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Uno de los efectos de mayor trascendencia que ha provocado la crisis económica mundial es llevar el proceso de unificación europea a una situación crítica. La implantación del euro en 1999 se produjo en una fase de expansión de la economía y en un clima de optimismo de la clase dominante europea y mundial. En este contexto las contradicciones derivadas de la adopción de una moneda única en  distintos  países, con intereses económicos y políticos propios y en muchos casos divergentes, quedaron en un segundo plano. Sin embargo, cuando la crisis se ha hecho realidad, estas contradicciones han salido, abruptamente, a la superficie. A la profunda caída del PIB en 2009 (4% en la eurozona, acompañada de una caída en un 14,9% de la producción industrial) le siguió, en 2010, la llamada “crisis de la deuda soberana” de la que todavía no se ha salido y que amenaza a la propia existencia del euro.
A lo largo de 2010 se sucedieron acontecimientos que rememoraban las crisis financieras latinoamericanas de los años 80 y 90. El 2 de mayo la UE y el FMI salieron al rescate de Grecia con un fondo de 110.000 millones de euros en tres años, a condición de la imposición de un severo plan de ataque contra el nivel de vida de la mayoría de la población griega. Sin embargo, lejos de resolverse, inmediatamente después de esta medida, la crisis de la deuda amenazaba con saltar de Grecia a otros países de Europa sin que nadie lo pudiera detener. El 5 de mayo, la “prima de riesgo” que Portugal tenía que pagar por la colocación de deuda pública se multiplicaba por cuatro respecto al mes de marzo; en dos días la bolsa española perdía un 7,5%. La desconfianza de los inversores mundiales se proyectó sobre toda Europa, hasta el punto de que se cortaron los créditos interbancarios desde EEUU. Fue en este contexto, cercano al colapso financiero, cuando se aprobó, el 10 de mayo, el fondo de 750.000 millones de euros (de los cuales 250.000 millones son aportación del FMI) para afrontar eventuales situaciones de rescate de otros países.
La creación del fondo, que se presentó como un ejemplo de la “solidaridad europea”, estaba en realidad destinado al único fin de salvaguardar los intereses de la banca y está siendo costeado con un retroceso brutal del nivel de vida de los trabajadores de toda Europa, a través de draconianos planes de ajuste. Respecto a la eficacia del fondo de rescate los hechos hablan por sí mismos: el año 2010 se ha cerrado con un nuevo rescate de 85.000 millones de euros para Irlanda, y con la incertidumbre sobre un posible “contagio”, en 2011, a Portugal, el Estado español, Italia y Bélgica.


La crisis de la deuda desestabiliza Europa

 

Aunque la crisis de la deuda afecta a toda la zona euro se ha expresado más agudamente y en primer lugar en los países más débiles. La implantación de la moneda única facilitó, en la última década, el flujo de inversiones desde los países fuertes a los países débiles. El hecho de que Grecia, el Estado español, Irlanda o Portugal fueran economías en las que operaba el euro, en vez de monedas nacionales tendentes a la devaluación, fue un estímulo para aumentar las inversiones y los préstamos a estos países. Este proceso ha sido uno de los factores que alimentaron las burbujas inmobiliarias en distintos países (especialmente en el Estado español e Irlanda), y en general, disimularon los problemas derivados de la baja productividad de los países periféricos. Sin embargo, con la irrupción de la crisis mundial, la debilidad histórica de estas economías salió otra vez a la superficie, agravada por el estallido de dicha burbuja y la imposibilidad de devaluar sus monedas para, de esta manera, hacer más competitivas sus exportaciones. Las consecuencias han sido un agravamiento brusco del problema de la deuda privada y pública —acumulada durante todo el periodo de boom—, un crecimiento vertiginoso del déficit y situaciones de eventual bancarrota.
Situándose al borde del precipicio, estas economías fueron y están siendo pasto de los movimientos especulativos, sobre todo (aunque no exclusivamente) empujando hacia arriba los tipos de interés que los países atacados se ven obligados a ofrecer para poder financiarse colocando sus títulos de deuda pública. En la medida que la situación es similar en todos los países más atrasados económicamente, la crisis amenaza con propagarse rápidamente; pero es que además, el problema se amplifica por dos razones: la profunda interconexión financiera que existe entre los países más fuertes y los periféricos, y porque el problema de la deuda también está instalado en los primeros, factores ambos que inciden en la desestabilización de la zona euro como un todo.
Según un reciente informe del Banco Internacional de Pagos (BIS), los países llamados “PIGS” (Portugal, Irlanda, Grecia y España) acumulan una deuda externa, tanto pública como privada, de 2,281 billones de dólares. El país con mayor implicación en la deuda de estas cuatro naciones es Alemania, con 513.000 millones de dólares, le sigue Francia con 410.000 millones, Reino Unido con 370.000 millones y Estados Unidos, con 353.000 millones. Si la economía española entrara en una situación de impago tendría efectos devastadores para el euro y para toda la economía mundial, cualitativamente distintos a los que está teniendo el colapso griego e irlandés. El Estado español representa el 43,5% del total de la deuda de los PIGS. En realidad la crisis inmobiliaria y su correspondiente agujero en la banca es también un problema de Alemania y Francia ya que estos países detentan un porcentaje importante de los préstamos concedidos a las entidades financieras españolas, que ascienden a 770.000 millones de euros, siete veces más que los préstamos a la banca griega. De ahí que esta perspectiva sea vista con pánico por las grandes potencias europeas y por los propios EEUU, que intentan a toda costa evitar la caída de la cuarta economía de la zona euro.
Por otro lado, la enfermedad de la deuda afecta también al país acreedor más importante, Alemania. Su presupuesto federal soportó un déficit sin precedentes, superior a los 50.000 millones de euros en 2010. Sólo el pago de intereses por la deuda pública consumió más del 10% del presupuesto. Aparte, la deuda del sector privado alemán superó los 1,7 billones de euros, alrededor del 80% del PIB. El propio FMI advertía, en octubre de 2010, que uno de los focos de potenciales problemas en las finanzas europeas, junto con Irlanda y las cajas españolas, son los bancos regionales alemanes. Así, aunque es normal que la enfermedad se manifieste en primer lugar en los países económicamente más débiles, los problemas derivados del alto endeudamiento son generales, y la sombra que proyectarán sobre el futuro de la zona euro afectará a todos los países durante un periodo largo.


El rescate permanente

 

En realidad, aunque formalmente sólo se ha rescatado a Grecia e Irlanda, se podría decir que el Banco Central Europeo (BCE) está practicando una política de rescate permanente, concediendo préstamos al 1% a la banca privada y comprando deuda pública. Desde que el BCE emprendió el programa de adquisición de deuda soberana, el 10 de mayo de 2010, se ha gastado 73.500 millones de euros. El grueso se produjo en las primeras tres semanas del lanzamiento del plan y la idea del BCE era reducir progresivamente su intervención en la medida que la situación se estabilizara. Sin embargo, el recrudecimiento de las tensiones en la zona euro ha hecho que vuelva a intensificarse su intervención. Sólo en la segunda semana de diciembre, en plena crisis irlandesa, adquirió 2.667 millones de euros de deuda pública, la mayor operación de compra desde el mes de junio. A mediados de diciembre, el consejo de gobierno del BCE tomó la decisión de casi duplicar su capital (pasando de 5.760 millones a 10.000 millones de euros), el mayor incremento en sus 12 años de existencia y prorrogar a los bancos comerciales de la zona euro toda la liquidez necesaria hasta abril del 2011, manteniendo los tipos al 1%. La política monetaria de inyección continua de liquidez al sistema puede acabar provocando inflación, por lo que ya hay voces que advierten, sobre todo desde Alemania, de que hay que cerrar el grifo. El momento en que se tome esa decisión abrirá una nueva fase crítica pues tanto las entidades bancarias como los estados han tenido que recurrir a la política expansiva del Banco Central Europeo para no recaer en situaciones de quiebra.
La creación del fondo de 750.000 millones de euros y la actuación del BCE se produjeron en un contexto de máxima tensión financiera en la Unión Europea, que bordeaba el colapso. Ni Alemania, que fue renuente a adoptar esta medida, ni en general la burguesía europea, la consideraron como una solución definitiva sino, como planteó Merkel, una forma de “comprar tiempo” con el objetivo de crear las condiciones políticas para justificar el lanzamiento de un plan de ataque profundo y generalizado a la clase obrera europea.
Sin embargo, incluso como balón de oxígeno, la creación del fondo se ha revelado extremadamente endeble, provocando nuevas complicaciones. Ni ha evitado el incremento del coste de financiación de la deuda de los países periféricos (la prima de riesgo de los bonos portugueses respecto a los alemanas alcanzó los 400 puntos básicos en la primera semana de enero, mientras que la española se encuentra en los 265 puntos, la cota más alta desde el 30 de noviembre, cuando tocó a su techo histórico de los 300 puntos, al calor de la crisis irlandesa), ni ha evitado la perspectiva de nuevas situaciones de quiebra, como la que se produjo en Irlanda, o la posibilidad cada vez más cercana de un rescate de Portugal. Las dudas sobre la capacidad de devolución de la deuda portuguesa tienen un efecto sobre la economía española ya que esta última está en posesión del 33% de la deuda pública y privada portuguesa (más de 80.000 millones de euros).


La cumbre europea de diciembre

 

En esta situación de tensión, que tiene ya un carácter crónico, se produjo la cumbre europea del 16 y 17 de diciembre. La única medida aprobada fue la creación de un fondo de rescate permanente, llamado Mecanismo Europeo de Estabilización (MEDE) que sustituirá al actual fondo temporal existente desde el mes de mayo. El MEDE entraría en vigor en junio de 2013, previa reforma del Tratado de Lisboa, al que se añadiría el siguiente párrafo: “Los estados miembros, cuya moneda es el euro podrán establecer un mecanismo de estabilidad que será activado si fuera indispensable para salvaguardar la estabilidad de la zona euro en su conjunto. La concesión de cualquier ayuda financiera bajo este mecanismo estará sujeta a estrictas condiciones” (el subrayado es nuestro).  Teóricamente el MEDE dotaría a la UE de un mecanismo más sólido de ayuda financiera a países en situación crítica. Dos años y medio es mucho tiempo en las actuales condiciones de inestabilidad económica y política; cuando llegue la hora de la verdad veremos qué posición adoptan los países claves de la UE, de momento nada se sabe de la dotación que tendrá.  En relación al fondo de rescate ya existente se decidió “garantizar la disponibilidad de un apoyo financiero adecuado” a todos los países que lo necesiten. A pesar de su supuesto carácter “ilimitado”, Alemania se ha negado en rotundo a ampliar su dotación, que era lo que estaba exigiendo a Europa el FMI. La ampliación será un debate inevitable cuando se tenga que concretar la movilización de recursos, previsiblemente muy superiores a los utilizados hasta ahora, teniendo en cuenta que la lista de próximos países a rescatar se encuentran economías más grandes como la del Estado español e incluso la italiana.
En la cumbre y después de la misma, especialmente en sus discursos de fin de año, Merkel y Sarkozy han acentuado su discurso europeísta y su disposición a defender el euro. Han querido así atenuar las crecientes especulaciones de los mercados sobre la perspectiva de ruptura de la moneda única. Eso refleja un cierto cambio de matiz en el lenguaje, ya que durante todo el año 2010 fueron abundantes las amenazas de Merkel de expulsión de la zona euro de aquellos países que no redujesen drásticamente sus desequilibrios fiscales.
Esta suavización en el lenguaje no niega que subsistan graves tensiones de fondo en la Unión Europea, que a corto plazo se están manifestando de forma más aguda entre Alemania y los países más débiles de la zona euro. La participación de la burguesía alemana en el proyecto europeo nunca ha sido y no será altruista. Su disposición a mantener la actual configuración de la zona euro está supeditada a seguir teniendo la supremacía sobre la misma, con un euro estable y bajo su control. El ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, en su artículo publicado por La Vanguardia (3/01/2011) “Controlar la enorme deuda de Europa”, señalaba de forma bastante clarificadora los perfiles del “europeísmo” alemán: “La Unión Monetaria Europea (UME) no se diseñó para ser una panacea para los miembros de la eurozona ni para servir de modelo millonario a los especuladores financieros. Tampoco es su finalidad ser un sistema de redistribución de los países ricos a los más pobres mediante créditos más baratos para los gobiernos en la forma de eurobonos comunes o trasferencias fiscales sin restricciones. La unión monetaria no tendrá éxito si algunos países tienen repetidamente déficits y debilitan su competitividad a expensas de la estabilidad del euro. La UME se diseñó para incentivar las reformas estructurales. Se suponía que los miembros despilfarradores se verían obligados por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, así como por sus socios, a vivir según sus posibilidades y fortalecer así su competitividad (…). No podemos evitar la crisis de deuda soberana en Europa (…) mediante la acumulación de más deuda”.


La cuestión de los eurobonos

 

Efectivamente, otro de los debates abordados en esta cumbre ha sido el de la emisión de eurobonos, a lo que Merkel y Sarkozy se han opuesto con rotundidad. Esta medida, que sustituiría la emisión de deuda nacional, teóricamente permitiría mitigar el sobrecoste de financiación que están sufriendo los países más débiles del euro. El encarecimiento constante de la financiación, unido a la caída de la recaudación impositiva de los estados producto de los efectos depresivos en la actividad económica de los recortes, está llevando a los países periféricos de la zona euro a una espiral negativa, similar a lo que sucedió en los países latinoamericanos en el pasado, en los que el problema de la deuda se hizo crónico y los situó permanentemente al borde del impago. Sin embargo, una cosa es que Alemania y Francia estén dispuestas a rescatar países en crisis, de forma temporal, con el fin de garantizar que los bancos alemanes y franceses cobren y no quiebren, y otra cosa muy distinta es que estén dispuestos a compartir para siempre el sobrecoste que supondría la emisión de bonos europeos, cuando sus bonos nacionales se pueden costear a un precio más bajo. Como dijo Schäuble, ministro de finanzas alemán, “quien no tenga una economía sólida, paga más tasas de interés; quien gestiona su economía bien, paga menos por su deuda”. En realidad, la división en torno a los eurobonos es un exponente más de que siguen prevaleciendo los intereses nacionales sobre los intereses “europeos” y que esta tendencia se está exacerbando.
En un contexto de crecimiento económico y de confianza en una perspectiva de mayor integración económica y política de la zona euro, la emisión de eurobonos quizás sería una apuesta tolerable para los países fuertes; sin embargo, en una situación de gran incertidumbre sobre la economía, de grandes cambios en las relaciones mundiales y donde a medio y largo plazo la perspectiva de ruptura del euro sigue sin despejarse, los países fuertes no quieren hipotecar su futuro con los eurobonos (¿qué países se harían cargo de los eurobonos emitidos en caso de ruptura de la zona euro?), asumiendo riesgos de países sobre los que no tienen el control de su política económica y fiscal. De hecho, los países capitalistas dominantes quieren mantener bien definidas las fronteras de cada una de las deudas de los estados nacionales y, aunque hablan de combatir la especulación, dejan a los mercados la labor de “corrección” y “castigo”. Así que, las medidas de rescate no sólo no son eficaces contra la especulación sino que tienen en ella un complemento necesario para acelerar los planes de ajuste y de ataque contra los trabajadores. 1
La burguesía es perfectamente consciente de que la creación de fondos de rescate, por sí misma, sean temporales o permanentes, no son una solución a los problemas de la deuda. No sólo por el hecho de que un eventual rescate de países como España o Italia exigiría cantidades muy superiores a las hasta ahora reunidas, posiblemente inasumibles, sino porque han llevado a la creación de más deuda, como una pescadilla que se muerde la cola. Sólo en un contexto de crecimiento sólido y prolongado la deuda de los estados, de la banca, de las empresas y de las familias podría ir enjuagándose. Sin embargo, la tendencia es la contraria, sobre todo en las economías periféricas de Europa. Es verdad que la economía alemana cerrará 2010 con un crecimiento cercano al 4% (después de una caída del 5% en 2009) pero, debido a su gran exposición al mercado mundial, unido al debilitamiento de su mercado interno, no está nada claro que esta tendencia se vaya a consolidar. Grecia, después de sucesivos planes de ajuste, prevé cerrar 2010 con una caída del 4,2% del PIB, y para el 2011 el FMI prevé una contracción del 3%; el país registra una deuda del 130% de su PIB, mayor que hace un año, y hasta 2015 debe pagar una deuda de 140.000 millones de euros, a los que se añaden 90.000 millones de intereses. Es decir, que el problema de la deuda griega volverá a ser, tarde o temprano, un foco de tensión, y probablemente se tenga que poner en marcha un plan de reestructuración, es decir, de retraso en el pago de la deuda. En Irlanda los ajustes empezaron antes que en cualquier otro país, en verano de 2008.  Estamos viendo la misma espiral descendente que en Grecia, con una caída del PIB del 10% en 2010 y sin que pudiera evitar, finalmente, el plan de rescate, aprobado después de un nuevo y todavía más salvaje plan de ajuste. Las perspectivas para la economía irlandesa se pueden sintetizar en un dato de carácter social: 100.000 irlandeses, en un país con 4,5 millones de habitantes, han emigrado entre abril y diciembre de 2010. Se calcula que los índices de endeudamiento rozarán el 150% del PIB hasta 2016 y los mercados valoran la deuda irlandesa al mismo nivel que la paquistaní.
Sólo los desequilibrios del sistema financiero español podrían causar problemas todavía más graves que el caso griego e irlandés. El problema fundamental de la banca española es que los efectos de la crisis inmobiliaria todavía no se han expresado en toda su dimensión, tanto por el hecho de que los bancos están falseando los precios de las viviendas incorporadas en sus activos como porque el precio de la vivienda sigue sin haber tocado suelo. Según el Banco de España, 180.000 millones de préstamos al sector promotor y constructor son “potencialmente problemáticos” (El País, 5/12/10). Según un ejecutivo de una entidad extranjera, citado por el mismo periódico, “en España no se reconoce la verdadera caída del valor de los activos inmobiliarios, el mercado está poco activo por esta razón, mi entidad ha reconocido una depreciación del 50% de media del suelo y de activos promotores. Eso es lo realista y nuestros colegas españoles, con los que compartimos operaciones, no reconocen más allá del 20 o el 30% como máximo”. Aunque el problema de la deuda en el Estado español se concentre en el sector inmobiliario, la situación afecta a toda la economía: en apenas una década la deuda amasada por familias, empresas no financieras, bancos y el conjunto de la administración se duplicó, alcanzando la actual cifra de 3,9 billones de euros, equivalentes al 390% del PIB.
En general, la perspectiva para los países afectados o proclives a ser afectados por la crisis de la deuda es de contracción o parálisis económica para el 2011: en el Estado español La Caixa estima una contracción del -0,2% y Funcas del -0,4%; para Portugal el FMI prevé un decrecimiento del -1,4%. Italia cerrará 2010 con un crecimiento del 1% y se prevé que esta situación de semiparálisis se mantenga o empeore en 2011.
La burguesía europea es consciente de que los acreedores privados tendrán, tarde o temprano, que amoldarse a una situación distinta a la actual dinámica de endeudamiento-rescate-más endeudamiento. Habrá situaciones de impago que no podrán ser asistidas por más fondos, se trata de que cuando esta situación llegue sus efectos desestabilizadores sean lo más pequeños posible. En ese sentido, Alemania está impulsando la creación de mecanismos que permitan efectuar quiebras controladas de estados, entre ellos, la llamada “cláusula de acción colectiva” que deberá figurar en todas las emisiones de deuda a partir de 2013, cuando se ponga en marcha el Mecanismo Europeo de Estabilización. Esta cláusula obligaría a los acreedores a renunciar a parte de sus exigencias, aceptando un aplazamiento de los pagos de la deuda o incluso un recorte de los tipos de interés si el país emisor entra en quiebra. Aunque esta propuesta fue presentada como una acción “valiente” de Merkel contra los tiburones del mercado, más bien orienta a estos tiburones hacia determinadas presas. En realidad es una forma de decir que Alemania no se va a corresponsabilizar más de eventuales impagos de los países deudores, lo que encarecerá todavía más la “prima de riesgo” de los mismos. Así, se seguirá utilizando el látigo de la especulación para forzar la aceleración de los planes de recortes y como señala el diario económico Cinco Días (15/12/10) “para que los inversores que se acerquen al estanco de la deuda pública se fíen más de una etiqueta escrita en alemán, holandés o francés que de otra en griego, portugués o español”.


