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¿Es posible una transición desde la dictadura de Ben Alí hasta la consecución de las reivindicaciones democráticas, sociales y económicas de las masas tunecinas, en un proceso dirigido por la misma cúpula del régimen dictatorial? Los acontecimientos del mes de febrero nos dan la respuesta. El gobierno de Mohamed Ghannouchi (primer ministro con Ben Alí durante once años), presentado como de unidad nacional y de transición a la “democracia” pero realmente continuista, fue derribado el 27 de febrero, casi un mes después de su formación, por el movimiento revolucionario. En última instancia, esta experiencia demuestra el hecho de que la burguesía (en gran parte vinculada a la camarilla del antiguo dictador) y el aparato burocrático del Estado no pueden dar solución a los problemas de la población, y de que sólo la ruptura con el imperialismo y con el capitalismo puede hacerlo. La resolución de las demandas democráticas de las masas tunecinas (como en Egipto, Libia, y el mundo árabe en general) pasan por la transformación socialista de la sociedad. El primer intento de formar gobierno de Ghannouchi fue el 17 de enero, tres días después de la huida del dictador. Ese gobierno incluía una mayoría de ministros del partido de Ben Alí, RCD (hoy ilegalizado), junto a una testimonial presencia del ex Partido Comunista y otros partidos legales en la dictadura, y topó inmediatamente con la resistencia del movimiento. Trabajadores y jóvenes de todo el país tomaron el centro de la capital, y en particular la avenida Habib Bourguiba y la plaza de la Kasbah (epicentro de la revolución), durante dos semanas enteras, exigiendo la dimisión de todos los miembros de RCD. A la cabeza de ese movimiento, se colocaron organizaciones ilegales de la izquierda y los militantes y cuadros intermedios de la Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT), que desafiaron las vacilaciones y componendas planteadas por una parte importante de su cúpula. Durante dos semanas la clase dominante tunecina, desplazada del poder, tuvo que maniobrar, y negociar con la UGTT. En esos momentos el movimiento, que había acabado con la dictadura, tenía el poder. Si el sindicato hubiera llamado a formar una asamblea de delegados de los comités en barrios, localidades, etc., y de sus propias federaciones locales, y a la extensión de esos comités donde no había, habría creado el germen de un nuevo poder, un poder obrero, que hubiera podido gobernar de formar democrática toda la sociedad. Finalmente, la propuesta de formar un gobierno sin ningún miembro de RCD, salvo el propio Ghannouchi, fue aceptado por la dirección del sindicato, en una reñida votación, el 28 de enero.

 

Un gobierno débil desde el principio

 

La decisión de la UGTT desconcertó temporalmente al movimiento. Miles de jóvenes resistieron en la avenida Habib Bourguiba, frente al Ministerio de Interior, pero fueron finalmente reprimidos y brutalmente desalojados por la policía. Sin embargo, como luego vimos en Egipto, las masas no dieron ningún respiro al nuevo gobierno burgués continuista.. La oleada de huelgas y manifestaciones impulsada por la victoria del 14 de enero no decreció, pese a los desesperados llamamientos de Abdessalem Jerad, secretario general de la Unión, y pese a la calumnia, expandida por él, de que agentes de RCD estaban detrás de los paros y asaltos a comisarías.
El 10 de febrero, tras 11 días de gobierno, la UGTT le reclamó negociaciones sociales. “Al gobierno le interesa entablar rápidamente negociaciones con la central sindical, puesto que la situación social es explosiva”, declaró un dirigente sindical. El mismo reconoció que “no controlamos todos los movimientos de las huelgas”, y que la dirección sindical “está siendo contestada por una corriente de izquierda que organiza esporádicamente concentraciones delante de sus locales en la capital para reclamar su dimisión, acusándole de contemporizar con el gobierno provisional y de corrupción” (AFP, 11/02/11). Curiosamente, sólo cinco días antes, la cúpula sindical había manifestado “su satisfacción por la mejora sensible del plan de seguridad, a fin de permitir una reanudación de la actividad normal de los ciudadanos y de las empresas productivas”. También tomaba nota de “los progresos importantes registrados en cuanto a la resolución de ciertos asuntos sociales urgentes”. Es evidente que el movimiento no opinaba igual. Eso sí, la misma declaración de la UGTT advertía al gobierno, expresando “su preocupación en cuanto a los últimos nombramientos de gobernadores, ya que la mayoría de ellos [19 de 24] tuvieron responsabilidad en RCD o están presuntamente [sic] implicados en casos de corrupción y malversación”. Y es que una de las reivindicaciones más sentidas por la revolución es el cese de todos los cargos que participaron en la dictadura, a todos los niveles. Depuración que en muchos casos el movimiento ha conseguido imponer en empresas y organismos oficiales, sobre todo locales.

 

La revolución avanza

 

El intento de Ghannouchi de resistir basándose en sectores de las capas medias que pudieran estar suspirando por cierta estabilidad, y organizando una manifestación de apoyo al “restablecimiento del orden”, se saldó de forma muy magra, con 200 manifestantes.
La semana del 20 al 27 de febrero fue decisiva para el avance del movimiento y la caída del gobierno. Los maestros se declararon en huelga indefinida y junto a ellos los estudiantes de instituto jugaron un papel clave. Las manifestaciones exigiendo la dimisión del gobierno, incapaz de dar satisfacción ni a una sola de las demandas populares, han recorrido todo el país: Ben Guerden, Monastir y Gabés el lunes 21, Sfax y Redeyef el martes, Kairouan y Sousse el miércoles, y así hasta el viernes. El domingo 20 de febrero, decenas de miles de manifestantes exigieron la dimisión del gobierno en el mismo escenario del 14 de enero. Unos cientos de jóvenes decidieron acampar en la Kasbah hasta conseguirla. El lunes 21 ya eran miles. Otros miles y miles fueron llegando en los días siguientes, de todos los rincones de Túnez. El viernes 25 una multitud de 250.000 manifestantes (la manifestación más masiva desde la caída de Ben Alí) clamaron por la caída del gobierno en la capital, mientras otros 100.000 lo hacían en el resto del país. Algunos jóvenes ocuparon el Ministerio de Turismo, lo que fue utilizado para excusar una violenta represión policial. En Tozeur y Kasserine comisarías y aduanas fueron asaltadas. El impotente Ghannouchi se quejaba amargamente de que el pueblo tunecino “todavía no está maduro para la democracia”.
El sábado 26 muchos de los manifestantes se mantenían, a pesar de que el gobierno había decidido cortar la avenida Habib Burguiba. Miles de jóvenes intentaron asaltar el Ministerio de Interior. La policía, la misma de la época de Ben Alí, contestó matando e hiriendo. En total, en estas jornadas, seis revolucionarios han perdido la vida a manos de las fuerzas del gobierno. Sin embargo, puesto que en este nivel de la revolución en Túnez la represión no paraliza el movimiento, Ghannouchi no pudo resistir la presión más allá del domingo 27. Todo su gobierno dimitió y el presidente provisional Fuad Mebaaza (también cargo político en la dictadura) encargó formar el nuevo a Beji Caid Essebsi. Este abogado fue ministro de Asuntos Exteriores a principios de los 80, cuando gobernaba Habib Bourguiba (predecesor de Ben Alí), y por tanto con él la clase dominante pretender dar una imagen menos comprometida con la dictadura (aunque Essebsi fue también embajador en Alemania occidental con Ben Alí y presidente de la cámara de Diputados). Por eso, Siad Cherni, un abogado y activista de derechos humanos tunecino en declaraciones a Al Jazeera, señala: “Los tunecinos son lo suficientemente inteligentes como para saber que no es un verdadero cambio: han cambiado la cabeza, pero no el régimen”. En estos momentos la situación es inestable; en una entrevista televisiva, Abdessalem Jerad negaba que la UGTT diera legitimidad a este nuevo gobierno, ya que no había sido negociado previamente. Reflejaba así la presión interna fruto del movimiento de masas.

 

Es imprescindible un programa socialista

 

