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Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada contra ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot19, los radicales franceses y los polizontes alemanes.    
¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de comunista por sus adversarios en el poder? ¿Qué partido de oposición, a su vez, no ha lanzado, tanto a los representantes de la oposición más avanzados, como a sus enemigos reaccionarios, el epiteto zahiriente de comunista?    
De este hecho resulta una doble enseñanza:    
Que el comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa.    
Que ya es hora de que los comunistas expongan al mundo entero sus ideas, sus fines y sus tendencias; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio partido.    
Con este fin, comunistas de las más diversas nacionalidades se han reunido en Londres y han redactado el siguiente Manifiesto, que será publicado en inglés, francés, alemán, italiano, flamenco y danés.

 

I

Burgueses y proletarios*


La historia de todas las sociedades hasta nuestros dias** es la historia de las luchas de clases.    
Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros*** y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna. En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa diferenciación de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones especiales.    
La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas.    
Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.
De los siervos de la Edad Media surgieron los vecinos libres de las primeras ciudades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía.    
El descubrimiento de América y la circunnavegación de Africa ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de la India y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido y aceleraron con ello el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.
La antigua organización feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer la demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. El estamento medio industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció ante la división del trabajo en el seno del mismo taller.    
Pero los mercados crecían sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El vapor y la maquinaria revolucionaron entonces la producción industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar del estamento medio industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios —jefes de verdaderos ejércitos industriales—, los burgueses modernos.    
La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó, a su vez, en el auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles, se desarrollaba la burguesía, multiplicando sus capitales y relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad Media. La burguesía moderna, como vemos, es ya de por sí fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones en el modo de producción y de cambio.    
Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del correspondiente progreso político. Estamento bajo la dominación de los señores feudales, la burguesía forma en la comuna* una asociación armada y autónoma; en unos sitios como república urbana independiente; en otros como tercer estado tributario de la monarquía**; después, durante el período de la manufactura, es el contrapeso de la nobleza en las monarquías estamentales, absolutas y, en general, piedra angular de las grandes monarquías, hasta que, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, la burguesía conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el Estado representativo moderno. El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.
La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario.    
Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas; ha desgarrado sin piedad las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus “superiores naturales”, para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel “pago al contado”; ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta; ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio; ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal. La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurista, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados.    
La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las ha reducido a simples relaciones de dinero.    
La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media, tan admirada por la reacción, tenía su complemento natural en la más relajada holgazanería. Ha sido ella la primera en demostrar lo que puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a las migraciones de los pueblos y a las Cruzadas23.
La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen viejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.    
Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes.    
Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas nacionales, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aisIamiento y la autarquía de las regiones y naciones, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan día a día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal.
Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza.  
La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación con la del campo, sustrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.    
La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha aglutinado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes, han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera.    
La burguesía, a lo largo de su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la asimilación para el cultivo de continentes enteros, la apertura de los ríos a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo social?    
Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio sobre cuya base se ha formado la burguesía fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado de desarrollo estos medios de producción y de cambio, resultó que las condiciones en que la sociedad feudal producía y cambiaba, la organización feudal de la agricultura y de la industria manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, no se correspondían ya con el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Frenaban la producción en lugar de impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas, y las rompieron.    
En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y política adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase burguesa.    
Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, en forma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraida a un estado de repentina barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el régimen de la propiedad burguesa; por el contrario, resultan demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.    
Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía.    
Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios.    
En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, se desarrolla también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar trabajo y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse a trozos, son una mercancía como cualquier otro artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado.    
El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del proletario todo carácter propio, y le hacen perder con ello todo atractivo para el obrero. Éste se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y para perpetuar su linaje. Pero el precio de todo trabajo24, como el de toda mercancía, es igual a los gastos de producción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se desarrollan la maquinaria y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo, bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del ritmo de las máquinas, etc.    
La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, son organizados militarmente. Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo la vigilancia de toda la jerarquía de oficiales y suboficiales. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo, del burgués individual, patrón de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.    
Cuanta menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo de la industria moderna, mayor es la proporción en que el trabajo de los hombres es suplantado por el de las mujeres y los niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y sexo pierden toda significación social. No hay más que instrumentos de trabajo, cuyo coste varía según la edad y el sexo.    
Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etc.    
Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve despreciada ante los nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población.    
El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía comienza con su surgimiento.    
Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados; después, por los obreros de una misma fábrica; más tarde, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués individual que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra las relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción: destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la posición perdida del artesano de la Edad Media.     
En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por la competencia. Si los obreros forman masas compactas, esta acción no es todavía consecuencia de su propia unión, sino de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus propios fines políticos debe —y por ahora aún puede— poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir, contra los restos de la monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses no industriales y los pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra, de esta suerte, en manos de la burguesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria de la burguesía.
Pero la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino que los concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y adquieren mayor conciencia de la misma. Los intereses y las condiciones de existencia de los proletarios se igualan cada vez más a medida que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y reduce el salario, casi en todas partes, a un nivel igualmente bajo. Como resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada vez más fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la máquina coloca al obrero en situación cada vez más precaria; las colisiones entre el obrero individual y el burgués individual adquieren más y más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a formar coaliciones* contra los burgueses y actúan en común para la defensa de sus salarios. Llegan hasta a formar asociaciones permanentes para asegurarse los medios necesarios en previsión de estos eventuales choques. Aquí y allá la lucha estalla en sublevación.      

A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros. Esta unión es propiciada por el crecimiento de los medios de comunicación creados por la gran industria y que ponen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta ese contacto para que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el mismo carácter, se centralicen en una lucha nacional, en una lucha de clases. Pero toda lucha de clases es una lucha política. Y la unión que los habitantes de las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos, con los ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años.    
Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros. Pero resurge, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones intestinas de los burgueses para obligarles a reconocer por ley algunos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra.    
En general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de desarrollo del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente: al principio, contra la aristocracia; después, contra aquellos sectores de la misma burguesía cuyos intereses entran en contradicción con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de todos los demás países. En todas estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a reclamar su ayuda, arrastrándolo así al movimiento político. De tal manera, la burguesía proporciona a los proletarios los elementos de su propia educación*, es decir, armas contra ella misma.
Además, como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita a las filas del proletariado a capas enteras de la clase dominante, o, al menos, amenaza sus condiciones de existencia. También ellas aportan al proletariado numerosos elementos de educación.    
Finalmente, en los períodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el proceso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan agudo que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días un sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado hasta la comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico.    
De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.    
Los estamentos medios —el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino—, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarios únicamente por cuanto tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.    
El lumpemproletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad, puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida, está más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras.    
Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen nada en común con las relaciones familiares burguesas; el trabajo industrial moderno, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Norteamérica que en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión son para él meros prejuicios burgueses detrás de los cuales se ocultan otros tantos intereses de la burguesía.
Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales sino aboliendo el modo de apropiación en vigor y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente.    
Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El movimiento proletario es un movimiento propio de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual, no puede levantarse, no puede incorporarse sin hacer saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial.
Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país deba acabar en primer lugar con su propia burguesía.
Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido el curso de la guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad existente, hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su dominación.    
Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Pero para poder oprimir a una clase es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo, en pleno régimen de servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño burgués llegó a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarlo decaer hasta el punto de tener que mantenerlo, en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede seguir viviendo bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad.    
La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la acumulación de la riqueza en manos de particulares, la formación y el acrecentamiento del capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables.