El factor alemán

 

Detrás de la crisis de la deuda de los países periféricos subyacen los desequilibrios comerciales dentro de la Unión Europea, con países que acumulan superávit, sobre todo Alemania, y otros que acumulan déficits. Estos desequilibrios han sido objeto de amargas quejas por parte de gobiernos de otros países europeos, incluyendo a Francia. Exigen a Alemania que utilice su superávit comercial para fomentar su consumo interno y así, contribuir al reequilibrio de la economía europea alimentando las exportaciones de los demás países hacia Alemania.
Sin embargo, la ruta estratégica que se ha marcado Alemania pasa por fortalecer sus exportaciones y toda su política económica, desde hace años, ha tenido esta orientación. Las exportaciones alemanas han pasado del 20% del PIB en 1990 al 47% en 2010. La clave de su economía es el sector exterior, que ha ido ganando en importancia sobre el mercado interno. Entre 2004 y 2007 el saldo neto de las exportaciones alemanas (restadas las importaciones) representaba el 60% de su crecimiento económico. Desde la entrada en vigor del euro el superávit exterior alemán se ha multiplicado por cinco y el 66,6% de sus exportaciones han ido a la Unión Europa (más del 40% a la zona euro).
Realmente, este empuje externo ha sido a costa del bienestar de la mayoría de la población alemana. La burguesía alemana fue una de las pioneras en aumentar la competitividad de sus productos a costa de los salarios de sus trabajadores y del recorte de los gastos sociales. De hecho, el gasto social ha pasado del 50% del PNB en 1990 al 44% en 2010. Los impuestos y las cotizaciones sociales eran del 39,3% del PIB ya en 2006, cuando la media de la UE-27 era del 39,9%. El salario medio real de los trabajadores alemanes ha caído un 9% en los últimos 10 años. El coste unitario de la mano de obra aumentó 7 veces más en Francia, y entre 9 y 11 veces más en el Estado español, Portugal e Italia, permitiendo que los productos alemanes fueran más baratos. Según un informe de la Unión Europea, desde mediados de los años 90 Alemania ha ganado entre un 30 y un 40% en ventajas de costes frente a Italia y el Estado español, y más del 20% respecto a Francia. Ahora con la crisis económica Alemania no va a renunciar a esta ventaja.
Es verdad que desde el punto de vista del funcionamiento general del capitalismo una política de ajuste severo incide en un menor consumo y dificulta el crecimiento (aunque también es cierto que una mayor relajación en el gasto y en el déficit trae problemas, como estamos viendo precisamente con la crisis de la deuda; se trata de una contradicción irresoluble del capitalismo); aún así, esta opción, dentro de los efectos secundarios negativos que tiene cualquier política monetaria, es la que mejor se amolda a los intereses estratégicos de Alemania. La economía alemana es la que tiene más margen para compensar la caída de la demanda de la zona euro orientando sus exportaciones hacia fuera de dicha área económica y la que está en mejores condiciones que otros países de sostener una moneda estable (lo cual es un atractivo para la inversión y para mantener el poder de compra de mercancías extranjeras) y a la vez ganar competitividad.


¿Es posible la ruptura del euro?

 

Se repite mucho en la prensa burguesa la idea de que “Europa se ha construido a base de crisis” para dar a entender que saldrá fortalecida también de ésta. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los avances en el proceso de unificación europeo en el último medio siglo se produjeron en un contexto de crecimiento y optimismo generalizado en el futuro. Todo esto ha cambiado radicalmente con la crisis mundial. El proceso de ha quedado a medio camino y ahora, tanto la vuelta atrás como el avance hacia un “gobierno del euro”, en forma de un dominio más descarado de la burguesía alemana, en su condición de potencia económica, de gran prestamista de la eurozona y garante del euro, no estará exento de enormes tensiones nacionales y de instabilidad social y política en cada uno de los países.
Es muy significativo que, en el apogeo de la crisis del euro no se haya tomado ninguna medida efectiva hacia una unidad  presupuestaria y fiscal en la zona euro, que todos los expertos reconocen como el “fallo” de la moneda única. En la cumbre de diciembre decidieron “acelerar los trabajos” para forjar el gobierno económico de la UE a finales de junio de 2011, pero se ha limitado a fortalecer los mecanismos de ajuste. El citado ministro de finanzas alemán, Schäuble, da un cuadro de lo que pretenden con la gobernanza económica: “Las sanciones para los países de la eurozona que infringen seriamente las reglas de la UME deben tener efecto mucho más rápidamente y con menos discrecionalidad política y deben ser más severas. Alemania y Francia han propuesto medidas de crédito y gasto más severas, respaldadas por duras sanciones semiautomáticas a los gobiernos que no las cumplan. Se deben congelar los fondos de la UE y suspender los derechos de voto de los países que repetidamente hacen caso omiso de las recomendaciones de reducir sus excesivos déficits y de los que manipulen las estadísticas oficiales”. Es decir, que la gobernanza europea consistirá en que el palo va a ser más gordo y que será manejado exclusivamente por el capitalismo alemán y francés. Tratan de enmendar el incumplimiento generalizado, empezando por Alemania y Francia en su momento, del Plan de Estabilización y Crecimiento, ya veremos qué grado de éxito tendrán en este empeño y qué coste
La propia viabilidad del euro está más en cuestión que nunca. A pesar de que la ruptura de euro tendría un coste tremendo, no sólo económico sino político, The Economist, en su edición del 3 de diciembre titulada “No matéis al euro”, señalaba que esta perspectiva “no es impensable” y recuerda que “la historia financiera está plagada de sucesos que pasaron a ser de impensables a inevitables de la noche a la mañana. Gran Bretaña abandonó el patrón oro en 1931. Argentina abandonó su paridad con el dólar en enero de 2002”. Por supuesto la ruptura del euro es una posibilidad que causa escalofríos a la burguesía: “Cualquier insinuación de que un país débil está a punto de abandonar al euro provocaría una retirada masiva de los depósitos, lo que debilitaría aún más a unos bancos ya con problemas (…) Los países salientes quedarían marginados de las finanzas internacionales tal vez durante años, lo que agravaría la carencia de fondos de sus economías”. Si quien abandonara el euro fuera Alemania la cosa no sería muy distinta, sigue esta revista económica; “de nuevo, habría retiradas masivas de depósitos en Europa cuando los depositantes quisieran huir de los país más débiles (…) Aun cuando los bancos alemanes ganaran depósitos, sus importantes activos en la eurozona quedarían devaluados: recordemos que Alemania es el principal acreedor del sistema. Por último, los exportadores alemanes, que han sido los principales beneficiarios de la mayor estabilidad de la moneda única, protestarían al verse una vez más atados a un marco alemán en rápida reevaluación”.
 Hay una pugna constante entre factores que empujan a mantener la unidad europea y otros que empujan a su desintegración. Como hemos visto, los desequilibrios comerciales, el problema de la deuda, los diferentes intereses geoestratégicos y las propias presiones políticas internas suministran la base objetiva por la que, en un contexto de crisis profunda, se alimente todo tipo de tensiones entre los distintos estados capitalistas de la UE, así como de tendencias centrífugas. No obstante, debido a la debilidad de cada una de estas economías para hacer frente al mercado mundial por separado y las ventajas, que también existen, de una moneda única para el comercio intereuropeo, las tendencias a mantener la unidad son las que han prevalecido hasta ahora. También es cierto que el euro es la segunda moneda de reserva mundial con el 27% de las mismas, frente al 62% en dólares y el 4% y 3% en libras británicas y yenes respectivamente. Como señala Le Monde (26/11/10): “Esto suma mucha gente interesada en que la moneda única vaya bien. A día de hoy, ningún fondo soberano o privado asiático se ha desprendido de sus posiciones en euros, el Asia emergente cree en el euro”. El gobierno chino ha empezado 2011 con una gira europea para aumentar sus inversiones en el continente y su compra de deuda (está dispuesta a comprar alrededor de 6.000 millones de euros de deuda española, y ya detenta cerca del 20% de la misma en manos de inversores extranjeros) e inversiones europeas. A China le preocupa mucho la estabilidad de Europa, ya que es el principal destino de sus exportaciones.
Aunque la cuestión del futuro Europa y del euro es un tema clave en las perspectivas y los trabajadores no deben ser pillados por sorpresa, desde el punto de vista de los intereses de la clase obrera el programa no puede ser “euro sí” o “euro no”, alineándose con un sector u otro de la burguesía europea. Dentro o fuera del euro los capitalistas necesitan atacar a los trabajadores, y lo están haciendo. La salida de la zona euro no significa que puedas aislarte de la crisis capitalista o de la competencia del mercado mundial. Mientras el Estado español, Grecia, Alemania o cualquier otro país siga siendo capitalista la burguesía intentará descargar sobre los hombros de los trabajadores el peso de la crisis, y los problemas para la mayoría de la población seguirán siendo fundamentalmente los mismos. La auténtica disyuntiva es capitalismo o socialismo y esta lucha sólo es posible, hoy más que nunca, con la unidad de la clase obrera de toda Europa en una lucha común contra la burguesía de todos los países. La única unidad europea posible y próspera posible es la Federación Socialista de Europa.


Arrecia la confrontación social

 

El inicio de la aplicación de los planes de ajuste ha tenido un profundo impacto en la conciencia de los trabajadores europeos, que han protagonizado movilizaciones que, en el caso de Francia y Grecia, han alcanzado el grado de auténticas rebeliones sociales. Pero las movilizaciones han abarcado prácticamente a todos los países y han estado acompañadas de un profundo descrédito de los gobiernos. Nunca en las últimas tres décadas, el cuestionamiento del sistema capitalista ha sido tan grande y el malestar social tan general.
El eurobarómetro (encuesta oficial de la Comisión Europea) publicado en julio de 2010, centrado en el impacto de la crisis en las familias, es muy ilustrativo de los retrocesos sociales que se están viviendo en el continente y de cómo son percibidos. Uno de cada tres europeos siente temor a no llegar a fin de mes, no poder afrontar los gastos básicos y a perder el empleo. El 73% teme que se tengan que jubilar más tarde o con una pensión peor de la que esperaban. El 60% piensa que la pobreza aumentó en su país en el último año (85% en Grecia, 83% en Francia, 75% en Italia). 80 millones de europeos viven en el umbral de pobreza y el 8% de la población tiene un empleo que no le permite salir de la pobreza. Según la OCDE, el 60% de los trabajadores europeos que trabajan lo hacen con contratos precarios y sin prestaciones sociales.
La crisis económica y sus efectos sociales lejos de haber significado una parálisis del movimiento obrero, han supuesto un recrudecimiento claro de la lucha de clases. A pesar de la política de colaboración y el papel de freno de las direcciones sindicales y políticas de la izquierda reformista, la clase obrera está dando muestras incuestionables de capacidad de lucha y de una importante radicalización política. Esta situación no cae del cielo sino que viene gestándose durante un largo periodo. Incluso en el periodo de boom económico, a pesar de todas las dificultades objetivas y la ausencia de una dirección marxista, ya habíamos asistido a una década de movilizaciones, manifestaciones, huelgas parciales y generales en prácticamente todos los países europeos. Estos acontecimientos forman parte de un proceso continental que, empezando por Italia con una impresionante huelga general en abril de 2002 (doce millones de trabajadores secundándola y tres millones de manifestantes) contra el entonces recién elegido primer gobierno de Berlusconi, tuvo continuidad, de una forma u otra, en una cantidad importante de países. En el Estado español en 2002 vivimos una huelga general contra el gobierno de la derecha seguido por el movimiento de masas contra la guerra de Iraq y que terminó, un año después, con la caída del gobierno de Aznar. En Francia el movimiento empieza antes, en 1995, y luego tiene numerosos momentos álgidos, como la lucha contra el Contrato de Primer Empleo (CPE) en 2006. En Portugal, Bélgica, Suiza, Grecia, Dinamarca, Austria, Irlanda e incluso en los países del Este se han producido sacudidas sociales de gran trascendencia y cuyo significado es el inicio del despertar de la clase obrera después de un letargo relativamente largo, y de una creciente polarización social y política, que en el caso de Alemania, Grecia y Portugal se ha expresado en surgimiento o crecimiento de alternativas a la izquierda de la socialdemocracia que expresan el descontento con el sistema. También durante este periodo, la percepción de la Unión Europea como un factor de progreso social se ha ido disipando, lo que se puso de relieve en el referéndum del 2005 sobre la constitución europea en el que el No obtuvo un 55% en Francia y un 62% en Holanda; en junio del 2008 Irlanda rechazaba, con el 53% de los votos, el Tratado de Lisboa.
Aparentemente, las importantes luchas obreras de estos últimos años, que también se han traducido en la conciencia de amplios sectores de la clase obrera en una crítica creciente al capitalismo, son contradictorios con la existencia de gobiernos de derechas en la mayoría de los países de Europa. Pero estas victorias electorales de la derecha no se explican por un ambiente de reacción en la clase obrera, sino por la crisis de los dirigentes reformistas, que después de años y años de aplicar una política económica similar a la de la derecha, y de defraudar y dilapidar en numerosas ocasiones grandes expectativas de cambio, tienen muchas más dificultades que en otros periodos históricos para movilizar a la clase obrera en el terreno electoral. El factor decisivo, por tanto, no ha sido un aumento sustancial del apoyo electoral de la derecha, y menos aún su capacidad de generar ilusión en el sistema. Eso no quiere decir que podamos menospreciar los efectos políticos perniciosos del reformismo en la medida que introduce confusión en las filas de la clase obrera y retrasa, dificulta y debilita su capacidad de respuesta.
La privatización masiva de sectores estratégicos, el empobrecimiento de amplias capas de la población, el notable rechazo hacia la política oficial, son elementos de la realidad social y política europea muy similares a los que precedieron en América Latina el tremendo giro político hacia la izquierda en la última década. La crisis económica y el endurecimiento de los ataques a partir del 2010 han supuesto una vuelta de tuerca en este proceso.

 

Grecia, el eslabón más débil marca el camino

 

Grecia fue el primer país en el que la lucha alcanzó el grado de rebelión social. Los 5 años de gobiernos de la derecha (Nueva Democracia, ND) estuvieron marcados por ataques a los trabajadores y una incesante conflictividad social. Fue ese tremendo auge de la lucha, y el odio generalizado a la derecha, lo que explica que en las elecciones del 4 de octubre de 2009 más del 56% de los votos fueran a la izquierda, y el PASOK (44%) se hiciera con el gobierno por mayoría absoluta. Sin embargo, después de una sucesión de rebajas de la calificación de la deuda helena, iniciadas el 7 de diciembre de 2009, casi sin solución de continuidad y espoleado por la presión de los capitalistas, el gobierno orientó todas sus energías a enfrentarse con su base social, anunciando el primero de una serie de planes de ajuste.
Los hechos sucedieron a una velocidad vertiginosa, una de las características del panorama europeo en los últimos meses, en el que los ritmos de los acontecimientos políticos están muy determinados por las sacudidas en el terreno económico, especialmente el financiero. Una rasgo sobresaliente del movimiento desencadenado en Grecia fue que, a pesar de la mayoría contundente de la socialdemocracia en el terreno electoral, en menos de dos meses, el 17 de diciembre, se encontraba con el inicio de una respuesta en la calle, igualmente contundente; un reflejo del nuevo periodo en el que ha entrado Europa y que está vinculado al prolongado y acumulado desgaste del reformismo de las últimas décadas.
De hecho, es sintomático de la tensión social existente el que la dirección del principal sindicato del sector público, ADEDY, que se negó a secundar la huelga del 17 de diciembre (convocada en solitario por el PAME, fracción sindical del KKE) amparándose en el discurso de que era necesario dar un margen de maniobra al reciente gobierno y haciéndose eco del llamamiento de Papandreu de conseguir “un nuevo pacto social” para conseguir que el país “no se hunda”, menos de un mes después tuviera que convocar una huelga en el sector público para el 10 de febrero de 2010 y, posteriormente, una huelga general el 24 del mismo mes, junto al otro gran sindicato griego GSEE, que agrupa a los trabajadores del sector privado. Tanto la dirección de ADEDY como la de GSEE tienen vínculos directos con el PASOK.
La respuesta del gobierno a estas dos huelgas, que tuvieron un seguimiento muy amplio, fue anunciar, el 3 de marzo, un nuevo y durísimo plan de ajuste, de aprobación inmediata, para “salvar el país”. La indignación social se propagó como la pólvora. Las movilizaciones se sucedieron de forma inmediata y en una línea claramente ascendente. Ese mismo día se manifestaron los jubilados y el KKE llamaba a no respetar las medidas impuestas por el gobierno y a salir a la calle. El día 4 los principales sindicatos convocaron una manifestación en Atenas a la misma hora en que se aprobaba el plan de ajuste. Pero lo más sintomático del ambiente explosivo que se vivió estos días es que los dirigentes sindicales se tuvieron que reunir esa misma tarde y hacer pública la convocatoria para el día siguiente de una nueva huelga general. A lo largo de todo el mes de marzo se sucedieron huelgas sectoriales, manifestaciones y protestas de forma ininterrumpida, reforzando el clima de movilización general.
Todo este movimiento culminó el 5 de mayo con una nueva huelga general masiva, celebrada tras el acuerdo al que llegó el gobierno griego con la UE y el FMI, el 2 de mayo, para recibir un préstamo de 110.000 millones de euros en tres años a cambio de un nuevo paquete de recortes y ataques a los derechos conquistados: 30.000 millones de euros menos en los presupuestos, un salvaje incremento de los impuestos indirectos, congelación durante tres años de salario de los funcionarios que, junto con la eliminación de la pagas extras y los complementos significa una disminución efectiva del salario del 30%, privatizaciones y el inicio de una reforma de las pensiones y del mercado laboral.
Esta huelga general fue un éxito histórico con manifestaciones masivas en todo el país y la parálisis total de la actividad económica. En Atenas alrededor de 200.000 personas terminaron la protesta frente al parlamento al grito de “ladrones y mentirosos”, revelando hasta qué punto se había desplomado la autoridad de las instituciones capitalistas ante la mayoría de la población. Además de la dureza de las medidas en sí mismas, éstas revelaban que el auténtico gobierno no era el elegido por las urnas sino el poder financiero materializado en las decisiones de la UE y el FMI. Así, tanto el día 5, como en las manifestaciones del 1º de Mayo se gritó: “Fuera la Junta del FMI”, en referencia a la dictadura militar que gobernó Grecia de 1967 a 1974.
A pesar de esta tremenda movilización el parlamento despreciaba las reivindicaciones de los trabajadores aprobando el plan de ajuste al día siguiente, mientras en el exterior del edificio miles de griegos volvían a concentrarse para rechazarlo. Ésta es la verdadera cara de la democracia burguesa, mientras la inmensa mayoría de la población dice `no´ a estos ataques, los señores parlamentarios votan lo contrario. Sin embargo, esta decisión no significaba ni mucho menos el fin de la lucha. De hecho, el 10 de mayo se anunciaron los ejes definitivos de la reforma del sistema de pensiones que se aprobaría en el parlamento en junio. La respuesta de los sindicatos fue la convocatoria de una nueva huelga general el 20 de mayo. Esta quinta huelga, aunque menor que la histórica y multitudinaria del 5 de mayo, prácticamente volvió a paralizar el país. El sábado 15 de mayo, convocada por el KKE, hubo una masiva manifestación de protesta frente al parlamento, en la que participaron 100.000 personas.
La clase obrera y la juventud griega habían demostrado un elevado nivel de conciencia y estar dispuestas a todo para defender unas condiciones de vida dignas. Tras seis meses de lucha sin cuartel, el movimiento se encontraba en un punto decisivo. La estrategia de cómo luchar y el programa a defender eran clave para hacer avanzar el movimiento. Por eso las organizaciones de la izquierda, los sindicatos de clase (GSEE, ADEDY, PAME) y el KKE especialmente, que han jugado un papel protagonista tenían una enorme responsabilidad en sus espaldas.
Lo que estaba en juego era la lucha por quién controla la sociedad, los capitalistas o los trabajadores, y por eso era necesario un plan de acción que combinara la más amplia movilización con una alternativa al capitalismo, basada en la explicación y popularización de un programa que ligara las reivindicativas más inmediatas (defensa de los salarios, educación, sanidad, pensiones públicas y dignas, etc.) con la expropiación y nacionalización de las palancas fundamentales de la economía y el control democrático de los trabajadores sobre las mismas. Para que la riqueza esté al servicio de la mayoría y no de una minoría de parásitos y usureros es fundamental rechazar el pago de la deuda externa, confiscar las grandes fortunas y nacionalizar todo el sector financiero y los sectores estratégicos de la economía.
Frente a la represión del aparato estatal y contra la infiltración policial y las provocaciones era necesario organizar comités de autodefensa y garantizar los derechos democráticos dentro del ejército y la policía y la depuración de los elementos fascistas del aparato estatal. Para dar fuerza, extensión, unidad y continuidad era necesario realizar asambleas participativas, democráticas y decisorias en todas las fábricas, barrios, escuelas y universidades, que eligieran representantes (revocables en cualquier momento por la asamblea) para coordinarse a nivel local y nacional, y que culminara en la formación de un parlamento obrero, genuinamente democrático y representativo de las capas más oprimidas de la sociedad, es decir, la gran mayoría de la misma.


