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La captura y asesinato de Muamar el Gadafi marca un punto de inflexión en el desarrollo de los acontecimientos en Libia y plantea varios interrogantes. ¿Quién y por qué decidió eliminar al dirigente libio, que fue detenido con vida y ejecutado antes de ser juzgado? ¿Cuál era el carácter del régimen gadafista y por qué se insurreccionaron contra él las masas? ¿Qué intereses de clase representa el nuevo gobierno libio y cuáles son las perspectivas tras el fin de la era Gadafi para Libia?
En diferentes artículos —empezando por los análisis que la CMR elaboró en pleno desarrollo de la insurrección en Bengasi y otras ciudades libias, y continuando con los escritos durante los últimos meses contra la criminal intervención imperialista y analizando el desarrollo de la guerra civil— hemos respondido a varias de estas preguntas. Sin embargo, para los revolucionarios es preciso volver una y otra vez sobre estos análisis para comprender que está pasando realmente en el país africano y combatir los “argumentos” que tanto desde los medios de comunicación burgueses como desde determinados sectores reformistas y oportunistas (o sectarios) de la izquierda se están planteando.

 

Crónica de una muerte anunciada

 

La ejecución de Gadafi ha sido la crónica de una muerte anunciada. Había demasiada gente interesada en que el hombre que gobernó Libia durante los últimos 40 años desapareciese de escena del modo más rápido y haciendo el menor ruido posible.
Varios de los dirigentes del Consejo Nacional de Transición (CNT), base del nuevo gobierno libio, fueron estrechos colaboradores de Gadafi durante años. Hasta el mismo momento de la insurrección de las masas en Bengasi y otras ciudades, en febrero de este año, estaban implicados en todas y cada una de las políticas que ahora dicen rechazar. Viendo amenazados su influencia y privilegios por la insurrección en marcha, estos “líderes” vendieron sus servicios al imperialismo a cambio de seguir ocupando un lugar prominente en la estructura de poder de Libia.
El hombre fuerte del Consejo Nacional de Transición, Mustafá Abdelyalil, era ministro de Justicia con Gadafi. Mahmoud Jibril , otro connotado representante del CNT, fue ministro de Desarrollo. Choukri Ghanem, el cual —según un medio de comunicación completamente favorable a la intervención imperialista como la revista escuálida venezolana Zeta— “está siendo aupado desde el exterior para configurarse como un político de peso” en la nueva Libia, fue ministro de Petróleo. Ghanem pertenecía además al círculo de confianza de Seif-el-islam, el hijo de Gadafi que hasta la insurrección de febrero mantenía relaciones más estrechas con los capitalistas occidentales.
Como también hemos explicado en detalle en anteriores artículos, durante los últimos años la mayoría de mandatarios burgueses europeos habían desarrollado jugosos negocios y estrechos lazos personales y políticos con el derrocado líder libio, buscando el petróleo del país africano y la colaboración de aquel en la lucha contra Al Qaeda o contra la inmigración “ilegal” hacia Europa.
Es sabido que Berlusconi compartía negocios con Gadafi y que la empresa estatal libia controlada por la familia de éste mantenía importantes inversiones en Italia. El propio hijo de Gadafi anteriormente mencionado, Seif-el-Islam, explicó ante las cámaras —cuando acusó de traidor a Sarkozy— cómo la familia Gadafi había contribuido a financiar la campaña electoral del derechista presidente francés. Otros amigos de Gadafi poco interesados ahora en que se recuerden sus lazos con él son los inefables Tony Blair o José María Aznar. Este último todavía se permitió en plena intervención militar de la OTAN referirse a Gadafi como un “amigo excéntrico” y pidió un esfuerzo para recuperar las buenas relaciones con el coronel. En este distinguido club tuvo también una participación destacada el monarca español Juan Carlos I.
Un Gadafi sin nada que perder y sometido a juicio era un cabo suelto que podía poner en evidencia a muchos de estos criminales imperialistas y desvelar no pocos secretos inconvenientes, rompiendo el velo de hipocresía con el que la clase dominante intenta ocultar su verdadero carácter y actividades. Lo mismo se puede decir de los dirigentes del CNT, muchos de los cuáles hasta el mismo día de la insurrección eran responsables de todo tipo de pequeñas y grandes corruptelas, así como de brutales actos de represión contra las masas, que Gadafi podía destapar.
Como decíamos al inicio de este artículo, la ejecución de Gadafi marca un antes y un después en la historia de Libia. Para entender que está pasando en el país africano y trazar las perspectivas políticas para el mismo es necesario analizar primero el carácter que tenía el régimen de Gadafi, las causas del levantamiento de las masas contra él, así como el carácter del Consejo Nacional de Transición (CNT) y de los dirigentes del nuevo gobierno libio.

 

Los orígenes políticos de Gadafi

 

¿Quién fue Muammar el Gadafi? ¿Por qué el hombre que encabezó el golpe de 1969 contra la monarquía y logró un apoyo generalizado entre las masas con un discurso y algunas medidas nacionalistas, antiimperialistas e incluso revolucionarias pudo terminar —tras 40 años en el poder— enfrentado a una insurrección de masas y siendo violentamente derrocado?
Gadafi nació en la ciudad de Sirte en 1942, en una familia humilde. Con sólo 20 años se unió a la clandestina y nacionalista Unión de Oficiales Libres, que desde 1964 había creado un grupo de oficiales medios del ejército libio. En 1969, con sólo 26 años, el coronel Gadafi encabeza el golpe de Estado que derriba al rey Idris, agente de las potencias imperialistas occidentales. Este golpe tomaba como punto de referencia el que en 1952 habían llevado a cabo el Grupo de Oficiales Libres en Egipto.
Para comprender la evolución política de Gadafi desde entonces es importante detenerse en el proceso de revolución y contrarrevolución que vivió todo el mundo árabe durante esos años. Tras los procesos de independencia política desarrollados en la mayoría de países árabes luego de la segunda guerra mundial, y el desastre que supuso para los pueblos árabes la guerra de 1948 contra Israel, entre amplios sectores de las sociedades de la región se vivía un ambiente de radicalización, giro a la izquierda y cuestionamiento generalizado a los gobiernos proimperialistas y monarquías reaccionarias gobernantes, responsables inmediatos del citado desastre.
Hartos de la corrupción, represión contra sus propios pueblos y acuerdos con los imperialistas de la burguesía y los latifundistas, sectores medios del ejército, de la burocracia estatal y de la intelectualidad, deciden apoyarse en el pueblo y enfrentarse a esos gobiernos planteando un programa nacionalista y en algunos casos proponiendo incluso un discurso y algunas medidas socialistas (nacionalizaciones, etc.) que buscan resolver muchos de los problemas que sufrían las masas.
La punta de lanza de este proceso será la revolución egipcia dirigida por Gamal Abdel Nasser. En 1952 el Grupo de Oficiales Libres, toma el poder en El Cairo y proclama un gobierno nacionalista y revolucionario. Dentro del propio movimiento hay una lucha entre los sectores más moderados y más radicales y se imponen los segundos, liderados por Nasser. Tras el intento del imperialismo británico, francés y estadounidense de asfixiar económicamente al gobierno nasserista éste acomete la nacionalización del canal de Suez y apoyándose en la movilización de las masas, a las cuales llegó a repartir armas y organizar en milicias, logra derrotar la intervención imperialista franco-británica.
La causa fundamental de esta victoria fue la enorme simpatía que la revolución egipcia despertaba entre las masas en todo el mundo y en particular en el mundo árabe. El intento de los imperialistas británicos y franceses de aplastar la revolución egipcia fue contestado con movilizaciones e insurrecciones de masas en toda la región. Hasta el gobierno de Arabia Saudí se vio obligado, ante la presión desde abajo, a amenazar con cortar el suministro de petróleo a los imperialistas. La burocracia estalinista de la URSS también tuvo que apoyar pública e incondicionalmente a Nasser, e incluso el gobierno estadounidense, por sus propios intereses y presionado por la opinión pública, hubo de desmarcarse de Francia y Gran Bretaña. La victoria de la clase obrera y el pueblo egipcios frente al imperialismo radicalizó hacia la izquierda la revolución en el propio Egipto y creó una ola de simpatía internacional, animando la lucha revolucionaria en todos los países vecinos.
Este es un ejemplo más de algo que hemos repetido los marxistas de la CMR. La mejor garantía contra la intervención imperialista, en realidad la única, es la movilización revolucionaria de las masas. El que estas se mantengan en efervescencia, movilizadas y organizadas, con confianza en sí mismas y fe en que la revolución suponga un cambio radical en sus vidas. La defensa masiva de la revolución egipcia, como las victorias en Venezuela contra el imperialismo en abril y diciembre de 2002, agosto de 2004, diciembre de 2006, reflejan esa etapa ascendente de la revolución en la que las masas sienten que están avanzando.
Pero para que éste ambiente siga manteniéndose resulta imprescindible que, más pronto que tarde, la revolución complete sus tareas; que las masas sientan que de verdad son dueñas del poder, dirigen el gobierno y el Estado y éste empieza a resolver de manera concluyente sus problemas. De lo contrario, si la revolución se queda a medias, sectores crecientes del pueblo pueden empezar a perder su confianza en los dirigentes que las llamaron a la lucha. En una situación semejante, los sectores contrarrevolucionarios, reformistas y burocráticos —que tienden a desarrollarse en todas las revoluciones—, así como los propios burgueses locales e imperialistas, encontrarán condiciones más favorables para recuperar la iniciativa. La revolución árabe de los años 60, y en particular la egipcia, fue un ejemplo claro de esto.

 

El Gadafi de 1969 frente al de 2011

 

Tras su victoria en Suez, Nasser profundizó la política de nacionalizaciones, proclamó el socialismo e incluso llegó a plantear en un primer momento medidas como que un porcentaje de los cargos públicos recayesen sobre trabajadores o campesinos. La revolución se convirtió en un punto de referencia para toda la región, animando la lucha antiimperialista de las masas y extendiendo su influencia a Siria, Iraq, o Yemen, donde se desarrollaron procesos revolucionarios similares. Mientras tanto, el imperialismo contraatacaba para intentar aislarles, apoyándose en las monarquías y gobiernos más reaccionarios de la región, como los del rey Hussein de Jordania, la monarquía de Arabia Saudí y otros.
Ese es el contexto en el que un grupo de militares libios liderados por Gadafi, organizaron su golpe de Estado. Los mismos males que habían provocado los golpes y procesos revolucionarios de Egipto y los demás países citados existían en igual o incluso mayor medida en Libia. En el momento de declarar su independencia Libia estaba considerado uno de los países más pobres de África. Entre 1961 y 1969 el desarrollo de la producción petrolera generó un incremento importante de la riqueza, pero ésta era saqueada por las multinacionales imperialistas y una pequeña minoría privilegiada que rodeaba al rey Idris.
Cuando Gadafi y sus compañeros de armas toman el poder deciden mirar hacia el ejemplo de Nasser, y muchas de las primeras medidas que acometen van el mismo sentido que las aplicadas por éste. Nacionalizan el petróleo y ponen otras empresas en manos del Estado. Eso permite generar un elevado volumen de ingresos y mejorar los niveles de vida de las masas. Libia pasa de ser uno de los países más pobres de África a ser considerado el más rico.
Aquí tenemos un primer contraste entre el Gadafi de entonces y el de los últimos años. Mientras el de los años 60 y 70 nacionaliza la industria petrolera el de la última década del siglo XX y la primera del XXI, siguiendo las exigencias del FMI y los gobiernos occidentales, emprendió un ambicioso plan de privatizaciones y reformas de mercado. Mientras entonces Gadafi apoya la revolución en marcha en Egipto, en 2011 —cuando se inicia la revolución árabe con las insurrecciones de Túnez y Egipto— Gadafi no sólo no apoya a los revolucionarios sino que se cuadra con títeres imperialistas como Mubarak o Ben Alí, les llama a mantenerse firmes, justifica la represión contra las masas y muestra un desprecio insultante por sus reivindicaciones y esperanzas.
Este cambio de actitud no era casual, reflejaba el profundo cambio que se había operado en el carácter de su régimen, sus posiciones políticas y sus relaciones con las masas. Expresaba también este cambio, en última instancia, la derrota del movimiento revolucionario árabe de los años 50, 60 y 70.

 

Las causas de la derrota de las revoluciones árabes del siglo XX

 

El drama de los procesos revolucionarios que se dan en todo el mundo árabe durante los años 50, 60 y parte de los 70 consistió en que, tras años en el gobierno, la revolución se quedó a medio camino y finalmente acabó desviándose totalmente de lo que esperaban de ella las masas.
En Egipto, el país clave, se da un proceso en el que alrededor de las empresas nacionalizadas, en torno al aparato del Estado y al frente de las cooperativas y granjas impulsadas por la reforma agraria nasserista se desarrollan tanto una amplia burocracia estatal como una emergente burguesía nacional que entra en contradicción con las aspiraciones de los trabajadores y las masas populares y presiona para frenar y moderar el proceso revolucionario.
Tras la derrota en la guerra de 1967 con Israel, el propio gobierno de Nasser —que desde 1952 daba bandazos a derecha e izquierda, entre la presión de las masas por un lado y la de la burguesía nacional y el imperialismo por otro—, se ve envuelto en contradicciones cada vez más flagrantes. En la práctica se había iniciado un giro a la derecha, aunque manteniendo todavía muchas de las medidas sociales y orientaciones políticas de los años anteriores. Este giro dará un salto cualitativo tras la muerte del líder revolucionario y la llegada al poder de uno de sus más estrechos colaboradores: Anwar el Sadat. En política exterior, Sadat firmará el pacto de Camp David con los imperialistas estadounidenses y con el propio gobierno sionista. Este pacto significa traicionar la causa del pueblo palestino y en la práctica representa un mensaje inequívoco a las masas y a los propios imperialistas: el gobierno egipcio abandona cualquier pretensión revolucionaria y busca el beneplácito de los capitalistas árabes y los imperialistas occidentales.
En política interior, Sadat se convierte en portavoz de esa burocracia y burguesía emergente que han crecido a la sombra de las políticas de nacionalización de Nasser, e intensifica la represión contra los trabajadores y la izquierda, hasta el punto de aplastar sangrientamente a finales de los años 70 las movilizaciones de masas de los estudiantes y trabajadores egipcios bautizadas como la Comuna de El Cairo. Tras su asesinato en 1981 en un atentado, el poder pasará a manos de Hosni Mubarak, otro militar cuyo poder ha ido creciendo a la sombra de la derechización de la revolución y el desarrollo de la alianza entre la burguesía tradicional y la nueva burguesía que se ha desarrollado aprovechando el apoyo a la industria nacional del régimen nasserista y el saqueo del Estado.
Mubarak instaura un régimen todavía más represivo contra los trabajadores y la izquierda, culmina el acercamiento al imperialismo estadounidense ya iniciado por Sadat y convierte al ejército egipcio —que había encabezado el movimiento antiimperialista en la región— en el principal peón, junto a Israel, de la dominación imperialista en Oriente Medio.
El ascenso y caída de la revolución egipcia, y del movimiento revolucionario que sacudió al mundo árabe durante los años 50 y 60, forma parte de un proceso más general en el que esos sectores militares, de funcionarios del Estado e intelectuales que como respuesta a la incapacidad del capitalismo para desarrollar las fuerzas productivas habían acometido procesos de nacionalización e impulsado las llamadas revoluciones nacionales, al carecer de un programa marxista para llevar estas hasta el final, destruir el Estado burgués y construir un Estado revolucionario, y temerosos de la creciente organización y reivindicaciones de la clase obrera y el campesinado pobre, acaban girando a la derecha, cayendo bajo la influencia directa o indirecta de la burguesía y de los imperialistas, y chocando con las masas, las cuales exigen llevar la revolución hasta el final y que ésta signifique una transformación drástica de sus condiciones de vida.

 

Socialismo o capitalismo. La revolución permanente

 

Como ya explicaba Marx, en la sociedad contemporánea sólo son posibles dos tipos de Estado: uno dirigido por la clase obrera, organizando y movilizando junto a ella al resto del pueblo explotado, o un Estado que —lo proclame o no— si no es dirigido por el proletariado, en la práctica sólo puede convertirse en instrumento directo o indirecto de la explotación de la burguesía. Todos los intentos de construir algún tipo de formación social, estatal y económica intermedia han fracasado, confirmando así el diagnóstico de Marx en el que luego insistieron una y otra vez Lenin y Trotsky.
Particularmente, el análisis de Trotsky sobre la revolución permanente sigue teniendo la máxima vigencia para comprender no sólo porque fue derrotada la revolución árabe de los años 60, sino para entender también las lecciones que de aquel proceso se derivan para las revoluciones actualmente en marcha.
En virtud del carácter mundial del modo de producción capitalista, las burguesías de todos estos países (e incluso las capas superiores de la pequeña burguesía) están plenamente integradas en la estructura de dominación burguesa y no están interesadas en impulsar ningún movimiento revolucionario serio. En cuanto las masas obreras y campesinas se ponen en marcha, junto a sus reivindicaciones democráticas (derecho a organizarse, elecciones libres, libertad de prensa, manifestación, etc.) tienden a plantear de manera inevitable la reforma agraria, la reducción de la jornada laboral, el aumento de salarios, su derecho a formar sindicatos y organizar huelgas, el desarrollo de consejos de trabajadores y del control obrero, etc.
La burguesía nacional, e incluso una parte de las capas superiores de la pequeña burguesía más próximas a ella, comprenden que tienen muchos más intereses comunes con las burguesías imperialistas —que luchan por mantener la propiedad privada de los medios de producción, el Estado capitalista y la búsqueda del máximo beneficio— que con los campesinos pobres y el proletariado. Estos son en realidad sus enemigos de clase. Como resultado, cualquier revolución nacional o democrática en estos países se transforma desde su mismo inicio en una revolución socialista. La revolución empieza en un país determinado y planteando objetivos nacionales, pero se convierte de manera inmediata e inexorable en internacional, independientemente de que sus líderes lo quieran o no, y tiende a extenderse a los países vecinos y a polarizar a los gobiernos, partidos y fuerzas sociales de estos a favor o en contra. Cualquier intento de separar las consignas democráticas de las socialistas, planteando una etapa de supuesta revolución democrática separada de la lucha por el socialismo, está condenado al fracaso.
Aunque hablaban de socialismo (socialismo islámico, socialismo árabe, etc.) ninguno de los dirigentes de las revoluciones árabes de mediados del pasado siglo intentó construir un Estado revolucionario dirigido por los trabajadores y el pueblo que expropiase a los capitalistas y planificase democráticamente la economía. Su objetivo era combinar elementos de socialismo y capitalismo, desarrollando diferentes ensayos de lo que hoy algunos llaman economía mixta. El resultado era que la economía seguía funcionando sobre bases capitalistas y las masas seguían sufriendo las lacras de este sistema.
Incluso en los casos en que, como ocurrió en Siria o Yemen, sí acometieron la nacionalización de los medios de producción, el régimen resultante —al no basarse en la gestión de la economía y la dirección del Estado por consejos de delegados elegibles y revocables de los trabajadores sino en la instauración de una economía completamente estatizada y planificada pero bajo el control de la cúpula militar y la burocracia del Estado— no será un régimen revolucionario de democracia obrera sino un régimen de bonapartismo proletario, a imagen y semejanza de la Rusia estalinista.

 

El giro a la derecha de Gadafi

 

En Libia, Gadafi intenta mantenerse en un término medio entre la dirección que siguen los acontecimientos en Egipto y la de Siria o Yemen. Tras plantear la unificación con Egipto de 1970 a 1973, dicho proyecto se rompe a causa de las crecientes contradicciones entre ambos a gobiernos. Frente al veloz giro derechista de Sadat, Gadafi mantiene su discurso antiimperialista y toma toda una serie de medidas que, aprovechando el monopolio estatal del petróleo y la reducida población de Libia, permiten elevar significativamente los niveles de vida, haciendo que se convierta en uno de los países con mayor renta per cápita de la región. Pero en ningún momento cuestiona la lógica política que había llevado finalmente a la traición y derrota de la revolución egipcia. Al contrario, sus posiciones políticas (recogidas en su Libro Verde, escrito a mediados de los años 70) representan un retroceso frente a algunas de las conclusiones más avanzadas a los que había llegado Nasser e introducen aún más confusión entre aquellos miles de luchadores árabes honestos que buscaban en estas propuestas un nuevo programa que pudiese revitalizar la revolución en el mundo árabe.
Al mismo tiempo que denuncia toda una serie de aspectos del capitalismo, Gadafi rechaza de manera inequívoca el marxismo y plantea una tercera vía, un supuesto socialismo islámico que superaría ambos. En la práctica, esto significará reprimir y perseguir cualquier intento de sectores de la clase obrera y de la izquierda de aproximarse a las genuinas ideas del socialismo científico. Aunque en el mismo nombre de la República de Libia se incorpora la palabra socialista y se habla de gobierno de las masas y de poder popular la realidad es que el poder no está en manos de los trabajadores. La industria petrolífera —que es la más importante del país— no será dirigida por Asambleas y consejos de trabajadores sino por los gerentes nombrados a dedo desde la propia cúpula del Estado y del ejército.
El control del Estado no estará nunca en manos de los trabajadores y de las masas sino en manos del propio Gadafi, los oficiales que le acompañan y un reducido círculo de allegados. Las condiciones de existencia, como explicaba Marx, determinan en última instancia la conciencia, las ideas que uno acaba defendiendo y las actuaciones que lleva a cabo. Al independizarse totalmente del control de las masas y acumular todo el poder en sus manos y, además, rechazar una ideología y un método científico que como el marxismo permiten comprender las leyes que rigen la economía, la revolución y la lucha de clases y basarse en la clase obrera para intervenir sobre ellas, el resultado será una transformación paulatina del carácter del régimen Gadafista, sus objetivos y su relación con las masas.
El creciente culto a la personalidad tiende a separar a Gadafi de las masas y hace que se rodee de una camarilla cada vez más degenerada. Al mismo tiempo se desarrolla un endiosamiento del líder, que actúa como si las masas le pertenecieran o pudiese decidir, pensar y sentir por ellas. Esta situación mantenida durante décadas y combinada con la represión de cualquier movimiento crítico o independiente por parte de la clase obrera fue determinante para que el régimen Gadafista pasase de contar con un apoyo importante entre las masas a ser masivamente cuestionado, primero de un modo silencioso, y en los últimos años de manera mucho más abierta.

 

El carácter del régimen gadafista de los últimos tiempos

 

A partir de finales de los años 80 y principios de los 90, con el colapso del estalinismo (con el cual mantenía una alianza inestable y circunstancial en la región) Gadafi rebaja a la mínima expresión cualquier llamado a luchar por una revolución en el resto del mundo árabe y adopta cada vez más claramente una política de búsqueda de alianzas con regímenes reaccionarios y oscurantistas de la zona. Esto va acompañado de una exaltación aún mayor del culto a la personalidad y una sustitución paulatina de las referencias socialistas en su discurso por referencias religiosas, un incremento de la represión dentro del propio país (a principios de los años 90 un levantamiento de masas en Bengasi es reprimido sangrientamente) y el desarrollo creciente de lujos y corrupción en su entorno, así como por unas actuaciones cada vez más erráticas y arbitrarias por su parte.
Los hijos de Gadafi acceden a posiciones decisivas en el aparato del Estado que utilizan para enriquecerse y dirigir el Estado como si de una propiedad privada se tratase. Muchos de los mismos que hoy encabezan el CNT son mafiosos que se enriquecen a costa de saquear la renta petrolera. Además de Abdelyalil, actual presidente del CNT y los otros ex ministros de Gadafi que ya mencionamos, un ejemplo es el de Abdelsalem Jailloud, hoy convertido también en dirigente del CNT. Jailloud, uno de los jefes del ejército, fue considerado hasta 1994 el número 2 de Gadafi . Tras caer en desgracia se convirtió en un hombre de negocios de los más ricos del país y se estableció en Francia. Perteneciente al clan tribal Mergaha, hoy es uno de los muchos mafiosos que pugnan por sacar tajada de la transición libia. Lo mismo ocurre con varios ministros y ex ministros que participaron directamente en el proceso de privatizaciones de los últimos años.
Durante las últimas décadas, pero muy especialmente desde la ocupación imperialista de Iraq, Gadafi abandona incluso en las palabras cualquier referencia revolucionaria y profundiza un acercamiento a las potencias imperialistas. Concede a Italia hasta el 40% del petróleo libio a cambio de apoyo internacional y de poder realizar rentables inversiones en Italia. Entrega a EEUU a activistas de Al Qaeda y listas de activistas de organizaciones reclamadas por el Departamento de Estado estadounidense como terroristas. Colabora con los servicios secretos británicos o en la represión de la llamada inmigración ilegal hacia la UE. El gobierno libio también desarrolla actuaciones intervencionistas y que siguen las mismas pautas de los imperialistas en países africanos como Chad o Malí. Si el líder del golpe de 1969 se definía como revolucionario, nada queda de ello en el hombre que ahora llama amigos a dictadores como Ben Alí y Mubarak o a imperialistas como el rey de España, Berlusconi o Aznar.
Todo este giro hace que los imperialistas, incluso los estadounidenses, que le habían incluido en la lista de países que apoyan el terrorismo y bombardeado Trípoli en 1985, decidan cambiar de estrategia respecto a Libia. Su objetivo pasa a ser hacer negocios y buscar acuerdos con Gadafi y moverse entre sus hijos buscando el posible sucesor más favorable a sus intereses. El 15 de febrero, el mismo día en que se inician las primeras protestas masivas contra Gadafi el FMI se refiere a las reformas neoliberales del gobierno libio en los términos más favorables: “Un ambicioso programa de privatización de los bancos y desarrollar el sector financiero naciente está en marcha. Los bancos han sido parcialmente privatizados, las tasas de interés descontroladas, y se alentó la competencia. Los esfuerzos en curso para reestructurar y modernizar el BCL (Banco Central de Libia) se están llevando a cabo con la asistencia del Fondo. (…) Las reformas estructurales en otras áreas han progresado. La aprobación a principios de 2010 de una serie de leyes de gran alcance es un buen augurio para fomentar el desarrollo del sector privado y atraer inversión extranjera directa” (Nota de información al público nº 11/23 del FMI sobre Libia, febrero de 2011).
Pero desde el punto de vista del pueblo libio, el resultado de estas políticas a lo largo de años es incrementar enormemente las desigualdades sociales. Quienes desde la izquierda siguen defendiendo al régimen de Gadafi como progresista aducen que Libia es el país con mayor renta per cápita de África. Eso es cierto, de hecho su renta per cápita supera incluso a la de un país como Brasil. Pero precisamente por eso es más increíble e injustificable que, después de 40 años de un gobierno que se proclama socialista y revolucionario, el 30% de la fuerza laboral esté desempleada, el 35% viva en la pobreza y las diferencias sociales, enormes, no tiendan a reducirse sino a verse ampliadas.

 

Libia 2011: ¿complot del imperialismo o insurrección de las masas?

 

Esta situación de retroceso para las masas, unida a la corrupción galopante, la represión de cualquier movimiento independiente de los trabajadores y el pueblo demandando mejoras o criticando a sectores de la camarilla dirigente, y a las crecientes diferencias entre esa cúpula dirigente y las masas, serán el combustible que alimenta la insurrección de masas. Al calor del ejemplo de las victorias revolucionarias en Egipto y Túnez, el levantamiento revolucionario empieza a extenderse por toda Libia desde el 15 de febrero de este año.
Las primeras manifestaciones de masas en Bengasi, Trípoli y otras ciudades son contestadas por Gadafi, Abdul Yalil, Jibril y otros que hoy desde las filas del CNT se dicen demócratas y luchadores por la libertad con la represión. Por cierto que las declaraciones de Obama, Clinton, Sarkozy, Berlusconi y demás “liberadores” de Libia en ese momento son bastante tibias. Lo único que piden es que Gadafi se “contenga” en su respuesta a la movilización popular y que el gobierno libio y la oposición lleguen a un acuerdo que permita frenar cualquier veleidad revolucionaria. Lo importante es que el petróleo siga llegando.
En ese momento, la táctica de los imperialistas franceses, británicos y estadounidenses, —que no sólo no habían organizado la insurrección, sino que se vieron sorprendidos por ella y temían que pudiera alimentar y empujar a un nivel superior la revolución en el mundo árabe— era buscar un acuerdo entre Gadafi y la oposición que pudiese volver las aguas a su cauce. Sólo cuando las manifestaciones se conviertan en insurrección de masas y algunos líderes tribales y el movimiento que ha convocado las primeras marchas de protesta amenazan con cortar el suministro de petróleo hacia occidente si los gobiernos de la UE siguen apoyando a Gadafi cambia la estrategia de los imperialistas. Pasan a exigir la salida de éste del poder y a buscar otros puntos de apoyo que les permitan descarrilar la revolución y mantener el control de Libia.
Abdelyalil y otros abandonan el gobierno y se declaran a favor de los manifestantes. Los insurgentes toman el control de la ciudad de Bengasi, segunda del país con más de un millón de habitantes, y de toda la frontera oriental. En muy pocos días la revolución se extiende al occidente del país, la tercera ciudad Misurata y otras escapan del control de Gadafi y se suman a la rebelión. En Bengasi, Tobruk y otras muchas localidades comités populares organizados por las propias masas gestionan la vida social: distribución de alimentos y medicinas, seguridad ciudadana, vigilancia de fronteras, etc.

 

¿Por qué pudo ser desviada de sus objetivos la insurrección de las masas?

 

¿Cómo una revolución que parecía avanzar imparable pudo transformarse en su contrario? ¿Cómo líderes que fueron aupados al poder por la iniciativa revolucionaria de las masas pudieron pocas semanas después echarse en brazos del imperialismo y descarrilar la revolución?
Quienes desde la izquierda, con la sabiduría barata del que analiza las cosas a toro pasado, desprecian, ocultan o minimizan el carácter genuinamente revolucionario del movimiento insurreccional en Libia, e intentan responsabilizar de lo ocurrido a la insuficiente conciencia o inmadurez de las masas, hacen un flaco favor a la causa revolucionaria y, en lugar de contribuir a aclarar las causas de lo ocurrido, sólo contribuyen a crear más desorientación al respecto.
Estos sesudos análisis “olvidan” convenientemente que la traición a la revolución que significó que los dirigentes del CNT aceptasen la intervención del imperialismo tuvo durante varias semanas una oposición decidida entre las propias masas de Bengasi, Tobruk y las otras ciudades levantadas en armas contra Gadafi.
El propio Fidel Castro en uno de sus escritos, La guerra inevitable de la OTAN, reconocía este hecho: “Sin duda alguna, los rostros de los jóvenes que protestaban en Bengasi, hombres, y mujeres con velo o sin velo, expresaban indignación real (…) Una profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Bengasi, Abeir Imneina, declaró: ‘Hay un sentimiento nacional muy fuerte en Libia (...) Además, el ejemplo de Iraq da miedo al conjunto del mundo árabe, subraya. (…) Sabemos lo que pasó en Iraq, es que se encuentra en plena inestabilidad, y verdaderamente no deseamos seguir el mismo camino. No queremos que los norteamericanos vengan para tener que terminar lamentando a Gadafi, continuó esta experta’. Pero según Abeir Imneina: ‘también existe el sentimiento de que es nuestra revolución, y que nos corresponde a nosotros hacerla”.
Distintos videos publicados en la web antiimperialista The Real News y otros medios independientes muestran a miles de participantes en las asambleas y comités de Bengasi dispuestos a luchar contra Gadafi pero opuestas a la intervención imperialista y portando pancartas contra la misma. Esto es más importante si cabe porque esas personas estaban soportando en ese momento ataques de las tropas leales al gobierno y habían sido amenazadas por éste.
El periódico chileno La Tercera tuvo que reconocer que la decisión del CNT de aceptar la intervención imperialista provocó profundas divisiones internas. “Parte de los 32 miembros que forman parte de este órgano se declararon abiertamente favorables a una acción exterior. “Hay un desequilibrio entre nuestras fuerzas y las de Gadafi”, aseguró Salwa Bugaighi, integrante de este consejo y que apoya una intervención de Estados Unidos. Ella perdió toda esperanza de derrocar al régimen por sí solos. Mientras, los contrarios a la idea temen que una intervención extranjera transforme al país en un nuevo Afganistán o Iraq. “Pararemos de luchar contra el tirano (Gadafi) y luego comenzamos a luchar contra los estadounidenses”, aseguró a The Economist un veterano de guerra libio que se opone a cualquier tipo de ayuda estadounidense.

El papel decisivo de la dirección

El factor fundamental que permitió que lo que parecía una revolución triunfante pudiera convertirse en una guerra civil acompañada de la intervención imperialista, no fue una supuesta inmadurez de las masas o debilidad objetiva de sus fuerzas (escasa clase obrera y débilmente organizada, etc.) sino el papel de la dirección burguesa y pequeñoburguesa que se vio aupada al frente de los comités.
Como explicábamos los marxistas —no a toro pasado sino en las declaraciones de la CMR venezolana y de la CMR Internacional escritas en pleno desarrollo de los acontecimientos en Libia—, la posibilidad de que el imperialismo se basase en estos dirigentes pequeñoburgueses para descarrilar la revolución era un peligro muy real, como luego se pudo ver. Como también explicamos entonces, esto no es la primera vez que sucede en la historia.
“En ausencia de un partido formado por cuadros y activistas que se hayan ganado en el periodo previo el derecho a ser reconocidos por las masas como su dirección, estas en un primer momento tienden a mirar hacia ‘los que saben’, ‘los que hablan bien’. En muchas revoluciones hemos visto como en un primer momento, y especialmente en ausencia de una organización marxista de masas, la insurrección y el surgimiento de comités populares puede llevar al frente de estos a muchos elementos accidentales: sectores de la pequeña burguesía (abogados, ingenieros, médicos…), incluso a figuras vinculadas al régimen anterior, arribistas y aventureros que intentan hacer carrera y subirse a la ola de la revolución. La Comuna de París, la propia revolución de febrero de 1917 o la revolución española de los años 30 son ejemplos claros, pero esto ha ocurrido en mayor o menor medida en prácticamente todas las revoluciones. (…)
“…Es evidente que en el lado de los insurrectos hay diferencias políticas y estratégicas. Las masas ansían la libertad, los derechos democráticos y barrer a la dictadura. Todas estas demandas sólo pueden ser satisfechas a través de una lucha sin cuartel contra la camarilla de Gadafi, y los imperialistas, con el fin de transformar la sociedad de arriba abajo en líneas socialistas. Pero también, el movimiento revolucionario ha atraído a todo tipo de arribistas y oportunistas que tienen sus propios planes, incluso a sectores desgajados de la cúpula política de la dictadura, como el ministro de Justicia de Gadafi, que no luchan por el poder del pueblo, sino por convertirse en los nuevos dirigentes de una Libia liberada de Gadafi, pero que siga conservando el carácter burgués de su Estado y los negocios con las multinacionales y corporaciones imperialistas”.
Dicha declaración continuaba explicando como la promesa de ayuda militar del imperialismo sería precisamente el caballo de Troya de la contrarrevolución. Si los dirigentes de origen pequeñoburgués e incluso burgués frenaban la revolución y buscaban algún tipo de pacto o acuerdo, con el imperialismo con el argumento de que las masas no eran suficientemente fuertes, la situación revolucionaria en marcha podía transformase en su contrario.
Marx refiriéndose a los dirigentes de la revolución de 1848 decía que los dirigentes de la pequeña burguesía democrática que se aupaban sobre los hombros de los trabajadores y los sectores explotados de las masas esperan siempre “que la lucha se ventile por encima de sus cabezas, en las nubes”. A causa de su posición y características de clase no tienen ningún interés ni capacidad para dotar a la revolución de un plan de acción concreto ni confianza en que las masas puedan llevar éste a cabo. Su tendencia, especialmente si las cosas llegan a un punto decisivo, es dejar en manos de otros su resolución, en este caso del imperialismo.