II

Proletarios y comunistas


¿Qué relación guardan los comunistas con los proletarios en general?    
Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros.
No tienen intereses propios que se distingan de los intereses generales del proletariado.
No proclaman principios especiales* a los que quisieran amoldar el movimiento proletario.
Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto. A la hora de la acción, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante** a los demás; en el aspecto teórico, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, la marcha y los resultados generales del movimiento proletario.    
El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del poder político por el proletariado.  

Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos.
La abolición de las relaciones de propiedad existentes desde antes no es una característica propia del comunismo. Todas las relaciones de propiedad han sufrido constantes cambios históricos, continuas transformaciones históricas. La revolución francesa, por ejemplo, abolió la propiedad feudal en provecho de la propiedad burguesa.
El rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa. Pero la propiedad privada burguesa moderna es la última y más acabada expresión del modo de producción y de apropiación de lo producido basado en los antagonismos de clase, en la explotación de los unos por los otros*. En este sentido, los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única: abolición de la propiedad privada.    
Se nos ha reprochado a los comunistas el querer abolir la propiedad personalmente adquirida, fruto del trabajo propio, esa propiedad que forma la base de toda libertad, actividad e independencia individual.    
¡La propiedad adquirida, fruto del trabajo, del esfuerzo personal! ¿Os referís acaso a la propiedad del pequeño burgués, del pequeño labrador, esa forma de propiedad que ha precedido a la propiedad burguesa? No tenemos que abolirla: el progreso de la industria la ha abolido y está aboliéndola a diario.    
¿O tal vez os referís a la propiedad privada burguesa moderna?    
¿Es que el trabajo asalariado, el trabajo del proletario, crea propiedad para el proletario? De ninguna manera. Lo que crea es capital, es decir, la propiedad que explota al trabajo asalariado y que no puede acrecentarse sino a condición de producir nuevo trabajo asalariado, para volver a explotarlo. En su forma actual, la propiedad se mueve en el antagonismo entre el capital y el trabajo asalariado. Examinemos los dos términos de este antagonismo.     
Ser capitalista significa ocupar no sólo una posición puramente personal en la producción, sino también una posición social. El capital es un producto colectivo; no puede ser puesto en movimiento sino por la actividad conjunta de muchos miembros de la sociedad y, en última instancia, sólo por la actividad conjunta de todos los miembros de la sociedad.     
El capital no es, pues, una fuerza personal; es una fuerza social.     
En consecuencia, si el capital es transformado en propiedad colectiva, perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma en propiedad social. Sólo cambia el caracter social de la propiedad. Ésta pierde su carácter de clase.  
Examinemos el trabajo asalariado.
El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de los medios de subsistencia indispensables al obrero para conservar su vida como tal obrero. Por consiguiente, lo que el obrero asalariado se apropia por su actividad es estrictamente lo que necesita para la mera reproducción de su vida. No queremos de ninguna manera abolir esta apropiación personal de los productos del trabajo, indispensables para la mera reproducción de la vida humana (apropiación, por otro lado, que no deja ningún beneficio líquido que pueda dar un poder sobre el trabajo de otro). Lo que queremos suprimir es el carácter miserable de esa apropiación, que hace que el obrero no viva sino para acrecentar el capital, y tan sólo en la medida en que el interés de la clase dominante exige que viva.     
En la sociedad burguesa, el trabajo vivo no es más que un medio de incrementar el trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado no es más que un medio de ampliar, enriquecer y hacer más fácil la vida de los trabajadores.     
De este modo, en la sociedad burguesa el pasado domina sobre el presente; en la sociedad comunista es el presente el que domina sobre el pasado. En la sociedad burguesa el capital es independiente y tiene personalidad, mientras que el individuo que trabaja carece de independencia y está despersonalizado. ¡Y la burguesía dice que la abolición de semejante estado de cosas es la abolición de la personalidad y de la libertad! Y con razón. Pues se trata, efectivamente, de abolir la personalidad burguesa, la independencia burguesa y la libertad burguesa.    
Por libertad, en las condiciones actuales de la producción burguesa, se entiende la libertad de comercio, la libertad de comprar y vender. Desaparecida la compraventa, desaparecerá también la libertad de compraventa. Las declamaciones sobre la libertad de compraventa, lo mismo que las demás bravatas liberales de nuestra burguesía, sólo tienen sentido aplicadas a la compraventa encadenada y al burgués sojuzgado de la Edad Media; pero no ante la abolición comunista de la compraventa de las relaciones de producción burguesas y de la propia burguesía.    
Os horrorizáis de que queramos abolir la propiedad privada. Pero, en vuestra sociedad actual, la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros; precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad.    
En una palabra, nos acusáis de querer abolir vuestra propiedad.
Efectivamente, eso es lo que queremos.    
Para vosotros, desde el momento en que el trabajo no puede ser convertido en capital, en dinero, en renta de la tierra, en una palabra, en poder social susceptible de ser monopolizado; es decir, desde el instante en que la propiedad personal no puede transformarse en propiedad burguesa, desde ese instante la personalidad queda suprimida.    
Reconocéis, pues, que por personalidad no entendéis sino al burgués, al propietario burgués. Y esta personalidad ciertamente debe ser suprimida. El comunismo no arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los productos sociales; no quita más que el poder de sojuzgar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno.
Se ha objetado que con la abolición de la propiedad privada cesaría toda actividad y sobrevendría una indolencia general.    
Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a manos de la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y los que adquieren no trabajan. Toda la objeción se reduce a esta tautología: no hay trabajo asalariado donde no hay capital.    
Todas las objeciones dirigidas contra el modo comunista de apropiación y de producción de bienes materiales se hacen extensivas igualmente respecto a la apropiación y a la producción de los productos del trabajo intelectual. Lo mismo que para el burgués la desaparición de la propiedad de clase equivale a la desaparición de toda producción, la desaparición de la cultura de clase significa para él la desaparición de toda cultura.    
La cultura cuya pérdida deplora no es para la inmensa mayoría de los hombres más que el adiestramiento que los transforma en máquinas.    
Pero no discutáis con nosotros mientras apliquéis a la abolición de la propiedad burguesa el criterio de vuestras nociones burguesas de libertad, cultura, derecho, etc. Vuestras ideas mismas son producto de las relaciones de producción y de propiedad burguesas, como vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase erigida en ley; voluntad cuyo contenido está determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra clase.    
La concepción interesada que os ha hecho erigir en leyes eternas de la Naturaleza y de la Razón las relaciones sociales dimanadas de vuestro modo de producción y de propiedad —relaciones históricas que surgen y desaparecen en el curso de la producción—, la compartís con todas las clases dominantes hoy desaparecidas. Lo que concebís para la propiedad antigua, lo que concebís para la propiedad feudal, no os atrevéis a admitirlo para la propiedad burguesa.    
¡Querer abolir la familia! Hasta los más radicales se indignan ante este infame designio de los comunistas.    
¿En qué bases descansa la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro privado. La familia plenamente desarrollada no existe más que para la burguesía; pero encuentra su complemento en la supresión forzosa de toda familia para el proletariado y en la prostitución pública.    
La familia burguesa desaparece naturalmente al dejar de existir ese complemento suyo, y ambos desaparecen con la desaparición del capital.    
¿Nos reprocháis el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres? Confesamos este crimen.    
Pero decís que destruimos los vínculos más íntimos, sustituyendo la educación doméstica por la educación social.    
Y vuestra educación, ¿no está también determinada por la sociedad, por las condiciones sociales en que educáis a vuestros hijos, por la intervención directa o indirecta de la sociedad a través de la escuela, etc? Los comunistas no han inventado esta intromisión de la sociedad en la educación; no hacen más que cambiar su carácter y arrancar la educación a la influencia de la clase dominante.    
Las declamaciones burguesas sobre la familia y la educación, sobre los dulces lazos que unen a los padres con sus hijos, resultan más repugnantes a medida que la gran industria destruye todo vínculo de familia para el proletario y transforma a los niños en simples artículos de comercio, en simples instrumentos de trabajo.    
¡Pero es que vosotros, los comunistas, queréis establecer la comunidad de las mujeres! —nos grita a coro toda la burguesía.    
Para el burgués, su mujer no es otra cosa que un instrumento de producción. Oye decir que los instrumentos de producción deben ser de utilización común, y, naturalmente, no puede por menos de pensar que las mujeres correrán la misma suerte con la socialización.     
No sospecha que se trata precisamente de acabar con esa situación de la mujer como simple instrumento de producción.  