La necesidad de una huelga general europea

 

En el terreno de la táctica inmediata, frente a las maniobras divisionistas de la burguesía, empeñada en criminalizar a la clase obrera griega y en silenciar o tergiversar las luchas que se estaban dando para evitar que la rebelión social se extendiese a más países, había que oponer un plan de extensión de la solidaridad y la lucha a toda Europa, haciendo un llamamiento concreto a la solidaridad de clase al conjunto de la izquierda europea, empezando por las organizaciones sindicales. En aquel momento hubiera significado una bocanada de apoyo para la clase obrera griega, además de una palanca para fortalecer al movimiento obrero europeo en su conjunto, justo cuando era perceptible para las masas que los planes de ajuste se iban a aplicar de forma inmediata y prácticamente simultánea en todos los países. La base de partida era muy favorable para tomar esta determinación ya que se venía de una situación, en los últimos meses, en la que los trabajadores europeos estaban movilizándose.
En Italia se estaban produciendo luchas sectoriales, destacando la huelga de FIAT. El 12 de marzo la CGIL convocó una huelga en el sector público, al día siguiente hubo una manifestación masiva de protesta contra la corrupción del gobierno de Berlusconi que reunió a 200.000 italianos. En Gran Bretaña, el 8 de marzo, el sindicato del sector público convocaba una huelga de 48 horas. En Irlanda, ya en diciembre de 2009 se convocaron dos huelgas en el sector público contra los primeros planes de ajuste del gobierno. En Portugal hubo huelga en el sector público el 4 de marzo, contra la congelación salarial, y el 29 de mayo 300.000 trabajadores protagonizaban una marcha a Lisboa convocados por la CGTP. El 22 de enero y el 23 de marzo el sector público en Francia salió a la huelga; el 12 de marzo se movilizaron los profesores de primaria y secundaria; ya con la amenaza de la reforma de las pensiones sobre la mesa los sindicatos convocaron también al sector privado a una jornada de lucha, con grandes manifestaciones, el 27 de mayo. En Rumanía, el 19 de mayo, se produjo la manifestación de protesta más grandes de las últimas dos décadas, contra los recortes emprendidos por el gobierno y el 31 del mismo mes se iniciaba una huelga indefinida en el sector público.
En junio, el anuncio de un salvaje plan de recortes en Alemania causó un fuerte impacto en toda Europa, al reforzar la idea de que nadie se iba a librar de profundos ataques. El 9 de junio, miles de estudiantes de universidad y de bachillerato protestaban contra estas medidas y el 12, decenas de miles se manifiestan en ciudades como Berlín y Stuttgart. El 8 de junio, 80.000 personas se manifestaban en Dinamarca. El mismo día se convocaba huelga del sector público en el Estado español, el 25 de junio los sindicatos mayoritarios de Euskal Herria convocaban huelga general, con un amplio seguimiento. El 24 de junio, en Francia se volvía a la carga: jornada de lucha general contra el plan de ajuste y la reforma de las pensiones, con 2 millones de manifestantes, superando la participación de la jornada del 27 de mayo y causando la percepción general de que ambiente iba en ascenso, como efectivamente quedó patente después del verano. En Italia se manifestaban más de un millón de trabajadores el 25 de junio en la huelga general convocada por la CGIL. La clase obrera griega volvió a protagonizar dos huelgas generales, el 29 de junio y el 8 de julio contra la aprobación de la reforma de las pensiones y el mercado laboral.
Todas estas numerosas luchas revelaban que, en la práctica, en toda Europa los trabajadores ya estaban protagonizando un movimiento continental y que la huelga general europea era posible si había voluntad política por parte de los dirigentes sindicales de llevarla a cabo y enfrentarse consecuentemente con los planes centralizados de la burguesía europea. En todo caso, la oportunidad para esa convocatoria se prolongó ya que todas las condiciones para un otoño caliente estaban dadas.


El caso italiano

 

En Italia se está gestando un ambiente de contestación social muy profundo, alimentado no sólo por los efectos generales de la crisis sino por el carácter particularmente reaccionario y corrupto del gobierno Berlusconi y la dura ofensiva de la patronal, que ha llegado al extremo de romper unilateralmente, en septiembre de 2010, el convenio colectivo del sector del Metal. El 16 de octubre, 500.000 trabajadores italianos inundaron las calles de Roma convocados por la Federación del Metal (FIOM) del principal sindical del país (CGIL) contra este atropello y los planes de ajuste aprobados en mayo. En esta manifestación, el secretario general de la FIOM planteó la necesidad de continuar la lucha y convocar una huelga general, lo que fue respaldado por los asistentes con el grito unánime de “huelga, huelga, huelga”.
Uno de los rasgos más interesantes de la situación sindical en Italia es la rapidez y claridad con la que se está desarrollando el enfrentamiento interno en la CGIL entre un sector que se aferra al sindicalismo de pactos y consensos con la burguesía (la nueva secretaria general de la CGIL, Susana Camuso ya ha señalado que “una CGIL de oposición no es útil” y ante la petición de los estudiantes de la convocatoria de una huelga general, ésta ha vuelto a contestar, a finales de diciembre, que no se convocará “porque no existen las condiciones”) y otro sector, aglutinado en torno a la FIOM, que se da cuenta de la necesidad de un giro a la izquierda. El 8 de noviembre su comité central aprobaba un documento en el que exigía a la CGIL salirse de la negociación con el gobierno y la patronal (está encima de la mesa un acuerdo sobre productividad en el que se contempla la existencia de contratos con periodos de prueba de un año y la posibilidad de eliminar los límites al encadenamiento de contratos temporales, así como el aumento del 50% de lo que pagan los trabajadores a la seguridad social) y proponiendo la convocatoria de una huelga general. La dirección de la CGIL quiere evitar a toda costa que se abra un escenario de enfrentamiento masivo y radicalizado, como ha ocurrido en Francia. En ese sentido están conteniendo, de momento, la convocatoria de una huelga general, que podría desembocar en un movimiento que llevara a la caída del gobierno. Para dar cauce de forma controlada a la presión que existe en sus bases, la CGIL convocó una nueva marcha a Roma el 27 de noviembre, que fue masiva. Esta convocatoria coincidía con la entrada en escena de los estudiantes (contra los recortes en la educación pública y la conocida como “reforma Gelmini”, que acelera la privatización de universidad), con un movimiento muy participativo, masivo y con una clara orientación hacia el movimiento obrero, que se inició el 8 de octubre con una huelga conjunta con el profesorado; el 17 de noviembre 200.000 profesores y estudiantes de secundaria salieron a la calle y el punto álgido se produjo en las manifestaciones del 30 de noviembre con más de 400.000 estudiantes, el día que se aprobaba la reforma en el parlamento.
La situación en Italia es extremadamente volátil. La burguesía italiana se ha lanzado a un ataque frontal contra el movimiento obrero pero con una maquinaria desgastada y dividida. La extrema arrogancia de Berlusconi, los incontables e ininterrumpidos escándalos de corrupción, de abuso de poder, su ostensible menosprecio hacia las más elementales formas de la propia democracia burguesa (el último ejemplo ha sido la compra descarada de votos a parlamentarios en la última moción de censura a la que fue sometido el 14 diciembre), se han convertido en un problema de primer orden para la propia estabilidad del país. Sin embargo, para la burguesía es complicado cambiar de caballo en mitad de la carrera. La posibilidad de elecciones anticipadas es más que real, aunque la clase dominante preferiría que este escenario no se diera. Ni la continuidad de Berlusconi ni una salida electoral —que equivaldría a introducir un grado mayor de incertidumbre, un paréntesis en la toma de decisiones hasta la formación de un nuevo gobierno, cuya estabilidad tampoco estaría garantizada— son satisfactorias para la burguesía, ni podrán evitar expresiones cada vez más claras de descontento social. Por eso, incluso, sectores importantes de la burguesía están barajando muy seriamente la articulación de una alternativa posberlusconi, sin pasar por el riesgo de las urnas. Llegar a una gran coalición de gobierno, el llamado “tercer polo”, en la que se incluiría a Fini escindido del PdL de Berlusconi y a otros disidentes de dicho partido, a la democracia cristiana (UDC) e incorporar al Partido Democrático, punto central para tratar de dar mayor estabilidad a la burguesía y poder llevar adelante los planes contra la clase obrera italiana. En todo caso tampoco resolvería el problema de fondo: que la crisis brutal del capitalismo italiano y de su clase dominante se agudizará, abriéndose la puerta a un periodo de mayor enfrentamiento entre las clases y de búsqueda de una alternativa revolucionaria por parte del movimiento obrero.


El despertar de la lucha en Gran Bretaña

 

Gran Bretaña también es un ejemplo de la rapidez de los cambios que se están produciendo. En mayo de 2010 la derecha ganaba las elecciones, gracias al desprestigio ganado a pulso por el “nuevo laborismo”, formándose un gobierno de coalición entre tories y liberales que lanzó el plan de recorte más duro desde la Segunda Guerra Mundial. El 10 y 24 de noviembre los estudiantes salían a la calle en contestación a la subida salvaje de las tasas universitarias y contra los recortes educativos, protagonizando la mayor movilización de la juventud en 25 años. Muchos estudiantes expresaron su rabia ante el engaño descarado del que habían sido objeto por parte de los liberales, quienes en su campaña electoral se habían comprometido a congelar las tasas. Es un indicativo de la volatilidad política de las capas medias, una parte de ellas puede girar a la izquierda de forma muy rápida en un contexto en el que la crisis capitalista necesariamente golpeará también a sectores que hasta ahora pensaban que nada incomodaría su estabilidad económica y social. Esta movilización es un síntoma muy importante de los cambios que se están produciendo en Gran Bretaña. Es significativo que el TUC apoyara públicamente las movilizaciones estudiantiles.
Después de casi 30 años de relativa calma, el movimiento obrero británico está dando signos de despertar. A lo largo de 2010 hemos asistido a distintas huelgas parciales (Metro de Londres, bomberos, personal de aeropuerto, etc…) y, en primavera, a una importante huelga de 48 horas en el sector público, la mayor desde 1987. Ahora, el anuncio del brutal plan de despido de más de medio millón de funcionarios sumado al resto de recortes y ataques impondrá una enorme presión a la dirección del TUC en el sentido de impulsar una contestación más general del movimiento obrero a estos planes.


El Estado español, los dirigentes sindicales en el filo de la navaja

 

El cambio de ciclo económico en el Estado español fue particularmente brusco, debido al boom inmobiliario y su posterior estallido. La gravedad de la crisis y el látigo de los mercados han empujado al gobierno a adoptar una línea de enfrentamiento directo con los trabajadores, poniendo en marcha planes de ajuste salvajes y varias “reformas estructurales”. Este giro a la derecha del gobierno ha situado a las direcciones sindicales en una posición extremadamente incómoda. La clase dominante y el gobierno sacaron la conclusión de que, entre preservar una precaria paz social a cambio de retrasar más las llamadas “medidas estructurales” o ponerlas ya en marcha, aún a costa de enfrentarse a un escenario de mayor conflictividad social y a una mayor inestabilidad política, era preferible lo segundo, y efectivamente, pasaron a la ofensiva. Ese giro implicó un cambio político fundamental en la situación. Los dirigentes sindicales se quedaron totalmente descolocados, atrapados entre la necesidad de tener que dar una respuesta y el pánico a que sus acciones les llevaran a enterrar definitivamente el “diálogo social”, abriéndose un escenario lleno de incertidumbres y peligros para su tranquilidad burocrática.
El 8 de junio, tras haberse aprobado ya un recorte salarial a los funcionarios, CCOO y UGT convocaron huelga en el sector público que tuvo un seguimiento desigual, por ser tardía, artificiosamente parcial —el carácter general de los ataques era evidente— y sin perspectiva clara de continuidad,. Finalmente, aunque totalmente a disgusto, sin convencimiento, sin alternativa, imbuidos de una tremenda rutina burocrática y sin una táctica clara salvo la determinada por el empeño de retomar una y otra vez el camino del diálogo social, los sindicatos convocaron la huelga general del 29 de septiembre, semanas después de que el parlamento hubiese ratificado el decretazo de reforma laboral. El éxito del 29-S, tanto por el seguimiento como por el carácter multitudinario de las manifestaciones, con un millón y medio de personas en las calles, se produjo en un contexto de intenso chantaje patronal y a pesar de la desastrosa actuación sindical.
Después del 29-S, muchos dirigentes sindicales habían expresado expectativas de que el gobierno “aparcaría” la reforma de las pensiones, y se justificaron en ello para no dar continuidad inmediata a la huelga general. Así, a pesar de que la percepción generalizada para el conjunto de la clase obrera era que se estaban fraguando ataques que significarán un cambio profundo, a peor, en las condiciones de vida de las actuales y futuras generaciones, y del gran impacto que estaba teniendo la lucha de Francia, los dirigentes sindicales desaparecieron del escenario político durante varias semanas para volver con una esperpéntica propuesta consistente en una Iniciativa Legislativa Popular y manifestaciones provinciales para el 18 de diciembre, que tuvieron un seguimiento muy limitado. Era evidente que esa táctica no se ajustaba a la gravedad de los ataques. Como hemos venido apuntando, la existencia de una ambiente de lucha y un malestar social muy fuerte se combina con una profunda crítica a las direcciones sindicales, producto de su política desmovilizadora de pactos y consensos durante décadas. Las masas responden, pese a eso, cuando perciben una oportunidad seria de expresar su descontento; pero no es así ante todas las convocatorias de los dirigentes sindicales.
Después del 29-S el gobierno se reafirmó en los ataques: reforma de las pensiones (enero de 2011), la reforma de los convenios colectivos (marzo de 2011), y recortes del gasto social en el presupuesto de 2011. El cambio de gobierno tras la huelga y la asunción del mando por parte del ministro del Interior, Rubalcaba, fue una puesta a punto para retomar el ataque. Después de la reunión de los grandes oligarcas de la economía española con el rey y la nueva reunión de los 37 capitalistas más importantes del país con Zapatero en la segunda quincena de noviembre, en la que se le exigió que actuase sin vacilar, la cosa estaba más clara todavía. Dichos cónclaves han sido tremendamente ilustrativos de la farsa de la democracia burguesa ya que ni siquiera se tomaron la molestia de disimular su carácter ejecutivo y de que la vida de la inmensa mayoría de las personas está gobernada por una ínfima minoría de privilegiados. El consejo de ministros del 3 de diciembre, con la retirada de la ayuda de 426 euros a los parados, la privatización de AENA y lotería del estado, la gestión de los aeropuertos, la introducción de agencias privadas de empleo, las nuevas reducciones de impuestos a las empresas, etc. el reinicio de los ataques se hacía explícito, complicando aún más la situación de los dirigentes de CCOO y UGT.
La presión para que convoquen otra huelga general es muy fuerte. En Euskadi, ELA y LAB, que son mayoría sindical, han convocado huelga para el 27 de enero. El mismo día, la CIG convoca huelga en Galicia. Durante las navidades los dirigentes de CCOO y UGT han tenido reuniones “discretas” e intensas con el gobierno con el fin de obtener alguna concesión respecto a la reforma de las pensiones, que les sirva para justificar la no convocatoria de una huelga general.  Los equilibrios de la burocracia sindical no tienen ninguna base sólida de sustentación, la no convocatoria de una huelga o su retraso, ahondará todavía más en el ambiente crítico hacia los dirigentes sindicales e incluso en las fisuras, latentes, dentro del mismo aparato sindical.
El gobierno, aunque le gustaría tener el apoyo directo de los dirigentes sindicales a las “reformas estructurales”,  nunca ha condicionado la puesta en marcha de los ataques a un acuerdo con ellos. A la vez, el gobierno, de forma muy consciente, ha explotado al máximo todas las vacilaciones de los sindicatos con el fin de confundir, desarmar ideológicamente y desmovilizar a los trabajadores. Esta situación, tarde o temprano, no evitará que la clase obrera, pese a todas las dificultades, encuentre el camino de la lucha.
En los próximos meses asistiremos a un escenario lleno de acontecimientos no sólo en el terreno de la lucha de clases sino también en el escenario político electoral, ya que la política derechista del gobierno está propiciando la vuelta del PP al gobierno  en el 2012 (a pesar de que la derecha sufre sus propias tensiones internas). Un síntoma claro de que esto puede suceder han sido las elecciones catalanas, en las que el PSC ha obtenido los peores resultados de su historia, con un 22% del voto, que anticipan un retroceso muy serio del PSOE en las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2011. La vuelta al gobierno de la derecha echará más leña al fuego de la lucha de clases, además de abrir una situación de crisis en el seno de la socialdemocracia (en la línea de lo que está ocurriendo en toda Europa) que coincidirá con un incremento del proceso de diferenciación interna de los sindicatos.

