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"El equilibrio capitalista es un fenómeno complicado; el régimen capitalista construye ese equilibrio, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando, de paso, los límites de su dominio. En la esfera económica, estas constantes rupturas y restauraciones del equilibrio toman la forma de crisis y booms. En la esfera de las relaciones entre las clases, la ruptura del equilibrio consiste en huelgas, lock-outs, en lucha revolucionaria. En la esfera de las relaciones entre Estados, la ruptura del equilibrio es la guerra, o bien, más solapadamente, la guerra de las tarifas aduaneras, la guerra económica o bloqueo".

León Trotsky, La situación mundial, junio de 1921

El equilibrio capitalista se ha roto. El colapso del sector financiero estadounidense desatado por las hipotecas subprimes inauguró la peor recesión en 70 años. La sociedad está dislocada porque la base material que la sustenta se agrieta: toda una generación ha desarrollado su vida consciente bajo la crisis y no conoce otra cosa que los recortes y el desempleo, la precariedad y los bajos salarios.

Cuando John K. Galbraith, el famoso economista norteamericano de la escuela keynesiana, estudió el crack del 29 realizó la siguiente consideración: “Se sabe que hay días a partir de los cuales casi todo es diferente… En esta competición los derechos del 24 de octubre de 1929 son muy sólidos… Y por una muy buena razón. Después de aquella fecha, la vida de millones de personas no volvió a ser la misma.”1 La magnitud de los acontecimientos económicos, políticos, diplomáticos y militares que se están desarrollado desde el 15 de septiembre de 2008, día en que Lehman Brothers, cuarto banco de inversión norteamericano, se declaró en quiebra, merecen una profunda reflexión. Y la merecen porque a pesar de los ocho años transcurridos desde el gran estallido, la burguesía ha sido incapaz de estabilizar su sistema. Lejos de ello, la economía mundial se asoma a un nuevo abismo que podría convertir las actuales dificultadas en un juego de niños.

La burguesía impotente

Todas las medidas destinadas a reactivar la economía adoptadas por los organismos que el gran capital ha creado para armonizar su sistema, el FMI, el BM, el G-20 o la OMC2, han fracasado y no han logrado evitar que la sobreproducción se extendiera a escala mundial. El pesimismo y la incertidumbre que inunda a la burguesía quedaban reflejados en una de las conclusiones de la reunión del G-20 del pasado septiembre, cuando se afirmó que 2016 será el año más peligroso desde 2009. El FMI lo reconocía también al señalar por esas mismas fechas que “las políticas a la hora de resolver los arraigados problemas que sufren las mayores economías mundiales ha metido al mundo en el peor bache de bajo crecimiento de las últimas tres décadas, y la situación podría ir a peor.”3

No es para menos. La anunciada mejoría que los analistas burgueses prometían, basándose en el empuje de las economías emergentes, ha sido refutada dramáticamente. El capitalismo chino, del que se llegó a afirmar que tenía la capacidad de tirar del conjunto de la economía mundial, está saturado de contradicciones y al borde de una crisis importante. Hoy se reconoce públicamente que su deslumbrante crecimiento, tras el crack de 2008, ha estado basado en un endeudamiento acelerado que ha provocado una formidable burbuja que amenazar con estallar: su deuda pública roza el 300% de su PIB. La situación es aún peor para otras economías emergentes. La más importante de América Latina, Brasil, se enfrenta a su peor crisis de los últimos 25 años con una caída del PIB superior al 4% y el despido de millones de trabajadores. Según el FMI el conjunto de la región sufrirá una contracción del 0,6% en 2016. La situación en Rusia, en Sudáfrica, en Turquía, muestra el mismo panorama: una recesión generalizada como consecuencia del colapso del precio de las materias primas y de una deuda pública que crece exponencialmente y que al ser contraída en divisa fuerte (dólar y euro) genera una merma drástica de los recursos del Estado. La crisis de estas naciones prepara nuevos estallidos de la lucha de clases.

En otros centros neurálgicos del capitalismo mundial, la perspectiva es igual de deprimente. Es el caso del capitalismo japonés, que tras inyectar cientos de miles de millones de dólares en su economía, sigue lastrado por el estancamiento más largo de la historia. También de Taiwán, considerado uno de los cuatro tigres asiáticos, que acumula 17 meses consecutivos de descenso en sus exportaciones, o Corea del Sur, que sufrió el pasado mes de agosto una caída del 2,5% en su producción industrial.