El (en principio) nuevo primer ministro ha prometido elecciones en julio “como máximo” y la creación de una Asamblea Constituyente. Como venimos señalando desde la Corriente Marxista El Militante, ante el ímpetu de la revolución, los capitalistas intentarán hacerla descarrilar por distintos medios. Uno de ellos, la adopción de la bandera, aparentemente rupturista, de la Asamblea Constituyente. La promesa de convocarla es un engaño. Sin tocar las bases materiales del poder de la burguesía, cualquier tipo de asamblea se enredará en todo tipo de discusiones y maniobras parlamentaristas, que polemizarán sobre aspectos secundarios. Mientras, los oprimidos, los protagonistas de la insurrección, verán pasar el tiempo sin ninguna perspectiva concreta de solución de sus perentorios problemas: el paro, la carestía de la vida, la explotación, la reforma agraria, la depuración del Estado. De esta forma la clase dominante intentará cansar al sector más consciente y activo de las masas, aislarlo del resto y recuperar plenamente su control.
Ninguna maniobra que surja de las entrañas del antiguo régimen puede traer libertades democráticas, mucho menos la resolución de los graves problemas sociales que fueron el origen de la revolución. El gobierno de la sociedad debe venir del propio movimiento (y especialmente el movimiento obrero), ya que él y sólo él conoce las necesidades reales de la mayoría, y sólo él busca soluciones reales a esas necesidades. El ejemplo de Libia, donde los comités populares han sido capaces de dirigir la revuelta y la vida de las zonas liberadas, es claro. La toma del poder por parte de la clase obrera, mayoritaria en el país, y junto a ella el resto de sectores oprimidos, organizados a través de asambleas y comités, y la expropiación de las grandes empresas y su puesta en funcionamiento bajo el control de los trabajadores, permitirían empezar a solucionar los problemas. ¿Cómo conciliar una subida drástica de salarios, la creación de empleo para cubrir necesidades sociales, la bajada de los precios de productos básicos, o un subsidio de paro suficiente e indefinido, por poner claros ejemplos, con el beneficio de los imperialistas y capitalistas, que necesitan a toda costa —y más en el contexto de la crisis mundial de su sistema— mantener a las masas en condiciones de sobreexplotación?
El estallido de la revolución en Libia ha sido visto por las masas tunecinas, como no podía ser de otra forma, como un capítulo más (y muy importante) de la revolución que está sacudiendo toda la región árabe. La ola de solidaridad con los revolucionarios libios ha sido enorme, y se ha reflejado gráficamente con la acogida a las decenas de miles de personas que han cruzado la frontera libio-tunecina, huyendo de las masacres de Gadafi. En la mayoría de los casos están siendo egipcios (un millón y medio de ellos vive en Libia), y tunecinos. La revolución tunecina, a pesar de su escasez de recursos para absorber a esta marea de refugiados (se calcula en cincuenta mil en pocos días), les ha acogido como hermanos, procurando satisfacer al menos sus necesidades inmediatas. ¡Qué contraste con los gobiernos burgueses europeos, que se llenan la boca para condenar la represión de Gadafi (con el que hacían buenos tratos hasta hace pocos días), mientras a la vez mantienen a los refugiados en Lampedusa (Italia) en condiciones deplorables, y se preparan para tomar incluso medidas militares para evitar un éxodo a Europa!
Como dice Hazem Missaoui, desde Djerba, “las familias tunecinas son pobres y están compartiendo sus cenas y almuerzos con los que se acercan a la frontera. El gobierno envía alimentos y medicamentos, pero estamos terminando una revolución y Túnez también necesita ayuda”. La ayuda que necesitan las masas árabes sólo la puede dar la clase obrera del resto del mundo, inspirándose en su ejemplo, luchando contra la opresión imperialista y las intervenciones que prepara, contra el capitalismo, difundiendo su revolución, y organizando a través de sus organizaciones de clase el apoyo material necesario.

Los jóvenes y trabajadores tunecinos han dado un impresionante ejemplo de fuerza y decisión a las masas árabes y de todo el mundo, actuando de vanguardia en el explosivo Magreb. Desde el 19 de diciembre, las manifestaciones ilegales, el desafió a las fuerzas represivas, en definitiva, un auténtico levantamiento de la población, se extendieron de un extremo a otro del país, corroyendo un brutal régimen proimperialista. El 14 de enero, el movimiento, y sólo él, que había resistido una y otra vez la criminal represión (con al menos 67 asesinados), y desobedecido el toque de queda, impuso la huida del dictador Ben Alí. La revolución había obtenido un primer triunfo histórico e inicia una nueva etapa. ¿De dónde surge toda esta energía, en el país considerado (por los medios burgueses) más estable de la zona? ¿Hacia dónde va Túnez? ¿Cuáles son los retos del movimiento?
La inmolación del joven Mohamed Buazizi en Sidi Bouzid fue el detonante. Este licenciado en paro intentó buscarse la vida con un puesto callejero de frutas y verduras, pero su mercancía fue requisada por la policía y su desesperación le encaminó hacia el suicidio. Los jóvenes, que son la mayoría de la población y se sienten acorralados por el alto paro (según algunas fuentes, del 60% entre los licenciados) y el alto coste de la vida, se vieron inmediatamente reflejados en esta víctima de la crisis y de la soberbia de un régimen tiránico. En el entierro de Mohamed, 5.000 personas clamaron “hoy te lloramos, mañana haremos llorar a quienes te han empujado al suicidio”. Durante estas semanas, desde Sidi Bouzid, Kasserine, Thala y Regueb, se fueron extendiendo las manifestaciones ilegales por todo el país. En varias localidades los manifestantes asaltaron locales oficiales, incluso comisarías. Hubo también al menos dos suicidios (un joven se electrocutó gritando consignas contra el régimen) y cinco suicidios frustrados, lo que refleja el grado de desesperación y determinación. Especial importancia tiene la participación de la población de la cuenca minera de Gafsa, protagonista de una dura lucha, que fue aislada y reprimida, hace tres años.
Las primeras reivindicaciones espontáneas, más centradas en el paro, dieron paso rápidamente a otras más políticas, críticas contra Ben Alí, la corrupción, la represión y el régimen. Consignas como “el trabajo es un derecho, banda de ladrones”, “abajo los verdugos del pueblo”, “trabajo, libertad, justicia social” o “no a los saqueadores del dinero público” se gritaban en las marchas callejeras. Pero la que se impuso por encima de cualquier otra fue “Ben Alí, márchate”.
La policía reprimió con saña. La noche del 9 de enero y la mañana del 10 provocó decenas de muertos en Kassedine. Las fuerzas represivas ocuparon violentamente la sede regional de la UGTT (Unión General de Trabajadores Tunecinos), sitio de referencia de los manifestantes. En Thala se enfrentaron con ellos estudiantes de bachillerato (un buen ejemplo de la pérdida del miedo a la represión), y los policías se vieron obligados a ocupar los institutos. Ese mismo día, el 10, Ben Alí ordenó el cierre de todos los centros educativos. El régimen también infiltró a provocadores en las manifestaciones para excusar la intervención policial, dispuso de francotiradores para asesinar a manifestantes, y organizó saqueos para intentar presentarles como delincuentes.
La criminal represión no sirvió para parar el movimiento, al contrario. La brutal actuación policial en Kassedine y otras localidades entre el 8 y el 10 provocó una mayor movilización, y la incorporación de los barrios obreros de Túnez, capital a la revuelta.

 

Una dictadura descompuesta

 

El régimen ha demostrado en este proceso síntomas claros de un agotamiento terminal. Incluso sectores importantes de capas medias, y profesionales liberales (abogados, actores y artistas) se movilizaron y sufrieron en sus carnes la represión. Rápidamente, los tres partidos de la oposición legal y domesticada han intentado desmarcarse de la dictadura. Otro síntoma de la descomposición del régimen fue la destitución del general Rahid Amar como responsable del Ejército, por negarse a reprimir a la población.
La clave para el triunfo definitivo de la insurrección ha sido la implicación de la clase obrera. En Túnez la población urbana es muy mayoritaria, del 65%. Un tercio de la población activa trabaja en la industria (petróleo, minería, textil), y un 43% en los servicios, frente al 22% que vive del sector primario. Correctamente, la población se ha manifestado enfrente y dentro de los locales de la UGTT, ejerciendo presión. En muchas localidades las secciones locales de la Unión han sido el epicentro de la revuelta. Los sindicatos de docentes, trabajadores postales y sanitarios han sido la vanguardia dentro de la federación sindical. En Sfax, la UGTT convocó huelga general el 9 de enero, y el paro fue total, salvo hospitales y panaderías que permanecieron abiertas para atender a la población. Aunque la cúpula del sindicato ha estado comprometida con el régimen, las masas se han orientado hacia la única organización tradicional y con autoridad, debido a su papel desde la lucha contra el colonialismo francés. Ante la presión, la dirección nacional anunció la tímida convocatoria de una huelga general de dos horas para el 14 de enero. Sin embargo, esta convocatoria tan limitada ha sido la puntilla para la caída, ese mismo día, de Ben Alí.
Ben Alí gobernaba Túnez desde 1987. Su dictadura se ha caracterizado por la eliminación del monopolio estatal del comercio exterior y por una salvaje apertura del país a las multinacionales europeas y estadounidenses, privatización que también ha beneficiado ostentosamente a su familia. Ella es propietaria de la telefonía privatizada, de bancos, de grandes superficies, de concesiones automovilísticas…De hecho, el saqueo de los bienes públicos por parte de la camarilla dominante, las empresas extranjeras y los burgueses (saqueo ampliamente conocido, pero ratificado en sus detalles por las filtraciones de Wikileaks), es un factor clave en la explosión popular.

 

Los intereses del imperialismo

 

El imperialismo tiene grandes intereses en el país. El acuerdo de asociación Túnez-UE, firmado en 1998, fue un punto de inflexión en el saqueo de las empresas públicas y la ruina de la pequeña producción. También existe un interés político, ya que Túnez es tierra de paso de muchos inmigrantes africanos que intentan acceder a Europa a través de Italia; la UE firmó un acuerdo en 2002 que permite el control y la represión de esta población desesperada, con una contundencia que es más difícil en territorio europeo. Además les interesa de Túnez el control del peligro islamista. Por último, existen intereses estratégicos: el imperialismo necesita en la zona regímenes estables que promuevan sus negocios, y esto sólo es posible con dictaduras. El problema que tienen es que, como demuestra este caso, cada vez es más difícil apuntalar regímenes odiados por las masas, que están perdiendo el miedo, y la rabia recorre todo el Magreb y, también, el principal país árabe: Egipto.
Teniendo en cuenta estos intereses, es difícil sorprenderse de la nula o tibia reacción de los gobiernos imperialistas ante los acontecimientos. El viernes 7 de enero, la ministra francesa de Exteriores, Michèle Alliot-Marie, recibía sin publicidad a su homólogo tunecino, Kamel Morjane. La UE no se pronunció hasta el día 10, en boca de la responsable de Exteriores, Catherine Ashton, que pidió la liberación de los detenidos y “diálogo” (es de imaginar que a las dos partes). Más vomitiva todavía es la declaración de Franco Frattini, el ministro de Exteriores italiano: “condenamos cualquier tipo de violencia, pero respaldamos a los Gobiernos que han tenido la valentía y han pagado con la sangre de sus ciudadanos los ataques del terrorismo”. El gobierno de Zapatero ha mantenido durante semanas un silencio cómplice, para al final lamentar con su habitual jesuitismo los hechos violentos producidos. Llama la atención, como ya pasó ante su posicionamiento a favor de la dictadura marroquí (frente a la masacre del pueblo saharahui), la doble vara de medir de los reformistas, cuando se trata de regímenes tiránicos dóciles a los intereses capitalistas, o de revoluciones como la venezolana y la cubana.

