, pues la dirección proburguesa del PSOE difícilmente consentirá que Sánchez vuelva a ocupar la Secretaría General. Incluso si gana las Primarias, el aparato golpista, ayudado por la gran escuadra mediática que lo alienta, podría robarle el Congreso y tratar de aislarle. Y una escisión, de darse, abriría un nuevo escenario. La hipótesis de una confluencia entre Pedro Sánchez y Unidos Podemos se pondría encima de la mesa y despertaría un gran apoyo, lo que significaría una nueva fase en el reagrupamiento de la izquierda. Pero es difícil plantear un escenario acabado de un proceso en desarrollo y lleno de interrogantes.

La crisis del PSOE, exactamente igual que la que atraviesa Podemos, es un reflejo del impacto de la lucha de clases en su seno y responde a presiones de clases antagónicas. El debate fundamental que ha recorrido el movimiento obrero contemporáneo, reformismo o revolución, vuelve a escena.

En esta época de crisis global del sistema, cualquier mínima reforma en beneficio de la población implica una dura lucha de clases. Los discursos parlamentarios son inútiles, las negociaciones y el espíritu de “consenso” impotentes para torcer la voluntad de los capitalistas. Enfrentarse a sus ataques con éxito requiere levantar un programa socialista basado en la movilización de masas. Ambas cosas son un tabú para la socialdemocracia oficial y muchos de los nuevos líderes que pretenden ocupar su espacio. Por eso los proyectos reformistas que pretenden respetar la lógica del capitalismo están condenados al fracaso.

Pablo Iglesias logra un triunfo contundente

El intento de desplazar a Pablo Iglesias de la dirección de Podemos ha fracasado estrepitosamente. A pesar de todos los recursos invertidos y del arrope que los medios de comunicación han proporcionado a Íñigo Errejón y sus seguidores, las bases de Podemos se han manifestado de manera inequívoca con una participación histórica de 155.000 inscritos. Iglesias ha obtenido cerca del 90% de los votos a su candidatura como secretario general, el 60% en la lista que encabezaba para el Consejo Ciudadano, y más de 50% en todos los documentos que presentaba su equipo.

Para entender lo que supone esta victoria basta con leer la prensa capitalista o escuchar lo que dicen los informativos de las grandes cadenas. Su rabia por este triunfo chorrea en cada línea, en cada frase, en cada insulto y descalificación. Y no es para menos. La maniobra de la clase dominante por controlar definitivamente Podemos, asimilarla como una formación socialdemócrata clásica y apuntalar la paz social, se ha estrellado contra la voluntad de decenas de miles de luchadores.

El fracaso de Errejón es una buena noticia para todos los que hemos protagonizado la gran rebelión social de estos años, para los que hemos impulsado el 15-M, las huelgas generales, las Mareas Ciudadanas, las Marchas de la Dignidad, las grandes movilizaciones estudiantiles… y hemos hecho posible la crisis del bipartidismo y del régimen del 78. El motor del cambio político ha sido y será la lucha de clases, la movilización masiva de los trabajadores y la juventud, ese factor que con tanto desdén han despreciado Íñigo Errejón, Rita Maestre, Tania Sánchez y tantos otros que intentan desvirtuar el proyecto político de Podemos en las aguas del cretinismo parlamentario y la colaboración de clases.

La batalla desatada en Podemos tiene una gran trascendencia, y eso lo sabe muy bien el PP, la gestora golpista del PSOE, Ciudadanos y los grandes poderes económicos. Errejón no es ningún inocente, es muy consciente de lo que dice y de lo que hace. Él y sus seguidores quieren un Podemos fuera de la convergencia con Izquierda Unida, fuera de la lucha de los trabajadores y trabajadoras de Coca Cola, de las subcontratas de Movistar, de Gamonal, de la gran Marea Verde y de la Marea Blanca, de las movilizaciones a favor del derecho a decidir… Y quieren un Podemos muy cerca del PSOE, del programa clásico de una socialdemocracia en crisis, de la transversalidad que hace de Podemos un clon de los partidos del sistema, satisfecho con los puestos confortables, los despachos enmoquetados, las comisiones y subcomisiones bien pagadas, y con la respetabilidad que ofrece el orden establecido y sus instituciones.

Errejón ha contado con grandes mecenas en su ofensiva. No lo podemos olvidar. El diario El País lo ha repetido hasta la saciedad: “Errejón defiende un Podemos mucho más moderno, democrático y abierto, distinto por completo de la confusión generada por Iglesias en torno a una estrategia de radicalización ideológica y movilización callejera cuyo efecto está siendo diluir la fuerza y capacidad negociadora del partido en el Parlamento y en las instituciones”.

Lo mismo se puede decir de la dirección golpista del PSOE, que no ha dudado en valorar el triunfo arrollador de Iglesias como una derrota de la democracia y una victoria del “pablismo-leninismo”. ¿Se puede ser más transparente? Los golpistas del PSOE, esos mayordomos serviles de la burguesía que han destituido a Pedro Sánchez y han entregado el gobierno al señor Rajoy en bandeja de plata, se consideran ahora la “única oposición”. ¡Los mismos que forman parte de una gran coalición con la derecha!

Los marxistas no somos neutrales

Desde Izquierda Revolucionaria hemos apoyado a Pablo Iglesias en esta lucha frente a Íñigo Errejón y su modelo socialdemócrata. Nuestra posición la hemos hecho pública repartiendo miles de hojas, vendiendo cientos de ejemplares de nuestro periódico El Militante en Vistalegre II, y recibiendo el apoyo y las felicitaciones de muchos compañeros y compañeras de Podemos.

Además de apoyar, también hemos señalado críticas que a nuestro entender son justas y merecen ser valoradas. Creemos sinceramente que si Errejón ha llegado tan lejos se debe también a errores y vacilaciones de Pablo Iglesias. La visión del “cambio” político como un mero ejercicio electoral en el que la movilización de masas ya había cumplido su papel, también fue defendida por Iglesias, especialmente tras los éxitos de las municipales de mayo de 2015 y de las generales del 20-D. Sus declaraciones públicas justificando la capitulación de Tsipras, su desmarque de la revolución venezolana haciéndose eco del mensaje de la reacción, su afán por aparentar responsabilidad, “alturas de miras” como gobernante y ocupar el espacio socialdemócrata, además de erróneas y contradecir las verdades razones por las que Podemos irrumpió con tanta potencia…, reforzaron el discurso y la audacia de los sectores más derechistas de Podemos.

Incluso después de perder un millón de votos el 26-J, Pablo Iglesias siguió afirmando que el trabajo parlamentario e institucional sería su prioridad. Por supuesto, estas concesiones dieron alas a sus adversarios que se mostraron completamente decididos a debilitarlo y finalmente apartarlo. Es bueno recordar estas verdades, ahora que Errejón y otros, incluso desde posiciones supuestamente “anticapitalistas”, hablan de ser “generosos” e “integrar todas las sensibilidades”. ¿Habría integrado Errejón a todas las corrientes en caso de haber ganado? ¿Qué habrían dicho al respecto El País y el PSOE, o los grandes poderes fácticos? La respuesta es más que obvia.

La cuestión es que Iglesias reaccionó en los últimos meses para defender su liderazgo, y lo hizo con el instinto de que su supervivencia y la de Podemos dependía de volver al discurso original y basarse en los sectores que, con su lucha, han dado carta de naturaleza a la formación morada. En los últimos meses Iglesias realizó reflexiones bastante acertadas. Se preguntó públicamente si no había sido la imagen de moderación que había transmitido Podemos la causa del resultado inesperado el 26J. Habló del error de intentar ocupar el espacio de la socialdemocracia para no “asustar” a un sector de los votantes, y más recientemente insistió en la necesidad de recuperar la calle y de que los sindicatos convocaran una huelga general contra la política antisocial del PP. “La transversalidad no es parecernos a nuestros enemigos, sino parecernos a la PAH”, afirmó correctamente. No es ninguna casualidad las constantes apariciones de Pablo Iglesias en las movilizaciones de los trabajadores de Coca-Cola en lucha, o el respaldo que Irene Montero y otros dirigentes cercanos a Iglesias han dado a las movilizaciones organizadas por el Sindicato de Estudiantes.

El conflicto planteado entre Iglesias y Errejón, más allá de la forma, refleja las presiones de clases antagónicas. No tener presente esta realidad conduce al engaño y a mantener posiciones lamentables. Otras corrientes, como Anticapitalistas, realizaron un planteamiento oportunista, tacticista y corto de miras. Sus dirigentes más destacados como Miguel Urbán y Teresa Rodríguez, volcaron una imagen falsa de lo que estaba en juego y de los motivos reales de esta crisis. Su discurso insistía en acabar con los supuestos “enfrentamientos personales” y las “luchas entre machos alfa”, apelando a la “unidad” y a que “todos somos compañeros”, lo que en lugar de elevar la discusión la rebajaba a niveles bochornosos. Su actitud equidistante antes de Vistalegre II, negándose a plantear un frente único con Pablo Iglesias, les restó apoyo en una votación absolutamente polarizada: tan sólo 2 consejeros de 60 para el Consejo Ciudadano. Pero lo peor no son estos resultados ni mucho menos; lo más lamentable es que han sido incapaces de utilizar las tribunas que han tenido a su disposición, y han sido muchas, para diferenciarse políticamente y presentarse como una alternativa revolucionaria y realmente “anticapitalista”.