 

La cuestión de las tribus

 

Un asunto que ha sido bastante manido y merece ser tocado aunque sea brevemente es el de las tribus. Desde algunos sectores —incluso autodenominados marxistas— se ha atribuido a la cuestión de las tribus una importancia decisiva para explicar el desarrollo contradictorio que han tenido los acontecimientos en Libia durante los últimos meses.
Para cualquiera que no sea ciego y vea los mapas del Norte de África y de Oriente Medio, es evidente que los imperialistas británicos y franceses dividieron con tiralíneas el cuerpo vivo de la nación árabe y separaron a pueblos que siempre habían vivido juntos (como los kurdos, los bereberes, los propios pueblos procedentes de la península arábiga y otros muchos…). También unieron dentro de las mismas fronteras a otros pueblos, tribus o confesiones religiosas (musulmanes chiítas y sunnitas, coptos, cristianos maronitas, etc.) a quienes, al mismo tiempo, intentaban enemistar y enfrentar, para de ese modo poder mantener su dominación más fácilmente. Era la tradicional política del divide y vencerás, que tan hábil como cruelmente han manejado numerosos imperios, especialmente el británico, durante siglos.
Aunque Gadafi cuando llegó al poder había prometido acabar con el poder de los jefes tribales, que en realidad actuaban como una especie de poder en la sombra en la vieja Libia semifeudal de los años inmediatamente posteriores a la independencia, al llegar al poder descubre que estos pueden serle útiles para mantener el control del Estado y decide llegar a un acuerdo con ellos. El resultado es la configuración de una clase dominante integrada por los altos oficiales del ejército y funcionarios del Estado, así como por estos jefes tribales, en la cima de la cual la familia Gadafi actuaba como árbitro que oscilando entre unos y otros concedía cuotas de poder dentro del aparato estatal y el ejército, en las redes clientelares (los mal llamados comités revolucionarios), etc. a cambio de seguir al frente del Estado.
Lo significativo del movimiento revolucionario iniciado desde principios de 2011 en el mundo árabe, como ya ocurriera durante la revolución árabe de los años 50 y 60 (aunque incluso a un nivel superior actualmente) no es que haya tribus, pueblos o tendencias religiosas diferentes en cada uno de estos países. Lo realmente significativo es que, mientras en otros momentos estos actuaban como muro de contención que permitía frenar el movimiento revolucionario de las masas o confinarlo a una ciudad o región del país, en esta ocasión —a pesar de que las camarillas gobernantes y los imperialistas han hecho (y siguen haciendo) todo lo posible por desviar en líneas nacionales o religiosas el movimiento—, estos factores hasta el momento han desempeñado un papel secundario.
Aunque las tres regiones en que se divide Libia, el Fezzán (mayoritariamente desértico), la Tripolitania (parte occidental) y la Cirenaica (zona oriental) tuvieron desarrollos históricos diferentes, y todavía mantienen algunas diferencias culturales, lo significativo fue que la insurrección en Bengasi (Cirenaica) se trasladó inmediatamente al resto del país, incluidas ciudades del oeste como Misurata y otras. En la propia Trípoli hubo marchas masivas que fueron duramente reprimidas por Gadafi. Cuando varios hijos de este intentaron atizar las diferencias regionales o tribales el movimiento respondió unido: “Todos los libios somos la misma tribu”, rezaban muchas pancartas en Bengasi, Misurata y en la propia Trípoli. El levantamiento de las masas desbordó a los jefes tribales, obligando a muchos de ellos a reconocer en la práctica que la acción de las masas había escapado a su control y cambiando su posición respecto a Gadafi para poder sintonizar con éstas.
Un resultado de la industrialización y urbanización de Libia ha sido que el poder y control de los jefes tribales tiende a debilitarse. Si todavía se mantiene, aunque debilitado respecto al pasado, es debido a que el propio Gadafi —en lugar de aprovechar la ventaja que le daba el apoyo que tenía en ese momento entre las masas y el control del ingreso petrolero para combatirlo— lo fomentó porque no quería que el movimiento de las masas se desarrollase de manera libre y unificada.
Más que tribus en el sentido tradicional —unidas por una propiedad, cultura o creencia común en un mismo espacio físico— en la mayoría de los casos, sobre todo en las grandes ciudades, se trata de redes clientelares y caciquiles que, partiendo de un origen y lazos comunes, intentan mantener su poder mediante el reparto de puestos en la administración, el acceso a los planes sociales, la distribución de la riqueza procedente de la explotación de los recursos petroleros, etc. Esto significa un obstáculo contra el que los revolucionarios y la clase obrera deben luchar pero también representa una base social mucho más endeble que en el pasado. La insurrección en Bengasi y otras ciudades confirmó que, enfrentado al instinto de clase y el malestar de las masas, este obstáculo no era suficiente por si sólo para impedir o derrotar la revolución. Jefes tribales y líderes que hasta el día antes pertenecían a la cúpula de Gadafi se vieron obligados a cambiar de bando bajo la presión de las masas. Como hemos visto en todas las revoluciones, cuando el viento de la revolución sopla lo primero que se mueven son las cúpulas de los árboles
Incluso en Trípoli, donde Gadafi esperaba que el apoyo de estos líderes tribales y de las redes clientelares que ha mantenido durante años le diese un apoyo de masas que utilizar para poder imponerse en la lucha militar contra los rebeldes, a la hora de la verdad éste fue infinitamente menor de lo que esperaba. Las decenas de miles de luchadores que según el líder libio estaban dispuestos a morir por él en Trípoli o en su ciudad natal Sirte nunca acudieron a la cita, reflejando la pérdida de apoyo social y descomposición del régimen que ya hemos comentado.

 

Las contradicciones internas del CNT y la dominación imperialista preparan nuevos acontecimientos explosivos

 

Todos estos factores son muy importantes para comprender qué puede ocurrir a partir de ahora. El veneno de la guerra ha sido utilizado durante meses como excusa no sólo para justificar la intervención militar imperialista sino también para no dar respuesta a las demandas concretas de las masas que impulsaron las marchas de masas contra Gadafi. Tarde o temprano todo esto podría volver a transformarse en su contrario, pasando factura esta vez a los imperialistas y sus títeres.
Para las masas las promesas de los dirigentes del CNT de libertad, derechos democráticos, etc. significan una vida digna, ser dueños de su propio país, acabar con el problema del desempleo, que los jóvenes que se veían obligados a emigrar encuentren trabajo en su propia tierra, que el derecho a formar sindicatos y luchar por mejores salarios sea un hecho. Pero estas demandas ¿van a encontrar una solución satisfactoria bajo el gobierno de las distintas facciones del CNT y el dominio económico de las potencias imperialistas, que sólo buscan repartirse el botín del petróleo libio?
La primera condición de los “amigos” de Libia para conceder ayudas e invertir en el país ha sido el desarme de las milicias y la recomposición de un ejército y una policía burgueses bajo su control. Esto es bastante significativo. Temen que las masas se vuelvan contra ellos y empiecen a exigir que las riquezas del país se destinen realmente a satisfacer las necesidades del pueblo libio.
La investigadora del centro académico Chatham House de Londres, Jane Kininmont, resume la situación señalando que “hay tres principales preocupaciones: una es la seguridad. En ese sentido, un problema será desarmar a los jóvenes que han estado combatiendo. Tendrán que recibir incentivos, quizás un pago único, pero a largo plazo necesitarán oportunidades de trabajo. La segunda es la corrupción. En Iraq, que también tenía mucho potencial, han ocurrido graves problemas con este tema. La otra es la distribución de la riqueza. El nuevo gobierno tendrá que conseguir un balance entre estimular la inversión y al mismo tiempo trabajar en convencer a la población libia de que tendrá una participación en el país” (‘Las claves para estabilizar la economía libia’, BBC Mundo).
Según algunos informes, parece que por el momento los dirigentes del CNT —sin ninguna alternativa revolucionaria que se les oponga— están empezando a lograr el objetivo de desarmar a las milicias. Sin embargo, la situación sigue siendo confusa y las cosas están lejos de estar definidas.
Bajo la superficie de sonrisas triunfales, abrazos de unidad y promesas de democracia, hay una lucha a cuchillo entre distintas facciones dentro del CNT. Dicha lucha ya se cobró una primera víctima en Abdel Fatah Yunis, jefe del Estado Mayor rebelde y ex ministro de Defensa de Gadafi. Yunis fue eliminado en julio de este año por parte de una facción rival del CNT.
“Cuatro son los liderazgos más visibles dentro del CNT, Mustafá Abdeljalil, Mahmoud Jibril, Choukri Ghanem y Abdelsalem Jailloud. Sin embargo, cada uno de ellos deberá hacer frente no sólo a sus potencialidades e intereses sino a la compleja configuración de poderes regionales, tribales y de clanes familiares que conforman la auténtica estructura de poder en Libia (…) Por ello, el escenario pos Gadafi se torna igualmente complejo y confuso, un panorama que requerirá de una implicación muy importante por parte de EEUU, Francia, la ONU y la OTAN. (…) Otro aspecto de importancia tiene que ver con los liderazgos regionales del Oeste de Libia, (…) con la constitución de diversos comités civiles y militares (…) que constituyeron el factor clave en la insurrección contra Gadafi. Todos ellos reclamarán su peso y protagonismo en el futuro gobierno libio” (Roberto Mansilla, ‘La caída’, revista Zeta).
En un artículo publicado en The Economist se hacía referencia a estas y otras contradicciones: “Las grietas en el movimiento libio anti Gadafi son claras. Mahmoud Jibril, que es el primer ministro al frente del comité ejecutivo del Consejo Nacional de Transición (CNT), es un imán para las críticas. Muchos en la calle se quejan de que estaba demasiado a menudo fuera de Libia durante la guerra, mientras que sus admiradores dicen que logró ganar el apoyo internacional de las figuras clave en el Golfo y en otros lugares. Líderes islamistas de Libia, tales como Abdel Hakim Belhaj, cuyas fuerzas tomaron por asalto Trípoli y ahora manejan la seguridad de la ciudad, quieren a Jibril fuera. Ali Salabi, un clérigo visto a menudo en Al Jazeera, dice que el comité ejecutivo del consejo se compone de ‘laicismo extremo’. Los misratis han propuesto su propio hombre, Rahman Swehli, como un reemplazo” (Lybia’s revolution: Messy politics, perky economics, www.economist.com /node/21531472).
Además de todo eso, numerosos países imperialistas y potencias regionales están interesados en las oportunidades de invertir en el país. Cada una de ellas intentará jugar sus cartas apoyándose en los diferentes sectores de la clase dominante libia y en distintas facciones y figuras de la cúpula del CNT, jefes tribales y miembros del nuevo gobierno. El mensaje que enviaron Cameron y Sarkozy cuando adelantaron su viaje a Trípoli —pasando por encima del gobierno turco, que también tiene intereses en la región y había anunciado previamente su visita— fue claro. Los presidentes de Francia y Gran Bretaña —principales potencias que lideraron la intervención con el apoyo estadounidense— querían ser los primeros mandatarios extranjeros en reunirse con el nuevo gobierno libio y recoger los frutos. “Nosotros hemos hecho el trabajo sucio y puesto las bombas, nosotros seremos los primeros a la hora de repartir el botín”, han dicho estos dos bandidos imperialistas. Pero la cola para el reparto es larga. Qatar —el país árabe que más decididamente apoyó al CNT— e Italia —principal socio comercial de Libia— también quieren lo suyo. “Qatar busca extender su influencia en la región. El reino le ha dado un enorme apoyo a la causa de los rebeldes y fue el primer estado árabe en dar su respaldo a la creación de una zona de exclusión aérea sobre Libia. Italia, como mayor socio comercial de su antigua colonia, es el mayor socio de Libia, recibiendo el 38% de exportaciones del país africano y suministrando el 19% de las importaciones. Además, su compañía petrolera, ENI, tiene allí valiosas inversiones que necesita reactivar” (Ibíd.). Por si fuera poco China y Rusia han tirado a la basura su pasada posición de apoyo a Gadafi y también buscan su pedazo en el reparto del pastel.

 

Nada está decidido

 

El objetivo de los imperialistas es intentar convertir a Libia en un protectorado bajo su control que además de proporcionarle petróleo seguro y a buen precio pueda ser utilizado como base de operaciones y cuña contra la extensión de la revolución árabe, como en otros momentos hicieron con Kuwait, Jordania o cuando llevaron a cabo la criminal división en líneas religiosas y étnicas del Líbano. Por el momento la iniciativa está en manos de los imperialistas y sus títeres, las masas carecen de una dirección que ofrezca una política alternativa y una vez descarrilada la revolución y tras meses de guerra civil en su mayoría seguramente están dispuestas a dar una oportunidad a la paz y esperar a ver si las promesas del CNT se convierten en alguna mejora en sus vidas. ¿Cómo podría ser de otro modo?
No obstante, ni la suerte de Libia, ni mucho menos la de la revolución en el conjunto del mundo árabe, están decididas. Además de toda la inestabilidad que generará la lucha entre las distintas facciones en que se divide el CNT y los movimientos entre bambalinas de las distintas potencias imperialistas para colocarse lo mejor posible y apoyarse en esas facciones, el factor fundamental (y una diferencia importante con Iraq y Afganistán) es que, hace escasos meses, las masas en Bengasi, Tobruk, Misurata y otras muchas ciudades protagonizaron una insurrección y dirigieron ellas mismas la vida de estas ciudades. En un contexto de revolución en toda la región, crisis económica mundial y ruptura del equilibrio capitalista esta experiencia no caerá fácilmente en saco roto y representa un peligro para la burguesía.
The Economist citaba a un ciudadano libio que preguntado en un mercado de Trípoli acerca de qué gobierno quería para el país decía: “Lo más importante es que estén limpios y no están aquí para quedarse (…) No quiero volver a otro líder que nos dice qué pensar ni qué hacer”. Pero ya hemos visto qué tipo de dirigentes tiene el CNT y qué tipo de clase dominante existe en Libia. En estos momentos millones de personas están sacando la misma conclusión que ése ciudadano. Sólo necesitan tiempo y acontecimientos para comprender que el único gobierno limpio y que puede hacer lo que el pueblo quiere, y no defender su propia voluntad e intereses, es el propio pueblo organizado en gobierno mediante los comités y asambleas populares.

 

El significado político profundo de los comités populares y la necesidad de un programa socialista

 

La machacona cara B de todos los sesudos “análisis” que intentan minusvalorar la revolución en Libia es ocultar, ignorar o despreciar la importancia que tiene el hecho de que durante varias semanas las masas, en ciudades como Bengasi, Tobruk y otras, ejercieran el poder. Resulta increíble que en algunos análisis que se titulan marxistas este factor, que desde un punto de vista marxista tiene una enorme importancia, sea absolutamente infravalorado o incluso obviado totalmente.
Por más que muchos dirigentes pequeñoburgueses de los comités y los burgueses y pequeñoburgueses proimperialistas del CNT hayan echado (y sigan echando) jarros de agua fría sobre las masas, intentando que olviden esta experiencia y no saquen las últimas conclusiones de la misma (la necesidad de organizar un genuino Estado revolucionario que dirija el país sobre esos mismos principios) la misma no caerá en saco roto. Las masas organizaron el abastecimiento de comida, la seguridad, la vigilancia de fronteras, la justicia, el mantenimiento de los servicios sociales. Y todo ello sin burócratas y sin capitalistas, y por supuesto sin que las multinacionales imperialistas les dijesen cómo tenían que hacerlo. Todo eso, y en un contexto económico y político como el que vivimos en todo el mundo, no pasará desapercibido.
Libia no es un país de beduinos o pastores. La población rural representa sólo el 14%, el 86% vive en las ciudades. La fuerza laboral según datos del propio gobierno libio y el Banco Mundial de 2008 representa 1,9 millones de personas, esto significa un 30% de la población total (6 millones, pero ésta cifra incluye ancianos y niños) Si tomamos sólo a la población económicamente activa la clase obrera representa un porcentaje todavía menos despreciable. El 31% trabaja en la industria, 27% en servicios, 24% en el gobierno y 18% en la agricultura
Hasta donde sabemos, la clase obrera —a causa del modo en que se originó la insurrección y de la rapidez y espontaneidad de la misma— no participó como tal, de manera independiente, con sus propias demandas y métodos de lucha (huelgas, desarrollo de asambleas y consejos de trabajadores en las fábricas, sindicatos, etc). Otro factor que lo dificultaba fue el de la represión durante décadas por parte de Gadafi de cualquier expresión independiente de los trabajadores: sindicatos, partidos obreros, etc. Pero viendo la extensión del movimiento es bastante probable que muchos trabajadores participasen en las marchas, asambleas y comités populares de Bengasi y otras ciudades como parte del movimiento general y espontáneo de las masas. Esta es una característica que se ha repetido en otras muchas revoluciones en países con características sociológicas e históricas parecidas y que han empezado con insurrecciones espontáneas. Esto significa que, en esta nueva fase que se ha abierto tras la guerra, la clase obrera sacará conclusiones de la experiencia de los meses pasados, y tarde o temprano buscará el camino para plantear sus demandas de clase y vincularlas a las del resto de los oprimidos. Y tendrá oportunidades para lograrlo.
El instinto de clase y memoria de las masas, que ya mostró su enorme poder durante esos magníficos días de febrero, volverá a abrirse paso a medida que la niebla de la guerra se disipe y nuevos acontecimientos exijan nuevas respuestas. La reaccionaria clase dominante libia, los jefes tribales y caciques regionales, los ex gadafistas que ahora forman parte del CNT, los dirigentes de la oposición burguesa a Gadafi en el exilio, harán todo lo posible por intentar engañar y dividir a las masas. La salida de la OTAN, anunciada a bombo y platillo, forma parte de esta misma táctica. Por ahora han salido, pero el Tío Sam y sus amigos han dejado a sus peones al frente y mantienen sus misiles y bombas preparados para volver a intervenir si resultase necesario. Maniobras electorales ya están en marcha. Han prometido un gobierno de transición que prepare elecciones a una posible asamblea constituyente. Si no lograsen encauzar a las masas por ese camino intentarán separarlas y enfrentarlas en líneas regionales y tribales. Pero los jóvenes, trabajadores y el resto de explotados de Libia no han dicho la última palabra. La lucha ha entrado en una nueva fase y es bastante probable que se prolongue durante los próximos años.
El marxismo es una guía para la acción. Nuestro método no es el del eclecticismo, reunir todas las contradicciones que existen en una situación, todas las debilidades (reales y supuestas) del movimiento. Para derrotar los planes imperialistas es imprescindible en primer lugar realizar un análisis correcto del balance de fuerzas, cuál es el factor decisivo que ha permitido a los imperialistas y la burguesía desviar temporalmente el proceso revolucionario, cuáles son las tendencias que se desarrollan en este momento y sobre qué base y con qué programa y métodos deben intervenir los revolucionarios en ellas para lograr que puedan imponerse las tendencias más favorables a los intereses revolucionarios.
La conclusión central que se deriva de los acontecimientos en Libia no es que las masas sean débiles, que su conciencia sea baja, etc. sino la necesidad de construir una dirección revolucionaria, un programa y unos métodos que estén a la altura de la capacidad de lucha y voluntad de sacrificio que esas mismas masas han demostrado.
El primer punto, en Libia y en el resto del mundo árabe, es defender que los recursos naturales sean puestos en mano del conjunto del pueblo para que puedan ser planificados democráticamente con el objetivo de satisfacer las necesidades sociales. Las experiencias de la plaza Tahrir de El Cairo o de los comités de Bengasi demuestran que las masas obreras y populares podemos organizar el reparto de comida, la atención sanitaria, los servicios sociales nosotros mismos, sin necesidad de capitalistas, burócratas ni por supuesto de las multinacionales imperialistas.
Frente a todas las maniobras que durante los próximos meses y años intentarán los burgueses e imperialistas para intentar confundirlas (elecciones parlamentarias burguesas, asamblea constituyente, etc.) y minar su confianza en sí mismas, explicándoles que son demasiado pocos y demasiado débiles, y que deben limitarse a elegir a tal o cual partido o líder para que las gobierne; o enfrentando a unos pueblos, confesiones religiosas u orígenes tribales con otros; es preciso defender la necesidad de que el poder pase a manos de una asamblea nacional de comités populares revolucionarios que sustituya al actual Estado por un genuino Estado revolucionario dirigido por los trabajadores y el pueblo que tome el control de los recursos naturales de Libia. Sólo de este modo será posible resolver los problemas sociales del país.
La victoria de la revolución en uno sólo de los países de la región se extendería inevitablemente al conjunto del mundo árabe. Por el momento los capitalistas e imperialistas han logrado impedir esto y, por ello, el proceso de la revolución en el mundo árabe será muy contradictorio y prolongado. Pero ese proceso se ha iniciado (¡y de qué manera!) y no tendrán nada fácil volver las aguas desbordadas de la revolución a su cauce. El contexto internacional de crisis económica y cuestionamiento creciente al capitalismo tiende a echar más leña al fuego revolucionario. Ya lo hemos visto durante todo este año. Incluso hemos tenido el desarrollo de un movimiento de masas crítico con la burguesía sionista en el propio Israel o luchas de masas como las de Wisconsin o ahora el movimiento Ocupa Wall Street en pleno corazón del imperialismo. El ascenso revolucionario que hemos visto en los primeros meses de 2011 en toda el mundo árabe se quedaría pequeño ante la perspectiva de que la clase obrera y los oprimidos pudiesen tomar el poder en cualquiera de estos países. El avance de la revolución árabe abriría una perspectiva nueva no sólo para la región sino para todo el planeta.

El rechazo a la criminal intervención imperialista que vemos en Libia desde hace meses es un deber irrenunciable para cualquier revolucionario. Al mismo tiempo, supone un grave error sacar de esa premisa la conclusión de que debemos apoyar a Gadafi y que su derrocamiento significa un fortalecimiento del imperialismo y un paso atrás para la lucha antiimperialista en todo el mundo. Esta posición (que defienden algunos sectores de la izquierda internacional, incluidos los gobiernos de Cuba, Venezuela y Bolivia) no permite comprender qué ocurre realmente en Libia (y sobre todo qué puede ocurrir) ni cuáles son las tareas para los revolucionarios. Además, sobrevalora el poder de los imperialistas, transmitiendo la idea de que estos tienen la capacidad de intervenir en cualquier lugar del mundo según su voluntad.

 

1. El poder del imperialismo tiene límites: el más importante es la movilización revolucionaria y la confianza de las masas

 

La cuestión no es si al imperialismo le gustaría intervenir contra la revolución en Venezuela y otros países. En realidad llevan años interviniendo: golpes de Estado, sabotaje económico, terrorismo mediático, financiamiento de la oposición contrarrevolucionaria, amenazas militares más o menos veladas…, La cuestión decisiva es si la correlación de fuerzas entre las clases les permite hacerlo con garantías de éxito o no. Para ello el factor determinante es qué política aplica la dirección revolucionaria para fortalecer el apoyo a la revolución tanto dentro del país como a escala internacional.
El poder de los imperialistas tiene serias y enormes limitaciones, máxime en un contexto de crisis internacional de su sistema, agudización de todas sus contradicciones internas e incremento de la lucha de clases. La más importante de estas limitaciones es la movilización obrera y popular. El propio presidente Chávez hace algunos años lo planteó muy correctamente cuando explicó que el arma más poderosa que tienen los pueblos para enfrentar al imperialismo es la acción revolucionaria de las masas: “Eso tiene la fuerza de una bomba atómica pero en positivo. Es el poder del pueblo en acción, la verdadera democracia” (cita tomada de El poder popular. Extractos de discursos presidenciales, Hugo Chávez Frías, Ediciones del MINCI). Y en otra parte del mismo folleto: “El poder popular es un poder infinito, no tiene límites. Cuando se despierta, cuando se organiza, cuando se desata, no tiene límites, puede mover montañas, puede hacer milagros, el poder popular despierto, en movimiento, organizado”.
El ejemplo de la revolución venezolana es claro en ese sentido ¿Qué fue el golpe de abril de 2002 sino una intervención imperialista apoyándose en la propia oligarquía venezolana?. O el paro patronal. ¿Y qué decir de la guarimba, el cierre de empresas o el sabotaje mediante el desabastecimiento durante la campaña de la reforma constitucional? O actualmente con la infrautilización de la capacidad productiva por parte de los empresarios y las presiones para desregular y subir los precios.
¿Qué representan los planes para utilizar a la burguesía colombiana como ariete contra la revolución venezolana que han sido ensayados en diferentes momentos a lo largo de este proceso revolucionario y que —por más que Santos en este momento se vista de seda— siguen engavetados a la espera de un momento propicio para ser puestos en práctica? ¿Y quien derrotó todas esas tentativas contrarrevolucionarias sino el instinto y confianza en sus propias fuerzas y en la revolución de las masas y la simpatía y solidaridad de millones de trabajadores en todo el mundo?

 

2. Sólo una política consecuentemente revolucionaria puede movilizar a las masas y derrotar las maniobras imperialistas

 

Si algo demuestra todo el desarrollo de la revolución venezolana hasta el momento, y el de otras revoluciones anteriores como la rusa o la cubana, es que las armas de destrucción masiva que acumulan en sus arsenales los imperialistas son impotentes cuando esa arma de construcción masiva que es la acción revolucionaria de los trabajadores, los campesinos y el resto de los explotados se pone en marcha. Pero para que ésta acción revolucionaria se desarrolle plenamente y puede paralizar y/o derrotar al imperialismo es imprescindible una condición: que esas masas se sientan dueñas del poder y ejerzan el control y la gestión directa del Estado y la economía, que su confianza y apoyo a la revolución y al gobierno revolucionario se vean fortalecidos cada día por la aplicación por parte de éste de las políticas revolucionarias que esas masas necesitan.
La derrota de Gadafi no es producto de la voluntad o fortaleza del imperialismo sino del hecho de que tras décadas de represión, corrupción, y pactos con distintos poderes imperialistas para repartirse las riquezas del país —mientras se incrementaban las desigualdades sociales— en el seno de las masas se ha acumulado un rechazo masivo hacia su régimen. A diferencia de Chávez que ha nacionalizado varias empresas, frenado las privatizaciones y llamado a los trabajadores a impulsar la lucha por el control obrero, el gobierno libio ha privatizado empresas y reprimido cualquier intento de los trabajadores y el pueblo de organizar sindicatos, movilizarse de manera independiente, etc. El mismo día que se iniciaba la insurrección contra Gadafi (15 de febrero de 2011) el FMI emitía un informe elogiando las reformas de mercado y privatizaciones de empresas del gobierno libio.
La familia Gadafi comparte negocios y propiedades con los imperialistas italianos. Aunque la renta per cápita de Libia gracias al petróleo es la más alta de África y mayor que la de Brasil, por ejemplo, el 30% de la población está desempleado y las desigualdades sociales son enormes, con un 35% viviendo por debajo del umbral de la pobreza tras más de 40 años de gobierno de Gadafi. Mientras los hijos de Gadafi se paseaban por las capitales europeas en carros último modelo y protagonizando escándalos en suites privadas de los hoteles más lujosos cada año miles de jóvenes libios que no encuentran empleo se ven obligados a emigrar ilegalmente*.

 

3. Gadafi no es ningún revolucionario; sus políticas —capitalistas, burocráticas y represivas— le valieron el rechazo masivo de la población

 

La primera pregunta que debemos hacernos es: ¿por qué las masas en prácticamente todas las ciudades de Libia han celebrado la caída de Gadafi? ¿Por qué incluso allí donde este afirmaba contar con centenares de miles de partidarios dispuestos a morir por él como Trípoli no hemos visto a esas masas defendiendo el régimen? Todo lo más, sectores del ejército y de las tropas de élite que controla Gadafi se ha enfrentado a las milicias rebeldes. En la capital libia, las masas han permanecido en unos casos como espectadores pasivos (mostrando alivio por el fin de la guerra y de la represión de Gadafi); y en otros han recibido a los rebeldes con vítores.
La causa de esto no es el poder del imperialismo, ni la manipulación de los medios de comunicación. El propio régimen gadafista cortó en distintos momentos el acceso a Internet y es quien controlaba todos los medios de comunicación. De hecho el líder libio y sus hijos utilizaron ese poder mediático para intentar calumniar y desprestigiar las protestas en su contra. Primero, intentando ocultarlas o minimizarlas. Posteriormente —cuando dada la masividad de las mismas esto ya no era posible—, tachándolas de conflictos tribales; a lo que contestaron las propias masas en lucha portando pancartas como “Un solo pueblo, una sola lucha” o “Toda Libia somos la misma tribu”. Y más tarde atribuyendo la organización de la insurrección ¡ojo!, no a los imperialistas sino a Al Qaeda, al tiempo que ofrecían a los imperialistas una vez más su colaboración para luchar contra esa organización fundamentalista y contra la inmigración hacia la Unión Europea.
En ese momento Gadafi todavía esperaba poder convencer a los imperialistas o al menos a un sector de estos de llegar a un acuerdo, como propuso su hijo Seif-el-Islam y cómo defendían también algunos connotados imperialistas como el ex presidente ultraderechista del Estado español, José María Aznar, quien se refirió a Gadafi como “un amigo excéntrico” con el que había que seguir colaborando.
Como explicamos los marxistas de la CMR —no ahora, ni siquiera cuando empezó la insurrección en Libia, sino antes: cuando Gadafi apoyó públicamente la represión de dictadores proimperialistas como Mubarak o Ben Alí en Egipto y Túnez contra sus pueblos—, Gadafi no es ningún revolucionario. No cuenta con el apoyo de los explotados ni tiene un estrecho vínculo con éstos como sí ocurre con Chávez. Aunque llegó al poder mediante un golpe de Estado en 1969 proclamándose revolucionario y antiimperialista, el régimen libio degeneró rápidamente y se convirtió en algo muy diferente a lo que el pueblo esperaba y el propio Gadafi había prometido.
A lo largo de los años 60 y 70 en distintos países del mundo árabe (Egipto, Siria, la propia Libia y otros) se dieron procesos similares pero en todos los casos la revolución no culminó en el establecimiento de un Estado bajo el control de los trabajadores y el pueblo sino que se quedó a medias y finalmente fue abortada o controlada por la cúpula militar, unida a sectores de la burocracia del Estado y en algunos casos de la burguesía nacional.
En Egipto en la última etapa de Nasser ya se había producido un giro a la derecha y un incremento de la represión contra la izquierda. Tras la muerte de éste los sectores decisivos de la burocracia estatal y una burguesía emergente que se habían enriquecido entorno a las empresas del Estado o las cooperativas agrarias, se agruparon primero tras Anwar El-Sadat y luego tras el tristemente famoso Mubarak para llevar a cabo una auténtica contrarrevolución. Mientras (al menos al principio) mantenían las imágenes de Nasser y repetían algunos de sus discursos pactaban con la burguesía sionista y con el imperialismo estadounidense. En Siria, aunque la economía fue nacionalizada en su casi totalidad y planificada, el resultado fue un régimen burocrático a imagen y semejanza de la URSS y dirigido por Hafez el Assad y otro oficiales del ejército. Tras el colapso del estalinismo y la muerte de Assad padre este régimen, como en otros países ex estalinistas, ha abordabdo un proceso de privatizaciones y reformas de mercado que han incrementado las desigualdades sociales y empeorado las condiciones de vida de los sectores más pobres sin resolver los problemas que crea el exceso de burocracia.
Libia, bajo Gadafi, permaneció en una posición intermedia. Aunque según la Constitución se declaraba socialista y se hablaba de poder popular, asambleas populares, etc. y en teoría Gadafi no ocupaba ninguna posición oficial de poder, en realidad se desarrolló hasta extremos increíbles el culto a la personalidad y la arbitrariedad del líder libio y entorno a la familia Gadafi se consolidó un régimen bonapartista muy represivo.
En realidad, el gobierno de Gadafi no se parece en nada al de Chávez sino a lo que podría darse en Venezuela si la quinta columna burocratica que juega al chavismo sin Chávez lograse imponerse a las masas revolucionarias. La Constitución libia habla de socialismo y de asambleas populares, la cúpula del régimen ha utilizado durante años esta retórica (aunque ya en los últimos tiempos prefería el discurso nacionalista e islámico) Pero en realidad el Estado está controlado por una burocracia formada por la oficialidad del ejército, los miembros del clan Gadafi y un puñado de líderes tribales. Estos jefes, que han visto como su poder tiende a erosionarse gracias a la industrialización y al crecimiento de la población urbana (como demuestra el alto grado de unidad mostrado por las masas durante la insurrección), actúan en realidad como lobbies entre los cuales ha oscilado Gadafi durante décadas para conservar el poder.
La cúpula del Estado libio forjada entorno a la familia Gadafi (y a la cual pertenecían hasta hace escasos meses varios de los actuales dirigentes del Consejo Nacional de Transición como su principal líder Abdul Yalil) controlaba la mayoría de las empresas del país en colaboración las multinacionales imperialistas. Durante los últimos años, Gadafi —que tuvo serios choques con los imperialistas en el pasado— renunció incluso a sus discursos radicales y excesos verbales y se convirtió en uno de los mejores aliados de los imperialistas en la región. Como hemos denunciado en anteriores artículos —y como explican en detalle numerosos activistas antiimperialistas en Rebelión y otros sitios web—, Gadafi traicionó la lucha del Frente Polisario por la independencia del Sahara para llegar a un acuerdo de colaboración con la monarquía marroquí, expulsó a miles de palestinos y en los últimos años entregó listas de activistas perseguidos por EEUU. También se ha convertido en el principal obstáculo para miles de inmigrantes africanos que intentan llegar a la Unión Europea huyendo de la guerra, el hambre o la pobreza al llegar a un acuerdo con los imperialistas europeos para hacer de gendarme contra la inmigración ilegal.

 

4. En Libia no ha habido un movimiento teledirigido por la CIA, sino una revolución que por falta de dirección consecuente ha sido, por ahora, desviada de sus objetivos

 

El error teórico en la caracterización del régimen libio como revolucionario, antiimperialista o socialista lleva a cometer graves errores prácticos a la hora de comprender porqué ha caído, analizar la correlación de fuerzas entre las clases a escala internacional y determinar la orientación a seguir respecto a Libia y la revolución en el mundo árabe en cada momento.
Los sectores que caracterizan a Gadafi como revolucionario atribuyen todo lo ocurrido en Libia desde el pasado 15 de febrero (cuando estalló la insurrección de las masas en Bengasi —segunda ciudad Libia, con un millón de habitantes— y en pocos días se extendió a prácticamente todo el país) a un guión cuidadosamente elaborado por la CIA y el Pentágono.
Por supuesto, los imperialistas llevan años interviniendo en Libia. Pero durante los últimos años esta intervención se ha hecho mediante una alianza con la familia Gadafi. Una vez que estalló la insurrección de las masas en Libia y estas se hacían con el control de las ciudades e incluso amenazaban con cortar el suministro de petróleo a Occidente si seguía apoyando a Gadafi, en todos los estados mayores del imperialismo se prendieron las luces de alarma y las distintas potencias pusieron en marcha un cambio de estrategia para intentar controlar y descarrilar la revolución en marcha e intentar aprovechar esa situación para mantener Libia bajo su control e incluso —si pueden— incrementar sus negocios e influencia en el país. Pero esto es algo muy diferente a la conclusión de que fue el imperialismo quien creó el malestar contra Gadafi y organizó las movilizaciones, como si las masas fuesen una arcilla que cualquiera puede manipular.
Lo que ocurrió en Libia entre el 15 de febrero y principios de marzo no fue un movimiento organizado por los imperialistas, sino una insurrección popular revolucionaria de masas contra esas políticas de acaparamiento, corrupción, represión y aumento de las diferencias sociales que sufría el pueblo libio. Las protestas de miles de personas desarmadas en Bengasi, Trípoli y otras ciudades fueron contestadas por Gadafi y sus hijos (que, al estilo de cualquier monarquía, dirigían los servicios de inteligencia y las tropas de elite) con disparos del ejército que causaron varios muertos. Pero la represión esta vez no atemorizó a las masas sino que incrementó su ira y las hizo más audaces. Las primeras proclamas revolucionarias de los rebeldes amenazaban directamente a los imperialistas de la UE (que apoyaban a Gadafi hasta ese momento) con cortar el suministro de petróleo (pueden consultarse noticias acerca del gobierno de las ciudades por los comités en Al Yazeera, Rebelión o la agencia de noticias revolucionaria John Reed, agenciadenoticasjohnreed.blogspot.com/2011/02/libia-comites-populares-toman-el.html).

 

5. Las masas libias tomaron el control de varias ciudades y las dirigieron mediante asambleas y comités populares, pero carecían de una dirección y un programa socialista

 

¿Desde cuándo el imperialismo organiza comités y asambleas populares para que las propias masas sean quienes dirijan la vida social, como ocurría en Bengasi, Tobruk y muchas otras ciudades y pueblos de Libia? En estas ciudades las masas tomaron el control y empezaron a organizar mediante asambleas y comités populares el abastecimiento de la población, la seguridad, etc. Durante estos días de revolución nadie, ni siquiera Gadafi y sus partidarios, pudieron presentar un solo caso de violación de los derechos humanos, ajusticiamientos, etc. El poder y entusiasmo de las masas en revolución se contagiaba de una ciudad a otra y se extendía a la propia base del ejército que se pasaba en masa a las filas de la revolución.
Si los dirigentes de los comités populares hubiesen planteado un programa para tomar el poder, construir un Estado revolucionario y que los trabajadores y el pueblo dirigiesen la economía y la sociedad de Libia, la revolución habría triunfado en todo el país, incluidas Trípoli y Sirte (ciudad natal de Gadafi y donde este mantiene mejor organizadas sus redes clientelares y de poder). En Trípoli miles de personas se echaban a la calle mostrando su apoyo a la revolución, que avanzaba por la zona oriental y llegaba ya a ciudades del occidente del país como Misurata.
Desde el primer momento el imperialismo no sólo no controlaba ni dirigía el movimiento, sino que se veía completamente desbordado por la marcha de los acontecimientos. El plan inicial de los imperialistas fue buscar un acuerdo entre Gadafi y algunos sectores de la oposición burguesa en el exilio. Varios dirigentes opositores se manifestaron en ese sentido. Algunos de los hijos de Gadafi también mostraron su disposición. El propio Berlusconi —hasta entonces íntimo amigo del líder libio— llamó a este insistentemente intentando impulsar dicho plan. Fue la movilización de las masas (y la propia decisión de Gadafi de intentar aferrarse al poder a toda costa y reprimir el movimiento) la que echó por tierra estos planes. En ese contexto, Obama —con su táctica de intentar montarse sobre la ola de la revolución árabe para intentar desviarla y descarrilarla— exigió públicamente la salida de Gadafi. El imperialismo francés con intereses en toda la región del Magreb —y que en los últimos años había ido perdiendo influencia en la zona— intentaba recuperar posiciones y presionó a las demás potencias de la UE y a EEUU y en parte los puso ante el hecho consumado de la intervención al apoyar esta públicamente y reconocer a los dirigentes del Consejo Nacional Libio de Transición (CNT).
Las masas, como demuestran varios reportes, entrevistas y vídeos de esos días en The Real News y otras páginas antiimperialistas independientes, seguían oponiéndose a una intervención imperialista y comprendían instintivamente que las únicas que podían liberar su país eran ellas mismas.
También se oponían a que los dirigentes de los comités populares que habían creado en la lucha se aliasen o entrasen en un gobierno de coalición junto a la oposición burguesa o a diferentes ex ministros de Gadafi y autoridades del régimen, que ante el rápido avance de la revolución durante las primeras semanas se habían pasado a la oposición y buscaban el reconocimiento de los imperialistas. No obstante, como ha ocurrido en otras muchas revoluciones el papel de la dirección del movimiento, qué programa e ideas políticas adoptase ésta, era determinante para el futuro de la revolución.