Nada más grotesco, por otra parte, que el horror ultramoral que inspira a nuestros burgueses la pretendida comunidad oficial de las mujeres que atribuyen a los comunistas. Los comunistas no tienen necesidad de introducir la comunidad de las mujeres: casi siempre ha existido.
Nuestros burgueses, no satisfechos con tener a su disposición las mujeres y las hijas de sus obreros, sin hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer singular en seducir mutuamente las esposas.    
El matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad de las esposas. A lo sumo, se podría acusar a los comunistas de querer sustituir una comunidad de las mujeres hipócritamente disimulada, por una comunidad franca y oficial. Es evidente, por otra parte, que con la abolición de las relaciones de producción actuales desaparecerá la comunidad de las mujeres que de ellas se deriva, es decir, la prostitucion oficial y no oficial.    
Se acusa también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad.
Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Pero, en la medida que el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la condición de clase nacional*, constituirse en nación, todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués.    
El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial, con la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden.    
El dominio del proletariado los hará desaparecer más deprisa todavía. La acción común, al menos de los países civilizados, es una de las primeras condiciones de su emancipación.    
En la misma medida en que sea abolida la explotación de un individuo por otro, será abolida la explotación de una nación por otra.    
Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases en el interior de las naciones, desaparecerá la hostilidad de las naciones entre sí.    
En cuanto a las acusaciones lanzadas contra el comunismo, partiendo del punto de vista de la religión, de la filosofía y de la ideología en general, no merecen un examen detallado.    
¿Acaso se necesita una gran perspicacia para comprender que con toda modificación en las condiciones de vida, en las relaciones sociales, en la existencia social, cambian también las ideas, las nociones y las concepciones, en una palabra, la conciencia del hombre?    
¿Qué demuestra la historia de las ideas sino que la producción intelectual se transforma con la producción material? Las ideas dominantes en cualquier época siempre han sido las ideas de la clase dominante.
Cuando se habla de ideas que revolucionan toda una sociedad, se expresa solamente el hecho de que en el seno de la vieja sociedad se han formado los elementos de una nueva, y la disolución de las viejas ideas marcha a la par con la disolución de las antiguas condiciones de vida.    
En el ocaso del mundo antiguo, las viejas religiones fueron vencidas por la religión cristiana. Cuando, en el siglo XVIII, las ideas cristianas fueron vencidas por las ideas de la Ilustración, la sociedad feudal libraba una lucha a muerte contra la burguesía, entonces revolucionaria. Las ideas de libertad religiosa y de libertad de conciencia no hicieron más que reflejar el reinado de la libre concurrencia en el dominio del saber.    
“Sin duda —se nos dirá—, las ideas religiosas, morales, filosóficas, políticas, jurídicas, etc, se han ido modificando en el curso del desarrollo histórico. Pero la religión, la moral, la filosofía, la política, el derecho se han mantenido siempre a través de estas transformaciones. Existen, además, verdades eternas, tales como la libertad, la justicia, etc, que son comunes a todo estado de la sociedad. Pero el comunismo quiere abolir estas verdades eternas, quiere abolir la religión y la moral, en lugar de darles una forma nueva, y por eso contradice a todo el desarrollo histórico anterior”.    
¿A qué se reduce esta acusación? La historia de todas las sociedades que han existido hasta hoy se desenvuelve en medio de contradicciones de clase, de contradicciones que revisten formas diversas en las diferentes épocas.    
Pero cualquiera que haya sido la forma de estas contradicciones, la explotación de una parte de la sociedad por la otra es un hecho común a todos los siglos anteriores. Por consiguiente, no tiene nada de asombroso que la conciencia social de todos los siglos, a despecho de toda variedad y de toda diversidad, se haya movido siempre dentro de ciertas formas comunes, dentro de unas formas —formas de conciencia—, que no desaparecerán completamente más que con la desaparición definitiva de los antagonismos de clase.    
La revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales; nada de extraño tiene que en el curso de su desarrollo rompa de la manera más radical con las ideas tradicionales. Pero dejemos aquí las objeciones hechas por la burguesía al comunismo. Como ya hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia.    
El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.    
Esto, naturalmente, no podrá cumplirse al principio más que por una violación despótica del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción, es decir, por la adopción de medidas que desde el punto de vista económico parecerán insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas* y serán indispensables como medio para transformar radicalmente todo el modo de producción.    
Estas medidas, naturalmente, serán diferentes en los diversos países.
Sin embargo, en los países más avanzados podrán ser puestas en práctica casi en todas partes las siguientes medidas:    
1. Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos del Estado.   
2. Fuerte impuesto progresivo.
3. Abolición del derecho de herencia.    
4. Confiscación de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos.    
5. Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y régimen de monopolio.    
6. Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte.
7. Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos de producción, roturación de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, según un plan general.
8. Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente para la agricultura.
9. Combinación de la agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer gradualmente la diferencia entre la ciudad y el campo*.    
10. Educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo infantil en las fábricas tal como se practica hoy; régimen de educación combinado con la producción material, etc.    
Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el poder público perderá su carácter político. El poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase, si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime, al mismo tiempo que estas relaciones de producción, las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general, y, por tanto, su propia dominación como clase.    
En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, surgirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno será la condición del libre desarrollo de todos.