Urbán lo ha reconocido en numerosas entrevistas: no son marxistas, mucho menos trotskistas. Incluso cuando apelaban a un Podemos más de lucha, existe un abismo entre sus palabras y sus hechos. Anticapitalistas tiene el control de la alcaldía de Cádiz, tiene la dirección de Podemos en Andalucía, tiene diputados y concejales. ¿Dónde está su impulso a la movilización social, sus medidas concretas en beneficio de las clases populares desobedeciendo las leyes capitalistas —como le gusta decir al eurodiputado Miguel Urbán— allí donde son los dirigentes o gobiernan? Existen simpatías por el discurso a favor de la “unidad”, pero estos dirigentes son gente experimentada y saben perfectamente que la “unidad” muchas veces es la coartada de la derecha del movimiento para atar de pies y manos a la izquierda. Una cosa ha quedado clara en cualquier caso: para una parte considerable de la dirección de Anticapitalistas la estrategia prioritaria sigue siendo copar espacios en el aparato y lograr mejores posiciones en las listas a diputados o concejales, renunciando por completo a un trabajo serio y sistemático por convertir Podemos en la alternativa de la izquierda transformadora.

¡Basta de paz social, hay que movilizar ya!

El ambiente que se respiraba en Vistalegre II entre miles de militantes era muy significativo. Por un lado, los gritos de unidad reflejaban un anhelo absolutamente comprensible, pero en todos los corrillos y debates en los pasillos se insistía una y otra vez en una idea: ¡Hay que volver a la calle, hay que volver a lo que ha hecho fuerte a Podemos!

Esta es una cuestión estratégica de primer orden. Y son precisamente los medios de la clase dominante los que subrayan la importancia de esta idea. En su editorial del lunes 13 de febrero, titulado ‘Podemos se radicaliza’, El País señala: “…Triunfa pues el Podemos más radical y contestatario que se concibe a sí mismo como un movimiento populista que apoyándose en la fuerza de la movilización social y de la calle aspira a impugnar el orden establecido”. Es difícil hablar más claro.

Todos los medios de comunicación han reaccionado con extrema virulencia al triunfo de Pablo Iglesias. ¿Cuál es la razón de este odio encendido? La pugna interna de Podemos, alentada descaradamente por la burguesía, tendría consecuencias inmediatas según el resultado. Un triunfo de los errejonistas podía reforzar una paz social muy necesaria para imponer la agenda de recortes sociales y austeridad que ya está diseñada por el gobierno de Rajoy y pactada con el PSOE. La posibilidad de una vuelta a la movilización social, en un escenario como el actual, es la peor noticia posible para la derecha y la socialdemocracia, y también para la burocracia sindical.

Errejón ha sido muy cuidadoso en rechazar la idea de que nos gobierna una gran coalición (PP-PSOE-C’s) y, en lugar de situar a la actual dirección del PSOE como parte del problema, ha insistido una y otra vez en sumarse al carro de sus “iniciativas”. Pero ¿cómo es posible argüir que colaborando con la dirección actual del PSOE estaremos más cerca de acabar con el gobierno de Rajoy? ¿Acaso no es este PSOE una pieza clave en la gobernabilidad precaria que pilota el PP?

No es arropando a la socialdemocracia, firmemente controlada por la burguesía, como se combate las políticas de la derecha. Para derrotar los recortes sólo hay una opción: volver a llenar las calles con una movilización masiva y sostenida. El ejemplo de las huelgas impulsadas por el Sindicato de Estudiantes, que han hecho posible tumbar las reválidas franquistas, es elocuente. Precisamente porque estamos ante un gobierno muy débil, y con una base social más reducida, cualquier estrategia que conduzca a la desmovilización es un regalo maravilloso para la derecha. Ahora es el momento de poner a Rajoy contra las cuerdas. Y eso no es posible —tal como pretende Errejón— con un frente único con el PSOE de la gestora golpista, que además ya ha elegido al PP y Ciudadanos como a aliados.

La victoria de Pablo Iglesias no se debe entender en términos personales, por más que la personalidad de los dirigentes sea un factor importante en la lucha de clases. Parafraseando a Lenin, ha sido el látigo de la contrarrevolución el que ha provocado el impulso desde abajo, el que ha motivado a decenas de miles de trabajadores y jóvenes para dar un puñetazo en la mesa con su voto. Y ese puñetazo, que ha dejado muy deprimido a Errejón y sus seguidores cuando se las prometían tan felices asaltando la dirección de Podemos, también lleva implícito un mensaje muy claro: hay que volver a la lucha, hay que dar la batalla al PP con la movilización y un programa rupturista con el capitalismo.

Pablo Iglesias y sus colaboradores más cercanos tienen una gran responsabilidad. Deben escuchar el mandato de las bases de Podemos. La unidad no se puede construir a costa de abandonar los principios y dar la espalda a millones de personas que están sufriendo dramáticamente los efectos de una crisis devastadora. La unidad se tiene que hacer con los que luchan, con los que sufren, con los que pueden hacer posible el cambio real. Y eso pasa por llamar inmediatamente a la movilización, a preparar ya una huelga general contra el tarifazo eléctrico, contra la rebaja de las pensiones, contra los recortes en sanidad, contra la LOMCE, el 3+2 y la Ley Mordaza, por una vivienda digna por ley, y por las libertades democráticas, incluido el derecho a decidir. No basta con guiños a la izquierda de vez en cuando. No basta con reflexiones que luego no tienen ninguna consecuencia práctica. La única manera de ligarse sólidamente a las masas, la verdadera fuerza de Podemos como izquierda transformadora, sólo se puede desarrollar si defiende una alternativa socialista frente a la crisis capitalista e implicándose directamente en las luchas cotidianas del movimiento obrero y juvenil.

Ahora le toca a Pablo Iglesias cumplir con su palabra.

México se encuentra en el ojo del huracán de la lucha de clases. En el mes de enero una movilización popular espontánea y masiva estalló contra el incremento del precio de la gasolina. Miles de jóvenes, trabajadores y campesinos se hicieron visibles en decenas de ciudades desafiando la más reciente infamia del gobierno de Peña Nieto. Pero la indignación provocada por esta nueva agresión priista no es un hecho aislado. Desde hace años, asistimos periódicamente a estallidos sociales contra la represión y las políticas del gobierno: desde las marchas y huelgas estudiantiles del IPN, hasta la gran movilización que recorrió México para denunciar el crimen de Estado contra los 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa, pasando por las huelgas y manifestaciones de los docentes contra la reforma educativa o de los campesinos contra los efectos del TLC.

Esta nueva fase en la lucha de clases mexicana expresa las ansias de cambio que se han ido acumulando en las entrañas de la sociedad. Tanto los gobiernos panistas como la derecha priista han ejecutado una agenda de contrarreformas salvajes destruyendo conquistas históricas de la clase obrera y la juventud mexicana. Pero de esta manera han acabado definitivamente con las grasas sociales que el régimen capitalista mexicano acumuló en las décadas pasadas. Contrarreformas laborales, en el seguro social, en la sanidad, en la educación, en la industria petrolífera, en el campo…, han sido la nota dominante, todo ello para desmantelar el sector estatal productivo y los servicios sociales públicos, y entregarlos a los grandes capitales nacionales y extranjeros a través de planes de privatización masivos. De esta manera se ha producido un trasvase gigantesco de plusvalía de la clase obrera y los sectores populares a los bolsillos de la burguesía mexicana y los grandes monopolios estadounidenses.

La agenda de contrarreformas y privatizaciones ha ido acompañada de un recrudecimiento de la violencia estatal, el incremento de la represión contra los derechos democráticos y la criminalización de la protesta social, lo que ha convertido al gobierno de Peña Nieto, con toda justicia, en el blanco de la furia de millones de mexicanos.

Estas sacudidas no son un punto y final, sino el preludio de un gran movimiento de masas en un futuro no muy lejano. La polarización social y política se va a agudizar con los efectos de la presidencia Trump, su agenda nacionalista en materia económica y sus medidas antiinmigración. Pero la xenofobia y el racismo del nuevo inquilino de la Casa Blanca va a producir los efectos contrarios a los que persigue: el levantamiento de un amplio sector de la población estadounidense contra este programa reaccionario, no va a ser nada comparado con lo que ocurrirá en México y con la irrupción de la comunidad latina en los propios EEUU.

Una economía muy vulnerable

Tras el magro crecimiento logrado bajo el gobierno de Zedillo (1994/2000), la economía nacional ha experimentado década y media de estancamiento: en los dos gobiernos del PAN, con Fox y Calderón, la economía creció un 1,9% respectivamente. Bajo la presidencia priista de Peña Nieto, el PIB registró un avance acumulado del 2,5% entre 2013 y 2016. Es innegable que, en términos macroeconómicos, los primeros cuatro años de la administración de Peña han significado un pequeño repunte pero la tendencia al estancamiento no sólo no se ha revertido, sino que ahora va acompañada de síntomas sombríos. Durante ese mismo lapso, la pobreza entre la población pasó de 37,1% al 42,1%.

La inversión extranjera en estos últimos cuatro años, según datos oficiales, alcanzó los 127.000 millones de dólares, más alta que la que logró Felipe Calderón. No obstante, la probabilidad de que éste volumen de inversión se mantenga es más que cuestionable teniendo en cuenta la posibilidad de una renegociación del Tratado de Libre Comercio con EEUU y Canadá que empeore las condiciones para México, y de una contracción mayor del comercio mundial. De hecho, en los primeros nueve meses de 2016 México recibió casi 20.000 millones de dólares en inversión extranjera directa, un retroceso claro respecto a los 25.800 millones obtenidos en el mismo periodo de 2015. La decisión de Ford de cancelar la construcción de una planta de ensamblaje en la ciudad de San Luis Potosí, un proyecto por valor de 1.600 millones de dólares y que preveía la creación de cerca de 3.000 empleos, es una advertencia de lo que puede pasar en el futuro.