 

La rebelión social en Francia

 

La lucha de la clase obrera y de la juventud francesa en otoño de 2010 es un exponente claro de que la revolución social en Europa es una perspectiva cierta y no sólo un recuerdo del pasado. La continuidad que ha tenido el movimiento, la fusión con la juventud estudiantil, la contundencia de las huelgas indefinidas en sectores estratégicos como las refinerías, la parálisis de más de un mes del puerto de Marsella, el amplísimo respaldo social de las huelgas y las manifestaciones, el aislamiento político y social del gobierno de Sarkozy..., todo ello ha constituido una fuente de inspiración tremenda para la clase obrera y desde luego también para los marxistas, al reafirmarse, en la práctica, nuestras perspectivas para la lucha de clases.
Después de Grecia, el movimiento en Francia es el mayor desafío que la burguesía europea ha enfrentado para la aplicación de sus salvajes planes de ajuste, pero sin duda no será el último. ¿Cómo caracterizar lo sucedido? El movimiento ha tenido como aglutinante central la lucha contra la reforma de pensiones, pero ha ido mucho más allá, alcanzando el grado de rebelión social.
Efectivamente, uno de los rasgos más llamativos y significativos del estallido social en Francia ha sido, precisamente, la debilidad política de la derecha cuando se tiene que enfrentar a un movimiento de masas. Las encuestas del apoyo social a las huelgas han sido claras y rotundas y revelan un hecho que tiene una importancia política tremenda: la capacidad de la clase obrera, cuando entra en acción, de atraerse a la inmensa mayoría de la sociedad, incluso a sectores sociales que en tiempos de “normalidad” se muestran pasivos políticamente.
Es muy sintomático de la debilidad de la derecha que ésta no haya podido articular, en todo este periodo de movilizaciones, ningún movimiento social afín a su política, ni siquiera simbólico o minoritario. A pesar de la excepcionalidad de la situación económica, a pesar de la intensa campaña ideológica de la burguesía que trata de demostrar que “no hay otra salida” que los ajustes para hacer frente a la crisis, la burguesía francesa no ha podido crear un clima de unidad nacional para salir “juntos” de la crisis. Ni la apelación al nacionalismo francés, ni las maniobras políticas de carácter racista para minar la unidad de la clase obrera, como fue la intensa y sistemática campaña de criminalización contra los gitanos, sirvieron para restar fuerza a la contestación social.
Como apuntábamos más arriba, en los días que siguieron a la jornada del 12 de octubre el movimiento alcanzó su punto más álgido, con la incorporación de todas las ramas productivas, de los estudiantes y el estallido de huelgas indefinidas en las refinerías y otros sectores estratégicos. Presionados por un ambiente que estaba en su clímax, los sindicatos plantearon que se votara diariamente, en distintos sectores e industrias, la continuación de la huelga, lo que se conoció como “huelgas renovables”. Uno de dichos sectores fue el de las refinerías. Las doce que existen en el país quedaron completamente paralizadas durante casi dos semanas, algo que sólo había ocurrido durante Mayo de 1968. Los camioneros anunciaron su incorporación a las movilizaciones, realizando diversas acciones de bloqueos en las carreteras. Los ferrocarriles nacionales también se sumaron a la huelga, también el transporte urbano y el servicio de recogida de basuras. Todo eso confluía con la huelga de Marsella, que tenía paralizada la ciudad y su puerto, el más importante del país, durante más de un mes. Así las cosas, el sábado 16 confluyen 3,5 millones de personas en la calle, el movimiento seguía muy firme. La huelga general del 19 de octubre, día en el que inicialmente estaba prevista la aprobación de la reforma en el senado, volvió a ser un éxito rotundo.


¿Qué hacer?

 

En la declaración publicada por la Corriente Marxista Revolucionaria  sobre Francia, del 16 de octubre, decíamos: “Por un lado, el respaldo al gobierno de Sarkozy está en el nivel más bajo desde su llegada al poder, no supera el 32%. Por otro lado, y ese es el aspecto más importante, el apoyo entre la población a las movilizaciones ronda el 70% y más significativo aún es que un 61% de los encuestados se declaran a favor de una huelga general indefinida. Esto tiene una tremenda importancia pues revela un avance cualitativo en la conciencia de las masas. La mayoría de la población de Francia está dispuesta a paralizar completamente el país, dejando claro que quiere ir hasta el final para echar atrás las medidas de los capitalistas, y derribar al gobierno Sarkozy. La generalización del movimiento huelguístico sobre la base de la consigna de la huelga indefinida podría conducir a una crisis prerrevolucionaria en Francia, abriendo la posibilidad de un gobierno de la izquierda que pudiera cambiar por completo las pretensiones de los capitalistas franceses de volcar el peso de la crisis sobre los trabajadores y la juventud”.
En toda lucha, sea en una fábrica o un movimiento más general, hay momentos clave en los que la orientación y la táctica de la dirección del movimiento son determinantes para su desarrollo y para conseguir una victoria o una derrota. Decíamos al respecto en la citada declaración: “El papel de las direcciones sindicales es fundamental de cara a que este movimiento triunfe. Los dirigentes de la CGT, CFDT y el resto de centrales sindicales, así como las direcciones del PS y el PCF deben extender la huelga general hasta convertirla en indefinida. Vinculado a ello es necesario dotarse de un programa auténticamente socialista que saque a Francia y al conjunto de Europa de la crisis capitalista. Un programa que plantee, entre sus demandas irrenunciables, la retirada de la reforma de las pensiones y de los planes de ajuste, el subsidio indefinido para todos los parados, la nacionalización de todas las empresas en crisis bajo control obrero, y la nacionalización de la banca y el sector financiero. Las condiciones para defender este programa están completamente maduras: la conciencia de los trabajadores, que refleja en la acción el grado de radicalización que ha experimentado el movimiento, conectará con estas reivindicaciones si se plantean de una manera seria por las organizaciones de la izquierda, y se debaten en las asambleas generales de trabajadores y estudiantes”.
Probablemente, en otro contexto, antes de llegar a una situación tan extrema en la que se hiciera tan visible y patente su aislamiento social, el gobierno hubiera hecho alguna concesión. Sin embargo, lo que estaba en juego, tanto para el movimiento como para la burguesía francesa, era mucho más que la aplicación de una reforma. Retirar el plan o suspender temporalmente su aprobación sería una victoria clara y contundente de los trabajadores, con profundas implicaciones en toda Europa. Toda la clase obrera, pero también toda la burguesía europea, miraba a Francia. Al gobierno, aunque en una situación de extrema debilidad, no le quedaba más que resistir y esperar a ver qué paso daba la dirección del movimiento. Hubiera sido perfectamente posible derrotar al gobierno, pero para ello era necesario darle un empujón suplementario. Llegados a este nivel de enfrentamiento, las huelgas renovables por sectores ya era completamente insuficiente. Era necesaria la consigna de la huelga general indefinida de todos los sectores para alcanzar la paralización completa del país. Indudablemente esa medida situaba la lucha en un terreno abiertamente político, en el que la necesidad de defender una alternativa al capitalismo era fundamental para dar una perspectiva al movimiento.
Para aunar la fuerza de millones de trabajadores y jóvenes en el momento más crítico, en el que estaba en juego quién tiene el poder realmente en la sociedad, era necesaria la máxima cohesión política y táctica, la máxima firmeza, que sólo puede venir de la defensa de un programa consecuentemente revolucionario y socialista por parte de las organizaciones de la clase obrera que estaban a la cabeza del movimiento. En la medida en que esto no fue así, que no hubo una señal desde la dirección de estar dispuestos afrontar una situación de cuestionamiento total de la autoridad del gobierno, el movimiento interpretó que ya se había hecho todo lo que se podía hacer y fue perdiendo fuerza. A pesar de todo, en la huelga general del 28 de octubre, después de haberse aprobado la reforma en el senado y en el parlamento, las manifestaciones agruparon a 2 millones de personas y se mantuvieron varias convocatorias de manifestaciones en noviembre.
Aunque la clase obrera francesa, debido a las vacilaciones e insuficiencias de su dirección, no ha conseguido paralizar la reforma de las pensiones, esta lucha no ha sido en vano. La burguesía es plenamente consciente de la fractura existente en la sociedad. Un analista de la empresa encuestadora francesa IFOP señalaba: “Algunos dirán que Sarkozy ha ganado al aprobar la reforma, pero la reforma ha causado mucho daño, creando resentimiento, y con cualquier nueva reforma en el futuro el malestar social puede estallar de nuevo”. Es normal y necesario que se abra un periodo de reflexión y de asimilación de las lecciones.
La burguesía europea, a pesar de contar con la tremenda ventaja del nefasto papel de los dirigentes reformistas en el movimiento obrero, no va a conseguir doblegar fácilmente la voluntad de lucha de la clase obrera. No estamos asistiendo a un enfrentamiento en un solo acto sino a un largo proceso. A pesar de los éxitos de la burguesía en conseguir imponer, hasta el momento, los planes de ajuste, éstos se producen a costa de un desgaste todavía más profundo de los partidos reformistas, y también burgueses, hundiendo todavía más el descrédito de las instituciones de la democracia burguesa. Lo vimos en las elecciones regionales griegas en noviembre de 2010, en las que hubo una abstención histórica, cercana al 60% en la segunda vuelta y llegando al 75% en zonas tan importantes como la región Ática, donde se encuentra Atenas. Es muy significativo que el voto nulo y en blanco alcanzara el 10%, frente al 2% que tenía en las anteriores. El PASOK perdió más de 1.100.000, Nueva Democracia más de medio millón y el KKE, con el 11% de los votos, fue el único partido que aumentó su apoyo respecto a las generales de 2009, tanto en términos absolutos como en porcentaje. Estas elecciones se dieron en un contexto, nuevamente, de efervescencia social creciente, ante el anuncio de nuevas medidas de ataque introducidas en los presupuestos generales de 2011, con manifestaciones y huelgas sectoriales (enseñanza, transporte, puertos, bancos, sanidad, especialmente), que culminaron en la huelga general del 15 de diciembre, la más importante de todas las habidas desde el mes de mayo. Todo esto es un indicativo de que, más de un año después del inicio de las primeras movilizaciones contra los planes de ajuste salvajes, la clase obrera y la juventud griega dista mucho de haber dicho su última palabra y también de que la fractura social y política griega es irreversible.


La clase dominante se prepara

 

La burguesía y los distintos gobiernos se están preparando para un escenario de ascenso, no de descenso, de la lucha de clases. Están echando mano, de forma cada vez intensiva de la demagogia racista, que ya se ha elevado a la categoría de “racismo de Estado” y de los numerosos mecanismos represivos “democráticos” de los que dispone.
Lo vimos con la expulsión de los gitanos impulsada por Sarkozy en septiembre u otras iniciativas introducidas en la ley de inmigración, como la que establece una división completamente racista entre franceses de origen extranjero y el resto de franceses. Hoy estas medidas se aplican contra los inmigranes o los sectores más pobres de la sociedad, pero mañana serán utilizadas contra el conjunto de la clase obrera. En diciembre de 2010, ante la huelga de controladores aéreos en el Estado español se  decretó el “estado de alarma” y la militarización del control aéreo. Así, el gobierno, además de intentar desviar la atención de la gravedad de los ataques sociales que acababa de aprobar, sentaba un precedente que puede ser utilizado a discreción contra futuros conflictos laborales que pueden ser muy duros y radicalizados en los próximos meses y años.
En Alemania entre 2005 y 2009 al menos 53 diputados del partido alemán Die Linke (La Izquierda) fueron espiados por el servicio secreto. El 26 de abril el Consejo Europeo de Asuntos Generales aprobó el documento 8570/10, por el cual la UE podrá observar “procesos de radicalización” a través de la vigilancia de aquellas personas que mantengan “actitudes radicales”, como posiciones de “extrema izquierda o derecha, nacionalistas, religiosas o de antiglobalización”. En marzo de 2010, se aprobó el documento 7984/10 (documento clasificado y que fue sacado a la luz por la ONG Statewatch) en el que se plantea “almacenar datos sobre la radicalización violenta” en realidad se podrá fichar cualquier tipo de organización “radical”, sea “violenta” o no. El Estado griego amenazó con ilegalizar al KKE antes las elecciones regionales y municipales de noviembre. El motivo es la negativa del KKE a abandonar el sistema de financiación a través de bonos de ayuda organizado en las fábricas y manifestaciones y a facilitar al Estado un listado de todos aquellos que contribuyan económicamente a financiar al partido. Finalmente la amenaza de ilegalización no se llevó a la práctica, pero es un síntoma claro de por donde va a actuar la burguesía en el próximo periodo, en la medida que la contestación al capitalismo se cristalice en más organización política y sindical y la burguesía sienta más amenazada su estabilidad y su control sobre la sociedad.


La izquierda a la izquierda de la socialdemocracia

 

Precisamente, otro elemento vinculado a la creciente polarización política en Europa es el surgimiento y consolidación en los últimos años de una izquierda a la izquierda de la socialdemocracia. La implicación directa del SPD alemán en los ataques sociales, primero con el gobierno de Schröder (Agenda 2000) y posteriormente entrando en un gobierno de coalición con la derecha encabezado por Merkel, ha llevado a la socialdemocracia alemana a un desgaste brutal (obteniendo el peor resultado en las elecciones generales de 2009, con el 23% del voto, pasando de más de 20.000 a menos de 10 en una década) y al surgimiento  de una opción a la izquierda, Die Linke. Esta formación  se compone, en parte, de una escisión del SPD vinculada a los sindicatos (1999), que fue encabezada por Oskar Lafontaine, quien formó el WASG (2005) unificándose  en 2007 con los ex estalinistas del PDS. Die Linke es un fenómeno político nuevo, que se ha consolidado claramente en los últimos años (obteniendo el 12% del voto en las últimas elecciones generales) y se ha extendido también a la zona occidental del país.,
 En Portugal, en las últimas elecciones generales de 2009, el PS perdió la mayoría absoluta y el PCP y el Bloco de Esquerdas, llegaron al 18% de los votos, recogiendo más de un millón. El BE ha pasado de tener un 2,7% de los votos en 2002 al 9,9.  La utilización de un lenguaje combativo, unido al vínculo que PCP mantiene con el movimiento sindical, a través de la CGTP, en un contexto de auge de la lucha obrera le permite tener una autoridad y una proyección política importante. El potencial de desarrollo de una izquierda más combativa se acentuará teniendo en cuenta que, como hemos explicado, el rescate de Portugal, y con ello más planes de ajuste, es inminente. Ya el 24 de noviembre se produjo la primera huelga general conjunta de los dos sindicatos (CGTP y UGT) en 20 años.

Respecto a Grecia, cuya situación ya hemos abordado, hay que señalar que el KKE y Syriza alcanzaron el 12% de los votos en las elecciones generales del 2009. Si en el Estado español no se ha producido el mismo fenómeno no es por diferencias sustanciales en la situación social o política, sino por el hecho de que IU ha estado durante mucho tiempo a rebufo de la política del PSOE, sin diferenciarse sustancialmente. Otro factor es que IU, y el PCE, han debilitado mucho su vínculo con el movimiento sindical, hecho que no ha ocurrido ni con el PCP ni con el KKE. En todo caso, los guiños a la izquierda por parte de Cayo Lara y su clara oposición a las medidas del gobierno apuntan a un aumento electoral en las próximas elecciones generales.
Es significativo de la preocupación por parte de la burguesía de que este fenómeno se extienda el editorial del diario El País, titulado ‘Izquierda en crisis’, del 5 de octubre de 2009. En él se hacía referencia a los resultados de las elecciones alemanas, insistiendo en la creciente hegemonía de los gobiernos conservadores en Europa, pero a la vez terminaba con una advertencia: “esta pérdida de peso [de la izquierda] no es buena noticia para nadie, ni siquiera para los partidos conservadores. Entre otras razones porque el vacío que la izquierda deja está siendo ocupado en muchos casos por discursos y fuerzas populistas (...)”.
Aunque todavía es difícil prever qué progresión tienen estos agrupamientos en el futuro, que también dependerá de la actitud de su dirección ante acontecimientos clave, lo que es evidente es que reflejan una situación de polarización política cada vez mayor y que las perspectivas apuntan a una situación más favorable para la cristalización de agrupamientos a la izquierda del reformismo. Muy probablemente sea en los sindicatos donde ese proceso se dé de forma más extensa y con un impacto más profundo en la situación política. En los próximos años veremos cambios importantes en las organizaciones políticas, tanto en la izquierda como en la derecha, que reflejarán a su vez el clima de mayor inestabilidad política. Veremos acontecimientos de masas no sólo espoleados por factores sociales o sindicales, sino directamente políticos y en los que la juventud tendrá un papel muy protagonista; los hemos visto ya en el pasado reciente y se van a reproducir en una escala superior en el futuro.
Financial Times, en un artículo de marzo de 2010, expresaba claramente los temores de la clase dominante sobre el futuro: “Lo que será crucial en los próximos años, no es la simple amplitud de la deuda, sino saber si los gobiernos están en posición de encontrar un medio eficaz de reducirla (…) sin provocar (en el mejor de los casos) una inestabilidad política o (en el peor) una verdadera revolución”. En último término, el futuro dependerá del éxito de la construcción de una alternativa marxista revolucionaria que tenga la suficiente autoridad e implantación en el movimiento para que todo el potencial de la clase obrera, que ya se han evidenciando en las recientes rebeliones sociales en Grecia y Francia, se corone con el fin del capitalismo y el inicio de la construcción de una sociedad socialista en Europa y en todo el mundo.

El sistema capitalista ha experimentado una profunda transformación. La recesión mundial, en realidad una crisis de sobreproducción sin precedentes desde 1929 agudizada por el desplome del sector financiero y la explosión de deuda pública en los países capitalistas más poderosos como consecuencia de la aplicación generalizada de planes de rescate, ha sacudido los cimientos económicos y políticos del capitalismo internacional, Los fundamentos de la ideología burguesa predominante en estas últimas décadas y los pronósticos de los estrategas del capital han sido desmentidos por los hechos. La idea de un futuro de prosperidad y democracia, repetida insistentemente en los medios de comunicación, en las tribunas parlamentarias, universidades y en los aparatos reformistas de las organizaciones de la clase obrera, han dejado paso al desconcierto y las previsiones más sombrías. Todas las certezas del periodo anterior se han hecho añicos, mientras en los foros de la clase dominante se discute sobre la viabilidad de la UE, la nueva escalada de proteccionismo económico, el enconamiento del enfrentamiento interimperialista por el mercado mundial y, lo más importante, los efectos de la crisis en la lucha de clases.
La virulencia de la actual recesión hunde sus raíces en el boom precedente. Éste se basó, entre otros aspectos, en factores derivados de las derrotas del movimiento obrero en Europa, EEUU y América Latina en los años setenta y ochenta, y la posterior restauración capitalista en los antiguos países estalinistas (URSS, China, Este de Europa), que permitieron incrementar globalmente la explotación de la fuerza de trabajo y reducir los salarios reales, propiciando una nueva división del trabajo internacional. Otros factores, como la caída del precio de las materias primas o el desarrollo de la economía china, contrarrestaron las tendencias a la recesión existentes en occidente facilitando la expansión del comercio mundial. En el periodo más intenso del anterior boom económico (2003-2007), la economía china se convirtió en la primera receptora de inversión de capital extranjero de todo el mundo, en la principal fuente de financiación del consumo privado de los EEUU (en mayo de 2009 llegó a acumular 800.000 millones de dólares en bonos del tesoro norteamericano) y también en el mayor proveedor del mercado doméstico norteamericano.
El crecimiento del comercio mundial y una intensa explotación de la clase obrera gracias al aumento de la jornada laboral, la intensificación de los ritmos de trabajo, la precarización y desregulación del mercado laboral y la caída de los salarios, contribuyó al abaratamiento de los costes de producción, contrarrestando la tendencia decreciente de la tasa de ganancias. También jugó un papel relevante en este sentido las privatizaciones en el sector productivo estatal, las telecomunicaciones y los servicios sociales, que aceleraron la acumulación capitalista de los grandes monopolios estadounidenses y europeos. La aplicación de la nueva tecnología de la información también sostuvo esta dinámica.