III

Literatura socialista y comunista

 

1. EL SOCIALISMO REACCIONARIO

a) El socialismo feudal

 

Por su posición histórica, las aristocracias francesa e inglesa estaban llamadas a escribir libelos contra la moderna sociedad burguesa. En la revolución francesa de julio de 1830 y en el movimiento inglés por la reforma parlamentaria25, habían sucumbido una vez más bajo los golpes del odiado advenedizo. En adelante no podía hablarse siquiera de una lucha política seria. No les quedaba más que la lucha literaria. Pero, también en el terreno literario, la vieja fraseología de la época de la Restauración* había llegado a ser inaplicable. Para crearse simpatías, era menester que la aristocracia aparentase no tener en cuenta sus propios intereses y que formulara su acta de acusación contra la burguesía sólo en interés de la clase obrera explotada. Se dio de esta suerte la satisfacción de componer canciones satíricas contra su nuevo amo y de musitarle al oído profecías más o menos siniestras.    
Así es como nació el socialismo feudal, mezcla de jeremiadas y pasquines, de ecos del pasado y de amenazas sobre el porvenir. Si alguna vez su crítica amarga, mordaz e ingeniosa hirió a la burguesía en el corazón, su incapacidad absoluta para comprender la marcha de la historia moderna concluyó siempre por cubrirlo de ridículo.    
A guisa de bandera, estos señores enarbolaban el saco de mendigo del proletario, a fin de atraer al pueblo. Pero cada vez que el pueblo acudía, advertía que sus posaderas estaban ornadas con el viejo blasón feudal y se dispersaba en medio de grandes e irreverentes carcajadas.    
Una parte de los legitimistas franceses y la “Joven Inglaterra’’26 han dado al mundo este espectáculo cómico.    
Cuando los campeones del feudalismo aseveran que su modo de explotación era distinto del de la burguesía, olvidan una cosa, y es que ellos explotaban en condiciones y circunstancias por completo diferentes y hoy anticuadas. Cuando advierten que bajo su dominación no existía el proletariado moderno, olvidan que la burguesía moderna es precisamente un retoño necesario del régimen social suyo.    
Disfrazan tan poco, por otra parte, el carácter reaccionario de su crítica, que la principal acusación que presentan contra la burguesía es precisamente haber creado bajo su régimen una clase que hará saltar por los aires todo el antiguo orden social. Lo que imputan a la burguesía no es tanto el haber hecho surgir un proletariado en general, sino el haber hecho surgir un proletariado revolucionario.    
Por eso, en la práctica política, toman parte en todas las medidas de represión contra la clase obrera. Y en la vida diaria, a pesar de su fraseología ampulosa, se las ingenian para recoger los frutos de oro* y trocar el honor, el amor y la fidelidad por el comercio en lanas, remolacha azucarera y aguardiente**.    
Del mismo modo que el cura y el señor feudal han marchado siempre de la mano, el socialismo clerical marcha unido con el socialismo feudal.
Nada más fácil que recubrir con un barniz socialista el ascetismo cristiano. ¿Acaso el cristianismo no se levantó también contra la propiedad privada, el matrimonio y el Estado? ¿No predicó en su lugar la caridad y la pobreza, el celibato y la mortificación de la carne, la vida monástica y la iglesia? El socialismo cristiano no es más que el agua bendita con que el clérigo consagra el despecho de la aristocracia.

 

b) El socialismo pequeño burgués

 

La aristocracia feudal no es la única clase derrumbada por la burguesía y no es la única clase cuyas condiciones de existencia empeoran y van extinguiéndose en la sociedad burguesa moderna. Los habitantes de las ciudades medievales y el estamento de los pequeños agricultores de la Edad Media fueron los precursores de la burguesía moderna. En los países con una industria y un comercio menos desarrollados, esta clase continúa vegetando al lado de la burguesía en auge.    
En los países donde se ha desarrollado la civilización moderna se ha formado —y, como parte complementaria de la sociedad burguesa, sigue formándose sin cesar— una nueva clase de pequeños burgueses que oscila entre el proletariado y la burguesía. Pero los individuos que la componen se ven continuamente precipitados a las filas del proletariado a causa de la competencia y, con el desarrollo de la gran industria, ven aproximarse el momento en que desaparecerán por completo como fracción independiente de la sociedad moderna para ser reemplazados en el comercio, la manufactura y la agricultura por capataces y empleados.    
En países como Francia, donde los campesinos constituyen bastante más de la mitad de la población, era natural que los escritores que defendiesen la causa del proletariado contra la burguesía aplicasen a su crítica del régimen burgués el rasero del pequeño burgués y del pequeño campesino y defendiesen la causa obrera desde el punto de vista de la pequeña burguesía. Así se formó el socialismo pequeño-burgués. Sismondi27 es el más alto exponente de esta literatura, no sólo en Francia, sino también en Inglaterra.
Este socialismo analizó con mucha sagacidad las contradicciones inherentes a las modernas relaciones de producción. Puso al desnudo las hipócritas apologías de los economistas. Demostró de una manera irrefutable los efectos destructores de la maquinaria y de la división del trabajo, la concentración de los capitales y de la propiedad territorial, la superproducción, las crisis, la inevitable ruina de los pequeños burgueses y de los campesinos, la miseria del proletariado, la anarquía en la producción, la escandalosa desigualdad en la distribución de las riquezas, la exterminadora guerra industrial de las naciones entre sí, la disolución de las viejas costumbres, de las antiguas relaciones familiares, de las viejas nacionalidades.    
Sin embargo, el contenido positivo de ese socialismo consiste, bien en su anhelo de restablecer los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos las antiguas relaciones de propiedad y toda la sociedad antigua, bien en querer encajar por la fuerza los medios modernos de producción y de cambio en el marco de las antiguas relaciones de propiedad, que ya fueron rotas, que fatalmente debían ser rotas por ellos. En uno y otro caso, este socialismo es a la vez reaccionario y utópico.    
Para la manufactura, el sistema gremial; para la agricultra, el régimen patriarcal; he aquí su última palabra.    
En su ulterior desarrollo esta tendencia ha caído en un marasmo cobarde*.

 

c) El socialismo alemán o socialismo “verdadero”

 