En lo referido a la economía estadounidense la recuperación carece de vigor y consistencia. Según el FMI su crecimiento será de un 1,6% para este año, es decir, seis décimas por debajo de lo previsto. Y, si bien es cierto que el PIB de EEUU ha crecido a una tasa anual promedio del 2,1% desde 2009, no lo es menos que se trata del ritmo más lento desde la Segunda Guerra Mundial. De hecho, la tan cacareada reactivación norteamericana es tan débil, que lejos de estabilizar la relación entre las clases y la vida política en la potencia capitalista más poderosa del planeta, está propiciando un conflicto social sin parangón desde los años 30.

Respecto a Europa, los obstáculos que se interponían en el camino hacia la recuperación han aumentado tras el Brexit,4 al tiempo que la onda recesiva que durante años ha atenazado a las economías del sur del continente se extiende ahora amenazadoramente sobre los países centrales: Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia.

El fracaso de los estrategas del capital, que tan pretenciosamente afirmaron haber sacado “todas las lecciones” del estallido financiero de 2008, se demuestra en otro hecho: la actividad especulativa sigue siendo frenética y extraordinariamente peligrosa.

Desde verano de 2015, a raíz de la abrupta caída de los parqués chinos, las bolsas mundiales acumulan una pérdida de capitalización de más de 18 billones de dólares. Sin embargo, este no es el más acuciante de los problemas. A pesar de los billones invertidos en el rescate y saneamiento del sector financiero desde que estallará la Gran Recesión5, la bomba de relojería no ha sido desactivada. Desde comienzos de 2016 los 20 mayores bancos mundiales han perdido una cuarta parte de su valor de mercado, y la deuda global ha alcanzado niveles récord situándose en un 225% del PIB mundial. Trasvasar la deuda del sector privado a las finanzas públicas de los Estados, socializando las pérdidas y aplicando una agresiva política de austeridad y recortes, consigue cargar la factura de la crisis sobre las espaldas de las familias trabajadoras, pero no acabar con el endeudamiento público. Si no aumentan los ingresos producto de la reactivación de la economía real, difícilmente se puede recortar el endeudamiento: “está claro que las bajas tasas de crecimiento son el principal factor detrás del lento desapalancamiento en las economías avanzadas”.6 Por eso mismo el Banco Central Europeo ya está hablando de la necesidad de un nuevo plan de salvamento, aunque no se debe ignorar que otra transfusión de los empobrecidos bolsillos de los trabajadores a las arcas de los ricos puede desatar una oleada de furia, incluso más amplia que la vivida en estos últimos ocho años.

La crisis de sobreproducción persiste

El problema de fondo es que el pinchazo de la burbuja financiera no fue un simple ajuste de los excesos especulativos, sino la antesala de una prolongada crisis de sobreproducción que todavía no ha sido resuelta. Por ello, y a pesar de todos los empleos destruidos, los capitalistas se niegan a aumentar la inversión en el tejido productivo.

Los sectores claves del capitalismo están aquejados por la misma enfermedad. La industria siderúrgica ha sido golpeada de forma brutal: tan solo en China se reconoce un exceso de capacidad de 400 millones de toneladas al año, y a escala mundial se baraja una sobrecapacidad del 40%. En la industria del petróleo, el colapso del precio del barril ha hundido los beneficios de los grandes monopolios7, con la destrucción consiguiente de decenas de miles de empleos, desatando una pugna abierta entre los países productores por el control de un mercado que se contrae rápidamente. Respecto a las telecomunicaciones, podemos citar el reciente ejemplo de Ericsson AB, uno de los mayores fabricantes del sector. Esta empresa ha anunciado despidos masivos amparándose en una severa reducción de sus ventas del 19% en sus equipos de redes móviles. En el sector servicios, los trabajadores de la banca se enfrentan a una nueva oleada de despidos. Por citar tan solo dos ejemplos: ING anunció un recorte de 7.000 empleos y Commerzbank de otros 10.000.

Contracción del comercio mundial

Este pasado verano se produjo un acontecimiento tan pintoresco como ilustrador. Nos referimos a la quiebra de Hanjin, la naviera surcoreana dedicada al transporte de mercancías. Durante varios días los medios de comunicación informaron de la existencia de una flota de buques fantasmas que transportaban manufacturas por valor de 13.000 millones de dólares. Ningún puerto quería amarrar estos barcos porque se arriesgaba a un impago de los costes de atraque, descarga y abastecimiento de combustible. Sin embargo, lo interesante no era la quiebra en sí, sino la profunda crisis del comercio mundial que ponía en evidencia. Las cifras salieron a la luz: el trasporte marítimo de mercancías en contenedores suma unas pérdidas de alrededor de 10.000 millones de dólares porque ha acumulado un exceso de capacidad del 30%. Un dato que adquiere toda su relevancia cuando lo relacionamos con el hecho de que el 95% de los productos manufacturados se transportan por esta vía.