Por otra parte, los 2,6 millones de empleos creados en los últimos cuatro años están muy lejos de lo que se necesita para asimilar tan sólo al 1,4 millón de jóvenes que cada año se integran al mercado laboral. La crisis de sobreproducción mundial, la ralentización del crecimiento estadounidense y la caída de América Latina, y el conjunto de contrarreformas están teniendo efectos negativos: la producción industrial pasó de un pírrico crecimiento del 1% en 2015 al 0% en 2016. El deterioro de la industria manufactura expresa la caída sistemática de las exportaciones totales mexicanas: -4% y -4,4% respectivamente en 2015 y 2016 y para el caso particular de las exportaciones industriales la caída en este último año fue del 6,14%.

La viabilidad de la planta industrial también está siendo puesta en entredicho por las propias estrategias capitalistas que intentan paliar los efectos del estancamiento económico. Por ejemplo, para frenar la fuga de capitales —que en 2016 ascendió a 26.000 millones de dólares— el Banco de México subió las tasas de interés de 3,25% al 5,75%, empeorando las condiciones de financiación para las inversiones. Obviamente la inversión productiva no depende de la liquidez existente, pues como estamos viendo en todo el mundo la caja de las empresas rebosa. En esta fase de estancamiento no hay señales de incrementar sustantivamente los beneficios desde la economía productiva, por eso el juego de la especulación vuelve de nuevo con fuerza.

De 2012 a 2016 la inflación aumentó del 3,57% a 4,8% y el peso se depreció respecto al dólar en un 53%, pasando de 13,13 pesos a los 22,15 pesos por dólar el 11 de enero pasado. Un balance formalista sobre la devaluación del peso arrojaría la conclusión de que al abaratarse el valor de la producción mexicana en el mercado mundial, inevitablemente aumentaría la demanda por sus manufacturas, impulsando sus exportaciones hacia el frente. Pero lo que ha sucedido es todo lo contrario y ahora la industria nacional está en nuevas dificultades. El impago de la deuda externa es un riesgo latente.

Las contrarreformas energéticas de 2008 (Calderón) y 2013 (Peña), combinadas con la caída de los precios internacionales del petróleo, ha significado un descenso de más de 57.000 millones de dólares para las finanzas públicas. Además, la deuda externa se ha incrementado en un 157,2% entre 2009 y 2016. También las reservas de divisas acumuladas por del Banco de México registraron en 2016 un fuerte decrecimiento: 5.562 millones de dólares menos respecto a 2015, rompiéndose así esa dinámica de casi década y media en la cual, año tras año, los resultados siempre eran positivos.

La nueva administración Trump puede tener efectos demoledores para la economía mexicana. El lugar de México en la división internacional del trabajo es evidente: EEUU es el destino del 81% de las exportaciones mexicanas —582.600 millones en 2015— y cualquier decisión que se tome en este asunto tendrá consecuencias inmediatas. Sólo las plantas automotrices exportan 44.000 millones de dólares anualmente.

Si Trump impone finalmente su agenda proteccionista y grava con un 35% las importaciones de mercancías mexicanas, tal como ha advertido, no sólo se alejarán aún más las expectativas de recuperación, sino que México se deslizaría con rapidez hacia la recesión. Por supuesto, los efectos en la economía estadounidense también se harían sentir, pues seis millones de puestos de trabajo en EEUU dependen del comercio con México.

Alrededor de doce millones de mexicanos residen en Estados Unidos, nutriendo a los sectores más explotados de la clase obrera. Antes de Trump, la discriminación, los bajos salarios, la falta de prestaciones sociales, el peligro de deportación y la violencia policial eran el día a día de una gran mayoría. Con la elección de Trump, se suma ahora la amenaza de una posible incautación de sus remesas para financiar la construcción del muro entre México y Estados Unidos. Según datos del Banco de México, en 2015 las remesas alcanzaron los 24.784 millones de dólares, y 2016 podría cerrar con 27.000 millones. Pero si estas medidas se materializaran, los efectos no sólo se dejarán sentir en EEUU, golpearían la situación precaria por la que atraviesa el gobierno de Peña Nieto. México podría vivir una auténtica explosión social.

En definitiva, el incremento en un 20% de los precios de la gasolina combinado con la demás variables económicas adversas (inflación, devaluación del peso, escaso financiamiento, contracción del mercado nacional dado el bajo poder adquisitivo de las familias trabajadoras, medidas proteccionistas de la administración Trump, etcétera) podrían empujar a una franca recesión de la industria nacional (que aporta el 25% del PIB mexicano) y hundir al resto de la economía. De hecho, la firma Merrill Lynch ha reducido su pronóstico de crecimiento para 2017 situándolo en un modestísimo 1,3%.

 ‘Gasolinazos’, una política para los más ricos

Los incrementos a la gasolina son la consecuencia directa de la privatización de PEMEX y la liberalización de precios, y suponen la eliminación completa de los subsidios del Estado. Es una de las decisiones estratégicas más importantes de la burguesía mexicana de las últimas décadas, y sus consecuencias en el plano social y político no serán menores a las que tengan en el plano económico.

México es un país productor de petróleo, pero su capacidad para refinar y transformar el crudo en gasolina es muy limitada: las contadas refinerías mexicanas trabajan a menos del 40% de la capacidad instalada. El 65% de la gasolina que consume México es importada, un reflejo más que evidente del carácter parasitario del la burguesía nacional, y de su incapacidad para desarrollar las fuerzas productivas. Durante décadas, la clase dominante mexicana ha realizado una auténtica huelga de inversiones para transformar la industria petrolera del país. Parasitando PEMEX, han consumido una parte fundamental de los ingresos provenientes de la venta del crudo en el mercado mundial saqueando las arcas públicas.

Tras comprobar que la modernización de PEMEX requería de grandes inversiones de capital, la clase dominante mexicana ha decidido liquidar la empresa, todo un símbolo de lo que fue la lucha de clases en nuestro país tras la nacionalización petrolera decretada por Lázaro Cárdenas, y vender la explotación de los yacimientos de crudo que están bajo el mar, y que es una parte sustancial del negocio futuro, a las grandes multinacionales del sector. La licitación de los distintos campos petroleros de aguas profundas en la región más codiciada —el Cinturón Plegado Perdido—, una zona cercana al límite fronterizo marítimo con Estados Unidos, se ha repartido entre British Petroleum, Statoil y ExxonMobil, y la China Offshore Oil Corporation E&P México. Este último dato es significativo, pues también demuestra la decisión de los imperialistas chinos de plantar cara a EEUU en su mercado más inmediato, y en uno de los terrenos más importantes para la inversión extranjera en México.

Tanto la compra, transporte, almacenaje, distribución y venta quedará ahora bajo el control de los grandes monopolios del sector, fundamentalmente estadounidenses. Con la apertura y la libre importación de petrolíferos prevista para 2017, el valor del mercado de importaciones de combustibles podría superar 26.560 millones de dólares que actualmente Pemex gasta para traerla. A esto hay que añadir los impuestos que no disminuyen y que son el 33,6% del precio final. Negocio redondo para los ricos y sus representantes en el gobierno.

En lo que va del sexenio las gasolinas han aumentado un 40% su precio. En esta etapa de la liberalización, el gobierno dejará que el precio fluctúe, es decir, suba y baje, dentro de un determinado rango pero para finales de año ese control también desaparecerá. La vieja cantaleta de que la privatización y la competencia bajan precios y mejoran los servicios es un completo fraude. El mercado lo controlan un grupo reducido de monopolios, importadores y distribuidores de gasolina, y una buena parte son de Estados Unidos: las exportaciones estadounidenses de productos derivados del petróleo a México han aumentado 152% en la última década. Serán Exxon, Chevron, Shell, etc., trasnacionales dominantes en el mercado mundial, quienes controlarán la venta de gasolina en México rompiendo cualquier esquema de “libre competencia”.

El impacto directo e indirecto del gasolinazo será inmediato. El aumento en el costo de transporte afectará, antes o después, al de las mercancías, particularmente al precio de alimentos, la electricidad y el gas. De hecho, la escalada ya empezó: el precio del kilo de tortilla ha aumentado entre 1 y 2 pesos y hay lugares donde llega a los 19 pesos el kilo; se prevé que leche y el huevo terminen el año con aumento de 30%... En diferentes estados ya hay incrementos “ilegales” del precio del pasaje, y otros legales como en Nuevo León, dónde el boleto de camión podría subir hasta los 18 pesos. El cinismo de la patronal no tiene límites: en Yucatán, por ejemplo, han llegado a un acuerdo estatal para asegurar que los aumentos no superen ¡el 15%!

Otro efecto secundario son los planes de austeridad que están siendo aprobados por los Gobiernos estatales, que en realidad suponen ataques al empleo y a las condiciones laborales. En Sonora pretenden reducir la nómina de trabajadores públicos en un 15%, a sumar a los 16.000 de PEMEX este año y los 20.000 del Gobierno Federal. Los gobernadores del norte proponen un “esquema flexible” para la importación de gasolinas, es decir, facilidades para ampliar los efectos de las reformas. En Jalisco quieren ofrecer zonas para almacenamiento de combustible, cumpliendo con el esquema actual de la reforma que es entregar tierras para abaratar la introducción de los negocios de gasolineras nacionales y extranjeras.

Una explosión de rabia y descontento… que no será la última

La respuesta de los trabajadores, de la juventud, de los sectores populares ante esta agresión ha sido contundente. Todo el país ha vivido intensas movilizaciones y actos de protesta. Manifestaciones, bloqueos carreteros y ferroviarios, cierres de gasolineras y cierres de estaciones de abastecimiento de PEMEX, clausura de oficinas de recaudación, y movilizaciones y más movilizaciones que han terminado invadiendo los edificios públicos al grito de ¡Fuera Peña! y ¡No al gasolinazo!