 

Los tres días negros del dictador

 

Combinar el palo con la zanahoria ha sido la táctica de Ben Alí. El palo de asesinar a decenas de manifestantes, la zanahoria de destituir a dos ministros y prometer crear 300.000 puestos de trabajo, inversiones, una comisión de control de la corrupción, etc. Promesas que no han engañado a nadie.
Ante el avance de la lucha, con su extensión a los arrabales obreros de la capital, el régimen, en un intento desesperado por parar la insurrección, aislando a los sectores más luchadores del resto, combinó concesiones significativas con un paso cualitativo en la represión. El 12 de enero, Ben Alí, por una parte, sacrificaba a su ministro del Interior y, lo más importante, ordenaba la liberación de todos los detenidos. Por otra, decretaba el toque de queda nocturno en Túnez capital, sacando a las tropas a las calles. Sin embargo, estas maniobras no tuvieron éxito. Esa misma noche los enfrentamientos se recrudecieron en la misma ciudad. En la localidad minera de Gafsa duraron hasta bien entrada la madrugada; la policía asesinó a siete manifestantes. La revuelta continuó en Kasserine, Beja (donde fue asaltada una sede del partido gubernamental), etc.
El día siguiente tuvo que reaparecer Ben Alí, en su penúltimo intento de aplacar la revolución. En un falso tono de autocrítica, y utilizando por primera vez el dialecto tunecino y no el árabe estándar (para que le entendieran fácilmente las masas y para dar una frustrada imagen de cercanía), el tirano se ofreció a no optar a la reelección presidencial en 2014, a permitir la libertad de prensa e internet, a abordar una reforma política en profundidad, y otras promesas de carácter económico y social. A la vez, informaba de haber dado orden de no disolver con bala las manifestaciones. Pero mantenía el toque de queda.
Una vez más, la maniobra salió mal. Al certificar con ese discurso la debilidad del régimen, miles de personas se echaron a las calles para celebrarla, haciendo caso omiso de nuevo del impotente toque de queda. El día 14 un clamor recorrió Túnez ciudad: “Ben Alí asesino”. La crónica de El País es reveladora: “Eran las 9 de la mañana cuando ha comenzado una nueva marcha en el centro de Túnez. Primero se han reunido unas miles de personas frente a la sede del prestigioso sindicato UGTT y luego ha ido creciendo con la incorporación de más manifestantes, hasta reunirse decenas de miles de personas (…). Allí [frente al Ministerio de Interior] se han enfrentado a un cordón policial y lo han sobrepasado. Los manifestantes no se fían del presidente y de lo que dijo ayer, lo llaman ‘asesino’ —en francés para que todo el mundo lo entienda— y piden libertad y que los Trabelsi, la familia de la primera dama, sean juzgados. ‘No a Ben Alí’, corean los manifestantes, añadiendo que ‘la revuelta continúa’. Dicen, sin parar de cantar el himno nacional, que ‘o nos matan o se van, pero aquí no se negocia”.
La manifestación finalmente fue disuelta, aunque grupos de jóvenes mantuvieron enfrentamientos con la policía durante horas. Después de esta multitudinaria marcha, Ben Alí anunció, en su último cartucho, la destitución de todo su gobierno y la convocatoria de elecciones legislativas. Ben Alí era ya una carga evidente para el propio régimen que lo encubrió, y a las pocas horas se produjo su huída y la asunción del poder formal por parte de uno de sus cargos políticos. Este es la primera victoria del movimiento de masas.

 

¿Hacia dónde va Túnez?

 

Ha caído la cúpula del régimen, pero éste se mantiene. Continúa en pie todo el aparato del Estado, los funcionarios, policías, mercenarios, jueces… y, por encima de todo, la clase burguesa que se ha enriquecido a la sombra de la dictadura, por no hablar de las empresas imperialistas (francesas, italianas, españolas…) que se lucraron con Ben Alí. Temporalmente perdieron el control real de la sociedad, y todos sus esfuerzos van encaminados a retomar ese control, disolver el movimiento, y dar continuidad a la dictadura del capital con nuevos servidores y nuevas formas. Para ello no pueden basarse, al menos a corto plazo, en la represión, y sólo les queda ganar tiempo, engañar al pueblo con promesas, con maniobras democráticas, e intentando desmantelar lo menos posible todos los mecanismos de la dictadura de Ben Alí, eso sí, barnizados con una ligera capa democrática.
Para tal fin se ha levantado una potente campaña mediática, que también llega a occidente, a través de los medios burgueses. ‘Todos juntos, en unidad nacional’; ‘ya hemos tenido suficiente sufrimiento, vamos a retomar la normalidad’; ‘acabar con el caos, dejad en nuestras manos el orden’, ‘es el momento de restañar heridas’, etc. Las mismas ideas que repiten, en toda situación revolucionaria, todos esos demócratas que surgen el día después del triunfo de una insurrección, pero que hasta la víspera llevaban toda su vida escondidos en las faldas del régimen derrocado.
En un primer momento hubo tensiones dentro de la clase dominante. El intento del primer ministro de Ben Alí, Mohamed Ganuchi (conocido como Monsieur Oui Oui por su seguidismo) de sustituirle como presidente del país, el día 14, y de declarar su incapacidad sólo temporal para el cargo (dejando abierta la posibilidad de su vuelta), fue considerado insuficiente y por ello peligroso, y neutralizado por otro sector, vinculado al Ejército y a la Corte Constitucional, que proclamaron a Fued Mebaza (presidente del Parlamento) como presidente interino. Mebaza, aunque es evidentemente un hombre del régimen (fue ministro en tres ocasiones), está menos desprestigiado, al no haber estado en la primera línea de la represión y de las últimas medidas económicas. Por tanto, es una opción menos difícil de imponer al movimiento.
A partir de entonces el siguiente paso para la burguesía es la formación de un ‘gobierno de unidad nacional’ donde implicar a la oposición legal y de esta forma intentar utilizar la autoridad que puedan tener para sus planes. Con entusiasmo los dirigentes de los tres partidos legales (Ettajdid, proveniente del estalinismo; el socialdemócrata Partido Demócrata Progresista, y el más derechista Foro Democrático por el Trabajo y las Libertades) han aceptado la oferta. El 17 de enero se presentó el nuevo gobierno, donde el partido de Ben Alí (RCD, Agrupación Constitucional Democrática) seguía teniendo cinco ministerios clave (Defensa, Interior, Finanzas y Exteriores), más el cargo del primer ministro (¡Mohamed Ganuchi continuaba en su puesto!), aunque para que la píldora fuera más fácil de tragar incorporaban una representación de los tres partidos de oposición legal que hemos citado y de la UGTT. Este gobierno ha anunciado una próxima amnistía y la convocatoria de elecciones en un plazo de dos meses.
Este intento de recomposición tiene una gran dificultad. Frente a él se encuentra un movimiento que carece de suficiente organización, que no enarbola un programa cien por cien claro (o mejor dicho que está en proceso de dotarse de lo uno y lo otro), pero que cuenta con una rica experiencia (en pocas semanas ha aprendido más que en años), y que, sobre todo, es consciente de su fuerza. No le usurparán su triunfo tan fácilmente. Y, por encima de todo, las condiciones sociales que han germinado la protesta siguen en pie. No es posible determinar de antemano cómo se van a desarrollar los acontecimientos, pero lo que está claro es que esta contradicción (la pugna entre la burguesía por retomar el control y acabar con la revolución, y la clase obrera y otros sectores oprimidos por completar ésta) es la que va a dominar.
De hecho, el mismo día 17 en que se anunció la formación del nuevo gobierno se desarrolló una manifestación de miles de personas contra la participación de RCD en él. El 18, las manifestaciones fueron aún más extensas y los tres ministros de la UGTT salían del gobierno, exigiendo la expulsión del partido de Ben Alí. Esto significa que nace muerto, sin ningún tipo de autoridad, lo que obligará a la oligarquía a nuevas maniobras políticas y concesiones.