 

6. Sólo la traición de los dirigentes burgueses y pequeñoburgueses del CNT permitió a los imperialistas retomar temporalmente el control

 

Desde la CMR alertamos de que la revolución libia aún no había vencido definitivamente y podía ser traicionada (tal y como luego hemos visto), no con la sabiduría de quienes comentan los acontecimientos una vez que han pasado, sino en aquellos mismos momentos de avance revolucionario en los que todo el mundo daba por inevitable la victoria insurgente y la derrota de Gadafi. La cita es larga pero a pesar de estar escrita antes explica con singular claridad el papel que han desempeñado los dirigentes del CNT:
“El surgimiento de los comités populares es un ejemplo de la rapidez con que están sacando conclusiones las masas. Representa en potencia una estructura soviética, el embrión de un Estado revolucionario que sólo puede desarrollarse destruyendo y sustituyendo la estructura del Estado burgués, que es la que el imperialismo intentará por todos los medios recomponer. Cualquier intervención imperialista si se produce tendrá como objetivo no el de impedir el caos o un desastre humanitario como dicen Hilary Clinton y otros imperialistas, sino recuperar el poder burgués en Libia acabando con la movilización independiente de las masas cuya principal expresión hasta el momento son los comités.
“Si la lucha por unificar los comités no va unida a este plan de acción (para crear un Estado socialista y expropiar a la burguesía y las multinacionales imperialistas, nota nuestra), el imperialismo puede intentar apoyarse en los propios dirigentes actuales de los comités para vaciar a estos de contenido revolucionario y utilizarlos como base para recomponer el Estado burgués. (…) La experiencia de la historia es clara al respecto: la revolución alemana de 1919 fue derrotada por que al frente de los Consejos se situaron los líderes socialdemócratas de derechas, que colaboraron activamente con la burguesía para dinamitarlos desde dentro (…)
“…Es evidente que en el lado de los insurrectos hay diferencias políticas y estratégicas. Las masas ansían la libertad, los derechos democráticos y barrer a la dictadura. Todas estas demandas sólo pueden ser satisfechas a través de una lucha sin cuartel contra la camarilla de Gadafi, y los imperialistas, con el fin de transformar la sociedad de arriba abajo en líneas socialistas. Pero también, el movimiento revolucionario ha atraído a todo tipo de arribistas y oportunistas que tienen sus propios planes, incluso a sectores desgajados de la cúpula política de la dictadura, como el ministro de Justicia de Gadafi, que no luchan por el poder del pueblo, sino por convertirse en los nuevos dirigentes de una Libia liberada de Gadafi, pero que siga conservando el carácter burgués de su Estado y los negocios con las multinacionales y corporaciones imperialistas. Estos sectores se aprovechan del arrojo revolucionario de las masas, pero quieren que la lucha se mantenga en límites aceptables para las grandes potencias. No quieren que el poder de los comités se extienda, se coordine y pueda alumbrar un Estado socialista revolucionario en Libia” (www.elmilitantevenezuela.org/content/view/6942/174/).
Poco después la declaración de la CMR Internacional desarrollaba esta misma idea: “La naturaleza aborrece el vacío. En ausencia de un partido formado por cuadros y activistas que se hayan ganado en el periodo previo el derecho a ser reconocidos por las masas como su dirección, estas en un primer momento tienden a mirar hacia ‘los que saben’, ‘los que hablan bien’. En muchas revoluciones hemos visto como en un primer momento, y especialmente en ausencia de una organización marxista de masas, la insurrección y el surgimiento de comités populares puede llevar al frente de estos a muchos elementos accidentales: sectores de la pequeña burguesía (abogados, ingenieros, médicos…), incluso a figuras vinculadas al régimen anterior, arribistas y aventureros que intentan hacer carrera y subirse a la ola de la revolución. La Comuna de París, la propia revolución de febrero de 1917 o la revolución española de los años 30 son ejemplos claros, pero esto ha ocurrido en mayor o menor medida en prácticamente todas las revoluciones. (…)
“En todos esos procesos revolucionarios a medida que la revolución avanza y debe enfrentar la resistencia de los contrarrevolucionarios, la acción del imperialismo, etc., tiende a desarrollarse una lucha dentro de los propios consejos y comités entre las masas que quieren seguir avanzando y llevar la revolución hasta el final y esos sectores de la dirección que tienden a caer bajo la influencia de la burguesía y el imperialismo y reflejar su presión. Eso es lo que vemos hoy en Libia” (www.elmilitantevenezuela.org-/content/view/6943/174/). Dicha declaración continuaba explicando que la promesa de ayuda militar del imperialismo sería precisamente como un caballo de Troya de la contrarrevolución. Si los dirigentes de origen pequeñoburgués e incluso burgués frenaban la revolución y buscaban algún tipo de pacto o acuerdo con el imperialismo con el argumento de que las masas no eran suficientemente fuertes la situación revolucionaria en marcha podía transformase en su contrario.
Como explicaba León Trotsky en los años 30 en su artículo Una vez más, ¿adónde va Francia?: “El pensamiento marxista es dialéctico: considera todos los fenómenos en su desarrollo, en su paso de un estado a otro. El pensamiento del pequeñoburgués conservador es metafísico: sus concepciones son inmóviles e inmutables; entre los fenómenos hay tabiques impermeables. La oposición absoluta entre una situación revolucionaria y una situación no revolucionaria es un ejemplo clásico de pensamiento metafísico (…) En el proceso histórico, se encuentran situaciones estables, absolutamente no revolucionarias. Se encuentran también situaciones notoriamente revolucionarias Hay también situaciones contrarrevolucionarias (¡no hay que olvidarlo!) Pero lo que existe, sobre todo, en nuestra época de capitalismo en putrefacción son situaciones intermedias, transitorias: entre una situación no revolucionaria y una situación prerrevolucionaria, entre una situación prerrevolucionaria y una situación revolucionaria... o contrarrevolucionaria. Son precisamente estos estados transitorios los que tienen una importancia decisiva desde el punto de vista de la estrategia política. (…)
“Una situación revolucionaria se forma por la acción recíproca de factores objetivos y subjetivos. Si el partido del proletariado se muestra incapaz de analizar a tiempo las tendencias de la situación prerrevolucionaria y de intervenir activamente en su desarrollo, en lugar de una situación revolucionaria surgirá inevitablemente una situación contrarrevolucionaria (…)”.
La aceptación, por parte de los dirigentes que inicialmente fueron aupados por el movimiento de masas a la dirección de los comités populares, de un pacto amplio para conformar el CNT, junto a sectores burgueses de oposición proimperialistas y a ministros de Gadafi que acababan de cambiar de bando hacía pocos días o semanas significó el primer paso en el descarrilamiento de la revolución. El segundo fue buscar la colaboración del imperialismo, lo que en la práctica significaba someterse a su dominio.

 

7. Las reivindicaciones que desataron la insurrección contra Gadafi siguen vigentes y no pueden ser satisfechas bajo el capitalismo

 

El resultado de la política proimperialista de los dirigentes del CNT ha sido convertir lo que era una revolución triunfante en una cruenta guerra civil de más de seis meses que ha costado miles de vidas. Desde este momento, el avance de las tropas rebeldes, ya no tenía como protagonista la acción revolucionaria de las propias masas.
Aunque el sufrimiento de las masas bajo el gobierno de Gadafi era tal que en varios barrios de la capital que sufrieron duramente la represión gubernamental durante los días de la insurrección las tropas rebeldes han sido recibidas con muestras de júbilo, a juzgar por los distintos informes que llegan de la capital libia (incluidos los de colectivos y corresponsales que han mostrado su simpatía por los rebeldes) no parece que la iniciativa y el control de la ciudad esté en manos de las masas, como sí ocurría en los días en que los comités y asambleas populares gobernaban Bengasi y Tobruk, impartían justicia y vigilaban las fronteras.
La conclusión de esto es precisamente la opuesta a lo que plantean todos aquellos que desconfían del instinto, conciencia y capacidad de las masas. Mientras estas tuvieron la dirección de la lucha contra Gadafi, nadie pudo citar casos de ajustes de cuentas, etc. Las asambleas y los comités populares mantenían un orden revolucionario.
En estos momentos en Trípoli parece predominar todavía la confusión. La ciudad estaba al borde de quedarse sin agua. Mientras muchos sectores celebran la caída de Gadafi, la mayoría lucha por sobrevivir y espera que el final de la guerra traiga mejoras significativas en sus condiciones de vida. Por su parte, en Bengasi, Misurata y otras ciudades millones de personas celebran con entusiasmo la caída de un gobierno que varias veces les bombardeó y sometió a asedio y llegó a amenazar con “perseguirles casa por casa como a animales”. Sirte, cuna y centro del poder de Gadafi, se encuentra rodeada por las tropas rebeldes, la cuales han dado un plazo para rendirse hasta el próximo sábado.

 

8. Los anhelos de las masas chocarán con las políticas capitalistas y proimperialistas de los dirigentes del CNT y con las potencias imperialistas

 

En estos momentos la densa niebla de la guerra todavía distorsiona la lucha de clases pero en cuanto ésta se disipe las masas en toda Libia tenderán a ir sacando conclusiones muy similares. Todas las contradicciones que hicieron estallar la insurrección contra Gadafi siguen ahí y más pronto que tarde pasarán a primer plano. El imperialismo intenta formar un gobierno provisional con el CNT y les gustaría poder basarse en éste para estabilizar el país e intentar convertir a Libia, en una especie de baluarte o fortaleza en su lucha por frenar y descarrilar la revolución en todo el mundo árabe. Saben que es un país petrolero de apenas 4 millones de habitantes y creen que si logran establecer un acuerdo para repartirse el botín como buenos bandidos será más fácil de estabilizar que Afganistán o Iraq. Y demás podrán hacer jugosos negocios.
Esa es la razón de que hayan invitado a los imperialistas chinos, rusos o iraníes a la reunión del grupo de “Amigos de Libia” y de que estos, cínicamente, después de condenar con la boca pequeña la intervención, hayan acudido rápidamente (por supuesto como observadores) a pedir su parte en el botín a cambio de colaborar en la estabilización del capitalismo en Libia.
Mientras sectores de la izquierda (e incluso algunos autodenominados marxistas), increíblemente, llegaron a elogiar la postura de China o Rusia como antiimperialista cuando estas potencias —que tenían derecho a veto en el Consejo de la ONU— lo que hicieron fue abstenerse al mejor estilo Poncio Pilatos, desde la CMR denunciamos cómo los imperialistas chinos, rusos e iraníes criticaban con la boca pequeña la intervención pero se mantenían cínicamente al margen, esperando a ver de qué lado se decantaba la guerra para, en cuanto pudiesen, jugar sus cartas y reclamar su parte en el saqueo del pueblo libio.
Ahora la subasta ha comenzado y todos los bandidos imperialistas pujan por llevarse el mejor trozo posible y llegar a un acuerdo entre “caballeros” para utilizar a Libia como muro de contención contra la extensión de la revolución árabe. Pero una cosa son sus planes y objetivos, y otra lo que la lucha de clases y la situación de inestabilidad y ruptura del equilibrio capitalista mundial determinen.
Los revolucionarios debemos seguir atentamente los acontecimientos en Libia durante los próximos meses y hacer todo lo posible para que, frente a los intentos imperialistas de estabilizar una Libia capitalista bajo su control, los sectores más avanzados y combativos de las masas recuperen la iniciativa.
El primer paso es reivindicar el magnífico ejemplo de la insurrección que se desarrolló en el país africano entre finales de febrero y los primeros días de marzo de este año. Frente a la montaña de ocultamientos, tergiversaciones y basura mediática con la que tanto Gadafi y sus compinches, como los imperialistas, los reformistas y hasta los propios dirigentes del Consejo Nacional de Transición (CNT) libio intentan borrar esta experiencia revolucionaria de la conciencia de las masas, es un deber para cualquier revolucionario socialista rescatar y explicar la maravillosa experiencia revolucionaria de los comités populares dirigiendo la vida en Bengasi y otras ciudades.
Los problemas y anhelos que originaron la revolución contra Gadafi volverán a plantearse una y otra vez: el elevadísimo desempleo juvenil, las desigualdades sociales, el derecho a una vida digna…, y vinculado inseparablemente a todo ello las demandas democráticas de libertad de expresión y manifestación, derecho a formar sindicatos y organizaciones políticas independientes, etc. Los dirigentes burgueses y pequeñoburgueses del CNT, agarrados a las faldas de los imperialistas, no darán solución a estas reivindicaciones. En su seno hay ya una lucha a muerte entre distintos grupos y clanes por ver quién se hace con el control del poder, como demuestra el asesinato durante este verano de Abdel Fatah Yunis, jefe del Estado Mayor del ejército rebelde (y ministro de Interior de Gadafi en el momento de estallar la insurrección) a manos de una facción rival del mismo ejército rebelde.
Una vez en el poder estas luchas y contradicciones internas se recrudecerán. Lo mismo es válido para las distintas potencias imperialistas, tanto las que lideraron la intervención como las que se opusieron de boquilla a la misma. En un contexto mundial de lucha por cada porción del mercado mundial, lo más probable es que —independientemente de su voluntad— las tensiones y contradicciones por controlar los recursos del pueblo libio y apoyarse en cada una de las mafias, clanes y grupos que integran la clase dominante local para aumentar su poder e influencia en la región tiendan a agudizarse y se conviertan en otro factor más de tensión y desestabilización cuyas consecuencias pagarán fundamentalmente las masas.

 

9. Sólo un programa socialista que una las demandas económicas y democráticas de las masas y luche por restablecer el poder de los comités populares resolverá los problemas del pueblo libio

 

El resultado más probable de todo este complejo escenario de intereses capitalistas e imperialistas cruzados, será que, más pronto que tarde, el malestar de las masas pueda volver a expresarse. La lucha contra Gadafi ha servido hasta ahora a los dirigentes del CNT de excusa para ganar tiempo, no ofrecer soluciones concretas a las demandas populares y justificar su alianza con los imperialistas. Con la desaparición de esa excusa el verdadero carácter de clase de estos dirigentes y la incapacidad del capitalismo para ofrecer condiciones de vida dignas a las masas se hará cada vez más evidente.
Así las cosas, los dirigentes burgueses libios y los imperialistas intentarán todo tipo de maniobras para desviar la atención de las masas. La primera ya está en marcha: la formación de un gobierno de unidad acompañado probablemente con la promesa de convocar elecciones “democráticas” en un plazo de tiempo que les permita intentar preparar y controlar el desarrollo de dichas elecciones. Sin embargo, como explicamos desde el principio, cualquier promesa de construir una democracia en Libia —como en el resto de la región— sin poner los gigantescos recursos petroleros del país bajo el control y la gestión democrática de la sociedad —empleando los mismos para garantizar empleo, salud, educación, vivienda y condiciones de vida dignas para toda la población— será una farsa.
Las demandas democráticas en Libia sólo pueden ser conquistadas si van de la mano de la lucha por la transformación socialista de la sociedad. La principal tarea de los revolucionarios tanto en la propia Libia como internacionalmente es insistir una y otra vez en esta idea. Ni de la mano de los imperialistas ni bajo Gadafi o sus colaboradores hay solución alguna a los problemas del país. Es imprescindible defender un programa de consignas transicionales que vincule la lucha por la paz y la reconstrucción del país tras la guerra, por empleo digno y para todos, agua, vivienda y servicios sociales, a la necesidad de expropiar las industrias petroleras y demás riquezas del país. Hasta ahora estas riquezas estaban en manos de la camarilla de Gadafi, la cúpula militar y un puñado de familias que las explotaban en colaboración con distintas multinacionales imperialistas. Ahora intentarán controlarlas los principales dirigentes proimperialistas de la oposición a Gadafi. Pero esta enorme riqueza sólo servirá para resolver los problemas de Libia si es gestionada democráticamente por el conjunto de la población mediante asambleas y comités formados por delegados elegibles y revocables.
Pero esto no lo harán los dirigentes que entregaron la revolución al imperialismo. Unido a ese programa hay que defender, frente al intento imperialista de formar cualquier parlamento o asamblea nacional (incluida en un determinado momento la posibilidad de lanzar una asamblea constituyente si lo necesitasen para intentar paralizar y engañar a las masas) que actúe como títere de los planes imperialistas, la reorganización desde abajo de los comités populares y su unificación en una asamblea revolucionaria de delegados de estos comités elegibles y revocables en todo momento que dirija el país. La experiencia de las masas, autogobernándose durante varias semanas en Bengasi y otras ciudades, no caerá en saco roto. Las masas experimentaron su poder y su fuerza, vieron no en teoría sino en la práctica que podían dirigir la vida social sin necesidad de los imperialistas o los capitalistas.

 

10. Para derrotar los planes contrarrevolucionarios del imperialismo en Venezuela y otros países, debemos instaurar una economía nacionalizada y planificada y un Estado revolucionario dirigidos por los trabajadores y el pueblo, y extender la revolución internacionalmente

 

Como decíamos al inicio de este artículo, el empeño de un sector de la izquierda en seguir caracterizando a Gadafi como socialista y revolucionario y lo ocurrido en Libia como una conspiración exitosa organizada por el imperialismo (pese a todos los datos objetivos en contra de esta visión que ya hemos comentados) lleva directamente a aceptar que nuevas conspiraciones como ésta están en marcha en todo el mundo y pueden ser exitosas.
Esta idea es enormemente peligrosa para la revolución, ya que sobrevalora el poder de los imperialistas y desprecia el poder de resistencia de las masas, al considerar a éstas como una especie de papel en blanco sobre el que cualquiera puede escribir. Pero si algo demuestra nuestra revolución es precisamente lo contrario. Durante 12 años los imperialistas han hecho todo lo posible por torcer la voluntad popular, derrocar a Chávez y acabar con la revolución y los trabajadores y el pueblo venezolano hemos ratificado al comandante en más de 11 convocatorias electorales y cuando éste llamó a construir el socialismo alcanzó precisamente el mayor apoyo a lo largo de todo este proceso revolucionario: más de 7 millones de votos, un 63% de los sufragios.
Esta situación sólo ha empezado a variar peligrosamente por causa de la actuación contrarrevolucionaria y saboteadora de la quinta columna burocrática. Este es hoy el peor enemigo de la revolución. Mientras la derecha proimperialista, criminal y vendepatria de la MUD pese a toda su demagogia sigue desprestigiada y desenmascarada ante amplios sectores de la población venezolana esta “quinta columna” que se disfraza de rojo y repite los discursos sobre el socialismo ataca y despide a trabajadores, participa en pequeñas y grandes corruptelas, etc. Con ello golpe la línea de flotación de la revolución, nuestro capital más importante: la moral de las masas, su confianza en que la revolución seguirá avanzando. Ello ha provocado que, por primera vez a lo largo de este proceso revolucionario, el apoyo electoral a la revolución descienda y la distancia respecto a la contrarrevolución se recorte peligrosamente. Pero también hace que, entre las bases más militantes de la revolución, esté creciendo la inquietud y descontento contra la burocracia y la búsqueda de un camino para defender la revolución y hacer definitiva su victoria acabando con el capitalismo y el burocratismo.
No es casualidad que muchos representantes de esta burocracia reformista repitan entusiasmados las ideas acerca de que lo ocurrido en Libia responde a un plan imperialista. Esta idea les viene como anillo al dedo para justificar en casa el desoír, estigmatizar o criminalizar cualquier protesta en su contra y atribuirla como Gadafi en Libia a la manipulación de fuerzas oscuras, la contrarrevolución, etc.
El único modo de defender la revolución —como explicamos al inicio de este artículo— es mantener a las masas obreras y campesinas movilizadas y vigilantes y fortalecer el apoyo social a la revolución, y la confianza de las masas en la misma. Pero eso sólo se puede hacer resolviendo sus problemas, acabando con el poder de los capitalistas y la burocracia estatal y construyendo un genuino Estado revolucionario dirigido por los trabajadores y el pueblo, desarrollando de verdad el control obrero y la planificación democrática y socialista de la economía…
Si las políticas del gobierno revolucionario avanzan en la resolución de los problemas de las masas y fortalecen la confianza de la clase obrera y el resto de los explotados venezolanos en la revolución, ninguna potencia imperialista por mucha fuerza militar que tenga tendrá nada fácil atacarnos y si lo hace esa intervención se volverá en su contra. Por el contrario, si no son resueltos los problemas que sufre el pueblo (inflación de los precios, desigualdades, tercerización, inseguridad, déficit habitacional…), si se moderase la marcha de la revolución, si en lugar de basarse en las masas para llevar esta hasta el final se hacen concesiones a los capitalistas, o se permite que los burócratas enquistados en muchas instituciones del Estado (cada vez más rechazados por las masas) sigan en sus puestos, esto podría debilitar esa confianza y moral y facilitar un escenario mucho más propicio para que los contrarrevolucionarios e imperialistas puedan poner en marcha sus planes.
Esto mismo es cierto respecto a la política exterior. Defender a aliados del tipo de Gadafi, confiar en ellos o en otros gobiernos burgueses enfrentados por sus propios motivos e intereses al imperialismo, sólo puede debilitarnos y mermar al apoyo internacional a nuestra revolución. Venezuela sigue siendo el punto más avanzado de la revolución mundial. Pero ello significa que la dirección de la revolución venezolana tiene una enorme responsabilidad ante los acontecimientos de la lucha de clases en todo el mundo. Si se hubiese adoptado una política de apoyo revolucionario a la insurrección de masas en Libia, ofreciendo todo el apoyo político a los comités y llamando a las masas a desconfiar de los dirigentes que planteasen cualquier acercamiento, por mínimo que fuese, la revolución en Libia y el mundo árabe estaría hoy en una situación más favorable, y la simpatía y apoyo a la revolución venezolana se habría fortalecido no sólo en el mundo árabe sino en todas partes. El apoyo a Gadafi (al igual que el que se brinda a Assad o Ahmadineyad) crea enormes dudas y desconcierto entre decenas de miles de activistas en todo el mundo, y es utilizado por los imperialistas para intentar aislarnos e identificar a Chávez y a la revolución venezolana con estos regímenes que no son en absoluto revolucionarios.
Es necesario un cambio en la política exterior. Sólo aplicando las políticas antes comentadas para llevar la revolución hasta la victoria en Venezuela, y llamando al mismo tiempo a los trabajadores y oprimidos de todo el continente y del resto del mundo a acabar con el capitalismo y construir un Estado revolucionario dirigido por los trabajadores y el pueblo en sus países, podremos romper el intento imperialista de cercarnos y hacer realidad el proyecto bolivariano de la Patria Grande liberada, unida y socialista, dentro de un mundo socialista, sin ningún tipo de opresión ni explotación.

El pasado 17 de marzo Naciones Unidas aprobó una resolución para imponer una zona de exclusión aérea sobre Libia, con el fin —según declara la misma— de hacer frente a la “violación de los derechos humanos” por parte del régimen de Gadafi. Desde el pasado fin de semana las fuerzas armadas del imperialismo occidental han desencadenado un vasto operativo militar, a través de constantes bombardeos por aire y mar, contra el ejército de Gadafi y sus defensas aéreas y terrestres en Trípoli y otras ciudades del país. La operación militar está comandada por los EEUU, Francia y Gran Bretaña, pero en ella intervienen otros países “aliados” como Italia y el Estado español.

 

Las cínicas mentiras del imperialismo.
La ONU, instrumento de las grandes potencias

 

Al igual que en anteriores intervenciones y con el fin de justificar la acción militar del imperialismo ante la clase trabajadora y las masas de todo el mundo —y especialmente de sus propios países—, los gobiernos de EEUU y de los países de Europa implicados han recurrido a las mentiras, las manipulaciones y la más burda demagogia. Durante la invasión de Iraq, la excusa repetida hasta la saciedad para justificar la invasión militar y la posterior ocupación fue la de la presencia de armas de destrucción masiva. En el caso de Libia, el pretexto planteado por los imperialistas es la supuesta “protección” de la población de Bengasi para salvarla de un “baño de sangre”. También se ha esgrimido la intención de la mal llamada “comunidad internacional” de intentar evitar una guerra civil. Cualquier joven o trabajador ante esta propaganda imperialista, apoyada vergonzosamente por los dirigentes socialdemócratas y sindicales en Europa, debe hacerse las siguientes preguntas para poder ver los motivos reales que hay tras la intervención en Libia. ¿Dónde y cuándo el imperialismo norteamericano, francés o británico con la anuencia del resto de potencias, ha intervenido militarmente para salvaguardar la vida de civiles o con fines humanitarios? ¿Por qué intervienen en Libia y en cambio respaldan la represión salvaje del régimen de Yemen o de Bahrein contra las masas revolucionarias? ¿Por qué quieren eliminar ahora a Gadafi, cuando éste dictador sanguinario, como en su momento ocurrió con Sadam Husein, ha sido durante años un aliado mimado por las potencias imperialistas y de las grandes multinacionales occidentales del gas y del petróleo? ¿Por qué intervienen militarmente justo en el momento en que la ofensiva militar de los mercenarios y tropas de elite de Gadafi habían llevado a las masas libias insurrectas a una situación desesperada?
El imperialismo occidental ha puesto en marcha su maquinaria propagandista para manipular el sano sentimiento de las masas, tanto fuera como dentro de las fronteras de Libia, con un único fin: ocultar sus responsabilidades en el sostenimiento de todo tipo de regímenes reaccionarios y dictaduras en el mundo árabe, mantener los beneficios de las multinacionales a las que obedecen los gobiernos que comandan la política imperialista y asegurar sus intereses económicos, estratégicos, de prestigio e influencia. Y junto a estas razones realizar una demostración de fuerza para intimidar a las masas árabes que están protagonizando una maravillosa revolución contra regímenes tiránicos sostenidos por esos mismos imperialistas. No se trata de defender los “derechos humanos”, como creen algunos, sino de asegurarse el control sobre un país y una zona estratégica. El balance de las intervenciones norteamericanas y del resto de potencias en Yugoslavia o las invasiones en Afganistán o Iraq, responde únicamente al objetivo de preservar sus intereses económicos y políticos, no a la defensa de la población. El resultado de estas intervenciones ha significado una pesadilla para los pueblos, que han sido víctimas de matanzas, pillajes y robo indiscriminado bajo el paraguas de la llamada “legalidad internacional”.
La primera guerra de Iraq, en 1992, tuvo como fin, según la propaganda imperialista, restablecer la democracia de Kuwait. Con eso justificaron la intervención. Casi 20 años después en el Golfo Pérsico siguen existiendo monarquías despóticas (como la del propio Kuwait, Arabia Saudí, Bahrein...), donde la población carece de cualquier derecho democrático. En Yugoslavia la excusa para la intervención y el bombardeo fue “salvar al pueblo kosovar de la agresión serbia”. 20 años después se descubre como la intervención sobre Yugoslavia no evitó sangrientas “limpiezas” étnicas por parte de las partes en conflicto, pero si permitió al imperialismo occidental destruir la Federación Yugoslava y crear Estados satélites en Croacia o Kosovo, además de imponer un programa de privatizaciones y apertura de toda la zona al control de las multinacionales occidentales. Los más de 100.000 muertos reconocidos como resultado de la ocupación de Iraq por las tropas estadounidenses y británicas tras la segunda intervención imperialista en 2003, son muestra inequívoca de una barbarie que aún no ha terminado en este país. Bush, Blair y Aznar manipularon y mintieron descaradamente para justificar su guerra de rapiña, buscando armas de destrucción masiva que jamás existieron.
Por todo ello es evidente que el imperialismo, es decir, la política de las grandes potencias al servicio de los grandes monopolios y el capital financiero, utiliza la excusa de la “intervención humanitaria” como un paraguas para su política de saqueo y dominación en la zona, tal y como lo han hecho otras veces. En el caso de Libia la intervención aprobada por la ONU tiene el mismo fin. Y el hecho de que haya sido aprobada una resolución en el Consejo de Seguridad no cambia un ápice la naturaleza imperialista de la agresión. Por eso, los trabajadores y la juventud de todo el mundo no debemos tener ninguna confianza en la ONU, un organismo al servicio de los intereses estratégicos de las grandes potencias que nunca ha movido un dedo para frenar la política represiva de aquellos gobiernos que han sido aliados de los imperialistas occidentales, como en el caso de Israel. Las matanzas sistemáticas de las que ha sido víctima el pueblo de Palestina jamás han motivado ninguna intervención militar de las potencias “democráticas” para salvaguardar los derechos humanos de los palestinos, constantemente pisoteados por el gobierno sionista. Lo mismo se puede decir cuando se produjo el golpe militar en Chile en 1973, que llevó al poder al general Pinochet, o en el caso de Argentina en marzo de 1976. Estos regímenes, igual que muchos otros en Latinoamérica, asesinaron a decenas de miles de trabajadores, sindicalistas y jóvenes activistas de izquierda, pero siguieron conservando su asiento en la ONU y no se propuso ninguna intervención militar para salvaguardar los “derechos humanos” de la población. Y la razón es obvia: a pesar de que eran dictaduras sangrientas, eran dictaduras aliadas de las potencias occidentales y habían servido para cortar el avance de la revolución socialista en América Latina.

 

El papel del Consejo Nacional libio de Bengasi y sus relaciones con el imperialismo

 

Como hemos señalado en anteriores declaraciones, el régimen de Gadafi ha sido un fiel aliado del imperialismo occidental y de las grandes multinacionales del petróleo. Su política de privatizaciones ha recibido los parabienes del FMI, y el dictador era agasajado con todos los honores en las capitales europeas. Los EEUU y muchos gobiernos de la UE no dudaron en hacer lucrativos negocios con el régimen. Considerar a la dictadura de Gadafi como un gobierno revolucionario o antiimperialista entra en contradicción total con los hechos.
Tras el estallido de la revolución en Túnez y en Egipto, la decisión de las masas de llevar la lucha hasta el final provocó la caída de las odiadas dictaduras de Ben Alí y de Hosni Mubarak. Ambas dictaduras fueron sostenidas, financiadas y armadas por el imperialismo occidental. Para aquellos que todavía sostienen que Gadafi es un revolucionario o un antiimperialista, hay que recordarles que el sátrapa libio apoyó hasta el último momento a los dictadores de Túnez y Egipto, y fue una de la voces más vehementes en este respaldo… junto al gobierno sionista de Israel. La revolución árabe no se limitó a las fronteras de Túnez o Egipto, se extendió como un incendio a toda la región: Yemen, Bahrein, y Libia. Ahora también sacude a Marruecos, Siria y las corruptas monarquías del golfo. Pero en Libia, el movimiento revolucionario de las masas llegó más lejos que en otras partes. La insurrección popular en Bengasi, Tobruk y otras ciudades, provocó la ruptura del aparato del Estado en su parte más sensible: el ejército. Cientos de soldados y mandos militares se sumaron a la insurrección, que rápidamente se dotó de comités populares para organizar la vida cotidiana de las ciudades liberadas, y crear milicias armadas para combatir a las fuerzas de la dictadura. Como atestiguan numerosos observadores internacionales antiimperialistas, la revolución tenía un carácter popular, no tenía nada que ver con Al Qaeda como intentaba plantear Gadafi, y respondía a un profundo sentimiento de liberación entre la masas contra una dictadura reaccionaria y sangrienta que había eliminado los derechos democráticos más básicos de la población.
Las masas insurrectas de Libia dieron un ejemplo de audacia y valentía, combatiendo con pocos recursos a unas fuerzas militares integradas por regimientos profesionales y mercenarios. Pero como muchas veces ocurre en las revoluciones, una cosa es la honestidad, el arrojo y la capacidad de sacrificio, y otra es la necesidad de dotar a la revolución y sus organismos de un programa y una estrategia para la victoria. Ese programa sólo puede provenir de una firme orientación socialista y revolucionaria, que plantee con claridad la vinculación de las aspiraciones democráticas de la población —libertad de expresión, de reunión, de organización de partidos y sindicatos, depuración del aparato estatal de la dictadura…— a la satisfacción de sus necesidades materiales: empleo, viviendas, educación y sanidad pública dignas, buenos salarios, lo que implica la lucha por expropiar las riquezas de la camarilla gobernante y de las potencias imperialistas implicadas en la explotación del petróleo y del gas. Es decir, un programa por la revolución socialista que además debe tener como eje un llamamiento a la solidaridad revolucionaria de las masas árabes para defender la insurrección y completar con éxito el derrocamiento de la dictadura.
Lamentablemente, a pesar de la voluntad revolucionaria de las masas libias, la dirección del movimiento no ha tenido esta perspectiva. Al igual que en otras revoluciones populares de la historia, la dirección de los rebeldes, en particular el Consejo Provisional instalado en Bengasi, capital de la insurrección, se ha llenado de arribistas, desertores de la dictadura que tienen sus propios objetivos e intereses y que han oscilado hacia las potencias imperialistas. En lugar de plantear el combate militar como una guerra revolucionaria de liberación social, insistiendo en la solidaridad internacionalista de las masas de otros países en revolución, han puesto toda su confianza en una intervención imperialista, un juego muy peligroso que puede convertirse en el estrangulamiento de la propia revolución.
El imperialismo se ha hecho eco de estos elementos en el seno del movimiento revolucionario en Libia, los antiguos ministros de exteriores y de interior del régimen de Gadafi, entre otros funcionarios del Estado, para justificar su intervención. Estos sujetos que hicieron su carrera y beneficios a la sombra de Gadafi durante años y participaron activamente en la represión y saqueo del pueblo libio junto a la familia Gadafi, decidieron abandonarla a su suerte cuando la insurrección parecía que, al igual que en Túnez y Egipto, había sentenciado el futuro del dictador. Y se pusieron al frente del Comité Nacional libio en Bengasi, autoproclamándose los líderes de la oposición a Gadafi.
El que elementos del antiguo régimen se pongan al frente de las masas al inicio de una revolución es un fenómeno que se ha repetido a la largo de la historia. Las masas revolucionarias, eufóricas tras las primeras victorias, liberadas del yugo que las oprimía durante décadas, permitieron, en no pocas ocasiones, que elementos burgueses, proimperialistas, que en definitiva quieren volver la revolución hacia atrás y darle un cauce procapitalista se pusieron al frente del movimiento. La revolución rusa de 1917 condujo a la toma del poder por parte del proletariado con el partido bolchevique pero al comienzo de la misma se estableció un gobierno de coalición burgués y reformista, con un terrateniente monárquico al frente, el príncipe Lyov, que había saltado al lado revolucionario poco tiempo antes de la caída del zar. El mismo gobierno tenía como ministro de Asuntos Exteriores al jefe de la patronal rusa, Milyukov, que al mismo tiempo era vocero de la burguesía francesa y británica. El proletariado y los campesinos rusos tuvieron que pasar por una durísima experiencia para deshacerse de esta lacra y de los dirigentes reformistas que sostenían ese gobierno. No fue sino con la ayuda y dirección del partido bolchevique como los soviets se hicieron con el poder a través de una política revolucionaria, y derrotaron a los elementos pro capitalistas e imperialistas que, de haberse perpetuado, hubiera llevado la misma a la derrota y a un baño de sangre de los obreros y campesinos. El ejemplo de la revolución rusa es trasladable a la gran mayoría de las revoluciones.
Como explicábamos los marxistas en anteriores materiales, mientras el sentimiento mayoritario de las masas que protagonizaban la revolución en Bengasi y el resto de ciudades de Libia era de oposición a cualquier intervención imperialista (como muestran los vídeos publicados en webs antiimperialistas como The Real News y numerosos testimonios recogidos en la prensa), este sector burgués que, ante la ausencia de una organización revolucionaria al frente del movimiento de las masas, se ha hecho con la dirección efectiva de los comités que por doquier surgieron en la revolución libia, desde un comienzo se caracterizó por todo lo contrario. Como no podía ser de otra manera dado su carácter burgués, esta dirección puso toda la fe en el apoyo del imperialismo europeo y norteamericano. Estos dirigentes desconfían de la capacidad revolucionaria de las masas para vencer a Gadafi y en el fondo temían a éstas profundamente, no sin razón ya que las masas tendían a superarles y tomar el poder en sus propias manos. Para frenar el ímpetu revolucionario y mantener el movimiento dentro de los límites que consideraban aceptables, estos dirigentes maniobraron en connivencia con el imperialismo para tratar de desviar el movimiento de las masas revolucionarias. Con horror los voceros del imperialismo señalaban que Libia caía en la anarquía por carecer de Estado, policía, jueces, etc. Sin embargo, en las ciudades que gobernaron los comités revolucionarios no se vio ningún caos, al contrario, lo que predominaba era el espíritu de solidaridad fraternal entre la población y la toma de decisiones para organizar la vida cotidiana de una forma directa a través de la participación popular. Lo que temía el imperialismo, los ex socios de Gadafi, es precisamente al nuevo orden revolucionario que no podían controlar. Tenían que ver el modo de minar la confianza de las masas en sus propias fuerzas y poder introducir en su seno la idea —hasta entonces rechazada por éstas— de la necesidad de que el imperialismo interviniera. Como hemos dicho, el sano instinto de las masas populares y de los trabajadores era de oposición a cualquier tipo de intervención extranjera, como se reveló en numerosos medios de comunicación independientes. Sin embargo, ya desde las primeras horas en las que el régimen estaba colgando de un hilo, los dirigentes proimperialistas del consejo nacional libio introdujeron varias ideas perniciosas para la revolución: 1) no somos suficientemente fuertes para vencer por nosotros mismos a Gadafi debido a que controla la fuerza aérea. 2) No queremos la intervención extranjera, pero podemos ganar si la OTAN o la ONU intervienen con una zona de exclusión aérea.