El comercio mundial, tras crecer hace una década a una media del 7%, se encuentra estancado en los últimos años en torno al 3%. Y no se trata sólo de una disminución del número de mercancías intercambiadas, sino también de la caída de su valor. En 2015, por ejemplo, hubo un ligero crecimiento del volumen del comercio, pero la buena noticia quedó eclipsada por la pronunciada disminución de su valor, que cayó un 13% y se situó en 16,5 billones de dólares frente a los 19 billones de dólares de 2014.8

Este es un factor clave para comprender la dimensión histórica de la actual crisis y sus dramáticas consecuencias políticas. El desarrollo del mercado mundial —inducido por la nueva división del trabajo internacional tras el colapso del estalinismo y la apertura de nuevos mercados y ramas de la producción— jugó un gran papel, entre otros factores, para que el capitalismo europeo y estadounidense, junto con China, registraran dos décadas de crecimiento salpicado de breves recesiones (desde 1987 hasta 2007 aproximadamente). El restablecimiento del capitalismo en Rusia, los países del este de Europa, y fundamentalmente China, propició una espiral ascendente en la que las viejas potencias capitalistas encontraron nuevos mercados para sus inversiones. La internacionalización del comercio y del proceso productivo adquirió un nuevo impulso. La participación media de las exportaciones e importaciones de mercancías y servicios comerciales en el PIB mundial pasó del 20% en 1995 al 30% en 2014, y, en ese mismo periodo, las exportaciones mundiales de mercancías se multiplicaron por cuatro.

Las cadenas de producción internacionales se intensificaron y desarrollaron al máximo, haciendo que la industria nacional de los diferentes países adaptara aún más su perfil a las necesidades del mercado mundial. La fabricación del modelo 787 Dreamliner de Boing ilustra muy bien esta realidad. El fuselaje central se fabricaba en Italia, los asientos en Gran Bretaña, los neumáticos en Japón, el tren de aterrizaje en Francia y las puertas de carga en Suecia. Para Volkswagen resultaba rentable producir los motores en Alemania, el cableado en Túnez y los filtros en Sudáfrica. Hungría y Polonia, tras su entrada en la UE, se insertaron en este puzzle especializándose en manufacturas químicas, transporte y equipos electrónicos para la exportación.

Toda esta interdependencia económica se tradujo, una vez que estalló la crisis, en un inevitable contagio masivo. “Otra característica importante de la contracción del comercio en 2008-2009 fue su alcance verdaderamente mundial y el elevado grado de sincronización entre los distintos países. (…) En enero de 2009, el 73% de los países había registrado un fuerte retroceso de las exportaciones y otro 16% también había experimentado una caída de las exportaciones pero a un ritmo más moderado… la transmisión entre países fue excepcionalmente rápida.”9

Esta reducción drástica del comercio mundial desbarató la armonía entre las fuerzas productivas desarrolladas durante la etapa de crecimiento y el mercado: las primeras son demasiado grandes, el segundo demasiado pequeño. Desde un punto de vista económico es como si el mundo hubiera encogido de forma brusca. La capacidad de producir es excesiva para un mercado que reduce su capacidad de absorber mercancías. La competencia se convierte en una lucha sin cuartel. Esta realidad, que nada tiene que ver con la necesidad de consumo de las masas, que se encuentran cada vez más necesitadas y empobrecidas, sino con la lógica capitalista determinada por la propiedad privada de los medios de producción y la existencia de fronteras nacionales, alcanza en la segunda década del siglo XXI unas proporciones dramáticas por la incorporación al mercado mundial del dragón asiático.

La dialéctica del factor chino

Hace poco menos de tres décadas China era un país eminentemente agrario con un peso económico modesto: en 1980 sus exportaciones sólo representaban el 1% del total mundial. Pero esta situación se transformó drásticamente. Cientos de miles de millones de dólares de Inversión Extranjera Directa afluyeron a China para convertirla en la fábrica del mundo. En tan solo 15 años, de 2000 a 2015, China pasó de producir el 3% del acero mundial al 50%. Según datos de International Cement Review, solo entre 2011 y 2013, el gigante asiático consumió más cemento que Estados Unidos en todo el siglo XX. Alrededor de 200 millones de campesinos emigraron a las ciudades en tres décadas, de tal manera que el porcentaje de población urbana pasó del 23% al 54%.