 

El papel del Ejército

 

La actuación del Ejército, y de cada sector dentro de él, es una incógnita. Existen elementos comunes entre lo que acontece en Túnez y la Revolución de los Claveles de abril de 1974 en Portugal. La confraternización de soldados y manifestantes, especialmente el día 14, la negativa a reprimir al pueblo, y la decisión con la que éste se ha enfrentado y se está enfrentando a las bandas de mercenarios al servicio de Ben Alí (que intentan aterrorizar el movimiento, organizando saqueos, disparando contra la población, etc.), e incluso a la odiada policía (que sigue siendo nido de reaccionarios), demuestran que el Ejército no es inmune a la presión social. Es evidente que la revolución ha despertado la simpatía de un sector de los mandos (seguramente más suboficiales que oficiales) y de la mayoría de los soldados. Las tropas tunecinas se formaron al calor de la lucha por la independencia y de la posterior política de enfrentamiento con el imperialismo, y no han participado en ningún golpe de Estado, ni siquiera en el que dio en 1987 Ben Alí, ministro del Interior en el último mandato de Habib Bourguiba (padre de la independencia), desde dentro del régimen.
Sin embargo, sería un gran error para el movimiento confiar sus destinos en el Ejército. Al fin y al cabo, no se ha roto la cadena de mando, y en última instancia el mando recae sobre un grupo reducido de militares que no vive en las mismas condiciones sociales, ni tiene los mismos intereses, que la masa de soldados, y mucho menos que los trabajadores y oprimidos. Es fundamental que el movimiento revolucionario persevere en la confraternización con soldados y oficiales, sin supeditar nunca sus intereses a la actuación militar. Hay que exigir plenos derechos democráticos en los cuarteles, y especialmente la formación de comités de soldados, con delegados elegidos y revocables. Ésta es la mejor forma de neutralizar la posibilidad de que en un determinado momento tenga éxito cualquier intentona de un sector de militares, que pretenda ahogar en sangre la revolución. Y, a la vez, estos métodos reforzarán la compenetración con los soldados y mandos que de forma sincera quieren participar en esta revolución.
Por otra parte, la autodefensa revolucionaria es una tarea urgente. La seguridad de los barrios obreros, de los locales, de las manifestaciones, no puede depender de la policía, totalmente comprometida con el régimen. Ha de ser tarea del propio movimiento. Ya han surgido milicias para parar el pillaje y terrorismo de las fuerzas mercenarias que sirven a Ben Alí. Esas milicias han de coordinarse y someterse a las asambleas revolucionarias, y en ellas debe jugar un papel central la clase obrera.

 

Crear comités, dotarse de un programa socialista

 

La revolución, más que nunca, implica organización y programa. El movimiento no puede delegar su representación en nadie ajeno. Es imprescindible la creación de comités en cada barrio, fábrica, localidad, elegidos en asamblea, y su coordinación a nivel nacional. Sus delegados deben ser revocables en todo momento, y organizar la huelga general es su tarea más inmediata. Quien tiene más posibilidades de llevar a cabo esta iniciativa es la base de la UGTT. Fábrica a fábrica, barrio a barrio, localidad a localidad, los trabajadores han de utilizar la Unión como un instrumento para organizar asambleas y comités. A la vez, hay que perseverar en la presión hacia la dirección nacional, exigiendo la elección democrática de sus cargos y la depuración de los elementos comprometidos con la dictadura. También los sindicatos independientes, y las organizaciones obreras ilegales, tienen un papel muy importante que jugar en las asambleas y comités.
La tarea central de la vanguardia revolucionaria del movimiento, de todos aquellos que se reclaman marxistas, y en estos momentos cientos de activistas lo hacen, debe ser concretar en un programa las reivindicaciones que son necesarias para completar la revolución con éxito. Las reivindicaciones democráticas (depuración profunda del aparato de Estado; enjuiciamiento de todos los responsables policiales, políticos y económicos de la dictadura; expropiación de sus bienes, libertades democráticas plenas sin cortapisas burocráticas; amnistía completa; desmantelamiento del partido de Ben Alí y de la policía), deben vincularse a las exigencias sociales y económicas populares (salarios dignos, plan de creación de empleo por parte del Estado, bajada radical del precio de los productos básicos, renacionalización de los sectores productivos privatizados y entregados a las multinacionales imperialistas; reforma agraria, etc.), y a la única alternativa que puede garantizar esto: la expropiación de la camarilla dirigente y de los burgueses, que se han lucrado con la dictadura, y de las multinacionales instaladas en el país. Recuperando los recursos del país, se podría planificar la economía al servicio de la mayoría. Para ello es imprescindible el control obrero, a través de los comités que deben organizar la lucha y que deben ser la base de un auténtico Estado democrático, esto es, un Estado obrero y socialista.
Una revolución socialista es la única posibilidad de mejorar el nivel de vida de las masas. Cualquier maniobra burguesa para ganar tiempo no sólo no supondrá ninguna mejora para ellas, sino que puede preceder a una revancha de la clase dominante tunecina, y del imperialismo, que elegirán el mejor momento para ensangrentar de nuevo Túnez, y dar un criminal escarmiento al pueblo.

 

Un Túnez socialista

 

Un régimen de democracia obrera, que tome inmediatamente medidas socialistas, tendrá la enemistad radical de los imperialistas. Pero también tendrá un efecto electrizante en las masas del Magreb y de todo el mundo árabe. Marcará un camino a las masas desesperadas, hartas del yugo del imperialismo y del integrismo islámico.
Durante lustros los burgueses han intentado asustar a los trabajadores occidentales con el peligro de los movimientos islamistas. Han escondido convenientemente que éstos no son ni más ni menos reaccionarios que los propios imperialistas, como podemos ver en Afganistán o Iraq. Y, sobre todo, han sobrevalorado convenientemente sus fuerzas. A la vez han escondido cómo también en las naciones árabes e islámicas, ricas en tradiciones revolucionarias, existen oprimidos y opresores; también existen trabajadores, jóvenes y campesinos, que buscan una sociedad justa, no en el Paraíso, sino en la Tierra, y que luchan por ella, contra los regímenes proimperialistas y haciendo frente a la reacción islamista (que allí juegan un papel similar al de las bandas fascistas de Europa en los años 30).
La onda expansiva de la revolución tunecina alcanza a todos los países árabes. El efecto más claro es y será Argelia, donde los trabajadores y jóvenes (hastiados de un régimen similar al de Ben Alí) se miran en el espejo de Túnez, y donde ya ha habido un levantamiento de sectores de la juventud. También impacta en Egipto, el país árabe clave, en estado de permanente inestabilidad social. Pero también se han producido manifestaciones y disturbios en Libia y Yemen. Según la revolución avance, el efecto será mucho mayor. El imperialismo se encuentra con un enorme obstáculo imprevisto para sus planes de saqueo. Frente a la posibilidad de la profundización y extensión de la revolución, sus actuales problemas en Afganistán e Iraq añaden más dificultades para mantener su dominación.

Aunque es difícil establecer una perspectiva acabada, la revuelta tunecina es un hito que llama poderosamente a la acción de la clase obrera y a los demás oprimidos. Un Túnez socialista que enarbole la bandera de una Federación Socialista del Magreb y de la extensión mundial de la revolución sería un formidable imán.

Las masas impulsan la revolución en el mundo árabe
¡Abajo las dictaduras proimperialistas! ¡Por una Federación Socialista Árabe!

 

1. La Corriente Marxista Revolucionaria (Internacional) y el Sindicato de Estudiantes del Estado español saludamos con entusiasmo a las masas revolucionarias de Túnez, Egipto y del resto del mundo árabe. Su determinación, su heroica resistencia frente a la represión, su enorme fuerza colectiva, son un ejemplo para millones de trabajadores y jóvenes en todo el mundo, que entienden que su combate forma parte de lucha internacional que entabla la clase obrera contra la opresión capitalista e imperialista y contra un sistema que en su agonía amenaza acabar con los elementos de civilización que hemos conquistado con la movilización.
2. Los extraordinarios acontecimientos que se están sucediendo a ritmo vertiginoso en los países árabes son un hito histórico. Estamos asistiendo a un proceso revolucionario clásico en toda la región, proceso que se inició en Túnez con el levantamiento contra la dictadura de Ben Alí, que continúa en este país contra un Gobierno que pretende reformar desde arriba el régimen para que nada cambie, que se traslada a Egipto, donde las masas han herido de muerte a la dictadura de Hosni Mubarak, y que tiene poderosas influencias en todos los países árabes y en todo el mundo.

 

Un punto de inflexión en la historia mundial

 

3. Un proceso revolucionario no es un acto aislado, una insurrección, sino un periodo en el que las bases del sistema se tambalean por la irrupción violenta de las masas. La energía subterránea, reprimida durante años y décadas en el interior de los oprimidos, brota con fuerza. Con un poderoso ímpetu incluso los sectores más desorganizados, más despolitizados, sometidos a la brutalidad capitalista, irrumpen en la escena histórica. Una vez que lo hacen, no la abandonarán fácilmente; sus reivindicaciones más sentidas (imposibles de satisfacer bajo el capitalismo), y la experiencia práctica del enorme poder de las masas, les empujan a no volver a la situación anterior. Los pueblos árabes, y en su interior la clase obrera, que actúa de motor principal, están despertando y, por muchas maniobras que el imperialismo realice, no conseguirá dorminarlos de nuevo.

4. Esta revolución es un punto de inflexión en la historia moderna del pueblo árabe. Por primera vez los trabajadores, jóvenes y campesinos han sido protagonistas, de principio a fin, de la lucha, de la caída de la tiranía tunecina y de la posibilidad de poner punto y final a la odiada dictadura de Mubarak. Esta vez no han apoyado a ninguna figura que tomara medidas progresistas, ni ningún golpe de Estado para acabar con una monarquía corrupta (como el que protagonizó Nasser en Egipto en 1952). Esta vez están viviendo, sin interferencias, la extraordinaria experiencia del gran poder de las masas cuando actúan colectivamente. Este rasgo predetermina la existencia de un proceso alargado en el tiempo, en vez de un acontecimiento puntual.