Capital financiero y crisis de sobreproducción

 

No obstante, si el boom en las economías centrales del capitalismo se prolongó durante tanto tiempo fue debido a otro factor esencial: el recurso generalizado al crédito, que además de impulsar actividades puramente especulativas mantuvo el consumo doméstico de la principal economía del mundo (EEUU) e, indirectamente, la producción de una parte importante de las manufacturas mundiales. Pero lo que en un periodo reforzó el ciclo alcista de la economía y tiró de la producción, ensanchando el mercado mundial, en un momento determinado se convirtió en la fuente de contradicciones poderosas: el crédito barato generó una espectacular burbuja bursátil e inmobiliaria que atrajo miles de millones de euros acumulados en los años anteriores (finales de los noventa). Debido a la desregulación masiva del sector financiero, al incremento espectacular de la actividad bursátil y la especulación inmobiliaria, se obtuvieron plusvalías excepcionales sin la necesidad de pasar por la inversión productiva. El crédito masivo también creó las condiciones para un endeudamiento privado y empresarial sin precedentes que se cubría con más deudas. Estas deudas multimillonarias, gracias a la ingeniería financiera, se transformaron en activos financieros que cotizaban al alza frenéticamente, hasta que todo el sistema estalló el verano de 2007 a raíz de los impagos generalizados de las hipotecas subprime en EEUU.
Los grandes capitalistas, monopolios y bancos hicieron negocios multimillonarios en este período. La tasa media de beneficios empresariales en EEUU y Europa pasó de un 12-14% entre 1975-1982, a valores superiores al 20% desde finales de los años noventa hasta mediados de la década de 2000, tasas similares a las obtenidas en la época dorada del capitalismo occidental durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX. La diferencia fundamental con aquellos años prodigiosos del capitalismo norteamericano y europeo es que mientras el grueso de la acumulación capitalista se efectuaba a través de la reinversión de capital en la producción, en estas últimas dos décadas una parte sustancial de los beneficios del capital se han logrado mediante la especulación financiera. La brecha entre la producción real y el capital ficticio en estos años aumentó en proporciones desconocidas (el 90-95% de los movimientos de capital no responden a operaciones comerciales o de inversión, sino a movimientos puramente especulativos)1.
Cuando el sistema financiero de los EEUU se vio afectado por el retroceso de la economía real y el crecimiento del desempleo, el desplome de los grandes bancos de inversión, comprometidos hasta los tuétanos con la especulación inmobiliaria y bursátil, se precipitó. El sistema financiero mundial se vio amenazado por un colapso generalizado (especialmente tras la caída Lehmann Brothers en septiembre de 2008). Esto tuvo efectos inmediatos provocando que la crisis de sobreproducción latente emergiera a la superficie con virulencia y empeorara aún más la situación insostenible del sistema financiero. Estalló entonces una crisis clásica del sistema capitalista, de sobreproducción de mercancías, bienes y servicios, precisamente en el pico del boom económico. Una crisis que ha vuelto a poner de relieve el carácter reaccionario del Estado nacional y la propiedad privada de los medios de producción, que actúan como una camisa de fuerza sobre las fuerzas productivas.2


Los planes gubernamentales para salvar el sistema financiero: sus consecuencias

 

Los planes de salvamento público orientados al estímulo de la demanda y sobre todo al rescate del sistema financiero — una nacionalización general de las deudas bancarias bajo presupuestos capitalistas— , han supuesto la inyección, en poco más de tres años, de 20 billones de dólares en las economías de EEUU, Japón, China y la UE ¡Prácticamente un tercio del PIB mundial! No obstante, y a pesar de un desembolso de ayudas públicas sin parangón en la historia del capitalismo, incluyendo los periodos de reconstrucción posteriores a las dos guerras mundiales,  la crisis no sólo no ha sido conjurada, sino que nuevos desequilibrios han irrumpido en la escena introduciendo más incertidumbre respecto a las perspectivas para la recuperación. La explosión de deuda pública soberana, la bancarrota de las economías más débiles de Europa, la crisis del euro o el fracaso de la coordinación de la política económica de las grandes potencias mundiales, por citar algunas, han puesto de manifiesto que la utilización del Estado para salvar la economía de mercado ha cosechado resultados limitados, y en muchos casos adversos. Ello prueba la profundidad de la crisis y las enormes dificultades estructurales que encuentra la clase dominante para salir del pantano.
La deuda masiva, pública y privada, que condicionará las perspectivas generales para el próximo periodo se ha intentado contrarrestar por parte de los gobiernos capitalistas, sean abiertamente derechistas o socialdemócratas, con planes salvajes de austeridad que pretenden acabar con cualquier vestigio del llamado Estado del bienestar y anular las conquistas históricas del movimiento obrero. Planes que están actuando como una receta acabada para una explosión de la lucha de clases como no se veía desde la década de los años setenta del siglo pasado, incluso en muchos aspectos semejante a los efectos que se vivieron en los treinta, induciendo paralelamente a la continuidad de la recesión y, por tanto, alejando la posibilidad de una recuperación a corto plazo.
Los informes elaborados por los organismos económicos mundiales (FMI, BM, OCDE) a finales de 2009 afirmaban que lo peor de la crisis había pasado y en 2010 asistiríamos al fin de la recesión global. Durante meses desataron una campaña propagandística tremenda, con los famosos “brotes verdes” como eje. Dicha campaña reveló el pavor a las consecuencias políticas y sociales de la crisis. En aquellos meses pretendían convencer a la población de que se vislumbraba el final del túnel, intentando crear la ilusión de que aceptando más sacrificios, recortes en los gastos sociales, rebajas salariales, mayor precariedad laboral, se crearían las condiciones para un futuro mejor. Pero la propaganda burguesa choco con la realidad de los hechos. Los brotes verdes no se consolidaron, y la burguesía afiló el cuchillo pasando a la ofensiva.
En estos años ha aflorado con toda crudeza una paradoja que ilustra el carácter reaccionario del capitalismo. Si el Estado nacional se ha convertido en un armatoste que obstaculiza el desarrollo de las fuerzas productivas y está completamente superado por la realidad del mercado mundial, no es menos cierto que ese mismo Estado nacional es esencial para garantizar los intereses capitalistas en momentos de crisis. La burguesía nacional necesita a su Estado para defenderse de los competidores extranjeros (proteccionismo); necesita al Estado para mantener la solvencia del capital financiero; necesita al Estado para amortiguar las graves consecuencias de los conflictos políticos y sociales que se derivan de la crisis…En palabras de Federico Engels: “…El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una maquinaria esencialmente capitalista, un Estado de los capitalistas: el capitalista total ideal. Cuantas más fuerzas productivas asume en propio, tanto más se hace capitalista total...”.3 La envergadura de la crisis obligó a los gobiernos de las naciones más desarrolladas a adoptar medidas drásticas. Pero a pesar de lo que digan los defensores del neokeynesianismo, los planes de salvamento público han servido, esencialmente, para rescatar al sistema financiero a través de una masiva nacionalización de las perdidas mientras el ciclo recesivo se mantiene. El déficit presupuestario y la deuda se han disparado en todos los países a niveles históricos, en el momento en que los ingresos de los Estados, debido a la recesión, se reducen drásticamente. Y además, por increíble que parezca, este gigantesco trasvase de dinero público ha alentado un nuevo proceso de acumulación capitalista dónde el máximo beneficiario está siendo, cómo no, el mismo sistema financiero que precipitó la gran recesión. Estos son los magros resultados de las llamadas a “regular el mercado” auspiciadas por Obama, y secundadas, con entusiasmo, por los líderes socialdemócratas europeos.
Cuando se habla de crisis de liquidez para explicar lo que está ocurriendo, hay que responder que este tipo de argumentos no tienen nada que ver con la realidad. No es un problema de liquidez de capitales, que por otra parte han sido concedidos a manos llenas a la banca por el conjunto de los estados capitalistas, sino de la incapacidad del mercado mundial por absorber el exceso de mercancías, bienes y servicios, en un contexto de deudas masivas de la población y desempleo galopante. Bajo el capitalismo, la inversión productiva de capital sólo tiene sentido si proporciona ganancias tangibles al capitalista. Cuando la capacidad productiva instalada está funcionando a mínimos históricos en los EEUU, en la UE, en Japón; cuando la demanda interna se reduce dramáticamente a consecuencia del paro masivo, las deudas multimillonarias y los planes de austeridad, y el comercio mundial se contrae ¿Para qué invertir en ampliar la producción, en construir nuevas fábricas, en contratar más trabajadores?
La liquidez monetaria, que ha fluido masivamente desde los bancos centrales a la banca privada a través de créditos concedidos a tipos de interés fronterizos al 0%, no se ha orientado a impulsar la producción, ni al consumo de las familias, ha sido utilizada para sanear los números rojos de la gran banca y garantizar su solvencia, permitiendo, al mismo tiempo, que el sector financiero coseche beneficios fabulosos en el mercado de deuda pública y desvíen parte de estos fondos a operaciones especulativas en bolsa y en los mercados de materias primas. La aparición de una nueva burbuja bursátil es una realidad en todo el mundo: el mercado mundial de derivados que movía a mediados de 2007 en torno a 500.000 millones de dólares, en 2009 se acercaba a 600.000 millones; así mismo, los 25 gestores más ricos de fondos de alto riesgo, en pleno pico de la crisis (2009), lograron unas ganancias globales de más de 25.000 millones de dólares, más del doble que el año anterior. La existencia de una gran masa de capital especulativo supone un riesgo latente. La explosión de la especulación bursátil e inmobiliaria en China, o los ataques especulativos contra el euro y la deuda soberana de Gracia, Irlanda, Portugal o España son signos evidentes de esta realidad.
El capital financiero, que domina con puño de hierro la economía de mercado, obligó al conjunto de la sociedad a penetrar en el corralito de las deudas hipotecarias. Sobre la base del endeudamiento masivo, público y privado, los grandes bancos y fondos de inversión se apropiaron de la plusvalía de cientos de millones de personas. Como ahora es imposible continuar con el festín de la misma manera, el capital financiero se beneficia de plusvalías multimillonarias a través de los planes de salvamento público y, por alucinante que parezca, de financiar la gigantesca deuda pública que estos mismos planes de salvamento han generado. La deuda soberana de los 30 países más avanzados del mundo en 2010 alcanzará en promedio el 100% de su PIB. En el caso de EEUU el pago de intereses de la deuda pública supone ya la cuarta partida de su presupuesto anual. Sólo en 2009, los títulos de obligaciones emitidos en Alemania alcanzaron la cifra de 1 billón 692.000 millones de euros. En el conjunto de la UE se emitieron en 2008 más de 650.000 millones de euros en deuda pública; en 2009 fueron más de 900.000 millones y en 2010, según estimaciones conservadoras, será de 1,1 billones. El conjunto de los estados de la UE tiene ya más de 8 billones de euros en deuda pública.
La deuda pública se ha convertido en el gran negocio del momento. Pero ¿de dónde saldrán las multimillonarias retribuciones a la banca privada por la deuda pública? ¿Cómo se obtendrán los recursos necesarios para recortar drásticamente el déficit presupuestario de los Estados? La respuesta es obvia: de la sangre, el sudor y las lágrimas de la clase trabajadora a través de los llamados planes de austeridad.


La economía norteamericana en el pantano

 

Muchos “analistas” pronosticaron una rápida salida de la crisis en EEUU. Pensaban que era difícil descender mucho más. No obstante, como demostró la depresión de 1929 la caída puede ser muy grande, y la recuperación lenta y débil, arrastrándose penosamente durante años.
En las dos últimas décadas el consumo fue el pilar fundamental en el que se sustentó el boom económico norteamericano, llegando a aportar más de 2/3 partes del crecimiento del PIB (un 77,3% en 2007). Este fenómeno se apoyó en el crédito indiscriminado. Ahora todo el edificio se ha venido abajo y el consumo interno está completamente deprimido, aplastado por una montaña de deudas imposibles de pagar para millones de familias. La lacra del desempleo desalienta aún más el gasto doméstico. Los datos son elocuentes: entre junio de 2007 y finales de 2008 la pérdida de riqueza de las familias, combinando activos tangibles y activos financieros, rozó el total del PIB estadounidense (14 billones de dólares). Partiendo de estas circunstancias, las fórmulas que el gobierno Obama ha llevado a cabo para reactivar el consumo interno se han estrellado contra un muro. El paquete de 800.000 millones de dólares de ayudas públicas aprobado a principios de 2009 por la administración demócrata, tuvo una eficacia extremadamente modesta (se calcula que pudo inducir la creación de poco más de medio millón de empleos). Y este es un aspecto importante, pues a pesar de las teorías de los neokeynesianos del tipo Krugman, la inversión estatal sólo puede tener —en el caso de las economías más fuertes— un efecto limitado a la hora de paliar algunas consecuencias negativas de la recesión, o ayudar a estimular el auge cuando las condiciones objetivas para ello existen. Pero la inversión estatal no determina el ciclo económico. Para sortear la recesión y transitar la senda de la recuperación es necesario que la inversión de capital privado se reactive ante la perspectiva clara de un aumento de la demanda.
A la luz de los datos y previsiones, la crisis no ha terminado en EEUU. Todos los sectores están afectados por la sobreproducción: automóvil, construcción, acero, cemento, máquina herramienta, química, comercio…La capacidad productiva de la industria manufacturera está siendo utilizada por debajo del 72%, la tasa más baja desde el establecimiento de la serie estadística en 1948 (un 26% inferior a la media entre 1972-2008), y la inversión empresarial sigue cayendo. La destrucción de empleo no cesará a corto plazo: la recesión ha eliminado 8,2 millones de puestos de trabajo desde diciembre del 2007, alcanzando un 10, 2% de desempleo y la histórica cifra de 15,7 millones de desempleados, la mayor en 26 años. Según estudios del banco Goldman Sachs, la economía de EEUU necesitaría crecer durante los próximos cinco años a una tasa anualizada del 5% para lograr que el empleo volviese a la situación previa a la crisis. Paralelamente, la ofensiva contra los salarios se recrudece, aumentando la desvalorización de la fuerza de trabajo en un contexto favorable para los empresarios donde el ejército de reserva crece con fuerza. Pero las cosas pueden empeorar. La exposición del sector financiero estadounidense a la crisis inmobiliaria —que continua tras la caída persistente de venta de viviendas de segunda mano en un 20% de promedio a lo largo de 2010—, ha sido subrayado por el Fondo de Garantías de Depósito de los EEUU, que calcula en 552 las entidades financieras que pueden quebrar en los próximos dos años (lo que significaría una pérdida de 250.000 millones de dólares).
La perspectiva de un nuevo descenso a los infiernos para la economía norteamericana no es ningún invento. El corresponsal de El País en EEUU, Sandro Pozzi, lo fundamentaba así en un artículo del pasado 28 de agosto: “El que iba a ser el verano de la esperanza se está convirtiendo en el del miedo a que EEUU tropiece, vuelva a caer en la recesión y se lleve por delante la recuperación en todo el mundo. Ante tanta incertidumbre, el cónclave en Jackson Hole (Wyoming, EEUU) de economistas y banqueros centrales internacionales ha cobrado especial relevancia, con un mensaje de nubes y claros. ‘Esta crisis durará casi 10 años en los países más endeudados -tanto EEUU como España están entre ellos-, y apenas llevamos tres desde que estalló’, explicó en una entrevista con este diario Carmen Reinhart, de la Universidad de Maryland (...) En la calle, con 14,6 millones de parados y otros 2,4 millones que ni siquiera buscan empleo en la situación actual, la respuesta parece ser afirmativa. En EEUU hay también 8,5 millones de personas que no tienen más remedio que trabajar a tiempo parcial, lo que se traduce en menos ingresos. Y 40 millones de personas con bajos recursos que acuden a las ayudas públicas para poder comer, a los conocidos food stamps: para todos ellos, la vida es una especie de depresión contenida. Tampoco hay buenas noticias para las empresas, que ven cómo la demanda vuelve a bajar. Ni en el sector de la vivienda, donde las ventas avanzan al menor ritmo en cinco décadas...”.
La situación a mediados de 2010 era tan grave que Obama aprobó un nuevo plan de “estímulo” de 50.000 millones de dólares destinados a la inversión en infraestructuras públicas y ayudas fiscales a las empresas. Pero esto era 16 veces menos que su plan de hace año y medio, un plan que fracasó a la hora de sacar a la economía del agujero. Economistas como Krugman exigen más ambición y un plan de estímulo mayor, pero ¿para invertir en qué y de dónde saldrá el dinero? Si se aumenta la inversión pública de algún sitio tienen que salir los recursos. ¿De los impuestos a los ricos? Sería una alternativa... pero Obama, presionado por los malos resultados en las elecciones de noviembre, ha decidido prorrogar las exenciones fiscales a las grandes fortunas que aprobó el gobierno Bush y que vencían en diciembre de 2010. Su argumento es el mismo que el que utiliza su colega Zapatero, que después de amagar con aumentar la fiscalidad a las grandes fortunas ha reculado vergonzosamente aduciendo que eso podría provocar fugas de capitales y empeorar la situación. Así es la lógica implacable del capitalismo, incluso para sus feligreses más piadosos y bienintencionados.
La persistencia de la recesión en los EEUU, el fiasco de los planes de salvamento y estìmulo de la administración Obama, el desencanto general entre la población con sus medidas, han dado fuerza al sector dominante del capital estadounidense que exige cambios drásticos en la estrategia para salir de la crisis. Cambios que agudizarán el enfrentamiento del imperialismo norteamericano con sus competidores en la lucha por cada palmo de mercado mundial.