La lucha desatada ha contado con una nueva característica de primer orden: las protestas no se han quedado en las grandes ciudades sino que han convocado a miles en poblaciones medianas o pequeñas con una magnitud desconocida. A través de llamados transmitidos de persona a persona y por las redes sociales, cientos de miles, de manera espontánea o contando con el apoyo de cientos de pequeñas organizaciones, han generado un movimiento de protesta tremendo.

Los trabajadores, con su instinto de clase, han sido una parte activa de todo el movimiento, pero necesitamos que los sindicatos democráticos y a la izquierda se impliquen de manera activa. Las organizaciones que han demostrado su compromiso con los oprimidos deben aportar su fuerza y tradiciones de lucha, en primer lugar la CNTE. En cientos de pancartas vemos la influencia positiva que la lucha del magisterio democrático ha tenido entre sectores de trabajadores y jóvenes que ahora están participando en la acción ¡Hay que unir esa fuerza, hay que hacerla imparable! Lo mismo sirve para el sindicalismo independiente, el SME, la UNTyPP, STUNAM… que no puede conformarse con simples llamados: hay que organizar el movimiento, unificarlo, extenderlo y defender una política de clase consecuente.

La rebelión contra el gasolinazo, como anteriormente otras explosiones de la juventud y la clase trabajadora, ha tenido un carácter muy espontáneo y radicalizado, también como respuesta al colaboracionismo del sindicalismo oficialista y la actitud de la dirección de Morena que con su pasividad sostiene, en la práctica, las políticas gubernamentales. Este espontaneísmo es una muestra del potencial revolucionario latente, pero también tiene sus debilidades y hay que combatirlas con claridad. Aprovechando la descoordinación y la falta de organización, la protesta comenzó a ser saboteada por el Régimen a través de infiltrados y provocadores, con la participación del sector más marginal de las zonas populares, para desviarlo hacia el saqueo de tiendas. Correctamente se ha denunciado esto como una estrategia para reventar el movimiento y criminalizar la protesta. Por tanto, nuestras acciones deben contar con una protección activa, que separe y aleje a los infiltrados, rechace las provocaciones y defienda al movimiento de los ataques de la policía que ya han dejado varios muertos y heridos. Pero el problema no es tanto el saqueo como la necesidad de que el movimiento se organice y de dote de un programa socialista de lucha.

Construir una alternativa revolucionaria

Otro síntoma importante de esta nueva etapa en la lucha de clases es la conformación del Consejo Indígena de Gobierno (CIG) a partir del Consejo Nacional Indígena (CNI) y del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Este nuevo organismo ha decidido elegir a una compañera como vocera que además contenderá como candidata independiente en la elecciones del 2018. “Esta iniciativa de lucha fue debatida por 43 pueblos originarios de 523 comunidades de 25 estados del país; de esas, 430 comunidades aprobaron la propuesta” (La Jornada Maya, 10 de enero de 2017).

En los últimos quince años la violencia y represión del Estado, el narcotráfico, la miseria y el desempleo, y las constantes humillaciones del sistema sobre nuestras comunidades y el campo, se han agravado drásticamente. Los altos costos de las materias primas generaron un proceso de depredación capitalista que amenaza cada vez más las tierras de los pueblos originarios. Por ejemplo, la programación de 70 proyectos hidroeléctricos en 19 estados de la República, de ponerse en marcha, supondrían el desplazamiento de más de 170.000 personas de sus comunidades. A escala nacional existen más de 400 empresas mineras que acaparan el agua, contaminan el ambiente y los mantos freáticos de nuestros pueblos: en 2013 las concesiones mineras en el Estado de Oaxaca superaban las 817.000 hectáreas, lo que equivalía a casi el 24% del territorio del Estado. La voracidad del capital por obtener ganancias a costa del medio ambiente donde vivimos millones de trabajadores del campo e indígenas no tiene límite.

El aislamiento que ha atravesado el EZLN tiene mucho que ver con la inhibición de su dirección en numerosas batallas que se han planteado en estos años, contra la agenda de privatizaciones, recortes y ataques a nuestros derechos lanzados desde los gobiernos del PAN-PRI, así como en las contiendas electorales. Por supuesto, el combate de las comunidades indígenas por sus derechos ha sido una fuente de inspiración para todos los oprimidos. Acontecimientos como los de Cherán —donde la comunidad purépecha ha ganado el reconocimiento de su autogobierno—, o las autodefensas en Ostula (Michoacán) que han hecho retroceder al gobierno y al narcotráfico a costa de una larga batalla, represión y cárcel, muestran un gran nervio revolucionario imprescindible en la lucha por el socialismo. Por eso el paso dado por el EZLN y el CNI es, sin duda, una gran noticia, porque pone en el centro del debate la necesidad de levantar una candidatura presidencial que defienda los intereses de los oprimidos de México, de las comunidades indígenas, del campesinado, de los trabajadores y la juventud.

El programa del CIG debería incluir las demandas de todo el pueblo, que incluya a los trabajadores de la ciudad, a las mujeres, a la comunidad sexodiversa, a los migrantes, que sea abiertamente anticapitalista, en contra de la privatización de las tierras y de los recursos naturales, por la expropiación de las mineras bajo control democrático de los trabajadores, por el acercamiento y la dignificación de los servicios públicos esenciales para todas las comunidades y particularmente para las más alejadas (electricidad, agua, servicios sanitarios, educación en la lengua nativa…). Estas medidas, y muchas otras, servirán de ariete para combatir la pobreza y la marginación.

Este programa hay que defenderlo no sólo en los espacios que nos abra el proceso electoral sino sobre todo con movilizaciones conjuntas en todo el país, creación de comités de base en el campo y en la ciudad, convocatoria de asambleas en cada centro escolar del país para discutir el programa y organizar todo el descontento de la juventud y los trabajadores.

La decisión del EZLN ha supuesto un nuevo aliento para la lucha de clases. Pero todavía es prematuro acotar sus efectos reales en la contienda electoral. No es tampoco ninguna casualidad que ante este anuncio, y después del gran movimiento de masas contra el gasolinazo, la dirección de Morena, y AMLO en particular, estén cada día más presentes en los medios de comunicación de la burguesía como una posible opción ganadora en las elecciones presidenciales.

En los últimos años, Morena ha sufrido un fuerte desprestigio entre amplios sectores de la clase trabajadora y la juventud más militante y activa en las luchas sociales. Y no podía ser de otra manera cuando hemos visto a AMLO mirando hacia otro lado en las grandes batallas que hemos librado contra las contrarreformas impulsadas por el PAN-PRI, ante las movilizaciones por el asesinato de 43 normalistas de Ayotzinapa o, recientemente, dando su apoyo a Peña Nieto en sus “patriotas” declaraciones contra Trump, cuando no son más que un intento de aparentar oposición al imperialismo norteamericano por parte de su mayordomo más fiel.

Parece claro que un sector de la burguesía mexicana, ante lo que se le viene encima, podría estar barajando la posibilidad de facilitar el triunfo de AMLO en 2018 y frenar de esta manera el ascenso de la lucha de clases y su radicalización. En este sentido, las maniobras para desembarcar en el entorno del dirigente de Morena a cualificados representantes del mundo empresarial, incluso de muchos que tuvieron responsabilidades en el fraude electoral de 2006, es todo un síntoma. Es el caso de la integración de Esteban Moctezuma al equipo de López Obrador. Ex priista de viejo cuño, Secretario de Gobernación en tiempos de Zedillo, acusado por los zapatistas de tender una emboscada asesina a la dirección del EZLN, Moctezuma es en la actualidad empleado de Ricardo Salinas, el feroz derechista propietario de Televisión Azteca.

Es obvio que la candidatura de AMLO podría tomar fuerza ante el desprestigio del PRI, y de nuevo volver a despertar ilusiones entre una capa amplia de trabajadores y jóvenes. Pero debemos ser concretos. Desde Izquierda Revolucionaria creemos firmemente que es un error estimular la más mínima confianza en AMLO ni en sus políticas. López Obrador ha tenido oportunidades excepcionales para romper definitivamente con la agenda de la burguesía y basarse en la lucha de los trabajadores y oprimidos de México. Pero en lugar de impulsar la movilización y la organización, AMLO ha permitido la entrada en aluvión de todo tipo de arribistas en la dirección de Morena, ha contribuido a la expulsión y depuración de cientos de activistas y militantes comprometidos, y se ha negado a emprender una batalla seria y decidida contra las políticas reaccionarias de los gobiernos del PAN y del PRI. Por supuesto que muchos sectores oprimidos mirarán de nuevo a AMLO en las elecciones, pero incluso su triunfo no evitará que tengamos que luchar duramente para romper con sus políticas que serán, sin duda, respetuosas con la lógica del capitalismo.

Izquierda Revolucionaria se posiciona sin dudar con todos los pasos adelante que reflejen un avance en la organización y en la conciencia de los oprimidos. Saludamos la decisión del EZLN-CNI, y aportaremos nuestras energías para su confluencia con el conjunto de los movimientos sociales, activistas y organizaciones de la izquierda, en un gran frente único para derrotar al PRI, al PAN y a todos los instrumentos políticos del gran capital mexicano e internacional. Pero somos conscientes de que el cambio que necesitamos no se logrará a través del juego parlamentario, sino construyendo una gran alternativa revolucionaria, socialista e internacionalista para derrocar el capitalismo.

Han pasado pocas semanas desde que Donald Trump se convirtiera en presidente de EEUU y ha quedado muy claro cuál va a ser su agenda política más inmediata. En su primer discurso utilizó como eje central la idea de “América primero”, advirtiendo al resto del mundo que, o aceptan sus condiciones, o sufrirán las consecuencias. Trump también anunció que su presidencia rompería todos los récords y sin duda lo está consiguiendo. Si ya era el candidato más impopular de la historia, nada más llegar al cargo, las encuestas indican que es desaprobado por más de la mitad de la población.