 

El programa militar para la victoria de la revolución

 

Es evidente que éste modo de plantear la cuestión de la lucha contra Gadafi introdujo un elemento de parálisis y, una cuestión vital en la revolución, restó confianza en sus propias fuerzas a las masas, de cara a acometer el asalto final contra la dictadura. Esto dio un tiempo vital al régimen de Gadafi, y a los propios imperialistas hasta entonces paralizados y sorprendidos por el ascenso del movimiento revolucionario, para recuperar la iniciativa. Si bien el ejército y la policía se habían descompuesto, fruto de la acción revolucionaria de las masas, Gadafi y su familia tenían aún una guardia pretoriana de regimientos de elite y de mercenarios con los que pudo controlar Trípoli temporalmente y retomar la ofensiva contra las ciudades revolucionarias. De hecho, Al Jazeera informó que “la empresa israelí Global CST, ha enviado hasta ahora 20.000 mercenarios a Libia, a fin de reprimir las revueltas populares. De acuerdo a dicho informe los representantes de esta empresa mantuvieron un encuentro con el titular de Inteligencia Interior de Libia, Abdullah Sanusi, y los detalles del tratado han sido confirmados. Se dice que Gadafi paga diariamente por cada uno de los mercenarios 2.000 dólares, de lo cual cada uno recibe sólo 100 dólares y el resto se reparte la empresa israelí y los jefes de las tribus abastecedores de estas fuerzas (www.-elciudadano.cl/2011/03/02). Conforme la ofensiva de Gadafi fue ganando terreno, jefes militares que habían permanecido al margen esperando ver como se dilucidaba la lucha, se volvieron a posicionar con Gadafi.
Danton, jefe militar de la revolución francesa, acuñó como consiga el lema: “audacia, audacia y mas audacia”. Esto no era una frase hecha, vacía, sino una cuestión vital para la supervivencia y victoria de cualquier insurrección. La revolución, y particularmente la insurrección de masas, sólo puede vencer si avanza sin tregua conquistando cada posición y derribando todos los obstáculos: si no lo hace todo el edificio creado por ella amenaza con derrumbarse. Y eso es lo que ha sucedido en la revolución libia. Esto ha sido consecuencia de la ausencia de un partido revolucionario que diera una orientación clasista e internacionalista a la guerra librada contra las fuerzas armadas de la dictadura, empezando por la urgencia de la ofensiva militar. Que llamará a la población a la más absoluta desconfianza hacia los nuevos dirigentes del consejo nacional libio, combatiendo desde el principio la idea de la exclusión aérea, una trampa que dejaba a los imperialistas el terreno despejado para sus maniobras, e infundiera entre las masas el espíritu de que la única victoria posible pasaba por la toma inmediata de Trípoli. Y junto a todo esto, llamar a la solidaridad internacionalista de la población árabe de todos los países de la zona, a la organización de huelgas de solidaridad, boicots económicos al régimen de Gadafi, y a la ayuda militar de los trabajadores y jóvenes con voluntarios para combatir. El programa militar de la revolución es fundamental, por eso la actividad del ejército insurrecto debía dirigirse con acciones concretas decididas a demostrar a la población, de dentro y de fuera de Libia, que el objetivo era la liberación social para barrer el dominio de la familia Gadafi, del resto la burguesía libia y a las multinacionmales imperialistas que llevan años saqueando juntos el país, es decir: terminar con el capitalismo luchando por la transformación socialista de la sociedad. Al no hacer esto le dio la oportunidad a Gadafi de lanzar una contraofensiva y a los imperialistas de poner en marcha una nueva estrategia para intentar mantener el control del país.
La ausencia de una organización revolucionaria que unificara las diferentes milicias con este programa, hizo que el lado fuerte de las mismas, que es el entusiasmo, la espontaneidad y el espíritu de sacrificio, ante el ataque de fuerzas menores en número pero mejor preparadas y dispuestas a cualquier atrocidad, como eran los mercenarios de Gadafi, pusieran de manifiesto su lado débil, su deficiente entrenamiento militar, su dispersión. Como señalamos en la declaración de la CMR, Revolución y contrarrevolución en Libia: “Las masas, inquietas, intentan salvar su revolución con las pocas armas a su alcance y un inmenso coraje y voluntad de resistir hasta el final pero carecen de un partido revolucionario que les dé dirección, que organice la lucha militar y al mismo tiempo proponga un programa y una estrategia para completar y consolidar la revolución. Ese es el factor decisivo que puede acabar condicionando el futuro de la revolución.
Como ha explicado muchas veces el marxismo, la contrarrevolución para lanzarse al ataque no necesita tener más apoyo social que la revolución. De hecho, siempre que han conseguido derrotar a la revolución lo han hecho no por ser más sino por la ausencia de dirección al frente de las filas revolucionarias o por los errores cometidos por esa dirección al no aprovechar la oportunidad de noquear definitivamente a la reacción y permitir a ésta conservar aunque sólo sea una parte de su poder. En Libia volvemos a ver cómo el poderoso río desbordado de la iniciativa espontánea de las masas necesita inevitablemente el cauce de una organización revolucionaria formada por miles de cuadros y activistas unidos por un mismo programa y estrategia para vencer. Debido a esa falta de una dirección revolucionaria, el momento inicial de avance incontenible del movimiento revolucionario y desbandada en las filas del régimen, que llevó a la revolución hasta las propia puertas del palacio de Gadafi en Trípoli, no fue aprovechado para unificar de manera inmediata a los comités y milicias populares que de manera espontánea las propias masas estaban creando en cada población para velar por su seguridad y garantizar la defensa. No se constituyó un ejército revolucionario unificado formado por el pueblo en armas ni se organizó un avance masivo sobre Trípoli que acompañase la insurrección de las masas en los barrios más pobres de la capital.
Esta insurrección en Trípoli se produjo, pero ahí era donde Gadafi que, aunque criminal y enloquecido, sí tenía un plan y concentraba sus fuerzas más fiables: las unidades de elite dirigidas por sus propios hijos Khamis y Muntasim (y otros altos oficiales estrechamente vinculados a la corrupta camarilla que controlaba el poder) y su ejército de mercenarios procedentes del extranjero. Esta guardia pretoriana equipada con moderno armamento vendido por los propios imperialistas estadounidenses y de la Unión Europea y financiadas con el dinero del petróleo y los negocios que la familia Gadafi mantiene con los imperialistas es la que hoy están masacrando al pueblo. El resultado es que mediante el uso del terror Gadafi pudo mantener el control de Trípoli y lanzar el ataque que ahora está causando miles de víctimas y podría acabar con la revolución.
Como explicaba Engels, el Estado, en última instancia, son cuerpos de hombres armados en defensa de la propiedad. Algunos de esos cuerpos de hombres armados en Libia se vieron disueltos por el ascenso revolucionario, sobre todo en el este del país. Muchos soldados y oficiales se pasaron a la revolución pero de un modo en su mayor parte descoordinado e individual, sumándose a milicias y grupos armados que en cada localidad intentaban asegurar la defensa. El grueso del armamento, en particular el armamento pesado, y las unidades mejor equipadas y con mayor poder de destrucción, siguen, sin embargo, en manos de Gadafi. El ejército y, especialmente, los cuerpos profesionalizados y de elite (no digamos ya los mercenarios), tiende a constituir la última línea de defensa de cualquier régimen reaccionario contra las masas. Los mandos militares y los mercenarios, además, están acostumbrados a actuar de manera disciplinada, implacable, reprimir y matar.
Las masas se ven ahora obligadas a luchar en condiciones de inferioridad militar, con las únicas armas de su mayor número, entusiasmo y disposición a ir hasta el final pero sin coordinación, y un plan unificado frente a unas tropas bien adiestradas y equipadas y que carecen de escrúpulos a la hora de disparar contra civiles desarmados, bombardear a la población, etc. Para derrotar la acometida de Gadafi y vencer, la revolución necesita en primer lugar organizar el armamento general del pueblo en Bengasi y las demás zonas liberadas, creando un ejército revolucionario del pueblo mediante la unificación de todas las milicias. Al mismo tiempo, los comités populares deben ser la base de un Estado revolucionario, socialista, que nacionalice todos los recursos del país y tome de manera inmediata medidas para resolver todos los problemas sociales que sufre la población”.
Como señalamos en la misma declaración, al imperialismo le hubiera gustado intervenir antes pero fue la existencia de las masas revolucionarias que no controlaba y el sentimiento antiimperialista de las mismas, las que impedían que estos intervinieran. Se tenían que crear las condiciones políticas para que la intervención pudiera darse: “Por eso, con el cinismo que les caracteriza, parece que el juego imperialista es esperar a que Gadafi machaque a las masas un poco más y a última hora realizar algún tipo de intervención. Con la moral y energía de la población insurrecta debilitada y un sector de sus propios dirigentes pidiendo la intervención, la táctica de los imperialistas es aparecer como salvadores y al mismo tiempo establecer una cuña sobre el terreno que garantice sus intereses económicos y políticos en la región. Como se afirma en la última declaración de la CMR de Venezuela, “intentan atraerse a diferentes representantes del llamado Consejo Nacional Libio de Transición (CNLT) y colocar a las masas revolucionarias ante una situación insostenible que les permita llegar a acuerdos con determinados representantes políticos de cara a que asuman sus puntos de vista y aseguren los negocios imperialistas en el país”.

 

Los imperialistas contra la revolución libia.
La posición de la izquierda en Europa y América Latina

 

Los acontecimientos han sucedido como señalábamos en esa resolución. El imperialismo francés, que tiene poderosos intereses en la región y quiere ampliar su zona de influencia, tras la resolución de la ONU puso al resto de potencias ante el hecho consumado de su decisión de atacar Libia. En esas condiciones, Estados Unidos y Gran Bretaña no se podían quedar atrás, a pesar de todas las vacilaciones mostradas en las semanas anteriores y se decidieron por la intervención y por tener un papel protagonista de primer orden.
Gadafi declaró recientemente que iba a entrar en Bengasi como las tropas de Franco entraron en Madrid en la guerra civil española. Para todos aquéllos que desde la izquierda tuvieron alguna duda del carácter reaccionario de este elemento, sus propias palabras le delatan. Gadafi representa la contrarrevolución armada contra las masas insurgentes. Al igual que Franco en los primeros días de la guerra civil española, sin bases de apoyo firmes en el país tras la insurrección obrera en Barcelona y Madrid y otras ciudades, tuvo que basarse en las tropas mercenarias legionarias y coloniales marroquíes para utilizarlas como ariete contra las masas revolucionarias. El papel de los dirigentes reformistas y burgueses de la republica española, que en un primer momento intentaron llegar a un acuerdo con los fascistas y se negaron a organizar seriamente la resistencia de los trabajadores contra el golpe, permitió el avance de Franco de tal modo que en apenas dos meses después del golpe, Franco estaba en condiciones de sitiar la capital (Madrid) y generar una situación desesperada. El sacrificio de las masas paró el asedió a la capital pero la negativa a organizar y coordinar las milicias revolucionarias por parte del gobierno permitió a las tropas mercenarias, mejor entrenadas y dispuestas a cualquier masacre, avanzar rápidamente. Una situación muy similar se está viendo en Libia. Tras los primeros rápidos contragolpes de las tropas fascistas, los dirigentes republicanos, reformistas y estalinistas de la republica española, entraron en pánico y en vez de poner el énfasis en la capacidad de las masas para vencer al fascismo por sus propias fuerzas con la ayuda de la clase trabajadora de otros países y sobre la base de un programa revolucionario, colocaron la confianza de la victoria en la intervención extranjera, de Francia y Gran Bretaña, “las potencias democráticas”. Para garantizar tal intervención, impusieron un programa burgués en el campo republicano y frenaron toda iniciativa revolucionaria por parte de las masas. Todo ello sentó las bases para la victoria del fascismo en España en abril de 1939.
Por ahora, en Libia, la intervención de las fuerzas imperialistas se ha acotado a crear una zona de exclusión aérea acabando con capacidad aérea del mermado ejército libio. Sin embargo, esto es sólo el inicio de la intervención. La guerra tiene su propia dinámica y es la ecuación más compleja de todas. El imperialismo no se va a detener y no se puede detener. Su objetivo es controlar al país e intentar derrotar a Gadafi, pero sobre todo, acabar con la revolución popular. La posibilidad de enviar tropas terrestres, como en Afganistán o Iraq, es una alternativa que pone los pelos de punta a los imperialistas por las consecuencias impredecibles que puede tener. Y esta perspectiva ya ha provocado fisuras abiertas en la coalición occidental: Alemania se opone, Turquía se opone, EEUU tiembla ante esta solución y, por otro lado, otras potencias como Rusia y China también se oponen. La cuestión es que derrotar a Gadafi con bombardeos aéreos es poco probable. Por eso los imperialistas pueden barajar, como salida inmediata, ayudar con armas, logística y hombres a los insurrectos. Pero sólo lo harán si hay garantías de que la revolución está liquidada. En todo caso, una opción de este tipo también tiene sus riesgos.
Si las tropas rebeldes, debido a la política nefasta de su dirección, aceptan jugar este papel, significaría en la práctica que, temporalmente, los imperialistas pueden terminar de descarrilar la revolución y utilizarlos como carne de cañón para sus planes imperialistas en la región. Esta hipótesis significaría una guerra cruenta y larga, que tendría también otros efectos. No se podría descartar que en un conflicto de este tipo, las fuerzas de Gadafi pudiesen resistir por un periodo y el régimen se viera reforzado en el interior de Libia apelando al sentimiento antimperialista de las masas con su demagogia. Aunque su apoyo social es nulo, la intervención le da un margen de maniobra mayor.
El mayor problema de la revolución libia es que tras los primeros días en los que la iniciativa espontánea de las masas descompuso al Estado burgués y rompió los planes imperialistas (que inicialmente eran buscar una negociación entre Gadafi y la oposición burguesa en el exterior), la iniciativa política, tanto dentro como fuera de Libia, pasó totalmente a manos del imperialismo y de los sectores afines a él. Las masas han estado huérfanas de dirección y sin un punto de referencia a donde mirar y guiarse, salvo su instinto revolucionario sobre que es lo que no quieren. En ese sentido, los dirigentes de las organizaciones políticas y sindicales de masas que se identifican con la izquierda tienen una enorme responsabilidad.
Los dirigentes de la izquierda reformista en Europa en lugar de utilizar la enorme simpatía que la revolución en el mundo árabe, en Túnez, Egipto, Libia, Bahrein, ha despertado entre los jóvenes y trabajadores para movilizar a las masas en sus países en apoyo a las masas libias, denunciar la política de colaboración con Gadafi y el saqueo de los recursos del pueblo libio y los demás pueblos árabes que llevan a cabo los gobiernos burgueses de la Unión Europea, han apoyado desde el primer momento la intervención del imperialismo, y muchos de ellos en este momento saludan, incluso, la resolución de la ONU y los bombardeos. Ante esta política reformista y procapitalista, los ojos de millares de revolucionarios de los pueblos árabes y de todo el mundo estaban puestos en la izquierda revolucionaria de América Latina. En Bengasi eran muchos los que se preguntaban por qué Chávez no les daba un apoyo decidió contra Gadafi. Tras su heroica resistencia y sus victorias frente al imperialismo, las revoluciones en Venezuela y Cuba, y las figuras de Fidel Castro y Hugo Chávez, se han ganado el derecho a ser vistas por millares de jóvenes y trabajadores en todo el mundo como un punto de referencia a la hora de luchar contra el imperialismo, el capitalismo y la opresión. Precisamente por ello, los imperialistas y sus lacayos a sueldo en los medios de comunicación se esfuerzan por intentar identificar a estos dirigentes y gobiernos revolucionarios con contrarrevolucionarios y represores como Mubarak, Gadafi o Ben Alí.
La revolución en el mundo árabe era una oportunidad, además, para apoyar a las masas de estos países, para combatir estas calumnias imperialistas y unir en la lucha a las masas revolucionarias árabes y latinoamericanas. Si desde la izquierda latinoamericana y, particularmente desde Venezuela y Cuba, se hubiera dado una apoyo a las masas insurrectas árabes, primero en Túnez y Egipto donde se vio el movimiento desde un primer momento con dudas y desconfianza, y luego en Libia, donde simplemente se negó que existiese ninguna revolución, esto habría estimulado la revolución en todo el mundo árabe, enlazado con el instinto de las masas de Bengasi y obstaculizado de forma importante los planes, tanto de los dirigentes de la oposición burguesa a Gadafi como del imperialismo, para desviar de sus objetivos revolucionarios a estas masas y abrir las puertas a la actual intervención.
En lugar de ello, se dio por buena la teoría de que en Libia no había ninguna revolución, se aceptó en la práctica la demagogia de Gadafi y se planteó la idea de que si los imperialistas estadounidenses y europeos denunciaban a éste era porque se trataba de un líder antiimperialista (en contra de toda evidencia ya que Gadafi ha firmado durante los últimos años todo tipo de acuerdos y alianzas con estos mismos imperialistas, privatizado las empresas y atacado los derechos de los trabajadores por todo lo cual, como hemos insistido, ha sido elogiado por el mismísimo FMI). Esta posición del gobierno bolivariano y de otros gobiernos de izquierda de la región —independientemente de que su intención no sea ésa— no ha servido para levantar un muro contra los planes del imperialismo que pretenden separar la revolución en el mundo árabe de la revolución en Latinoamérica, intervenir hoy contra la primera e intentar aislar y desprestigiar a la segunda.

 

Aprender de los acontecimientos

 

Los revolucionarios latinoamericanos y del resto el mundo tenemos que aprender de nuestro enemigo de clase, de los capitalistas y de los imperialistas. El imperialismo norteamericano comprendió que era complicado mantener a sus títeres en estos países, y rápidamente se posicionó para que tras la caída de los mismos sus intereses estuvieran lo mejor representados, tratando de ponerse o aparecer al frente del movimiento por la democracia. Esta hábil jugada política descolocó a la izquierda en general y a la latinoamericana en particular, salvo honrosas excepciones. Teníamos que haber aprendido del imperialismo: si desde el primer momento se hubiera apoyado la revolución árabe y, sobre todo, Chávez hubiera aparecido ante las masas árabes como su campeón planteando que no tenían tan sólo que luchar por la democracia burguesa representativa sino, como se intenta hacer en Venezuela, por el socialismo, eso hubiera sido una piedra de toque contra los planes del imperialismo en la zona y hubiera consolidado la unidad entre las masas y los pueblos revolucionarios de América Latina y Oriente Medio. Desafortunadamente, esto no ha sucedido permitiendo al imperialismo avanzar sus peones.
Sin embargo, los cálculos de los imperialistas se hacen sobre bases completamente falsas. Obama y la socialdemocracia cree que en el mundo árabe estamos ante una revolución democrática, haciendo una analogía falsa con la caída del estalinismo. Como hemos resaltado en otros artículos y declaraciones, el carácter de la revolución árabe no es democrático, si por democracia burguesa se entiende este concepto, sino socialista, porque las masas para resolver sus problemas más inmediatos, desde el pleno ejercicio de las libertades de expresión, de manifestación y organización hasta las demandas básicas de empleo, vivienda, sanidad… van a chocar (están chocando ya) con el capitalismo, con el aparato del Estado burgués que, aunque debilitado, sigue en pie. Es por ello que, lejos de llevar a un control y estabilización de los nuevos regímenes que surjan, el imperialismo y el capitalismo se va a encontrar con enormes dificultades para controlar a las masas que van a aumentar el calado y la audacia de sus demandas, poniendo en cuestión que bajo el sistema capitalista es imposible darles satisfacción.
El caso es que la intervención en Libia no resuelve el problema sino que lo empeora, con la posibilidad de una escalada militar y el estancamiento del conflicto. El imperialismo, como en Iraq y Afganistán, puede quedar entrampado. El ministro de Exteriores británico señaló la posibilidad, incluso, de dividir el país. Esto sería un tremendo crimen contra la revolución libia y árabe en general, que la población pagaría con su sangre. Sin embargo, las masas aún no han dicho su última palabra. Pese a la ofensiva de Gadafi, lejos de estar derrotadas están en ebullición: de darse la invasión las tropas imperialistas, incluso en las zonas revolucionarias, no serian bien recibidas y a medida que se haga evidente para las masas el engaño que suponen las palabras imperialistas esto significará una nueva fase del conflicto. Como hemos explicado, la experiencia de las masas desafiando el poder del Estado burgués, el ejército, etc., e incluso asumiendo durante semanas la gestión de la vida social en numerosas ciudades, dejará una profunda huella en su conciencia y volverá a empujarlas a la lucha y a sacar lecciones de la amarga experiencia que hoy están viviendo a manos de Gadafi y de los imperialistas: la primera de ellas será comprender que no pueden confiar en nadie más que en sí mismas y que es necesario dotarse de una dirección surgida de su propio seno, bajo su control permanente y que defienda una política de independencia de clase.
Por otra parte, a medida que la intervención se complique y del plan para imponer una zona de exclusión aérea se tenga que pasar a una intervención más directa, el precario acuerdo que han alcanzado los distintos bandidos imperialistas tenderá a hacerse más difícil y crecerán las tensiones entre ellos. Ya lo estamos viendo. Los imperialistas de China, Rusia e India, con un cinismo a prueba de bomba, critican la intervención pero no utilizaron su derecho a veto para impedirla sino que, en la práctica, la avalaron con su abstención. Están esperando a ver cómo se desarrollan los acontecimientos para ver si en caso de una victoria imperialista rápida se suman al reparto del botín, o si la guerra se complica marcar distancias y desarrollar un juego diferente en el país. Como hemos dicho muchas veces, pese a los choques de intereses entre todas estas potencias imperialistas, hay una cosa que les une: su desprecio absoluto por las masas y su deseo de seguir explotando a los trabajadores en el mundo árabe, en sus propios países y en todo el planeta.
Otro factor esencial para comprender las perspectivas es que, como hemos explicado, no estamos ante una revolución aislada en un país sino en toda la región. Tanto los imperialistas como diversos regímenes reaccionarios de la región que han apoyado con dinero y mercenarios a Gadafi intentan utilizar ahora Libia o Bahrein (donde el imperialismo también está interviniendo contra la revolución pero a través de su principal aliado en la zona, la monarquía reaccionaria de Arabia Saudí) para dar una lección a las masas, poner límites al movimiento de éstas y frenar la extensión y avance de la revolución. Pero la lucha entre revolución y contrarrevolución, con alzas y bajas, victorias y derrotas coyunturales, continuará por todo un período histórico. Lo que ocurra en cada país se verá condicionado y, a su vez, dialécticamente influirá sobre todos los demás. Y la revolución árabe lejos de terminar sigue extendiéndose. La última semana ha visto nuevos levantamientos en Yemen, con decenas de muertos, la amenaza de extensión a Arabia Saudí, plaza fuerte del imperialismo, el inicio de las movilizaciones en Siria, las marchas en Gaza, duramente reprimidas por Hamas, etc. Las ondas de la revolución árabe, tras el temblor con la que la acción de las masas sacudió al capitalismo e imperialismo internacionalmente, sigue y va a continuar desestabilizando todos los regímenes burgueses, no tan sólo del norte de África, si no más allá. Este es un factor también decisivo para el futuro de la revolución libia pese a las maniobras criminales de los imperialistas y sus títeres.
Esta lucha entre revolución y contrarrevolución en el mundo árabe se inscribe en la agudización general de la lucha de clases en todo el mundo y la imposibilidad de los imperialistas de recomponer el equilibrio de su sistema, La decadencia prolongada del capitalismo obligará a los jóvenes y trabajadores en todo el mundo desde Libia, Túnez y Egipto hasta Venezuela, Bolivia o Ecuador pasando por Europa, China, Japón o los propios Estados Unidos a luchar por sus derechos y buscar una y otra vez un camino para transformar la sociedad.

 

¿Quiénes son los amigos de la revolución?

 

La intervención imperialista sobre Libia también ha sido la primera prueba de fuego de la teoría de la multipolaridad. Según esta teoría reformista, socialdemócrata, vamos hacia un mundo multipolar donde emergen diferentes países que, antagónicos a Estados Unidos, pondrán coto al poder del imperialismo. Esta teoría de la multipolaridad es un refrito de la vieja teoría estalinista del bloque antiimperialista, por la cual se tenía que conformar un bloque con todos esos Estados, gobiernos o partidos que por alguna razón estuvieran enfrentados al imperialismo, aunque su política fuera derechista o reaccionaria con el fin de impedir que el cerco imperialista contra la Unión Soviética, China o Cuba, se cerrara. Eso llevó a los Partidos Comunistas a apoyar a todo tipo de elementos capitalistas que llevaron al movimiento revolucionario a la derrota en muchos países o confundieron a la vanguardia revolucionaria. En Irán, por ejemplo, el PC (Tudeh) apoyó a Jomeni; en Iraq ocurrió lo mismo con Sadam. En el caso de Indonesia, el PCI apoyó a Suharto y fue diezmado en el golpe de Estado. Hay muchos y abundantes ejemplos.
En la votación del consejo de seguridad de la ONU, China, Rusia, India y Brasil se abstuvieron cínicamente cuando se votaba la resolución a favor de la intervención militar, lavándose las manos y dejando libre al imperialismo francés, norteamericano y británico para atacar Libia. Esto muestra a las claras que el día de mañana ante una intervención contra Venezuela por parte del imperialismo norteamericano, Rusia, China o el propio Brasil, lejos de ser amigos, a pesar de los acuerdos comerciales que pueda haber y las buenas relaciones, se convertirán en cómplices y verdugos de la intervención imperialista contra la revolución venezolana. Estos hechos deben hacer reflexionar al gobierno bolivariano y al comandante Chávez de que la única manera efectiva de frenar al imperialismo es extendiendo el socialismo a otros países, y que la política de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” puede ser una trampa mortal. Otorgando una supuesta credibilidad revolucionaria a regímenes reaccionarios como el de Irán o Libia o considerando a Rusia, China o Brasil, todas ellas potencias imperialistas y capitalistas, como amigos de la revolución bolivariana por estar coyunturalmente enfrentados a los gringos, no quiere decir, ni mucho menos, que a la hora de hacer frente a una intervención imperialista en Venezuela o a un golpe de Estado de la contrarrevolución, estos países fueran a mover un solo dedo.
El caso del consenso en el consejo de seguridad de la ONU en atacar Libia proviene del carácter de clase de los gobiernos de estos países. Todos ellos son capitalistas, y si en algunos aspectos pueden estar enfrentados al imperialismo norteamericano es por áreas de influencia y explotación. China se está convirtiendo en un poderoso competidor económico y militar para Estados Unidos, como recientemente señaló Obama, pero China compite no por un mundo mas justo, sino para que los capitalistas chinos, muchos de ellos dirigentes del PCCH, se enriquezcan más a costa de la explotación de las masas africanas y de América Latina, por no decir de las de su propio país. Lo mismo sucede con Rusia, Irán, y Libia, donde una elite capitalista y explotadora gobierna. Considerar a estos países aliados de Venezuela, supone poner una soga en el cuello de la revolución bolivariana.
En la resolución de la ONU que permite atacar Libia se muestra como, a la hora de la verdad, para las burguesías de todos estos países prima más el saqueo que las antiguas alianzas o acuerdos con Gadafi. El mundo está repartido entre bandidos imperialistas, que luchan entre sí de un modo creciente por el control de los mercados mundiales, pero llegado el caso, cuando el bandido mayor (EEUU) organiza junto a sus socios menores Gran Bretaña y Francia el saqueo de un país e invita al resto de bandidos al festín, éstos no tuercen el gesto, sino que cínicamente se lavan las manos y esperan su parte de la tajada. Y lo que es válido hoy para Libia mañana será para Venezuela.
Sin embargo hay una diferencia fundamental entre Venezuela y Libia. El régimen de Gadafi es un régimen reaccionario capitalista al que sus amos han dado la espalda. El imperialismo quiere el petróleo libio, por supuesto, pero también quiere, y eso es fundamental para ellos, derrotar el movimiento revolucionario, posicionarse mejor en el norte de África, y repartirse el enorme pedazo de tarta que consumía la familia Gadafi directamente entre ellos. Entre bandidos no hay honor ni lealtad. Sólo prima el interés. En Venezuela hay una revolución que es la punta de lanza en todo el mundo de la lucha de los trabajadores y oprimidos por el socialismo. Ese es el principal mérito del comandante Chávez que se ha convertido en un ícono de la lucha por el socialismo. Las masas de América Latina sólo van a poder conjurar la intervención imperialista, destruyendo las bases de la misma, el sistema capitalista y confiando en la extensión de la revolución socialista. Luchando internacionalmente por el auténtico socialismo, sobre la base de la nacionalización de los medios de producción bajo control obrero y popular para planificar la economía nacional y mundialmente para terminar con la anarquía del mercado y el imperio de las multinacionales y el capital financiero que en verdad controla el mundo. Ese es el socialismo que se debe impulsar y no el intento de la burocracia reformista bolivariana que trata de crear una vía intermedia, que lucha contra el control obrero en Venezuela, que pospone la construcción del socialismo por décadas, que mantiene la mayor parte de la economía venezolana en manos capitalistas y sostiene el aparato burocrático que es una de las principales amenazas contra la revolución. Esa misma burocracia que tiene mil negocios con la burguesía nacional y con los capitalistas chinos, iraníes y rusos, y trata de hacer pasar a estos países como amigos de la revolución. Sobre la base de una auténtica política internacionalista que luche por extender la revolución socialista en todo el mundo, apoyándonos en la capacidad de combate de las masas, conseguiremos conjurar la amenaza imperialista y terminar con el capitalismo. En el caso de Venezuela, sembrar vanas ilusiones en potencias capitalistas emergentes conducirá a confundir al pueblo, aislar la revolución y preparar la derrota.
Y sí es posible que las masas derroten al imperialismo, no necesitan de falsos amigos, de salvadores, incluido en Libia. La masacre de los revolucionarios libios que luchan contra Gadafi y que no quieren la intervención imperialista, se puede evitar si se moviliza a todas las masas árabes, a la clase trabajadora, que tiene que dotarse de un auténtico programa revolucionario socialista. Los trabajadores y pobres latinoamericanos no necesitamos la ayuda de los capitalistas chinos, rusos o iraníes. Necesitamos la ayuda de sus pueblos a los que tenemos que ayudar a que derriben a esos gobiernos. Del mismo modo que las masas revolucionarias libias no necesitan de la intervención imperialista para dar cuenta de Gadafi y de su camarilla podrida y corrupta. Tienen que dotarse de un programa, unos métodos y unas ideas que sean capaces de agrupar a los trabajadores tunecinos, egipcios, libios y del resto del mundo árabe y conducirlos a la victoria. Y este programa es el del marxismo revolucionario con el que se puede lograr el triunfo de la revolución árabe y la derrota del imperialismo. Toda la situación objetiva empuja hacia estas ideas, conectan con la experiencia de las masas en acción. Con objetivos claros, dotados de un partido revolucionario que sea capaz de golpear a los capitalistas y los imperialistas, no habrá fuerza que pueda con las masas levantadas. Ya tumbaron a Ben Alí y Mubarak y lo harán solos contra los imperialistas y contra Gadafi, o con cualquier otro gobierno burgués que las potencias occidentales pudiesen imponer. A diferencia de todos los poderes imperialistas y los dictadores, sus secuaces socialdemócratas que justifican sus políticas frente a los trabajadores y los pobres, o los intelectuales pequeñoburgueses desmoralizados que desconfían de la capacidad de las masas para cambiar su situación y se limitan a poner nota a cada movimiento revolucionario de las masas y suspenderlo o rebajarlo de categoría si no es lo suficientemente puro y exento de contradicciones, la Corriente Marxista Revolucionaria tiene confianza en la capacidad de los trabajadores unidos para poder sortear cualquier obstáculo. Los turbulentos acontecimientos de los próximos años, en esta fase de decadencia capitalista, pondrán a prueba a todas las tendencias políticas del movimiento obrero y darán la oportunidad para que las ideas del marxismo se conviertan en una fuerza de masas en el mundo árabe, en América Latina, Europa y también en EEUU.

¡No a la intervención imperialista en Libia!
¡Viva la revolución árabe!
¡Viva el socialismo internacional!

Durante la última semana la situación en Libia ha experimentado un brusco giro. Después de que el impresionante movimiento revolucionario de las masas derrumbase en pocos días el poder de Gadafi en toda la zona oriental del país y en varias ciudades del oeste (las cuales pasaron a estar dirigidas por comités populares creados por las propias masas en lucha), el dictador, recurriendo a miles de mercenarios extranjeros y a las unidades del ejército bajo su control, logró sofocar sangrientamente la movilización de las masas en Trípoli y en estos momentos lanza una brutal contraofensiva con el objetivo de recuperar el control de todo el país y ahogar en sangre la revolución.
Al mismo tiempo, los distintos poderes imperialistas (empezando por Estados Unidos y las burguesías europeas, y siguiendo por el emergente imperialismo chino o la burguesía rusa) están maniobrando intensamente desde hace semanas con el objetivo de abortar la revolución y proteger cada uno de ellos sus intereses en la región. Una vez más, la actuación de todos estos bandidos imperialistas se caracteriza por el más absoluto cinismo e hipocresía. Durante años han hecho lucrativos negocios con Gadafi sin importarles la represión del régimen ni los derechos del pueblo libio. Al inicio de la revolución intentaron distintas componendas para buscar un acuerdo entre Gadafi y la oposición burguesa en el exterior que frenase la insurrección y garantizase estabilidad para sus negocios y el mantenimiento de la producción petrolera que Gadafi les garantiza desde hace años, y cuya caída puede contribuir a agravar la crisis mundial del sistema capitalista.
El rechazo de las masas a cualquier compromiso con el dictador y la indignación internacional ante la brutal represión desatada por éste, les obligó entonces a escenificar una ruptura pública con Gadafi y anunciar su condena por crímenes contra la humanidad. Aún así, y por detrás, seguían haciendo todo lo posible para buscar una salida que les permitiese ganar tiempo e intentar frenar la revolución (intento de gobierno de unidad nacional con el ex ministro de Justicia de Gadafi, discusiones entre bambalinas acerca de una posible salida de Gadafi del país con inmunidad…). Ahora, cuando Gadafi se abre paso a sangre y fuego hacia Bengasi y lanza su brutal ofensiva contrarrevolucionaria, derraman lágrimas de cocodrilo por las víctimas pero lo único que les interesa es acelerar los planes para, pase lo que pase, garantizar la protección de sus inversiones y mantener el control del país.

 

Los planes imperialistas

 

Durante los últimos años todas estas potencias imperialistas (desde EEUU y la UE, pasando por China y Rusia) han maniobrado y llegado a diferentes acuerdos con la familia Gadafi y la camarilla corrupta que rodea a ésta, estableciendo relaciones con los distintos hijos del dictador, con el fin de explotar conjuntamente los recursos del país y situarse lo mejor posible ante una hipotética sucesión. Cuando el terremoto provocado por la insurrección de las masas modificó la correlación de fuerzas en el país y amenazó con derribar a esa camarilla gobernante, los imperialistas estadounidenses y una parte de los europeos tomaron la delantera en la lucha por acabar con la revolución y sacar la mejor tajada de una posible sucesión controlada de Gadafi. Ahora, cuando lo que hace diez días parecía imposible se ha convertido en una posibilidad muy real —que Gadafi a sangre y fuego pueda retomar el control de la situación—, la ecuación de la lucha por la hegemonía imperialista en la zona se complica.
Los imperialistas estadounidenses y europeos están barajando todas las opciones, incluida la posibilidad de una intervención militar directa. Sin embargo, en estos momentos esta intervención suscita dudas y divisiones importantes en su seno. Un asesor de Obama planteaba que lo más probable, en caso de guerra más o menos prolongada entre Gadafi y los insurrectos, es una victoria de Gadafi. La burguesía alemana ha rechazado por el momento la propuesta del imperialismo francés, con Sarkozy al frente, de que la UE proponga la intervención. Dentro del imperialismo estadounidense parecen crecer las dudas y ganar puntos los partidarios de esperar a que Gadafi debilite las fuerzas de los revolucionarios y que sea un sector de los dirigentes de estos quien solicite cualquier intervención. Los imperialistas chinos y rusos, no por amor a la soberanía nacional sino por sus propios intereses, se han opuesto a las distintas propuestas de intervención: zona de exclusión aérea, etc. y se niegan por el momento a dar su aval a la utilización del paraguas de la ONU para justificar la intervención. Este otro sector de los bandidos imperialistas parece intentar ganar tiempo para ver como evoluciona la correlación de fuerzas sobre el terreno y ver si Gadafi logra aplastar la revolución o no. En función de ello decidirán como juegan mejor sus cartas con el mismo objetivo que los demás: aumentar sus negocios e influencia en la región.
Sin embargo, como explicamos los marxistas de la CMR, la causa fundamental de que no hayan intervenido militarmente hasta ahora es precisamente que en Libia hay una revolución. Las masas de Bengasi y el resto de ciudades liberadas (como demuestran de manera inequívoca los vídeos publicados en The Real News, www.the-realnews.com, y otras webs antiimperialistas*), con un instinto de clase y coraje impresionantes, se han opuesto masivamente a dicha intervención. Y ello pese a la desigualdad militar evidente en que se encuentran respecto a Gadafi, la criminal masacre que sufren a manos de éste, la ausencia de una dirección revolucionaria y la confusión y vacilaciones —como más adelante veremos— de un sector importante de los propios dirigentes de los comités.
Como también explicamos, antes de intervenir, los imperialistas tendrían que intentar todo tipo de maniobras con el objetivo de dividir a las masas en lucha, aislar a los sectores más combativos de éstas y apoyarse en un sector de los dirigentes de los comités populares con la promesa de ayuda económica y militar. El único objetivo de todo ello es descarrilar la revolución y encontrar un punto de apoyo para la intervención que no este desacreditado aún a los ojos de las masas en lucha. Eso es precisamente lo que están intentando en estos momentos.