5. Otro aspecto histórico de la situación actual es la rápida extensión revolucionaria. Millones de árabes recuperan la confianza en la lucha, a pesar de brutales represiones y de las maniobras de la oposición domesticada y de la reacción integrista. Cómo se exprese este proceso en cada país, y con qué rapidez, depende de múltiples factores; sin embargo el proceso es general y ningún régimen árabe puede escapar a la situación de inestabilidad. Especial importancia tiene lo que pueda pasar en los dos países clave del Magreb: Argelia y Marruecos. En Argelia ha habido importantes manifestaciones a principios de enero (la represión provocó cinco muertos), y rebelión juvenil, y están convocadas para febrero lo que todo indica que serán grandes movilizaciones. En el caso marroquí, 12.000 personas se han adherido a una convocatoria hecha en Facebook, para el día 20 de febrero, por Oussama el Khlifi, un parado de 23 años, exigiendo la amnistía de los presos políticos, acabar con la corrupción, y la derogación de los poderes absolutistas de Mohamed VI.

6. La rápida extensión de la revolución, la enorme capacidad de lucha, ha sido en gran parte producto de la participación masiva de sectores habitualmente poco organizados. Jóvenes en paro, trabajadores de sectores periféricos, campesinos arruinados... Sin embargo, el papel de la clase obrera ha sido, y especialmente es, clave. Sus tradiciones organizativas, su homogeneidad, su autodisciplina colectiva, su conciencia más clara de los objetivos, y su experiencia de lucha, han determinado que fuera y sea el motor de la revolución. A diferencia de otros sectores, los trabajadores, por sus condiciones de trabajo, tienen más facilidad, no sólo para organizar la lucha, sino también para llegar a conclusiones socialistas y a poner en práctica un poder alternativo al capital: el poder obrero.

7. La determinación de los más oprimidos, y la fuerza de la clase obrera, está arrastrando consigo a la gran mayoría de capas medias. Se trata de sectores más inestables, que en el pasado han sido base social de estos regímenes, pero que han sufrido un proceso de empobrecimiento en beneficio de las camarillas gobernantes y de las multinacionales. El desmantelamiento, a lo largo de treinta años, de los antaño poderosos sectores públicos en algunos de estos países (especialmente Argelia, Túnez, Egipto) y, en general, la opresión imperialista que ha extraído recursos a bajo precio, privatizado, y utilizado en su beneficio a las diferentes camarillas de poder, ha tenido un efecto drástico en la eliminación de las bases sociales de esos regímenes y, en el último periodo, en el auge de la lucha obrera, estudiantil y de sectores de las capas medias. Ejemplos abundantes de la adhesión de éstos sectores a la revolución los hemos visto tanto en Túnez (donde los abogados y jueces, con sus togas, encabezaban manifestaciones para intentar evitar la intervención policial), como en Egipto (miles de jueces ingresaron de forma organizada en la plaza Tahrir de El Cairo para apoyar el movimiento).

 

La crisis del capitalismo, detonante de la revolución

 

8. La correlación de fuerzas es tan favorable que la revolución ha tenido un impacto incluso en el aparato del Estado. Las movilizaciones organizadas por la policía tunecina, inmediatamente después de la caída de Ben Alí, son significativas; los manifestantes reclamaban la creación de un sindicato policial, mejoras laborales y, especialmente, la depuración de sus mandos, responsables de la criminal represión que se ha llevado por delante, según algunas fuentes, a ciento cincuenta personas. Estos policías gritaban ‘No queremos ser represores de nuestro pueblo’, y se sumaron a las manifestaciones diarias contra el Gobierno ‘de unidad nacional’ que sustituyó a Ben Alí. Las escenas de confraternización con los soldados y suboficiales con las masas en la calle, tanto en Túnez como en Egipto, son la mejor prueba del impacto tremendo de la revolución.

9. Esta revolución no se puede entender fuera del contexto internacional. Su razón de fondo es la crisis orgánica del capitalismo. El anterior boom económico mundial no benefició a las masas árabes, al contrario. El alto precio del petróleo y el gas natural, productos claves de muchos de estos países, sólo lucró a las camarillas dirigentes y a las multinacionales petroleras y gasísticas, mientras la población sufría el mismo proceso de privatizaciones y saqueo que el resto de países explotados por el imperia-lismo. El colapso de la URSS y la degeneración del sector de la burguesía, la intelectualidad pequeñoburguesa, y la burocracia, que se consideraban a sí mismos el ala nacionalista y progresista de la sociedad, y que políticamente se expresaron en el baasismo y en el nasserismo, dejó huérfanas a las masas en los años 90, abonando el terreno para la penetración del integrismo, especialmente entre el campesinado y capas medias urbanas. En ese periodo, las cúpulas de la mayoría de los partidos comunistas oficiales del mundo árabe, estalinistas, culminaron su proceso de degeneración, renegando en muchos casos del marxismo, y participando en las instituciones corruptas de los regímenes proimperialistas.

10. La crisis económica actual ha empeorado la situación de las masas. El símbolo de la lucha, en sus primeros embates, fueron los manifestantes empuñando barras de pan, y es que la lucha contra el aumento abusivo, especialmente desde 2008, de los precios de los productos básicos, fue uno de los detonantes de la revolución, de igual forma que lo fue de las llamadas revueltas del pan que se extendieron por todo el Magreb en los 80. En gran parte, ese aumento de los precios es debido a la intensa especulación mundial en el mercado de la alimentación, mercado que es uno de los principales refugios de los especuladores que huyen del pinchazo de la burbuja inmobiliaria.

11. Este contexto de crisis estructural del capitalismo condiciona, no sólo el origen de la revolución, sino también en qué dirección se encamina y qué tareas tiene por delante. La consecución de plenos derechos democráticos, y de conquistas sociales, al menos de forma permanente, está descartada dentro de este sistema. El imperialismo no se puede permitir relajar el brazo de hierro con el que ahoga a los trabajadores y otros sectores, en época de crisis. Ni siquiera puede permitir las conquistas sociales arrancadas por la clase obrera, en los países más desarrollados; incluso en Europa o Estados Unidos los derechos democráticos están en regresión.
12. La revolución abierta no es más que parte (pero una parte muy importante) del proceso de lucha de clases que se está dando a escala mundial, y que adquiere diferentes expresiones y ritmos (proceso prolongado de revolución en América Latina, auge de la lucha de masas y explosiones sociales en Europa, etc.). En última instancia, se trata de un hondo conflicto por quién determinará el futuro: si la burguesía, que se aferra al poder arrastrando a la humanidad hacia el abismo, o la clase obrera, que es mayoritaria en el mundo y que tiene la fuerza potencial para acabar con el capitalismo y dirigir una nueva sociedad, la sociedad socialista.

 

Correlación de fuerzas favorable a la revolución

 

13. El imperialismo ha sido cogido de sorpresa por la revolución. No habían previsto una insurrección de esta naturaleza. En plena batalla por la imposición de medidas antiobreras en cada país (que provocan una fuerte resistencia), y por la lucha por la hegemonía en el mercado mundial, cada burguesía imperialista se encuentra con dificultades crecientes por mantener su dominio de la misma forma que antes. A las fracasadas ocupaciones de Iraq y Afganistán, al proceso revolucionario en América Latina, y a las guerras comerciales abiertas entre Estados Unidos, China, Alemania, etc., se suma ahora una extrema dificultad en mantener la opresión imperialista en los países árabes. Ésta va a chocar, choca ya, con la determinación de los oprimidos que están empezando a ser conscientes de su fuerza.

14. La correlación de fuerzas desfavorable para el imperialismo le está obligando a un súbito cambio de estrategia. El abanderado es Estados Unidos. Hillary Clinton, secretaria de Estado, avisa a sus compañeros de clase de la tormenta perfecta que se está gestando en el mundo árabe, y de que el status quo es insostenible. También ha advertido a los regímenes proimperialistas: si no cambian chocarán aún más profundamente con las masas. No cabe decir que el cambio que estimula Estados Unidos no tiene nada que ver con la resolución de los problemas sociales, ni siquiera con la implantación de democracias burguesas formales. Se trata de garantizar su dominio (y el de las camarillas cómplices) sobre estos países, a través de nuevas formas, formas más sutiles. Es decir, de implicar a la oposición organizada en las instituciones, de hacer cambios cosméticos, de desprenderse de los elementos más putrefactos y odiados que tan buenos servicios han rendido hasta ahora.

Sin embargo, esta estrategia también tiene muchos interrogantes. Si estas reformas se producen al calor de la movilización masiva, la estimularán más. Tanto si son valoradas como insuficientes, como si son vistas como pequeños pasos adelante, la conclusión del movimiento será clara: tenemos fuerza, el enemigo es débil, por lo tanto hay que redoblar la lucha. Por otra parte, la mayoría de partidos de oposición no tiene autoridad suficiente entre las masas como para actuar de freno de ellas. Reformas como las que pretenden los imperialistas sólo podrán tener efecto si el movimiento se frustra por causas internas al propio movimiento, en definitiva por la falta de un programa y de una organización consecuentemente revolucionarias, que sepa enfrentar cada una de las tareas que la situación plantea.