Una movilización de masas histórica

Al conocerse su victoria electoral el pasado 8 de noviembre, decenas de miles de personas salieron a las calles en numerosas ciudades de todo el país para expresar su oposición a su programa racista, xenófobo, machista y contra los inmigrantes. Desde entonces, diariamente se producen todo tipo de protestas, manifestaciones, sentadas, paros, concentraciones, piquetes y huelgas. El 20 de enero en cientos de institutos y más de 40 campus universitarios de todo el país miles de estudiantes participaron en paros y concentraciones. La protesta estudiantil fue el preámbulo del 21 de enero, cuando más de cuatro millones de personas asistieron a las Marchas de las Mujeres, una convocatoria que nació y se difundió a través de las redes sociales para defender la igualdad y los derechos de las mujeres frente a un presidente misógino y una administración ultraderechista que ha decretado oficialmente que el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la transexualidad y las relaciones prematrimoniales son una inmoralidad. La primera consecuencia práctica de esta orientación reaccionaria e integrista ha sido la eliminación de los fondos federales para organizaciones no gubernamentales dedicadas a asesorar a las mujeres sobre el aborto.

El carácter multitudinario de las Marchas sorprendió a todos: más de 500.000 asistentes en Washington DC; 750.000 en Los Ángeles; 250.000 en Nueva York y en Chicago; 150.000 en Boston; 130.000 en Seattle; más de 100.000 en Denver, Oakland y en Portland; 90.000 en Saint Paul (Minnesota); 75.000 en Madison; 60.000 en Atlanta; 50.000 en San Francisco y en Austin (Texas)…, incluso en la Antártida el personal de la base estadounidense participó en la protesta. Fue la movilización de masas más grande de la historia del país, superando a las realizadas contra la guerra de Vietnam en los años sesenta. La convocatoria fue mundial y en más 600 ciudades de los cinco continentes hubo protestas, la más numerosa en Londres, con decenas de miles de personas.

Pero el desafío a las políticas de Trump no se detuvo tras su jura como presidente. El último fin de semana de enero una nueva oleada de movilizaciones batió los EEUU contra la orden ejecutiva que prohibía la entrada en el país a los viajeros procedentes de siete países de mayoría musulmana y a todos los refugiados del mundo. Decenas de miles ocuparon aeropuertos y las calles de las principales ciudades. En Nueva York los taxistas afiliados a la Alianza de Trabajadores del Taxi, que representa a 19.000 trabajadores del sector, se negaron a prestar servicio en el aeropuerto. Días después, el 2 de febrero, los trabajadores de la gigantesca empresa de telecomunicaciones Comcast, pararon durante unas horas para manifestar también su disconformidad con la política racista y antinmigración de Trump.

El clamor contra esta medida fue de tal calibre, que ha provocado una división interna dentro del aparato del Estado: la fiscal general de EEUU fue despedida después de anunciar que no defendería la orden antinmigración, decisión que fue secundada por los fiscales generales de 15 estados. Finalmente, un juez federal de Seattle dejó sin validez la orden al considerarla anticonstitucional, y la apelación posterior del gobierno también fue rechazada.

La decisión de invalidar la orden ejecutiva ha sido vista como una gran primera victoria de la resistencia contra Trump, y es todo un acicate para continuar con las movilizaciones. Así ocurrió cuando se conoció a la persona designada para cubrir la vacante del Tribunal Supremo, Neil Gorsuch, un conocido ultraderechista que en sus años universitarios creó la asociación Fascism Forever (Fascismo para siempre). El mismo día de su nombramiento, miles de personas rodearon el edificio del tribunal. Igual sucedió con el domicilio del líder de la minoría demócrata en el senado, acusado de colaborar y estar a sueldo de Goldman Sachs. La amenaza de las protestas obligó a cancelar un viaje de Trump a Milwaukee, donde tenía previsto visitar la fábrica de Harley Davidson para anunciar dos nuevas órdenes.

Como si se tratara de un volcán en erupción, Trump ha sacudido el mundo firmando diariamente órdenes ejecutivas que subrayan el carácter ultraderechista de su gobierno, una combinación de nacionalismo económico, guerra en el exterior y ataques a las condiciones de vida y a los derechos democráticos.

Nacionalismo económico

Trump ha sido muy enérgico en su cruzada a favor del nacionalismo económico: “la globalización (…) elimina la clase media y nuestros empleos (…) Nuestro país estará mejor cuando empecemos a fabricar nuestros propios productos nuevamente, volviendo a atraer a nuestras costas nuestras otrora grandes capacidades manufactureras”*. Pero no hay que ser ingenuos. Trump utiliza la demagogia contra el establishment, y apela a los sentimientos de una parte considerable del pueblo norteamericano vapuleado en estos años de crisis, pero su nacionalismo económico es la envoltura de un programa imperialista que pretende salvaguardar la posición de los monopolios estadounidenses en el mercado mundial.

La verdad es que EEUU no puede retirarse de los asuntos mundiales, sino todo lo contrario. Las exportaciones estadounidenses se han encarecido bruscamente por la vertiginosa apreciación del dólar, que ha alcanzando recientemente su mayor nivel de los últimos 14 años. Las repercusiones son muy negativas: el déficit de la balanza comercial ha aumentado en 2016 hasta los 502.300 millones de dólares, el más alto desde 2012. Por ejemplo, el déficit comercial anual con México ascendió a 63.200 millones, el mayor desde 2011, y eso explica el interés de Trump por “renegociar” el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés) en detrimento del país azteca.

En términos de las relaciones internacionales, es precisamente la pérdida de influencia del imperialismo estadounidense, y el avance de China, incluso de Rusia como se ha puesto de manifiesto en la guerra de Siria, lo que está detrás del discurso incendiario de Trump.

Las palabras de Trump de que su Gobierno podría imponer aranceles del 35% a las multinacionales norteamericanas que produzcan en China y en México —para forzarlas a repatriar sus inversiones— y del 45% a los bienes provenientes de China, ya ha provocado severas reacciones. Muchos jefes de las grandes empresas norteamericanas le han instado a que se distancie de su retórica amenazadora y adopte una posición matizada. “Hay dos millones de empleos en el sector manufacturero en este país que dependen de nuestra relación comercial con Canadá y México”, recordó Linda Dempsey, vicepresidenta de asuntos internacionales de la Asociación Nacional de industrias manufactureras. El presidente ejecutivo de Ford, Mark Fields, señaló a CNBC que “hemos establecido nuestra estrategia corporativa basándonos en los acuerdos comerciales”, agregando que un arancel de un 35% a las importaciones desde México dañaría a toda la industria automotriz estadounidense.

Las medidas proteccionistas de Trump tienen implicaciones tan graves que, de ponerse en práctica, se volverían en su contrario. Una guerra comercial con China y Europa sería inevitable. La respuesta del régimen de Beijin no se haría esperar mucho, tanto en lo que respecta a las importaciones estadounidenses como a la posible repatriación de una parte de los billones de dólares que financian la deuda pública norteamericana y que están en manos del Tesoro Chino. También en Europa las manifestaciones de Trump han causado una gran irritación. El ex primer ministro francés las calificó de declaración de guerra. Trump ha visto en el Brexit británico una gran oportunidad para firmar un gran acuerdo bilateral con Gran Bretaña y debilitar a la UE, o lo que es lo mismo, a uno de los principales competidores de EEUU en el mercado mundial, Alemania.

Una política de acción-reacción semejante, arrastraría a la economía internacional hacia una depresión profunda, y no parece que los sectores decisivos del capitalismo norteamericano —que dependen del mercado mundial— estén locos de alegría ante este escenario ¡Más bien se les ponen los pelos de punta! Lo que está en juego es mucho, y por eso mismo habrá muchas presiones para impedir que Trump precipite una situación que nadie quiere.

La otra pata de las promesas de Trump, su plan de inversión en infraestructuras, tiene mucho de truco. La mayor parte del billón de dólares prometidos dependería de la iniciativa del sector privado, al que se pretende estimular con grandes rebajas fiscales (Trump sólo se compromete a invertir 150.000 millones de fondos públicos). Y aquí está el quid de la cuestión. En realidad, en el sector privado sobra liquidez que podría haberse invertido productivamente (la tesorería de las empresas americanas y europeas desbordan) y más con los tipos de interés en cero o negativos. ¿Por qué no se hace? Porqué las expectativas de retorno de beneficio empresarial en el sector productivo son muy bajas: en el segundo trimestre de 2016 retrocedieron un 1,9%, encadenando seis trimestres de descenso consecutivo.

Muchos han comparado el plan de Trump con el de Reagan, que elevó el déficit presupuestario a niveles estratosféricos pero logró crear millones de empleos. Sin embargo, esta comparación es mecánica y no contempla que Reagan se benefició de un entorno internacional favorable, marcado por la derrota del movimiento obrero en EEUU, Europa y en el mundo neocolonial, y por el colapso del estalinismo. ¿Estamos ante la misma situación? Por supuesto que no. Trump se enfrentará a una feroz lucha de clases en casa, y la perspectiva a corto plazo no es precisamente un periodo de auge económico mundial.

Ataque a los trabajadores inmigrantes

Una de las promesas más importantes de la campaña electoral de Trump fue lanzar una dura ofensiva contra los inmigrantes y sus derechos. En una de sus primeras órdenes ejecutivas aprobó la construcción del muro en la frontera con México —con un coste entre los 10.000 y 25.000 millones de dólares que tendría que ser cubierto por el gobierno mexicano—, y toda una batería de medidas para criminalizar al conjunto de la población inmigrante, no sólo a los que carecen de papeles.