Sin embargo, los buenos viejos tiempos en los que China invertía cerca del 50% de su PIB en su industria nacional10 y absorbía grandes inversiones de capitales excedentes de otras potencias imperialistas, llegaron a su fin. Esa idea tan extendida de que los países productores de materias primas serían los únicos afectados por la caída china, es falsa. Muchas multinacionales de capital norteamericano, europeo o japonés afrontan ahora las consecuencias de cambio del ciclo11.

El dragón se ha transformado en una potencia aquejada por los mismos problemas que las demás y decidida a luchar por su cuota de mercado con uñas y dientes. Por un lado, intenta superar su crisis de sobreproducción a costa de sus competidores. Por ejemplo, su industria siderúrgica busca oxígeno en América Latina: en 2015 sus exportaciones a esta región se incrementaron un tercio. Por otro, se está convirtiendo en una potencia exportadora de capitales. Si en 2010 China superó a Alemania como primer exportador mundial de mercancías, en 2015 lo hizo como exportador neto de capital. Ese mismo año, y por primera vez desde que se inició la restauración capitalista, el volumen de inversiones directas de capital que entraron en al país se equipararon a las que China realizó en el resto del mundo. Estas cifras indican dos cosas: que el dragón asiático sufre ya, al igual que el anciano capitalismo europeo y estadounidense, la vieja enfermedad de una sobreacumulación de capital que no encuentra campos de inversión rentable dentro de sus fronteras nacionales; y, también, que la lucha imperialista entablada entre EEUU y China por el control del mundo hace difícil recuperar un equilibrio, aunque sea inestable, en las relaciones internacionales.

El ejemplo chino reivindica el magnífico texto de Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo, donde se plantea una idea de gran trascendencia: “Sería un error creer que esta tendencia a la decadencia excluye el rápido crecimiento del capitalismo. No; en la época del imperialismo, ciertas ramas industriales, ciertas capas de la burguesía y ciertos países manifiestan, en mayor o menor grado, una u otra de esas tendencias. En conjunto, el capitalismo crece con una rapidez incomparablemente mayor que antes, pero este crecimiento no sólo es cada vez más desigual, sino que su desigualdad se manifiesta particularmente en la decadencia de los países más ricos en capital...”.12

El papel de China en la economía mundial se ha transformado dialécticamente en su contrario. La otrora válvula de escape para las contradicciones del capitalismo occidental, ahora agudiza la crisis y la inestabilidad política en las relaciones internacionales.

Concentración de capital

En su estudio acerca del imperialismo, ­Lenin destaca el proceso de concentración y monopolización del capital que es inherente a la fase imperialista, y que se ha profundizado en estos años de crisis. El control monopolista del mercado mundial es inapelable. Nunca en la historia del capitalismo un grupo tan reducido de grandes compañías habían acumulado tanto poder: el 10% de los grupos cotizados en Bolsa genera el 80% de todos los beneficios empresariales que se obtienen en el mundo, según The Mckinsey Global Institute. En estos años de crisis, los movimientos de fusiones y adquisiciones (M&A, por sus siglas en inglés) han alcanzado cifras extraordinarias. Según la agencia Bloomberg, en 1990 se alcanzaron 11.500 acuerdos M&A por un valor combinado equivalente al 2% del PIB mundial. En 2008 el mercado se paralizó por el estallido de la crisis. Pero al año siguiente se alcanzaron 30.000 acuerdos por valor del 3% de la economía mundial. En 2015 se batió el récord histórico de fusiones de grandes empresas, cerrándose acuerdos por valor de 4,2 billones de dólares. En lo que llevamos de 2016 ya se han anunciado 33.252 M&A, por un monto cercano a los 4 billones de dólares.

Recientemente, en un artículo titulado 10 empresas más grandes que 180 países, podíamos leer: “Si en el mundo se ponen por orden las entidades según su potencia económica, Estados Unidos sería la primera. La compañía Walmart, la décima… Es el caso también de grandes titanes industriales como General Electric, Dow Chemical o Bayer, que crecen a base de adquirir a sus rivales. La misma concentración se ve en la banca. Las cinco mayores firmas de Wall Street concentran el 45% de los activos, el doble que a comienzos del milenio… El 10% de las empresas generan cerca del 80% de todos los beneficios…”13

Este proceso no ha acabado. Al calor de la debilidad e incapacidad de “generar beneficios sostenibles” de la banca europea, el FMI está recomendando que los bancos más fuertes absorban a los débiles, es decir, incrementar la concentración de los grandes capitales financieros.