15. Con este cambio de estrategia el imperialismo también pretende hacer olvidar su papel decisivo en el mantenimiento de estos regímenes odiados. Es curioso que todas esas preocupaciones seudodemocráticas hayan surgido cuando un dictador ha caído, otro está a punto, y los demás temen con razón por su futuro. Lo que realmente pretenden es evitar por todos los medios la revolución o, mejor dicho, que triunfe. En la misma reunión en que Clinton pronunció su advertencia (la Conferencia de Seguridad de Munich del 4 de febrero), la canciller alemana Angela Merkel fue clara: “Unas elecciones precipitadas al inicio del proceso de democratización [en Egipto] probablemente sea el enfoque equivocado”, porque no daría tiempo a “los partidos y las instituciones” a organizarse, ya que la marcha forzada de Mubarak podría ocasionar un vacío de poder peligroso (El País, 5/2/11). El mismo periódico señala en su edición del día anterior: “los círculos de poder más próximos a Mubarak temen que la dimisión del presidente no sea suficiente para calmar a la exacerbada oposición”, y lo explica mejor Leslie H. Gelb, político del régimen: “Lo que le preocupa a Mubarak es que, si acepta, haya más peticiones (...). Visto que no está negociando con una entidad legal, sino con las masas, ¿cómo sabe que no le van a exigir algo más mañana?”. El primer ministro británico, David Cameron, según la misma fuente, consideró “que la transición tiene que ser rápida, y que toda demora amenaza con convertir la situación en más inestable y potencialmente más problemática para Occidente”. En definitiva, con más o menos concesiones (incluyendo la cabeza de Mubarak), con ritmos más pausados o más lentos, el imperialismo apuesta por retomar el sistema de dominación sobre nuevas bases. En todas sus hipótesis se cuela la variable de las masas, que más que nunca escapa a su control.

16. Esta nueva estrategia no significa que, en un determinado momento, se pueda descartar en absoluto la represión masiva del movimiento, incluso a través de la intervención militar directa (Estados Unidos tiene planes de ocupar el canal de Suez antes de perder su control), especialmente si se llegan a tocar las bases mismas de la explotación capitalista (por ejemplo, la nacionalización de las propiedades imperialistas). No existen aquí cuestiones de principio, sino intereses concretos de clase. Incluso si la revolución no llega tan lejos, inevitablemente, el imperialismo y las burguesías de estos países intentarán tomar el control completo de la sociedad, para lo cual necesitarán machacar a las masas con un baño de sangre. Continuar la revolución hasta el final, basándose en la fuerza colectiva, es la mejor forma de evitar o derrotar cualquier intento de represión masiva.

 

Maniobras imperialistas

 

17. Cualquier posibilidad de regímenes democráticos burgueses estables está absolutamente descartado. El tímido reconocimiento oficial de ciertos derechos (derechos que de hecho están siendo aplicados por el movimiento sin pedir permiso a nadie), y de ciertas mejoras sociales, sólo son concesiones temporales, una demostración de la correlación de fuerzas, pero no puede durar. Si la situación se decanta a favor de la revolución, será ésta quien garantice plenos derechos democráticos y sociales. Por el contrario, si la revolución se debilita, el imperialismo se impondrá con todas sus consecuencias dramáticas para las masas. Mientras tanto, veremos todo tipo de equilibrios inestables entre las dos clases fundamentales de la sociedad: burguesía y proletariado.

18. Denunciamos ante las masas revolucionarias el papel de los diferentes políticos burgueses y pequeñoburgueses, que intentan aplicar esta táctica imperialista, desvirtuando y usurpando la revolución. Precisamente porque la clase obrera, el campesinado y otros sectores oprimidos no pararán su lucha hasta conseguir una mejora fundamental en su nivel de vida, es por lo que la burguesía y los imperialistas no pueden permitir, salvo coyunturalmente, el ejercicio real de los derechos democráticos. Saben muy bien que los oprimidos ejercerán esos derechos para organizarse mejor, y para luchar por sus objetivos sociales, que no pueden tener satisfacción bajo el capitalismo. Saben muy bien, por tanto, que los cimientos de su sistema podrían derrumbarse si el movimiento, que se siente fuerte, utiliza esas conquistas democráticas para tomar el poder real.

19. En el caso de Túnez, la revolución se encuentra en una segunda fase a partir de la huida de Ben Alí. Una de las peculiaridades del proceso aquí es la participación en la insurrección de las bases de la UGTT (Unión General Tunecina de Trabajadores). La Unión, de hondas tradiciones históricas, mantuvo una posición contradictoria ante el régimen, de colaboración en su cúpula, y de oposición en muchos de sus sindicatos locales y sectoriales. Ante la falta de un partido obrero de oposición real con presencia entre las masas, el sindicato ha sido el referente de la insurrección. En algunos sitios ha espoleado el movimiento, en otros se ha adherido a él renqueando.

20. Del 14 de enero, día de la huida de Ben Alí, al 17 de enero, día en que se formó el Gobierno actual, transcurrieron unas jornadas clave. En esos días las masas tenían el poder real, y la posibilidad de formalizarlo con un Gobierno revolucionario, pero no tenían ninguna organización, al menos de importancia, que les hiciera conscientes de esta posibilidad. Desde antes de que huyera Ben Alí, su camarilla, la cúpula del Ejército, y el imperialismo, maniobraron para arrebatar su victoria al movimiento. Mohamed Ghanuchi, primer ministro del dictador, se hizo cargo del poder formal, alegando la incapacidad ‘temporal’ de Ben Alí para gobernar. Esto no era en absoluto suficiente para parar la revolución, por eso el propio régimen en retirada impuso a Fouad Mebazaa (hasta entonces presidente del Parlamento) como presidente interino, prometió amnistía y elecciones inmediatas, y llamó a la formación de un ‘Gobierno de unidad nacional’ con miembros de RCD (Agrupación Constitucional Democrática, el partido de la dictadura), de la oposición legal (sin autoridad ante el movimiento) y, especialmente, de la UGTT. La idea de la ‘unidad nacional’ es una gran trampa, ¿qué unidad nacional puede haber entre los que se han lucrado con la dictadura y los que han sido oprimidos por los primeros?, ¿entre los que quieren ahogar la revolución —aunque ahora digan que están a favor— y los que no tienen nada que perder, salvo sus cadenas?

21. Con esta maniobra el capital nacional e internacional quería retomar el control de la situación, calmar a las masas, que volvieran a casa los manifestantes que permanecían enfrente del Ministerio del Interior. Pero no fue así. La presión popular obligó a los recién nombrados ministros de la UGTT a dimitir, a salir del Parlamento y otros órganos y a no reconocer ninguna de las instituciones de la dictadura (es decir, de las instituciones burguesas). La revolución no aceptó un Gobierno con participación de miembros de RCD, y se mantuvo firme exigiendo su expulsión del Gobierno, la disolución del partido y la confiscación de sus bienes. Los manifestantes, intentaron tomar la sede de RCD. Durante días la reacción no pudo controlar la situación; se sucedieron las marchas a la sede de la UGTT para presionar. Si en ese momento el sindicato hubiera creado un órgano de gobierno revolucionario provisional, encargado de extender los comités que se estaban organizando, con el fin de preparar una alternativa de Estado al Estado burgués, una Asamblea Revolucionaria de Comités, con delegados elegidos directamente por la población y revocables, habría tenido un impacto tremendo. Finalmente, la cúpula de la UGTT, después de una reñida discusión, decidió apoyar la última propuesta de Gobierno presentada, que implica la salida de los miembros de RCD manteniendo en su puesto a Mohamed Ghanuchi. Su argumento fue ‘preservar la estabilidad’. Eso sí, no se atrevió a aceptar su participación en el Gobierno.

22. El movimiento en Túnez necesita de experiencias como éstas para entender las tareas del momento. La revolución no ha terminado, las masas desconfían intuitivamente de este Gobierno, y no van a esperar para intentar solucionar sus problemas más inmediatos. Mientras los ministros corren a presentarse en el Foro de Davos y calmar al capital internacional, las masas intentan completar la revolución. En poblaciones de algunas regiones, como Susa o Siliana, las autoridades del régimen huyeron y la población movilizada les ha sustituido con comités revolucionarios. En El Kef, el intento de asalto, por parte de las masas, a una comisaría, el 6 de febrero, exigiendo la dimisión de los responsables policiales, ha tenido el resultado de cuatro muertos.

23. A las reivindicaciones democráticas y sociales (depuración profunda de la policía y el aparato del Estado; derecho de manifestación, huelga, organización; disolución de RCD; expropiación de sus bienes y los de toda la camarilla de Ben Alí; enjuiciamiento de todos los responsables de la dictadura; renacionalización de todas las empresas privatizadas y de las concesiones al imperialismo; aumento general de salarios y tope para los precios de los productos básicos; reforma agraria, etc.) hay que añadir la consigna de la huelga general indefinida para derribar al Gobierno y la de creación y extensión de comités revolucionarios en cada barrio, empresa, Universidad, coordinándolos a nivel local y nacional. Para esta tarea es imprescindible un trabajo sistemático, tanto directamente en el movimiento, como dentro de la UGTT, apoyándose en los sectores combativos para presionar y en determinado momento sustituir a los elementos burocráticos.