Trump pretende incrementar sustancialmente el número de efectivos de la patrulla fronteriza y de campos de internamiento donde encerrarán a todos los que pretendan cruzar la frontera o que estén pendientes de deportación. Para justificar estas medidas en un momento en que el número de inmigrantes que intentan pasar desde México es el más bajo en cuarenta años (debido a las masivas deportaciones de emigrantes centroamericanos decididas por los gobiernos del PAN-PRI), Trump y sus secuaces ha lanzado una campaña demagógica acusando a los inmigrantes de simples criminales.

Pero esto no termina aquí. The Washing­ton Post publicó los borradores de dos nuevas órdenes presidenciales para proceder a las deportaciones de inmigrantes. Los primeros en ser deportados serían todos aquellos que están cobrando algún tipo de ayuda estatal, ya sean cupones de comida, subsidios sociales de cualquier tipo o que sean beneficiarios del programa Medicaid, aunque lleven años viviendo en el país de forma legal, y que cometan cualquier irregularidad administrativa. Ya se han comenzado a endurecer aún más los requisitos para conseguir un visado de trabajo o estudios y la pretensión es expulsar a todos aquellos que están trabajando ilegalmente en el país.

No es la primera vez que un gobierno norteamericano hace algo similar. George W. Bush lo intentó creando tal situación de acoso en los centros de trabajo, que desencadenó la mayor movilización de inmigrantes que se recuerda: cientos de miles participaron en las manifestaciones del 1 de mayo de 2006, en lo que fue una jornada parecida a una huelga general y se denominó el Día sin Inmigrantes. Además, los efectos de estas decisiones no sólo se dejarán sentir en EEUU, tendrá consecuencias en México, desestabilizando aún más la situación precaria por la que atraviesa el gobierno de Peña Nieto. México podría vivir una auténtica explosión social.

El objetivo de toda esta política antinmigración es claro: alimentar el chovinismo y el racismo entre la población, y particularmente entre la clase obrera, utilizando a los inmigrantes como chivo expiatorio de todos los problemas. Pero el ataque a los inmigrantes es la antesala para llevar a cabo una ofensiva general contra las condiciones sociales, laborales y los derechos democráticos del conjunto de los trabajadores norteamericanos.

Barra libre para los millonarios y las grandes empresas

Al mismo tiempo que la administración Trump habla de proteger a los trabajadores y clases medias, adopta medidas que favorecen a los grandes capitalistas y que supondrán un empeoramiento de las condiciones de vida de la población. Trump ya se ha reunido con los representantes de la industria automovilística y farmacéutica, y les ha prometido paralizar o eliminar el 75% de las regulaciones y las leyes federales en materia laboral —salarios, derechos sindicales, convenios…—, medioambiental o de seguridad en el empleo. Siguiendo esta línea, ha autorizado reanudar la construcción de los oleoductos de Keystone XL y el de Dakota, este último paralizado por la administración Obama debido al masivo movimiento de oposición que generó y en el que participaron decenas de miles de personas.

El sector financiero es otro de los grandes beneficiados. Trump ha eliminado todas las regulaciones bancarias y financieras aprobadas tras el crack financiero de 2008, reforzando de esta manera el control de Wall Street sobre la economía estadounidense. La respuesta fue inmediata: el Dow Jones ha superado en dos ocasiones la barrera de los 20.000 puntos.

Los planes de la administración Trump también pasan por un recorte de 10,5 billones de dólares del gasto público en los próximos diez años. Para empezar eliminará quince agencias gubernamentales: todas las dedicadas a la protección del medio ambiente o fomento de las energías renovables, la que proporciona asistencia legal gratuita a las personas con menos ingresos, la de ayuda a las mujeres maltratadas, las que facilitan que pequeños empresarios y agricultores accedan a nuevos mercados para sus productos…También endurecerá las condiciones para ser beneficiario y reducirá prácticamente a cero el dinero federal dedicado a los programas sanitarios Medicare y Medicaid. En definitiva, una guerra unilateral contra los más pobres de EEUU, que ya superan los 50 millones de personas.

Aumento del gasto militar y guerra en el exterior

En el resto del mundo, la política de “América primero” tendrá consecuencias dramáticas. Sus amenazas y la agresividad hacia China, Irán o Alemania, no es más que una declaración de guerra en defensa de la supremacía mundial del imperialismo estadounidense. Su política exterior es una receta para endurecer la pugna interimperialista y sacudirá las relaciones internacionales.

Esta virulencia va de la mano del incremento masivo del gasto militar. En la ceremonia de juramento del nuevo secretario de Defensa, el ex general James Mattis conocido como perro rabioso, Trump firmó una orden ejecutiva para comenzar la “reconstrucción del ejército”, actualizar el arsenal nuclear y preparar el país para conflictos militares con sus “competidores”. El gasto militar anual aumentará en 100.000 millones de dólares, que se sumarán a los 600.000 millones de dólares actuales, sin contar los gastos de los servicios de inteligencia, e incrementará en medio millón el número de soldados. En cuanto a los actuales conflictos bélicos en los que está participando directa o indirectamente EEUU, continuarán las intervenciones en Yemen, Siria o Iraq. Trump también ha advertido a sus socios de la OTAN que es necesario que se esfuercen en aportar la financiación que les corresponde, o en su caso EEUU reducirá su contribución.

Para derrotar a Trump es necesaria la movilización de masas

Trump sabe que se enfrentará a una oposición de masas y pretende criminalizar la disidencia (de hecho se está tramitando una ley para permitir a la policía utilizar armas de fuego contra los manifestantes). Específicamente reforzará la represión contra Black Lives Matter, que agrupa a decenas de miles de activistas y es el desarrollo más serio y clasista del movimiento de liberación negro desde los Black Panthers.

Hay muchos factores que pueden ayudar al movimiento contra Trump. En primer lugar, la ideología derechista es mucho más débil en la sociedad norteamericana que en los años ochenta, cuando el neoliberalismo tenía una base social de apoyo, incluso entre sectores de la clase obrera. La extrema derecha está envalentonada por la victoria de Trump, pero su base social es reducida. Los sectores con más peso de la clase dominante están contrariados con el ascenso al poder de Trump, y lo ven como un elemento potencialmente perjudicial para sus intereses domésticos y globales. Es verdad que Wall Street está entusiasmado con sus propuestas de reducir impuestos a los super ricos y eliminar la regulación financiera. Pero existe una posibilidad real de recesión interna y global en el próximo período que arrastraría a la administración Trump hacia una crisis profunda. Con o sin recesión, sectores de la clase dominante podrían comenzar a ejercer presión contra Trump, especialmente si se excede y provoca una resistencia seria, empezando por bloquear sus decisiones más polémicas en la Cámara de Representantes o el Senado, donde ya muchos dirigentes republicanos han mostrado su desagrado con las recientes medidas adoptadas.

Pero una cosa está clara. Trump no es un lacayo sin más, no es un mayordomo como lo son los dirigentes socialdemócratas o los burócratas sindicales. Cree en su discurso, cree en sus ideas, y está confiado para llevarlas a la práctica, lo que añade aún más material incendiario a una situación ya de por sí explosiva. En última instancia, la presidencia de Trump es producto de la profunda crisis que padece el capitalismo mundial y el norteamericano en particular.

El potencial para crear el movimiento de masas más grande en la historia de EEUU está madurando y la clave es reforzar su contenido clasista: los trabajadores deben ocupar una posición protagonista en esta batalla. En un momento de polarización extrema, con un amplio sector de la clase trabajadora y de la juventud girando a la izquierda, cada vez son más los que consideran que el capitalismo no funciona y ven con buenos ojos el socialismo. Marx decía que en algunas ocasiones la revolución necesita el látigo de la contrarrevolución para avanzar, y ese látigo lo está manejando Donald Trump con mucha menos habilidad de lo que piensa.

 “Entre los jóvenes norteamericanos el socialismo es más popular que el capitalismo

Izquierda Revolucionaria ha tenido la oportunidad de entrevistar a Kshama Sawant, concejala en el ayuntamiento de Seattle desde 2013, y una de las voces de la izquierda norteamericana con más prestigio y audiencia en estos momentos. Kshama Sawant, miembro de la organización Socialist Alternative de EEUU, fue la primera socialista elegida para el ayuntamiento de Seattle en más de cien años, concretamente desde 1916 cuando Anna Louise Strong fue electa para el Consejo de Educación. Socialist Alternative es la sección estadounidense del Comité por una Internacional de Trabajadores (CIT/CWI, que cuenta con organizaciones en 46 países), y está en primera línea de la resistencia contra la administración de Donald Trump, defendiendo una política de clase, socialista, antirracista e internacionalista.

Kshama Sawant obtuvo su acta de concejal tras una campaña en la que se movilizó a cientos de voluntarios con un programa en defensa del salario mínimo de 15 dólares la hora, reivindicación que seis meses después fue conseguida para los trabajadores de la ciudad. Kshama también ha dirigido luchas por una vivienda digna, ayudando a derrotar la propuesta de incrementar un 400% los alquileres en las viviendas subvencionadas, y más recientemente ha impulsado la formación de una poderosa coalición de activistas por la vivienda hasta conseguir que en el presupuesto de la ciudad de Seattle para 2017 se incluyera una partida económica de 29 millones de dólares en bonos públicos para vivienda asequible. Kshama también participa activamente en el movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan), en la lucha medioambiental y ha logrado millones de dólares de financiación adicional destinados a las personas sin techo y otros servicios sociales.

Marxismo Hoy.- La llegada de Trump a la Casa Blanca ha supuesto un tremendo impacto para la juventud y los trabajadores en todo el mundo. ¿Cuáles son las causas que explican su elección?