 

Cualquier intervención imperialista tendrá como primer objetivo acabar con la revolución

 

Los imperialistas de EEUU y Europa tienen muy difícil justificar un nuevo giro y llegar a algún tipo de acuerdo o negociación con Gadafi (algo que en este momento, si no fuese por la presión de las masas, en realidad les podría interesar a todos los imperialistas y encantaría a la propia familia Gadafi, de ahí sus referencias constantes achacando la insurrección a Al Qaeda). Aunque el cinismo del imperialismo no tiene límites, los negocios son los negocios y siempre pueden echar mano de explicar que en Libia hay una guerra religiosa y para evitar una guerra civil es necesario aceptar algún tipo de división del país o reparto del poder, esta opción, sin embargo, no parece la más probable por el momento. Tras haberse visto obligados a denunciar públicamente sus crímenes, aparecer aceptando una masacre a manos de Gadafi y acto seguido volver a hacer negocios con él tendría un coste político grande para la imagen “democrática” que Obama y los imperialistas europeos quieren proyectar. Pero sobre todo (y esto es lo más importante para ellos) una salida que pasara por aceptar una división del país entre la zona oeste en manos de Gadafi y la zona este en manos de unos insurrectos que rechazan esta opción y a los que tendrían que someter a su control, tampoco les garantizaría estabilidad. En poco tiempo, volverían a estallar conflictos armados tanto entre ambas regiones como nuevas insurrecciones de las masas.
Por eso, con el cinismo que les caracteriza, parece que el juego imperialista es esperar a que Gadafi machaque a las masas un poco más y a última hora realizar algún tipo de intervención. Con la moral y energía de la población insurrecta debilitada y un sector de sus propios dirigentes pidiendo la intervención, la táctica de los imperialistas es aparecer como salvadores y al mismo tiempo establecer una cuña sobre el terreno que garantice sus intereses económicos y políticos en la región. Como se afirma en la última declaración de la CMR de Venezuela “intentan atraerse a diferentes representantes del llamado Consejo Nacional Libio de Transición (CNLT) y colocar a las masas revolucionarias ante una situación insostenible que les permita llegar a acuerdos con determinados representantes políticos de cara a que asuman sus puntos de vista y aseguren los negocios imperialistas en el país”.
En cualquier caso, de darse una intervención militar (incluso en el caso más favorable para los imperialistas: con una revolución muy debilitada o derrotada por las bombas y balas de Gadafi, y con el aval inicial del apoyo de un sector de los dirigentes de los comités), seguiría siendo un juego muy peligroso que acabará estallándoles antes o después en la cara, como ya les ocurrió en Somalia, Iraq o Afganistán. Más aún en un contexto revolucionario en todo el mundo árabe y con una inestabilidad creciente en toda Europa, particularmente en los países del mediterráneo, y en el resto del mundo.
A causa de estos riesgos que conlleva cualquier tipo de intervención militar directa y de sus contradicciones internas, si Gadafi avanzase muy rápido en el aplastamiento de la revolución, los imperialistas incluso podrían dejar que haga el trabajo sucio hasta el final y mirar hacia otro lado mientras las masas de Bengasi, Tobruk y demás ciudades liberadas son aplastadas, derramando (eso sí) unas cuantas lágrimas de cocodrilo, aprobando algunas resoluciones de condena (como hacen habitualmente con los crímenes del gobierno sionista de Israel contra los palestinos) y reanudando en cuanto puedan y con la mayor discreción posible los negocios con el régimen libio. Esta opción tendría un coste político grande, especialmente para Obama y los gobiernos de la UE, y también tiene sus riesgos ya que una Libia controlada a sangre y fuego por Gadafi se enfrentaría más pronto que tarde a nuevas insurrecciones y a posibles focos de resistencia de los insurrectos y sería un foco permanente de inestabilidad en la región. Sin embargo, el cinismo de los imperialistas y del propio Gadafi es tan inmenso y la ecuación de la guerra tan compleja que no es posible descartar esta opción.
En distintos medios proimperialistas occidentales como El País y otros semejantes, ya hemos empezado a ver cómo algunos artículos de distintos corresponsales que , contagiados por el entusiasmo revolucionario, explicaban cómo funcionaban Bengasi o Tobruk bajo la dirección de los comités populares, son sustituidos por sesudos análisis preparando el terreno para las posibles maniobras imperialistas: hablando de las diferencias históricas entre la Tripolitania y la Cirenaica, resucitando el argumento de las diferencias tribales (desmentido por las propias masas en lucha cuando gritaban en las marchas y levantaban pancartas con consignas como “Libia unida”, “todos somos la misma tribu”, etc.) o afirmando que la Cirenaica (la región entorno a Bengasi donde se inició la insurrección) es “la zona más religiosa del país. Los protagonistas de las protestas son jóvenes profesionales, empezando por los abogados, y también los islamistas” (www.elpais.-com/articulo/internacional/claves/entender/crisis/libia/elpepuint/201103 13elpepiint_16/Tes).
Para los jóvenes y trabajadores del mundo lo importante de todo esto es comprender que todas las opciones que barajan las distintas potencias imperialistas, desde la intervención militar directa hasta la zona de exclusión aérea pasando por cualquier negociación o acuerdo, no resolverán nada y sólo significarán más derramamiento de sangre, sufrimiento y opresión para las masas. Tanto una victoria de Gadafi como una intervención imperialista o cualquier otro tipo de transacción entre estos y el régimen, tendrían un denominador común: derrotar el movimiento revolucionario de las masas. Todos esos planes que hoy se discuten en la prensa burguesa no están dictados por la preocupación ante los miles de muertos que ya se ha cobrado la represión de Gadafi, o los más de 200.000 desplazados que han salido del país, ni por el futuro del pueblo libio, la paz, la democracia y el resto de grandes palabras con las que se llenan la boca Obama, Hillary Clinton y los demás imperialistas. Su único objetivo es seguir manteniendo el capitalismo en Libia, continuar haciendo buenos negocios como los realizados durante la última década con la familia Gadafi y que le valieron a éste y su familia los elogios del FMI, el levantamiento de sanciones por parte de EEUU, la venta de las armas que hoy utiliza contra el pueblo y generosas donaciones de todos los que ahora lamentan las muertes y afirman querer evitar una guerra civil.
La única opción que representa un paso adelante para los oprimidos en Libia, el pueblo árabe y el resto del mundo es la victoria de las masas revolucionarias en lucha de Libia, la unificación de los comités populares en un Estado revolucionario que acometa un programa socialista de expropiación de las multinacionales imperialistas y de las propiedades de la familia Gadafi y el resto de la burguesía libia, y que permita planificar democráticamente la economía y dar satisfacción a los problemas y necesidades de la población.

 

Sólo la victoria de las masas revolucionarias puede evitar la represión sangrienta de Gadafi o la intervención imperialista

 

Como decíamos anteriormente, la causa fundamental de que hasta el momento los imperialistas no hayan podido intervenir militarmente en Libia es precisamente la movilización revolucionaria de las masas. Las masas, con un instinto impresionante, se han opuesto una y otra vez tanto a los intentos de imponerles acuerdos con Gadafi como a una posible intervención imperialista. Los vídeos publicados por The Real News muestran sin ningún género de dudas a las masas que han tomado el poder en Bengasi y otras ciudades celebrando su libertad, organizando el reparto de comida, la seguridad y otras tareas, mientras rechazan claramente la intervención del imperialismo y defienden que la tarea de completar la revolución y acabar con el régimen de Gadafi es una tarea que puede y debe llevar a cabo el propio pueblo libio con el apoyo de los oprimidos del resto del mundo árabe.
Las imágenes de las masas insurrectas portando pancartas contra la intervención son la mejor prueba de la profundidad del sentimiento revolucionario y antiimperialista que existe en su seno. El mismo Fidel Castro, al tiempo que denunciaba planes de Estados Unidos para intervenir en Libia, reconocía en su reflexión del 3 de marzo de 2011, titulada La inevitable guerra de la OTAN, que “sin duda alguna, los rostros de los jóvenes que protestaban en Bengasi, hombres, y mujeres con velo o sin velo, expresaban indignación real (…) El problema que tal vez no imaginaban los actores es que los propios líderes de la rebelión irrumpieran en el complicado tema declarando que rechazaban toda intervención militar extranjera. Diversas agencias de noticias informaron que Abdelhafiz Ghoga, portavoz del Comité de la Revolución declaró el lunes 28 que ‘El resto de Libia será liberado por el pueblo libio”. (…) Ese mismo día, una profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Bengasi, Abeir Imneina, declaró: ‘Hay un sentimiento nacional muy fuerte en Libia. (…) Sabemos lo que pasó en Iraq, (…) no deseamos seguir el mismo camino (…) existe el sentimiento de que es nuestra revolución, y que nos corresponde a nosotros hacerla” (www.aporrea.org/actualidad/n176122.html). Esto debería ser bastante para quienes defienden que en Libia no hay revolución. Este sentimiento entre las masas no tiene nada que ver con el de una conspiración alentada por el imperialismo, refleja el sano instinto revolucionario de las masas en lucha.
Quienes desde la izquierda se niegan a apoyar el movimiento revolucionario de las masas de Libia deberían reflexionar acerca de estas ideas expresadas por los propios manifestantes que se han hecho con el control de Bengasi y otras ciudades. ¿Qué tiene que ver esto con un complot del imperialismo? ¿Desde cuando los métodos del imperialismo consisten en poner el poder en manos de comités y asambleas?

 

La revolución en grave peligro: la sangrienta contraofensiva de Gadafi

 

En estos momentos la revolución libia enfrenta la situación más peligrosa desde su inicio. Apoyándose en la superior capacidad militar que le conceden el control de la aviación y el armamento pesado, la lealtad de las unidades militares de elite controladas por sus propios hijos y otros miembros de su camarilla más próxima, y recurriendo a miles de mercenarios procedentes de otros países, Gadafi ha retomado el control de varias ciudades en el oeste del país y lanza periódicos bombardeos y ataques hacia el este. La ciudad occidental de Zauiya según las últimas informaciones ya ha sido recuperada por las tropas del régimen. Lo mismo parece ocurrir con otras ciudades importantes como el importante puerto de Marsa el Brega o la localidad de Ras Lanuf donde se ubica una de las refinerías de petróleo más grande del país. Misratha (tercera ciudad libia) soporta bombardeos regulares que están causando centenares, sino miles, de víctimas y según algunas fuentes podría caer en las próximas horas. Según uno de los hijos de Gadafi, Seif-el-islam, el siguiente paso será una gran ofensiva sobre Bengasi, epicentro de la revolución. Según parece, las tropas de Gadafi ya han empezado el castigo sobre Adbadiya, la ciudad del este que abre el paso a la cuna de la revolución.
Las masas, inquietas, intentan salvar su revolución con las pocas armas a su alcance y un inmenso coraje y voluntad de resistir hasta el final pero carecen de un partido revolucionario que les dé dirección, que organice la lucha militar y al mismo tiempo proponga un programa y una estrategia para completar y consolidar la revolución. Ese es el factor decisivo que puede acabar condicionando el futuro de la revolución.
Como ha explicado muchas veces el marxismo, la contrarrevolución para lanzarse al ataque no necesita tener más apoyo social que la revolución. De hecho, siempre que han conseguido derrotar a la revolución lo han hecho no por ser más sino por la ausencia de dirección al frente de las filas revolucionarias o por los errores cometidos por esa dirección al no aprovechar la oportunidad de noquear definitivamente a la reacción y permitir a ésta conservar aunque sólo sea una parte de su poder. En Libia volvemos a ver como el poderoso río desbordado de la iniciativa espontánea de las masas necesita inevitablemente el cauce de una organización revolucionaria formada por miles de cuadros y activistas unidos por un mismo programa y estrategia para vencer. Debido a esa falta de una dirección revolucionaria, el momento inicial de avance incontenible del movimiento revolucionario y desbandada en las filas del régimen, que llevó a la revolución hasta las propia puertas del palacio de Gadafi en Trípoli, no fue aprovechado para unificar de manera inmediata a los comités y milicias populares que de manera espontánea las propias masas estaban creando en cada población para velar por su seguridad y garantizar la defensa. No se constituyó un ejército revolucionario unificado formado por el pueblo en armas ni se organizó un avance masivo sobre Trípoli que acompañase la insurrección de las masas en los barrios más pobres de la capital.
Esta insurrección en Trípoli se produjo, pero ahí era donde Gadafi que, aunque criminal y enloquecido, sí tenía un plan y concentraba sus fuerzas más fiables: las unidades de elite dirigidas por sus propios hijos Khamis y Muntasim (y otros altos oficiales estrechamente vinculados a la corrupta camarilla que controlaba el poder) y su ejército de mercenarios procedentes del extranjero. Esta guardia pretoriana equipada con moderno armamento vendido por los propios imperialistas estadounidenses y de la Unión Europea y financiadas con el dinero del petróleo y los negocios que la familia Gadafi mantiene con los imperialistas es la que hoy están masacrando al pueblo. El resultado es que mediante el uso del terror Gadafi pudo mantener el control de Trípoli y lanzar el ataque que ahora está causando miles de víctimas y podría acabar con la revolución.

 

La cuestión del ejército y las armas

 

Como explicaba Engels, el Estado, en última instancia, son cuerpos de hombres armados en defensa de la propiedad. Algunos de esos cuerpos de hombres armados en Libia se vieron disueltos por el ascenso revolucionario, sobre todo en el este del país. Muchos soldados y oficiales se pasaron a la revolución pero de un modo en su mayor parte descoordinado e individual, sumándose a milicias y grupos armados que en cada localidad intentaban asegurar la defensa. El grueso del armamento, en particular el armamento pesado, y las unidades mejor equipadas y con mayor poder de destrucción, siguen sin embargo en manos de Gadafi. El ejército, y especialmente los cuerpos profesionalizados y de elite (no digamos ya los mercenarios), tiende a constituir la última línea de defensa de cualquier régimen reaccionario contra las masas. Los mandos militares y los mercenarios además están acostumbrados a actuar de manera disciplinada, implacable, reprimir y matar.
Las masas se ven ahora obligadas a luchar en condiciones de inferioridad militar, con las únicas armas de su mayor número, entusiasmo y disposición a ir hasta el final pero sin coordinación, y un plan unificado frente a unas tropas bien adiestradas y equipadas y que carecen de escrúpulos a la hora de disparar contra civiles desarmados, bombardear a la población, etc. Para derrotar la acometida de Gadafi y vencer, la revolución necesita en primer lugar organizar el armamento general del pueblo en Bengasi y las demás zonas liberadas, creando un ejército revolucionario del pueblo mediante la unificación de todas las milicias. Al mismo tiempo, los comités populares deben ser la base de un Estado revolucionario, socialista, que nacionalice todos los recursos del país y tome de manera inmediata medidas para resolver todos los problemas sociales que sufre la población.
Todo esto debe ir acompañado de un llamado internacionalista a las masas del pueblo árabe y en el resto del mundo, y en primer lugar a la población revolucionaria de los países vecinos como Egipto y Túnez, a movilizarse en sus países en apoyo a la revolución en Libia y a organizar el apoyo activo desde estos países a la lucha que están sosteniendo las masas en Libia: recursos económicos y humanos, luchadores para apoyar la revolución, armas para las masas en lucha, movilización de la clase obrera en las zonas fronterizas para impedir la llegada de recursos económicos, más mercenarios o armas a Gadafi. El apoyo internacionalista a la revolución libia animaría y fortalecería además la lucha por completar la revolución y tomar el poder en Egipto y Túnez y extender la revolución socialista al resto del mundo árabe y mas allá.
En ese sentido los problemas de la revolución en Libia, Túnez y Egipto, así como en el resto de los países árabes, no se van a resolver nacionalmente, sino a través de la integración de todos estos países en una única Federación Socialista Árabe que termine con el capitalismo en la zona, conjure la amenaza contrarrevolucionaria y de cualquier tipo de intervención imperialista. La revolución socialista en los países árabes solo puede vencer si unifica sus fuerzas y se extiende.

 

¿Reformismo o revolución? Divisiones dentro de los comités

 

Como explicábamos en anteriores artículos y declaraciones, el surgimiento embrionario de esas estructuras de tipo soviético que representan los comités refleja la enorme disposición e instinto de las masas pero no soluciona por si sola la tarea de tomar el poder y llevar la revolución a la victoria sino que la plantea en toda su crudeza. “El surgimiento de los comités populares es un ejemplo de la rapidez con que están sacando conclusiones las masas. Representa en potencia una estructura soviética, el embrión de un Estado revolucionario que sólo puede desarrollarse destruyendo y sustituyendo la estructura de un Estado burgués, que es la que el imperialismo intentará por todos los medios recomponer. Cualquier intervención imperialista si se produce tendrá como objetivo no el de impedir el caos o un desastre humanitario como dicen Hilary Clinton y otros imperialistas, sino recuperar el poder burgués en Libia acabando con la movilización independiente de las masas cuya principal expresión hasta el momento son los comités”.
En esa misma declaración de la CMR venezolana explicábamos que “Si la lucha por unificar los comités no va unida a este plan de acción (para crear un Estado socialista y expropiar a la burguesía y las multinacionales imperialistas, nota nuestra), el imperialismo puede intentar apoyarse en los propios dirigentes actuales de los comités para vaciar a estos de contenido revolucionario y utilizarlos como base para recomponer el Estado burgués. (…) La experiencia de la historia es clara al respecto: la revolución alemana de 1919 fue derrotada por que al frente de los Consejos se situaron los líderes socialdemócratas de derechas, que colaboraron activamente con la burguesía para dinamitarlos desde dentro. En otras revoluciones como la revolución española o la nicaragüense la ayuda militar y económica exterior ofrecida por la burocracia estalinista y algunos “gobiernos amigos” fue utilizada para presionar a la dirección de la revolución en el sentido de frenar ésta, no expropiar a la clase dominante, mantener viva la economía capitalista y no sustituir el Estado burgués por un régimen de democracia obrera. El resultado final en ambos casos fue la derrota de la revolución. Las masas libias deben basarse en el ejemplo de la revolución rusa de octubre de 1917: todo el poder a los comités con un programa para derribar el capitalismo”.
La naturaleza aborrece el vacío. En ausencia de un partido formado por cuadros y activistas que se hayan ganado en el periodo previo el derecho a ser reconocidos por las masas como su dirección, estas en un primer momento tienden a mirar hacia “los que saben”, “los que hablan bien”. En muchas revoluciones hemos visto como en un primer momento, y especialmente en ausencia de una organización marxista de masas, la insurrección y el surgimiento de comités populares puede llevar al frente de estos a muchos elementos accidentales: sectores de la pequeña burguesía (abogados, ingenieros, médicos,…), incluso a figuras vinculadas al régimen anterior, arribistas y aventureros que intentan hacer carrera y subirse a la ola de la revolución. La Comuna de París, la propia revolución de febrero de 1917 o la revolución española de los años 30 son ejemplos claros, pero esto ha ocurrido en mayor o menor medida en prácticamente todas las revoluciones. Refleja los primeros momentos del despertar de las masas las cuales, saliendo de su inercia, carecen todavía de un partido probado que las dirija y un programa y una estrategia conscientes para tomar el poder.
En todos esos procesos revolucionarios a medida que la revolución avanza y debe enfrentar la resistencia de los contrarrevolucionarios, la acción del imperialismo, etc., tiende a desarrollarse una lucha dentro de los propios consejos y comités entre las masas que quieren seguir avanzando y llevar la revolución hasta el final y esos sectores de la dirección que tienden a caer bajo la influencia de la burguesía y el imperialismo y reflejar su presión. Eso es lo que vemos hoy en Libia.
Como explica la última declaración de la CMR de Venezuela: “es evidente que en el lado de los insurrectos hay diferencias políticas y estratégicas. Las masas ansían la libertad, los derechos democráticos y barrer a la dictadura. Todas estas demandas sólo pueden ser satisfechas a través de una lucha sin cuartel contra la camarilla de Gadafi, y los imperialistas, con el fin de transformar la sociedad de arriba abajo en líneas socialistas. Pero también, el movimiento revolucionario ha atraído a todo tipo de arribistas y oportunistas que tienen sus propios planes, incluso a sectores desgajados de la cúpula política de la dictadura, como el ministro de Justicia de Gadafi, que no luchan por el poder del pueblo, sino por convertirse en los nuevos dirigentes de una Libia liberada de Gadafi, pero que siga conservando el carácter burgués de su Estado y los negocios con las multinacionales y corporaciones imperialistas. Estos sectores se aprovechan del arrojo revolucionario de las masas, pero quieren que la lucha se mantenga en límites aceptables para las grandes potencias. No quieren que el poder de los comités se extienda, se coordine y pueda alumbrar un Estado socialista revolucionario en Libia.
“No es la primera vez que esto sucede en la historia de las revoluciones. En 1936 en el Estado español, durante la guerra civil contra el ejército fascista de Franco, las masas de campo y la ciudad luchaban militarmente contra el fascismo pero al mismo tiempo llevaban a cabo una profunda revolución social. Sin embargo, la orientación revolucionaria de las masas, que llevaron a cabo la organización de milicias, decisivas para frenar el golpe militar en los primeros días, que organizaron patrullas de control sustituyendo la vieja policía, que tomaron las fábricas y las tierras, colectivizando y estableciendo el control obrero en una parte considerable de la economía, que establecieron comités populares en sustitución de los ayuntamientos, no encontraba su correspondencia en la política del gobierno republicano. Los dirigentes del Frente Popular apelaban a la ayuda militar de las potencias “democráticas” de Francia y Gran Bretaña, y constriñeron el movimiento de las masas a la defensa de la democracia burguesa. Evidentemente, los imperialistas franceses e ingleses respondieron con la criminal política de la “No Intervención” para ahogar la lucha militar de las masas, por que temían más el establecimiento de una república socialista, un Estado obrero, en suelo español, que al triunfo del fascismo. Lamentablemente, Stalin respaldaba esta política criminal que finalmente abrió las puertas al triunfo de Franco”.

 

La necesidad de que la clase obrera se ponga al frente y construya un partido revolucionario

 

La pequeña burguesía, por sus propias características de clase, tiende a oscilar entre la presión de la clase obrera y la de la burguesía y es incapaz de desarrollar y llevar a la práctica una política independiente y revolucionaria. Esto, especialmente en momentos críticos como los que hoy se viven en Libia, puede ser definitivo para el futuro de la revolución. Como explicábamos en el artículo Contra las maniobras imperialistas que intentan descarrilar la revolución: “…aunque el impulso espontáneo de las masas puede crear esa estructura revolucionaria que sirva de embrión o base a un Estado revolucionario —como vemos hoy en Libia— para que ésta se desarrolle plenamente, se consolide e imponga, es imprescindible que por el papel central que desempeña en la producción capitalista (…) la clase trabajadora se ponga en primera línea uniendo a las reivindicaciones generales de la revolución sus demandas de clase (empleo para todos, reducción de jornada, subidas salariales, derecho a huelga y organización sindical independiente) y se establezcan comités obreros en todos los centros de trabajo que se conviertan en espina dorsal de un nuevo Estado revolucionario. Junto al papel dirigente del proletariado es imprescindible construir y desarrollar una organización marxista que gane a los miles de activistas y líderes naturales que están surgiendo a un programa para tomar el poder y llevar a cabo la transformación socialista de la sociedad”.
La contradicción entre el instinto correcto y voluntad de las masas de ir hasta el final y no confiar en el imperialismo, y los bandazos de la dirección pequeñoburguesa de los comités es evidente y a medida que la situación se haga más crítica aumentará. Faltos de confianza en las masas, un sector de esta dirección pequeñoburguesa y, por supuesto, todos aquellos que pertenecían al régimen y se pasaron a la revolución porque veían inminente su victoria, miran hacia el imperialismo pidiendo ayuda. Pero como hemos insistido desde el principio de la revolución, cualquier intervención o ayuda militar del imperialismo será un regalo envenenado, el primer paso hacia el descarrilamiento de la revolución para imponer un nuevo gobierno del gusto de los imperialistas y recomponer la estructura del Estado burgués. El instinto de las propias masas es mirar hacia las masas del resto del mundo árabe y de todo el mundo en busca de apoyo.

 

Las tareas de los revolucionarios del resto del mundo

 

Una vez mas esto nos lleva a la cuestión de que política debemos defender los revolucionarios en el resto del mundo y en especial los que están en países en revolución como Venezuela, Bolivia o Ecuador o los propios revolucionarios cubanos que quieren defender las conquistas de la revolución cubana frente al imperialismo y la presión del capitalismo. Como hemos explicado desde el inicio de la revolución en Libia, este movimiento representa una oportunidad y un reto para el movimiento revolucionario latinoamericano y en particular para dirigentes como Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, o el propio Fidel Castro, a quienes el imperialismo constantemente intenta atacar y desprestigiar equiparándolos a dictadores como Ben Alí, Mubarak o el propio Gadafi, que son odiados por millones trabajadores y jóvenes en todo el mundo.
Para los revolucionarios de todo el mundo es urgente explicar esto y oponernos a cualquier tipo de intervención imperialista, tanto una posible intervención militar dirigida por el imperialismo estadounidense bajo el paraguas de la ONU o la OTAN con la excusa de evitar un desastre humanitario, llevar la paz, etc., como a cualquier maniobra por parte de estos mismos imperialistas u otros que, con la misma excusa de la paz, busque algún tipo de negociación con la camarilla corrupta de Gadafi, o incluso la partición de Libia
Lamentablemente hasta el momento la política adoptada por estos dirigentes planteando que la situación en Libia es confusa, o incluso en algunos casos apoyando de un modo mas o menos explícito a Gadafi, lejos de ayudar a la revolución en América latina y en el propio mundo árabe facilita, independientemente de las intenciones de sus promotores, la estrategia del imperialismo de separar las revoluciones árabe y latinoamericana y actuar contra ambas.

 

La paz en Libia sólo se puede lograr con la victoria de la revolución

 

Durante los últimos días se ha lanzado un manifiesto firmado por la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad quienes, siguiendo algunas de las ideas planteadas por el presidente Hugo Chávez, han propuesto la idea de una solución pacífica para Libia y han abogado por el diálogo. Obviamente, la paz en Libia es algo que todos los trabajadores o jóvenes deseamos, empezando por los jóvenes y trabajadores de las ciudades que en estos momentos está bombardeando Gadafi. Pero la pregunta es ¿cómo se puede conseguir la paz en Libia y que tipo de paz debe ser? Libia es un país donde las masas —como hemos visto con la brutal represión desatada por Gadafi durante las últimas semanas— no tienen derecho a manifestarse, formar sus propios partidos y sindicatos; un país que tiene los mayores ingresos por petróleo y gas del Magreb, uno de los PIB más altos de la región y una renta per cápita mas alta que la de Brasil, pero donde una minoría formada por la familia Gadafi, la cúpula del ejército y la alta burocracia del Estado concentra enormes riquezas mientras el 30% de la población está desempleado y un 35% vive en la pobreza. ¿Es posible la paz mientras la familia Gadafi y sus compinches sigan reprimiendo al pueblo, bombardeando ciudades en poder de comités populares creados por los propios ciudadanos, atacando sus derechos y condiciones de vida, privatizando empresas y embolsándose los beneficios del petróleo para hacer ricos a unos pocos que le rodean mientras el pueblo ve empeorar su condiciones de vida? ¿Es esa en todo caso la paz que queremos?
En Libia no hay una guerra étnica, ni un conflicto militar entre dos burguesías nacionales con dos ejércitos en condiciones de igualdad. En Libia hay la masacre de un pueblo que sin dirección pero con un coraje, instinto y voluntad impresionantes ha dicho basta a la opresión e intenta tomar en sus manos la gestión de la sociedad y enfrenta la respuesta brutal, sangrienta, de una maquinaria represiva que sabe que su única posibilidad de mantenerse en el poder es reducir a cenizas la insurrección, ahogar en sangre la movilización de las masas y poner ante un hecho consumado a los imperialistas y al resto del mundo. Cualquier cosa que signifique el mantenimiento de Gadafi en el poder o el que éste controle una parte del país solo será posible sobre la base de un baño de sangre y de aplastar a la revolución. E incluso eso solo sería el preámbulo de nuevas explosiones sociales, revueltas y choques armados.
Frente al río de cadáveres y desplazados que está dejando a su paso la ofensiva de Gadafi, lo que vemos en Bengasi y otras ciudades en manos de la revolución son escenas de asambleas, los comités organizando la vida pública y a las masas hablando en contra de cualquier intervención imperialista e intentando dirigir su propio país. Esto no es lo que dicen los imperialistas sino informaciones contrastadas de medios e informadores independientes de reconocida trayectoria antiimperialista, escritos en numerosas webs como Rebelión, los vídeos e informes de The Real News o fuentes independientes y a menudo críticas con el imperialismo como Al Jazzeera, que habitualmente es utilizada como referencia por el gobierno y los medios públicos de Venezuela y otros países latinoamericanos para conocer la realidad de lo que ocurre en el mundo árabe. Ahí también se puede escuchar el discurso incoherente de Gadafi acusando a las masas en lucha de ser de Al Qaeda, llamándoles drogadictos, etc.

 

Los revolucionarios venezolanos y la política exterior del gobierno bolivariano

 

La revolución venezolana es un punto de referencia mundial. Lo que diga un revolucionario honesto que ha conquistado un merecido prestigio en todo el mundo por su lucha contra el imperialismo y la opresión como el presidente Chávez, tiene una gran trascendencia. Si el comandante Chávez declarase públicamente su ruptura con Gadafi y apoyase la movilización revolucionaria de las masas en Libia llamándolas al mismo tiempo a seguir rechazando cualquier intento de intervención imperialista, unificar los comités populares en un Estado revolucionario para tomar el poder en sus manos y construir junto a sus hermanos del resto del mundo árabe una Federación Socialista de los Pueblos Árabes y de Oriente Medio, sería saludado con entusiasmo por las masas en Libia y el resto de la región. Ello aumentaría el apoyo a la revolución venezolana ante millones de jóvenes y trabajadores que ven con horror la represión de Gadafi contra las masas y se ven bombardeados por las calumnias del imperialismo intentando identificar a un revolucionario honesto como Chávez con un dictador como Gadafi. Apoyar a Gadafi o callar ante su brutal represión contra las masas genera todo lo contrario: incomprensión y rechazo entre sectores importantes de la población en el mundo árabe y que los imperialistas tengan más fácil atacar y aislar la revolución socialista en Venezuela.
La postura de los revolucionarios de todo el mundo y en particular de países en revolución como Venezuela, Bolivia, Ecuador…, ante lo que ocurre en Libia debe ser la de apoyar el movimiento revolucionario de las masas y contribuir con todos los medios a nuestro alcance a la victoria de la misma en este país y en el resto del mundo árabe. Ese es el único modo de debilitar al imperialismo e impedir su intervención. Para ello es necesario empezar por señalar de manera sincera y honesta a revolucionarios también honestos como el presidente Chávez y otros camaradas que le siguen en este punto, que creemos que están equivocados en su posición acerca de Libia y que persistir en su error no ayuda en nada a combatir los planes imperialistas para intervenir contra la revolución en el mundo árabe sino que, independientemente de que no sea esa su intención, los facilita y además puede perjudicar seriamente el apoyo a nuestra propia revolución en el resto del mundo. Quienes siempre hemos apoyado el proceso revolucionario venezolano y seguimos en primera línea en defensa del mismo, pero también creemos que en Libia hay una revolución que es necesario apoyar, tenemos una responsabilidad y debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos por intentar corregir esa posición equivocada. Guardar silencio, mirar hacia otro lado, decir que en Libia hay una revolución pero no alertar del peligro que representa el que la dirección del proceso revolucionario venezolano mantenga una política que consideramos peligrosamente errónea, significa sustituir el espíritu crítico y combativo del marxismo revolucionario por un cálculo político y seguidista impropio entre revolucionarios.
La posición respecto a Libia plantea un debate a fondo en el seno del movimiento revolucionario latinoamericano acerca de qué política deben tener el gobierno bolivariano y otros gobiernos revolucionarios para defender la revolución. Las victorias de la revolución bolivariana frente al imperialismo, especialmente a partir de 2002, abrieron una esperanza para los oprimidos del mundo y en particular en el resto de América Latina. Los discursos de Chávez defendiendo la unidad latinoamericana, la propuesta del ALBA —que desató la indignación de los imperialistas y burgueses— pero fue vista por las masas como un primer paso hacia una unidad latinoamericana no basada en las leyes del mercado capitalista sino en relaciones de solidaridad e igualdad, aumentaron el apoyo a la revolución bolivariana entre las masas de toda América Latina y animaron la lucha de clases en el continente. Como entonces explicamos, estas posiciones del gobierno bolivariano vinculada a la expropiación de los capitalistas y la construcción de una economía socialista en Venezuela y un llamado a las masas de todo el continente a seguir ese mismo camino podría haber abierto el camino hacia la extensión de la revolución y la formación de una federación socialista de los pueblos latinoamericanos.
Sin embargo esta línea política no se ha concretado. En política exterior se está pasando de confiar en la movilización de las masas obreras y campesinas en el resto de Latinoamérica y del mundo para luchar contra el capitalismo y defender y extender la revolución, a una política de priorizar alianzas políticas o acuerdos económicos con gobiernos burgueses o reformistas de la región y en otras áreas del mundo que resuelvan, o sirvan para paliar el callejón sin salida en que se encuentra el capitalismo venezolano. Esto lleva a la política de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” que en vez de fortalecer la influencia entre los trabajadores y pobres del mundo en la revolución bolivariana, único sustento real contra la intervención imperialista, la debilita. Así se han suscrito alianzas con gobiernos como el de Gadafi, Ahmadineyad en Irán, y otros. Como hemos defendido en otros materiales, el gobierno bolivariano tiene todo el derecho a suscribir acuerdos con estos países que ayuden a Venezuela a hacer frente al sabotaje de los capitalistas y al cerco imperialista, pero eso es una cosa y otra muy diferente es presentar como revolucionarios, amigos e incluso socialistas a gobiernos que en realidad reprimen a los trabajadores y las masas en sus propios países. Ello sólo ayuda a reducir el apoyo a nuestra revolución entre las masas de esos países y en el resto del mundo.
Además, como vemos hoy en Libia, esta política de basarse en acuerdos por arriba con este tipo de gobiernos en lugar de en las masas acaba significando que se considera la estabilidad de estos gobiernos —que no son en absoluto socialistas y están sometiendo a sus poblaciones a políticas totalmente diferentes de las que propugna la revolución venezolana— como algo de interés estratégico para Venezuela. Cuando en estos países estallan huelgas o movimientos insurrecciónales como vemos hoy en Libia la reacción de la diplomacia bolivariana no es basarse en el instinto revolucionario de las masas y apoyar a éstas sino aceptar los argumentos y excusas de esos gobiernos antiobreros y antipopulares. Esto sólo puede acabar reduciendo el apoyo a la revolución socialista en Venezuela en el resto del mundo y facilitando los planes para aislarla, favoreciendo la intervención imperialista contra nuestro país.
Además, detrás del argumento de que las masas en Libia se rebelan porqué están manipuladas por el imperialismo hay una idea muy peligrosa para nuestra propia revolución, y que puede ser utilizada (y a menudo ya es utilizada) por sectores burocráticos en la propia Venezuela y otros países para intentar desprestigiar cualquier movilización obrera o popular contra dirigentes o instituciones que afirman ser revolucionarios pero no actúan como tales. Se trata de la idea de que las masas son una arcilla que cualquiera puede moldear. Esta idea es completamente ajena al socialismo y al marxismo y choca con toda la evidencia de nuestra propia revolución. El imperialismo, tal como hemos denunciado los marxistas de la CMR desde la misma llegada al poder del presidente Chávez, interviene cada día contra la revolución con un gigantesco aparato mediático. Y, sin embargo, todos sus planes han sido derrotados una y otra vez precisamente por las masas y por el hecho de que el presidente Chávez, a diferencia de Gadafi, es un revolucionario honesto que ha frenado los planes de los imperialistas y capitalistas para privatizar empresas, ha nacionalizado varias y ha llamado a los trabajadores y el pueblo a organizarse y participar en la gestión de las fábricas, los barrios, etc.
Si los imperialistas y sus lacayos pitiyanquis en Venezuela han logrado avanzar en los últimos dos años en el terreno electoral (en la movilización en la calle la correlación de fuerza sigue siendo favorable a la revolución), no es a causa de que las masas se dejen manipular sino por la labor de sabotaje que lleva a cabo la burocracia y por el hecho de que la revolución, a causa de este sabotaje y el de los empresarios, no ha logrado resolver muchos problemas sociales. La idea planteada por algunos de que la insurrección en Libia obedece a un complot imperialista y el siguiente en la lista será Venezuela parte de la desconfianza absoluta en la capacidad de lucha e instinto revolucionario de las masas y, objetivamente, hace el juego a la burocracia, que intentará presentar cualquier lucha obrera y popular contra sus actuaciones cuarto-republicanas como una acción que beneficia a la contrarrevolución.