La literatura socialista y comunista de Francia, que nació bajo el yugo de una burguesía dominante como expresión literaria de la lucha contra dicha dominación, fue introducida en Alemania en el momento en que la burguesía acababa de comenzar su lucha contra el absolutismo feudal. Filósofos, semifilósofos e ingenios de salón alemanes se lanzaron ávidamente sobre esta literatura; pero olvidaron que con la importación de la literatura francesa no habían sido importadas a Alemania, al mismo tiempo, las condiciones sociales de Francia. En las condiciones alemanas, la literatura francesa perdió toda significación práctica inmediata y tomó un carácter puramente literario. Debía parecer más bien una especulación ociosa sobre la realización de la esencia humana. De este modo, para los filósofos alemanes del siglo XVIII, las reivindicaciones de la primera revolución francesa no eran más que reivindicaciones de la “razón práctica” en general, y las manifestaciones de la voluntad de la burguesía revolucionaria de Francia no expresaban a sus ojos más que las leyes de la voluntad pura, de la voluntad tal como debía ser, de la voluntad verdaderamente humana. Toda la labor de los literatos alemanes se redujo exclusivamente a poner de acuerdo las nuevas ideas francesas con su vieja conciencia filosófica, o, más exactamente, a asimilarse las ideas francesas partiendo de sus propias opiniones filosóficas.    
Y se las asimilaron como se asimila en general una lengua extranjera: por la traducción.    
Se sabe cómo los frailes superpusieron sobre los manuscritos de las obras clásicas del antiguo paganismo las absurdas descripciones de la vida de los santos católicos. Los literatos alemanes procedieron inversamente con respecto a la literatura profana francesa. Deslizaron sus absurdos filosóficos bajo el original francés. Por ejemplo: bajo la crítica francesa de las funciones del dinero, escribían: “enajenación de la esencia humana”; bajo la crítica francesa del Estado burgués, decían: “eliminación del poder de lo universal abstracto”, y así sucesivamente.    
A esta interpolación de su fraseología filosófica en la crítica francesa le dieron el nombre de “filosofía de la acción”, “socialismo verdadero”, “ciencia alemana del socialismo”, “fundamentación filosófica del socialismo”, etc.    
De esta manera fue completamente castrada la literatura socialista-comunista francesa. Y como en manos de los alemanes dejó de ser la expresión de la lucha de una clase contra otra, los alemanes se imaginaron estar muy por encima de la “estrechez francesa” y haber defendido, en lugar de las verdaderas necesidades, la necesidad de la verdad, en lugar de los intereses del proletariado, los intereses de la esencia humana, del hombre en general, del hombre que no pertenece a ninguna clase ni a ninguna realidad y que no existe más que en el cielo brumoso de la fantasía filosófica. Este socialismo alemán, que tomaba tan solemnemente en serio sus torpes ejercicios de escolar y que con tanto estrépito charlatanesco los lanzaba a los cuatro vientos, fue perdiendo poco a poco su inocencia pedantesca.    
La lucha de la burguesía alemana, y principalmente de la burguesía prusiana, contra los feudales y la monarquía absoluta, en una palabra, el movimiento liberal, adquiría un carácter más serio.    
De esta suerte, se le ofreció al “verdadero” socialismo la ocasión tan deseada de contraponer al movimiento político las reivindicaciones socialistas, de fulminar los anatemas tradicionales contra el liberalismo, contra el Estado representativo, contra la concurrencia burguesa, contra la libertad burguesa de prensa, contra el derecho burgués, contra la libertad y la igualdad burguesas, y de predicar a las masas populares que ellas no tenían nada que ganar, y que más bien perderían todo en este movimiento burgués. El socialismo alemán olvidó muy a propósito que la crítica francesa, de la cual era un simple eco insípido, presuponía la sociedad burguesa moderna, con las correspondientes condiciones materiales de vida y una constitución política adecuada, es decir, precisamente las premisas que todavía se trataba de conquistar en Alemania.    
Para los gobiernos absolutos de Alemania, con su séquito de clérigos, de mentores, de hidalgos rústicos28 y de burócratas, este socialismo se convirtió en un espantajo propicio contra la burguesía, que se levantaba amenazadora.    
Formó el complemento dulzarrón de los amargos latigazos y tiros con que esos mismos gobiernos respondían a los alzamientos de los obreros alemanes.    
Si el “verdadero” socialismo se convirtió de este modo en un arma en manos de los gobiernos contra la burguesía alemana, representaba además, directamente, un interés reaccionario, el interés del pequeño burgués alemán. La pequeña burguesía, legada por el siglo XVI y desde entonces renacida sin cesar bajo diversas formas, constituye para Alemania la verdadera base social del orden establecido.    
Mantenerla es conservar en Alemania el orden establecido. La supremacía industrial y política de la burguesía le amenaza con una muerte cierta: de una parte, por la concentración de los capitales, y de otra, por el desarrollo de un proletariado revolucionario. A la pequeña burguesía le pareció que el “verdadero” socialismo podía matar los dos pájaros de un tiro. Y éste se propagó como una epidemia. Tejido con los hilos de araña de la especulación, bordado de flores retóricas y bañado por un rocío sentimental, ese ropaje fantástico en que los socialistas alemanes envolvieron sus tres o cuatro descarnadas “verdades eternas”, no hizo sino aumentar la demanda de su mercancía entre semejante público.    
Por su parte, el socialismo alemán comprendió cada vez mejor que estaba llamado a ser el representante pomposo de esta pequeña burguesía.    
Proclamó que la nación alemana era la nación modelo y el mesócrata alemán el hombre modelo. A todas las infamias de este hombre modelo les dio un sentido oculto, un sentido superior y socialista, contrario a la realidad. Fue consecuente hasta el fin, manifestándose de un modo abierto contra la tendencia “brutalmente destructiva” del comunismo y declarando su imparcial elevación por encima de todas las luchas de clases. Salvo muy raras excepciones, todas las obras llamadas socialistas que circulan en Alemania pertenecen a esta inmunda y enervante literatura*.

 

2. EL SOCIALISMO CONSERVADOR O BURGUÉS

 

Una parte de la burguesía desea remediar los males sociales con el fin de consolidar la sociedad burguesa.    
A esta categoría pertenecen los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que pretenden mejorar la suerte de las clases trabajadoras, los organizadores de la beneficencia, los protectores de animales, los fundadores de las sociedades de templanza, los reformadores domésticos de toda laya. Y hasta se ha llegado a elaborar este socialismo burgués en sistemas completos.
Citemos como ejemplo la Filosofía de la Miseria, de Proudhon.
Los burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que surgen fatalmente de ellas. Quieren la sociedad actual sin los elementos que la revolucionan y descomponen. Quieren la burguesía sin el proletariado. La burguesía, como es natural, se representa el mundo en que ella domina como el mejor de los mundos. El socialismo burgués hace de esta representación consoladora un sistema más o menos completo. Cuando invita al proletariado a llevar a la práctica su sistema y a entrar en la nueva Jerusalén, no hace otra cosa, en el fondo, que inducirle a continuar en la sociedad actual, pero despojándose de la concepción odiosa que se ha formado de ella.    
Otra forma de este socialismo, menos sistemática pero más práctica, intenta apartar a los obreros de todo movimiento revolucionario, demostrándoles que no es tal o cual cambio político el que podrá beneficiarles, sino solamente una transformación de las condiciones materiales de vida, de las relaciones económicas. Pero, por transformación de las condiciones materiales de vida, este socialismo no entiende, en modo alguno, la abolición de las relaciones de producción burguesas —lo que no es posible más que por vía revolucionaria—, sino únicamente reformas administrativas realizadas sobre la base de las mismas relaciones de producción burguesas, y que, por tanto, no afectan a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo únicamente, en el mejor de los casos, para reducirle a la burguesía los gastos que requiere su dominio y para simplificarle la administración de su Estado.    
El socialismo burgués no alcanza su expresión adecuada sino cuando se convierte en simple figura retórica.    
¡Libre cambio, en interés de la clase obrera! ¡Aranceles protectores, en interés de la clase obrera! ¡Prisiones celulares, en interés de la clase obrera! He ahí la última palabra del socialismo burgués, la única, que ha dicho seriamente.    
El socialismo burgués se resume precisamente en esta afirmación: los burgueses son burgueses en interés de la clase obrera.

 

3. EL SOCIALISMO Y EL COMUNISMO CRÍTICO-UTÓPlCOS

 