24. Egipto es el país clave en el mundo árabe, tanto por su población de 80 millones como por su peso económico, cultural e histórico. El martes 25 de enero comenzaron las manifestaciones, y, desde el viernes 28 hasta el viernes 4 de febrero, millones de personas se han hecho con el control de las calles, no sólo en El Cairo, sino también en Alejandría, Suez y las principales ciudades. El referente del movimiento es la ocupada plaza Tahrir, donde existe un nivel de organización impresionante, con controles para evitar el paso de provocadores, puntos sanitarios, provisión de suministros, recogida de basura, actividades lúdicas y culturales, etc. La determinación de las masas ha podido superar los diferentes obstáculos con los que se han encontrado: la feroz represión policial (se habla de cientos de muertos), la presencia intimidante del Ejército desde el domingo 30, la maniobra de presentar a policías sin uniforme, mercenarios y fascistas como ‘manifestantes pro Mubarak’ y de enfrentarlos, armados y muy bien organizados, a los revolucionarios de la plaza Tahrir, para desalojarla o al menos dar la impresión de caos. Tras este grave ataque, que provocó varios muertos el lunes 31, pero que no consiguió el desalojo de la plaza ante el arrojo de su defensa, la siguiente convocatoria, el viernes 4, no sólo no fue menor, sino que ha sido la más masiva hasta la fecha.

25. Existe una coyuntura extremadamente inestable que se puede romper por cualquier lado. A pesar de la tremenda fuerza del movimiento, Mubarak no ha caído. El equilibrio está en el punto de ruptura, una situación así no se puede mantener por más tiempo. Mubarak no puede gobernar, con millones de personas paralizando la producción y retándole en las calles. No puede reafirmar su autoridad cuando dos semanas de toque de queda han sido desobedecidos sistemáticamente por la población. Pero las masivas manifestaciones, sin más, no siempre son suficientes para echar a un dictador (y, de hecho, normalmente no lo son).

Todo apunta a que intentarán llegar a un acuerdo temporal con la oposición, bendecido por el imperialismo e incluso el propio Mubarak. Como hemos dicho, los imperialistas quieren apartarle del poder, pero pretenden presentarlo como parte de un acuerdo y no como consecuencia directa de la acción de masas. Controlar desde arriba los sucesivos pasos hacia un régimen similar con formas más sutiles, que el movimiento no sea consciente de su fuerza, y retomar el control de la situación. ¡También la clase dominante saca sus conclusiones de Túnez!

Dicho esto, existe una feroz resistencia de una parte del aparato estatal a perder poder, que incluye el intento de utilizar el Ejército para un baño de sangre que dé una lección a la revolución. Si el régimen no mide bien provocaciones e intenta forzar el desalojo violento de la plaza Tahrir, o impulsar la represión a una escala superior movilizando el ejército, podrían estimular la respuesta de las masas, y la división de las tropas. En cualquier caso, las últimas maniobras de Mubarak aferrándose al poder, sólo alimentan la furia de la población y la entrada de nuevos sectores a la lucha. La desesperación de Israel y de Arabia Saudí y un sector del imperialismo norteamericano para mantener al viejo dictador, y evitar la extensión de la revolución a toda la zona, se puede convertir en la chispa que incendie con más intensidad la llama de la rebelión. Eso lo saben Obama y el Departamento de Estado, de ahí su búsqueda incesante de una salida que pueda evitar una profundización de la insurrección. La perspectiva de la caída de Mubarak no disminuye con sus maniobras de última hora; en todo caso, esta resistencia sólo acrecentará la firme voluntad entre las masas de continuar la lucha.

26. Tanto en Túnez como en Egipto, las maniobras para descarrilar la revolución tienen aliados. Por un lado, se trata de los opositores legales al régimen, alternativas burguesas que Estados Unidos mima desde hace tiempo. Es el caso de Mohamed el Baradei, que intenta presentarse como líder de la revolución. Por otro, organizaciones integristas como En Nahda en Túnez o los Hermanos Musulmanes en Egipto. Estas organizaciones tienen un programa tan reaccionario en lo económico (defienden el capitalismo) como en lo social, y no han participado prácticamente en las luchas de masas contra el régimen, haciendo un papel de contención. A pesar de toda la demagogia del imperialismo sobre los fundamentalistas, con la pretensión de arrojar arena a los ojos de los trabajadores occidentales vinculando la revolución con la reacción integrista, las grandes potencias occidentales estarían dispuestos a llegar a acuerdos con ellos para descarrilar la revolución. Por último, el programa estalinista defendido por la mayoría de los partidos comunistas del mundo árabe, basado en las dos etapas, primero un desarrollo prolongado de un capitalismo nacional que llevaría, supuestamente, a la realización de las tareas democrático-burguesas dejando para un tiempo indefinido la lucha por el socialismo, y su política de colaboración de clases buscando alianzas con un supuesto sector nacionalista, progresista, antiimperialista, dentro de las diferentes burguesías nacionales, o del aparato del Estado o del Ejército, les ha llevado a una crisis profunda y a su descrédito ante amplios sectores de las masas.

27. Desgraciadamente para sus planes, ninguna de estas organizaciones tienen autoridad ante la gran mayoría de los participantes en la lucha, y especialmente no la tienen entre la clase obrera y entre los sectores más oprimidos que han despertado. No han estimulado la movilización, no la han orientado, ni siquiera se han desmarcado del régimen hasta el momento mismo en que estaba ya en la picota. Esto significa que tendrán enormes problemas para hacer tragar a las masas acuerdos o Gobiernos de ‘unidad nacional’. En el caso de Egipto, el primer intento serio de descarrilar la movilización fue la formación de un ‘consejo de sabios’, que llamó a ‘considerar’ la negociación directa con Mubarak o su vicepresidente, Omar Suleimán, idea rechazada por los manifestantes, que obviamente no se contentan con menos que con la caída del dictador. Este consejo de sabios incluye a políticos del régimen, ‘analistas’ y capitalistas como Naguib Sawiris. En estos momentos la oposición legal y los Hermanos Musulmanes, después de negarse a negociar ‘mientras no dimita Mubarak’, ya están lo haciendo, demostrando que sólo ven en la revolución un medio para intentar encaramarse al poder respetando las estructuras políticas y económicas del sistema.

 

El papel central de la clase obrera y la lucha huelguista

 

28. En Egipto, como en Túnez, la cuestión decisiva es la entrada en la acción de la clase obrera organizada y el papel de los comités que se están formando en numerosas localidades. La extensión del movimiento huelguístico en Egipto es una señal inequívoca del carácter clasista de la revolución, y del papel central de la clase obrera en la actual rebelión. Millones de trabajadores egipcios han despertado a la lucha no sólo contra el dictador, sino por la mejora inmediata de sus condiciones salariales y de vida. Este es un factor decisivo. Correctamente, para la clase obrera egipcia tumbar al dictador va ligado a una transformación radical de sus miserables condiciones de existencia: el 40% de la población egipcia vive con menos de un euro al día, y los salarios de los trabajadores, para mayor beneficio de las multinacionales imperialistas y sus aliados nacionales, son de miseria. Ahora, con su acción, los trabajadores están poniendo en cuestión las bases de dominación burguesa. La huelga de los 6.000 trabajadores de mantenimiento del canal de Suez ha hecho saltar todas las alarmas. Los huelguistas del canal han prendido la mecha de una rebelión obrera que se extiende por todo el país, y en primer término al sector textil, que es la columna vertebral de la economía egipcia. La mayor empresa pública del textil, Misr, con 24.000 empleados y situada en El-Mahalla El-Kubra (delta del Nilo), inició el 10 de febrero una huelga indefinida, y la lucha se extiende también a la planta textil de Suez Trust. En Alejandría, decenas de miles de trabajadores de la enseñanza y de la sanidad se han declarado en huelga. Exactamente igual que los trabajadores de Telecom Egypt en el Ciaro y otras ciudades del país. El diario opositor Al Shoruk habla de que el “tsunami de Tahrir se contagia a los trabajadores. La ira llega a los sindicalistas”. Las huelgas se extienden a todos los sectores, como la Compañía del Carbón Egipcia, la Compañía Nacional de Cemento, la empresa pública del petróleo, los ferrocarriles, los autobuses públicos de El Cairo, o grandes comercios. “La clase trabajadora ha irrumpido en la arena con toda su fuerza. La suerte del régimen de Mubarak estará sellada muy pronto”, señala el conocido bloguero Osma al-Hamalawy.

29. Por otra parte, el día 30 de enero se formó la Federación Egipcia de Sindicatos Independientes, que aúna a trabajadores de la industria y servicios públicos y a jubilados, y que en su declaración pública “invita a todos los trabajadores egipcios a crear comités civiles para defender sus lugares de trabajo, a los trabajadores y a los ciudadanos en estos momentos críticos y a organizar acciones de protesta y huelgas en los lugares de trabajo, con excepción de los lugares de trabajo en sectores vitales, para que se lleven a cabo las demandas del pueblo egipcio”.

30. Es vital extender la lucha huelguista hasta hacerla confluir en una huelga general insurreccional contra la dictadura, y fortalecer los comités obreros que están surgiendo en numerosas localidades como órganos de poder de la revolución. Estos comités, junto con los sindicatos obreros independientes y clasistas deben tomar en sus manos la tarea de la autodefensa de la revolución (defensa de los locales sindicales y de los manifestantes, proselitismo entre las tropas, etc.).

 

Por un programa y una estrategia para el triunfo de la revolución

 

31. La convocatoria de elecciones libres, tan ansiado por el movimiento, en manos de la reacción es un señuelo (en forma de promesa vaga) para vaciar de contenido revolucionario al movimiento. Los imperialistas y la burguesía árabe intentan centrar la atención en este punto y esconder el profundo contenido social de la revolución. Las palabras ‘libertades democráticas’ suenan igual, pero significan distinto, en boca de los burgueses y de los obreros. Para los primeros, sólo puede significar levantar un escenario aparentemente democrático, donde se discutan cuestiones menores mientras las decisiones fundamentales las sigan tomando ellos (la burguesía árabe y los imperialistas), a la vez que ponen todas las trabas necesarias para que esas libertades formales no puedan poner en cuestión quién tiene el poder real. Para los trabajadores, ‘libertades democráticas’ significa plenos derechos de organización, de expresión, de manifestación y mejoras materiales que les permitan avanzar en su lucha por una vida sin explotación. Sólo con un programa socialista será posible una democracia real, la democracia de los trabajadores y el resto de oprimidos.