Guerras comerciales: sálvese quien pueda

El pequeño libro de Lenin sobre el imperialismo es de una actualidad rabiosa. En sus páginas podemos leer como los grandes capitalistas recurren a su Estado nacional para defender sus intereses en el mercado mundial, un aspecto en el que la actual recesión también nos proporciona ejemplos de manual. Primero fue el dieselgate de Volkswagen, que supuso un golpe brutal a uno de los mayores competidores europeos de las empresas automovilísticas estadounidenses. Hay mucho dinero en juego, tanto, que un centro vinculado al Ministerio de Defensa francés se encargó de realizar una investigación sobre las dos ONGs14 que denunciaron el fraude, llegando a la conclusión que ambas habían sido financiadas por Ford y General Motors. La burguesía europea decidió contraatacar, y, repentinamente, la UE exigió a la multinacional estadounidense Apple 13.000 millones de dólares por impuestos no pagados en Irlanda. La respuesta tampoco se hizo esperar: el Departamento de Justicia de EEUU decidió acusar a Deutsche Bank de haber desempeñado un papel crucial en la crisis de los créditos hipotecarios insolventes (Subprimes) y ­demandó al grupo financiero alemán una compensación de 14.000 millones de dólares.

A su vez, EEUU y Europa se alían para denunciar que China usa sus finanzas públicas para subvencionar empresas deficitarias con el objetivo de inundar el mercado con productos por debajo de su coste de producción. Respecto a esta cuestión, el cinismo de Obama y Merkel es evidente. El gobierno estadounidense no tuvo ningún reparo en ‘ayudar’ con dinero público a sus empresas automovilísticas cuando fueron golpeadas por la crisis, por no hablar de las subvenciones a la producción agrícola o el rescate bancario con dinero público. Lo mismo se puede decir de la UE, que además anunció el pasado abril la compra de deuda privada de empresas, es decir, que multinacionales europeas conseguirán dinero a bajo interés con cargo al BCE. Aunque un denso oscurantismo envuelve toda esta operación, ya se conocen a algunas de las afortunadas: Telefónica, Siemens, Renault, Assicurazioni Generali…

Las tendencias proteccionistas adquieren cada vez mayor envergadura, acompañadas de sanciones económicas contra las potencias competidoras, aranceles cada vez más altos a las importaciones, o la paralización de los acuerdos multilaterales de la OMC. Incluso el hecho de que el famoso TTIP, el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones,15 pueda fracasar, es un ejemplo de la trascendencia de la nueva fase en la que está entrando la Gran Recesión.

La gravedad de la situación es tal que la directora del FMI, Christine Lagarde, señaló hace poco que: “El péndulo político amenaza con oscilar hasta situarse en contra de la apertura económica y si no se aplican medidas de política contundentes, el mundo podría sufrir un decepcionante crecimiento durante un largo periodo”.

La política es economía concentrada: los demonios de los años 30

Los ecos económicos y políticos de los años 30 del pasado siglo resuenan cada vez con más fuerza. Trotsky escribió estas líneas refiriéndose al programa económico del fascismo: “(…) Hace sólo veinte años los manuales escolares enseñaban que el factor más poderoso para la producción de riqueza y cultura es la división mundial del trabajo, que tiene sus raíces en las condiciones naturales e históricas de desarrollo de la humanidad. Ahora resulta que el intercambio mundial es la fuente de todas las desgracias y todos los peligros. ¡Volvamos a casa! ¡De vuelta al hogar nacional!”16

Ocho décadas después, la grave recesión de la economía y el declive del comercio mundial hacen que el nacionalismo económico vuelva a germinar. Los problemas del norte de Europa se presentan como una responsabilidad de los países mediterráneos; la decadencia de la industria nacional como consecuencia de la competencia desleal de otros países; los inmigrantes como la causa de la falta de empleo, los refugiados como una amenaza a nuestra forma de vida, y la construcción de grandes muros en nuestras fronteras como una necesidad vital… Los hechos que señalan una vuelta al nacionalismo económico y político —el síntoma inequívoco de la decadencia senil del capitalismo— se multiplican por todo el mundo.