 

El desplome europeo

 

Si la situación de EEUU es adversa, el desarrollo de la recesión en el viejo continente ha hecho saltar por los aires todas las creencias en la solidez de la Unión Europea abriendo un agrio debate sobre su futuro. En este mismo número de Marxismo Hoy dedicamos un artículo específico a la crisis de la UE, del euro y de los efectos de los planes de austeridad en la lucha de clases. Pero en cualquier caso es necesario señalar algunos aspectos de los acontecimientos en Europa para entender la dinámica general de la recesión mundial y su poderosa influencia en las perspectivas generales.  
Después del terremoto de mayo de 2010 en el que el hundimiento de la economía griega desató la mayor crisis de credibilidad del euro y puso en tela de juicio los acuerdos políticos de años anteriores, las medidas adoptadas para garantizar la solvencia de los bancos alemanes, franceses y británicos comprometidos por sus inversiones en deuda soberana de los países periféricos, han sido incapaces de frenar la crisis. Al crack de la economía griega ha seguido sin apenas interrupción la bancarrota de las finanzas irlandesas, la amenaza de una nueva bancarrota en Portugal y, lo más importante, la posibilidad de un plan de rescate para la economía española, que convertiría en un juego de niños lo ocurrido anteriormente. El Estado español representa el 10% del PIB comunitario, y un plan de intervención sobrepasaría los fondos de rescate aprobados en mayo —la prensa financiera alemana señala que serían necesarios 500.000 millones de euros para el caso español— requiriendo de acuerdos bilaterales con Alemania, Francia y Gran Bretaña. El semanario Der Spiegel anunciaba en su edición del pasado 28 de noviembre que “si cae España, cae el euro”. El mismo pronóstico lo contemplaba el Financial Times Deutchland: “Si una economía tan grande como la española tuviera que recurrir a los bomberos financieros, el futuro del euro estaría en serio peligro”. Esta perspectiva, totalmente factible, ha suministrado muchos argumentos a importantes sectores de la burguesía alemana que ven en la bancarrota de las economías más débiles un lastre imposible de soportar y una amenaza a la estabilidad de la economía germana. Y la posibilidad de nuevas bancarrotas está en el orden del día, incluyendo países como Italia y Bélgica, mientras la presión sobre la deuda soberana de Portugal y el Estado español continua intensificándose.
La profundidad de la crisis europea ha puesto de relieve las enormes dificultades para la unificación económica y política del viejo continente, abriendo la caja de Pandora para la vuelta del viejo discurso del nacionalismo económico, esgrimido con fuerza por las autoridades alemanas, y que reflejan, en última instancia, que la idea de una Europa unida en bases capitalistas es una quimera reaccionaria. El hecho es evidente: las economías nacionales de Europa alcanzaron un grado de integración muy importante en los años de crecimiento económico, donde el desarrollo desigual de las mismas podía ser paliado parcialmente gracias a los fondos europeos desembolsados por las potencias más fuertes. En el momento en que la recesión se ha hecho una realidad permanente, estas contradicciones latentes han aflorado con fuerza, alimentando las tendencias centrífugas tendentes a disolver los acuerdos de integración. Nadie quiere salvar a su vecino a costa de empeorar las cosas en casa.
La jerga oficial habla ya de una Europa a dos velocidades, en todo, y lo peor es que a pesar de poner en marcha planes de ajuste y austeridad de caballo en la mayoría de las naciones, las posibilidades de que arranque la recuperación son cada vez más inciertas. Como ocurre en EEUU, las tasas de desempleo en la UE están en cotas históricas: según las cifras de Eurostat, la zona euro acabará el 2010 en el 10%, un máximo de los últimos 12 años, con más de 16 millones de personas en paro en la eurozona. La economía francesa está en encefalograma plano como la italiana, la inglesa sigue descendiendo, y la alemana, que es una clara excepción y que puede acabar el año con una tasa de crecimiento que doble la medida europea, es pasto de desequilibrios y zonas oscuras que puede arrastrar al conjunto de Europa, empezando por la situación nada fiable que atraviesa su sistema bancario.
El crecimiento alemán se ha basado en su músculo exportador, que se ha beneficiado durante meses de la debilidad del euro, de la caída de los salarios, de la precariedad creciente del mundo laboral alemán y, una razón de mucho peso, de la pujanza de la economía china y los planes de inversión estatal de su gobierno, que ha aumentado significativamente las importaciones de maquinaria y tecnología alemana. Una dinámica que está condicionada por factores adversos, tal como señalaba el corresponsal del diario catalán La Vanguardia: “El nivel de dependencia exterior de Alemania es la clave de su éxito y también su talón de Aquiles. Su cuota de exportación supera el 40% en sectores como el del automóvil y la máquina herramienta, y el 50% o 60% en la industria electrónica o farmacéutica. Alemania depende como pocos de la coyuntura internacional, algo que se parece a unas arenas movedizas, porque el panorama general está dominado por la incertidumbre...”.4 El crecimiento de las exportaciones alemanas, que ya representan el 50% de su PIB, tiene consecuencias muy importantes: alienta las tensiones con sus supuestos socios europeos y, sobre todo, agudiza el enfrentamiento con los EEUU. En las cumbres del G-20 en Ontario y Seúl los norteamericanos han clamado con vehemencia no sólo contra la política exportadora y monetaria de China, también Alemania, y por ende Europa, han sido el centro de sus críticas. De todas maneras, la escalada de descalificaciones y ataques no va en una sola dirección: el gobierno alemán, tanto su Ministro de finanzas como la Presidenta Angela Merckel, han arremetido con dureza contra las medidas de la administración Obama, especialmente contra su decisión de devaluar el dólar a través de la emisión de más de 600.000 millones de dólares por parte de la Reserva Federal (FED) para comprar bonos del tesoro, asunto del que nos ocuparemos más adelante.
El otro punto débil de la economía europea sigue localizado en el sector financiero. Hace unos meses que se hicieron los test de estrés para evaluar la solvencia de los principales bancos europeos y calmar a los “mercados”. Los bancos españoles salieron aparentemente airosos, a pesar de que llevan años incorporando a sus balances, como si fueran activos, todo el pasivo de la crisis inmobiliaria, con préstamos concedidos al sector por valor de 600.000 millones, y una morosidad que supera los 100.000 millones de euros. Pero lo más irónico es que el mismo resultado positivo obtuvieron los bancos irlandeses que meses después entraron en quiebra y precipitaron la declaración de rescate por parte del gobierno y la puesta en marcha de un plan salvaje de recortes del gasto público, despido de miles de empleados públicos y reducción de las pensiones, entre otras medidas.5  La situación es tan grave que incluso China ha tenido que llegar en auxilio de la maltrecha economía europea buscando también su propio respiro: desde 2006 la Unión Europea es el principal destinatario de las exportaciones chinas y viceversa. Por este motivo, el gobierno chino ha intentado tranquilizar a los especuladores internacionales declarando que apoyan los planes de austeridad europeos y que no reducirán su participación en bonos soberanos europeos. Pero a pesar de todo la economía europea se encuentra en un callejón.
Los planes de austeridad aprobados en Gran Bretaña, Irlanda, Francia, Italia, Portugal, Grecia, Alemania, en el Estado español, que buscan garantizar la cuenta de resultados de los grandes bancos, los grandes fondos de inversión y las grandes empresas, los denominados eufemísticamente “mercados” en la jerga oficial, no van a sacar la economía de la UE del hoyo en el que se encuentra, pero sí van a desencadenar una rebelión social en todo el continente, rebelión que ya ha escrito sus primeros capítulos con las grandes movilizaciones de masas, huelgas generales, movilizaciones estudiantiles que se han sucedido país tras país. La posibilidad de que este panorama remita y se vuelva al anterior equilibrio capitalista es muy improbable. El capitalismo europeo ha entrado en una nueva coyuntura histórica preparando las condiciones para una guerra de clases prolongada.


El capitalismo chino frente a la recesión mundial

 

El desarrollo explosivo de las fuerzas productivas en China ha convertido a este país en protagonista indiscutible de la escena mundial. Todos los factores que juegan un papel decisivo para dificultar o ayudar a la estabilidad del capitalismo —crisis de sobreproducción, relaciones entre las potencias, guerra de divisas— están influenciados por el gigante asiático. El estallido de la recesión en el verano de 2007 ha supuesto un importante jalón en la historia del peculiar capitalismo chino, que arroja luz sobre la solidez de sus cimientos y sus perspectivas.
A diferencia de sus homólogos americanos y europeos, los dirigentes chinos consiguieron sortear lo peor de la recesión mundial: el PIB chino creció en 2009 un 8,7% y superó el 10% en 2010. Las enormes reservas acumuladas gracias a décadas de un robusto crecimiento —entre 1980 y 2005 el PIB chino creció alrededor de un 9% de media, alcanzando en 2007 un espectacular 13%— permitieron al régimen responder al cambio de ciclo en la economía mundial con un generoso plan de estímulo, aprobado en 2008, de 580.000 millones de dólares, equivalente a más del 12% del PIB del país. La abundancia de capitales no ha sido la única ventaja con la que ha contado el gobierno chino. También han podido disponer de un poderoso instrumento para aplicar sus plan anticrisis: una economía férreamente centralizada —nos referimos tanto a la gran industria como a los recursos naturales y la banca— controlada con mano firme por el Estado, y el hecho de que los planes de estímulo se dirigieran en buena medida a la inversión productiva. Pero a pesar de las apariencias positivas, las contradicciones del capitalismo de Estado chino son muchas, y la mayor de ellas sigue siendo que su economía depende esencialmente del mercado mundial y de su capacidad exportadora.
Mientras en occidente el grueso de los planes estatales ha sido destinado al rescate de la banca privada, en China se han orientado fundamentalmente a inversiones en infraestructuras —la inversión en este sector se incrementó un 73% en los dos primeros años de la crisis—, consiguiendo una recuperación de la producción industrial, determinada en buena parte por esta inyección de dinero público.6  Por otro lado, con el objetivo de estimular el consumo, el gobierno aumentó el dinero en circulación a través del crédito, hasta el punto que en el primer semestre de 2009 se superó en un 50% el volumen total de créditos de 2008. Buena prueba de la importancia adquirida del recurso al crédito, fue que el mero anuncio de una restricción crediticia el 20 de enero de 2010 provocó una caída generalizada de las bolsas.
Sin embargo, esta recuperación no debería ocultar que la recesión mundial ha hecho aflorar las debilidades estructurales de la economía china, muy dependiente del mercado mundial. Según datos gubernamentales, la crisis destruyó más de 20 millones de puestos de trabajo aunque para la Academia de Ciencias Sociales del país fueron 40 millones, es decir, una cifra equivalente al 40% del desempleo mundial provocado durante el primer año y medio de crisis. El retroceso de la actividad económica en 2008 y 2009 fue consecuencia de una caída en el crecimiento ininterrumpido de sus exportaciones. El potencial exportador de China, clave de su meteórico avance, se vio gravemente afectado por la contracción de la demanda mundial, especialmente del mercado doméstico estadounidense y europeo. Tras alcanzar, entre 2000 y 2007, un superávit comercial de más del 20%, en 2009 hubo una caída del comercio exterior del 13,9% respecto al año anterior. Por el momento, la demanda estadounidense y europea no dan síntomas de recuperación lo que sumado a las medidas proteccionistas de las potencias occidentales, supone una espada de Damocles que amenaza a la llamada fábrica del mundo.
No podemos perder de vista que establecer comparaciones mecánicas entre el gigante asiático y otras grandes economías puede inducir a error. La economía china necesita crecer anualmente entre un 8% y 9% del PIB para absorber alrededor de 10 millones de nuevos trabajadores que se incorporan todos los años al mercado laboral. Un crecimiento que para otras potencias, como EEUU o Alemania, representaría un enorme avance, en China simplemente impide el aumento del desempleo. De ahí, la comparación del crecimiento chino con la estabilidad de una bicicleta. Un vehículo de tres o cuatro ruedas puede ir a baja velocidad e incluso permanecer detenido sin venirse abajo, una bicicleta precisa alcanzar una determinada velocidad para mantenerse estable y evitar su caída.
La recesión mundial ha dejado al descubierto el talón de Aquiles de la economía china: la debilidad de su consumo interno y su extraordinaria dependencia de las exportaciones. Desde un punto de vista teórico, no es un problema irresoluble. Podría superarse consiguiendo que las mercancías que no absorbe el mercado mundial sean consumidas dentro del mercado doméstico chino. Pero semejante transformación se enfrenta con enormes dificultades, puesto que entra en abierta contradicción con las bases sobre las que se ha desarrollado el capitalismo chino las últimas décadas. En primer lugar, el carácter exportador de la economía china no ha hecho sino aumentar exponencialmente en el último período. Entre 2001 y 2007, China elevó del 20 al 36% el peso de los intercambios comerciales en su PIB. El consumo doméstico, que representaba un 49% del PIB en 1990 disminuyó al 35% en 2008. En dólares constantes, el PIB chino en 2007 es muy superior al de 1990 y, por tanto, el mercado interno se ha ensanchado. Pero, aún así, el consumo interno sigue muy por detrás de las exportaciones en lo que a riqueza generada se refiere, contrastando con el 70% del PIB que representa en países como EEUU.
Las masas chinas sólo podrán consumir más si disponen de mayor poder adquisitivo. No obstante, el factor más importante a la hora de explicar porqué las manufacturas chinas han sido tan competitivas en el mercado mundial son los bajos costes laborales. Salarios bajos a cambio de jornadas de trabajo inhumanas, combinados con la ausencia de derechos sindicales. Es más, aunque entre 2000 y 2006 el PIB per cápita chino se duplicó, pasando aproximadamente de 1.000 dólares a 2.000, sigue muy lejos de los registros que se dan en las principales potencias: en EEUU el PIB per capita multiplica por 22 el de China (en 2006 era de 44.000 dólares).  Incluso existe la posibilidad de que China vea reducida su competitividad como consecuencia del encarecimiento relativo de su mano de obra, como está ocurriendo por la explosión de huelgas y conflictos laborales que recorren el país, y por el aumento del desempleo a escala mundial que provoca un abundante excedente de fuerza de trabajo en las naciones con las que compite y que, como cualquier otra mercancía, se ve sometida a un proceso de depreciación.

 

¿Podrá China convertirse en la locomotora de la economía mundial?

 

Aunque las grasas acumuladas por el capitalismo chino son abundantes y permiten al régimen un mayor margen de maniobra, no debemos olvidar que en una parte decisiva provienen del superávit comercial. Los intercambios comerciales del dragón rojo con el resto del mundo han estado sometidos a constantes vaivenes desde el inicio de la recesión y siguen sin estabilizarse. Tras un crecimiento anual de más del 20% entre 2000 y 2007, en agosto de 2009 se registró una caída del superávit comercial del 45% respecto al mismo mes de 2008.  Posteriormente hubo una fase de recuperación que volvió a sufrir un nuevo bache en marzo de 2010— en el primer trimestre de ese año se alcanzaron 10.700 millones de euros de superávit pero supusieron un 70% menos que en el mismo período de 2009—. La balanza comercial del capitalismo chino no ha sido capaz de recuperar, al menos hasta el momento, la forma de una clara curva ascendente como en el período de boom. No es de extrañar, pues el grueso del crecimiento económico chino se produjo en un período de auge de los intercambios comerciales, que entre 1970 y 2002 se multiplicaron por veinte. El panorama actual del comercio mundial es totalmente distinto, a lo que hay que sumar las tendencias proteccionistas. Si éstas se intensificasen podrían dar al traste con las expectativas de recuperación estable de la economía china.
Sobre estas bases podemos empezar a responder a la  pregunta de si China puede sustituir el papel del capitalismo estadounidense en la economía mundial. Desde nuestro punto de vista, es un error pensar que la hegemonía de EEUU está amenazada a corto plazo. Su poderío todavía es muy superior al chino y su participación en el PIB mundial prácticamente multiplica por seis al de China. La economía estadounidense absorbía, justo antes del estallido de la crisis, mercancías por valor de 9,7 billones de dólares, mientras China, con una población que multiplica por cuatro la estadounidense, lo hacía por valor de 1,7 billones. En estas condiciones, China no puede sustituir a los EEUU ni a la UE como motor decisivo de la economía mundial.
La fortaleza de las finanzas chinas ha sido un argumento manejado por algunos economistas para subrayar su liderazgo en la futura recuperación. China posee las mayores reservas mundiales de divisas: 2,7 billones de dólares, tres cuartas partes de ellos invertidos en activos denominados en dólares y casi un billón  directamente en deuda pública norteamericana. Sin embargo, la actual situación del dólar expone a China a serias dificultades. A pesar de las amenazadoras declaraciones por parte de las autoridades chinas exigiendo limitar la hegemonía de la divisa estadounidense, lo cierto es que el debilitamiento del dólar supone una desvalorización de su propia riqueza en divisas. Sin olvidar que una depresión mayor en EEUU afectaría decisivamente el potencial exportador chino. Esta es la razón de que Hillary Clinton, número dos de la Administración Obama, se preguntara a finales de marzo de 2009: “¿Cómo negocias con mano dura con tu banquero?”, en clara referencia a la dependencia de la financiación china de la deuda estadounidense. Este “equilibrio del terror” financiero entre China y EEUU se mantendrá: aunque ambos son competidores en el mercado mundial, se necesitan, por lo menos en el corto plazo. La dependencia mutua entre ambas economías es una confirmación práctica de la ley dialéctica sobre la unidad y lucha de contrarios.
Por otra parte, al calor de los planes de estímulo estatales, se ha abierto un nuevo debate en el que algunas voces comienzan a hablar de una vuelta atrás en la restauración capitalista en China. No compartimos dicha afirmación. La intervención estatal china, con todas sus particularidades, no difiere, en su naturaleza de clase, de la desarrollada por los estados capitalistas europeos o norteamericanos. La cuestión clave es que la clase dominante está utilizando los recursos estatales para salvaguardar las bases capitalistas del sistema, intentando evitar un colapso de consecuencias sociales y políticas incalculables. La historia del capitalismo conoce enérgicas intervenciones estatales. Las experiencias del capitalismo europeo y japonés tras la Segunda Guerra Mundial, en Corea del Sur o Brasil en los sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado, son aleccionadoras. En China, las empresas estatales y la banca pública, son instrumentos utilizados en beneficio de la nueva clase de capitalistas —muchos de ellos con carné del PCCh— que se lucran explotando a millones de trabajadores, privatizando empresas públicas, estableciendo acuerdos con las multinacionales imperialistas y participando en el mercado mundial, una vez liquidado el monopolio estatal del comercio exterior. Gracias a las filtraciones de wikileaks hemos conocido como el antiguo primer ministro Li Peng y su familia controlan el sector eléctrico; el miembro del Comité Permanente del Politburó, Zhou Yongkang, y sus socios dominan el petrolero; la familia de Chen Yun, antiguo líder comunista de la época de Mao, el sector bancario; Jia Quinglin, presidente de la Conferencia Consultiva Política del Parlamento, controla el sector inmobiliario en Pekín; el yerno de Hu Jintao dirige la página web sina.com, una de las más importantes, y la esposa del primer ministro, Wen Jiabao, el de las piedras preciosas.
Los aprietos económicos de 2008 obligaron al capitalismo chino a recurrir a un tipo de recetas que, junto a los positivos resultados iniciales que hemos expuesto, ya demostraron sus efectos perniciosos a largo plazo cuando fueron aplicadas por potencias más veteranas. El recurso excesivo al crédito, como respuesta a la crisis de sobreproducción, ha alimentado las tendencias especulativas en China. Un 20% de los 1,39 billones de dólares que los bancos chinos concedieron en nuevos créditos en 2009 —el doble que el año anterior— fueron a parar al sector inmobiliario. De hecho, la burbuja inmobiliaria china no ha dejado de crecer. Según datos oficiales la inversión en bienes inmuebles aumentó un 75% ese mismo año, en el que la  especulación bursátil tampoco fue a la zaga: la bolsa de Shanghai se disparó hasta un 90%. Otro dato enormemente preocupante es el crecimiento de un 5,1% de la inflación en 2010, una media, que como tantos otros valores estadísticos, pretende enmascarar que los alimentos básicos incrementaron sus precios en casi un 11%, ejerciendo una enorme presión sobre las familias trabajadoras.  
Esta situación ha llevado al régimen a imprimir un giro en su política económica a finales del año 2010. Se ha limitado el volumen de dinero en circulación incrementando las reservas de la banca y elevando los tipos de interés. A su vez, para aliviar la presión que puede provocar un estallido de la burbuja inmobiliaria, se ha limitado la compra de viviendas y oficinas tanto a nativos como a extranjeros, así como la concesión de suelo para nuevas construcciones. Pero si la política expansiva ha demostrado ya sus riesgos, un recorte excesivo puede provocar resultados igual de negativos. El sector inmobiliario ha sido uno de los motores del crecimiento en los últimos años, alimentando una parte considerable del crecimiento del PIB, sin olvidar que el arrendamiento de terreno a largo plazo se ha convertido en una fuente de ingresos vital para las administraciones locales —en 2009 obtuvieron ingresos por valor de 150.000 millones de euros por este concepto—, sobre las que pesa una deuda de 900.000 millones de dólares. Por otra parte, los recursos estatales destinados a infraestructuras que permitieron recuperar el aliento del sector productivo tras el primer golpe de la recesión, se han agotado. Es importante destacar, que este plan de estímulo no ha servido para resolver los problemas de sobrecapacidad productiva instalada. La intervención del Estado, que ha garantizado durante un período de tiempo la demanda de la producción de los sectores nacionales más afectados por la crisis, ha aplazado la expresión de este problema en forma de paro y cierres de fábricas. En la actualidad es palpable la incertidumbre creada por las nuevas medidas destinadas a enfriar la economía, que ha impedido hasta el momento la adopción de un nuevo plan de estímulo.
En paralelo a todos estos procesos económicos el proletariado chino ha empezado a estirar sus músculos. Durante 2009, tuvimos un anticipo del carácter que adoptará la lucha de clases en China. En julio, los 30.000 obreros de la fábrica Tonghua Iron & Steel se movilizaron contra la privatización de su empresa. Secuestraron al representante de la empresa, le lincharon e hicieron frente a miles de antidisturbios que intentaron disolver los piquetes de forma violenta. El régimen tuvo que dar marcha atrás. Una lucha similar, que también acabó en victoria, se produjo en agosto en la fábrica Linzhou Steel Corporation. En 2010, trabajadores del sector privado de numerosas empresas se sumaron a la movilización y conquistaron importantes mejoras salariales. Lo más importante es que despertando a la lucha por mejoras económicas, ya hay sectores, como los trabajadores de Honda, que se adentran en un terreno más político, oponiendo al modelo sindical del régimen sindicatos democráticos con elección directa y control sobre sus representantes. El proletariado chino está forjando su conciencia en base a una dura experiencia de explotación y derrotas. La burocracia capitalista que dirige el PCCh, aunque sigue hablando de socialismo y envolviéndose con la bandera roja, ha destruido las conquistas de la revolución. Pese a todos los obstáculos, capitalismo es sinónimo de lucha de clases, y el proceso de toma de conciencia empieza a abrirse camino a través de la bruma de la contrarrevolución capitalista. Probablemente, un proceso generalizado de ascenso de la lucha de clases en China tarde todavía un tiempo y, seguramente, adoptará formas peculiares debido a las características políticas y económicas tan particulares en que se ha gestado el capitalismo chino. En cualquier caso, al calor del crecimiento explosivo del capitalismo en China, la clase llamada a derrocarlo se ha visto enormemente fortalecida.