 

La revolución en Libia es una parte esencial de la revolución en todo el mundo árabe

 

Una idea que hemos explicado los marxistas de la CMR desde el inicio de los acontecimientos revolucionarios en Túnez, Egipto, etc. es que estábamos ante un movimiento revolucionario no restringido a un país sino que tendería inevitablemente a abarcar el conjunto de la región. La insurrección contra Gadafi se vio animada por las revoluciones que en Egipto y Túnez lograron derribar a Mubarak y Ben Alí. El propio Gadafi comprendía que la victoria de las masas en estos países animaría a las masas en el resto de la región, empezando por su país, ubicado geográficamente entre ambos países en revolución. Por eso fue el gobernante de la región que más insistentemente apoyó la represión contra las masas y la continuidad en el poder de Ben Alí y de Mubarak (coincidiendo en esto con nada más y nada menos que… ¡el gobierno sionista israelí!).
Quienes desde la izquierda intentan presentar a Gadafi como un revolucionario, y a las masas que tienen el poder en Bengasi y otras ciudades como agentes del imperialismo, deberían reflexionar sobre este hecho, así como otros hechos denunciados por distintos activistas revolucionarios del mundo árabe y luchadores antiimperialistas como que Gadafi se aliase a George W. Bush en la mal llamada lucha contra el terrorismo entregando a supuestos terroristas de Al Qaeda y otras organizaciones perseguidas por EEUU para ser enviados a Guantánamo. O que colabore con las burguesías europeas en perseguir y reprimir a los inmigrantes y haya acometido privatizaciones de empresas durante los últimos años y abierto las puertas de Libia a las multinacionales imperialistas, algo que le valió la felicitación del propio FMI, el levantamiento de las sanciones por parte del imperialismo estadounidense y británico y el hacer buenos negocios durante los últimos años con las burguesías europeas y de otros países a costa de la explotación de los recursos naturales y la fuerza de trabajo del pueblo libio.
El empuje revolucionario en todo el mundo árabe y la inestabilidad en la región hunden sus raíces en la crisis del capitalismo y las condiciones de vida que sufren las masas. Esta inestabilidad revolucionaria se prolongará por todo un período histórico. En Túnez la población levantada ha vuelto a desbaratar las maniobras de la burguesía y el imperialismo para sofocar la revolución y han obligado al gobierno continuista de Ghanuchi a dimitir. En Egipto continúa la lucha entre revolución y contrarrevolución. La clase dominante y la cúpula militar con el apoyo del imperialismo, tras verse obligados a forzar la salida de Mubarak, intentan dividir al movimiento revolucionario en líneas religiosas y buscar una base social entre sectores de las capas medias contra la clase obrera y la juventud. Pero hasta el momento no han logrado ese objetivo y la lucha de la clase obrera y las masas tienden a intensificarse. En Bahrein, pese a toda la palabrería de Obama, su títere —el rey— sigue reprimiendo brutalmente a la población pero ésta mantiene su lucha. Lo mismo ocurre en Yemen.
Y no sólo eso. En Marruecos y Argelia ha habido también movilizaciones importantes de masas. Animados por el ejemplo revolucionario en Túnez, Egipto y Libia el movimiento ha llegado ya al emirato de Omán, a las puertas del principal pilar del imperialismo estadounidense en la zona: Arabia Saudí. En Omán ha habido huelgas y manifestaciones importantes que han encendido todas las luces de alarma en las cancillerías imperialistas. El propio Iraq ocupado por Estados Unidos se ha visto afectado por la onda expansiva de la revolución en Libia, Egipto y Túnez. La jornada de la ira contra el títere de Estados Unidos, Maliki, movilizó a decenas de miles de personas exigiendo derechos democráticos y mejoras sociales y económicas, pese a la brutal represión gubernamental. El malestar es enorme y continuará. En la mismísima Arabia Saudí la monarquía de la dinastía Saud, con el apoyo del imperialismo estadounidense, ha tomado medidas como subir los salarios un 15% y el ministro de Trabajo ha prometido todo tipo de reformas para acabar con el 20% de desempleo que sufre el país, especialmente la juventud. Pese a todo ya ha sido convocada una jornada de la ira, contestada por el gobierno con un despliegue policial y militar sin precedentes, y diversas informaciones hablaban de marchas y enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas represivas. “Los medios saudíes informan de dos personas que se inmolaron por el fuego en señal de protesta. Una horrible represión en la ciudad de Qatif durante la semana pasada —incluyendo ataques contra mujeres chiíes— relacionada con una manifestación por la liberación de presos políticos, llevó a que todavía más gente se oponga a la monarquía. La semana pasada, después de las oraciones del viernes en Riad, los manifestantes se reunieron frente a la mezquita al-Rajhi y corearon consignas contra el gobierno y contra la corrupción” (‘Ira contra la casa Saud’, P. Escobar, www.rebelion.org/noticia.php?id=123938).
Sólo la ausencia de una dirección revolucionaria impide por el momento unificar todas estas luchas, tomar el poder e iniciar el camino de la transformación socialista de la sociedad.

 

La revolución sólo puede triunfar avanzando hacia el socialismo

 

En estos momentos la revolución en Libia constituye un jalón que puede ayudar a elevar la revolución en el mundo árabe a un nivel superior y extenderla más fuerte y decididamente al resto de la región y del mundo o significar el primer revés sangriento para las masas, algo que, aunque no acabaría con la revolución en todo el mundo árabe, si supondría un golpe duro y ayudaría a las oligarquías de la zona y el imperialismo a reagrupar sus fuerzas e intentar pasar a la ofensiva.
Es bastante probable que en este mismo momento algunos de los regimenes reaccionarios de África y el mundo árabe que se mantienen, e incluso sectores del imperialismo, estén financiando bajo cuerda a Gadafi y permitiendo que le siga llegando dinero y hombres para reprimir a las masas. Una victoria de Gadafi en Libia les beneficia a ellos. De hecho, animado por el avance de la contrarrevolución en Libia, el rey de Bahrein ya ha solicitado efectivos militares de Arabia Saudí y otros emiratos del Golfo Pérsico para ayudarle a aplastar la revolución en su país. Una victoria de las masas y el establecimiento de un Estado basado en los comités, en cambio, animaría aún más la lucha en toda la región y se extendería como una mancha de aceite, sirviendo de inspiración incluso a las masas de Europa, y particularmente en los países del sur, donde se acumula un enorme malestar social, como hemos visto durante el último año en Portugal, el Estado español, Italia y especialmente Francia y Grecia. Esta es otra de las razones que, por el momento, provoca que los imperialistas tengan dudas y divisiones acerca de intervenir militarmente. Una intervención militar directa en Libia, aunque inicialmente les permitiese restablecer un gobierno y un Estado burgueses bajo su control, desataría una inestabilidad permanente que, en medio de una revolución que continúa en todo el mundo árabe y de un creciente malestar de las masas en Europa con riesgo de explosiones sociales, acabaría volviéndose una bomba de tiempo para el imperialismo.
Como hemos dicho, el único modo de derrotar los planes contrarrevolucionarios tanto de Gadafi como del imperialismo es consolidar el poder de los comités populares en Libia y unificar a estos en un Estado revolucionario basado en delegados elegibles y revocables en todo momento de cada uno de esos comités; donde cada funcionario público no perciba ingresos superiores a los de un trabajador cualificado y las tareas de gestión y administración se realicen de forma rotatoria. Un Estado revolucionario donde los mercenarios y el ejército represivo de Gadafi sean sustituidos por el pueblo en armas, un ejército revolucionario sometido al control de esos comités. La primera tarea que debe acometer ese Estado, junto a organizar la victoria militar contra Gadafi y llamar al resto de las masas árabes a apoyar la revolución y seguir el mismo camino, debe ser nacionalizar los bancos, los monopolios, y el poder económico de la reacción para ponerlo bajo el control democrático de los trabajadores y el pueblo. Es la única forma posible de que las masas resuelvan los problemas acuciantes y tener una vida mejor.
La revolución de los comités en Libia se enfrenta a una encrucijada. Si se queda a medio camino lo más probable es que sea derrotada, o por el propio Gadafi o por el imperialismo o por ambos. Para vencer, su única alternativa es tomar la dirección del socialismo. Esto es también válido para Egipto, Túnez, Bahrein y el resto. Los acontecimientos en todo el mundo árabe y, particularmente en estos países en los que las masas han logrado derribar gobiernos reaccionarios o hacerse con el poder en partes del país, demuestran que la revolución árabe no es una revolución democrática limitada a la lucha por este tipo de reivindicaciones sino el inicio de la revolución socialista. Una revolución en la que la lucha por conseguir los derechos democráticos y las reivindicaciones más inmediatas de las masas (empleo y vivienda digna, mejores salarios, reducción de la jornada de trabajo) sólo puede tener éxito si la clase obrera al frente del resto de los oprimidos toma el poder, destruye el Estado forjado por la burguesía y los imperialistas, crea su propio Estado basado en comités revolucionarios elegibles y revocables y pone los recursos del país (los bancos, la tierra, las instalaciones petroleras, gasíferas y las principales empresas) bajo control democrático de los trabajadores y el conjunto de la población.
En la Rusia de 1917 —un país mucho más atrasado en aquel entonces que la Libia actual—, la revolución de febrero se transformó en la revolución socialista de octubre, a pesar de todo el sabotaje de los reformistas de la época (mencheviques y eseristas) que buscaban desesperadamente acuerdos con los representantes del viejo régimen y los imperialistas franceses e ingleses. Esa transformación se dio gracias a la actitud enérgica del partido bolchevique, y especialmente de la dirección proporcionada por Lenin y Trotsky, que llamaron a la toma del poder por parte de los soviets. Los bolcheviques explicaron pacientemente su programa a la vez que intervenían audazmente para ganar el apoyo consciente de la mayoría de la población insurrecta a su programa. Jamás defendieron la revolución por etapas, esa formula reformista que si defendían los mencheviques y sus aliados, ni tampoco la colaboración entre las clases. Igual que en Rusia en 1917, las masas libias ganarán el asalto si llevan el combate hasta el final: expropiando a la camarilla de Gadafi, a las multinacionales imperialistas y estableciendo las bases de un régimen auténticamente democrático y socialista, la Democracia Obrera.

En los países árabes se está desarrollando el inicio de la revolución proletaria, socialista, como en América Latina, no de una revolución democrática como trata de inculcar los medios de comunicación burgueses y la socialdemocracia. Desafortunadamente los medios del Estado venezolano y la diplomacia no son conscientes todavía de lo que está pasando. En la estatal Agencia Venezolana de Noticias y otros medios del Estado al mismo tiempo que se define por fin lo que ocurre en Egipto y Túnez como revolución se presenta el movimiento revolucionario de las masas en Libia como un complot del imperialismo y la derecha contra Gadafi. Lo mismo ocurrió cuando se inició el movimiento revolucionario de las masas iraníes en 2009. Si queremos ayudar a la revolución socialista en el mundo árabe y al mismo tiempo aumentar el apoyo a la revolución venezolana entra las masas trabajadoras de todo el mundo es hora de cambiar esta orientación equivocada.
La extensión de la revolución árabe se desarrolla no por días, si no por minutos. Recientes noticias de diferentes medios de comunicación informan de duros enfrentamientos entre manifestantes contra el gobierno de Gadafi y el ejercito que están propiciando decenas de muertos, las últimas informaciones señalan que cerca de 300 en todo el país. Reportes en Al Jazeera señalan que aviones de la fuerza aérea están bombardeando partes de la capital, Trípoli. Al igual que en Egipto o Túnez, las masas han perdido el miedo y están dispuestas a ir hasta el final, incluso a sacrificar sus vidas para lograr la victoria y la salida de Gadafi. Lo que confirman estas manifestaciones es el profundo malestar en el seno de la población del país contra el régimen que lleva más de 40 años en el poder. Las horas de Gadafi están contadas.
Desafortunadamente los medios del Estado venezolano y la diplomacia no es consciente todavía de lo que está pasando. De un modo equivocado durante los últimos años la política de nuestro gobierno en Oriente Próximo, ha sido la de “el enemigo de nuestro enemigo es mi amigo” sustituyendo una genuina política de solidaridad internacionalista, a la alianza con regímenes dictatoriales, que enfrentados a Estados Unidos temporalmente, por cuestiones de prestigio o de influencia mantenían al mismo tiempo a sus pueblos sojuzgados y oprimidos: se ha impuesto desafortunadamente una realpolitik en los asuntos exteriores, particularmente en Oriente Próximo. Es hora de cambiar esta orientación equivocada.

 

Visión errada de los acontecimientos revolucionarios en Libia

 

Frente a esta orientación errada se está imponiendo la realidad. En la página web de AVN se titula una noticia sobre lo que pasa en los países árabes: ‘Tal como el pueblo venezolano naciones árabes se levantan para derribar dictaduras’. En ella se relata la revolución que acontece en las últimas semanas. Sin embargo, llama la atención el análisis particular que se hace de los acontecimientos en Libia. En el artículo se señala: “Libia, La República Árabe Libia Popular y Socialista también está siendo objeto de ataques por parte del gobierno estadounidense, de Israel y otros países coaligados en la derecha internacional.
“Se trata de un proceso dirigido a desprestigiar al líder Muamar el Gadafi y opacar los logros de esa revolución, que puede exhibir orgullosa la esperanza de vida más alta de África (74 años), el PIB nominal más alto de ese continente, el primer puesto en el índice de Desarrollo Humano del continente y el poder adquisitivo más alto de África, entre otros logros”.
Durante los últimos años tanto Gadafi como los dirigentes iraníes, con Ahmadineyad a la cabeza, han sido presentados en Venezuela como “amigos”, “gobiernos afines”, “luchadores antiimperialistas” o “revolucionarios”. La realidad es que estos regímenes —que en determinados momentos han entrado en contradicción con el imperialismo estadounidense por sus propios intereses capitalistas o como un modo de desviar el malestar que existe entre las masas de sus países— no son en absoluto revolucionarios. Ni el régimen libio ni el iraní tienen ninguna afinidad real con la revolución venezolana.
Ante la revolución en marcha en Túnez y en Egipto, que despertó las simpatías y el instinto revolucionario de las bases bolivarianas, Gadafi apoyó a los dictadores proimperialistas Mubarak y Ben Alí y justificó y apoyó la represión contra los pueblos egipcio y tunecino. Cuando esa misma movilización revolucionaria de masas se ha trasladado a las calles de Libia su respuesta ha sido reprimir sangrientamente a los trabajadores y jóvenes. Mientras en Venezuela hay plenos derechos democráticos y la clase obrera se ha puesto en marcha para intentar desarrollar el control obrero, crear consejos de trabajadores y sindicatos clasistas, ocupar las fábricas abandonadas, etc., en Libia e Irán se reprime sistemáticamente a los trabajadores por organizar sindicatos y defender sus derechos. Mientras en Venezuela se han frenado las privatizaciones el régimen iraní durante los últimos años ha privatizado decenas de empresas y el régimen libio ha abierto las puertas del país a las multinacionales imperialistas. En la propia ocupación imperialista de Iraq el régimen iraní ha colaborado con la misma al dividir en líneas religiosas la resistencia. Varios movimientos y organizaciones chiíes apoyadas y financiadas por Teherán han colaborado en distintos momentos en el gobierno de ocupación. Todo esto debería ser suficiente para comprender que más allá de sus discursos demagógicos estos regímenes no pueden ser apoyados por los revolucionarios venezolanos. Al contrario, es un deber para los revolucionarios venezolanos enviar un mensaje de apoyo a las masas árabes en lucha.

 

¿Cómo ayudar desde Venezuela a la revolución árabe?

 

La revolución en marcha en el mundo árabe es una inspiración para las masas en todo el mundo. El presidente Chávez y el gobierno venezolano deberían dejar de creer en las teorías conspirativas que dictadores como Gadafi intentan promover para justificar su negativa a abandonar el poder y basarse en el magnífico instinto y voluntad revolucionaria que están demostrando las masas obreras y populares de estos países. Deberían declarar su apoyo incondicional a la revolución que están protagonizando, y, sacando conclusiones de la propia experiencia de nuestra revolución, llamar a las masas de todo el mundo árabe, desde Túnez a Libia o Irán, a no detener su lucha hasta no lograr el poder, desarrollando consejos de trabajadores y comunales basados en voceros elegibles y revocables, tomando las fábricas para ponerlas a funcionar bajo control obrero y popular, nacionalizando las principales empresas bajo control de los trabajadores y sustituyendo al actual Estado capitalista por un genuino Estado socialista dirigido por la clase obrera y el conjunto de los oprimidos. Esto animaría aún más la lucha revolucionaria en estos países y contribuiría a derrotar los planes del imperialismo, que asustado por el empuje revolucionario en el mundo árabe intenta reconducir la situación en todos estos países y abortar la situación revolucionaria que se ha abierto.
Esta es también la mejor manera de combatir las calumnias que lanza el imperialismo contra nuestra revolución, intentando equiparar a un revolucionario honesto como el presidente Chávez con dictadores como Mubarak o Gadafi, y de conseguir que tanto entre los jóvenes y trabajadores de los países árabes como entre los del resto del mundo (que ven con entusiasmo y simpatía la revolución en el mundo árabe) aumente también el apoyo a la revolución venezolana.
La noticia de AVN antes citada continúa con la visión equivocada de lo que está pasando en Oriente Medio y particularmente en Libia. Detrás de los acontecimientos en los países árabes no está el imperialismo norteamericano, sino la indignación de las masas árabes contra la opresión, incluido en Libia e Irán. El que está masacrando a la población libia es el ejército de Gadafi para defender sus privilegios, no la Sexta Flota. Hoy es Libia, pero mañana puede ser perfectamente Irán. En las movilizaciones de 2009, el comandante Chávez apoyó la represión a las manifestaciones contra el régimen de Ahmadineyad, justificándolo sobre la base de que estas movilizaciones tenían el mismo contenido reaccionario que la “revolución naranja”. Los que salieron a la calle en Teherán y todo el país demandaban derechos democráticos y mejora de las condiciones de vida, el imperialismo intentaba ganar en rio revuelto. Estos apoyos debilitan la influencia de la revolución bolivariana entre las masas oprimidas y los trabajadores del mundo. Millones de personas en Irán o Libia que simpatizaban con nuestra revolución en un primer momento están cada vez más confusos y decepcionados al ver el apoyo del gobierno venezolano a unos gobiernos de sus países que no aplican ninguna política socialista, revolucionaria ni antiimperialista, sino que les explotan y oprimen y cuando se movilizan en la calle envían el ejército o la policía a reprimirles.

 

La actitud del imperialismo norteamericano ante la revolución árabe

 

La actitud del imperialismo norteamericano está inspirada en el deseo de posicionarse lo mejor posible en estos acontecimientos. La ley suprema para el mismo no es la fidelidad a sus perros de presa, el futuro de sus títeres se subordinan sus intereses inmediatos. El imperialismo tiene informes detallados del nivel de putrefacción interna de estos regímenes y pretende situarse, apoyando demagógicamente la movilización de masas, para lograr una ventaja política de cara al futuro. Sin embargo el imperialismo norteamericano no es un bloque homogéneo, también hay divisiones en cómo actuar. Al sector más abiertamente reaccionario de la CIA y el pentágono no ve muy claro todos estos cambios, aunque sean inevitables. Además la política de Obama, no está conteniendo la ola de revolucionaria sino que la esta jaleando. Muchas personas en Washington deben estar frunciendo el entrecejo ante cada declaración de Obama o Hillary Clinton apoyando la movilización de masas, cuando la misma está tumbando a aliados estratégicos de EEUU o amenazando intereses estratégicos de EEUU como en Bahrein, sede de la Quinta Flota. Sobre todo cuando es previsible que uno de los regímenes más reaccionarios de la zona, como es el de Arabia Saudí, se contagie de la ola revolucionaria, amenazando el control de la mitad de la producción de petróleo mundial.
La actitud del imperialismo norteamericano puede engañar a algunas personas entre la izquierda, particularmente en Venezuela. Quizás piensan que los regímenes que salgan de estos movimientos revolucionarios puedan ser regímenes afines al imperialismo norteamericano: razonan que sin una dirección revolucionaria y con la presión imperialista la revolución quedará abortada y sólo servirá a los intereses yanquis. Estos son las mismas ilusiones de Obama. Por eso también el intento de confundir por parte de la burguesía internacional tratando de equiparar lo que acontece en el mundo árabe con la caída del estalinismo en 1989.

Berlín 1989 - El Cairo 2011.

 

Dos movimientos diametralmente opuestos

 

Hay una diferencia fundamental entre lo que está sucediendo ahora y lo que aconteció entonces. En 1989, la caída del estalinismo fue fruto de un movimiento de masas que tenía en sus inicios un carácter revolucionario pero que en ausencia de dirección derivó en la restauración del capitalismo en el este de Europa. La burocracia estalinista estaba tan podrida que no aguantó ni un asalto y todos los burócratas se pasaron con armas y bagajes a la agenda capitalista. La crisis fue suscitada por el colapso de la gestión burocrática de la economía nacionalizada. La clase obrera del este de Europa estaba confundida y desmoralizada por décadas de discursos de los burócratas estalinistas que al mismo tiempo que hablaban de gobierno de los trabajadores y socialismo se enriquecían y gobernaban despóticamente. La mayor parte de la clase trabajadora había desarrollado escepticismo hacia las ideas del socialismo. La represión feroz contra las ideas del socialismo representadas por la oposición de izquierda en la URRS encarnadas en la figura de León Trotsky rompió los puentes políticos entre las tradiciones de la revolución rusa y las nuevas generaciones y descabezó la que podría haber sido una revolución política contra la burocracia que condujera a un régimen sano de democracia obrera.

 

Inicio de la revolución socialista en los países árabes

 

Lo que acontece en Egipto y Túnez tiene un carácter diferente. La economía de estos países es capitalista y sus gobiernos han impulsado décadas de ataques feroces a las condiciones de vidas de las masas. La irrupción de las masas es fruto de dictaduras que sostienen la propiedad privada de los medios de producción. Tras lograr el primer objetivo, derribar a los tiranos, el movimiento obrero ha irrumpido en escena con su método habitual de lucha, la huelga general y ocupaciones de empresas. Fue la huelga general del proletariado industrial en Egipto junto con la juventud obrera desempleada la que acabó liquidando el régimen de Mubarak. En Túnez fueron las bases de la UGTT cuya dirección había colaborado activamente con Ben Alí las que impusieron la huelga general del 14 de enero que tumbo el dictador. Los trabajadores quieren después de años de miseria mejores salarios, casas y hospitales, eso les enfrenta directamente con el capitalismo. Para ello se concreta la idea de democracia de este modo. Lo que estamos viendo en los países árabes es el inicio de la revolución proletaria, socialista, en estos países, no de una revolución democrática como trata de inculcar los medios de comunicación burgueses y la socialdemocracia. Después de décadas de opresión las masas han dicho basta y se han puesto en marcha. Para derrotarlas, para volver a introducir el genio en la lámpara, van a hacer falta muchos esfuerzos puesto que la correlación de fuerzas es muy favorable a las mismas. La cadena de mando del ejército está rota y el Estado burgués, semidescompuesto por la acción revolucionaria de las masas obreras y populares. El proceso se va a alargar años debido a la ausencia de un partido marxista de masas que las lleve a la toma del poder, aunque el movimiento instintivo de la clase obrera tiende a elaborar consignas socialistas y tiende hacia la toma del poder. Como factor a favor del movimiento revolucionario de las masas es la no existencia partidos estalinistas o socialdemócratas con base de masas y autoridad para poder frenar el movimiento e intentar contenerlo dentro de formas democráticas, como sucedió en numerosos países, cuyo ejemplo palmario, entre otros, fue el Estado español en la llamada “transición democrática”, donde las direcciones estalinistas y socialdemócratas llegaron a un acuerdo para que el capitalismo siguiera en pie y el aparato estatal heredado del franquismo no pagara sus crímenes. Al imperialismo europeo le gustaría una salida de este tipo y tratará de impulsarla, pero con grandes dificultades por los factores arriba señalados.
Es por ello que se ha iniciado una era revolucionaria en el mundo árabe que amenaza con extenderse por todo el mundo. En el fondo son los primeros movimientos de la revolución socialista mundial. Lo que pasa en el mundo árabe —si tiene un paralelismo es con América Latina la última década— es la irrupción de las masas buscando una salida a la crisis del capitalismo. Y por ello, repetimos, este proceso que se inicia aquí, y cuyo primer episodio fueron las movilizaciones en Irán en 2009, se va a alargar años con alzas y bajas, donde revolución y contrarrevolución trataran de imponerse. Las masas buscarán una dirección revolucionaria que les lleve al poder. Eso veremos en los próximos años.

 

Inestabilidad y revolución durante años en los países árabes. El imperialismo no controla nada

 

¿Alguien cree que el imperialismo norteamericano va a conseguir regímenes estables y afines? Nada más lejos de la realidad, la inestabilidad está ya y no se va a marchar. Tanto en Túnez como en Egipto las masas están chocando con los nuevos gobiernos que no son si no la sombra larga de la dictadura y el imperialismo. El fundamentalismo islámico no ha jugado ningún papel y está desprestigiado entre las masas. Sólo si después de años la contrarrevolución logra vencer, podrá alcanzarse algún tipo de régimen burgués estable, pero por ahora a corto plazo esto es descartable. Revolución y contrarrevolución es lo que depara la lucha de clases en el mundo árabe. Y en este proceso las masas sacando rápidamente conclusiones cada vez más avanzadas sobre la base de su experiencia acercándoles a las ideas del socialismo científico, del marxismo, muchas veces sin ser conscientes de ello.
La dialéctica de la historia se ha manifestado de un modo hermoso. Décadas de explotación sin esperanza, se han transformado en semanas, en un alzamiento que está marcando el camino a millones. Como sucede en la historia de las revoluciones, los más oprimidos y atrasados, se han transformado en vanguardia de la lucha por un mundo mejor, un mundo socialista, sin empresarios, sin banqueros ni burócratas.

 

Corregir los errores cometidos

 

La revolución bolivariana debe aprender de este movimiento inspirador y corregir por parte de su dirección, del gobierno bolivariano, los errores cometidos: los regímenes de Libia e Irán son dictaduras capitalistas, no regímenes revolucionarios.
Al final del artículo de AVN se señala correctamente: “Manipulación. El gobierno estadounidense, Israel, los gobiernos europeos, la derecha internacional y la oposición venezolana han tratado de confundir al pueblo, tratando de hacer un símil entre el gobierno del presidente Chávez y el del recién derrocado Hosni Mubarak.
“Estos factores han tratado, sin éxito, de calentar la calle buscando relacionar a Chávez con la imagen del dictador egipcio, para presentar la idea de que el pueblo venezolano debe pedir la renuncia del mandatario bolivariano.
“Está claro que es la derecha venezolana la que tiene similitudes con los gobiernos derrocados por esos pueblos y que estos se erigen victoriosos tal como hoy lo hace el pueblo venezolano en la construcción de su futuro socialista”.
Con la inminente caída de Gadafi va a suceder lo mismo. Por ello hay que dar un giro a la política exterior de la revolución, que en vez de granjearnos el apoyo de las masas en Europa, Oriente Medio o EEUU, es utilizada por el imperialismo norteamericano contra nosotros. Del mismo modo que en el interior del país no existe una burguesía patriota, socialista u honesta enfrentada a la burguesía vendepatria, en el exterior los gobiernos enfrentados a EEUU, no son nuestros amigos, estos son gobiernos capitalistas que oprimen a sus pueblos. Las masas árabes, de Libia, Egipto, Túnez, Irán o Siria son las únicas con las que nos podemos aliar para luchar por el socialismo en todo el mundo.

Por lo que he visto, yo diría que la gente del este de Libia son los que tienen el control” (...) “A lo largo de la frontera no vimos a un policía, no vimos a un soldado y la gente aquí nos dijo que [las fuerzas de seguridad], han huido o están en la clandestinidad. La gente está ahora al cargo de todos los caminos de la frontera, Tobruk, y luego todo el camino hasta Bengasi” (Corresponsal de Al Jazeera en Libia, 23/2/11).
 “‘Bienvenidos a la nueva Libia’, grita un niño desde la vereda, agitando su arma de juguete entre una muchedumbre de manifestantes. Desde el pasado 18 de febrero Tobruk está en manos de los rebeldes que se han levantado en todo el país contra Muamar el Gadafi. En la plaza del Pueblo, el nuevo nombre que han dado los ciudadanos al lugar donde se han producido las principales manifestaciones, el edificio abrasado que albergaba la comisaría central de policía es el escenario de una imagen que ejemplifica la ira libia contra su dictador. Un monigote de trapo con el rostro del tirano dibujado pende de una soga sobre la multitud enfervorecida (...) La situación de Tobruk no es una excepción en la parte oriental de Libia. Bengasi, segunda ciudad del país (en torno al millón de habitantes) y bastión de la revuelta, también está bajo control de los manifestantes. ‘Bengasi está bien... No hay peligro ahora’, ha dicho Farhan Abou Mogthab, un trabajador sirio de 40 años de edad, en declaraciones a Reuters. Los habitantes de la ciudad han comenzado a formar comités populares para organizar los asuntos públicos. Lo mismo pasa en Musaid, en la misma frontera con Egipto, o en Derna” (El País, 23/2/11).

 

Las masas revolucionarias toman el control del este del país y luchan por ganar también el oeste

 

Estos relatos de corresponsales de medios de comunicación tan diferentes como El País o Al Jazeera dan un testimonio bastante exacto de lo que está ocurriendo en Libia en estos momentos. La revolución que están protagonizando los trabajadores y el conjunto de los oprimidos de Libia desde el pasado 17 de febrero es una revolución obrera clásica como las que hemos visto en las últimas semanas en Egipto o Túnez y vemos desarrollarse también en estos mismos momentos en Yemen o Bahrein. Este poderoso movimiento revolucionario que se extiende de forma incontenible por todo el mundo árabe está despertando el entusiasmo y la solidaridad de millones de jóvenes y trabajadores en todo el planeta.
En estos momentos la zona oriental del país, incluidas ciudades clave como Tobruk y sobre todo Bengasi, segunda ciudad del país con alrededor de un millón de habitantes, están bajo el control de comités y asambleas populares creados sobre la marcha por las propias masas en lucha. Al mismo tiempo, en el oeste del país, Gadafi y su camarilla intentan aferrarse al poder a toda costa e intentan ahogar el movimiento revolucionario con un baño de sangre. Pero una vez más la represión en lugar de aplastar al movimiento esta espoleándolo.
Varias ciudades del oeste del país, la zona que decía controlar Gadafi, están también ya bajo control de comités populares organizados por las masas en lucha. El cerco revolucionario se estrecha en torno al dictador. En la propia capital, Trípoli, las noticias hablan de que, ante la deserción de unidades militares, el dictador tiene que recurrir a grupos de mercenarios armados que ni siquiera son de nacionalidad libia, y ha dado órdenes a las tropas que le permanecen fieles para que ametrallen y bombardeen barrios y ciudades cercanas. En varios casos estas órdenes han sido desobedecidas y hay combates entre manifestantes y sectores del ejército que se les han unido contra aquellos que siguen acatando la orden de Gadafi de perseguir “como ratas” a los manifestantes y disparar sobre ellos.
Todo indica que el régimen de Gadafi puede estar viviendo sus últimas horas. Y no por ninguna acción o complot del imperialismo, el cual ve con enorme preocupación y desconcierto la movilización revolucionaria de las masas, sino precisamente por la acción revolucionaria de éstas, que sin dirección pero con un impresionante instinto y confianza en sus propias fuerzas están superando todos los obstáculos que encuentran en su camino.

 

¿Cuál es el verdadero papel del imperialismo?

 

Tal como hemos venido defendiendo desde la Corriente Marxista Revolucionaria (CMR), en Libia no estamos ante ninguna “revolución de colores” ni ninguna conspiración organizada por el imperialismo, como increíblemente defienden algunos sectores de la izquierda en Venezuela y otros países, reproduciendo las calumnias que intenta lanzar la propia camarilla corrupta de Gadafi contra el movimiento revolucionario de las masas para justificar su brutal represión. Lo que tenemos ante nuestros ojos es el inicio de la revolución socialista. Las masas en su lucha contra la brutal represión del régimen ya han derribado las estructuras del Estado en el oriente del país y empiezan a hacerlo también en el oeste. Día a día sacan nuevas conclusiones y aprenden en la lucha.
A quiénes hablan de plan del imperialismo habría que preguntar ¿Desde cuándo los métodos del imperialismo consisten en abandonar ciudades enteras, y más en un país clave para la producción de petróleo, en manos de asambleas y comités populares para que sean estos quienes las dirijan?
En realidad, el papel del imperialismo en los acontecimientos de Libia lejos de ser el de apoyar o planificar una insurrección para derrocar a Gadafi es precisamente el contrario. Su actuación se ha caracterizado por un cinismo y una cobardía sin límites así como por la parálisis, las dudas y las vacilaciones. Esta patética actuación en última instancia es el resultado de su intento de mantener el status quo con el régimen de Gadafi y, cuando esto ya no ha sido posible, intentar frenar a toda costa el movimiento revolucionario de las masas.
El problema es que no han podido. En un artículo publicado en un medio como Rebelión, claramente identificado con la revolución venezolana y crítico hacia el imperialismo, se exponen estas vacilaciones: Los ministros de exteriores de la Unión Europea (UE) “emiten la usual condena insulsa y burocrática. (...) el primer ministro italiano, (...) estrecho compinche de Gadafi, primero había dicho que no quería ‘molestar a su amigo’, luego tuvo que calificar de ‘inaceptable’ la masacre de civiles y afirmar que estaba ‘alarmado’. Tenemos otro ejemplo clásico, el silencio ensordecedor de Washington. La secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, emitió la acostumbrada condena insípida. El científico y activista libio-estadounidense Naeem Gheriany dijo al Institute for Public Accuracy que el gobierno de Barack Obama “dice que está ‘preocupado’ por la situación, pero no hay una verdadera condena a pesar de la terrible situación. Están masacrando a centenares de personas. Se informa de que Gadafi utiliza cañones antiaéreos para disparar a la gente. Aparentemente, en unos pocos días han matado a más gente en Libia que en semanas en Irán, Túnez, Bahréin, Yemen, e incluso Egipto (que tiene una población mucho mayor)... Ni siquiera el petróleo puede justificar este silencio” (P.Escobar, Hermano Gadafi, te estás cayendo, www.rebelion.org.
La complicidad de los imperialistas con Gadafi tiene una explicación. Pese a la retórica antiimperialista y la etiqueta de socialismo islámico que utiliza cínicamente el líder del régimen libio cuando visita países en revolución como Venezuela o Bolivia, la realidad es que desde hace mucho tiempo, y en particular a lo largo de los últimos años, ha abierto las fronteras del país a las multinacionales imperialistas. Al mismo tiempo que entran en determinados momentos en contradicción entre sí o se lanzan ataques de cara a la galería, en privado la camarilla mafiosa que rodea a Gadafi y los imperialistas han llegado a importantes acuerdos para explotar juntos las riquezas y la mano de obra del país.

 

Los gobiernos europeos y de Estados Unidos, cómplices de Gadafi

 

Libia exporta 1,7 millones de barriles de petróleo al día y se ha convertido en uno de los escenarios favoritos de inversión de distintas grandes empresas europeas en la región. En particular la burguesía italiana —la potencia imperialista que ya dominó el país antes de su independencia— tiene importantes negocios en Libia. “Y viceversa, Gadafi ha inyectado grandes cantidades de dinero líquido en empresas italianas, en sectores tan cruciales como el energético y el financiero, siguiendo los consejos de Il Cavaliere. El coronel y Berlusconi son socios en la productora y distribuidora Quinta Communications, fundada en 1990 por el empresario tunecino Tarak ben Ammar” (‘Italia teme que el caos paralice sus prósperos negocios bilataterales’, M. Mora, El País, 22/02/11).
“El comercio bilateral entre los dos países ronda los 13.000 millones de euros anuales, una cifra que sitúa a Italia como primer socio de Libia. Añadiendo inversiones financieras, el año pasado el volumen de intercambio alcanzó los 40.000 millones” (Ibíd.). Entre las inversiones libias en Italia destaca el control de un 7,5% de las acciones de Unicredit, principal banco italiano, y de un 2% de Finmeccanica, empresa del sector de la defensa que es la octava del mundo por facturación en cuanto a venta de armamento. “Los intereses italianos más importantes llevan el sello de ENI, que tiene previsto realizar inversiones los próximos 20 años en Libia por valor de 18.200 millones de euros en el sector petrolero, además del gasífero. Las dos mayores constructoras italianas, Astaldi e Impregilo, firmaron además contratos por 5.000 millones de euros para construir la autopista que unirá Trípoli con Egipto” (Ibíd.). Además, se calcula que al menos un 32% del petróleo que recibe Italia procede de Libia.
Alemania es el segundo socio comercial de Libia. En una reciente gira el canciller alemán estuvo acompañado por empresarios de su país, especialmente interesados en contratos de transporte y para la construcción de infraestructura turística, así como el negocio del petróleo. De hecho, Libia suministra algo más del 10% del crudo importado por Alemania. La burguesía española también tiene bastante que ocultar (y que perder) en Libia. La relación de amistad con el tirano libio fue abierta por Aznar, ha sido continuada y cultivada el propio rey Juan Carlos —quien ha visitado Libia y ha recibido también con honores en la Zarzuela a Gadafi— y ha sido continuada bajo el gobierno Zapatero.
“El 17 de septiembre de 2003 el presidente del gobierno de España, José María Aznar, inició una nueva etapa de visitas de mandatarios europeos a Libia. Aznar viajó acompañado del secretario de Estado de Comercio, Francisco Utrera, y de una delegación de altos directivos de 28 empresas españolas de los sectores de turismo, alimentación, hidrocarburos, construcción, ferrocarriles, sanidad y educación; sectores que los técnicos del Ministerio de Economía consideraban los de mayor interés en el mercado libio. Al margen de la entrevista personal con Muamar el Gadafi, uno de los actos fundamentales del viaje oficial sería la celebración de un encuentro empresarial, que presidiría el propio José María Aznar con el primer ministro libio, Sukri Gahnen, y en el que los empresarios españoles negociarían acuerdos de cooperación, de inversión y comerciales con este país norteafricano” (Historia de Libia, es.-wikipedia.org/wiki/Historia_de_Libia). Como también explica J. C. Escudier en el diario Público (23/2/2011), en referencia a otro encuentro más reciente entre Zapatero y Gadafi: “Zapatero quiso entonces preguntarle por los derechos humanos en Libia, pero entre la cena de gala y la firma del acuerdo de protección y promoción de inversiones que tanto bien hizo a Repsol el tiempo pasó volando. Se abrían, según se explicó entonces, expectativas de negocio por valor de 12.000 millones de euros.
El propio imperialismo estadounidense, aunque su socio principal entre los países petroleros de la región sigue siendo Arabia Saudí, ha tenido una curiosa aproximación durante los últimos años a Libia. “Washington y Gadafi han sido los mejores compinches en la ‘guerra contra el terror’. El agente capturado de Al-Qaida, Ibn al-Sheikh al-Libi, objeto de una ‘entrega’ de la CIA al ex presidente egipcio Hosni Mubarak y a Omar ‘jeque al-Tortura’ Suleimán, quienes lo torturaron debidamente para que confesara una conexión inexistente entre Sadam y al-Qaida con las armas de destrucción masiva y que utilizó el entonces secretario de Estado Colin Powell como ‘inteligencia’ en su discurso en las Naciones Unidas en febrero de 2003, fue posteriormente rastreado en Libia por Human Rights Watch antes de terminar su vida en un supuesto ‘suicidio” (P. Escobar, Hermano Gadafi, te estás cayendo). Como premio a su colaboración con el imperialismo durante los últimos años, Gadafi recibió la retirada de Libia de la lista de países que apoyan el terrorismo, el levantamiento de sanciones y jugosos negocios con distintas multinacionales.