Donald Trump, candidato republicano a la presidencia de los EEUU, afirma: “la globalización (…) elimina la clase media y nuestros empleos (…) Nuestro país estará mejor cuando empecemos a fabricar nuestros propios productos nuevamente, volviendo a atraer a nuestras costas nuestras otrora grandes capacidades manufactureras.”17 Para devolver su viejo esplendor a la industria estadounidense promete subir los aranceles a los productos chinos y mexicanos. Marine Le Pen, llama al pueblo francés a apoyar una política de ‘patriotismo económico y proteccionismo inteligente’. El UKIP británico se presenta como “el más nacional de todos los partidos”. Todas estas organizaciones, y otras semejantes, ya sea Alternativa por Alemania, Amanecer Dorado en Grecia, el Partido del Progreso noruego, el Movimiento por una Hungría Mejor o los Auténticos Finlandeses, comparten además un discurso rabiosamente racista que, lejos de ser combatido, es consentido e incluso alentado por los partidos de la derecha tradicional y, también, como demuestra la trayectoria de Hollande, por amplios sectores de la socialdemocracia. No debemos extrañarnos. La burguesía necesita que el eje del debate político se desplace a la defensa de la patria, que el conflicto social se distorsione y sea desviado del terreno de la lucha entre explotados y explotadores para situarse en el enfrentamiento entre nacionales y extranjeros.

A pesar de su inmenso poder, los capitalistas siguen teniendo enormes dificultades para que la mayoría de la clase obrera beba el veneno del chovinismo. Cuando millones de jóvenes y de trabajadores aúpan a la escena política a nuevos partidos y dirigentes como Syriza en Grecia, Podemos en el Estado español, Bernie Sanders en EEUU o Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, no hay duda de que la gangrena del racismo y el nacionalismo reaccionario todavía están lejos de convertirse en una alternativa para las grandes masas oprimidas. Aun así, sería estúpido ignorar los avances electorales de la extrema derecha e infravalorar la amenaza que se cierne sobre el movimiento obrero. La pregunta es, ¿Cómo combatir estas tendencias reaccionarias que surgen de la descomposición del capitalismo?

Entre los sectores reformistas de las nuevas formaciones emergentes de la izquierda, se vuelve a recurrir al tradicional discurso socialdemócrata de que la mejor forma de cerrar el paso a la reacción es confiar en el buen funcionamiento de la democracia y las instituciones parlamentarias. Pero es precisamente la impotencia de la “democracia” capitalista para resolver la crisis, esa misma “democracia” que ampara los rescates a los grandes bancos y aprueba los recortes y la austeridad contra la población, la que crea las condiciones objetivas para una vuelta al nacionalismo y a los discursos reaccionarios —y fascistas— característicos de los años treinta. Esa “democracia” burguesa es la que legisla para que en Europa se trate a cientos de miles de refugiados inocentes —víctimas de las guerras y atrocidades de las que son responsables las potencias occidentales— exactamente igual que hacían los nazis, y sus gobiernos aliados, contra millones de judíos en Europa.

La burguesía de los países más desarrollados se quita la careta democrática desnudando su auténtico rostro. Los parlamentos aprueban leyes que cuestionan derechos democráticos elementales, y las fuerzas de seguridad del Estado burgués reprimen con saña las luchas obreras mientras permanecen impunes las acciones criminales de bandas ultraderechistas. Se empobrecen países enteros, vía memorándun, como en el caso griego, o se reducen a escombros por la vía militar, como en Siria. Ya se ha alcanzado la cifra de refugiados más alta desde la Segunda Guerra Mundial: 60 millones de seres humanos, muchos de ellos niños, vagan por el mundo en busca de un techo y un pedazo de pan. No, no se trata de una crisis más. El capitalismo ha iniciado una curva descendente que arrastra a la sociedad a la barbarie.

Una espiral descendente: caída de la productividad

En su estudio sobre el auge del nacionalismo económico, Trotsky hace una profunda reflexión: “El ascenso histórico de la humanidad está impulsado por la necesidad de obtener la mayor cantidad posible de bienes con la menor inversión posible de fuerza de trabajo. Este fundamento material del avance cultural nos proporciona también el criterio más profundo en base al cual caracterizar los regímenes sociales y los programas políticos. La ley de la productividad del trabajo es tan importante en la esfera de la sociedad humana como la de la gravitación en la esfera de la mecánica…”. Aceptando dicho criterio, podemos entender lo que supone el descenso más prolongado de la productividad laboral en EEUU desde finales de los años 70.

Según un reciente artículo de The Wall Street Journal: “La productividad de las empresas no agrícolas de EEUU. —los bienes y servicios producidos cada hora por los trabajadores— cayó a una tasa anual desestacionalizada de 0,5% en el segundo trimestre conforme el tiempo trabajado aumentó más rápido que la producción, indicó el Departamento de Trabajo. Fue el tercer trimestre consecutivo de una baja de la productividad, el período más largo desde 1979. La productividad en el segundo trimestre fue 0,4% menor que el nivel de un año atrás, el primer declive interanual en tres años.