 

El imperialismo chino se vuelve más audaz

 

Todo lo dicho anteriormente no contradice que China pueda seguir fortaleciendo sus posiciones en el ranking mundial, no tanto por su capacidad para solucionar sus propios desequilibrios como por la debilidad creciente de sus competidores. Claro exponente de ello fue la forma en que desplazó a Alemania como primera potencia exportadora del planeta. Realmente, ambas economías sufrieron un retroceso en el volumen total de sus exportaciones, la diferencia fue que la economía germana lo hizo mucho más que la asiática.
China se ha convertido en un serio desafío para las potencias imperialistas occidentales, disputando abiertamente el control de sus fuentes de materias primas y cuotas de mercado tradicionales. Es ya el primer socio comercial de la UE, el segundo de América Latina y el tercero de África. Como ilustra el cuadro, la correlación de fuerzas en el mercado mundial se está transformando por la irrupción del gigante asiático, alimentando las tensiones y conflictos entre las potencias como ha puesto de manifiesto la guerra de devaluaciones competitivas entre las divisas.

Porcentaje de participación en el total de exportaciones mundiales de mercancías
Fuente OMC

En tiempos de boom la audacia de la expansión imperialista china provocó mucha tensión, en un momento en el que el planeta ya estaba repartido —aunque este reparto fuera inestable y cambiante— entre las grandes potencias. La contracción del mercado mundial provocada por la recesión no ha hecho más que alimentar la voracidad del capitalismo chino y prácticamente ninguna de las grandes economías ha dejado de sentirse amenazada por este proceso. Junto a la reactivación de viejos conflictos con Japón —la pugna por la soberanía de las islas Senkaku—, y el desafío que desde hace años representan sus avances en América Latina y África para EEUU y Europa, se están gestando nuevos conflictos: con Rusia en Asia Central — debido a los contratos que empresas chinas han arrebatado a Gazprom en Kazajistán y Uzbekistán—; con Alemania en Europa Oriental —provocado por las inversiones chinas en Polonia, Rumania y Hungría—. Pero es en Asia donde se localiza actualmente el punto más caliente. El conflicto militar entre las dos Coreas iniciado en noviembre del pasado año, es un nuevo síntoma del grado de tensión al que han llegado las relaciones económicas y militares entre EEUU y China. El capitalismo estadounidense no se conforma con la pequeña Corea del Sur, consciente de que el avance chino necesita un oponente de mayor envergadura, y espera encontrar ese poderoso aliado en India. La clase dominante de este gigantesco país, con 1.000 millones de habitantes y unas tasas de crecimiento comparables a las chinas, parece encantada de aceptar esta invitación a fortalecer la alianza anti-china. No es ninguna casualidad que las hostilidades militares entre las Coreas coincidieran con un viaje de Obama a este país, durante el cual el presidente de EEUU se mostró favorable a la entrada de India en el Consejo de Seguridad de la ONU. Semejante reconocimiento fue agradecido por los anfitriones del presidente de EEUU con el desplazamiento de 36.000 soldados indios a su zona fronteriza con China.
El capitalismo chino se enfrenta a una nueva etapa plagada de contradicciones. Como siempre hemos explicado los marxistas, las perspectivas no son una ciencia matemática. Los factores que determinan una previsión son múltiples y no sólo de carácter económico. Tal es el caso de la lucha de clases, que puede empujar al régimen chino a desarrollar medidas económicas en diferentes sentidos, dependiendo de la presión social a que esté sometido. De lo que no cabe duda es que la actual recesión ha puesto en marcha una lucha de alcance histórico por el mercado mundial en la que China jugará un papel decisivo.

 

Proteccionismo y devaluaciones competitivas: la lucha por el mercado mundial se recrudece

 

El pesimismo económico ha encontrado otro punto de anclaje en la situación que atraviesa la economía japonesa. Sumergida en una deflación que no termina, con la mayor tasa de paro desde el final de la Segunda Guerra Mundial (en torno al 5%), con un yen más fuerte que nunca y que afecta muy negativamente a sus exportaciones, el gobierno japonés ha intentado insuflar vida en el organismo económico a través de constantes inyecciones de ayudas públicas. Aunque sigue siendo la segunda economía del mundo y cuenta con uno de los mayores patrimonios financieros y la industria más automatizada (con un altísimo valor añadido), Japón sigue sin levantar cabeza. Oficialmente salió de una acusada recesión en el segundo trimestre de 2009, pero su crecimiento sigue siendo muy modesto. Estos resultados, decepcionantes como en el resto de países avanzados, se han alcanzado gracias a planes de estímulo público que rozaron en dos años el 4% del PIB. Lejos de retirar este estímulo estatal, la burguesía japonesa se vio obligada a aprobar un nuevo plan de cerca de 55.000 millones de euros en el año 2010. Pero hasta ahora las medidas gubernamentales no han servido para reactivar la actividad, la deuda pública se acerca al 200% del PIB mientras la polarización social y las desigualdades se incrementan: miles de jóvenes que pernoctan en los cibercafés porque no pueden permitirse pagar un alquiler o los ancianos obligados a sobrevivir con pensiones míseras, inflan cada vez más las filas de los pobres de Japón.
La profundidad y virulencia de la recesión no sólo está destruyendo las anteriores certezas, también ha arruinado los discursos con que intentaron tranquilizar a la opinión pública en los primeros momentos. No hace mucho tiempo los gobiernos de todo el mundo se llenaban la boca de solemnes declaraciones afirmando haber tomado nota de las causas de la crisis para no repetir errores anteriores. Ese fue el mensaje de la administración Obama en cuantas cumbres económicas se han celebrado en estos tres años. Y sin embargo, para desgracia de Obama y de sus mentores, los viejos fantasmas del crack de 1929 han hecho su aparición para recordar que los intereses contradictorios de las diferentes burguesías nacionales pueden empujar a la economía mundial a una depresión aún mayor. Primero fue el fracaso de la cumbre del G-20 a finales del mes de junio de 2010 en Ontario, y aquel retroceso, que abrió las puertas a las salidas nacionales frente a una recesión desbocada, se ha ratificado en la cumbre de Seúl del pasado mes de noviembre.
La prensa burguesa ha intentado presentar el enfrentamiento del imperialismo estadounidense contra China y la UE como un debate doctrinal entre los partidarios de mantener los estímulos fiscales y aquellos que defienden las medidas de ajuste y austeridad para frenar el crecimiento de la deuda pública y atajar el déficit presupuestario. Pero esta explicación oculta, como no podía ser de otra forma, las auténticas causas que alimentan la disputa. Decir que Obama es un defensor de la inversión pública, en sentido coloquial para entendernos, es lisa y llanamente mentira, tal como los hechos se están encargando de demostrar. La administración demócrata ha aprobado planes de ayuda estatales por valor de varios billones de dólares que han sido destinados, en su mayor parte, a salvar al sistema financiero estadounidense, sostener a los grandes monopolios de la automoción (gracias a las subvenciones a fondo perdido otorgadas generosamente por Obama, por ejemplo a General Motors), subsidiar la venta de casas, y continuar con los gastos multimillonarios en materia de seguridad interior y en las intervenciones militares en curso (las guerras de Iraq y Afganistán). Pero las inversiones productivas, en infraestructuras, en obra pública, en sanidad, en educación, para crear empleo y estimular el consumo, han brillado por su ausencia. Más bien habría que señalar que los ataques a los gastos sociales, a las pensiones, a los empleados públicos (en las administraciones de los estados y en los ayuntamientos se han destruido 69.000 y 247.000 puestos de trabajo respectivamente desde agosto de 2008), a la sanidad y la educación, también se suceden a buen ritmo en los EEUU. Las ventajas fiscales para los ricos y los beneficios estratosféricos que los grandes bancos están obteniendo, son parte del panorama económico estadounidense igual que en Europa o Japón.7
En realidad, la causa del enfrentamiento entre los EEUU y la UE, también del enfrentamiento con China, no es otro que la lucha brutal por el mercado mundial. EEUU, que atraviesa una fase depresiva en su consumo, no puede convertirse en el destinatario de las mercancías baratas de todo el mundo y hundir aún más sus industrias manufactureras. Esto va directamente en contra de los beneficios del capital norteamericano. Al contrario, la burguesía estadounidense necesita resituarse en el mercado mundial, incrementar el volumen de sus exportaciones para salir de una crisis que se prolonga y vender mucho más en el exterior. En la capital de Corea del Sur, el imperialismo norteamericano ha dejado claro que está dispuesto a pelear con fuerza contra sus competidores y no dejarse arrebatar el liderazgo mundial, independientemente de las consecuencias que sus decisiones, y las de sus adversarios, provoquen.
Es importante señalar que la reunión de Seúl estuvo precedida por dos acontecimientos de enorme significado. Primero, la derrota de Obama en las elecciones legislativas parciales de noviembre. El triunfo de los republicanos, gracias a un aumento tremendo de la abstención en las ciudades, ha dado aún más confianza al sector decisivo del capital estadounidense que quiere respuestas contundentes. Los grandes monopolios y transnacionales estadounidenses, han dicho que es hora de pasar a la ofensiva en el terreno de la economía mundial. Y este es el segundo acontecimiento significativo: el gran capital estadounidense que mostró abiertamente sus intenciones durante la crisis del euro en mayo de 2010 y en la cumbre del G-20 en Ontario un mes después, han dado un puñetazo en la mesa buscando fortalecer su posición en el mercado mundial a costa de sus competidores. Es el capital estadounidense el que ha impuesto, con el beneplácito de Obama, la mayor devaluación competitiva del dólar de los últimos cuarenta años, horas antes de la cumbre del G-20 en Seúl, mediante una gigantesca operación de impresión de dólares, denominada en la propaganda oficial con el término eufemístico de “expansión cuantitativa”. Con esta decisión, el gobierno de EEUU pondrá en circulación 650.000 millones de dólares para comprar bonos del tesoro e impulsar, este es uno de los fines de la operación, la exportación de las manufacturas norteamericanas a los mercados mundiales, intentando recuperar su predominio en el mercado doméstico.
Los imperialistas norteamericanos han puesto punto final a la época de las palabras y las buenas intenciones. Hay una guerra económica para salir de la crisis y quieren ganarla. Obviamente en la base de esta estrategia se encuentra la profundidad de la crisis económica en los EEUU y la certeza de que las medidas adoptadas hasta el momento no permiten salir del atolladero. Además de los datos que hemos señalado anteriormente, con un déficit presupuestario y una deuda soberana en niveles históricos (11,1% del PIB y 65,8% del PIB respectivamente), la situación es realmente alarmante si consideramos que las necesidades de financiación de EEUU requieren de 350.000 millones de dólares al año y que la compra de bonos del tesoro por parte de los inversores extranjeros está disminuyendo acusadamente. China, que en 2007 adquirió el 47% de las nuevas emisiones de bonos norteamericanos a diez años, las redujo en 2008 a la mitad, en torno al 20%, cifra que en 2009 tan sólo representó un 5% del total de bonos emitidos. Las debilidades del capitalismo norteamericano, que se refuerzan por la precaria situación de un sistema financiero que puede sufrir nuevas recaídas, están detrás de esta orientación hostil contra sus competidores.
El escenario dibujado en la cumbre del G-20 en Seúl no deja lugar a dudas. Las lecciones del pasado no han sido asimiladas, y no pueden serlo por una razón evidente: el capitalismo es un sistema anárquico, no puede ser planificado ni regulado. El motor que lo hace funcionar no es la satisfacción de las necesidades sociales de la mayoría, sino el beneficio de las grandes empresas y bancos que determinan la política de los gobiernos y deciden sobre la vida de miles de millones. Esta clase de plutócratas, los famosos “mercados”, no tienen más solidaridad entre ellos que la de sus cuentas de resultados y, frente a esta crisis de sobreproducción, estos monopolios, que en una economía mundializada siguen manteniendo su base nacional, luchan con uñas y dientes por mantener sus beneficios a costa del vecino, desalojándolos de sus mercados y posiciones estratégicas. Es la misma contradicción que Marx señaló hace 150 años: las fuerzas productivas que han dejado de tener una base nacional para adquirir un carácter mundial, chocan contra la camisa de fuerza de la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional.


¿Recaída en la recesión?

 

Las perspectivas para la recuperación son inciertas y están muy condicionadas por las enormes contradicciones que enfrentan a unas potencias contra otras. Las reuniones del G-20 no han servido más que para evidenciar el fiasco en el empeño de coordinar las políticas económicas. Todos los problemas estructurales derivados del anterior periodo de boom económico, y acentuados calamitosamente en esta fase de recesión, han abierto las puertas a una nueva configuración del capitalismo mundial, en el que la lucha por la supervivencia y la primacía tendrá efectos en todos los planos: en la lucha de clases por supuesto, pero también en las relaciones internacionales donde la pugna entre las diferentes potencias imperialistas se expresará también en el frente militar de una forma más acusada.
En la gran depresión de 1929, uno de los factores que recrudeció la espiral destructiva fue que las grandes potencias económicas acometieron medidas proteccionistas y devaluaciones competitivas de sus monedas. Un escenario que se está repitiendo milimétricamente a pesar de todos los deseos en contra, confirmando la incapacidad de resolver esta crisis de sobreproducción con recetas capitalistas. Según informes de la Organización Mundial del Comercio (OMC) las medidas proteccionistas no sólo se circunscriben a la devaluación competitiva de las divisas, se extienden con la aplicación de leyes para proteger distintos sectores económicos en diferentes países: subidas de aranceles, endurecimiento de normas de importación, subsidios públicos a sectores productivos como el automóvil, acero o calzado, iniciativas legislativas para obstaculizar el comercio internacional.
A las medidas proteccionistas y la guerra de devaluaciones competitivas hay que sumar que la caída de los ingresos fiscales del Estado y la depresión de la demanda interna, que será el resultado inevitable de la aplicación de los planes de austeridad, no hacen más próxima la recuperación de la economía. Por otra parte, el saneamiento de los bancos mundiales todavía no ha terminado. El FMI estima en 3,5 billones de dólares las pérdidas seguras de la banca mundial hasta finales de 2010; pero la cantidad puede ser muy superior y seguir lastrando la recuperación. Tomados en conjunto todos los factores mencionados, se pone de relieve el carácter extraordinario de la recesión económica. Según algunos estudiosos de la historia económica, la producción industrial, los mercados bursátiles y el comercio mundial cayeron en este último año y medio con más fuerza que en los inicios de la Gran Depresión. Hay que retroceder a la Segunda Guerra Mundial para encontrar una caída del PIB de los países industrializados tan importante. Exactamente igual se puede decir del desempleo, aunque en este caso las referencias hay que tomarlas directamente de la depresión de los años treinta: las economías de la OCDE (las 30 naciones más industrializadas), superarán los 60 millones de desempleados, casi el doble que al inicio de la crisis. Los datos son impresionantes, pero igual de significativo es la sincronización y simultaneidad de la recesión en todas las economías del planeta (algo que tardó en 1929). Este hecho ratifica lo que los marxistas hemos explicado en los últimos años: el peso aplastante del mercado mundial y la estrecha interrelación de todas las economías, un fenómeno que se reforzó en el periodo de boom y que, como explicamos, tendría consecuencias tremendas cuando la crisis de sobreproducción hiciese su aparición.
Los organismos internacionales hablan de que la producción industrial podría remontar en 2011, pero esto es poco probable, mucho menos cuando en numerosos países aprueban recortes salvajes de la inversión estatal. La clave sigue siendo la inversión de capital privado, que está por los suelos, y el crecimiento de la demanda interna, el consumo privado, que supone la parte decisiva del PIB en los países avanzados. Hay motivos serios para pensar que la recuperación tan cacareada podría sufrir un traspié importante y que la fase recesiva se prolongará, incluso podría empeorar. En cualquier caso una cosa es clara, las tasas de crecimiento de años precedentes están completamente descartadas.