No se trata aquí de la literatura que en todas las grandes revoluciones modernas ha formulado las reivindicaciones del proletariado (los escritos de Babeuf30, etc.). Las primeras tentativas directas del proletariado para hacer prevalecer sus propios intereses de clase, realizadas en tiempos de efervescencia general, en el período del derrumbamiento de la sociedad feudal, fracasaron necesariamente, tanto por el débil desarrollo del mismo proletariado como por la ausencia de las condiciones materiales de su emancipación, condiciones que surgen sólo como producto de la época burguesa. La literatura revolucionaria que acompaña a estos primeros movimientos del proletariado es forzosamente, por su contenido, reaccionaria. Preconiza un ascetismo general y un burdo igualitarismo.    
Los sistemas socialistas y comunistas propiamente dichos, los sistemas de Saint-Simon, de Fourier, de Owen31, etc, hacen su aparición en el período inicial y rudimentario de la lucha entre el proletariado y la burguesía, período descrito anteriormente (véase “Burgueses y proletarios”).    
Los inventores de estos sistemas, por cierto, se dan cuenta del antagonismo de las clases, así como de la acción de los elementos destructores dentro de la misma sociedad dominante. Pero no advierten del lado del proletariado ninguna iniciativa histórica, ningún movimiento político propio.    
Como el desarrollo del antagonismo de clases va a la par con el desarrollo de la industria, tampoco pueden encontrar las condiciones materiales de la emancipación del proletariado, y se lanzan en busca de una ciencia social, de unas leyes sociales que permitan crear esas condiciones.    
En lugar de la acción social tienen que poner la acción de su propio ingenio; en lugar de las condiciones históricas de la emancipación, condiciones fantásticas; en lugar de la organización gradual del proletariado en clase, una organización de la sociedad inventada por ellos. La futura historia del mundo se reduce para ellos a la propaganda y ejecución práctica de sus planes sociales.    
En la confección de sus planes tienen conciencia, por cierto, de defender ante todo los intereses de la clase obrera, por ser la clase que más sufre. El proletariado no existe para ellos sino bajo el aspecto de la clase que más padece.    
Pero la forma rudimentaria de la lucha de clases, así como su propia posición social, les lleva a considerarse muy por encima de todo antagonismo de clase. Desean mejorar las condiciones de vida de todos los miembros de la sociedad, incluso de los más privilegiados. Por eso no cesan de apelar a toda la sociedad sin distinción, e incluso se dirigen con preferencia a la clase dominante. Porque basta con comprender su sistema, para reconocer que es el mejor de todos los planes posibles para la mejor de todas las sociedades posibles.    
Repudian, por eso, toda acción política y, en particular, toda acción revolucionaria; se proponen alcanzar su objetivo por medios pacíficos, intentando abrir camino al nuevo evangelio social valiéndose de la fuerza del ejemplo, por medio de pequeños experimentos, que naturalmente fracasan siempre.    
Estas fantásticas descripciones de la sociedad futura, que surgen en una época en que el proletariado, todavía muy poco desarrollado, considera aún su propia situación de una manera también fantástica, provienen de las primeras aspiraciones de los obreros, llenas de profundo presentimiento hacia una completa transformación de la sociedad.
Pero estas obras socialistas y comunistas encierran también elementos críticos. Atacan todas las bases de la sociedad existente. Y de este modo han proporcionado materiales de un gran valor para instruir a los obreros. Sus tesis positivas referentes a la sociedad futura, tales como la supresión del contraste entre la ciudad y el campo*, la abolición de la familia, de la ganancia privada y del trabajo asalariado, la proclamación de la armonía social y la transformación del Estado en una simple administración de la producción; todas estas tesis no hacen sino enunciar la eliminación del antagonismo de las clases, antagonismo que comienza solamente a perfilarse y del que los inventores de sistemas no conocen sino las primeras formas indistintas y confusas. Así, estas tesis tampoco tienen más que un sentido puramente utópico.    
La importancia del socialismo y del comunismo crítico-utópicos está en razón inversa al desarrollo histórico. A medida que la lucha de clases se acentúa y toma formas más definidas, el fantástico afán de ponerse por encima de ella, esa fantástica oposición que se le hace, pierde todo valor práctico, toda justificación teórica. He ahí por qué si en muchos aspectos los autores de esos sistemas eran revolucionarios, las sectas formadas por sus discípulos son siempre reaccionarias, pues se aferran a las viejas concepciones de sus maestros a pesar del ulterior desarrollo histórico del proletariado. Buscan, pues, y en eso son consecuentes, embotar la lucha de clases y conciliar los antagonismos. Continúan soñando con la experimentación de sus utopías sociales; con establecer falansterios aislados, crear home-colonies en sus países o fundar una pequeña Icaria*, edición en miniatura de la nueva Jerusalén. Y para la construcción de todos estos castillos en el aire se ven forzados a apelar a la filantropía de los corazones y los bolsillos burgueses. Poco a poco van cayendo en la categoría de los socialistas reaccionarios o conservadores descritos más arriba y sólo se distinguen de ellos por una pedantería más sistemática y una fe supersticiosa y fanática en la eficacia milagrosa de su ciencia social.    
Por eso se oponen con encarnizamiento a todo movimiento político de la clase obrera, pues no ven en él sino el resultado de una ciega falta de fe en el nuevo evangelio. Los owenistas, en Inglaterra, reaccionan contra los cartistas32, y los fourieristas, en Francia, contra los reformistas33.


IV
Actitud de los comunistas respecto a los diferentes partidos de oposición


Después de lo dicho en el capítulo II, la actitud de los comunistas respecto de los partidos obreros ya constituidos se explica por sí misma, y por tanto su actitud respecto de los cartistas de Inglaterra y los partidarios de la reforma agraria en América del Norte.    
Los comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase obrera; pero, al mismo tiempo, defienden también, dentro del movimiento actual, el porvenir de ese movimiento. En Francia, los comunistas se suman al Partido Socialista Democrático* contra la burguesía conservadora y radical, sin renunciar, sin embargo, al derecho de criticar las ilusiones y los tópicos legados por la tradición revolucionaria.    
En Suiza apoyan a los radicales, sin desconocer que este partido se compone de elementos contradictorios, en parte de socialistas democráticos, al estilo francés, y en parte de burgueses radicales.
Entre los polacos, los comunistas apoyan al partido que ve en una revolución agraria la condición de la liberación nacional; es decir, al partido que provocó en 184635 la insurrección de Cracovia.    
En Alemania, el Partido Comunista lucha al lado de la burguesía, en tanto que ésta actúa revolucionariamente contra la monarquía absoluta, la propiedad territorial feudal y la pequeña burguesía reaccionaria.    
Pero jamás, en ningún momento, se olvida este partido de inculcar a los obreros la más clara conciencia del antagonismo hostil que existe entre la burguesía y el proletariado, a fin de que los obreros alemanes sepan convertir de inmediato las condiciones sociales y políticas que forzosamente ha de traer consigo la dominación burguesa en otras tantas armas contra la burguesía, a fin de que, tan pronto sean derrocadas las clases reaccionarias en Alemania, comience inmediatamente la lucha contra la misma burguesía.    
Los comunistas fijan su principal atención en Alemania porque Alemania se halla en vísperas de una revolución burguesa y porque llevará a cabo esta revolución bajo las condiciones más progresivas de la civilización europea en general, y con un proletariado mucho más desarrollado que el de Inglaterra en el sigo XVII y el de Francia en el XVIII, y, por lo tanto, la revolución burguesa alemana no podrá ser sino el preludio inmediato de una revolución proletaria.    
En resumen, los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el régimen social y político existente.    
En todos estos movimientos, ponen en primer término, como aspecto fundamental, la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos desarrollada que ésta revista.

En fin, los comunistas trabajan en todas partes por la unión y el acuerdo entre los partidos democráticos de todos los países.    
Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.


¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES, UNÍOS!