32. La situación actual en los países árabes reivindica plenamente la teoría de la revolución permanente desarrollada por León Trotsky. La única posibilidad de realizar plenamente las aspiraciones democráticas de las masas, y mejorar radicalmente sus condiciones de vida, es tomando medidas decisivas contra el imperialismo y el capitalismo. Expropiando las multinacionales que han robado la propiedad estatal y saquean los recursos naturales de estos países; las empresas de las camarillas dirigentes, y militares; la banca, y otras grandes empresas capitalistas; incautando las extensiones de tierra de los grandes propietarios y llevando a cabo una auténtica reforma agraria en beneficio de las masas campesinas, la población tendría los medios para elevar los salarios, desarrollar las infraestructuras, establecer servicios sociales, sanidad y educación pública y se podría ofrecer una vida digna a toda la población. La más amplia y profunda democracia, por la que luchan las masas oprimidas, sólo puede realizarse de forma concreta acabando con el poder del imperialismo y de la burguesía árabe, que son las dos fuerzas que están detrás de todas estas crueles dictaduras. La clase obrera árabe, encabezando a todos los oprimidos de la sociedad, debe tomar el poder en sus manos, igual que hicieron los trabajadores y campesinos pobres en Rusia durante la revolución de octubre de 1917. Sólo así, estableciendo las bases para un Estado obrero y socialista, es posible garantizar un amplio desarrollo económico, social y cultural del pueblo árabe.

33. Las revoluciones en Túnez y Egipto han puesto en evidencia, una vez más, que los oprimidos sólo podemos confiar en nuestra propia fuerza y organización y en los métodos de lucha de la clase obrera (huelgas y movilizaciones de masas, desarrollo de asambleas, comités elegibles y revocables...) para conseguir nuestros objetivos. El auténtico carácter de líderes como el presidente libio Muamar el Gadafi y otros —que durante años han intentado presentarse como luchadores antiimperialistas y que en algunos países en revolución como Venezuela o Bolivia todavía son considerados como tales— ha quedado en evidencia. Gadafi apoyó a Ben Alí hasta que ya era un hecho que la acción revolucionaria de las masas y en particular de la clase obrera había obligado al dictador tunecino a huir del país. Gadafi también ha sido, curiosamente junto a líderes sionistas de Israel como Netanyahu y Simón Peres, los que con más ahínco defienden la continuidad de Mubarak en el poder y temen el movimiento revolucionario de las masas árabes. Esto contiene una importante lección para las masas. Como ya hemos dicho, ningún líder o gobierno burgués o pequeñoburgués que se mantenga dentro del capitalismo, podrá defender sincera y consecuentemente los intereses de los jóvenes, trabajadores y campesinos del mundo árabe. Por mucho que en un determinado momento algunos de estos líderes puedan llenarse la boca de retórica nacionalista o antiimperialista para labrarse una base social entre sectores de las masas, o incluso si en un determinado momento a causa de sus propios intereses tienen choques y desencuentros con el imperialismo, finalmente su carácter e intereses de clase entrarán en contradicción con los intereses y necesidades de las masas y harán todo lo posible por frenar y, si no pueden, reprimir la organización y movilización de la clase obrera y el resto de los explotados.
34. La estructura del Estado burgués no sirve para los fines de una democracia obrera. Es necesario crear las condiciones para la sustitución de las podridas estructuras de la dictadura, que ahora pretenden restaurar con un barniz democrático, por la estructura que, de forma irregular, inconstante, imperfecta, está surgiendo en Túnez y Egipto: los comités de diferente tipo que agrupan a las masas organizadas, especialmente de la clase obrera. Mantener contra viento y marea esos comités, extenderlos, coordinarlos, y perfeccionarlos, organizando las tareas, no sólo de la lucha, sino también de todos los aspectos de la vida social, sentará las bases para sustituir el caduco Estado burgués por un Estado mil veces más participativo y democrático: un Estado de los comités, un Estado socialista, donde cada representante sea elegido y revocable por la asamblea que lo elige, donde ninguno cobre más que el salario medio de un obrero cualificado, donde las funciones de representación se empiecen a realizar de forma rotatoria, y donde el pueblo organizado y armado sustituya al ejército permanente. Esta democracia de los comités podrá garantizar la máxima libertad de expresión y organización, sin mayor límite, evidentemente, que las medidas necesarias para contrarrestar la resistencia violenta de la reacción.

35. Mientras los activistas, y especialmente la clase obrera, lucha por extender y profundizar los comités, y se crean las condiciones para que ésta dirija al resto de la sociedad hacia la toma del poder, es necesario desenmascarar todas las maniobras pseudodemocráticas del imperialismo. Como los maquillajes baratos de los antiguos regímenes están siendo insuficientes para aplacar la revolución, es previsible, en determinado momento, que adopten la bandera, aparentemente rupturista, de la Asamblea Constituyente. La convocatoria, o la promesa de convocar una Asamblea Constituyente, es un engaño. Sin tocar las bases materiales del poder de la burguesía, cualquier tipo de asamblea se enredará en todo tipo de discusiones y maniobras parlamentaristas, que polemizarán sobre aspectos secundarios. Mientras, los oprimidos, los protagonistas de la insurrección, verán pasar el tiempo sin ninguna perspectiva concreta de solución de sus perentorios problemas: el paro, la carestía de la vida, la explotación, la reforma agraria, la depuración del Estado. De esta forma la clase dominante intentará cansar al sector más consciente y activo de las masas, aislarlo del resto y recuperar plenamente su control.

36. Es imprescindible contraponer a esta consigna vacía, de la que ya se hacen eco algunos grupos de izquierda, la de un Parlamento Revolucionario basado en poder de los comités, con diputados elegidos por estos comités revolucionarios, cuyo objetivo sea llevar hasta el final la revolución, rompiendo con todos los elementos del viejo régimen, aplicando sin ningún tipo de concesión las profundas reivindicaciones democráticas, y las medidas socialistas de lucha contra el capital necesarias para llenarlas de contenido. Un llamamiento a desarrollar el poder de los comités, establecer este parlamento revolucionario y un gobierno obrero y socialista, electrizaría la participación de todos los oprimidos.
37. Para la defensa de este programa se hace urgente y necesaria la construcción de un referente político genuinamente revolucionario y marxista, capaz de agrupar a los sectores más combativos y conscientes de la clase obrera y de la juventud árabe, y tras ellos al conjunto de las masas oprimidas. La existencia de un partido marxista con raíces en el movimiento es la única garantía para neutralizar eficazmente las inevitables maniobras de la burguesía y del imperialismo, consistentes en impulsar alianzas “de todos los demócratas” y promover a “amigos del pueblo” con el fin de anular la acción independiente de la clase obrera y descarrilar el proceso revolucionario. La tremenda energía de las masas revolucionarias es imprescindible para completar la revolución. Pero no es suficiente. Es necesario organizar a los sectores más avanzados del movimiento obrero, y otros sectores, aprender de cada lección de estos acontecimientos, de la rica experiencia de la lucha de clases a nivel internacional, formarse en el socialismo científico, el marxismo, y poner las bases para un partido revolucionario de masas que encauce toda esa energía hacia la victoria. Esta tarea es la que justifica la existencia de la Corriente Marxista Revolucionaria (Internacional).

38. El destino de la revolución árabe está íntimamente ligado al futuro de la revolución en todo el mundo, y al revés. En la reunión de seguridad de Munich ya citada, Anders Fogh Rasmussen, secretario general de la OTAN, expresó lo siguiente: “Acontecimientos vertiginosos se están produciendo en Egipto, Túnez y otros países (...). El resultado de estas revueltas es incierto. Sus consecuencias a largo plazo, impredecibles. Pero una cosa queda clara: las placas tectónicas se están moviendo (...). En juego, en este tiempo, no está sólo la economía mundial: también el orden mundial.” Estas declaraciones van al meollo de la relación entre estos acontecimientos y las perspectivas para lucha de clases a escala mundial. La experiencia de la URSS y de tantos otros pueblos demuestra que el socialismo no se puede hacer sin la participación consciente de las masas, y tampoco sin su extensión a nivel mundial, en un determinado periodo de tiempo. Por otra parte, de igual forma que la revolución en América Latina, este grandioso acontecimiento impacta sobre la conciencia de millones de trabajadores. Después de mucho tiempo, las masas empiezan a ver la posibilidad de cambiar las cosas de una forma decisiva, a través de la fuerza colectiva e imprimiendo un carácter internacional a la lucha. Por eso, hoy más que nunca, la lucha de los oprimidos exige de un programa socialista e internacionalista en defensa de la creación de una Federación Socialista Árabe, para acabar con el atraso, la miseria, el sectarismo y el integrismo religioso. Los trabajadores de todo el mundo cumpliremos con nuestra tarea y brindaremos todo el apoyo a la magnífica revolución de las masas árabes enarbolando la consigna que hiciera famosa Rosa Luxemburgo ¡Socialismo o barbarie!

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