Un nuevo periodo histórico. Ruptura del equilibrio capitalista

 

Lo fundamental es entender que hemos entrado en una época diferente de la historia del capitalismo. Un periodo que no comienza con la recesión sino, precisamente, durante la fase de crecimiento económico. En la última década hemos vivido grandes acontecimientos que, tomados en conjunto, marcan un punto de ruptura en la historia mundial. En primer lugar, el desarrollo de la revolución en América Latina, que tiene una significación histórica. Pese a las cifras macroeconómicas de crecimiento, desde finales de los años noventa asistimos a movimientos revolucionarios en América Latina que supusieron un cambio profundo respecto a los ochenta y primeros años noventa, marcados por derrotas: La revolución bolivariana, el movimiento revolucionario de las masas en Bolivia, Ecuador, el Argentinazo, el movimiento contra el fraude en México en 2006, la respuesta al golpe en Honduras…
La influencia de estos procesos en la política mundial es obvia, pero lo más significativo es su duración en el tiempo, lo que demuestra la correlación de fuerzas extraordinariamente favorable para la clase obrera, los límites del imperialismo para abortar estos procesos, y la precariedad política de la burguesía nativa. Por otro lado, esta prolongación también es consecuencia de la ausencia de una dirección marxista con autoridad entre las masas capaz de completar estas revoluciones. Otro elemento de primer orden en este cambio de época es la crisis de poder e influencia del imperialismo norteamericano. Las relaciones mundiales están experimentando cambios muy agudos, determinados por la sacudida de la crisis y la competencia feroz de las potencias imperialistas por los mercados. La escalada del enfrentamiento entre China y EEUU, en el plano económico, político y militar, y entre EEUU y la UE marcarán el próximo periodo. Hay una lucha por el dominio de Asia, África, y de las fuentes esenciales de materias primas estratégicas.
En definitiva, dos décadas después del colapso del estalinismo, el nuevo escenario tiene unas características muy diferentes al periodo anterior. Trotsky señaló una idea que puede ser bastante útil para abordar las características de esta nueva fase de la lucha de clases y de la historia mundial: “Las épocas de enérgico desarrollo capitalista deben poseer formas —en política, en leyes, en filosofía, en poesía— agudamente diferentes de aquellas que corresponden a la época de estancamiento o de declinación económica. Aún más, una transición de una época de esta clase a otra diferente debe producir necesariamente las más grandes convulsiones en las relaciones entre clases y entre Estados (...) No es difícil demostrar que en muchos casos las revoluciones y guerras se esparcen entre la línea de demarcación de dos épocas diferentes de desarrollo económico”. 8
En la compleja ecuación política que atraviesa el capitalismo mundial, el papel de las masas, su irrupción en escena y su proceso de toma de conciencia (contradictorio, y no lineal), sigue siendo el factor decisivo. Como marxistas rechazamos cualquier esquema basado en una lucha constante y permanente de la clase obrera. Cuando las oportunidades no se aprovechan son inevitables derrotas, repliegues y retiradas. En función del carácter y profundidad de éstas, el retroceso será de un tipo u otro (diversos factores influyen: la política de las direcciones de las organizaciones obreras, la situación económica, etc.). Pero lo primero que debemos señalar es el papel que la clase obrera ha jugado en los últimos años, incluso en el periodo de boom. Zanjar esta cuestión diciendo que la conciencia de las masas en los países capitalistas desarrollados ha retrocedido, como se repite como un lugar común entre los intelectuales izquierdistas, sectarios o ex marxistas, representa una visión unilateral y sesgada. En primer lugar, no es posible obviar las derrotas políticas de los años setenta. Entonces, ligados directamente a la recesión, asistimos a movimientos revolucionarios en Europa occidental (España, Portugal, Grecia), y a un auge tremendo de la lucha de clases en Francia, Gran Bretaña, EEUU.... Los efectos políticos de estas derrotas fueron muy severos. Sus consecuencias se vieron reforzadas posteriormente por el colapso del estalinismo y la restauración capitalista en la URSS, Europa Oriental y China. El boom de los años noventa estuvo directamente relacionado con estas precondiciones políticas.
Generalmente un boom económico restablece las esperanzas en el futuro y, teóricamente, aumenta la confianza en el sistema. Indudablemente, este fenómeno se repitió en buena medida en el anterior periodo de crecimiento. Pero el boom de las dos últimas décadas, en EEUU, Japón, la UE (no digamos otros países) ha quemado parte importante de las grasas acumuladas, atacando la cohesión social y el estado de bienestar. Ciertamente, sectores de la pequeña burguesía se beneficiaron mucho de la especulación inmobiliaria y bursátil; incluso sectores del proletariado trabajando duro y agachando la cabeza, empujados a esa situación por la política de colaboración de clases de las direcciones reformistas, pudieron aumentar sus ingresos y someterse de por vida a los créditos hipotecarios. Pero no fue un boom como otros anteriores de la historia del capitalismo, que desarrollaron grandes ilusiones incluso entre sectores amplios de trabajadores.
Es importante hacer un balance cuidadoso del periodo anterior y no caer en simplificaciones que expresan el punto de vista, no del marxismo, sino de capas desmoralizadas de activistas. La experiencia acumulada por la clase obrera (especialmente la juventud obrera) durante los años de boom es fundamental para entender las perspectivas para el próximo periodo. Las masas han accedido a mercancías a bajo coste, disfrutado de la compra a crédito de coches, televisores de plasma y otros bienes, pero el fermento de crítica al sistema empezó a incubarse durante el boom, con el incremento de la jornada laboral, la precariedad, el enorme endeudamiento de las familias, etc. Estos factores estaban detrás de los movimientos de masas contra la guerra, las sacudidas huelguísticas en Europa, etc. ¿Cuál fue la historia de la última década en los países capitalistas avanzados? ¿Hemos vivido sólo un periodo de reacción y reflujo? Evidentemente el desarrollo no ha sido uniforme (Gran Bretaña lo prueba), pero la mayoría de países vivieron importantes movilizaciones de la clase obrera y la juventud. Esto ha marcado la conciencia de cientos de miles de trabajadores, aunque no se haya traducido inmediatamente en el surgimiento de tendencias reformistas de izquierdas de masas o centristas algo que no debería sorprendernos. Desarrollos de ese tipo son característicos de situaciones revolucionarias o prerrevolucionarias.
Obviamente hay un retraso de la conciencia respecto a la situación objetiva. Pero el factor decisivo para explicarlo no es la “fortaleza del boom” pasado, sino la política de los dirigentes reformistas, que se ha transformado en un factor objetivamente reaccionario, el más importante de todos. Un factor que no encuentra contrapeso por el momento en las fuerzas del marxismo, que siguen siendo muy débiles, lo que hará que esta situación contradictoria se prolongue —con todo tipo de distorsiones, pasos adelante y atrás— por un periodo bastante amplio.
La teoría marxista excluye la existencia de una crisis final del capitalismo. La dinámica interna del sistema, recorrida por fases periódicas de boom y recesión, fue analizada por Marx en obras como El Capital y Teorías sobre la Plusvalía. También Lenin y Trotsky abordaron este asunto. Cuando tratamos con la dinámica del ciclo económico y la caracterización de una época histórica determinada, el marxismo no sólo considera los factores derivados propiamente del proceso de producción y circulación, toma muy en cuenta todos aquellos aspectos políticos e ideológicos que forman parte de la superestructura de la sociedad y adquieren relevancia en el desarrollo económico e histórico (derrotas huelguísticas y fracaso de movimientos revolucionarios; guerras entre naciones e intervenciones imperialistas, etc.). La relación entre lucha de clases y ciclo económico es estrecha, compleja y dialéctica. Las ecuaciones “boom igual a reacción” o “recesión igual a revolución”, simplifican groseramente esta relación. La experiencia de los últimos años es rica al respecto. Hablando de las perspectivas generales, evidentemente hemos entrado de lleno en un periodo extremadamente turbulento de la historia. La actual recesión no es cualquier recesión, sino una profunda crisis de sobreproducción. La curva de desarrollo capitalista ha entrado en una dinámica declinante. Aunque haya fases de recuperación de los índices macroeconómicos (algo que no será homogéneo) la posibilidad de tasas de crecimiento global como en la última década y media es poco probable. Lo fundamental es entender que el capitalismo, tal como se configuró en las décadas posteriores al colapso del estalinismo, ha dejado paso a otra realidad diferente. Ésta se caracterizará por años de estancamiento y débil crecimiento, altas tasas de desempleo y austeridad brutal; y tendrá efectos políticos trascendentales. La lucha de clases entra en una fase de mayor dureza, polarización entre las clases y choques sociales sin precedentes desde los años setenta. La conciencia de la clase trabajadora, a diferentes ritmos, avanzará martilleada por estos acontecimientos.


¡Construir las fuerzas del marxismo!

 

Los planes de austeridad que han puesto en marcha los gobiernos capitalistas representan una ofensiva sin cuartel contra las conquistas históricas del movimiento obrero. Por ahora, la ofensiva patronal auspiciada por los gobiernos, ya sean de derechas o socialdemócratas, ha tenido éxito. Pero esto ha sido posible, en gran medida, gracias a la política errática de los dirigentes reformistas de los sindicatos obreros, que siguen optando por la línea de la concertación y la colaboración de clases, aunque cada día con más dificultades y presiones para llevarla a la práctica. Pero la recesión también ha tenido otros efectos, y el más importante es que refuerza la pérdida de confianza por parte de millones de trabajadores y jóvenes en este reformismo sin reformas, que ya venía desgastándose en los últimos años.
En una crisis económica de proporciones históricas como la actual, la lucha sindical limitada empresa a empresa es impotente. La batalla por defender las conquistas del movimiento y frenar la sangría del desempleo, se tiene que transformar en una amplia, extensa y contundente lucha política por transformar de raíz la sociedad. Defender condiciones dignas para la vida de millones de familias obreras, entra en contradicción con los fundamentos del sistema capitalista. Por eso cualquier lucha defensiva tiene que adoptar una estrategia anticapitalista y socialista, un enfoque que aumentaría el grado de conciencia y organización de la clase trabajadora y la juventud. Sin esa estrategia no puede extrañar que el miedo a perder el empleo, el chantaje empresarial para imponer recortes salariales o aumentar la jornada laboral, se haya abierto camino temporalmente. Sin embargo, es necesario situar todas las caras de la realidad para hacer un análisis equilibrado y no unilateral.
A pesar de todas estas dificultades existe un fermento de descontento creciente entre capas muy amplias de la clase trabajadora y la juventud, y en algunos países de abierta furia. El proceso de deslegitimación del sistema no está disminuyendo, sino aumentando, y lo hace al calor de una crisis que está poniendo en claro que los sacrificios sólo los soporta una parte de la sociedad mientras los auténticos responsables del actual caos se enriquecen a manos llenas.9 Como siempre hemos explicado, la conciencia tiende a reflejar el pasado y va con retraso respecto a los acontecimientos. No se puede tener una visión simplista o mecánica al respecto, la conciencia sufre cambios bruscos y traumáticos. Dado el carácter profundo y probablemente prolongado de la actual crisis, el camino de la lucha de clases, la organización y la movilización es la única alternativa para defender el nivel de vida de millones de hombres y mujeres de todo el mundo. Teniendo en cuenta las particularidades específicas de cada país, que los ritmos no serán homogéneos y habrá retrocesos y repliegues, este es el horizonte para los próximos años.
Lo más destacable es que se ha producido un cambio en el sentido general de la corriente. Este nuevo periodo histórico estará caracterizado por fluctuaciones muy bruscas, cambios abruptos en la economía, la política, las relaciones internacionales. Y aunque la debilidad de las fuerzas del marxismo es un factor decisivo en la ecuación que hará que los procesos se prolonguen, con todo tipo de distorsiones, alzas y repliegues, el cambio de tendencia, la creciente polarización social y política, impulsará la polítización de sectores  cada día más amplios de la juventud y el movimiento obrero abriendo grandes posibilidades a las fuerzas del marxismo.
La gran recesión de la economía ha sido el ariete para que el equilibrio capitalista se rompa. En el plano político muchos de los fundamentos que daban credibilidad a la democracia burguesa están en cuestión porque la experiencia de estos años ha desvelado la brutal dictadura del capital financiero que domina el mundo. Por otra parte, la inestabilidad será la constante en el próximo periodo, donde las dificultades de la burguesía y de sus aparatos políticos por mantener cohesionada a su base social van a aumentar. La crisis del gobierno de Sarkozy y del entramado político liderado por Berlusconi son síntomas de lo que está por venir. Pero sobre todo, estamos en los inicios de una era de lucha de clases, muy dura y radicalizada. Es el comienzo, pero vaya comienzo: huelgas generales masivas en Grecia, que no tienen precedentes en la historia del país heleno; el movimiento de los trabajadores y la juventud en Francia, que ha paralizado el país como no se conocía desde mayo de 1968; la mayor huelga general de los últimos treinta años en Portugal; huelga general en el Estado español, y una perspectiva de recrudecimiento de la lucha a pesar de todas las vacilaciones de las direcciones sindicales; movilizaciones de masas en Irlanda, en Italia, en Gran Bretaña en las que la juventud juega un papel de vanguardia anticipando la entrada en escena de los grandes batallones del movimiento obrero. Movimientos revolucionarios del proletariado en Centroamérica, América Latina, en el subcontinente indio; una explosión de la lucha de clases en Túnez, Argelia, El Sahara y Marruecos...
Este auge de la lucha de masas, con sus flujos y reflujos, tendrá efectos demoledores sobre el modelo sindical reformista y de paz social que ha dominado el panorama de los últimos años. El mayor pilar con el que ha contado la burguesía para garantizar sus grandes negocios y la estabilidad de su sistema en los últimos treinta años, esto es, la colaboración de los dirigentes de los sindicatos y los partidos de la izquierda, se agrietará por la presión de la clase obrera. Este panorama de abierta guerra social, tendrá un impacto tremendo en la conciencia de millones de trabajadores, mucho más después de transcurridos tres años de crisis y de certificar que las esperanzas de volver a la situación del pasado aceptando sacrificios, recortes salariales, pérdida de derechos, no ha servido de nada salvo para envalentonar a la burguesía. Un cambio radical en la psicología y la actitud de millones de trabajadores, jóvenes y desempleados se está preparando, en el que el cuestionamiento del capitalismo, de las instituciones de la democracia burguesa, de la política oficial crece día a día con fuerza.
La expresión de este proceso de polarización, radicalización y politización adquirirá formas muy diversas, y en muchos casos distorsionadas, debido a la ausencia de una alternativa marxista de masas. Pero una cosa está clara: el divorcio mayúsculo de la política de los partidos tradicionales de la izquierda y de los sindicatos respecto a las aspiraciones fundamentales de la población, cristalizará en una crisis histórica de la política reformista y los sacudirá de arriba abajo, creando las condiciones para un trabajo exitoso de los marxistas en el seno de las organizaciones de los trabajadores. La tarea de los marxistas revolucionarios y los trabajadores avanzados es comprender la dinámica contradictoria de este proceso y prepararnos para los futuros acontecimientos, ganando posiciones en las organizaciones sindicales y en las empresas, entre la juventud, en las organizaciones políticas tradicionales del proletariado. Pero sobre todo construyendo paso a paso las fuerzas del marxismo. Ligarnos a estas organizaciones, ser reconocidos como parte del movimiento, implica en primer lugar intervenir enérgicamente en la lucha de clases y una labor de educación política de los cuadros, que no depende de las condiciones objetivas, sino de una firme política principista y métodos proletarios basados en las tradiciones del bolchevismo.
En estas grandes luchas defensivas frente a los planes de austeridad, la clase obrera y la juventud sacarán las conclusiones necesarias para avanzar hacia una alternativa acabada frente a la crisis. Una alternativa que no es otra que el programa por la transformación socialista de la sociedad, por la expropiación de la banca y los monopolios bajo el control democrático de los trabajadores, poniendo fin a la dictadura del capital y estableciendo las bases para la auténtica democracia, la democracia obrera. Las ideas del socialismo revolucionario, del marxismo, volverán a convertirse en el programa de millones de oprimidos en todo el mundo.

 

1.    En 2007 el patrimonio mundial en fondos superaba los 17 billones de euros. Su crecimiento exponencial, sobre todo en la primera mitad de la década de los 2000, era ya un síntoma relevante del predominio del capital especulativo sobre el productivo.
2.    Hace más de 150 años Marx y Engels explicaron los fundamentos de las crisis del capitalismo en El Manifiesto Comunista: “Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, en forma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraida a un estado de repentina barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el régimen de la propiedad burguesa; por el contrario, resultan demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa.
       “Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.” (Carlos Marx, Federico Engels, El Manifiesto Comunista, FFE, Madrid, 1996, pp 33-34)

3.  Federico Engels, Anti Dühring, Editorial Grijalbo, Barcelona 1977, p 289

4.   Rafael Poch, La Vanguardia, 06/09/2010
5.   Estos hechos dan una idea del grado de falsedad y manipulación que las autoridades comunitarias, y los gobiernos de la UE, han sido capaces de esgrimir y de las falaces previsiones de los gurús del neoliberalismo económico, como el responsable actual de las finanzas británicas, George Osborne, que en 2006 afirmaba que Irlanda “constituye un magnífico ejemplo del arte de lo posible en la elaboración de políticas económicas a largo plazo”. Es evidente que si un gobierno como el griego puede falsificar sus cuentas públicas para pasar el examen de la UE, la banca europea, y sobre todo la alemana, puede presionar para que la realidad quede oportunamente enmascarada y ocultar convenientemente sus riesgos. De hecho, la metodología de las pruebas de resistencia de la banca europea apenas penalizaba la posesión de deuda griega. Para justificar una decisión así, las autoridades comunitarias argumentaron, en el mes de junio de 2010, que tras la creación del fondo de rescate del euro ya “no se contempla la hipótesis de un impago por parte de ningún país europeo”. Como señaló The Wall Street Journal poniendo el dedo en la llaga: las maniobras técnicas han servido para ocultar la enorme exposición de los bancos europeos, su gran pasivo acumulado y las dificultades para recuperar miles de millones concedidos en créditos dudosos (en el mes de septiembre de 2010 la prensa económica europea hizo público que los grandes bancos alemanes necesitarán más de 100.000 millones de euros para cumplir con las nuevas regulaciones).

6.  En lo concerniente a la producción industrial, las cifras son extraordinarias comparadas con Norteamérica o Europa: un crecimiento del 6,4% en 2008, del 12,5% en 2009 y alrededor del 14% en 2010, si bien la previsión para 2011 es del 11% debido a la desaceleración sufrida a finales del pasado  año. Cifras positivas, pero todavía alejadas del crecimiento medio superior al 17%  en los años previos a la crisis.

7. Basta recordar que en mayo de 2010, justo cuando estalló la crisis europea y el euro estuvo bajo un intenso fuego de los “especuladores” (es decir, de los grandes bancos y las grandes multinacionales, en una parte considerable de matriz estadounidense), el presidente norteamericano telefoneó a Zapatero, al primer ministro griego Papandreu, al primer ministro portugués Sócrates, por no decir a Merkel y Brown (todavía había un gobierno laborista en Gran Bretaña), para presionarles y exigirles que pusieran en marcha cuanto antes los planes de ajuste y austeridad, el recorte del déficit y la ofensiva contra la clase obrera. Obama, como portavoz político de los grandes negocios estadounidenses, de los grandes bancos y las grandes corporaciones, igual que lo fueron otros presidentes estadounidenses en los que se inspira, como Wilson o Roossevelt, no hacía más que asegurar que estos grandes consorcios capitalistas recibieran puntualmente el pago de sus intereses y la devolución de sus préstamos, que pudieran continuar con sus sabrosos negocios especulativos a costa de la sangre, el sudor y las lágrimas de la clase obrera europea. Presentar a Obama como el defensor de otro modelo económico es demagogia barata.

8. León Trostky, La curva de desarrollo capitalista, en Marxismo Hoy nº 8, diciembre de 2000

9. Esta es la otra cara de la historia, el crecimiento exponencial de la desigualdad y el aumento de la concentración de la riqueza. Algunos ejemplos pueden ilustrar las dimensiones de este fenómeno. Según la edición de Wall Street Journal del pasado11 de octubre de 2010, las remuneraciones totales de los directivos de Wall Street superarán un nuevo record, alcanzando los 144.000 millones de dólares en 2010. Desde el estallido de la crisis en 2007 hasta 2009, los banqueros y brokers de Wall Street percibieron más de 70.000 millones de dólares en primas. Por otra parte, la agencia de calificación Merryll-Lynch ha hecho público en el 2010 un informe sobre el crecimiento de las grandes fortunas. Según dicho estudio, en el año 2005 se podían contabilizar en todo el mundo 8,8 millones de HNWI (High Net Worth Individuals, es decir, individuos de valor neto elevado, con activos superiores al millón de dólares); esta cifra aumentó a 9,5 millones en el año siguiente y llegaron hasta 10,1 millones en el año 2007. En el 2008, con el estallido de la crisis económica, el número de HNWI se redujo a los niveles de 2005, con 8,6 millones en todo el mundo. Pero en 2009, en pleno pico de la gran recesión, la cifra fue de 10 millones. La riqueza conjunta de todos estos HNWI fue de 33,4 billones de dólares en el 2005, de 37,2 en el 2006, de 40,7 en el 2007, bajó hasta los 32,8 en el 2008 para volver a subir en el año 2009 a 39 billones. Para considerar el volumen de riqueza del que hablamos los activos acumulados por estos individuos en el año 2009 equivalen aproximadamente a 3 veces el PIB de Estados Unidos, y entre 30 y 40 veces, según el año, al PIB del Estado español. Pero hay más. Existe otro grupo mencionado en el informe, el de los  Ultra-HNWI (individuos con activos superiores a los treinta millones de dólares), que en 2009 estaba formado por 93.100 personas en todo el planeta, con unos activos en conjunto superiores a los  13.845.000.000.000 de dólares. Menos de cien mil multimillonarios, los famosos “mercados” que no son anónimos sino que tienen nombre y apellidos y constituyen la plutocracia de cada una de las naciones capitalistas más avanzadas, poseen ingresos equivalentes al  PIB de toda la Unión Europea. Entre Estados Unidos (con casi 2’9 millones), Japón (con casi 1’7 millones) y Alemania (con 861.000), concentran el 53,5% de todos los HNWI del mundo en 2009. En el Estado español la cifra de HNWI es de 143.000 para este mismo año.
   (Datos extraídos del artículo de Daniel Raventós, Las cifras de la concentración mundial de riqueza, http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3643)

 

 

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