La productividad anual promedio ya había registrado un débil crecimiento de 1,3% entre 2007 y 2015, apenas la mitad del ritmo que tuvo entre 2000 y 2007, y hay pocas señales de que esta tendencia se invierta. ‘En el corto plazo, es difícil ser otra cosa que pesimista, sólo porque esto ha estado ocurriendo por tanto tiempo’, dice Paul Ashworth, economista jefe de la consultora Capital Economics para EEUU (…) Otras economías avanzadas están sufriendo desaceleraciones similares. La tasa se ha debilitado drásticamente desde el auge impulsado por las tecnologías de la información de los años 90, cuando las fuertes alzas de la productividad se tradujeron en un robusto crecimiento de los ingresos y la economía en general. La desaceleración de los últimos trimestres se ha intensificado probablemente por la débil inversión empresarial en nuevos equipos, software e instalaciones que podrían ayudar a mejorar la eficiencia de los trabajadores...” 18

Entre los diferentes factores que explican este retroceso destaca la reducción de inversiones en el sector productivo. Conscientes de la sobrecapacidad instalada en la industria mundial, los capitalistas no consideran rentable invertir en investigación y nueva maquinaria para incrementar la productividad del trabajo. Les resulta más ‘rentable’ especular en la bolsa y despedir a una parte de sus plantillas mientras sobreexplotan con bajos salarios a quienes conservan su empleo. La figura del trabajador pobre, es decir, hombres y mujeres que a pesar de tener un contrato laboral no llegan a fin de mes, se reproduce por Europa19 y EEUU, a la vez que amplios sectores de las capas medias, médicos, abogados, arquitectos, ingenieros, propietarios de pequeñas empresas, se empobrecen también. Igual que en la década de los 30 del siglo pasado, la pobreza y la desigualdad creciente se extienden como una mancha de aceite por todas las naciones.

A esta espiral descendente, debemos sumar otro factor en absoluto secundario. Los grandes avances tecnológicos de los últimos años, centrados fundamentalmente en las telecomunicaciones, no tienen la capacidad de generar la riqueza y el empleo que sí desarrollaron otras industrias —como la del sector del automóvil, la aviación, el petróleo y el gas, o el sector químico— en la postguerra. Hace tres décadas “los tres grandes fabricantes de coches de Detroit tenían 1,2 millones de empleados que generaban 250.000 dólares anuales en ingresos. Las tres grandes tecnológicas hacen hoy el mismo dinero con una plantilla 10 veces inferior.”20 Otro dato: las cinco mayores empresas tecnológicas de EEUU por capitalización bursátil valen en conjunto 1,8 billones de dólares, un 80% más que las cinco primeras de 2000 y, sin embargo, emplean un 22% de personas menos que sus predecesoras.21

Lo nuevo dentro de lo viejo

En una Europa conmocionada por la revolución y la contrarrevolución, Trotsky advertía sobre la receta burguesa para salir de la crisis: “Se pone cabeza abajo la tarea progresiva de cómo adaptar las relaciones económicas y sociales a la nueva tecnología, y se plantea cómo restringir y coartar las fuerzas productivas para hacerlas encajar en los viejos límites nacionales y en las caducas relaciones sociales.”

El desarrollo del mercado mundial, la división mundial del trabajo, la internacionalización del proceso productivo, en definitiva, la socialización de la producción a escala planetaria es un proceso extraordinariamente progresista. En 1848 Marx y Engels explicaban en el Manifiesto Comunista como lo nuevo se desarrolla dentro de lo viejo, como la burguesía fue engendrada en la vieja sociedad feudal y mediante una revolución victoriosa en naciones como Gran Bretaña y Francia, lograron acabar con las restricciones impuestas por un régimen político caducado. Sólo así las fuerzas productivas avanzaron como nunca lo habían hecho antes en la historia.

La misma coyuntura se levanta ahora ante la humanidad. La solución no es dar marcha atrás el reloj de la historia, volver al proteccionismo, a la lucha entre los diferentes Estados nacionales, cerrar más fábricas y despedir más trabajadores. Es preciso liberar a las fuerzas productivas de la camisa de fuerza que impide que sigan avanzando: la propiedad privada de los medios de producción y las fronteras nacionales. La actual crisis de sobreproducción prueba que una nueva sociedad se está gestando en el seno de la vieja. Las condiciones objetivas para levantar una economía mundial planificada, basada en la participación democrática y consciente de la población en la toma de decisiones, están dadas. El socialismo lejos de ser una utopía es la solución, la garantía de que la enorme riqueza que es capaz de generar la industria y la tecnología se emplee para garantizar el bienestar de la humanidad.