 

La presión de las masas obliga al imperialismo a romper con Gadafi

 

Los planes del imperialismo para Libia no pasaban por organizar el derrocamiento de Gadafi sino por seguir con esta misma orientación de aproximarse y colaborar con el régimen libio y en todo caso, a medio plazo, buscar entre los hijos de Gadafi, varios de los cuales poseen algunas de las principales empresas del país, un sucesor. Todo indica que el mejor situado era Seif. “De acuerdo con Vivienne Walt, de la revista Time, desde el levantamiento de las sanciones de Occidente contra Libia en 2005, Seif ha actuado ‘como garantía’ para las compañías petroleras que han invertido millones de dólares en el país. En entrevistas con ejecutivos petroleros, todos afirman que Saif es la persona a la que más les gustaría ver gobernando Libia. Ha aparecido ocasionalmente en el Foro Económico Mundial. Y durante dos visitas a Libia he visto un sinnúmero de ejecutivos de empresas de Estados Unidos y Europa haciendo fila para obtener una cita con Seif, escribía recientemente” (Pecados del padre, pecados del hijo, L. Andoni, citado por www.rebelion.org).
El problema para Gadafi y para los imperialistas es que en medio de todos esos planes las masas dijeron basta a tantos años de explotación y humillación y estalló la revolución. Como explica el mismo artículo de Pepe Escobar en Rebelión: “la denominada ‘comunidad internacional’ comenzó a darse cuenta de la situación cuando el periódico The Libyan Quryna informó de que habían comenzado protestas en la ciudad norteña de Ras Lanuf, cuya refinería de petróleo procesa 220.000 barriles de petróleo diarios (...) el domingo, el jeque Faraj al-Zuway, líder de la crucial tribu al-Zuwayya en el este de Libia, había amenazado con cortar las exportaciones de petróleo a Occidente en 24 horas a menos de que se detuviera lo que llamó ‘opresión de manifestantes’ en Bengasi”.
Estas amenazas y el gigantesco movimiento revolucionario de las masas en Libia, la enorme simpatía que el mismo despierta entre los jóvenes y trabajadores en todo el mundo y la rabia e indignación a escala internacional contra la represión organizada por Gadafi, es lo que está presionando a distintos gobiernos burgueses europeos y a la administración Obama a condenar públicamente la represión del régimen libio. Al mismo tiempo, por detrás siguen maniobrando en busca de cualquier solución que pueda frenar el movimiento revolucionario de las masas y permita cambiar la fachada del sistema manteniendo su dominio y beneficios. Sin embargo, no lo tienen nada fácil.
El comunicado del Movimiento 17 de Febrero, surgido precisamente al calor de la insurrección, es una buena muestra de las conclusiones avanzadas que están sacando miles de activistas. Dirigiéndose a los imperialistas europeos el comunicado decía: “La gente de Nalut recuerda que forma parte de un pueblo libio libre, y tras vuestro silencio sobre las matanzas realizadas por Gadafi, ha decidido que interrumpirá desde la fuente el flujo de gas libio hacia vuestros países, cerrando el yacimiento de Al Wafa, que lleva el gas hacia Italia y el norte de Europa pasando por el Mediterráneo”. (‘Italia teme que el caos paralice sus negocios bilaterales’, M. Mora, El País).
El miedo a que las masas en lucha y los comités populares que están surgiendo por todo el país puedan hacerse con el control de las explotaciones petrolíferas, el gas y el conjunto de la economía y la sociedad, y que esto pueda convertirse además en un punto de referencia para toda la región, tiene mucho más atemorizados a los imperialistas —aunque no lo digan— que todos los crímenes de su amigo Gadafi. Si ahora llaman a éste para pedirle que ceda a la presión de las masas y se jubile es porque temen que la brutalidad con que está respondiendo Gadafi pueda empujar aún más lejos la revolución y hacerles perder definitivamente el control de un país que atesora las principales reservas de gas y petróleo del norte de África.
Esta situación ya está tocando de forma importante los intereses económicos del imperialismo y les ha obligado a buscar alternativas al volumen de petróleo que aporta Libia: “Wall Street ha acumulado este miércoles sus dos peores jornadas consecutivas en más de ocho meses debido a la crisis desatada en Libia, provocando que los precios del crudo en Texas se disparen” (El País, 24/2/11).
En estos momentos, y pese a todas las maniobras del imperialismo y a la salvaje maquinaria de guerra que Gadafi ha puesto en marcha contra su propio pueblo, el coraje y la voluntad revolucionaria de las masas lejos de declinar se extienden.

 

El verdadero carácter del régimen libio

 

El hecho de que Muamar el Gadafi defina su régimen como socialismo islámico, hable de la llamada democracia participativa y llame a las bandas a su servicio comités revolucionarios crea confusión entre algunos sectores de la izquierda en América Latina y, particularmente, entre la diplomacia y la dirigencia del Estado venezolano. No obstante, lo primero que hay que dejar claro es que en Libia no hay socialismo ni nada que se le parezca sino un régimen capitalista totalmente represivo hacia los trabajadores
Este régimen capitalista tiene un alto componente de intervención estatal. El 51% de la banca y muchas empresas importantes pertenecen formalmente al Estado, pero ese Estado y empresas públicas son dirigidos por la familia Gadafi y sus acólitos como si de un feudo propio se tratase. Tras décadas sin ningún tipo de participación ni control por parte de las masas y con un poder absoluto en manos de una élite burocrático-militar, esa cúpula del ejército que acompañó a Gadafi en el golpe de 1969, la propia familia Gadafi y muchos altos burócratas del Estado se han convertido en millonarios y están cada vez mas desprestigiados entre las masas. Los hijos de Gadafi poseen varias de las empresas más rentables del país, viajan en aviones privados fuera del país y disfrutan de todo tipo de lujos impensables para la mayoría de los jóvenes y trabajadores libios como disponer de suites en hoteles exclusivos en islas privadas, disfrutar de una vida de holgazanería conduciendo coches exclusivos y ser conocidos por sus salidas nocturnas a los bares y discotecas de moda en las principales capitales europeas. ¿Qué tiene esto que ver con el socialismo? Mientras, miles de jóvenes libios deben emigrar cada año de manera ilegal poniendo en riesgo sus vidas huyendo del desempleo y la represión.
Los mal llamados comités revolucionarios y la democracia participativa (Jamarahiya) de la que hablan los defensores del régimen libio no tienen nada que ver con el modelo que las masas revolucionarias y el presidente Chávez intentan desarrollar en Venezuela. Como ocurría con la burocracia estalinista en la URSS, los discursos de Gadafi sobre socialismo islámico, etc. son palabras vacías que llevan repitiéndose durante 42 años y que merecen un creciente desprecio y rabia de las masas. Mientras estas viven la pobreza, son salvajemente reprimidas cuando intentan organizar sindicatos, huelgas o asambleas para luchar por sus derechos, Gadafi, sus hijos y sus amigos viven en un lujo insultante. Y a todo eso se le pone la etiqueta de socialista, revolucionario, etc.
No es casualidad que los imperialistas siempre que pueden se refieran a Gadafi como socialista y a sus bandas de mercenarios contrarrevolucionarios con el nombre de “comités revolucionarios”. Tal como hacían respecto a la URSS y otros países estalinistas intentan identificar en la mente de los trabajadores, en la propia Libia y el resto del mundo árabe socialismo o poder popular con dictadura. Pero, como se explica en otros artículos (Revolución en Libia y la política exterior del gobierno bolivariano), la situación hoy en los países árabes es muy diferente a la que les permitió descarrilar el movimiento de las masas en los países del Este, que en sus inicios era potencialmente revolucionario, hacia la contrarrevolución capitalista. Incluso en Libia, donde el régimen ha utilizado durante años una verborrea socialista y los llamados “comités revolucionarios” son odiados por las masas porque ven en ellos un instrumento de control y represión del régimen, la población insurrecta ha desarrollado de manera instintiva organismos de poder obrero y popular poniendo en cuestión los intereses de las multinacionales imperialistas. Los únicos comités revolucionarios y democracia popular que se han visto en Libia desde la independencia del país son los que estos días por la fuerza y de un modo espontáneo están imponiendo las masas, por el momento en Bengasi y el resto de la zona oriental, pero que tienden a extenderse al conjunto del país.

 

¿Conquistas sociales?

 

Algunos de los que han intentado defender al régimen libio esgrimen datos acerca de que sus índices económicos, renta per cápita, etc son mejores que los de otros países vecinos. Sin embargo, estos datos no se pueden ver en abstracto. Libia es un país de sólo 6,5 millones de habitantes que posee las mayores reservas de petróleo y gas de la región y exporta 1.700.000 barriles de petróleo. Con esta enorme riqueza y tras 42 años, la pobreza debería estar totalmente erradicada, nadie debería tener que emigrar o carecer de servicios fundamentales. “El PIB es de 77.000 millones de dólares —número 62 en el ranking mundial—; en teoría eso implica un ingreso per cápita de más de 12.000 dólares al año, más, por ejemplo, que Brasil, miembro del BRIC. Pero la norma es una profunda desigualdad: aproximadamente un 35% de los libios vive bajo la línea de pobreza y el desempleo asciende a un insoportable 30%” (P. Escobar, Hermano Gadafi, te estás cayendo).
Una camarilla de nuevos ricos formada por la familia Gadafi y sus amigos domina el país. “Su hijo Khamis —comandante de una unidad de elite de fuerzas especiales, entrenado en Rusia— es el cerebro de la represión en Bengasi. Su hijo Saadi, también está, o estaba, allí, junto con el jefe de la inteligencia militar Abdullah al-Senussi. Su hijo Mutassim es el consejero de seguridad nacional de Gadafi y, hasta ahora, su posible sucesor. En 2009 trató de establecer su propia unidad de fuerzas especiales para debilitar el poder de Khamis. Su hijo Said, el ‘modernizador’ con un diploma de la LSE, no se lleva bien con la vieja guardia del régimen y los temidos ‘Comités Revolucionarios’. Su hijo Saadi es básicamente un matón al que le gusta formar escándalos en los clubes nocturnos en Europa. Lo mismo vale para su hijo Hannibal” (Ibíd.).
Pese a toda su retórica antiimperialista, Gadafi ha apoyado desde su llegada al poder a dictadores que han reprimido brutalmente a las masas y en particular a la clase obrera y la izquierda, como Bokassa en la República Centroafricana o Idi Amín Dadá en Uganda. El último ejemplo fue el apoyo hasta el último minuto a dos títeres del imperialismo como Ben Alí y Mubarak. En un medio como Al Yazeera, que se caracteriza por mantener una actitud crítica hacia el imperialismo estadounidense, podemos leer: “Mientras pisoteaba los intereses de su propio pueblo, Gadafi se constituyó en el campeón de la causa palestina que vertía los ataques verbales más feroces contra Israel. Pero este es un tema recurrente en una región donde los dirigentes han de ser propalestinos de boquilla para dar a su régimen el sello de ‘legitimidad’. El ‘apoyo’ de Gadafi, sin embargo, no le impidió deportar a los palestinos que vivían en Libia y dejarles varados en el desierto cuando se trataba de ‘castigar a los dirigentes palestinos’ por negociar con Israel” (L. Andoni, Al Yazeera).

 

Huida hacia delante

 

Tras 40 años de poder absoluto, Gadafi y los que le rodean han perdido cualquier vínculo con la realidad y ven con un desprecio absoluto a su propio pueblo. En su discurso del domingo 20 de febrero, el hijo de Gadafi, Saif-el-Islam, llegó a reconocer que las masas insurrectas habían tomado el control de Bengasi y habló abiertamente de insurrección pero a continuación, y sin parpadear, se limitó a decir que ellos seguían controlando Trípoli y amenazó con la guerra civil. Esto lejos de amilanar a las masas las llenó de indignación. “Cuando Saif estaba lanzando sus amenazas, la ciudad oriental de Bengasi ya había caído en manos de los manifestantes. Trípoli era la siguiente, el lunes. Mientras el régimen bloqueaba todas las líneas telefónicas, ocasionales twits frenéticos transmitieron el lunes toda clase de rumores y hechos aterradores —inevitablemente eclipsados por el sonido aciago de munición de guerra—. Los helicópteros descargaban balas sobre la gente en las calles. Los cazabombarderos lanzaban ataques. Los francotiradores disparaban desde los tejados” (P. Escobar).

 

Divisiones en el seno del régimen

 

Pese a esta brutal represión, no de centenares sino de miles de muertos, que el ministro de Exteriores italiano Franco Frattini cifra ya en más de 1.000 y otras fuentes en más de 2.000 el empuje revolucionario de las masas lejos de remitir sigue en ascenso. Ello está abriendo brechas decisivas en el seno de la clase dominante. El ministro de Interior Abdalá Younis ha dimitido y dado su apoyo a la revolución. Se trata de un histórico del régimen, uno de los oficiales medios que acompaño a Gadafi en el golpe de 1969. Antes dimitieron otros dos ministros y varios embajadores. También varios oficiales y una parte significativa del cuerpo diplomático. Temerosos del imparable ascenso del tsunami revolucionario en pocos días de funcionarios de rango alto y medio han abandonado el barco a la deriva de Gadafi
Lenin decía que una situación revolucionaria y la posibilidad para la clase obrera de tomar el poder se caracteriza por varios elementos: divisiones profundas en el seno de la clase dominante, disposición de la clase obrera y los explotados de ir hasta el final, neutralidad o apoyo de la pequeña burguesía y un partido revolucionario que conduzca al movimiento a tomar el poder. En Libia, como vemos, las tres primeras no pueden darse de un modo más claro. Por el momento sólo falta el partido revolucionario que le dé un programa y una dirección que permitan garantizar la victoria de la revolución y la construcción de una sociedad socialista. Pero lo más impresionante es como cada segundo que pasa las masas sacan nuevas y más audaces conclusiones.

 

Perspectivas y tareas

 

Las próximas horas y días son decisivos. Las masas tienen en sus manos la mayoría de pueblos y ciudades en el este del país. En el oeste se da una intensa lucha pero la revolución ha ganado ya el control de varias ciudades y se acerca a la capital Trípoli. Aunque a medida que pasa el tiempo se encuentra cada vez más aislado y debilitado, Gadafi insiste en su huida hacia delante y está desatando una represión. Está fuera de la realidad, incluso más que sus antecesores Ben Ali y Mubarak. Hay un punto de delirio en su actuación. En su último discurso se refirió a sí mismo como “gloria de Libia” y amenazo con la pena de muerte a los manifestantes y la guerra civil. Pero como decía el gran dramaturgo inglés William Shakespeare la locura también tiene su método.
Gadafi está contra las cuerdas pero intenta por todos los medios mantener el control de Trípoli aunque sea sobre una montaña de cadáveres con la esperanza de poder ganar tiempo y según cree poder pasar a la ofensiva en una fase posterior. Sin embargo, las masas ya sienten que han empezado a saborear la victoria y nadie va a poder arrebatársela por le momento y durante todo un período. En estos momentos las masas están celebrando en las zonas liberadas la libertad conquistada. Pero se trata de un breve respiro antes de volver a la carga con más intensidad. El trabajo no está terminado. Hay que conquistar el poder en Trípoli y parar la sangría de vidas que está provocando la locura del tirano.
Es muy probable que Gadafi, quiera o no, tenga que abandonar el poder en pocos días o incluso en horas. Por las buenas o por las malas. Si insiste en resistir es bastante posible que sectores de su propio entorno lo saquen o que el movimiento de las masas le barra como ha ocurrido con otros dictadores que intentaron aferrarse hasta el último segundo al poder.
Una vez derribado, e incluso ahora mismo en las zonas liberadas, los imperialistas intentarán hacer todo lo posible por arrebatar el poder a las masas y establecer algún tipo de gobierno que ellos puedan controlar, aunque por el momento lo tienen muy difícil. Seguramente las llamadas de Berlusconi y otros mandatarios a Gadafi durante los últimos días, intentaban buscar algún compromiso pero con el baño de sangre de las últimas horas esta posibilidad está descartada. A las masas sólo les vale la salida de Gadafi y que éste pague por sus crímenes. Y aún eso sólo es un primer paso hacia la solución definitiva de todos sus problemas. Algo que bajo el capitalismo no podrán conseguir.

 

¿Puede intervenir el imperialismo?

 

Desde algunos sectores se plantea la posibilidad de que EEUU esté preparando una intervención imperialista pero en este momento tanto los imperialistas estadounidenses, como el resto, están paralizados y desconcertados por lo que rápido que se suceden los acontecimientos y la iniciativa que están desplegando las masas. “Barack Obama pidió ayer el fin de la violencia en Libia y destacó la necesidad de coordinar con la comunidad internacional las acciones que se tomen contra Muamar el Gadafi, pero no anunció medidas concretas de parte de Estados Unidos más que la enviar en los próximos días a emisarios a Europa y el resto del mundo para intercambiar propuestas. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, viajará el próximo lunes a una reunión de ministros de Relaciones Exteriores en Ginebra para analizar la situación en Libia. Con el mismo objetivo, su número dos, William Burns, emprenderá mañana una gira por varias capitales árabes y europeas” (‘Obama afirma que EEUU actuará en Libia junto a la comunidad internacional’, El País, 24/2/11).
En la práctica esto significa reconocer que su plan A ha fallado, que no hay plan B por el momento y lo único que pueden hacer es esperar y reunirse a ver que se les ocurre. La opción de una intervención militar con la excusa de la violencia sería un camino minado para el imperialismo, más aún con las masas en plena efervescencia. No parece probable en este momento, tanto por que puede plantearles más problemas a medio plazo de los que puede solucionar como por las dificultades para ponerse de acuerdo entre ellos. Por supuesto, la posibilidad de errores por parte de la clase dominante siempre existe pero optar por esta vía en esta fase de la revolución, lejos de resolver nada significaría meterse en un polvorín con una antorcha prendida.
La apuesta del imperialismo en Libia, como ya hemos dicho, era seguir haciendo negocios con la camarilla de Gadafi sobre todo a través de su hijo Saif y a medio plazo apostar por éste para la sucesión. La revolución ha descuadrado todos estos planes y les obliga a intentar improvisar un plan B que no tienen. Si existiese un partido revolucionario con un mínimo de influencia y con un programa de transición al socialismo que vinculase las reivindicaciones democráticas con la necesidad de expropiar a los capitalistas y levantar un Estado revolucionario basado en los comités populares que están surgiendo por todo el país en estos momentos, las masas obreras y campesinas en Libia podrían acabar de un plumazo con el capitalismo en el país. Sin este factor hoy el proceso puede prolongarse más tiempo. Las masas están aprendiendo rápidamente en base a su experiencia, y en los acontecimientos revolucionarios de los últimos días han empezado a forjarse miles de líderes naturales: los soldados, sargentos, coroneles y generales del ejército de la revolución.
Los imperialistas intentarán todo tipo de maniobras democráticas apoyándose en los jefes tribales, en oficiales del ejército que se hayan unido al movimiento de masas, para intentar desactivar los comités y asambleas que han surgido e intentar recomponer la estructura prácticamente destruida en la zona oriental del Estado burgués y desviar a las masas de la lucha por construir su propio Estado hacia los rieles del parlamentarismo burgués, la posibilidad de una Asamblea Constituyente, etc. Pero una vez que las masas han sentido el poder obrero y popular en sus manos, los imperialistas y la burguesía no lo tendrá nada fácil. Las masas sacarán conclusiones, la experiencia de estos días organizando ellas mismas la vida en los barrios y pueblos será un poderoso resorte que las empujará una y otra vez a retomar ese camino para intentar resolver sus problemas.

 

Las tareas de los revolucionarios

 

Lo que está sucediendo en Libia es una confirmación de los análisis que hemos planteado los marxistas de la CMR respecto a la revolución árabe. En distintos materiales rechazábamos la consigna defendida por distintos grupos de izquierda de Asamblea Constituyente. Adoptar esta consigna en la práctica significa aceptar la idea lanzada por la burguesía y la socialdemocracia de que estamos ante una revolución democrática y volver a la teoría menchevique y estalinista de las dos etapas, que establece en la práctica una separación artificial entre las tareas democráticas y socialistas, la lucha por tomar el poder, la expropiación de la burguesía y la construcción de un Estado de los trabajadores.
En la práctica esta consigna significa dar un respiro a la burguesía que podría recurrir a ella como un modo de ganar tiempo, desviar la movilización revolucionaria de las masas hacia el parlamentarismo burgués y agotar a las masas con todo tipo de trucos y dilaciones. En Libia estamos viendo en la práctica, tal como explicaba Trotsky en la teoría de la revolución permanente, que es imposible separar la lucha por los derechos democráticos de la lucha por acabar con el Estado y las relaciones de producción capitalista. Sólo habrá autentica democracia con justicia social y económica, y eso pasa por barrer a la burguesía libia y sus aliados imperialistas. El régimen, para seguir manteniendo su explotación no pede ceder en nada. Ello empuja inevitablemente a las masas a luchar por el poder y a acometer la tarea de destruir la maquinaria estatal que utiliza el enemigo y empezar a levantar un Estado alternativo cuya base son los comités populares.
La consigna del momento para los trabajadores libios no es exigir a ninguna otra fuerza o clase social que convoque un parlamento burgués (la famosa Asamblea Constituyente) ni cualquier otra institución semejante, sino unificar todos los comités y asambleas que existen y están ejerciendo el poder ya en muchos pueblos y ciudades mediante la elección inmediata de delegados revolucionarios a un Parlamento Revolucionario. Ese parlamento revolucionario de los comités populares no tiene nada que ver con el parlamentarismo burgués que busca adormecer y adocenar a las masas con torneos oratorios, debates interminables y demás. Se trata de un organismo de trabajo, legislativo y ejecutivo a un mismo tiempo, cuyo objetivo debe ser dar respuesta inmediata a todas las necesidades y reivindicaciones de las masas.
La primera tarea de ese Parlamento Revolucionario de los comités populares debe ser elegir un gobierno revolucionario del país y destituir y encarcelar al actual por sus crímenes aprobando toda una serie de decretos de inmediato cumplimiento que den soluciones a los problemas de las masas. Además de la citada disolución y encarcelamiento de los miembros del actual gobierno para que sean investigados y juzgados por sus crímenes: disolución de los mal llamados comités revolucionarios y las llamadas milicias al servicio del régimen; juicio y castigo a los mandos del ejército que hayan participado en la represión; creación de un ejército revolucionario sometido a la dirección de las asambleas y comités revolucionarios, cuya base en la práctica ya existe pues muchos soldados y oficiales se han unido a la revolución y en distintas zonas se han organizado milicias de autodefensa; plenos derechos democráticos para toda la población (manifestación, huelga, expresión, organización, etc.); confiscación de todas las propiedades de la familia Gadafi y de sus cómplices y que estas sean estatizadas bajo control de la clase obrera y el resto del pueblo trabajador; subida general de salarios y plan para desarrollar infraestructuras, crear empleo y repartir el existente reduciendo la jornada de trabajo sin reducción salarial; nacionalización de la banca, la tierra y las principales empresas en manos del nuevo Estado revolucionario para poder planificar democráticamente la economía mediante esos mismos comités que han surgido en la lucha y que hoy están dirigiendo ya muchos pueblos.
Actuar de este modo es la mejor manera de garantizar la victoria definitiva de la revolución, y no sólo en la zona oriental sino en el conjunto del país. Estas son también las ideas que los revolucionarios venezolanos del PSUV deberíamos estar aportando al movimiento revolucionario en marcha en Libia y el resto del mundo árabe.
Como decíamos en artículos anteriores si el presidente Chávez y la dirigencia del PSUV apoyasen de manera clara y decidida la revolución en Libia, propusiesen ese plan de lucha y transición al socialismo y lo aplicasen al mismo tiempo en Venezuela, la revolución en el mundo árabe se vería incluso más reforzada y acelerada y la propia revolución venezolana aumentaría su apoyo a nivel internacional. La victoria del socialismo en cualquiera de los países árabes o latinoamericanos actualmente en revolución contagiaría no sólo al resto de estos países sino que se extendería como una mancha de aceite por ambas regiones y conmovería a otras, como la propia Europa o incluso Estados Unidos. La revolución libia es un nuevo y glorioso capítulo de la revolución socialista mundial.

¡Viva la revolución socialista en Libia!
¡Por una federación socialista árabe y una federación socialista mundial!

Desde el 18 de noviembre, decenas, cientos de miles de jóvenes, de trabajadores, recuerdan al mundo, con la reocupación en la Plaza Tahrir, y con su lucha desigual frente al Ejército, que la Revolución en Egipto no ha acabado, que debe continuar hasta la consecución de todos los objetivos democráticos y sociales. Cualquier intento por finiquitar el proceso revolucionario, sea por parte de militares, de islamistas, o de políticos bien conectados con el imperialismo (como Mohamed el Baradei, ex alto cargo de la ONU, o Amr Musa, ex secretario general de la Liga Árabe), tendrá como respuesta la determinación de las masas a luchar en la calle. El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA), y su líder Mohamed Tantaui, se han desenmascarado definitivamente ante la población egipcia. La salvaje represión, policial y militar, ha provocado decenas de muertos (41, sólo según los datos oficiales) y 1.500 heridos, demostrando, por la vía de las balas y de las torturas a los detenidos, que este régimen militar es la continuación de la dictadura de Mubarak.
El viernes 18 una manifestación de familiares de los mártires caídos en la revolución de enero acabó con la instalación, de nuevo, de un campamento en la plaza Tahrir. La determinación de los miles de participantes la reflejaba Zahrar Kassem (hermana de Khaled Said, cuya tortura y asesinato marcó el inicio de la revolución): “Volveremos a Tahrir para recuperar nuestros derechos, o morir allí”. Los policías, deseosos de dar un escarmiento definitivo a los sectores más avanzados de la revolución, reprimieron a sangre y fuego. Las tiendas de campaña fueron incendiadas y los manifestantes dispersados con balas, y no sólo de goma. Hay sospechas de la utilización de gas mostaza, y de hecho hay casos de muerte por asfixia. A diferencia de en enero, esta vez hubo implicación total, desde el primer momento, del Ejército. La prensa refleja cómo un oficial del Ejército fue llevado en hombros en la plaza por negarse a reprimir. Toda la madrugada hubo una lucha constante, con el resultado de 12 muertos por la represión. Pero el movimiento pudo recuperar finalmente la plaza. Al día de escribir este artículo, las fuerzas de represión no han podido impedir el mantenimiento de la acampada.
A pesar de la manipulación de los medios de comunicación, y del intento de movilizar a los sectores más atrasados, la lucha no ha quedado aislada. Muy al contrario, manifestaciones de masas se han sucedido en Ismailia, Alejandría, Suez y las principales ciudades, y el lunes 21 se celebró la mayor manifestación desde la caída de Mubarak, quizás con un millón de participantes. Una nueva movilización masiva inundó la zona de Tahrir el viernes 25 de noviembre.
El régimen acusó el golpe. El gobierno de Essam Sharaf tuvo que presentar la dimisión al CSFA. Éste, después de denigrar a los manifestantes, acusándoles de boicotear las elecciones cuyo inicio estaba previsto para el lunes 28, tuvo que poner su cara amable el martes 22, el día después de la gran manifestación. Tantaui aceptó la renuncia del gobierno, prometió buscar a los culpables de la represión, y manifestó: “El Ejército está completamente preparado para entregar inmediatamente el poder (…) si la nación lo desea, a través de un referéndum si es necesario”. Pero esta palabrería sólo se concreta en la permanencia del poder militar hasta, al menos, julio, mes de las elecciones presidenciales (su pretensión declarada era mantenerse hasta finales de 2012 o 2013). Una auténtica burla hacia los manifestantes, que así se lo tomaron. Para sustituir a Essam Sharaf, los militares colocaron a Kamal Ganzuri, que fue ya primer ministro con Mubarak entre 1996 y 1999. El nombramiento de este nuevo títere tampoco ha contentado a Tahrir.
El viernes 25, día de la segunda gran manifestación, el poder intenta movilizar su base social, con un magro resultado: unos pocos miles de manifestantes frente a los cientos de miles que exigen la retirada del CSFA. Ese mismo día, la Casa Blanca, temiendo la radicalización de la Revolución, expresa el deseo de que “se realice cuanto antes una completa transferencia de poder a un gobierno civil”. El día siguiente, Tantaui se reúne con Amr Musa y El Baradei para intentar llegar a un acuerdo y ganar tiempo.

 

La experiencia del régimen militar

 

Durante los meses que van de febrero a diciembre, los egipcios han podido comprobar lo que puede dar de sí el nuevo régimen, un régimen militar que combina las vagas y lejanas promesas democráticas con la misma política de opresión y represión de Mubarak. Empezando por Tantaui (conocido como el “perrito faldero” de Mubarak durante la dictadura), todo el aparato político, burocrático y policial del Estado proviene de la dictadura mubarakista. En estos meses se han realizado ni más ni menos que 12.400 juicios militares a civiles, a cientos simplemente por permanecer en Tahrir y “desobedecer a las autoridades” antes de la caída de Mubarak. Un bloguero está en la cárcel condenado a tres años por “insultos al Ejército”; el 20 de noviembre llevaba dos meses en huelga de hambre. Por otra parte, el salvajismo de las torturas de policías y militares ha sido sobradamente documentado. Estos datos contrastan con el juicio al dictador, que con su ejército de mil abogados y sus vínculos con el poder actual ha conseguido aplazar una y otra vez las vistas.
Otro rasgo distintivo del gobierno militar ha sido la represión de la lucha obrera, amparándose en una salvaje ley antihuelga que incluso criminaliza la actividad sindical. Pese a ello, el CSFA no ha podido impedir la actividad huelguística, que tuvo un punto de inflexión en septiembre (con cientos de miles de obreros participando en paros, manifestaciones, ocupaciones…). En Mahalla, principal centro industrial egipcio, tuvieron que desplegar tanques. En una importante fábrica de Suez los trabajadores han hecho en noviembre un llamamiento a una huelga general indefinida. Los obreros de Aceites y Lino Tanta ocuparon la fábrica el 13 de noviembre para exigir su renacionalización (sentenciada por los jueces pero ignorada por las autoridades). Y los 700 trabajadores de Indorama Shebin al Kom ocuparon la delegación del gobierno en Munifiya con las reivindicaciones de la renacionalización y la mejora de sus condiciones salariales y laborales.
La detentación militar del poder está determinada por la absoluta simbiosis de la cúpula castrense con Mubarak y su círculo más cercano, lo que le ha permitido el control del 25% del PIB a través de una red de empresas de todo tipo. Para mantener el control más allá de supuestas elecciones democráticas, están intentando imponer las llamadas “normas supraconstitucionales”, que deberán prevalecer por encima de cualquier cambio constitucional. Estas normas les blindarían con diferentes medidas, como la designación militar de una parte de los diputados o el mantenimiento en secreto de los presupuestos castrenses.

 

Las elecciones y los islamistas

 

Las propias elecciones actuales son un reflejo de esa intención. Éstas, iniciadas el lunes 28 de noviembre, no acabarán hasta marzo, tiempo suficiente para poder presionar y maniobrar fraudulentamente en caso necesario. A pesar de sus limitaciones, era evidente que habría una explosión de participación en los comicios. Esto no supone ninguna contradicción con el apoyo a los luchadores de Tahrir y con la crítica a los militares, aunque sí recalca la labor que tiene por delante cualquier grupo que se considere revolucionario: llegar a las masas —y en primer lugar a las masas obreras y juveniles— a través de un programa de ruptura con la herencia del régimen mubarakista, con el capitalismo y con el imperialismo.
Los medios de comunicación dan por hecha la victoria de Libertad y Justicia (FJP), el brazo político de los Hermanos Musulmanes. Es probable. Este partido se presenta en coalición con otros, incluyendo alguno naserista, y frente a otros tres bloques: el de los salafistas (el sector islamista ideológicamente próximo a Al Qaeda, y por tanto la reacción más extrema), el Bloque Egipcio (coalición de los naseristas integrados en el régimen de Mubarak, liberales y socialdemócratas), y Continuar la Revolución (el grupo más vinculado a la revolución de enero, de entre los que se presentan; incluye a naseristas de izquierda, la Coalición de la Juventud Revolucionaria —que jugó un papel central en la movilización—, la Corriente Egipcia —escisión de los Jóvenes Hermanos Musulmanes, fruto de la influencia de la revolución sobre su base—, y socialdemócratas).
El terreno del parlamentarismo burgués no es el más idóneo para expresar la fuerza de la conciencia revolucionaria. En esas condiciones, una parte importante de las masas puede expresar, con el voto a los Hermanos Musulmanes, una forma incompleta, amorfa, de oposición al régimen, y a la mayoría de los grupos políticos, que no son otra cosa que los restos resecos y camuflados del Partido Nacional Democrático, la estructura política de la dictadura. De alguna forma, para una gran parte de las masas desposeídas, especialmente la que está menos en contacto con el movimiento obrero, el voto a los Hermanos es un reflejo de su mentalidad todavía confusa; saben lo que no quieren, no lo que quieren, y se refugian en el único partido que pueden conocer con una aparente coherencia y fuerza. La evolución de estos sectores hacia la revolución, o hacia la contrarrevolución, depende en gran parte de la existencia de un programa netamente socialista y de la fuerza del movimiento obrero.
Sin embargo, para los sectores de vanguardia de la revolución (y esto implica a decenas o centenares de miles de jóvenes y trabajadores), el papel de los islamistas es bastante evidente, hasta tal punto que Mohamed Beltayi, el dirigente de Libertad y Justicia, fue expulsado de la plaza Tahrir, el jueves 24, acusado de oportunismo, ya que hasta ese momento su partido no había participado en la movilización. Los Hermanos Musulmanes sólo pretenden hacerse un hueco (mejor dicho, aumentar el hueco que ya tienen) dentro de la clase dominante, compartiendo con los imperialistas, los militares y otros sectores el control de la economía capitalista.
Las elecciones no van a dar más estabilidad al país milenario. Ni el Ejército ni un gobierno burgués de cualquier color van a solucionar la dramática caída de ingresos, ni van a acabar con las huelgas y luchas, y por tanto tampoco con la represión. No van a depurar el Ejército, la policía o el Estado. Ni pueden mejorar las condiciones de vida de la mayoría, ni permitir el libre ejercicio de los derechos democráticos. Inevitablemente, un sector importante de las masas, ayudado por su propia experiencia, pondrá en cuestión la existencia misma del capitalismo egipcio, cimiento sobre el que se asienta el actual régimen bonapartista.
De los sindicatos independientes pueden surgir los núcleos de lo que podría ser un partido revolucionario. Para ello es imprescindible ligar las reivindicaciones democráticas, como el fin del tutelaje militar, el derecho de huelga y asociación (cada partido, para legalizarse, debe demostrar tener mil militantes y una cantidad exagerada de fondos), la libertad de cultos y la separación religión-Estado, o la depuración del Estado, con las reivindicaciones sociales y con la necesidad de nacionalizar o renacionalizar el grueso de la economía.