 

NOTAS

 

1. Se alude a la revolución de Febrero de 1848 en Francia.—

2. Se trata de la insurrección del proletariado parisino del 23-26 de junio de 1848, que fue el punto culminante del desarrollo de la revolución de 1848-1849 en Europa.—

3. Comuna de París de 1871: Gobierno revolucionario de la clase obrera, formado por la revolución proletaria en París; primer gobierno de la dictadura del proletariado que conoce la historia. Existió 72 días: desde el 18 de marzo hasta el 28 de mayo de 1871.—

4. Darwin, Carlos Roberto (1809-1882): hombre de ciencia inglés, fundador de la biología materialista. Fue el primero en argumentar, sobre la base de unos abundantes datos de ciencias naturales, la teoría del desarrollo de la naturaleza viva y demostró que el mundo orgánico evolucionaba de formas simples a formas más complicadas y que el surgimiento de formas nuevas y la desaparición de las viejas es resultado de la evolución histórico-natural.
      La médula de la teoría de Darwin es su doctrina sobre el origen de las especies por vía de selección natural y artificial. Afirmaba que a los organismos les son inherentes la mutabilidad y la herencia. Los cambios provechosos al animal o a la planta en su lucha por la existencia se consolidan y determinan la aparición de nuevas formas animales y vegetales. Expuso los principios y las pruebas fundamentales de esta doctrina en el libro El origen de las especies (1895).—

5. Véase la nota a la pág. 20.—

6. Proudhon, Pedro José (1809-1865): publicista, economista y sociólogo francés, ideólogo de la pequeña burguesía y uno de los fundadores del anarquismo. Proudhon soñaba con perpetuar la pequeña propiedad privada y criticaba, desde posiciones pequeñoburguesas, la gran propiedad capitalista. Proponía organizar el “Banco del Pueblo”, que, por medio del “crédito gratuito”, ayudaría a los obreros a adquirir medios de producción propios y hacerse artesanos. Fue también reaccionaria la idea utópica de Proudhon de fundar “Bancos de Cambio” que asegurarían a los trabajadores la venta “equitativa” de sus productos y no afectarían, al mismo tiempo, la propiedad capitalista de los medios e instrumentos de producción. Proudhon no comprendía el papel histórico del proletariado, tenía una actitud negativa ante la lucha de clases, la revolución proletaria y la dictadura del proletariado y negaba, partiendo de las posiciones anarquistas, la necesidad del Estado. Marx y Engels lucharon consecuentemente contra las tentativas de los proudhonistas de imponer sus criterios a la I Internacional. Marx criticó duramente la doctrina de Proudhon en su libro Miseria de la Filosofía.—

7. Lassalleanos: partidarios y seguidores del socialista pequeñoburgués alemán F. Lassalle, miembros de la Unión General Obrera Alemana, fundada en 1863 en el Congreso de las sociedades obreras en Leipzig. Su primer presidente fue Lassalle, que expuso el programa y los fundamentos de la táctica de la Unión. La constitución de un partido político de masas de la clase obrera fue indudablemente un paso adelante en el desarrollo del movimiento obrero en Alemania. Sin embargo, Lassalle y sus adeptos ocuparon una posición oportunista con respecto a cuestiones teóricas y políticas fundamentales. Consideraban posible utilizar el Estado prusiano para resolver el problema social e intentaron entablar conversaciones con Bismarck, jefe del gobierno prusiano. Marx y Engels criticaron repetidas veces y con dureza la teoría, la táctica y los principios de organización de los lassalleanos como corriente oportunista en el movimiento obrero alemán.— 24

8. “Kólokol” (“La Campana”): periódico democrático-revolucionario editado de 1857 a 1867 por los demócratas revolucionarios A. Herzen y N. Ogariov; se publicó hasta 1865 en Londres y, más tarde, en Ginebra.— 24

9. Owenistas: partidarios y adeptos del socialista utopista inglés Roberto Owen (1771-1858). Owen sometió a una acerba crítica los fundamentos del régimen capitalista, pero no supo descubrir las verdaderas raíces de las contradicciones del capitalismo. Consideraba que la causa principal de la desigualdad social radicaba en la insuficiente difusión de la instrucción, y no en el propio modo de producción capitalista, y que podría ser suprimida mediante la divulgación de conocimientos y las reformas sociales, de las que presentó un amplio programa. Veía la futura sociedad “racional” en forma de libre federación de pequeñas comunas con autoadministración. Sin embargo, los intentos que hizo de llevar a la práctica sus ideas, terminaron en un fracaso.— 25

10. Fourieristas: partidarios y seguidores del socialista utópico francés Carlos Fourier (1772-1837). Fourier ofreció una crítica dura y profunda del régimen burgués y dibujó un cuadro de la futura sociedad humana “armónica”, basada en el conocimiento de las pasiones humanas. Se pronunciaba en contra de la revolución violenta y suponía que podía pasarse a la sociedad socialista futura mediante una propaganda pacífica de los falansterios (asociaciones laborales) modelo, en los que el trabajo voluntario y atractivo se convertiría en una necesidad del hombre. Sin embargo, Fourier no era partidario de la abolición de la propiedad privada y en sus falansterios existían los ricos y los pobres.—

11. Cabet, Esteban (1778-1856): publicista pequeñoburgués francés, destacado representante del comunismo utópico. Opinaba que se podían eliminar los defectos del régimen burgués mediante la transformación pacífica de la sociedad. Expuso sus ideas en el libro Un viaje a Icaria (1840) y trató de llevarlas a la práctica organizando una comunidad comunista en América, pero su experimento terminó con un fracaso rotundo.
      Weitling, Guillermo (1808-1871): destacada personalidad del movimiento obrero de Alemania en el período de su surgimiento, uno de los teóricos del comunismo “igualitario” utópico. Los criterios de Weitling desempeñaron, según Engels, un papel positivo “como primer movimiento teórico independiente del proletariado alemán”, mas cuando apareció el comunismo científico empezaron a frenar el desarrollo de la conciencia de clase del proletariado.—

12. La edición mencionada se publicó en 1869. En el prefacio de Engels a la edición inglesa de 1888 también se cita con inexactitud la fecha de aparición de la traducción al ruso del “Manifiesto”.—

13. Se trata de la situación creada después del asesinato del emperador Alejandro II, perpetrado por los miembros de la “Voluntad del Pueblo” el 1 de marzo de 1881. Alejandro III, que subió al trono, no abandonaba Gátchina por temor ante las intervenciones revolucionarias y posibles actos de terror de la “Voluntad del Pueblo” (organización política secreta de los populistas terroristas).—

14. Se trata del proceso provocador (4 de octubre-12 de noviembre de 1852), tramado por el Gobierno de Prusia. Se procesaron once miembros de la organización internacional “Liga de los Comunistas” (1847-1852), acusados de “complot con carácter de alta traición”. Con ayuda de falsos documentos y testimonios siete procesados fueron condenados a presidio por plazos de tres a seis años.—

15. Véase: C. Marx. Estatutos Generales de la Asociación Internacional de la Trabajadores.—

16. La Polonia del Congreso: así se denominaba la parte de Polonia que bajo el nombre oficial del Reino de Polonia, pasó a Rusia según los acuerdos del Congreso de Viena, celebrado en 1814-1815. —

17. Napoleón III (Luis Bonaparte) (1808-1873): sobrino de Napoleón I, presidente de la Segunda República (1848-1851) y emperador de Francia (1852-1870).
      Bismarck, Otón Eduardo Leopoldo (1815-1898): estadista y diplomático de Prusia y Alemania. En su política exterior e interior se guiaba por los intereses de los junkers y la gran burguesía. Mediante guerras de rapiña y afortunados actos diplomáticos logró en 1871 reunificar a Alemania bajo la hegemonía de Prusia. Canciller del Imperio Alemán de 1871 a 1890. “La revolución de 1848, al igual que otras muchas anteriores a ella, ha tenido un destino bien extraño. Los mismos que las habían aplastado se convirtieron, como solía decir Marx, en sus albaceas testamentarios. Luis Napoleón se vio obligado a crear la Italia una e independiente. Bismarck tuvo que revolucionar Alemania a su manera y devolver a Hungría cierta independencia...” (Engels, prefacio a la edición inglesa de La situación de la clase obrera en Inglaterra).—