Notas

  1. 1. John K. Galbraith, El crack del 29, p. 7. Editorial Ariel, Barcelona 1993.
  2. 2. Las siglas hacen referencia al Fondo Monetario Inter­nacional, el Banco Mundial, el Grupo de las 20 economías más importantes y la Organización Mundial del Comercio respectivamente.
  3. 3. El FMI sugiere otra rebaja del crecimiento mundial, Wall Street Journal, 1 de septiembre de 2016.
  4. 4. Para sectores decisivos de la burguesía británica, la perspectiva fuera de Europa se transforma en una pesadilla: la libra británica ha caído en picado marcando a principios de octubre un mínimo de 31 años frente al dólar y de seis años respecto al euro. Además, en una carta redactada la segunda semana de octubre y dirigida a la primera ministra Theresa May, los empresarios británicos protestaban por los efectos del Brexit argumentando que: “El 90% de los productos que el Reino Unido compra y vende a la UE estarán sujetos a aranceles, lo que significaría un aumento del 20% en los productos de alimentación y un 10% en la compra de un coche.”
  5. 5. Según la Reserva Federal, EEUU invirtió 12,6 billones de dólares en este asunto.
  6. 6. El País, 5 de octubre de 2016.
  7. 7. Exxon, Shell, BP y Chevron acumulan una deuda combinada de 184.000 millones de dólares.
  8. 8. Estos datos forman parte del informe publicado en abril de 2016 por la OMC.
  9. 9. Banco Central Europeo, Boletín Mensual Agosto 2010.
  10. 10. Más arriba hacíamos referencia a la sobrecapacidad en el sector del acero. Lo mismo podemos afirmar sobre la industria de la construcción: ¿Para qué seguir invirtiendo en producir más cemento cuando se calcula que hay más de 700 millones de metros cuadrados construidos, suficientes para alojar a 22 millones de personas, que se mantienen deshabitados?
  11. 11. Tal es el caso de BHP Billiton, la compañía minera más grande del mundo que figura entre los principales valores de la bolsa de Londres. Este gigante anglo-australiano redujo casi a la mitad sus beneficios en el último semestre de 2014 debido a la bajada de precios de las materias primas, especialmente del hierro, su principal fuente de ingresos. Las acciones de Glencore International AG, la principal empresa privada dedicada a la compraventa y producción de materias primas y alimentos del mundo, con más de 190.000 empleados, activos en 30 países y sede en Suiza, ha sufrido también una severa caída.
  12. 12. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, Fundación Federico Engels, Madrid 2016, pp 185,186.
  13. 13. 10 empresas más grandes que 180 países, El País, 30 de septiembre 2016.

          14.International Council on Clean Transportation y Center for Alternative Fuels Engines and Emissions.

          15.El TTIP está siendo negociado entre la Unión Europea y EEUU desde junio de 2013. El acuerdo busca bajar los aranceles, liberalizar nuevos mercados y armonizar la legislación entre ambas potencias. El Tratado además prevé la protección de las inversiones extranjeras mediante la inclusión del mecanismo de Solución de Controversias entre Inversores y Estados (ISDS por sus siglas en inglés, Investor-to-State Dispute Settlement), que otorga el derecho exclusivo a los inversores extranjeros de demandar a un estado, ante tribunales privados, por promover políticas laborales o ambientales que choquen con los intereses de las empresas.

  1. 16. El nacionalismo y la economía, León Trotsky, 30 de noviembre de 1933.
  2. 17. Citado en El impacto del ‘brexit’ en la economía global dependerá de los líderes políticos, Wall Street Journal, 26 de junio de 2016.
  3. 18. La baja productividad laboral opaca la economía de EEUU, The Wall Street Journal, 10 de agosto de 2016.
  4. 19. Recientemente la prensa publicaba que en Alemania, el país más potente de la UE, un millón de trabajadores en activo reciben subsidios estatales para poder hacer frente a sus necesidades básicas.
  5. 20. 10 empresas más grandes que 180 países, El País 30 de septiembre 2016.
  6. 21. La otra cara del auge tecnológico es la baja creación de empleos en EEUU, Wall Street Journal, 12 de octubre de 2016.

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