Después de la revolución de febrero el gobierno provisional ha tratado de centrar la atención de las masas hacia determinados aspectos como la nueva Constitución o las elecciones, sin embargo la experiencia de los trabajadores es que en las empresas siguen mandando los mismos, y que sus condiciones de vida se mantienen igual que antes de la caída de Mubarak. Esta situación está llevando a amplios sectores de las masas, y especialmente a la clase obrera, a sacar la conclusión de que es necesaria una nueva revolución, “la revolución del hambre”.
El 27 de mayo cientos de miles de egipcios volvieron a salir a las calles exigiendo una “segunda revolución”, habiéndose desatado una nueva oleada de huelgas por todo el país durante el mes de junio. Dichas protestas suponen un nuevo desafío al gobierno provisional y a la ley que aprobó en marzo contra los derechos democráticos y, especialmente, contra el derecho de huelga, por la que se castiga con uno o más años de cárcel y hasta 83.000 dólares cualquier huelga o protesta que “interrumpa la producción” o “dañe la economía”. Los trabajadores están reclamando aumentos salariales y mejoras en las condiciones laborales, la nacionalización de sectores privatizados en el pasado, el aumento del presupuesto en educación y sanidad, o la depuración de los gerentes de numerosas empresas públicas por corrupción y vínculos con el viejo régimen. Uno de estos sectores han sido los trabajadores del Canal de Suez –que emplea a más de 8.000 trabajadores y es clave en el comercio internacional— en huelga desde el 1 de junio, y que trataron de ocupar las oficinas del gerente exigiendo su destitución. La respuesta, como en muchos otros casos, ha sido mandar al ejército, que llegó a efectuar disparos al aire para dispersar a los huelguistas. A pesar de ello, y como en muchos otros casos, los trabajadores siguen adelante exigiendo que se cumplan sus reivindicaciones.
El miércoles 29 de junio el gobierno reprimió, provocando más de mil heridos, una concentración multitudinaria convocada por los familiares de las víctimas de la revolución de febrero. Mientras, Mubarak y los demás responsables de la dictadura siguen sin ser juzgados. Los reportajes que llegan desde Egipto reflejan que la tensión social vuelve a estar en un momento crítico.

 

La crisis del capitalismo egipcio

 

El capitalismo egipcio es completamente incapaz de satisfacer las aspiraciones de la mayoría de la sociedad. Desde que se produjo la caída de Mubarak se ha paralizado la inversión extranjera y las reservas monetarias han caído un 25%. Los capitalistas no tienen ningún interés en invertir en medio de un proceso revolucionario, mientras no se les den garantías de que sus negocios van a quedar a buen recaudo. Por ello el gobierno provisional, encabezado por la vieja cúpula militar del régimen de Mubarak, trata de aplastar y acabar con las huelgas y protestas que está protagonizando la clase trabajadora. La alta jerarquía militar tiene fuertes vínculos con la burguesía internacional, calculándose que sus negocios podrían abarcar hasta el 40% de la totalidad de la economía egipcia.
Los hombres de negocios son abiertamente hostiles a las más mínimas aspiraciones de mejora de los trabajadores. Moataz El Alfi, alto ejecutivo de Americana, cadena de comida rápida, se queja así de la situación: “incrementamos los salarios después de la revolución, y un mes después los trabajadores fueron de nuevo a la huelga exigiendo mayores salarios (...) Todo el mundo se ha sumado a la ola revolucionaria y trata de obtener beneficios extra”. Ahmed Aviv, ejecutivo de la construcción, explica que “las principales fuentes de capital en el país o han sido arrestados, o han escapado, o tienen demasiado miedo para poner en marcha cualquier negocio”, destacando la lucha de los trabajadores contra la corrupción como una de las causas de la parálisis económica. Lisa Anderson, presidenta de la Universidad Americana de El Cairo, trata de explicar que “hay una diferencia entre el capitalismo y la corrupción”, quejándose a continuación de que todo el mundo “simplifica” la cuestión diciendo que el conjunto del sistema es corrupto. En realidad, esa “simplificación”, basada en la experiencia de los trabajadores, se corresponde bastante bien con la realidad.
A pesar de servir a los intereses de los capitalistas, el gobierno provisional se ha visto obligado a tomar ciertas medidas, entre mayo y junio, para tratar de calmar la situación: subir el salario mínimo y aumentar los salarios en el sector público en un 15%, hacer fijos a 450.000 trabajadores o aumentar el presupuesto en un 25%. Sin embargo, estas concesiones no han conseguido frenar la movilización de los trabajadores. Por otro lado, las potencias internacionales han aprobado diversos planes de ayuda, tanto para Egipto como para Túnez, exigiendo como condición la apertura de sus economías, es decir, privatizaciones y una mayor desregulación del mercado de trabajo, una garantía para empobrecer aún más a las masas egipcias. Sin embargo, el gobierno provisional ha rechazado las ayudas ofrecidas por el FMI, ante el efecto político que podrían tener las condiciones draconianas que trata de imponer este organismo. Todo eso revela la delicada situación del gobierno cuando la movilización y el descontento social siguen poniendo el sello en la escena.

 

Se está formando una nueva central sindical

 

Uno de los aspectos que está adquiriendo mayor relevancia es la formación de una nueva central sindical independiente, la Federación Egipcia de Sindicatos Independientes (EFIU), frente a la Federación Egipcia de Sindicatos (ETUF), vinculada al régimen de Mubarak, y cuyo presidente, Hussain Megawer, está bajo arresto por haber organizado bandas de matones para que atacaran a los manifestantes de la Plaza Tahir en febrero. A lo largo de estos meses se ha producido una explosión en la formación de sindicatos independientes, creciendo la EFIU hasta el medio millón de afiliados a principios de junio, agrupados en 150 sindicatos. Una de las exigencias de estos sindicatos es la disolución de la ETUF y el procesamiento de sus dirigentes por corrupción y nepotismo, y por sus estrechos vínculos con el régimen de Mubarak y los gerentes y ejecutivos de las principales empresas del país.
Uno de los aspectos determinantes durante los próximos meses es la posibilidad de que, partiendo de esta nueva federación sindical, pueda formarse un partido político clasista que agrupe a los sectores más avanzados de la clase trabajadora, constituyéndose una alternativa política para la clase obrera. En este momento las encuestas demuestran la existencia de un enorme vacío de cara a las próximas y primeras elecciones democráticas en décadas, siendo la opción más apoyada, con un pírrico 15%, los Hermanos Musulmanes, muy por debajo de las expectativas que manejaban al comienzo de la revolución. Esto se debe a que esta organización está mostrando su verdadera cara al defender la necesidad de consolidar una economía de mercado y criticar las huelgas que se extienden por el país como una amenaza para la economía. Esta situación ha llevado a que se estén produciendo importantes tensiones dentro de esta organización, hasta el punto de haberse escindido una parte mayoritaria de sus juventudes.
La consolidación de la EFIU, vinculando las reivindicaciones democráticas y laborales con la necesidad de luchar por el socialismo, exigiendo la expropiación de las industrias y riquezas en manos de la antigua camarilla pro Mubarak, así como de las principales multinacionales, que se hicieron con buena parte de las riquezas del país a través de las privatizaciones emprendidas desde los años 80, es determinante para permitir que continúe avanzando el proceso revolucionario. La clase obrera está siendo la columna vertebral de la revolución, su organización bajo un programa independiente de clase será la clave de su triunfo.

Los medios de comunicación burgueses tienen prisa por enterrar el proceso revolucionario en Egipto (y en Túnez). Sin embargo, la revolución continúa, los problemas fundamentales de las masas siguen sin solucionarse, y estas han dado poderosas muestras de no contentarse con cambios cosméticos.
El primer gobierno provisional impuesto por los militares, encabezado por Ahmed Shafik (designado por Mubarak), y trufado de personajes del PND (el aparato político de la dictadura), no podía tener ninguna autoridad para parar la lucha de las masas y finalmente cayó. El 5 de marzo la cúpula militar designó un nuevo gobierno, dirigido esta vez por Esam Sharaf, y compuesto por miembros del PND que abandonaron el barco de Mubarak, ya naufragado, convenientemente a tiempo. Sharaf fue ministro de Transportes con Mubarak, de 2004 a 2005, y diferencias con él le llevaron a abandonar el gobierno. Esta aparente ruptura con el dictador y su participación desde el primer momento en la insurrección, evidentemente le da un margen. Pretende utilizar su autoridad para imponer una vuelta al orden, una transición ordenada a un régimen formalmente democrático, pero donde las riendas continúen en manos de una delgada capa social formada por altos burócratas estatales, imperialistas, y los mismos burgueses que se lucraron con la dictadura de Mubarak.

 

Juramento en la plaza Tahrir

 

El mismo día en que fue nombrado, Esam Sharaf acudió a la plaza Tahrir, como todos los viernes repleta de manifestantes (la prensa calcula un millón de ellos). Allí les aseguró: “Mi legitimidad viene de ustedes”; y organizó un acto de juramento.
La intención de Sharaf es engañar a las masas; les dice “tenéis el poder” mientras toma medidas para mantener celosamente el poder en manos de militares y capitalistas propios y foráneos. Sin embargo, el hecho de que trate de legitimarse de esa manera demuestra la fuerza que todavía tiene el proceso revolucionario.
Mientras Sharaf era designado primer ministro, la oleada de manifestaciones y asaltos a comisarías se extendía por el país, exigiendo la disolución de Seguridad del Estado, la policía política de Mubarak, e intentando impedir la quema de documentos comprometedores. También exigen la liberación de todos los presos políticos y el fin de los juicios militares a civiles. El sábado 6 de marzo, la sede central de ese cuerpo policial, en El Cairo, fue tomada por miles de manifestantes, a pesar de los esfuerzos del Ejército. También se ocuparon las oficinas de Alejandría (21 policías fueron heridos), Guizé o el barrio cairota de Seis de Octubre (aquí los agentes llegaron a disparar). El nuevo primer ministro ha prometido reestructurar la policía política, negándose a su disolución.

 

La reforma constitucional...

 

La Constitución de Mubarak ha sido reformada por una comisión elegida por la cúpula militar. Las reformas son muy limitadas y apenas afectan a las elecciones presidenciales (duración del mandato, posibilidad de presentación de independientes, etc). Con estas mínimas reformas y promesas de elecciones parlamentarias y presidenciales a lo largo de este año, la clase dominante pretende centrar la atención en cuestiones menores como el desarrollo de leyes electorales o cambios en la estructura del Estado, mientras orilla la satisfacción de las graves necesidades sociales y de las aspiraciones democráticas profundas de las masas.
Lo más destacable del referéndum no es la ratificación de las reformas por parte de tres cuartas partes de los votantes. Lo más destacable es la escasísima participación, de un 41%, algo absolutamente sorprendente en las primeras elecciones supuestamente libres tras la caída de una dictadura. El 60% del censo electoral ha boicoteado el referéndum, a pesar de la intensa campaña estatal a favor del sí, a pesar del intento de identificar las reformas con la revolución, y a pesar del apoyo de la Hermandad Musulmana al texto En total, el 73% de los llamados a la consulta ha votado no o se ha abstenido. Aun así, sectores de la Coalición de la Juventud Revolucionaria —que pidió el voto negativo— han expresado sus sospechas de manipulación. El voto no se concentró en las dos grandes aglomeraciones urbanas, El Cairo y Alejandría, reflejando el peso de la clase obrera en él. En definitiva, este resultado expresa una magra base social para dar por finiquitada la revolución.

 

...y la ley antihuelgas

 

Mientras hablan de referéndums, elecciones y democracia, el gobierno de Shafik muestra su verdadera cara. El 23 de marzo, con menos de dos semanas de vida, aprobó un borrador de ley que implica una amenaza directa al movimiento obrero y a la revolución. Se trata de una ley antihuelgas, que en la práctica prohíbe todo tipo de paros y de sindicalismo, e impone multas y hasta penas de cárcel, a través de juicios militares, a aquel que convoque huelgas. La excusa es la grave afectación que tienen éstas sobre la economía, especialmente las que implican al sector turístico. Este ataque está creando una nueva oleada de protestas laborales; para el 27 de marzo había convocadas manifestaciones en la plaza Tahrir y las principales calles y plazas egipcias. Alí Fotuh, conductor del sector público, dice: “Nosotros realmente teníamos esperanza en que el nuevo gobierno nos apoyaría y miraría por nuestras reivindicaciones (...). No entiendo cómo dicen que las protestas afectan al tráfico o a los negocios. ¿Por qué no aceptan nuestras demandas y así no tenemos que ir a la huelga? Este tono me recuerda los viejos tiempos de Mubarak (...). Esto ya no es válido después de la revolución del 25 de Enero”. Alí reflexiona: “Egipto es ahora un país libre, ninguna ley nos reprimirá. Esta ley debe ser rechazada, no en el Parlamento, sino en la plaza Tahrir. Ellos deben entender que allí es donde nosotros tenemos nuestra legitimidad”.
En el otro lado de la barricada, el banco de inversiones Beltone Financial reflexiona: “estamos de acuerdo en que es una necesidad para el trabajo volver a la normalidad, para que la economía egipcia empiece un proceso de reconversión, pero también pensamos que la decisión del gobierno de criminalizar las protestas y huelgas podría provocar un descontento mayor y más movilizaciones”. El miedo a la revolución se palpa entre los analistas burgueses.
El régimen militar también intenta explotar a su favor, y en contra de la revolución, las diferencias religiosas. Algo que ya intentó Mubarak. Éste organizó el salvaje asesinato de 24 cristianos coptos, en la ceremonia del Año Nuevo de este año. El nuevo-viejo régimen no prescinde de los pogromos contra coptos y de intentar enfrentar a los musulmanes con la minoría cristiana. El 5 de marzo una iglesia copta fue quemada en el marginal barrio cairota de Mokatam; las manifestaciones de protesta acabaron, el día 9, con diez muertos. Estos ataques, junto a otros contra manifestantes por los derechos de la mujer trabajadora, estimulados por la policía y los grupos integristas, deben ser contestados por el movimiento obrero y revolucionario con la oposición tajante a toda división en líneas religiosas o de género y la organización de la autodefensa en barrios populares y manifestaciones.
El futuro de la revolución pasa por que el movimiento revolucionario defienda una política de independencia de clase. La consecución de reivindicaciones democráticas, sociales y económicas sólo serán efectivas con la lucha de masas, y especialmente la lucha obrera. Es decisivo la formación y extensión de comités obreros que, a la vez que unifiquen las huelgas y diferentes luchas parciales que se están produciendo, se doten de un programa para llevar la revolución hasta el final, exigiendo desde la retirada de la ley antihuelgas y del resto de leyes represivas (empezando por la Ley de Emergencia), derechos democráticos plenos (incluyendo la separación del Islam del Estado, reivindicación defendida por un sector amplio del movimiento), la disolución de Seguridad del Estado, el encausamiento de Mubarak y el resto de la camarilla detentadora del poder, un aumento generalizado y drástico de salarios, la depuración de los cargos corruptos y vinculados a la dictadura en todas las empresas y sectores, etc. hasta la expropiación de las palancas fundamentales de la economía bajo control de los trabajadores para poder hacer frente a las necesidades del pueblo egipcio.

La dictadura de Mubarak, uno de los regímenes árabes clave para el imperialismo, considerado hace pocas semanas por Hillary Clinton (secretaria de Estado estadounidense) como extremadamente estable, ha caído. Veinte días de levantamiento popular, de participación de las masas en manifestaciones, ocupaciones, huelgas a lo largo y ancho de Egipto, han bastado para acabar con una tiranía aliada al sionismo, a las monarquías árabes y al imperialismo americano. El intento del Ejército de controlar la situación no esconde el hecho de que los trabajadores y jóvenes egipcios han pasado, con una enorme fuerza y determinación, a la acción revolucionaria. Pero la caída de la dictadura de Mubarak no significa que la revolución haya terminado: de hecho ha pasado a una nueva fase y se extiende, a uno u otro ritmo, por toda la geografía árabe y más allá.
El movimiento ha mostrado una determinación admirable. Ni la brutal represión policial (las cifras oficiales son de 369 muertos y 5.500 heridos), ni las detenciones y torturas practicadas por sectores del Ejército, ni la intervención violenta de policías de paisano y mercenarios para desalojar la plaza Tahrir, ni el paso del tiempo, han impedido que las masas resistan hasta conseguir su primer objetivo: la caída de Hosni Mubarak.
Esta firme decisión creó una extrema tensión entre Mubarak, los diferentes sectores de su régimen, y los diversos actores imperialistas que están detrás de él. Aunque con retraso, Barack Obama es consciente de que la represión y la inercia ya no son suficientes para contener a la población, y mantener la estabilidad de los regímenes árabes proimperialistas. La situación económica y social dramática, la coacción policial, y ahora también los ejemplos de Túnez y Egipto, estimulan la revolución país por país. La táctica es clara: sacrificar a los elementos más odiados, hacer concesiones formales, y, allá donde el movimiento no permita otra cosa, reformar el régimen con apariencias democráticas, mientras se salvaguarda el poder real de las multinacionales, aliadas a las burguesías propias. El problema es que los dictadores mimados por el imperialismo tienen sus intereses, su camarilla, y tienden a endiosarse y perder todo contacto con la realidad. Éste ha sido uno de los motivos de la tozudez de Mubarak en dimitir, a pesar de las enormes presiones del gobierno de Estados Unidos. El otro motivo principal fue el apoyo férreo mostrado al tirano por los sionistas y por la monarquía saudí y, probablemente, por un sector del propio imperialismo estadounidense que, como hemos visto en otras ocasiones, tiene divergencias con Obama respecto a qué métodos emplear para defender los intereses imperialistas de EEUU (divergencias en torno a la estrategia respecto a Iraq y Afganistán, golpe en Honduras, diferencias sobre la orientación de la política económica para salir de la crisis, o la ruptura de relaciones diplomáticas entre Colombia y Venezuela en la última etapa de Uribe), y que además han desarrollado estrechos vínculos con muchos de estos regímenes. Estos sectores del imperialismo temían, con razón, que ceder a su peón clave, en medio de la revolución, animaría ésta y podría poner en peligro el sistema capitalista egipcio, y árabe, en su conjunto. Sin embargo, resistir en el poder ha sido un juego peligroso, y en lugar de desmoralizar a las masas les ha enervado y radicalizado.
Estas divisiones en el seno del imperialismo, como producto del movimiento imparable de las masas, también se evidenciaron en el seno del ejército egipcio, muy bien coordinado con el gobierno estadounidense y del que depende materialmente (recibe de él 2.400 millones de dólares anuales, la mayor ayuda militar USA después de la que reciben las tropas israelíes), Durante varios días la cúpula militar egipcia estuvo paralizada. Declaraciones prometiendo al pueblo que todas sus demandas serían escuchadas coexistían con exigencias a las masas de que abandonara la calle (que estas sistemáticamente desoían) para empezar una transición tranquila. Todo indica que en el propio seno de la cúpula militar había serias divisiones. La alta oficialidad ha sido uno de los sectores más mimados por el régimen y ha participado en los negocios y corruptelas de éste. Un sector de oficiales más vinculado a Mubarak, temeroso de que ceder a la presión de las masas significase perder el control, intentaba aferrarse a algún posible acuerdo que permitiese calmar la movilización de masas con promesas y sin sacrificar, al menos de un modo inmediato y tan evidente, al dictador. Otro sector de la cúpula militar, aunque también ha ascendido a la sombra del dictador y es cómplice de sus crímenes, sentía la presión y temía correctamente las consecuencias políticas de la revolución y, especialmente, la actitud de los propios soldados y la oficialidad media y baja (contagiados por el movimiento de las masas). Tras intentar todo tipo de componendas y soluciones intermedias, este sector de la alta cúpula militar comprendió finalmente que el único camino para no verse totalmente desbordados por el movimiento revolucionario era la salida inmediata del dictador y presionó a Mubarak para que aceptara su renuncia. El jueves 10 las declaraciones de los altos mandos militares, aun siendo ambiguas (‘reconocemos las legítimas aspiraciones del pueblo egipcio’), dieron a entender que habían obligado al dictador a renunciar. Seguramente fue una táctica de este sector para, efectivamente, empujar a Mubarak a la dimisión. Pero el discurso de éste, esa misma noche, descartándolo, llevó al movimiento a la exasperación.

 

La clase obrera entra en escena

 

En ese momento la situación se volvió altamente inestable y peligrosa. Hasta entonces los jóvenes y trabajadores habían manifestado un nivel de organización importante pero improvisado en el transcurso de la lucha. Lo cierto es que las masas se orientaban en una dirección inequívocamente revolucionaria, desafiando a los centros del poder, como lo demuestra la tentativa de ocupar la sede de la televisión pública para denunciar su manipulación, o el hecho de que Alejandría, segunda ciudad del país, fuese controlada en la práctica por los manifestantes, durante varios días, ante la retirada de la policía. También numerosas comisarías, sedes gubernamentales y del PND (Partido Nacional Democrático, baluarte de la dictadura), habían sido tomadas a lo largo y ancho de Egipto. Pero la gran decepción del día 10 fue un punto cualitativo. Un sector importante de los manifestantes de la plaza Tahrir decidió desplazarse al Palacio Presidencial, a 17 kilómetros de distancia. El palacio —del que se hallaba ausente Mubarak, ya que se encontraba escondido en una base militar— estaba protegido por la odiada Guardia Presidencial, tanques, y el cuerpo de paracaidistas. La posibilidad de la toma del palacio, emblema del poder oficial, era muy real. Acrecentando ese riesgo, hubo innumerables y evidentes señales de complicidad de los paracaidistas con la población. ¡Las tropas, en vez de reprimir a los manifestantes, repartieron desayunos la mañana del 11! En un determinado momento, los tanquistas giraron sus cañones en sentido contrario, es decir, hacia el palacio, ante los vítores de los concentrados. El peor escenario para el imperialismo se abría camino. Mientras tanto, en el resto del país, las masas demostraban estar dispuestas al asalto del poder. En Port Said la población movilizada incendió cinco sedes gubernamentales. En Suez ocuparon todas. Cuatro mil manifestantes en Asiut cortaron la autovía de Asuán a El Cairo y las vías de tren que conecta el norte y el sur. En Damieta las comisarías y sedes del gobierno fueron cercadas por 150.000 personas. En la plaza Tahrir y el centro cairota, el viernes 11 trajo consigo una manifestación que no desmerecía en masividad las anteriores, y que coincidía con el momento de auge de la incorporación de la clase obrera organizada a la lucha.
La debilidad del régimen, expresada, entre otros aspectos, en la promesa de Mubarak de subir el sueldo a los funcionarios en un 15%, espoleó la rebelión obrera. Las huelgas se expandieron como aceite en llamas por todo el milenario país. Todos los sectores y localidades participaron. Entre las industrias básicas, destacan por un lado la empresa pública textil Hilaturas Misr (de 24.000 trabajadores), que encendió la mecha de la lucha el 6 de abril de 2008; y por otro los 6.000 empleados del Canal de Suez, empresa de interés estratégico para el imperialismo (el 8% del comercio mundial pasa por allí). La sola posibilidad de paralización del tránsito en el Canal es una pesadilla para los imperialistas. También todo el sector público (que todavía mantiene bastante peso en Egipto) fue a la huelga: transportes, educación, sanidad, limpieza...¡Hasta el sindicato de músicos convocó huelga! Había huelga general en la práctica, pero esto no era nuevo, lo nuevo era la movilización en la calle de los trabajadores como tales, empresa a empresa y sector a sector, con un abanico de reivindicaciones que aunaban aumentos salariales, incorporación de eventuales en las plantillas, cese de cargos comprometidos con la dictadura, etc. Otras manifestaciones, como la de Gisha, exigían la adjudicación de viviendas prometidas.
Esta situación llevó a un rápido desenlace. La determinación a luchar hasta el final de las masas, y la incorporación de la clase obrera (mayoritaria en el país), con sus métodos de organización colectiva, y su potencial para crear un poder alternativo al capitalismo, era más de lo que el imperialismo podía permitir. Los militares, con las vacilaciones y tensiones antes comentadas, tuvieron que apartar de un manotazo a ese personaje que se creía faraón y era más bien momia. El viernes 11, el golpe militar desplazó a Mubarak y con él a Omar Suleimán, su vicepresidente, hombre bien conectado con Estados Unidos y por el que apostaron éstos, pero desautorizado antes de tiempo ante el movimiento.

 

Una nueva fase de la revolución

 

Con la caída del dictador, la revolución en Egipto, como en Túnez, entra en una nueva etapa. El Ejército sólo pretende desactivar la lucha, ganar tiempo y contentar, al menos a un sector de las masas, con promesas “democráticas”. Al mismo tiempo que siguen manteniendo contactos y negociaciones, públicas y secretas, con de la oposición legal y con los Hermanos Musulmanes (con poco ascendiente entre las masas revolucionarias pero muy dispuestos a jugar el papel de apaciguadores de la revolución), están muy interesados en llegar a acuerdos, e indirectamente asimilar, a los colectivos juveniles que iniciaron la organización de la lucha convocando la primera manifestación, el martes 25 de enero. Los militares se han comprometido a consensuar un gobierno neutral, a presentar un proyecto de Constitución para su aprobación en dos meses, y a convocar elecciones en seis. El proyecto está siendo elaborado por una comisión de supuestas personalidades independientes.
Mientras promete reformas, el Ejército, y el imperialismo estadounidense detrás, pretende acabar con el movimiento. Para hacerlo, el recurso inmediato a la represión masiva está descartada, lo que no significa que no se centren en atacar a la vanguardia obrera y a los sectores más avanzados del movimiento; por eso, al menos en el próximo periodo, su estrategia central será continuar con las maniobras, la demagogia “democrática” y el objetivo de implicar, especialmente, a esos colectivos juveniles, en un llamamiento a la paz social.
A pesar de las intenciones de los militares, el ímpetu de las masas se está reorientando hacia la lucha huelguística. El domingo 13 (primer día laborable en la semana islámica) el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas llamaba a la población a volver a sus puestos de trabajo, a retornar a la “normalidad”. El lunes 14 repetía esta petición (trufada de advertencias sobre quien extienda el caos, y de la prohibición de huelgas y de asambleas de trabajadores). Sin resultado. Una vez ha caído la principal barrera, es ahora el momento de la reivindicación. Casi a la vez que la plaza Tahrir era vaciada de los manifestantes permanentes por las tropas (no sin resistencia), era a la vez ocupada por diferentes grupos de trabajadores. De igual forma, cada rincón de las calles egipcias se puebla de huelguistas. ¡Hasta la Bolsa no puede abrir por la huelga de sus trabajadores! Siguen en paro Hilaturas Misr, el Canal de Suez, el acero, los transportes... En un proceso parecido a lo ocurrido en Túnez, la policía está en huelga, exigiendo aumentos salariales. Es una ley en todo proceso revolucionario que no existe una barrera entre las reivindicaciones económicas y políticas, al contrario, unas y otras se retroalimentan elevando la tensión revolucionaria. El hecho de que los trabajadores de los bancos y ministerios exijan la depuración de los responsables por corrupción y por su vinculación a Mubarak, al mismo tiempo que luchan por sus reivindicaciones económicas y laborales, es una prueba evidente.
Los colectivos juveniles convocaron una nueva manifestación para el viernes 18 de febrero; esta vez no será un Día de la Ira, sino un Día de la Victoria. Estos colectivos, y particularmente los Jóvenes del Seis de Abril, eran pequeños grupos de gente joven, sobre todo de capas medias, con iniciativa, que utilizaron todos los medios a su alcance, incluido Internet, para dar un referente a la rabia acumulada entre las masas. No tienen organización, y su programa consiste en reivindicaciones democráticas: una nueva Constitución, elecciones libres, fin del estado de emergencia, amnistía, libertad de Prensa, juzgar a los responsables de la represión, acabar con la corrupción. Sally Moore, una de estos jóvenes, afirmaba: “hemos decidido irnos de Tahrir en un gesto de confianza hacia el Ejército, que debe devolver el poder a los ciudadanos. Si no lo hace volveremos a la calle, porque sabemos que ahora el pueblo egipcio no volverá a permitir que lo pisen”. Estos grupos, que fueron, al menos, un referente al inicio del movimiento, se van a encontrar con una enorme presión. Los militares pretenderán implicarles en el intento de parar a las masas. Ya en el pasado, como reveló Wikileaks, el imperialismo intentó abducir a algunos individuos del grupo Seis de Abril. Ahora son más necesarios que nunca. Aun así, si los militares tuvieran éxito en corresponsabilizarles del llamamiento a ‘la responsabilidad, la calma, la normalidad, la actividad económica, la consolidación de la transición’, no tienen ni mucho menos garantizado que las masas, y muy especialmente los trabajadores, les sigan. Uno de estos jóvenes, Wael Gonim, ejecutivo de Google víctima de la represión, fue contundente en su mensaje a los egipcios: “El domingo, a trabajar”. Evidentemente, no ha sido muy obedecido... Por otra parte, ¿qué proyecto de Constitución puede surgir de una comisión de gente ajena a la lucha, qué intereses puede defender? Evidentemente, no los de la mayoría de la población, trabajadores y jóvenes.

 

No se puede confiar en la cúpula del Ejército, pero sí ganar a la tropa al programa de la revolución

 

Confiar en la cúpula del Ejército para que garantice las libertades democráticas es un gravísimo error. El alto mando militar, de acuerdo con el imperialismo, no van a satisfacer ni siquiera las elementales reivindicaciones democráticas expresadas por los colectivos juveniles. ¡Incluso, en el tercer día de transición, prohibieron —sin ningún éxito— el derecho de huelga! La tarea de la vanguardia revolucionaria, de los trabajadores, de los sindicalistas, de los jóvenes, y de los sectores de capas medias que con sinceridad desean un cambio real, es levantar una alternativa revolucionaria consecuente y completamente independiente de los militares. Los imperialistas, la mayoría de los altos oficiales, jamás permitirán el ejercicio real de los derechos democráticos, ya que en la situación actual (con un movimiento consciente de su fuerza) pondrían en peligro la propia existencia del sistema capitalista, base de su poder. Las masas utilizarán esos derechos, como ya lo hacen, para exigir más, para exigir la resolución de sus graves problemas económicos y sociales: aumento salarial drástico, control de precios de productos básicos, renacionalización de empresas privatizadas y de concesiones imperialistas, plan de construcción masiva de viviendas baratas, acabar con el paro masivo. Medidas todas ellas que son imposibles de satisfacer en el marco del débil capitalismo egipcio y de la crisis económica mundial. Los defensores del sistema, los mismos que han apoyado o participado directamente en la dictadura de Mubarak, pueden permitir elecciones aparentemente libres, una nueva Constitución, y comisiones, negociaciones, o acuerdos aparentemente democráticos, mientras no se toque la gran propiedad privada.
Cualquier avance en las libertades democráticas y en la mejora de las condiciones de vida sólo será producto de la movilización de masas, como lo ha sido el derrocamiento de Mubarak. En estos momentos es vital que el movimiento revolucionario continúe unificando las huelgas y manifestaciones, organizando y extendiendo los comités de huelga, que deben convertirse en la estructura de un poder obrero alternativo, para conseguir la depuración profunda de instituciones del Estado y empresas de elementos corruptos y vinculados a la dictadura enjuiciándolos y expropiando sus bienes (empezando por Mubarak y su camarilla); la amnistía inmediata y, por supuesto, la revocación del estado de emergencia y de cualquier norma de limitación de derechos. Junto a estas reivindicaciones democráticas, cabe exigir las medidas económicas antes mencionadas. Es importante que, tal y como ha propuesto la Federación de Sindicatos Independientes, recientemente constituida, se creen comités obreros en cada huelga, elegidos en asamblea y revocables por ella. Estos comités deben organizar la lucha, extenderla a otras empresas, a la localidad donde esté, y coordinarse entre sí; en muchas empresas y localidades, esos comités podrán hacerse cargo del control de la producción, ante la huida, o bien la complicidad con la dictadura, de la dirección empresarial, y de la vida ciudadana. La reivindicación del control obrero en la economía es absolutamente actual. Hoy existe la fuerza para ir estableciendo sin tregua una alternativa obrera revolucionaria al poder de los de siempre, los burgueses que en consonancia con la camarilla de Mubarak y con los imperialistas han gobernado Egipto.
La función del Ejército en cualquier país capitalista, y como parte fundamental del Estado burgués que es, no consiste más que en defender, externa e internamente, los intereses de la burguesía. En situaciones revolucionarias suele ser su último recurso que tiene la clase dominante para aferrarse al poder. No obstante, las tropas no son un todo homogéneo e inamovible, en su interior existen las mismas contradicciones que en la sociedad. Por un lado, una cúpula corrupta, implicada en el Estado burgués hasta la médula; en este caso, bien representado por Mohamed Tantaui, jefe del Ejército egipcio, hacedor del golpe que ha desplazado a Mubarak y antiguo colaborador suyo (es conocido en los ambientes militares como su ‘perrito faldero’). Por otro lado, la gran masa de soldados, más vinculados objetivamente a la mayoría trabajadora, pero habitualmente sometidos a la disciplina ciega. Por último, diferentes capas de oficiales y suboficiales, procedentes en su mayoría de capas medias.
En las condiciones de una revolución, el orden interno entre la tropa se resquebraja, e incluso se rompe, como en la Revolución Rusa del 17 o en la Portuguesa del 74. Los soldados, e incluso muchos mandos intermedios, simpatizan con la revolución, mientras su cúspide sigue defendiendo férreamente el orden social capitalista. La clase dominante podrá utilizar su último recurso, siempre y cuando no se rompa la cadena de mando en el momento decisivo. Pero el espíritu de la revolución se cuela entre las filas castrenses, y hasta el último momento es imposible tener certeza absoluta de qué pasará. Es por esto que las tropas egipcias no han podido ser utilizadas para una represión masiva del movimiento. Los altos mandos corrían el riesgo de que se escindieran o incluso se rebelaran. El contacto diario con la población, la determinación de ésta, eran factores decisivos para que ese riesgo fuera alto. En estos momentos sería un suicidio que los militares reprimieran el movimiento, muy posiblemente la disciplina se rompería. Pero, ojo, esto no significa que en un determinado momento, en que la revolución entre en un impasse, un sector del Ejército no pueda asestarle un golpe. Para ello no es imprescindible la participación de todas las tropas, aunque sí que la mayoría de ellas, al menos, se mantenga al margen. Evitar esta posibilidad exige del movimiento insistir en la confraternización y la discusión política con los soldados para ganarles al programa de la revolución, y en la organización dentro del Ejército de comités revolucionarios que vigilen y promuevan la destitución de los mandos reaccionarios, remplazándoles por soldados de tropa, políticamente afines al movimiento y elegidos democráticamente por la base del ejército. Para ello será fundamental apoyarse en la fuerza y organización del conjunto del movimiento revolucionario.

 

El imperialismo europeo

 

Aunque en estos momentos hay evidentes maniobras de amnesia y manipulación en los medios de comunicación europeos, la implicación de los gobiernos y las instituciones centrales de la UE en el sostén de estos regímenes dictatoriales no se puede esconder. Los capitalistas europeos también han hecho grandes negocios aprovechando la mano de obra barata y la falta de derechos sindicales y políticos, de igual forma que lo hicieron en la España de Franco. En el caso de Francia, con grandes intereses en el Magreb, el gobierno ha sido un estrecho aliado, entre otros, de Ben Alí, depuesto dictador de Túnez. La ministra de Defensa, Michèle Alliot-Marie, visitó Túnez en diciembre, con la revuelta ya empezada, y aprovechó para gestionar negocios conjuntos con la camarilla de Ben Alí. El 11 de enero, mientras la policía no daba abasto reprimiendo a los manifestantes, exaltó “el buen conocimiento de nuestras fuerzas de seguridad para resolver situaciones de este tipo”, ofreciendo el envío de instructores policiales. Un envío de munición para armas policiales fue interceptado en el puerto de Marsella, y paralizado ante el escándalo público. La política oficial del gobierno de Nicolás Sarkozy, en la insurrección tunecina, fue ‘calma’ y ‘restablecer el orden’.
En la misma línea habló Catherine Ashton, representante de Política Exterior de la UE. El mismo día en que era derrocado Ben Alí, esta señora declaraba que “el diálogo es la clave”... Con respecto a la renuncia de Mubarak, afirmó que “ha escuchado las peticiones de los egipcios”. ¿Y qué decir del gobierno de Zapatero? Su ministra de Exteriores, Trinidad Jiménez, niega que la ola revolucionaria pueda llegar a Marruecos, porque este país “es una democracia”. La socialdemocracia española, comprometida hasta la médula con los intereses de sus capitalistas, defiende a capa y espada el brutal régimen marroquí, que oprime a las masas de trabajadores y campesinos y al pueblo saharaui.

 

El camino de la victoria es el de la revolución socialista

 

La revolución en Egipto, y la continuidad de la revolución en Túnez, donde también se da una oleada huelguística que ni el gobierno provisional ni la cúpula del sindicato UGTT son capaces de contener, anima a las masas árabes y de otros países a la lucha. Las consecuencias son inconmensurables. En la noche del miércoles 16 los tanques desocuparon a sangre y fuego la plaza de la Perla, en Manara (Bahrein), asesinando a tres manifestantes; en el funeral han matado a uno más, pero las masas bahreiníes no se arredran. En Libia ese proimperialista amigo de Berlusconi, Muamar el Gadafi, es responsable del asesinato de unos 24 manifestantes el jueves 17. En Argelia, tras un primer intento ahogado por una brutal represión policial, hay una convocatoria para el sábado 19. El 20 será el turno de Marruecos. En Yemen (pese al goteo de muertos, sólo el 18 de febrero han sido cinco) las manifestaciones continúan. En Cisjordania, Gaza e Irán también ha habido movilizaciones reprimidas. En Suleimaniya (Kurdistán iraquí) la policía mató a un manifestante contra la corrupción. En Arabia Saudí, donde las manifestaciones están prohibidas, mil obreros de la construcción asiáticos, que trabajan en condiciones de semiesclavitud como millones de trabajadores en ese país, se manifestaron.
Es la hora de la revolución socialista en el mundo árabe, de la lucha por la nacionalización bajo control obrero de los grandes recursos de estos países que hoy están bajo el control de la burguesía, las camarillas gobernantes y las multinacionales imperialistas; de la conquista de la auténtica democracia, que sólo se puede basar en un régimen de igualdad y justicia social que derroque el capitalismo, la democracia obrera, y de la formación de una Federación Socialista Árabe.

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