18. Se alude a la insurrección nacional-liberadora, iniciada en enero de 1863 en la provincias polacas que formaban parte del Imperio Ruso. Las tropas del zar reprimieron con crueldad. Los gobiernos de las potencias de Europa Occidental, en cuya intervención cifraban sus esperanzas los dirigentes de la insurrección, de tendencias conservaduristas, no fueron más allá de gestiones diplomáticas traicionando de hecho a los sublevados. —

19. El Papa Pío IX, elegido al trono en 1846, se consideraba entonces un “liberal”, pero era tan enemigo del socialismo como el zar ruso Nicolás I, que ya antes de la revolución de 1848 desempeñaba el papel de gendarme de Europa.
      Metternich, canciller del Imperio austríaco y jefe reconocido de toda la reacción europea, entabló por aquel entonces contactos con Guizot, destacado historiador y ministro francés, ideólogo de la gran burguesía financiera e industrial y enemigo irreconciliable del proletariado. Por demanda del Gobierno prusiano, Guizot desterró a Marx de París. Los policías alemanes no dejaban en paz a los comunistas no sólo en Alemania, sino también en Francia, Bélgica e incluso en Suiza, procurando impedir su propaganda con todas las fuerzas y todos los medios.—

20. Haxthausen, Augusto (1792-1868): barón prusiano, que recibió de Nicolás I permiso para acudir a Rusia con el objeto de estudiar su régimen agrario y la vida de los campesinos rusos (1843-1844). Autor de una obra que describe los restos del régimen comunal en las relaciones agrarias de Rusia.—

21. Maurer, Jorge Luis (1790-1872): historiador alemán, investigador del régimen social de la Alemania antigua y medieval; hizo una gran aportación al estudio de la historia de la comunidad medieval.—

22. Morgan, Luis Enrique (1818-1881): etnógrafo, arqueólogo e historiador norteamericano. Basándose en abundantes datos etnográficos, recogidos durante el estudio del régimen social y de la vida de los indios americanos, argumentó la doctrina sobre el desarrollo de la gens como forma principal del régimen de la comunidad primitiva. Intentó, además, crear la periodización de la historia de la sociedad preclasista. Marx y Engels valoraron en alto los trabajos de Morgan. Marx hizo un resumen detallado de su libro La sociedad antigua, mientras que Engels, en su libro El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, cita el material concreto reunido por Morgan.—
23. Cruzadas: expediciones militares de colonización al Oriente emprendidas del siglo XI al XIII por los señores feudales y caballeros de Europa Occidental bajo el lema religioso de quitar a los musulmanes la posesión de los “Lugares Santos” (Jerusalén y otros).—

24. Más tarde Marx y Engels empleaban en sus obras, en lugar de conceptos de “valor del trabajo” y “precio del trabajo”, conceptos más exactos introducidos por Marx: “valor de la fuerza de trabajo”, “precio de la fuerza de trabajo”.— 45

25. Se trata de la reforma del derecho electoral. El bill de ésta fue aprobado por la Cámara de los comunes inglesa en 1831 y reafirmado definitivamente por la de los lores en junio de 1832. La reforma estaba dirigida contra el monopolio político de la aristocracia agraria y financiera y dio acceso al Parlamento a los representantes de la burguesía industrial. El proletariado y la pequeña burguesía, que habían sido la fuerza principal en la lucha por la reforma, quedaron engañados por la burguesía liberal y no recibieron derechos electorales.—

26. Legitimistas franceses: partidarios de la dinastía de los Borbones, derrocada en 1830, que representaba los intereses de la gran propiedad agraria heredada. Luchando contra la dinastía reinante de los Orleans, que se apoyaba en la aristocracia financiera y la gran burguesía, una parte de los legitimistas recurría a menudo a la demagogia social presentándose como defensores de los trabajadores frente a los explotadores burgueses.
      “Joven Inglaterra”: grupo de políticos y literatos ingleses, militantes del Partido Conservador (tory), formado a principios de la década del 40 del siglo XIX. Al expresar el descontento de la aristocracia agraria por el aumento del poderío económico y político de la burguesía, los miembros de la “Joven Inglaterra” empleaban métodos demagógicos para subordinar a su influencia a la clase obrera y aprovecharla en su lucha contra la burguesía.—

27. Sismondi, Juan Carlos (1773-1842): economista e historiador suizo, representante del socialismo pequeñoburgués. No comprendía las tendencias progresivas de la gran producción capitalista, trataba de buscar modelos en el viejo régimen y viejas tradiciones, en la organización gremial de la industria y en la agricultura patriarcal, que no correspondían en absoluto a las condiciones económicas cambiadas.—

28. Junkers: nobles propietarios agrarios prusianos.—

29. Grün, Karl (1817-1887): Publicista pequeñoburgués alemán.—

30. Babeuf, Francisco Noel (alias Graco) (1760-1797): revolucionario francés, destacado representante del comunismo utópico. Organizó una sociedad secreta que preparaba la insurrección armada con el fin de establecer la dictadura revolucionaria para defender los intereses de las masas populares. La confabulación fue descubierta y el 27 de mayo de 1797 Babeuf fue ejecutado.—

31. Saint-Simon, Enrique Claudio (1760-1825): socialista utópico francés, criticó el régimen capitalista y propuso el programa de sustituirlo con la sociedad basada en los principios de asociación. Saint-Simon opinaba que en la nueva sociedad todos tienen que trabajar y el papel de los hombres debe corresponder a sus méritos laborales; promovió la idea de la comunidad de la industria y la ciencia, así como de la producción centralizada y planificada. Mas dejaba intactos la propiedad privada y los intereses sobre el capital, rechazaba la lucha política y la revolución, sin comprender la misión histórica del proletariado; suponía que las reformas gubernamentales y la educación moral de la sociedad en el espíritu de la nueva religión conducirían a la extinción de las contradicciones de clase.—

32. Cartismo (de la palabra inglesa Charter, carta): movimiento revolucionario de masas de los obreros ingleses, motivado por la dura situación económica y la falta de derechos políticos. El movimiento se inició a fines de la década del 30 con grandiosas manifestaciones y mítines y continuó con intervalos hasta los comienzos de los años 50 del siglo XIX. Sus fracasos se debieron principalmente a la falta de un programa claro y de una dirección consecuentemente revolucionaria.—

33. Se trata de los partidarios del periódico La Réforme (“La Reforma”) (París, 1843-1850), que luchaban por la instauración de la república y la aplicación de reformas democráticas y sociales.—

34. Ledru-Rollin, Alejandro Augusto (1807-1874): publicista y político francés, uno de los líderes de los demócratas pequeñoburgueses; director del periódico La Réforme; miembro del Gobierno Provisional en 1848.
      Blanc, Luis (1811-1882): historiador y socialista pequeñoburgués francés, personalidad de la revolución de 1848-1849, que se pronunciaba por la conciliación con la burguesía.—

35. Los principales iniciadores de la insurrección, que se preparaba en las provincias polacas en febrero de 1846 con el fin de lograr la liberación nacional de Polonia, eran los demócratas revolucionarios polacos.—

 

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