Kshama Sawant.- La elección de Trump es un punto de inflexión importante tanto en la política norteamericana como internacional. Desde que llegó al cargo ha atacado a los trabajadores del sector público, a los inmigrantes y al medio ambiente. Ha ordenado revocar la ley sanitaria de Obama, aprobado la construcción de los oleoductos Keystone XL y Dakota del Norte, cargado contra los trabajadores inmigrantes sin papeles y ordenado la construcción de un muro en la frontera sur.

La agenda derechista, racista, antinmigrante, misógina y fanática de Trump no cuenta con el mandato de la mayoría de los trabajadores de EEUU. Trump ha sido el candidato presidencial más odiado de la historia del país. Ganó con tres millones de votos menos que su oponente del Partido Demócrata (PD), Hillary Clinton. Consiguió menos votos que los logrados por Romney y McCain, los anteriores candidatos republicanos, y también menos que los obtenidos por George W. Bush. Decenas de millones de los norteamericanos más pobres y oprimidos no votaron en estas elecciones.

Su elección representa, sobre todo, un rechazo a Hillary Clinton, a quien los votantes identificaron correctamente con el establishment político apoyado por los millonarios. Unos pocos se han llenado los bolsillos de una manera inimaginable mientras la mayoría de los trabajadores han continuado experimentando los estragos de la Gran Recesión, han visto cómo se hunden sus niveles de vida, se han enfrentado a recortes masivos en los servicios sociales y la educación pública, y a los costes de la vivienda y sanitarios disparados.

Trump se presentó como el defensor de los “hombres y mujeres olvidados” de la clase trabajadora estadounidense. Prometió traer de regreso los empleos, habló en contra del Tratado de Libre Comercio del Atlántico Norte (NAFTA) aprobado con Clinton, que diezmó el empleo en numerosos estados. Prometió “secar el pantano” y liberar la política norteamericana del dominio de los lobbies empresariales y los super ricos.

Pero Trump es un demagogo de derechas, un mentiroso y un estafador. Aunque la furia de los trabajadores con el statu quo es absolutamente correcta, Trump la capturó falsamente, sedujo a los votantes para que creyeran que él era ajeno al “sistema amañado”. Su gabinete está lleno de millonarios como él mismo, profundamente hostiles hacia los trabajadores, las mujeres y la comunidad negra. Está reclutando de Goldman Sachs, que después del crack de 2007-2008 fue descrita por la revista Rolling Stone como un “gran calamar vampiro enroscado en la cara de la humanidad”. Sus tentáculos están envenenados para estrangular aún más a los trabajadores y aplicar su agenda favorable a las grandes empresas.

Los votos a Trump señalaban hacia lo que desgraciadamente no ha existido en las elecciones: un candidato antiempresarial de izquierdas que pudiera ofrecer una alternativa clara al populismo de derechas de Trump, que se presentara contra Wall Street y la clase millonaria, que defendiera los intereses de la clase trabajadora, los pobres y los oprimidos.

La enorme popularidad de Sanders durante la campaña de primarias demuestra la situación favorable que existía para un candidato de izquierdas en las elecciones generales, que podría haber reducido el apoyo a Trump. El llamamiento de Sanders por una revolución política contra la clase millonaria resonó muy alto entre los trabajadores, y especialmente entre los jóvenes. Una parte significativa del electorado que votó a Trump habría estado abierta a argumentos verdaderamente de clase contra el poder de Wall Street, por el salario mínimo de 15 dólares la hora, la educación gratuita, el sistema sanitario público universal y la inversión masiva en infraestructura verde.

Las encuestas mostraban que si Sanders se presentaba a las elecciones generales habría derrotado a Trump. A pesar de esto, el Comité Nacional Demócrata (CND) hizo todo lo que estuvo en su mano para elegir a la candidata del establishment, Hillary Clinton. La élite demócrata prefirió correr el riesgo de perder antes que estar atada a un programa en defensa de la clase obrera. La mayoría de los dirigentes sindicales también dieron su apoyo y millones de dólares a Clinton en las primarias, mientras un sector importante de su base apoyaba a Sanders

MH.- EEUU vive un periodo de enorme polarización social y política. ¿Nos puedes hablar de las principales luchas en estos años, y su influencia en los acontecimientos que estamos viviendo?

KS.- Ha habido un cambio histórico en las condiciones de vida en las últimas cuatro décadas, y eso ha marcado las importantes luchas que se han producido. Los estudiantes norteamericanos están atados a deudas masivas debido a los préstamos estudiantiles. El crecimiento del empleo ha sido mayoritariamente en el sector servicios, con bajos salarios y prácticamente sin sindicalización. En otros sectores la afiliación sindical es muy baja y los salarios han permanecido estancados durante décadas. Debido a esto, tanto los jóvenes como los trabajadores han apoyado la lucha por el salario mínimo de 15 dólares la hora. En Seattle, desde nuestra posición en el ayuntamiento y construyendo desde abajo la campaña 15 Now, Socialist Alternative ayudó a conseguir la primera victoria en una ciudad importante. Desde entonces, los trabajadores en otras ciudades han conseguido los 15 dólares y otros incrementos del salario mínimo. Ahora los jóvenes trabajadores y el movimiento obrero en Minneapolis están luchando por los 15 dólares. Ginger Jentzen, que es una activista destacada y miembro de Socialist Alternative en Minneapolis, acaba de anunciar que se presentará a las elecciones municipales este año, con la bandera de los 15 dólares, los derechos de los inquilinos y la construcción de la resistencia contra Trump.

La juventud ha estado en primera línea de la nueva lucha por los derechos civiles, incluido Black Lives Matter, y protegiendo los derechos de los trabajadores inmigrantes sin papeles. Muchos campus universitarios han visto el nacimiento de nuevos movimientos por los derechos de las mujeres y la lucha contra la violencia sexual. El movimiento Carry that Weight (Llevar ese peso) es un buen ejemplo. El día de la investidura miles de estudiantes de los 16 campus de educación media, secundaria y universitaria pararon y celebraron actos de protesta. Estas acciones estuvieron organizadas por Socialist Students, un movimiento en los campus iniciado por Socialist Alternative. Los millennials*también han ayudado a ganar luchas medioambientales contra los nuevos oleoductos, la perforación en aguas marinas profundas, la producción de carbón y el fracking por toda la nación. En resumen, el socialismo es ahora más popular entre los jóvenes que el capitalismo.

Hay una fuerte voluntad de lucha entre amplias capas, tanto de trabajadores organizados como de los no afiliados a los sindicatos. Necesitamos activistas audaces y dirigentes combativos que desafíen a los burócratas amigos de las empresas. No quiero exagerar el potencial de esta situación, pero confío en que millones de jóvenes trabajadores y millennials aprovecharán esta oportunidad histórica para luchar contra Trump y los millonarios.

MH.- Socialist Alternative, y tú misma, participasteis en la campaña de Bernie Sanders durante las primarias defendiendo un programa socialista y la ruptura con el Partido Demócrata. ¿Cuál es vuestra opinión sobre su apoyo a Clinton, y sobre el futuro de su movimiento?

KS.- En los años anteriores a las elecciones de 2016 identificamos una apertura real hacia un candidato político de izquierdas independiente. Nuestra victoria en 2013 y en la reelección de 2015 fueron claros ejemplos. El potencial de Sanders estaba claro. En 2014 llamé a Bernie para hablar con él de la posibilidad de postularse como candidato independiente. A partir de entonces Socialist Alternative continuó su compromiso con él y su movimiento para lanzar Movement for Bernie, defendiendo una candidatura política independiente. Hicimos lo correcto. La campaña de Bernie electrizó a millones de personas, abriendo la puerta a más discusiones sobre el socialismo de las que había sido posible anteriormente.

Sobra decir que no estuvimos de acuerdo con su decisión de presentarse como candidato demócrata, y mucho menos con apoyar a Hillary Clinton en lugar de presentarse él como independiente en las elecciones generales, o participar en la campaña independiente con Jill Stein del Partido Verde.

Al colocarse detrás de una política demócrata neoliberal como Hillary Clinton, Sanders saboteó el potencial para una revolución política. Clinton desdeñó a Sanders y al movimiento que lo apoyaba seleccionado un demócrata de derechas como vicepresidente, y negándose a adoptar ninguna de las promesas o demandas de Sanders.

Al final, la capitulación de Sanders sin lograr ninguna concesión por parte de Clinton, lanzó a algunos de sus seguidores hacia Trump. Pero lo fundamental es que millones no votaron. Eso efectivamente arrojó más combustible al fuego, porque es la rabia auténtica de sectores de la clase media y trabajadora con el bipartidismo y la política descaradamente favorable a las grandes empresas lo que ha ayudado a crear la base, de una manera distorsionada, para la llegada de Donald Trump.

Sanders es aún admirado por aquellos que lo apoyaron y continúa atrayendo a gente hacia el Partido Demócrata. Ha dicho que cree en la idea de empujar al Partido Demócrata hacia la izquierda desde dentro. Ha creado su propio grupo, Our Revolution (Nuestra Revolución), que está trabajando dentro el Partido Demócrata. Ha dado algunos pasos para ganar posiciones importantes dentro de la dirección demócrata en California. Sanders también está apoyando al candidato más de izquierdas, el congresista por Minnesota, Keith Ellison, para el cargo de presidente del CND.

Pero el ala proempresarial del partido, que controla el aparato demócrata, aún sigue sin responder a una base furiosa y frustrada. Han presentado a Tom Pérez, un conservador pro establishment, como oponente de Keith Ellison. Pérez cuenta con el apoyo de Obama. Cuando Sanders presentó recientemente una enmienda para que las medicinas fueran asequibles para la clase obrera, trece demócratas votaron en su contra en el congreso, todos ellos receptores de dinero de Big Pharma, la gran industria farmacéutica.

Socialist Alternative cree que para derrotar a Trump y la clase millonaria necesitamos un movimiento de masas combativo, dispuesto a utilizar la desobediencia civil no violenta y tácticas disruptivas para defender nuestros derechos, para impulsar demandas políticas más audaces para mejorar la vida de los trabajadores. Estos movimientos necesitarán de la máxima unidad del 99%, reuniendo a sindicatos, trabajadores, activistas por los derechos civiles, movimientos por los derechos de las mujeres y a favor del medioambiente, seguidores de Sanders, demócratas progresistas, socialistas y verdes. Necesitamos basar nuestros movimientos en la necesidad de luchar contra Trump, no en lo que es aceptable para los demócratas. No creemos que el Partido Demócrata, controlado por los intereses de Wall Street, pueda proporcionar el esqueleto político combativo que necesitamos. No podemos luchar por una revolución política contra la clase millonaria en la medida en que sigamos atados a un partido que sirve a esa misma clase millonaria.

MH.- ¿Qué balance hacéis de las movilizaciones que impulsasteis el día de la victoria de Trump, y cuáles son las perspectivas para la lucha de clases?

KS.- Las protestas del fin de semana de la investidura fueron un golpe decisivo a la credibilidad de la administración Trump. No pudo llenar los asientos en Washington DC. El mismo fin de semana, la Marcha de las Mujeres fue la mayor movilización de la historia de EEUU. Como mencioné anteriormente, Socialist Alternative ayudó a organizar paros estudiantiles y protestas en docenas de ciudades, como una plataforma de lanzamiento de nuestra resistencia.

Para responder a los violentos ataques de Trump será necesario construir un movimiento combativo y decidido, que busque movilizar a millones desde abajo en la lucha colectiva, construyendo estructuras democráticas y nuestras propias organizaciones independientes. Necesitamos acciones de masas, pacíficas y directas para bloquear los esfuerzos de deportar a nuestros hermanas y hermanos inmigrantes.

Nuestro movimiento también necesita defender reivindicaciones audaces para una mejora importante de la vida de las personas, como las que popularizó Bernie Sanders: Medicare para todos; salario mínimo de 15 dólares la hora para todos los trabajadores; educación superior gratuita; impuestos a los ricos para financiar un programa de obras públicas masivas que permita crear empleos y reconstruir nuestras infraestructura, desarrollar la energía verde y el transporte público, acabar con la brutalidad policial y las encarcelaciones racistas por parte del Estado.

Son tiempos difíciles. Sufriremos retrocesos y derrotas. Pero existe un potencial enorme, no sólo para construir la lucha, sino para que los trabajadores logren triunfos importantes.

MH.- Socialist Alternative ha experimentado un gran crecimiento en los últimos años. ¿Cuáles son los ejes de vuestra política y las prioridades de intervención?

KS.- Igual que nuestras organizaciones hermanas del CIT nos guiamos por el método transicional. En este período histórico los trabajadores necesitan experiencia y confianza. Podemos ayudar a construir a través de la lucha por las reformas, en un sentido práctico, si estas reformas van unidas a exponer la necesidad de un cambio de sistema, socialista. Nuestro trabajo empieza con un análisis sobrio de las condiciones y la conciencia actuales, nuestra tarea es construir un puente desde aquí hasta allí.

En la práctica, pienso que es justo decir que hemos sido audaces, aprovechado el momento para participar en luchas concretas donde quiera que tenemos los recursos y el terreno sea correcto, actuando según nuestras perspectivas. Cualquier partido podría haber deducido que existía la oportunidad para un candidato de izquierdas independiente a raíz de la gran recesión y el gran movimiento Occupy Wall Street, pero nosotros fuimos el partido que trabajó para ello.

Estuvimos preparados después de evaluar la correlación de fuerzas en Seattle. Parecía que 2012 iba a ser un desafío perdido ante el hombre más poderoso del estado de Washington, el congresista Frank Chopp. No vacilamos: después del triunfo en nuestra segunda campaña en 2013, comenzamos inmediatamente a construir organizaciones de base de 15 Now, para obligar al establishment a subir el salario mínimo en Seattle y más allá. Y cuando otros grupos de izquierda miraban con burla la campaña de Sanders, nosotros llegamos a la conclusión de que la mejor forma de caminar junto a miles de luchadores frescos inspirados por Bernie era darles la bienvenida, presentar nuestras perspectivas y ganarles para una política socialista independiente. En pocas palabras, fuimos flexibles, ajustando nuestras tácticas para responder a la situación local, nacional e internacional.

MH.- Izquierda Revolucionaria está presente en México interviniendo activamente en el movimiento obrero y juvenil. ¿Qué mensaje trasladarías a los activistas que están promoviendo las protestas contra el gasolinazo, contra la represión y contra los recortes del gobierno de Peña Nieto?

KS.- Quiero que los lectores sepan que en Socialist Alternative estamos profundamente inspirados por el trabajo que están haciendo los activistas mexicanos contra el gasolinazo, la represión estatal y el despiadado neoliberalismo de Peña Nieto. ¡Por los derechos de los trabajadores y un México socialista! Estamos con vosotros.

También quiero reafirmar nuestro compromiso de hacer lo que podamos para construir la solidaridad internacional a través de la frontera norteamericana-mexicana. Aquí en Seattle, la campaña por el salario mínimo de 15 dólares fue importante para muchas familias inmigrantes que deben sobrevivir con empleos de salario mínimo. A través de ese movimiento fuimos capaces de profundizar nuestros lazos con los activistas por los derechos de los inmigrantes, organizaciones e individuos de la comunidad inmigrante latina y mexicana.

Desde entonces, he estado ansiosa por seguir construyendo. Mi oficina fue anfitriona de la asamblea inaugural de Morena en Seattle. Defendimos el nombre de Nestora Salgado y conseguimos que el ayuntamiento aprobara una resolución defendiendo su liberación. Copatrocinamos una resolución contra la ejecución de la sentencia basada en la política de inmigración0 y en defensa del reagrupamiento familiar. Apoyamos la huelga de hambre de los inmigrantes detenidos y defendimos que Seattle acabe con los centros de detención de inmigrantes y las prisiones con fines de lucro. Más recientemente envié una carta y un vídeo de solidaridad con la huelga de los docentes del CNTE y expresé mis condolencias a las familias de los que perdieron la vida a causa de la represión del gobierno.

*  Millennials: los jóvenes de la generación por debajo de los treinta años, muy preparada pero que ha sido golpeada brutalmente por la crisis capitalista y está en primera línea de las luchas políticas y sociales.

Una de las administraciones norteamericanas más reaccionaria, intolerante y depredadora de la historia moderna ha tomado oficialmente el poder. Pero una oleada de movilizaciones masivas ha dado una bienvenida inolvidable a Donald Trump. El 21 de enero cuatro millones de personas llenaron las calles de las principales ciudades norteamericanas contra un presidente misógino y una administración que pretende acabar con derechos como el aborto. La Marcha de las Mujeres ha sido una de las protestas más grandes de la historia de EEUU, y se extendió a 600 ciudades de los cinco continentes convirtiéndose en la protesta mundial más importante desde las movilizaciones contra la guerra de Iraq en 2003.

El gobierno de Trump está actuando como un acelerador explosivo de la lucha de clases dentro de EEUU, además de alterar las relaciones internacionales y poner en la picota una raquítica recuperación económica con su agenda de nacionalismo económico y proteccionismo. Para analizar la naturaleza de este gran acontecimiento, que demuestra la pérdida del equilibrio interno en la principal potencia imperialista de planeta, publicamos en este número de Marxismo Hoy una amplia entrevista con Kshama Sawant, concejala del Ayuntamiento de Seattle por Socialist Alternative. Kshama se ha convertido en uno de los referentes más importantes de la izquierda revolucionaria de los EEUU, y los compañeros de Socialist Alternative se han destacado por estar en la primera línea de la resistencia contra Trump.

Otros aspectos de la actualidad mundial son abordados en este nuevo número. La escalada de la lucha de clases en México, junto a la nueva etapa de la guerra en Siria y el gran juego de las potencias imperialistas en la región, merecen un amplio análisis en nuestras páginas. También tratamos la crisis del PSOE y de Podemos y la posición de los marxistas al respecto, fenómenos en desarrollo que marcarán la agenda política del Estado español en el próximo periodo.

Para finalizar. Este año se cumple el centenario de la Revolución de Octubre, cuando los trabajadores, los soldados y los campesinos pobres de Rusia se sacudieron siglos de opresión y humillación bajo el zarismo, acabaron con el poder de la burguesía y los terratenientes, y establecieron las bases para una nueva sociedad socialista. Cien años después, Octubre sigue teniendo una enorme significación para los trabajadores y jóvenes que luchamos contra el orden capitalista.

Desde Izquierda Revolucionaria vamos a celebrar este gran aniversario con todo tipo de actividades. Hemos realizado una web específica sobre la revolución rusa, que contará con todos los escritos esenciales de sus protagonistas principales, un amplio archivo documental, materiales de actualidad, crítica del estalinismo, textos de la Tercera Internacional y la Oposición de Izquierda, fondo de imágenes, vídeos, carteles y mucho más. También, en colaboración con la Fundación Federico Engels, publicaremos y reeditaremos los libros fundamentales de la revolución, como Historia de la Revolución Rusa de León Trotsky, Diez días que conmovieron al mundo, de John Reed, y otros no tan conocidos pero que representan una excelente crónica de aquellos acontecimientos como el libro de Alfred Rosmer, Moscú bajo Lenin.

Estudiar las lecciones de la revolución rusa es una obligación para todos los que luchamos por la transformación socialista de la sociedad. Para contribuir a este esfuerzo publicamos en este número la conferencia pronunciada por León Trotsky el 27 de noviembre de 1932 en Copenhague, con motivo del decimoquinto aniversario de la Revolución de Octubre: ¿Qué fue la Revolución Rusa?

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